CAPITULO   XXVII
La Capa y la Segunda Milla

Ya nos hemos ocupado de los versículos 38-42 en general, y hemos establecido ciertos principios generales que es indispensable tener en cuenta si se pretende entender el significado de este párrafo. Tendemos a menudo a olvidar que el factor más importante respecto a la Biblia, y sobre todo a una afirmación difícil así, es la preparación del espíritu. No basta acercarse a la Biblia con la mente abierta, por muy clara y poderosa que sea. En la comprensión y elucidación de la Biblia, el espíritu es mucho más importante que incluso la mente. Por lo tanto es fatal acercarse a una afirmación como ésta con ánimo polémico. Por esto hemos dedicado cierto tiempo a describir el marco general o, si lo prefieren, a preparar el espíritu y a asegurar que nuestra actitud general sea adecuada para recibir el mensaje.
Pasamos ahora a los detalles. Nuestro Señor no nos da en este pasaje una lista completa de lo que tenemos que hacer en cada circunstancia y situación que se nos pueda presentar en la vida Nos dice primero que hemos de morir al yo. ¿Qué significa esto? Este párrafo nos enseña cómo hacerlo, nos indica algunas formas en que podemos probarnos para ver si estamos muriendo al yo o no. Toma solamente tres ejemplos, como al azar, por así decirlo, a fin de ilustrar el principio. No es una lista completa. El Nuevo Testamento no nos ofrece instrucciones detalladas de esa clase. Antes bien, dice: 'Habéis sido llamados; recordad que sois hombres de Dios.
Aquí están los principios; aplicadlos.' Claro que es bueno que discutamos estas cosas juntos. Pero tengamos cuidado de no volver a colocarnos bajo la ley. Hay que subrayar esto porque hay muchos que, si bien objetan al Catolicismo y su casuística, son muy católicos de ideas y doctrina en cuanto a esto. Piensan que es misión de la Iglesia darles una respuesta detallada a cada pregunta que hagan por mínima que sea, y viven siempre preocupados por estas cosas. Debemos dejar ese terreno para adentrarnos en el de los grandes principios.
El primer principio es todo eso a lo que nos solemos referir como 'volver la otra mejilla' 'Pero yo os digo: no resistáis al que es malo; antes a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra.' ¿Qué quiere decir esto a la luz de los principios que hemos enunciado antes? Quiere decir que debemos quitarnos el espíritu de represalia, del deseo de defendernos y vengarnos por cualquier agravio que se nos haga. Nuestro Señor comienza en el nivel físico. Imagina a alguien que se acerca y, sin provocación ninguna, nos golpea en la mejilla derecha. El instinto nos impulsa de inmediato a devolverle el golpe, a vengarnos. En cuanto recibo un golpe quiero contestar. De esto trata nuestro Señor, y dice simple y categóricamente que no hemos de actuar así. 'Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor.'
Permítanme darles un par de ejemplos de personas que pusieron en práctica esta enseñanza. El primero es acerca del famoso evangelista de Cornwall en el sur de Inglaterra, Billy Bray, quien antes de convertirse había sido pugilista, y muy bueno por cierto. Billy Bray se convirtió; pero un día en el fondo de la mina, un hombre que solía tenerle un miedo paralizador antes de que se convirtiera, al saber que se había convertido, pensó que por fin le había llegado la oportunidad. Sin provocación ninguna golpeó a Billy Bray, quien se hubiera podido vengar muy fácilmente derribándolo de un puñetazo. Pero en vez de eso, Billy Bray lo miró y le dijo, 'Que Dios te perdone, como yo te perdono,' y nada más. El resultado fue que ese hombre pasó unos días de interrogantes e inquietud espiritual que lo condujeron finalmente a la conversión. Sabía lo que Billy Bray hubiera podido hacer, y sabía lo que el hombre natural en Billy Bray quiso hacer. Pero Billy Bray no lo hizo; y así se sirvió Dios de él.
El otro ejemplo es de un hombre muy diferente, Hudson Taylor, junto a la orilla de un río en China un atardecer estaba haciendo señas a un bote para que lo llevara al otro lado del río. Cuando el bote se acercaba, apareció un chino opulento que no reconoció a Hudson como extranjero porque iba vestido con ropa del país. Así pues, cuando el bote atracaba le dio un empujón tal a Hudson Taylor que lo hizo caer en el barro. Hudson Taylor, sin embargo, no dijo nada; pero el barquero se negó a aceptar a bordo al compatriota, diciendo, 'No, ese extranjero me hizo señas, y el bote es para él, él debe ir primero.' El viajero chino quedó sorprendido cuando se dio cuenta de a quien había empujado. Hudson Taylor no se quejó sino que invitó al hombre a que subiera a bordo con él y comenzó a explicarle qué había en él que lo hizo comportarse así. Como extranjero se hubiera podido sentir ofendido por el trato recibido; pero no fue así por la gracia de Dios que había en él. Se siguió una larga conversación que Hudson Taylor tuvo toda la razón en creer que hizo una profunda impresión en ese hombre y en su alma.
Estos no son más que dos ejemplos de hombres que trataron de poner en práctica y, de hecho, consiguieron poner en práctica este mandato concreto. Significa esto: no debemos preocuparnos por las ofensas y agravios personales, ya sean de orden físico o de cualquier otro. Ser golpeado en la cara es humillante y ofensivo. Pero se puede ofender de muchas maneras. Se puede ofender con la lengua o con la mirada. Nuestro Señor desea crear en nosotros un espíritu que no se ofenda fácilmente por esas cosas, que no busque represalias inmediatas. Desea que lleguemos a un estado en el que nos sintamos indiferentes en cuanto al yo y al aprecio propio. El apóstol Pablo, por ejemplo, lo expresa muy bien en 1 Corintios 4:3. Escribe a los corintios que habían dicho cosas muy poco halagüeñas en cuanto a él. El había sido el instrumento para el establecimiento de la iglesia, pero dentro de ella habían surgido facciones rivales. Unos se gloriaban de Apolos y de su maravillosa predicación, mientras otros decían que eran seguidores de Cefas. Muchos habían criticado al gran apóstol de la forma más ofensiva. Fíjense en lo que dice: 'Yo en muy poco tengo el ser juzgado por vosotros, o por tribunal humano; y ni aun yo me juzgo a mí mismo.' Quiere decir que se había vuelto indiferente a las críticas personales, a las ofensas y agravios, y a todo lo que los hombres pudieran hacerle.
Este es el principio general que nuestro Señor establece. Pero tengamos cuidado de no violar uno de los principios de interpretación que hemos mencionado antes. Esto no es tanto una salvedad, cuanto una elaboración de la enseñanza. La enseñanza de nuestro Señor en este pasaje no quiere decir que no nos deba preocupar la defensa de la ley y el orden. Volver la otra mejilla no quiere decir que no importe para nada lo que suceda en el ámbito nacional, que haya orden o caos. De ningún modo. Este, como vimos, fue el error de Tolstoy, quien decía que no tenía que haber policía, ni soldados ni magistrados. Esto es una parodia completa de la enseñanza. Lo que nuestro Señor dice es que no he de preocuparme por mí mismo, por mi honor personal, y así sucesivamente. Pero esto es muy diferente del no preocuparse por las leyes y el orden, o por la defensa de los débiles e indefensos. Si bien debo estar dispuesto a sufrir cualquier ofensa personal que me puedan infligir, al mismo tiempo debería creer en las leyes y el orden. Afirmo con autoridad bíblica que 'las autoridades superiores...  que hay, por Dios han sido establecidas,' que el magistrado es un poder necesario, que hay que limitar y restringir el mal y el pecado, y que yo, como ciudadano, he de preocuparme por eso. Por tanto no he de entender la enseñanza de nuestro Señor en este pasaje en ese sentido general; es algo que se me dice a mí personalmente. Por ejemplo, ridiculiza la enseñanza de nuestro Señor decir que, si un borracho, o un lunático violento, viene a mí y me golpea en la mejilla derecha, he de presentarle de inmediato la otra. Porque si alguien en esas condiciones de intoxicación, o un lunático, me tratara así, lo que sucede no es que me esté ofendiendo personalmente. Este hombre que no está en plenitud de facultades se comporta como un animal y no sabe lo que hace. Lo que preocupa a nuestro Señor es mi espíritu y mi actitud respecto a un hombre tal. Debido al alcohol, este pobre hombre no está consciente de lo que hace; no quiere ofenderme, se está haciendo daño a sí mismo a-demás de a mí y a otros. Es, por tanto un hombre al que hay que frenar. Y, en cumplimiento del espíritu de este mandato, debería frenarlo. Y si veo que alguien maltrata o molesta a un niño he de hacer lo mismo. La enseñanza se refiere a la preocupación por mí mismo. 'He sido ofendido, me han golpeado; por tanto he de defenderme, he de defender mi honor'. Este es el espíritu que nuestro Señor quiere borrar de nuestra vida.
La segunda ilustración que nuestro Señor utiliza en ese asunto de la túnica y la capa. 'Al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa.' ¿Qué significa esto? Se puede formular así a modo de principio. Nuestro Señor se fija en la tendencia en insistir en nuestros derechos, en nuestros derechos legales. Da el ejemplo del hombre que me levanta pleito delante de un tribunal para quedarse con mi túnica. Según la ley judía no se podía levantar pleito a nadie para quitarle la capa, aunque era legal hacerlo para la túnica. Pero nuestro Señor dice, 'al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa'.
También esta es una cuestión difícil, y la única forma de resolver el problema es fijarse bien en el principio, que es esta tendencia de exigir siempre los derechos legales. Vemos esto a menudo en los tiempos actuales. Hay quienes no se cansan de decirnos que el verdadero problema del mundo de hoy es que todo el mundo habla de sus derechos y no de sus deberes. Nuestro Señor se ocupa de esta tendencia en este pasaje. Los hombres siempre piensan en sus derechos y dicen 'Todo el mundo debe respetarlos.' Este es el espíritu del mundo y del hombre natural que debe conseguir lo suyo, e insiste en ello. Esto, nuestro Señor quiere demostrar, no es el espíritu cristiano. Dice que no debemos insistir en nuestros derechos legales incluso si a veces podemos sufrir injusticias como resultado de ello.
Esta es la formulación escueta del principio, pero una vez más debemos explicarlo. Hay pasajes de la Escritura que son muy importantes a este respecto. En este caso se ve con suma claridad la importancia que tiene examinar la Escritura con la Escritura y nunca interpretar un pasaje de tal modo que contradiga la enseñanza de otro. Nuestro Señor dice aquí, 'al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa.' Pero también dice, 'Si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos... Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la Iglesia, tenle por gentil y publicano' (Mt. 18:15-17). En otras palabras, no parece que nos diga que presentemos la otra mejilla o que demos la capa además de la túnica.
Además en Juan 18:22,23 leemos, 'Cuando Jesús hubo dicho esto, uno de los alguaciles, que estaba allí, le dio una bofetada, diciendo: ¿Así respondes al sumo sacerdote? Jesús le respondió: Si he hablado mal, testifica en qué está el mal; y si bien, ¿por qué me golpeas?' Protesta, como ven, contra la acción del alguacil.
Quiero recordarles también lo que nos dice el apóstol Pablo en Hechos 16:37. Pablo y Silas habían sido encarcelados en Filipos y amarrados al cepo. Luego, a la mañana siguiente, después del terremoto y de los demás sucesos de esa noche memorable, los magistrados se dieron cuenta de que se habían equivocado y dieron la orden de poner en libertad a los prisioneros. Pero vean la respuesta que dio Pablo: 'Después de azotarnos públicamente sin sentencia judicial, siendo ciudadanos romanos, nos echaron en la cárcel, ¿y ahora nos echan encubiertamente? No, por cierto, sino vengan ellos mismos a sacarnos.' Y los magistrados tuvieron que ir a la cárcel para ponerlos en libertad.
¿Cómo se explican estas contradicciones aparentes? Nuestro Señor en el Sermón del Monte parece decirnos que siempre hay que presentar la otra mejilla, y que si alguien nos pone pleito para quitarnos la túnica que debemos darle también la capa. Pero El mismo, cuando lo golpean en la cara, no presenta la otra mejilla, sino que protesta. Y el apóstol Pablo insistió en que el magistrado fuera personalmente a ponerlo en libertad. Si aceptamos el principio original, no es difícil armonizar los dos tipos de afirmaciones. Puede hacerse así. Esos casos no son ejemplos de ya sea nuestro Señor ya sea el apóstol insistiendo en sus derechos personales. Lo que nuestro Señor hizo fue censurar que se violara la ley e hizo la protesta para defender la ley. Dijo a esos hombres, de hecho: 'Sabéis que golpeándome así violáis la ley.' No dijo: '¿Por qué me ofendéis?' No perdió los estribos ni lo consideró como ofensa personal. No se enfadó ni se preocupó por sí mismo. Lo que quiso fue recordar a esos hombres la dignidad y honor de la ley. Y el apóstol Pablo hizo exactamente lo mismo. No protestó porque lo habían encarcelado. Lo que le preocupó fue que los magistrados vieran que al encarcelarlo así habían hecho algo ilegal y habían violado la ley que tenían el deber de aplicar. De modo que les recordó la dignidad y honor de la ley.
Al cristiano no le preocupan las ofensas ni la defensa personales. Pero cuando es cuestión del honor y la justicia, de la verdad, debe preocuparse y protestar. Cuando no se honra la ley, cuando se viola a ojos vistas, no por interés personal, ni para protegerse a sí mismo, actúa como creyente en Dios, como alguien que cree que en última instancia toda ley procede de Dios. Esa fue la trágica herejía de Tolstoy y de otros, aunque no se dieron cuenta de que caían en herejía. La ley y las leyes en última instancia provienen de Dios. El es quien ha fijado las fronteras de las naciones; El es quien ha puesto reyes y gobiernos y magistrados y los que han de mantener las leyes. El cristiano, por tanto, debe creer en la observancia de la ley. Por ello, si bien está dispuesto a todo lo que pueda pasarle personalmente, debe protestar cuando se cometen injusticias.
Es obvio que estos problemas son todos ellos sumamente importantes y pertinentes para la vida de un gran número de cristianos hoy día en muchos países. Hay muchos cristianos en China y en los países detrás del llamado 'telón de hierro', que se enfrentan con estos problemas. Quizá nosotros mismos tendremos que enfrentarnos con ellos también, de modo que procuremos tener una idea bien clara de estos principios.
El siguiente principio implica la idea de ir la segunda milla. 'A cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos.' Esto hay que explicarlo así. Este obligar a andar una milla es una alusión a la costumbre muy común en el mundo antiguo, por medio de la cual un gobierno tenía derecho de mandar a un hombre en una cuestión de transporte. Había que transportar una cierta carga, de modo que las autoridades tenían el derecho de mandar a un hombre a cualquier parte y de hacerlo llevar dicha carga desde ese lugar hasta la siguiente etapa. Luego mandaban a otro para que la llevara otra etapa, y así sucesivamente. Este derecho lo ejercía sobre todo un país que había conquistado a otro, y en ese tiempo los romanos habían conquistado Palestina. El ejército romano controlaba la vida de los judíos, y con frecuencia hacían eso. Quizá alguien se hallaba ocupado en algo personal cuando de repente se presentaba un pelotón de soldados y le decían, 'Debes llevar esta carga desde aquí hasta la siguiente etapa. Debes llevarlo una milla.' A esto se refiere nuestro Señor cuando dice: 'Cuando se acerquen a ti y te obliguen a llevar carga por una milla, ve con ellos una segunda milla.' Ve más allá de lo que te piden, 've con él dos.'
Estamos de nuevo frente a algo muy importante y práctico. El principio es que, no sólo hemos de hacer lo que se nos pide, sino ir más allá en el espíritu de la enseñanza de nuestro Señor en este pasaje. Este pasaje se refiere al enojo natural del hombre ante las exigencias que le hace el gobierno. Se refiere al odio que sentimos por las leyes que no nos gustan, a las que nos hemos opuesto. 'Sí', solemos decir, 'han sido aprobadas. Pero ¿por qué tengo que obedecerlas? ¿Cómo puedo eludirlas?' Esta es la actitud que nuestro Señor condena. Seamos perfectamente prácticos. Tomemos la cuestión del pago de impuestos. Quizá no nos gusten y los odiemos, pero el principio que se aplica es exactamente el mismo que en el caso de ir dos millas. Nuestro Señor dice que no sólo no debemos molestarnos por estas cosas, sino que tenemos que hacerlas voluntariamente; y tenemos que estar dispuestos a ir incluso más allá de lo que se nos pide. Nuestro Señor condena todo resentimiento que podamos sentir contra el gobierno legítimo de nuestro país. El gobierno que está en el poder tiene el derecho de hacer estas cosas, y nuestro deber es cumplir la ley. Más aún, debemos hacerlo aunque estemos completamente en desacuerdo con lo que se hace, y aunque lo consideremos injusto. Si tiene autoridad legal y sanción legítima nuestro deber es hacerlo.
Pedro en su carta (1Pedro 2) dice, 'Criados, estad sujetos con todo respeto a vuestros amos...' y pasa a mostrar el espíritu de la enseñanza de nuestro Señor —'no solamente a los buenos y afables, sino también a los difíciles de soportar.' A menudo se oye hablar a los cristianos que citan estas palabras respecto a los criados: 'Ah', dicen, 'el problema es que los criados siempre hablan de sus derechos, y nunca de sus deberes. Todos son rebeldes y no hacen las cosas con buen espíritu. Lo hacen todo quejándose y de mala gana. Los hombres ya no creen en el trabajo,' y así sucesivamente. Sí; pero los mismos hablan del gobierno y de las leyes que se promulgan con el mismo espíritu que condenan en los criados. Su actitud hacia los impuestos o las leyes en ciertas cosas es la misma que condenan. Nunca se les ha ocurrido pensar esto. Pero recordemos, si somos patronos, que lo que Pedro y nuestro Señor dicen del criado se aplica a nosotros. Porque todos somos siervos del Estado. El principio, por tanto, se puede formular así. Si nos acaloramos acerca de esos asuntos, o perdemos la calma, si siempre hablamos acerca de ellos y si se interponen a nuestra lealtad a Cristo y nuestra devoción a El, si estas cosas monopolizan el interés de nuestra vida, vivimos la vida cristiana, para decirlo con indulgencia, en su nivel más bajo. No, dice nuestro Señor, si estás haciendo algo y llega el soldado y te dice que lleves esa carga por una milla, no sólo hazlo con alegría, sino ve una segunda milla. El resultado será que cuando llegues el soldado dirá: '¿Quién es esta persona? ¿Qué hay en él que lo hace actuar así? Lo hace con alegría, y hace más que lo que se le pide.' Y llegará a esta conclusión: 'Este hombre es diferente, no parece preocupado por sus propios intereses.' Como cristianos, nuestro estado mental y espiritual debería ser tal que nada pudiera ofendernos.
Hay miles de cristianos que se encuentran hoy día en esa situación en países ocupados, y no sabemos lo que nos puede suceder a nosotros. Quizá un día estaremos sometidos a un poder tirano que odiemos y que nos obligue a hacer cosas que no nos gustan. Así tenéis que comportaros en tales circunstancias, dice Cristo. No hay que defender los derechos propios; no hay que mostrar la amargura del hombre natural. Tenéis otro espíritu. Debemos llegar a ese estado y situación espirituales en que resultemos invulnerables a estos ataques que se nos hacen de diferentes modos.
Hay que agregar una salvedad. Este mandato no dice que no tengamos derecho a un cambio de gobierno. Pero siempre ha de hacerse por medios legítimos. Cambiemos la ley si podemos, con tal de que lo hagamos en una forma constitucional y legítima. No dice que no debemos interesarnos por la política y por la reforma de la ley. Cierto que si la reforma parece necesaria, tratemos de conseguirla, pero sólo dentro del marco de la ley. Si creemos que una ley es injusta, entonces en nombre de la justicia, no por nuestros sentimientos personales, no por nuestro interés propio, tratemos de cambiar la ley. Asegurémonos, sin embargo, de que el interés que tenemos por el cambio no sea nunca personal ni egoísta, sino que se haga siempre en bien del gobierno, de la justicia y de la verdad.
El último punto, que sólo podemos tocar de paso, es la cuestión del dar y prestar. 'Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses.' También esto se podría interpretar en una forma literal y mecánica de modo que lo haga resultar ridículo. Pero lo que quiere decir se puede expresar así. Vuelve a ser la negación del yo. Es la forma que nuestro Señor tiene de decir que el espíritu que dice, 'Retengo lo que poseo; lo que es mío es mío; y no puedo escuchar las peticiones de esa gente porque quizá me llegaría a perjudicar,' es completamente erróneo. Censura el espíritu equivocado de quienes siempre piensan en sí mismos, ya sea que reciban un golpe en la cara, ya sea que les quiten la túnica, ya sea que se vean obligados a cargar con algo o a dar de lo suyo para ayudar a algún necesitado.
Visto cuál es el principio, pasemos de inmediato a la salvedad. Nuestro Señor no quiere decirnos con sus palabras que ayudemos a los que defraudan ni a los mendigos profesionales ni a los borrachos. Lo expresaría así con toda sencillez porque todos pasamos por estas experiencias. El que llega a nosotros después de haber tomado y nos pide dinero, siempre dice que es para pagarse una habitación dónde dormir, aunque sabemos que irá de inmediato a gastárselo en más bebida. Nuestro Señor no nos dice que ayudemos a un hombre así. Ni siquiera piensa en esto. En lo que piensa es en la tendencia de no ayudar a los que realmente lo necesitan, por razón del yo y del espíritu egoísta. Podemos, pues, expresarlo así. Siempre debemos estar dispuestos a escuchar y a otorgar el beneficio de la duda. No es algo que debemos hacer en una forma mecánica e irreflexiva. Debemos pensar, y decir: 'Si este hombre está necesitado, mi deber es ayudarlo si estoy en condiciones de hacerlo. Quizás me arriesgue, pero si está en necesidad lo ayudaré.' El apóstol Juan nos expone muy bien esto. 'El que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y de verdad.' (1Jn. 3:17,18). Esta es la forma de proceder. 'El que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad.' El hombre que está bajo la influencia de la bebida y que nos pide dinero no está necesitado, como tampoco lo está la persona que es demasiado perezosa para trabajar y vive de pedir. Pablo dice de esos tales: 'Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma.' Así que el mendigo profesional no está necesitado y no debo darle. Pero si veo que mi hermano está necesitado y tengo bienes materiales y estoy en condiciones de ayudarlo, no debo cerrar las entrañas de mi compasión, porque, si lo hago, el amor de Dios no está en mí. El amor de Dios es un amor que se da a sí mismo para ayudar a los que están en necesidad.
Finalmente pues, después de haber estudiado estos mandatos uno por uno y paso a paso, y una vez examinada esta enseñanza, deberíamos ver con claridad que hace falta ser un hombre nuevo para vivir esta clase de vida. Esta enseñanza no es para el mundo ni para el no cristiano. Nadie puede esperar vivir así a no ser que haya nacido de nuevo, a no ser que haya recibido el Espíritu Santo. Sólo éstos son cristianos, y sólo a ellos se dirige nuestro Señor con esta enseñanza noble, elevada y divina. No es una enseñanza cómoda de estudiar y les puedo asegurar que no es fácil pasar una semana con un texto como éste. Pero esta es la Palabra de Dios, y esto es lo que Cristo quiere que hagamos. Se trata de nuestra personalidad toda, hasta los detalles más mínimos de la vida. La santidad no es algo que se recibe en una reunión; es una vida que hay que vivir y que hay que vivir en detalle. Quizá nos sintamos muy interesados y conmovidos cuando escuchamos esas palabras acerca del entregarse a sí mismo, y así sucesivamente. Pero no debemos olvidar nuestra actitud respecto a la legislación que no nos gusta, a los impuestos y a las molestias ordinarias de la vida. Toado es cuestión de esta actitud respecto a sí mismo. Dios tenga misericordia de nosotros y nos llene con su Espíritu.


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Estudios Sobre el Sermón del Monte

por D. Martyn Lloyd-Jones

Pastor, Iglesia Westminster, Londres



CAPITULO I Introducción General
CAPITULO II Consideraciones Generales y Análisis
CAPITULO III Introducción a las Bienaventuranzas
CAPITULO IV Bienaventurados los Pobres en Espíritu
CAPITULO V Bienaventurados los que Lloran
CAPITULO VI Bienaventurados los Mansos
CAPITULO VII Justicia y Bienaventuranza
CAPITULO VIII Las Piedras de Toque del Apetito Espiritual
CAPITULO IX Bienaventurados los Misericordiosos
CAPITULO X Bienaventurados los de Limpio Corazón
CAPITULO XI Bienaventurados los Pacificadores
CAPITULO XII El Cristiano y la Persecución
CAPITULO XIII Gozo en la Tribulación
CAPITULO XIV La Sal de la Tierra
CAPITULO XV La Luz del Mundo
CAPITULO XVI Que Vuestra Luz Alumbre
CAPITULO XVII Cristo y el Antiguo Testamento
CAPITULO XVIII Cristo Cumple la ley de los Profetas
CAPITULO XIX Justicia Mayor que la de los Escribas y Fariseos
CAPITULO XX La Letra y el Espíritu
CAPITULO XXI No Matarás
CAPITULO XXII Lo Pecaminosidad Extraordinaria del Pecado
CAPITULO XXIII Mortificar el Pecado
CAPITULO XXIV Enseñanza de Cristo Acerca del Divorcio
CAPITULO XXV El Cristiano y Los Juramentos
CAPITULO XXVI Ojo por Ojo y Diente por Diente
CAPITULO   XXVII La Capa y la Segunda Milla
CAPITULO   XXVIII Negarse a Sí Mismo y Seguir a Cristo
CAPITULO  XXIX Amar a los Enemigos
CAPITULO  XXX ¿Qué Hacéis de Más?
CAPÍTULO XXXI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXII Cómo Orar
CAPITULO XXXIII Ayuno
CAPITULO XXXIV Cuando ores
CAPÍTULO XXXV Oración: Adoración
CAPÍTULO XXXVI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXVII Tesoros en la Tierra y en el Cielo
CAPITULO XXXVIII Dios o las Riquezas
CAPITULO XXXIX La Detestable Esclavitud del Pecado
CAPITULO XL No Afanarse
CAPITULO XLI Pájaros y Flores
CAPITULO XLII Poca Fe
CAPITULO XLlll Fe en Aumento
CAPÍTULO XLIV Preocupación: Causas y remedio
CAPITULO XLV 'No Juzguéis'
CAPITULO XLVI La Paja y la Viga
CAPITULO XLVII Juicio y Discernimiento Espirituales
CAPITULO XLVIII Buscar y hallar
CAPÍTULO XLIX La Regla de Oro
CAPITULO L La Puerta Estrecha
CAPITULO LXI El Camino Angosto
CAPITULO LII Falsos profetas
CAPITULO LIII El Árbol y el Fruto
CAPITULO LIV Falsa Paz
CAPITULO LV Hipocresía Inconsciente
CAPITULO LVI Las Señales del Autoengaño
CAPITULO LVII Los dos Hombres y las dos Casas
CAPITULO LVIII ¿Roca o Arena?
CAPITULO LIX La Prueba y la Crisis de la Fe
CAPITULO LX Conclusión
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