CAPITULO VIII
Las Piedras de Toque del Apetito Espiritual

En el capítulo anterior tratamos del versículo 6 en general. Quiero proseguir el estudio del mismo en este capítulo porque creo que lo que hemos dicho hasta ahora no basta. Es imposible agotar el contenido de esta Bienaventuranza; si queremos sacarle todo el provecho posible al estudio de la misma debemos estudiarla desde un punto de vista más práctico que el tenido en cuenta hasta ahora. Así voy a hacerlo porque por muchas razones esta es una de las Bienaventuranzas clave y una de las más vitales.
Vimos que en esta Bienaventuranza comenzamos a apartarnos del examen del "yo" para fijar la atención en Dios. Se trata, desde luego, de un asunto vital, porque lo que hace que muchos tropiecen es precisamente este problema de cómo podemos llegar a Dios. Tenemos derecho, por tanto, a afirmar que este es el único camino de la bendición. A no ser que tengamos 'hambre y sed de justicia,' nunca la conseguiremos, nunca conoceremos la plenitud que se nos promete. Por consiguiente, como se trata de un asunto tan vital, debemos seguirlo estudiando. Indiqué antes que se nos presenta la esencia misma de la salvación cristiana en este versículo. Es una afirmación perfecta de la doctrina de la salvación por gracia.
Además, esta Bienaventuranza tiene un valor excepcional porque nos da una piedra de toque perfecta que nos podemos aplicar a nosotros mismos, una piedra de toque no sólo de la condición en que estamos en cualquier momento, sino también de nuestra posición total. Funciona sobre todo en dos formas. Es una piedra de toque excelente para nuestra doctrina, y también una piedra de toque práctica y cabal de nuestra vida.
Examinémosla primero como piedra de toque de nuestra doctrina. Esta Bienaventuranza se ocupa de las que yo diría son las dos objeciones más comunes contra la doctrina cristiana de la salvación. Resulta interesante observar cómo la gente, cuando se les presenta el evangelio, suelen alegar dos objeciones, y todavía resulta más interesante ver que las dos objeciones suelen presentarlas tan a menudo las mismas personas. Tienden a cambiar de una objeción a la otra. Primero, cuando oyen esta afirmación, 'Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados,' cuando se les dice que la salvación es exclusivamente por gracia, que es algo que Dios da, que no se puede merecer, que nada se puede hacer respecto a ella más que recibirla, comienzan de inmediato a objetar diciendo, Tero esto es hacerlo todo demasiado fácil. Dice que lo recibimos como don, que recibimos perdón y vida, y que uno no hace nada. No puede ser,' dicen, 'que la salvación sea tan fácil,' Esto es lo primero que dicen.
Luego, cuando se les indica que debe ser así debido a la naturaleza de la justicia de la que habla el texto, comienzan a objetar que esto es hacerlo demasiado difícil, tan difícil que viene a resultar imposible. Cuando se les dice que se ha de recibir la salvación como don gratuito, porque lo necesario es que uno sea digno de estar en la presencia de Dios, quien es luz, y en quien no hay tinieblas, cuando oyen que debemos ser como el Señor Jesucristo mismo y que debemos vivir conforme a estas Bienaventuranzas, dicen, 'Bueno, esto es hacernos lo imposible.' Andan desorientados acerca de todo este asunto de la justicia. Justicia para ellos significa ser decente y moral. Pero vimos en el capítulo anterior que esta definición de justicia es errónea. Justicia en última instancia significa ser como el Señor Jesucristo. Esta es la pauta. Si queremos poder presentarnos delante de Dios y vivir por toda la eternidad en su presencia, debemos ser como El. Nadie puede estar en la presencia de Dios si le queda algún vestigio de pecado; se exige una justicia absolutamente perfecta. Esto hay que alcanzar. Y, desde luego, en cuanto caemos en la cuenta de esto, entonces vemos que no lo podemos conseguir por nosotros mismos, y que por tanto debemos recibirlo como pobres, como quienes, nada tienen, como quienes lo aceptan como don enteramente gratuito.
Esta Bienaventuranza se ocupa de estos dos aspectos. Se ocupa de los que objetan que esta presentación evangélica del evangelio lo hace demasiado fácil, de los que suelen decir, como se lo oí decir una vez a alguien que acababa de escuchar un sermón que insistió en la participación humana en Este asunto de la salvación, 'Gracias a Dios que, después de todo, nos queda algo por hacer.' Demuestra que esa clase de persona acepta precisamente que nunca ha entendido el significado de la justicia, que nunca ha visto la naturaleza verdadera del pecado por dentro, y nunca ha visto el modelo que Dios nos presenta. Los que han entendido verdaderamente qué significa la justicia nunca objetan que el evangelio lo haga todo demasiado fácil. Se dan cuenta de que sin él no les quedaría ninguna esperanza, estarían del todo perdidos. Objetar que el evangelio hace las cosas demasiado fáciles, u objetar que las hace demasiado difíciles, equivale a confesar que no somos cristianos. El cristiano es el que admite que las afirmaciones y exigencias del evangelio son imposibles, pero da gracias a Dios porque el evangelio hace lo imposible por nosotros y nos ofrece la salvación como don gratuito. 'Bienaventurados,' por tanto, 'los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.' Nada pueden hacer, pero como tienen hambre y sed de ella, serán saciados con ella. Aquí está, pues, la piedra de toque de nuestra posición doctrinal. Es una piedra de toque cabal. Pero recordemos siempre, que los dos aspectos de la prueba deben siempre aplicarse juntos.
Examinemos ahora la piedra de toque práctica. Esta afirmación es una de aquellas que nos indica con exactitud en qué punto de la vida cristiana nos encontramos. La afirmación es categórica — los que tienen hambre y sed de justicia 'serán saciados,' y por tanto son felices, merecen que se los felicite, son verdaderamente bienaventurados. Esto significa, como vimos en el capítulo anterior, que recibimos de inmediato la plenitud, en un sentido, a saber, que ya no seguimos buscando el perdón. Sabemos que lo tenemos. El cristiano es el hombre que sabe que ha sido perdonado; sabe que la justicia de Jesucristo lo ha cubierto, y dice, 'Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios.' No, es que esperamos tenerla. La tenemos. El cristiano recibe esto de inmediato; está completamente satisfecho en cuanto al problema de su posición en la presencia de Dios; sabe que la justicia de Cristo se le imputa y que sus pecados han sido perdonados. También sabe que Cristo, por medio del Espíritu Santo, ha venido a morar en él. Su problema esencial de santificación ha sido resuelto. Sabe que Cristo ha sido hecho para él 'sabiduría, justificación, santificación y redención' por Dios. Sabe que ya es completo en Cristo de modo que ya no está sin esperanza, aun en cuanto a su santificación. Hay un sentido inmediato de satisfacción en cuanto a esto también; y sabe que el Espíritu Santo está en él y que seguirá actuando en él 'así el querer como el hacer, por su buena voluntad.' Por tanto mira hacia adelante, como vimos, hacia ese estado final, último, de perfección sin mancha ni arruga ni nada semejante, cuando lo veremos como es y seremos como El, cuando seremos de verdad perfectos, cuando incluso este cuerpo que es 'el cuerpo de la humillación' será glorificado y estaremos en un estado de perfección absoluta.
Bien, pues; si este es el significado de la plenitud, sin duda que debemos hacernos preguntas como éstas: ¿Estamos llenos? ¿Hemos conseguido esta satisfacción? ¿Estamos conscientes de esta relación de Dios con nosotros? ¿Se manifiesta en nuestra vida el fruto del Espíritu? ¿Nos preocupa esto? ¿Tenemos amor a Dios y al prójimo, gozo y paz? ¿Manifestamos paciencia, bondad, amabilidad, mansedumbre, fe y templanza? Los que tienen hambre y sed de justicia serán saciados. Son saciados; lo están y lo son sin cesar. ¿Disfrutamos, por tanto, pregunto, de estas cosas? ¿Sabemos que hemos recibido la vida de Dios? ¿Disfrutamos de la vida de Dios en el alma? ¿Estamos conscientes del Espíritu Santo y de toda su acción poderosa dentro de nosotros, para formar a Cristo en nosotros cada vez más? Si decimos ser cristianos, entonces deberíamos poder contestar afirmativamente a todas estas preguntas. Los que son verdaderamente cristianos son saciados en este sentido. ¿Hemos sido saciados así? ¿Disfrutamos de nuestra vida y experiencia cristianas? ¿Sabemos que nuestros pecados han sido perdonados? ¿Nos alegramos de ello, o seguimos tratando de hacernos cristianos, tratando de hacernos justos? ¿Es todo ello un esfuerzo vano? ¿Disfrutamos de paz con Dios? ¿Nos alegramos siempre en el Señor? Estas son las pruebas a las que debemos someternos. Si no disfrutamos de estas cosas, la única   explicación de ese hecho es que no tenemos verdaderamente hambre y sed de justicia. Porque si tenemos hambre y sed seremos saciados. No hay limitación ninguna, es una afirmación absoluta, es una promesa absoluta — 'Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.'
Queda un problema obvio, que es el siguiente: ¿Cómo podemos saber si tenemos o no hambre y sed de justicia? Es un problema vital; es lo único por lo que hay que preocuparse. Creo que la forma de hallar la respuesta es el estudio de las Escrituras, como, por ejemplo, Hebreos 11, porque ahí tenemos algunos ejemplos maravillosos de personas que sí tuvieron hambre y sed de justicia y fueron saciados. Si se recorre la Biblia se descubre el significado de esto, sobre todo en el Nuevo Testamento. Luego se pueden completar las biografías bíblicas con la lectura de la vida de algunos de los grandes santos que han enriquecido a la Iglesia de Cristo. Abundan los libros acerca de esto. Lean las Confesiones de San Agustín, o las vidas de Lutero, de Calvino, y de Juan Knox. Lean las vidas de algunos de los puritanos más famosos y del gran Pascal. Lean las vidas de esos hombres de Dios de hace 200 años durante el Avivamiento evangélico, por ejemplo el primer volumen del Diario de Juan Wesley, o la espléndida biografía de Jorge Whitefield. Lean la vida de Juan Fletcher de Madeley. No puedo mencionarlos a todos; hay hombres que disfrutaron de esta plenitud, y cuyas vidas santas fueron la manifestación de ello. Pero el problema es, ¿cómo llegaron a ello? Si queremos saber qué significa el tener hambre y sed de justicia, tenemos que estudiar las Escrituras y luego tratar de entenderlo más a nuestro nivel con la lectura de vidas de personas así; si lo hacemos así, llegamos a la conclusión de que hay ciertas pruebas que nos podemos aplicar para descubrir si tenemos o no hambre y sed de justicia.
La primera prueba es esta: ¿Nos damos cuenta de nuestra justicia falsa? Esta sería la primera indicación de que uno tiene hambre y sed de justicia. Hasta que uno no ve que la justicia propia no es nada, o que es, como dice la Escritura, 'trapos sucios,' o, para emplear un término más vigoroso, el que el apóstol Pablo empleó y que algunas personas opinan no debería usarse desde un pulpito cristiano, el término empleado en Filipenses 3, donde Pablo habla de todas las cosas maravillosas que ha hecho y luego nos dice que las considera como 'excremento, basura, desecho, desecho en putrefacción. Esta es la primera prueba. No tenemos hambre y sed de justicia mientras haya en nosotros el más mínimo sentir de autosatisfacción con algo que haya en nosotros, o con algo que hayamos hecho. El que tiene hambre y sed de justicia sabe decir con Pablo, 'en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien.' Si queremos seguir dándonos palmadas en el hombro, y sentirnos satisfechos por lo que hemos hecho, ello indica con toda claridad que todavía confiamos en nuestra justicia. Y mientras esto siga sucediendo no seremos nunca bienaventurados. Vemos que tener hambre y sed en este sentido es, como dice John Darby, estar muriendo de hambre, darse cuenta de que estamos muriendo por no tener nada. Este es el primer paso, ver toda la justicia falsa de uno como 'trapos sucios' y como 'basura.'
Pero también significa que estamos profundamente conscientes de nuestra necesidad de liberación, de un Salvador; que vemos en qué estado tan desesperado estamos, y caemos en la cuenta de que a no ser que un Salvador y la salvación nos sean dados, no hay esperanza para nosotros. Debemos reconocer nuestra situación de desesperanza completa, y ver que, si no viene alguien a sostenernos o a hacer algo por nosotros, estamos completamente perdidos. O permítanme decirlo de otro modo. Significa que tiene que haber en nosotros el deseo de ser como los santos mencionados antes. Es una manera muy buena de someternos a prueba. ¿Anhelamos ser como Moisés o Abraham o Daniel o cualquiera de esos hombres que vivieron en la historia de la Iglesia y que hemos mencionado antes? Debo, sin embargo, advertir algo porque es posible querer ser como estas personas en una forma errónea. Se puede desear disfrutar de las bendiciones que ellos disfrutaron sin desear realmente ser como ellos. Hay un ejemplo clásico de esto en el relato del falso profeta llamado Balaam. Recuerdan que dijo, 'Muera yo la muerte de los rectos, y mi postrimería sea como la suya.' Balaam quería morir como los justos pero, como un sabio puritano observó, no quería vivir la vida de los justos. Esto nos ocurre a muchos de nosotros. Deseamos las bendiciones de los justos; queremos morir como ellos. Claro que no queremos sentirnos desdichados en nuestro lecho de muerte. Deseamos gozar de las bendiciones de esta salvación. Sí; pero si queremos morir como los justos debemos también querer vivir como ellos. Ambas cosas van juntas. 'Muera yo la muerte de los rectos.' ¡Si pudiera ver los cielos abiertos y seguir viviendo como ahora, sería feliz! Pero no es así. Debo anhelar vivir como ellos si quiero morir como ellos.
Estas, pues, son algunas pruebas preliminares. Pero si no añadimos nada más podríamos concluir que lo único que podemos hacer es permanecer pasivos, y esperar que algo suceda. Me parece, sin embargo, que esto es violentar demasiado estas palabras, 'tener hambre y sed.' En ellas hay un elemento activo.   Quienes realmente desean algo siempre lo demuestran. Los que desean algo con todo su ser no se sientan a esperar que les llegue. Y este principio se aplica a nuestro caso. Por ello voy a utilizar algunas pruebas más específicas para descubrir si tenemos o no verdadera hambre y sed de justicia. Una de ellas es ésta. El que tiene verdadera hambre y sed de justicia evita obviamente todo lo que se opone a tal justicia. No la puedo conseguir por mí mismo, pero puedo abstenerme de hacer lo que se le opone. Nunca puedo hacerme como Jesucristo, pero puedo dejar de andar por los basurales de la vida. Esto forma parte del tener hambre y sed de justicia.
Hagamos ciertas distinciones en cuanto a esto. En esta vida hay ciertas cosas que se oponen con claridad a Dios y a su justicia. No cabe la menor duda de ello. Sabemos que son malas; sabemos que son dañinas; sabemos que son pecaminosas. Creo que el tener hambre y sed de justicia significa evitar tales cosas como evitaríamos una plaga. Si sabemos que hay epidemia en una casa, no vamos a ella. Evitamos el contacto con el paciente que tiene fiebre, porque es infeccioso. Lo mismo ocurre en el campo espiritual.
Pero no basta esto. Me parece que si tenemos verdadera hambre y sed de justicia no sólo evitaremos lo que sabemos que es malo y dañino, sino que también evitaremos lo que tiende a embotar nuestros apetitos espirituales. Hay muchas cosas así, cosas que son inocuas de por sí y perfectamente legítimas. Con todo, si uno descubre que les dedica mucho tiempo, y que uno desea menos las cosas de Dios, se deben evitar. Esta cuestión del apetito es muy delicada. Todos sabemos cómo, en el sentido físico, fácilmente podemos perder el apetito, embotarlo, por así decirlo, si comemos entre las comidas principales.    Así sucede   en   el   terreno espiritual.
Hay muchas cosas que no son condenables por sí mismas. Pero si veo que les dedico mucho tiempo, y que en cierto modo deseo las cosas de Dios cada vez menos, entonces, si tengo hambre y sed de justicia, las evitaré. Me parece que es un argumento de sentido común.
He aquí otra prueba positiva. Tener hambre y sed de justicia quiere decir recordar esta justicia en una forma activa. Debemos someter nuestra vida a tal disciplina que la tengamos constantemente presente. Este tema de la disciplina es de importancia vital. Quiero decir que a no ser que a diario y en forma voluntaria y consciente recordemos esta justicia que necesitamos, no es probable que tengamos hambre y sed de ella. El que de verdad tiene hambre y sed de ella se obliga a contemplarla a diario. Tero,' dirán, 'estoy tan ocupado. Mire mi horario. ¿Qué tiempo me queda?' Respondo que si tiene hambre y sed de justicia hallará el tiempo. Ordenará su vida diciendo, 'Primero es lo primero; hay prioridades; aunque tengo que hacer esto, eso y aquello, no puedo permitirme el lujo de descuidar esto porque tengo el alma esclavizada.' 'Querer es poder.' Es sorprendente cómo encontramos tiempo para hacer lo que deseamos hacer. Si ustedes y yo tenemos hambre y sed de justicia, pasaremos bastante tiempo todos los días en pensar en ello.
Pero vayamos más allá. La siguiente prueba que voy a aplicar es esta. El que tiene hambre y sed de justicia siempre se sitúa en la senda para adquirirla. No la puede crear ni producir. Pero de todos modos sabemos que hay ciertas sendas por las que les ha llegado a esas personas acerca de las que hemos leído, de modo que uno empieza a imitarlos. Recuerden al ciego Bartimeo. No se podía curar a sí mismo. Era ciego; hiciera lo que hiciere, hicieran los demás lo que hicieren, no podía recuperar la vista. Pero fue a ponerse en la senda de conseguirlo. Oyó decir que Jesús de Nazareth iba a pasar por allá, de modo que se situó en dicho camino. Se acercó lo más que pudo. No podía darse la vista, pero se situó en la senda dónde conseguirlo. Y el que tiene hambre y sed de justicia nunca desaprovecha la oportunidad de estar en aquellos lugares donde parece que la gente consigue la justicia. Tomemos, por ejemplo, la casa de Dios, donde nos reunimos para pensar en estas cosas. Me veo con personas que me hablan de asuntos espirituales. Tienen dificultades; desean ser cristianos, dicen. Pero, sea lo que fuere, algo falta. Muy a menudo encuentro que no van a la casa de Dios, o que asisten a la misma con mucha irregularidad. El que quiere de verdad, dice, 'No puedo perder ni desaprovechar ninguna oportunidad; quiero estar donde se hable de esto.' Es de sentido común. Y luego, desde luego, busca la compañía de los que poseen esa justicia. Dice, 'Cuanto más esté con personas santas y religiosas tanto mejor. Veo que esa persona es así; bueno, pues, quiero hablar con ella, quiero pasar tiempo con ella. No quiero pasar mucho tiempo con personas que no hacen ningún bien. Pero con estas personas que tienen esta justicia voy a permanecer en contacto.'
Luego, lean la Biblia. Este es el gran libro de texto respecto a esto. Vuelvo a hacer una pregunta sencilla. Me pregunto si pasamos tanto tiempo con este Libro como con periódicos o con novelas o con películas y otras diversiones — radio, televisión y todas estas cosas. No condeno estas cosas como tales. Quiero dejar bien sentado que mi argumento no es éste. Lo que arguyo es que el que tiene hambre y sed de justicia y tiene tiempo para esas cosas debería tener más tiempo para esto — esto es lo que digo. Estudien y lean la Biblia. Traten de entenderla; lean libros acerca de ella.
Y  luego, oren.   Sólo Dios puede otorgarnos este don. ¿Se lo pedimos? ¿Cuánto tiempo  paso en  su presencia? He aludido a las biografías de estos hombres de Dios. Si las leen, y si son como yo, se sentirán avergonzados. Verán que estos santos pasaban cuatro y cinco horas diarias en oración; no   se limitaban a decir sus oraciones de la noche cuando hubieran estado demasiado fatigados para hacerlo. Dedicaban el mejor tiempo del día a Dios; y los que tienen hambre y sed de justicia saben qué es pasar tiempo en oración y meditación para recordar lo que son en esta vida y lo que les espera.
Y  luego, como ya he dicho, hay que leer biografías de santos y todos los libros que puedan acerca de estos temas. Así actúa el que desea de verdad la justicia, como lo he demostrado con los ejemplos dados. Tener hambre y sed de justicia es hacer todo esto y, una vez hecho, darse  cuenta de que no basta, de que no producirá esa justicia. Los que tienen hambre y sed de justicia viven desesperadamente. Hace todo esto; buscan la  justicia  por todas partes; y con todo saben que esos esfuerzos no la producirán. Son como Bartimeo o como la viuda inoportuna de la que habló el Señor. Vuelven una y otra vez a la misma persona hasta conseguir lo que quieren. Son como Jacob en lucha con el ángel. Son como Lutero, que ayunaba, juraba, y oraba, pero no hallaba; pero quien prosiguió en la senda de su inutilidad hasta que Dios se la dio. Lo mismo ha ocurrido con los santos de todas las épocas y países. No importa a quien miremos. Lo que sucede es esto: sólo cuando se busca esta justicia con todo el ser se llega a encontrar. No por uno mismo. Pero los que se sientan a esperar y nada hacen nunca la consiguen. Este es el método de Dios. Dios, por así decirlo, marca el paso. Hemos hecho todo lo posible, y con todo seguimos siendo pecadores miserables; y luego vemos que, como niños pequeños, hemos de recibir la justicia como don gratuito de Dios.
Muy bien; estas son las formas de demostrar si tenemos hambre y sed de justicia o no. ¿Es el deseo mayor de la vida? ¿Es el anhelo más profundo del ser? ¿Puedo decir con sinceridad y honestidad que lo que más deseo en este mundo es conocer a Dios y ser como el Señor Jesucristo, liberarme del "yo" en todas sus manifestaciones, y vivir sólo, siempre y totalmente para su honor y gloria?
Concluyo este capítulo con una palabra más a-cerca de este aspecto práctico. ¿Por qué debería ser éste el deseo mayor de todos nosotros? Respondo así. Los que carecen de esta justicia de Dios siguen bajo su ira y van a la perdición. El que muere sin haber sido revestido de la justicia de Jesucristo va a parar a la destrucción total. Esto enseña la Biblia. 'La ira de Dios mora en él.' Sólo esta justicia nos hace justos delante de Dios y nos lleva al cielo para estar con El por toda la eternidad. Sin esta justicia estamos perdidos y condenados. ¡Cuan sorprendente que no sea éste el deseo supremo de la vida de todos! Es la única forma de ser bienaventurados en esta vida y en la venidera. Permítanme presentarles el argumento de la odiosidad total del pecado, eso que es tan deshonroso para Dios, eso que es tan deshonroso en sí mismo, y deshonroso incluso para nosotros. Si viéramos todo aquello de lo que somos constantemente culpables delante de Dios, delante de su santidad absoluta, lo odiaríamos como Dios lo odia. Esta es la razón básica para tener hambre y sed de justicia — la odiosidad del pecado.
Lo digo finalmente de una manera positiva. Si conociéramos algo de la gloria y maravilla de esta vida nueva de justicia, no desearíamos nada más. Miremos, por tanto, al Señor Jesucristo. Así habría que vivir la vida, así deberíamos ser. Si pudiéramos comprenderlo. Miremos las vidas de sus seguidores. ¿No les gustaría vivir como ellos, no les gustaría morir como ellos? No hay ninguna otra clase de vida que se le pueda comparar — santa, pura, limpia, con el fruto del Espíritu manifestándose como 'amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza.' ¡Qué vida! Ese hombre merece el nombre de hombre; así debería ser la vida. Si comprendemos todo esto de verdad, no desearemos nada más; seremos como el apóstol Pablo y diremos, 'a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte, si en alguna manera llegase a la resurrección de entre los muertos.' ¿Desea esto? Muy bien, 'Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.' 'Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados' — con 'toda la plenitud de Dios.'

***

www.iglesiareformada.com
Biblioteca
Estudios Sobre el Sermón del Monte

por D. Martyn Lloyd-Jones

Pastor, Iglesia Westminster, Londres



CAPITULO I Introducción General
CAPITULO II Consideraciones Generales y Análisis
CAPITULO III Introducción a las Bienaventuranzas
CAPITULO IV Bienaventurados los Pobres en Espíritu
CAPITULO V Bienaventurados los que Lloran
CAPITULO VI Bienaventurados los Mansos
CAPITULO VII Justicia y Bienaventuranza
CAPITULO VIII Las Piedras de Toque del Apetito Espiritual
CAPITULO I Introducción General
CAPITULO II Consideraciones Generales y Análisis
CAPITULO III Introducción a las Bienaventuranzas
CAPITULO IV Bienaventurados los Pobres en Espíritu
CAPITULO V Bienaventurados los que Lloran
CAPITULO VI Bienaventurados los Mansos
CAPITULO VII Justicia y Bienaventuranza
CAPITULO VIII Las Piedras de Toque del Apetito Espiritual
CAPITULO IX Bienaventurados los Misericordiosos
CAPITULO X Bienaventurados los de Limpio Corazón
CAPITULO XI Bienaventurados los Pacificadores
CAPITULO XII El Cristiano y la Persecución
CAPITULO XIII Gozo en la Tribulación
CAPITULO XIV La Sal de la Tierra
CAPITULO XV La Luz del Mundo
CAPITULO XVI Que Vuestra Luz Alumbre
CAPITULO XVII Cristo y el Antiguo Testamento
CAPITULO XVIII Cristo Cumple la ley de los Profetas
CAPITULO XIX Justicia Mayor que la de los Escribas y Fariseos
CAPITULO XX La Letra y el Espíritu
CAPITULO XXI No Matarás
CAPITULO XXII Lo Pecaminosidad Extraordinaria del Pecado
CAPITULO XXIII Mortificar el Pecado
CAPITULO XXIV Enseñanza de Cristo Acerca del Divorcio
CAPITULO XXV El Cristiano y Los Juramentos
CAPITULO XXVI Ojo por Ojo y Diente por Diente
CAPITULO   XXVII La Capa y la Segunda Milla
CAPITULO   XXVIII Negarse a Sí Mismo y Seguir a Cristo
CAPITULO  XXIX Amar a los Enemigos
CAPITULO  XXX ¿Qué Hacéis de Más?
CAPÍTULO XXXI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXII Cómo Orar
CAPITULO XXXIII Ayuno
CAPITULO XXXIV Cuando ores
CAPÍTULO XXXV Oración: Adoración
CAPÍTULO XXXVI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXVII Tesoros en la Tierra y en el Cielo
CAPITULO XXXVIII Dios o las Riquezas
CAPITULO XXXIX La Detestable Esclavitud del Pecado
CAPITULO XL No Afanarse
CAPITULO XLI Pájaros y Flores
CAPITULO XLII Poca Fe
CAPITULO XLlll Fe en Aumento
CAPÍTULO XLIV Preocupación: Causas y remedio
CAPITULO XLV 'No Juzguéis'
CAPITULO XLVI La Paja y la Viga
CAPITULO XLVII Juicio y Discernimiento Espirituales
CAPITULO XLVIII Buscar y hallar
CAPÍTULO XLIX La Regla de Oro
CAPITULO L La Puerta Estrecha
CAPITULO LXI El Camino Angosto
CAPITULO LII Falsos profetas
CAPITULO LIII El Árbol y el Fruto
CAPITULO LIV Falsa Paz
CAPITULO LV Hipocresía Inconsciente
CAPITULO LVI Las Señales del Autoengaño
CAPITULO LVII Los dos Hombres y las dos Casas
CAPITULO LVIII ¿Roca o Arena?
CAPITULO LIX La Prueba y la Crisis de la Fe
CAPITULO LX Conclusión