CAPITULO LVII
Los dos Hombres y las dos Casas

Al estudiar las palabras del pasaje anterior, hemos indicado muchas veces que son de las más solemnes de toda la Biblia. Con todo, los versículos 24-27, que ahora pasamos a examinar, parecen incluso más solemnes y aterrorizantes. Son palabras con las que todos estamos familiarizados. Incluso en una época como ésta, en la que hay tanta ignorancia de la Biblia, son muchas personas que están a la persona en lo más fundamental. La lluvia, pues, abarca cosas corno ésas, e incluye estas pruebas que someten a prueba hasta lo más profundo de nuestro ser.
Pero no sólo descendió la lluvia; nuestro Señor nos dice que los ríos vinieron y sacudieron la casa. Siempre me parece que esto representa en general, al mundo, en el sentido bíblico de la palabra, o sea, la perspectiva mundana, la clase mundana de vida. Nos guste o no, seamos creyentes verdaderos o falsos, el mundo llega a sacudir esta casa nuestra, desencadenando toda su furia contra nosotros. Todos tenemos grandes problemas con el mundo —"los deseos de la carne, los deseos de los ojos, la vanagloria de la vida'—. Tan cierto como que edificamos nuestro edificio en este mundo, como de hecho lo estamos haciendo, así es de seguro que el mundo vendrá a nosotros para probarnos. La mundanalidad, con toda su sutileza, se infiltra por todas partes. A veces se presenta con gran poder, otras veces causa el mismo daño, penetrando silenciosamente en forma cautelosa e inadvertida. Las formas que puede adoptar son incontables.
Todos sabemos algo de esto. A veces llega como seducción, algo que nos atrae y nos llama la atención; ofrece un cuadro resplandeciente que nos atrae. Otras veces llega como persecución. Al mundo no le importa, en última instancia, el método empleado con tal de-conseguir su objetivo. Si puede seducirnos para apartarnos de Cristo y de la iglesia lo hará, pero si la seducción falla, enseñará los dientes, e intentará la persecución. En ambas formas, se nos somete a prueba y la una es tan sutil como la otra —Avinieron ríos... y dieron con ímpetu contra aquella casa".
Todos sabemos algo de lo que significa sentir que la casa casi se tambalea a veces. No es exactamente que el cristiano desea abandonar su fe, pero el poder del mundo puede ser tan grande que a veces se pregunta si sus fundamentos resistirán. De joven, tiene una maravillosa fe en Cristo, pero tarde o temprano, quizá hacia la mitad de la vida, comienza a pensar en su futuro, en su carrera, en toda su posición en la vida; y comienza a vacilar y dudar, entra en juego el proceso lento de envejecimiento, y también una especie de debilidad —ese es el mundo que da con ímpetu contra la casa, sometiéndola a prueba.
Luego está el viento —"descendió lluvia y vinieron ríos, y soplaron vientos"—. ¿Qué quiere decir con esto —"y soplaron vientos'—? Tiendo a estar de acuerdo con los que interpretarían el viento como ataques concretos de Satanás. El diablo tiene muchas formas diferentes de atacarnos. Según la Palabra de Dios, se puede transformar en ángel de luz y citar la Biblia. Nos puede apartar por medio del mundo. Pero a veces nos ataca directamente; puede lanzarnos dudas y negaciones. Nos puede bombardear con pensamientos sucios, malos y blasfemos. Leamos las vidas de los santos de otras épocas y encontraremos que se vieron sometidos a esta clase de cosas. El diablo desarrolla ataques violentos, tratando de derribar la casa, por así decirlo, y los santos a lo largo de los siglos han sufrido a causa del poder de esta forma de ataque. Quizá hemos conocido hombres buenos que se han visto sujetos a esto, cristianos excelentes que han vivido vidas piadosas; entonces, un poco antes del fin, quizá en el mismo lecho de muerte, pasan por un período de tinieblas y el diablo los ataca violentamente. En realidad, "no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes!' En Efesios 6, el apóstol Pablo nos dice que la única forma de resistir es revistiéndonos de toda la armadura de Dios. Y en este pasaje nuestro Señor dice también que sólo el fundamento sólido que Él aboga, permitirá que nuestra casa resista.
Estas cosas nos llegan a todos. Pero claro está, en último término, en forma cierta e inevitable, llega la muerte misma. Algunos tienen que soportar la lluvia, otros los ríos, y otros los vientos y huracanes; pero todos tenemos que encontrarnos y hacer frente a la muerte. Nos llegará a todos de alguna forma y someterá a prueba el fundamento mismo sobre el cual hemos edificado. ¡Qué cosa tan tremenda es la muerte! No hemos, pasado por ella, y por eso no sabemos nada acerca de esto, aunque quizá en ocasiones hayamos visto morir a otros y hayamos oído hablar de ello. Ya sea que llegue en forma repentina o gradual, tenemos que hacerle frente. Me parece que debe ser algo tremendo pasar por ese momento en el que uno se da cuenta de que sale de este mundo y que deja lo que siempre ha conocido, para cruzar hacia la región detrás del telón. No hay nada como este hecho y momento poderosos de la muerte que someta a prueba más profunda al hombre en su mismo fundamento.
La pregunta verdadera es, ¿cómo resistimos estas cosas? En muchos sentidos, la labor principal de la predicación del evangelio es preparar a los hombres para que resistan estas cosas. Lo que importa no es la idea que se tenga de la vida, ni los sentimientos que se tengan; si uno no puede resistir estas pruebas que he enumerado, el fracaso es completo. Sean cuales fueren los dones de un hombre o su llamamiento, por muy noble y bueno que sea, si su idea y filosofía de la vida no lo han provisto de estas certezas, es un necio, y todo lo que tiene le fallará y se derrumbará debajo de sus pies precisamente cuando más ayuda necesite. Ya hemos experimentado algunas de estas pruebas. He aquí las preguntas que debemos hacernos. ¿Encontramos siempre a Dios cuando lo necesitamos más? Cuando llegan estas pruebas y acudimos a Él, ¿sabemos que está ahí? ¿Nos sentimos agitados y alarmados? ¿Tememos su presencia, o acudimos a Él como un hijo a su padre, y sabemos siempre que está ahí y lo encontramos siempre? ¿Estamos conscientes de su proximidad y presencia en esos momentos críticos? ¿Tenemos una confianza honda e inconmovible en Él, y una seguridad de que nunca nos abandonará? ¿Podemos regocijarnos en Él siempre, incluso en las tribulaciones? ¿Cuál es nuestra visión del mundo en este momento, cuál es nuestra actitud hacia el mundo? ¿Nos sentimos vacilantes y dudosos respecto a qué clase de vida queremos vivir? ¿Tenemos alguna incertidumbre? ¿No hemos descubierto la inutilidad total de esta vida mundanal que no pone a Dios y a su Cristo en el centro? ¿Qué es la muerte para nosotros? ¿Nos horroriza el pensar en ella; tenemos tanto miedo de ella que siempre procuramos quitarla del pensamiento?
La Biblia nos muestra claramente cómo deberíamos ser en todos estos puntos si somos verdaderamente cristianos. El Salmo 37:37 dice: "Considera al íntegro, y mira al justo; porque hay un final dichoso para el hombre de paz". No hay nada tan maravilloso en este mundo como la muerte de un hombre bueno, del hombre cristiano. 'Considéralo' dice la Biblia. El salmista era ya anciano cuando escribió esto - "Joven fui, y he envejecido", dice, y ésta es su experiencia, éste es su consejo a los jóvenes: "Considera al íntegro... porque hay un final dichoso para el hombre de paz!' Muchos parecen pasarlo muy bien en este mundo, pero su final no es en paz. ¡Pobre criatura! no se ha preparado para ello, no está consciente de que se va, se agarra a lo que sea, y no muere en paz. O escuchemos esta porción del salmo 112:7: "No tendrá temor de malas noticias; su corazón está firme, confiado en Jehová". No tiene miedo de las pestilencias, no tiene miedo de que lleguen las guerras, no tiene miedo ni siquiera de las malas noticias. No dice: "¿Qué vamos a hacer mañana por la mañana?" Nunca -"su corazón está firme, confiando en Jehová". Escuchemos también estas palabras magníficas de Isaías 28:16: "El que creyere, no se apresure" o, si se prefiere, "El que creyere no será confundido, el que creyere no será tomado por sorpresa". ¿Por qué? Porque ha prestado atención, se ha venido preparando, de modo que, sea lo que fuere lo que le llegue, tiene fundamento sólido. No tiene prisa, nunca se apresura. Nuestro Señor mismo lo ha enseñado perfectamente en la parábola del sembrador. Nos dice que el falso creyente "no tiene raíz en sí". Resistió por un tiempo, pero cuando llegó la persecución, todo se acabó. "El que fue sembrado entre espinas, éste es el que oye la palabra, pero el afán de este siglo, y el engaño de las riquezas ahogan, la palabra, y se hace infructuosa". La enseñanza de la Escritura a este respecto es inacabable.
Esto es algo que se enseña de forma positiva en la Biblia, y que la experiencia cristiana confirma. Leamos de nuevo el relato de aquellos primeros cristianos que, al ser perseguidos, e incluso condenados a muerte, daban gracias a Dios de que los hubiera conservado dignos de sufrir por su nombre. Poseemos esos grandes relatos de los primeros mártires y confesores, quienes aún en medio de las fieras del circo, alababan a Dios. Lejos de lamentarse, Hablo, al escribir a los filipenses desde la cárcel, da gracias a Dios por su encarcelamiento, porque le da la oportunidad de predicar el evangelio. Incluso podía soportar la traición de falsos amigos. Se sentía perfectamente feliz y sereno en medio de todo, e incluso podía mirar a la muerte de frente y decir que era placentera, porque significaba ir a "estar con Cristo; lo cual es muchísimo mejor". Les hablaba a los corintios de que "esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria". Leamos 2 Corintios 4; leamos la lista de sus pruebas y tribulaciones y a pesar de todo esto puede decir estas palabras. Luego escuchémoslo, ya anciano, de nuevo frente a la muerte, sabiendo que ya llegaba: "Por qué yo ya estoy para ser sacrificado y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe!' ¡Qué forma de morir! Así ha sido siempre a lo largo de los siglos, desde el tiempo en que Pablo escribió estas palabras. Los cristianos han venido repitiendo estas experiencias en su vida. Leamos las historias de los santos, leamos las historias de los mártires y confesores, leamos lo que se dice de aquellos hombres que subieron al patíbulo sonriendo, predicando desde las llamas que los rodeaban. Son los episodios más valiosos de toda la historia. Leamos de nuevo los relatos acerca de los que firmaron el pacto de la reforma religiosa, de los grandes puritanos y de muchos otros.
La enseñanza, pues, se resume en esto; sólo los hombres que han hecho estas cosas, de las cuales nuestro Se¬ñor habla en el Sermón del Monte, poseen estas experiencias. El cristiano falso descubre que cuando necesita ayuda, consideraba como la fe no le ayuda. Le abandona cuando más lo necesita. No queda ninguna duda respecto a esto. El factor común en la vida de todos los que han podido enfrentarse con las pruebas de la vida de forma triunfal y gloriosa, es que han sido siempre hombres que se han entregado para vivir el Sermón del Monte. Este es el secreto del 'hombre perfecto', del hombre 'justo', del hombre 'bueno', del hombre 'cristiano'. Así pues si queremos poder hacer frente a estas cosas, como Pablo lo hizo, debemos tratar de vivir como Pablo vivió. No hay otra forma; todos se adaptaron a la misma pauta.
Pero, aparte de estas cosas con las que nos enfrentamos en esta vida, está el enfoque cierto día del juicio final. Este es un tema constante en la enseñanza de la Biblia. Helo aquí: "Muchos me dirán aquel día". La Biblia tiene mucho que decir acerca de 'aquel día'. Había quienes estaban en desacuerdo con Pablo respecto a cómo debía predicarse el evangelio y a cómo debía desarrollarse la iglesia. "Muy bien«, dice de hecho Pablo, no voy a discutir; el día lo declarará!' "Todos compareceremos ante el tribunal de Cristo!' Este concepto se menciona muy a menudo en la Biblia. Leamos en Mateo 25 lo que se dice de las diez vírgenes, de los talentos, de las naciones. Todas las cosas comparecerán delante de Él en el juicio final. Pero recordemos que 1 Pedro 4:17 enseña que 'el juicio comienza por la casa de Dios'. ¿Qué es el libro de Apocalipsis sino una gran proclamación de este juicio venidero, cuando los libros serán abiertos, y todos serán juzgados en todas partes? Todos serán sometidos a juicio. La Biblia está llena de esto y nos dice que el día del juicio es cierto. Nos dice que será escudriñados, que será íntimo. Todo le es conocido a Dios. Estos hombres dijeron, "¿No hemos hecho esto y aquello?" Y Él les dice, "Nunca os conocí". Todo el tiempo ha tenido los ojos puestos en ellos. No le pertenecen y Él siempre lo supo. Todo le es conocido. "Todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a* quien tenemos que dar cuenta". El es quien 'discierne los pensamientos y las intenciones del corazón'. Nada puede quedar oculto a su mirada. Sobre todo se nos dice que este juicio es definitivo. En la Biblia no se enseña nada acerca de una segunda oportunidad, acerca de otra oportunidad. Traten de demostrarlo si pueden. No está en la Biblia. Quizá uno puede presentar dos o tres afirmaciones muy debatibles, acerca de cuyo significado nadie puede tener seguridad. ¿Pero va uno a confiar en eso en tanto que el testimonio poderoso de la Biblia se inclina hacia el otro lado? Es un juicio final; no se puede volver atrás.
¿Cómo podemos, pues, estar seguros de estas cosas? ¿Cómo voy a vivir mi vida en la tierra en paz y certidumbre y seguridad? ¿Cómo puedo asegurarme de que estoy edificando la casa sobre la roca? ¿Cómo pongo realmente estas cosas en práctica? Es la pregunta más importante de este mundo. Nada hay más vital que recordar diariamente estas cosas. Aun a riesgo de ser mal entendido, quiero decirlo así. A veces creo que no hay nada más peligroso en la vida cristiana que una vida devocional mecánica. Oigo a las personas hablar superficialmente acerca de hacer sus 'devociones' por la mañana. Esta actitud superficial, a mi modo de entender, es absolutamente trágica. Significa que a estas personas se le ha enseñado que es bueno para el cristiano, como primera actividad del día, leer un poco de la Biblia y luego ofrecer una oración, antes de ir a trabajar. Uno cumple esta costumbre y allá va. Claro que es una cosa buena; pero puede resultar sumamente peligrosa para la vida espiritual, si se convierte en algo puramente mecánico. Diría, pues, que lo que hay que hacer es esto. Ciertamente hay que leer la Biblia y orar; pero no en una forma mecánica, no porque se le ha dicho a uno, que hay que hacerlo, no porque se espera que se haga. Hagámoslo por qué la Biblia es la palabra de Dios y porque a través de ella nos habla. Pero una vez leído y orado, detengámonos a meditar y en la meditación recordemos las enseñanzas del Sermón del Monte. Preguntémonos si vivimos el Sermón del Monte, o estamos tratando realmente de vivirlo. No nos hablamos a nosotros mismos lo suficiente; este es nuestro problema. Hablamos demasiado con los demás y no lo suficiente con nosotros mismos. Debemos hablarnos a nosotros mismos y decirnos "Nuestro Señor dijo de hecho que nos predicó este sermón pero que de nada nos valdría si no hiciéramos lo que Él dice". Pongámonos a prueba según las enseñanzas del Sermón del Monte. Recordemos estas ilustraciones finales de! Sermón. Digámonos: "Sí, por ahora aquí estoy; soy joven. Pero un día tengo que morir, y ¿estoy listo para ello? ¿Qué sucedería si de repente perdiera la salud o la apariencia atractiva que tengo, o el dinero o los bienes? ¿Qué sucedería si alguna enfermedad me desfigurara? ¿Dónde estoy? ¿En qué voy a sostenerme?" ¿Nos hemos enfrentado con lo inevitable del juicio más allá de la muerte? Este es el único camino seguro. No basta leer la Biblia y orar; tenemos que aplicar lo que aprendemos; tenemos que enfrentarnos con ello y tenerlo siempre delante de la vista. No confiemos en actividades. No digamos: "desarrollo mucha actividad en la obra cristiana, seguro que voy bien". Nuestro Señor dijo que quizá no vayamos bien, aunque pensemos que lo hacemos por Él. Enfrentémonos con estas cosas, una después de otra, y sometamos a prueba nuestra vida por medio de ellas; y luego asegurémonos de que realmente tenemos esta enseñanza en primer plano y en el centro mismo de nuestra vida. Asegurémonos de que podemos decir honestamente que nuestro deseo supremo es conocerle mejor a Él, guardar sus mandamientos, vivir para su gloria. Por atractivo que pueda ser el mundo, digamos, "No; sé que yo, como ser vivo, tengo que encontrarme con Él cara a cara. Esto debe ocupar el primer puesto a toda costa; todo lo demás debe ocupar un plano secundario!' Me parece que este es el propósito de la metáfora de nuestro Se¬ñor al final de este poderoso Sermón, a saber, que debemos estar advertidos en contra del peligro sutil del autoengaño, que se nos debe despertar la conciencia acerca de esto y que debemos evitarlo examinándonos a diario en su presencia, a la luz de su enseñanza. Que Él nos conceda la gracia para hacerlo.


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Biblioteca
Estudios Sobre el Sermón del Monte

por D. Martyn Lloyd-Jones

Pastor, Iglesia Westminster, Londres



CAPITULO I Introducción General
CAPITULO II Consideraciones Generales y Análisis
CAPITULO III Introducción a las Bienaventuranzas
CAPITULO IV Bienaventurados los Pobres en Espíritu
CAPITULO V Bienaventurados los que Lloran
CAPITULO VI Bienaventurados los Mansos
CAPITULO VII Justicia y Bienaventuranza
CAPITULO VIII Las Piedras de Toque del Apetito Espiritual
CAPITULO IX Bienaventurados los Misericordiosos
CAPITULO X Bienaventurados los de Limpio Corazón
CAPITULO XI Bienaventurados los Pacificadores
CAPITULO XII El Cristiano y la Persecución
CAPITULO XIII Gozo en la Tribulación
CAPITULO XIV La Sal de la Tierra
CAPITULO XV La Luz del Mundo
CAPITULO XVI Que Vuestra Luz Alumbre
CAPITULO XVII Cristo y el Antiguo Testamento
CAPITULO XVIII Cristo Cumple la ley de los Profetas
CAPITULO XIX Justicia Mayor que la de los Escribas y Fariseos
CAPITULO XX La Letra y el Espíritu
CAPITULO XXI No Matarás
CAPITULO XXII Lo Pecaminosidad Extraordinaria del Pecado
CAPITULO XXIII Mortificar el Pecado
CAPITULO XXIV Enseñanza de Cristo Acerca del Divorcio
CAPITULO XXV El Cristiano y Los Juramentos
CAPITULO XXVI Ojo por Ojo y Diente por Diente
CAPITULO   XXVII La Capa y la Segunda Milla
CAPITULO   XXVIII Negarse a Sí Mismo y Seguir a Cristo
CAPITULO  XXIX Amar a los Enemigos
CAPITULO  XXX ¿Qué Hacéis de Más?
CAPÍTULO XXXI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXII Cómo Orar
CAPITULO XXXIII Ayuno
CAPITULO XXXIV Cuando ores
CAPÍTULO XXXV Oración: Adoración
CAPÍTULO XXXVI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXVII Tesoros en la Tierra y en el Cielo
CAPITULO XXXVIII Dios o las Riquezas
CAPITULO XXXIX La Detestable Esclavitud del Pecado
CAPITULO XL No Afanarse
CAPITULO XLI Pájaros y Flores
CAPITULO XLII Poca Fe
CAPITULO XLlll Fe en Aumento
CAPÍTULO XLIV Preocupación: Causas y remedio
CAPITULO XLV 'No Juzguéis'
CAPITULO XLVI La Paja y la Viga
CAPITULO XLVII Juicio y Discernimiento Espirituales
CAPITULO XLVIII Buscar y hallar
CAPÍTULO XLIX La Regla de Oro
CAPITULO L La Puerta Estrecha
CAPITULO LI El Camino Angosto
CAPITULO LII Falsos profetas
CAPITULO LIII El Árbol y el Fruto
CAPITULO LIV Falsa Paz
CAPITULO LV Hipocresía Inconsciente
CAPITULO LVI Las Señales del Autoengaño
CAPITULO LVII Los dos Hombres y las dos Casas
CAPITULO LVIII ¿Roca o Arena?
CAPITULO LIX La Prueba y la Crisis de la Fe
CAPITULO LX Conclusión