CAPITULO XLII
Poca Fe

"Hombres de poca fe" (Mt. 6:30). Tenemos aquí el argumento final de nuestro Señor respecto al problema de la preocupación ansiosa. O, quizá, podemos describirlo como el resumen que hace de la advertencia de 'no afanarse' por nuestras vidas" respecto a qué habremos de comer o beber, o acerca del cuerpo en asuntos de vestido. Es la conclusión de la argumentación detallada que ha elaborado en función de aves y flores. En efecto, parece decir: todo se reduce a esto. La causa real del problema es el no sacar deducciones obvias del ejemplo de las aves y de las flores. Pero, junto con esto, hay una falta obvia de fe. "Hombres de poca fe". Esta es la causa última del problema.
La pregunta que naturalmente se suscita es ésta: ¿Qué quiere decir nuestro Señor con 'poca fe'? ¿Cuál es su connotación exacta? Adviértanse que no dice que no tienen fe; los acusa de 'poca' fe. Lo que preocupa a nuestro Se¬ñor no es la ausencia de fe por parte de ellos: es lo inadecuado de esa fe, el hecho de que no tengan fe suficiente. Es por tanto una expresión chocante, y nuestra reacción inmediata debería ser darle gracias a Dios por ella. ¿Qué significa exactamente? La manera adecuada de contestar a esta pregunta es prestar cuidadosa atención a todo el contexto. ¿Cuáles son las personas a las que describe aquí y a las cuales acusa de esto? Una vez más debemos recordar que son cristianos, y sólo cristianos. Nuestro Señor no está hablando acerca de todo el mundo.
El mensaje cristiano en realidad no puede ofrecer consuelo y fortaleza a los que no son cristianos. Palabras como éstas no se dirigen a todo el mundo; se dirigen sólo a aquello» a quienes se aplican las Bienaventuranzas. Se dirigen, pues, a los que son pobres en espíritu, a los que lloran por el sentido de culpa y de pecado, a los que se han visto a sí mismos como verdaderamente perdidos y desvalidos a los ojos de Dios, los que son mansos y por consiguiente tienen hambre y sed de justicia, dándose cuenta que ésta sólo se puede conseguir en el Señor Jesucristo. Esos tienen fe, los otros no tienen ninguna fe. Por tanto se aplica sólo a esas personas.
Además, se refiere a personas de las cuales el Señor puede usar el término 'vuestro Padre celestial'. Dios es Padre sólo para los que están en Jesucristo. Es el Hacedor y el Creador de todos los hombres; todos somos descendientes suyos en ese sentido, pero, como dice el apóstol Juan, sólo aquellos que creen en el Señor Jesucristo tienen el derecho y la autoridad de llegar a ser hijos de Dios (ver Jn. 1:12).
Nuestro Señor, dirigiéndose a los fariseos, habló de 'mi Padre' y 'vuestro padre', y dijo "vosotros sois de vuestro padre el diablo". Lo mismo sucede aquí. No enseña una cierta doctrina vaga y general acerca de la 'paternidad universal de Dios' y de la 'hermandad universal del hombre'. No, el evangelio divide a las personas en dos grupos, los que son cristianos y los que no lo son. Debemos afirmar, y más que nunca en tiempos como éstos, que el evangelio de Jesucristo contiene una sola enseñanza para el mundo no cristiano, a saber, que está bajo la ira de Dios, y que no puede esperar otra cosa sino miseria e infelicidad, guerras y rumores de guerra, y que nunca conocerá la paz verdadera. Dicho en forma positiva, el evangelio cristiano le dice al mundo que debe creer en el Señor Jesucristo, si desea la bendición de Dios. Para el mundo como tal no hay esperanza; sólo hay esperanza para los que son cristianos. El mensaje que comentamos es sólo para aquellos a quienes se aplican las Bienaventuranzas, aquellos que verdadera y justamente dicen que son hijos de Dios en Jesucristo. En realidad, en la expresión inmediata siguiente que examinaremos, contrasta a estas personas con los gentiles —'los gentiles buscan todas estas cosas'—. Ahí vemos la división, 'los gentiles' y los que están 'en Cristo', los que están fuera y los que están dentro, el pueblo de Dios y los que no son el pueblo de Dios.
Así es como debemos entender esta frase. Estas personas tienen fe, pero es fe insuficiente. En consecuencia, no cabe duda de que podríamos decir que nuestro Señor habla aquí acerca de los cristianos que sólo poseen la fe salvadora y que tienden a quedarse ahí. Estas son las personas acerca de las cuales está interesado, y lo que desea es que, como consecuencia de escucharle a Él, lleguen a una fe más profunda y más amplia. La primera razón para esto es que las personas que tiene sólo esa fe salvadora, y no van más allá, se privan de muchísimo en esta vida. Y no sólo eso, sino que debido a la falta de una fe más amplia, están obviamente más inclinados a preocuparse y angustiarse, a esa preocupación mortal que nos ataca a todos en la vida. Nuestro Señor, en realidad, va tan lejos que dice que las preocupaciones en el cristiano se deben siempre en último término a una falta de fe o a la poca fe. El afán y la ansiedad, la depresión y derrota, el estar a merced de la vida y de las circunstancias que la acompañan se deben siempre, en el cristiano, a la falta de fe.
El objetivo, por consiguiente, ha de ser siempre una fe mayor. El primer paso para conseguirlo es darse cuenta de lo que significa 'poca fe'. Veremos que este es el método de nuestro Señor en la siguiente sección que comienza en el versículo 31: "No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos?" Nuestro Señor nos da instrucciones positivas para incrementar nuestra fe, pero antes de hacerlo, desea que veamos exactamente qué significa poca fe. Se comienza con lo negativo y luego se pasa a lo positivo.
¿Cuál es, pues, esta condición que nuestro Señor describe como 'poca fe'? ¿Qué clase de fe es, y qué hay de malo en ella? Ante todo consideremos una definición a grandes rasgos. De esta fe se puede decir, en general, que se limita a una sola esfera de la vida. Es fe que se limita únicamente a la cuestión de la salvación del alma, y no va más allá. No se extiende a la totalidad de la vida ni a todos los detalles de la vida. Esta es una falla común entre los cristianos. Sobre la cuestión de la salvación del alma, tenemos ideas perfectamente claras. La acción del Espíritu Santo nos ha despertado para que viéramos nuestra perdición. Hemos sido convencidos de pecado. Hemos visto lo totalmente incapaces que somos de justificarnos a los ojos de Dios, y que la única forma de liberación está en el Señor Jesucristo. Sabemos que vino a este mundo, y murió por nuestros pecados, y con ello nos reconcilió con Dios. Y creemos en El, y poseemos esta fe salvadora respecto al presente y a toda la eternidad. Esta es la fe salvadora, la que nos hace cristianos. Sí; pero los cristianos a menudo se detienen ahí, y parecen pensar que la fe es algo que se aplica sólo a la cuestión de la salvación. La consecuencia es, desde luego, que en la vida cotidiana sufren muchas derrotas entre ellos y los que no son cristianos. Se preocupan y afanan, se conforman al mundo en muchos aspectos. Su fe es algo que queda reservado sólo para su salvación final, y no parece poseer fe -ninguna en lo referente a los asuntos cotidianos de la vida y a la vida en este mundo. Nuestro Señor se ocupa precisamente de esto. Esas personas han llegado a conocer a Dios como Padre celestial, y sin embargo, siguen afanándose por la comida, la bebida y el vestir. Es una fe limitada, en ese sentido es poca fe; su meta es restringida y además limitada.
Debemos partir de ahí. No podemos leer la Biblia sin ver que la fe verdadera es una fe que abarca la vida toda. Lo vemos en nuestro Señor mismo, lo vemos en los grandes héroes de los que nos habla Hebreos 11. Podríamos decir que la poca fe no se apoya en todas las promesas de Dios. Se interesa sólo en algunas de ellas, y se concentra en éstas. Véannoslo así. Revisemos la Biblia y hagamos una lista de todas las promesas de Dios. Veremos que hay muchas, en realidad un número sorprendente. Pedro habló de 'preciosas y grandísimas promesas'. Es pasmoso y sorprendente. No hay aspecto de la vida que no quede cubierto bajo estas promesas extraordinarias de Dios. ¡Qué culpables somos a la luz de esto! Seleccionamos algunas de estas promesas y nos concentramos en ellas, y por diferentes razones, nunca pensamos en las otras. Nunca hacemos nuestras las otras promesas, y como consecuencia, si bien en algunos aspectos triunfamos, en otros fracasamos miserablemente. Esto es 'poca fe'. Es fe limitada en relación con las promesas, y que no se da cuenta de que debería ser algo que la vinculara con todas, que se apropiara de cada una de ellas.
Veamos esto de nuevo desde un ángulo ligeramente diferente. En cierta ocasión oí a un hombre emplear una expresión que me afectó profundamente en ese tiempo, y todavía ahora me sigue afectando. No estoy muy seguro de que no sea una de las afirmaciones más profundas que haya oído en mi vida. Dijo que el problema de muchos de nosotros los cristianos es que creemos en el Señor Jesucristo, pero que al mismo tiempo no le creemos. Quería decir que creemos en Él en lo referente a la salvación del alma, pero no le creemos cuando nos dice algo como esto de que Dios se va a cuidar de nuestro alimento, e incluso de nuestro vestido. Dios dice cosas como "Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados y yo os haré descansar", y sin embargo nos guardamos los problemas y preocupaciones, vivimos agobiados bajo su peso, nos derrotan, y nos afanamos por las cosas. Nos ha dicho que acudamos a Él cuando nos sintamos así; nos ha dicho que si andamos sedientos en algún sentido podemos acudir a Él, y nos ha garantizado que quienquiera que acuda a Él, nunca tendrá sed, y que el que coma el pan que Él dará, nunca tendrá hambre. Ha prometido darnos "una fuente de agua que salte para vida eterna" de modo que nunca tengamos sed. Pero, no lo creemos. Tomemos todas esas afirmaciones que hizo estando en la tierra, las palabras que dirigió a los que le rodeaban; todas nos estaban destinadas. Fueron dichas para nosotros hoy, lo mismo que cuando las pronunció por primera vez, y este es también el caso de todas las afirmaciones sorprendentes en las cartas. El problema es que no lo creemos. Este es el problema básico. Toca fe' significa no tomar la Biblia como es, no creerla ni vivir de acuerdo a ella, ni aplicarla.
Hasta ahora hemos examinado la 'poca fe' en general. Pasemos entonces a los detalles y examinémosla en una forma más analítica. Debemos hacerlo para ser funcionales, porque después de todo este tema es vital y práctico. No hay falacia mayor que considerar el evangelio de Jesucristo como algo acerca de lo cual uno piensa cuando está en la iglesia, o cuando dedica un cierto tiempo a la meditación. No; se aplica a toda la vida. Veámoslo así. Ser de 'poca fe' significa, ante todo, que las circunstancias nos dominan en vez de dominarlas nosotros a ellas. Esta afirmación es clara. El cuadro que se presenta en toda esta sección es el de personas a quienes la vida gobierna. Ahí están, por así decirlo, sentadas, impotentes, bajo un gran peso de preocupaciones acerca de la comida, la bebida, el vestir, etcétera. Estas cosas los están agobiando, son víctimas de ellas. Tal es el cuadro que el Señor presenta, y sabemos cuan verdadero es. Nos suceden cosas y de inmediato, se apoderan de nosotros, nos sojuzgan. Según la Biblia, eso nunca debería sucederle al cristiano. La Biblia lo presenta siempre como alguien que está por encima de las circunstancias. Puede incluso "sobreabundar de gozo en las tribulaciones", no simplemente enfrentarse a ellas con una especie de fortaleza estoica. No cede ni vacila, o para emplear la expresión conocida, "no la aguanta a regañadientes". No; sobreabunda en gozo en medio de la tribulación. Sólo quien tiene verdadera fe puede ver la vida de esta forma, y puede elevarse a tales alturas, según la Biblia, esto puede hacerlo sólo el cristiano.
¿Por qué el hombre de poca fe permite que las cosas lo dominen y lo abrumen? La respuesta a esta pregunta es que, por su 'poca fe', la persona no piensa, ese es el verdadero problema. En otras palabras, debemos tener todo un concepto adecuado de la fe. Fe, según la enseñanza de nuestro Señor en este párrafo, es primordialmente pensar; y el problema básico del hombre de poca fe es que no piensa; permite que las circunstancias lo intimiden. Esta es la verdadera dificultad en la vida. La vida viene con un garrote en la mano, nos golpea en la cabeza, y nos volvemos incapaces de pensar, nos sentimos impotentes y derrotados. La forma de evitarlo, según nuestro Señor, es pensar. Debemos dedicar más tiempo al estudio de las lecciones de nuestro Señor, en observación y deducción. La Biblia está llena de lógica, y nunca debemos pensar en la fe como algo puramente místico. No nos limitemos a estar sentados en un sillón a esperar que nos sucedan cosas maravillosas. Esto no es fe cristiana. La fe cristiana es esencialmente pensar. Contemplar las aves del cielo, pensar acerca de ellas y sacar conclusiones. Contemplar las hierbas del campo, contemplar los lirios del valle, para meditar en ellos.
El problema, en la mayoría de los casos, radica en que las personas no quieren pensar. En lugar de pensar, se sientan a preguntarse, ¿Qué me va a suceder? ¿Qué puedo hacer? Esto no es pensar; es derrota, es rendirse. Nuestro Se¬ñor en esta pasaje nos incita a pensar, y a pensar de una forma cristiana. Esta es la esencia misma de la fe. Fe, si lo prefieren, podía definirse así: Es el hombre que insiste en pensar cuando todo parece confabularse para intimidarlo y derrotarlo en un sentido intelectual. El problema de la persona de poca fe es que, en lugar de controlar su propio pensamiento, ese pensamiento está controlado por otra cosa, y, como suele decirse, va dando vueltas en círculos. Esta es la esencia de la preocupación. Si uno permanece despierto por la noche durante horas, puedo decirle lo que ha estado haciendo; ha estado dando vueltas en círculos. Vuelve una y otra vez a pensar en los mismos miserables detalles acerca de una persona o de una cosa. Eso no es pensar; es más bien, ausencia de pensamiento, fracaso en el pensar. Esto significa que algo está controlando su pensamiento y dirigiéndolo, para conducirlo a ese estado agobiante que se llama inquietud. Por esto tenemos derecho a definir la 'poca fe', en segundo lugar, como no saber pensar, o permitir que la vida se apodere de nuestro pensamiento, en vez de pensar claramente acerca de ella, en vez de ver la vida de forma global y equilibrada.
La poca fe, si se prefiere, también se puede describir como el fracaso de no aceptar las afirmaciones bíblicas según su valor genuino, el fracaso de no creerlas totalmente. Tomemos a alguien que de repente se ha encontrado con problemas, se ha visto sometido a prueba por las circunstancias. ¿Qué debería hacer? Debería acudir a la Biblia y decirse: "Debo tomar las afirmaciones de este Libro exactamente como son". Todo lo que hay en nosotros por naturaleza, y también el diablo que hay fuera de nosotros, harán todo lo posible para impedirnos que lo hagamos. Nos dirán que estas afirmaciones estuvieron destinadas sólo a los discípulos, y que no son para nosotros. Algunos, como hemos visto, incluso dejarían todo el Sermón del Monte para los discípulos, o lo considerarían apropiado para los que vivirán en algún reino futuro. Otros dicen que estuvo bien para los primeros cristianos que acababan de pasar por Pentecostés, pero que ahora el mundo ha cambiado. Estas son las sugerencias que nos llegan. Pero yo lo rechazo todo. Hemos de leer la Biblia y decirnos a nosotros mismos: "Todo lo que voy a leer aquí se me dice a mí, y si hay algo en mí que corresponde a lo que dijo acerca de ellos, quiere decir que soy fariseo. También estas promesas fueron hechas para mí. Dios no cambia; sigue siendo exactamente como era hace dos mil años, y todas estas cosas son absolutas y eternas!' Debo, pues, acudir a la Biblia y recordar que sólo así la tomo a ella y a su enseñanza como es, en su contexto, que sé que me están hablando. No debo descartarla de ninguna forma. Tengo que tomar la Biblia por lo que es. 'Poca fe' quiere decir que fracasamos en hacer todo esto como deberíamos.
Debemos pasar, sin embargo, a algo que es todavía más práctico. 'Poca fe' en realidad quiere decir no darnos cuenta de las implicaciones de la salvación, y de la situación que surge de ella. Este es claramente el argumento de nuestro Señor y su forma de razonar aquí. La mitad de nuestros problemas se deben al hecho de que no nos damos cuenta, en su totalidad, de las implicaciones de la doctrina de la salvación que creemos. Este es el argumento de todas las Cartas del Nuevo Testamento. La primera parte suele consistir en una afirmación doctrinal, que pretende recordarnos lo que somos y quiénes somos como cristianos. Luego viene una segunda parte práctica, que es siempre una deducción de la primera. Por esto suele empezar con las palabras 'por consiguiente'. Y esto es lo que hace nuestro Señor. Aquí estamos nosotros, preocupándonos acerca de la comida, de la bebida y del vestir. Nuestro problema es que no recordamos que somos hijos de nuestro Padre celestial; si lo recordáramos, nunca volveríamos a inquietarnos. Con sólo que tuviéramos un concepto tenue y vago de los propósitos de Dios respecto a nosotros, resultaría imposible la inquietud. Tomemos, por ejemplo, la gran oración de Pablo por los efesios. Les dice que oraba para que el Señor les diera sabiduría "alumbrando los ojos de vuestro entendimiento" —adviértase la palabra 'entendimiento—. ¿Con qué fin y propósito? '"Para que sepáis cuál es la esperanza a que El os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos" (Ef. 1:18, 19). Esto era, según Pablo, lo que necesitaban conocer y entender. Leamos cualquiera de las Cartas Paulinas y en algún pasaje encontraremos esta clase de afirmación.
El problema que tenemos los cristianos es que no nos damos cuenta de lo que somos como hijos de Dios, no vemos los propósitos benignos de Dios para con nosotros. Vimos esto antes, de paso, cuando examinamos cómo nos comparó, como hijos, con la hierba del campo. La hierba hoy está en el campo, pero mañana será quemada como combustible en el horno para hacer el pan. Pero los hijos de Dios están destinados a la gloria. Todas sus promesas y propósitos son para nosotros, se establecieron para nosotros; y lo único que tenemos que hacer, en un sentido, es precisamente recordar lo que Dios ha dicho acerca de nosotros como hijos suyos. En cuanto comprendemos bien esto, resulta imposible el preocuparse. El hombre entonces comienza a aplicar la lógica que le dice: "Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida» (Ro. 5:10). Así es. Sea lo que fuere lo que nos suceda, "Él que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?" El vigoroso argumento continúa en Romanos 8 "¿Quién acusará a los escogidos de Dios?..." (Ro. 8:32 vss.). Quizá tengamos que enfrentarnos con problemas, angustias y pesares, pero, "en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó". Lo vital es que nos veamos como hijos suyos. La argumentación se sigue por necesidad. Si Dios viste así a la hierba ¿no nos vestirá mucho más a nosotros? Vuestro Padre celestial alimenta a los pájaros. ¿No sois vosotros mucho más que ellos? Tenemos que comprender lo que significa ser hijos de Dios.
O, para decirlo de otra forma, tenemos que darnos cuenta de lo que es Dios como Padre celestial nuestro. También esto es algo que los cristianos tardan en aprender. Creemos en Dios; pero ¡cuánto tardamos en creer y comprender que es nuestro Padre celestial! Cristo habló acerca de ir "a mi Padre, y vuestro Padre". Se ha convertido en Padre nuestro en Cristo. ¿Y qué tenemos que aprender acerca de Él? He aquí algunas consideraciones.
Pensemos primero en los propósitos inmutables de Dios para con sus hijos —y subrayaría esa palabra 'inmutables—. Los hijos de Dios tienen sus nombres escritos en el Libro de Vida del Cordero antes de la fundación del mundo. En esto no hay nada contingente. Fue "antes de la fundación del mundo". Que fueron elegidos. Los propósitos de Dios son inmutables, ya abarcan nuestro destino eterno, nada menos. En la Biblia se expresa constantemente eso de diversas maneras. "Elegidos según la presciencia de Dios", "santificados en Cristo Jesús", "santificados por el Espíritu", y así sucesivamente. Cuando las personas creen cosas como éstas, están en condiciones de hacerle frente a la vida en el mundo de una forma muy diferente. Este fue el secreto, digámoslo una vez más, de los héroes de la fe en Hebreos 11. Entendieron algo de los propósitos inmutables de Dios, y, en consecuencia, tanto Abraham como José y Moisés, todos ellos, sonrieron frente a las calamidades. Siguieron adelante porque Dios así se lo había dicho, por qué sabían que los propósitos de Dios deben realizarse. Abraham fue sometido a la prueba suprema de pedírsele que sacrificara a Isaac. No pudo entenderlo, pero dijo: lo haré porque sé que los propósitos de Dios son firmes y seguros, y aunque tenga que inmolar a Isaac, sé que Dios puede resucitarlo de la muerte. ¡Los propósitos inmutables de Dios! Dios nunca se contradice, y debemos recordar que está siempre alrededor nuestro, detrás nuestro, al lado nuestro. Nos sostienen los brazos eternos.
Luego pensemos en su gran amor. La tragedia de nuestra situación es que no conocemos el amor de Dios como deberíamos. Pablo pidió para los efesios que pudieran conocer el amor de Dios. No conocemos su amor por nosotros. En un sentido, toda la primera Carta de Juan fue escrita para que lo pudiéramos conocer. Si conociéramos el amor que Dios nos tiene, y confiáramos en ello (1 Jn. 4:16), nuestras vidas enteras serían diferentes. Es muy fácil demostrar la grandeza de ese amor a la luz de lo que ya ha hecho en Cristo. Ya hemos examinado estos poderosos argumentos en la Carta a los Romanos. Si cuando aún éramos enemigos suyos hicieron lo máximo por nosotros, cuánto más, lo decimos con reverencia, está obligado a hacer las cosas menores. ¡Que grande es el amor de Dios por nosotros!
Luego debemos meditar acerca de su preocupación por nosotros. Esto es lo que nuestro Señor subraya aquí. Si se preocupa por lo pájaros, ¿cuánto más por nosotros? Nos dice en otro lugar que incluso "los cabellos de vuestra cabeza están todos contados". Y con todo, nos preocupamos por las cosas. ¡Si nos diéramos cuenta de la preocupación amorosa que Dios tiene por nosotros, de que lo sabe todo acerca de nosotros, de que está preocupado por los detalles más mínimos de nuestra vida! Quien cree esto no puede seguir preocupándose.
Luego pensemos en su poder y capacidad. 'Nuestro Dios', 'mi Dios'. ¿Quién es mi Dios que se interesa en forma tan personal por mí? Es el Creador de los cielos y de la tierra. Es el Sostenedor de todo lo que existe.- Leamos de nuevo el Salmo 46 para recordar esto: "Que hace cesar las guerras hasta los fines de la tierra. Que quiebra el arco, corta la lanza, y quema los carros en el fuego". Lo controla todo. Puede aplastar a los paganos y a los enemigos; su poder es ilimitado. Y al contemplar todo esto, debemos de estar de acuerdo con la conclusión del salmista cuando, al dirigirse a los paganos, dijo: "Estad quietos, y conoced que yo soy Dios". No debemos interpretar ese 'estad quietos' es una forma sentimental. Algunos lo consideran como una especie de exhortación a que permanezcamos en silencio, pero no es nada de eso. Significa, "deteneos (o 'ceded') y recordad que soy Dios". Dios se dirige a quienes se le oponían y les dice: Este es mi poder: por lo tanto ceded y deteneos, guardad silencio y reconoced que soy Dios.
Debemos recordar que este poder está actuando en favor nuestro. Hemos visto en la oración de Pablo por los efesios: "La supereminente grandeza de su poder" (1:19). "Aquel que es poderosos para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros" (3:20). A la luz de tales afirmaciones ¿no es ridículo el afanarse? ¿No es completamente necio? No significa sino que no pensamos; no leemos la Biblia, o, si lo hacemos, es de una manera superficial, o estamos tan llenos de prejuicios que no la tomamos por lo que es. Debemos hacer frente a esas cosas y sacar nuestras propias conclusiones.
Un último pensamiento. Esta 'poca fe', se debe en último término a un fallo en aplicar lo que sabemos y pretendemos creer a las circunstancias y detalles de la vida. Lo puedo resumir en una frase. ¿Recuerdan el famoso incidente de la vida terrenal de nuestro Señor cuando se hallaba durmiendo en la barca y ésta comenzó a inundarse? El mar se había agitado, y los discípulos empezaron a angustiarse y le dijeron, "Maestro, ¿no tienes cuidado que perecemos?" La respuesta que les dio resume perfectamente lo que hemos dicho en este capítulo. Dijo: "¿Dónde está vuestra fe?" (ver Le. 8:23-25). ¿Dónde está? La tenéis, pero ¿dónde está? O, si se prefiere, dijo: ¿Por qué no aplicáis vuestra fe a esto? Se ve entonces que no es suficiente decir que tenemos fe; debemos aplicar nuestra fe, debemos relacionarla con la vida, debemos procurar que esté donde debe estar, en todo momento. Resulta pobre el cristianismo que posee esta maravillosa fe respecto a la salvación y luego se estremece y se lamenta ante las pruebas cotidianas de la vida. Debemos aplicar nuestra fe. La 'poca fe' no lo hace. Confío en que, después de examinar esta argumentación vigorosa de nuestro bendito Señor, no sólo nos sentiremos convictos, sino que también veremos que vivir preocupados es una contradicción total de nuestra posición como hijos de Dios. No hay circunstancia ni condición en esta vida, que debiera preocupar a un cristiano. No tiene derecho a preocuparse; y si lo hace no sólo se condena a sí mismo como hombre de poca fe, sino que está deshonrando a su Dios y siendo desleal a su bendito Salvador. "No os afanéis"; ejercitad la fe; comprended la verdad y aplicad-la a todos los detalles de vuestra vida.


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Estudios Sobre el Sermón del Monte

por D. Martyn Lloyd-Jones

Pastor, Iglesia Westminster, Londres



CAPITULO I Introducción General
CAPITULO II Consideraciones Generales y Análisis
CAPITULO III Introducción a las Bienaventuranzas
CAPITULO IV Bienaventurados los Pobres en Espíritu
CAPITULO V Bienaventurados los que Lloran
CAPITULO VI Bienaventurados los Mansos
CAPITULO VII Justicia y Bienaventuranza
CAPITULO VIII Las Piedras de Toque del Apetito Espiritual
CAPITULO IX Bienaventurados los Misericordiosos
CAPITULO X Bienaventurados los de Limpio Corazón
CAPITULO XI Bienaventurados los Pacificadores
CAPITULO XII El Cristiano y la Persecución
CAPITULO XIII Gozo en la Tribulación
CAPITULO XIV La Sal de la Tierra
CAPITULO XV La Luz del Mundo
CAPITULO XVI Que Vuestra Luz Alumbre
CAPITULO XVII Cristo y el Antiguo Testamento
CAPITULO XVIII Cristo Cumple la ley de los Profetas
CAPITULO XIX Justicia Mayor que la de los Escribas y Fariseos
CAPITULO XX La Letra y el Espíritu
CAPITULO XXI No Matarás
CAPITULO XXII Lo Pecaminosidad Extraordinaria del Pecado
CAPITULO XXIII Mortificar el Pecado
CAPITULO XXIV Enseñanza de Cristo Acerca del Divorcio
CAPITULO XXV El Cristiano y Los Juramentos
CAPITULO XXVI Ojo por Ojo y Diente por Diente
CAPITULO   XXVII La Capa y la Segunda Milla
CAPITULO   XXVIII Negarse a Sí Mismo y Seguir a Cristo
CAPITULO  XXIX Amar a los Enemigos
CAPITULO  XXX ¿Qué Hacéis de Más?
CAPÍTULO XXXI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXII Cómo Orar
CAPITULO XXXIII Ayuno
CAPITULO XXXIV Cuando ores
CAPÍTULO XXXV Oración: Adoración
CAPÍTULO XXXVI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXVII Tesoros en la Tierra y en el Cielo
CAPITULO XXXVIII Dios o las Riquezas
CAPITULO XXXIX La Detestable Esclavitud del Pecado
CAPITULO XL No Afanarse
CAPITULO XLI Pájaros y Flores
CAPITULO XLII Poca Fe
CAPITULO XLlll Fe en Aumento
CAPÍTULO XLIV Preocupación: Causas y remedio
CAPITULO XLV 'No Juzguéis'
CAPITULO XLVI La Paja y la Viga
CAPITULO XLVII Juicio y Discernimiento Espirituales
CAPITULO XLVIII Buscar y hallar
CAPÍTULO XLIX La Regla de Oro
CAPITULO L La Puerta Estrecha
CAPITULO LXI El Camino Angosto
CAPITULO LII Falsos profetas
CAPITULO LIII El Árbol y el Fruto
CAPITULO LIV Falsa Paz
CAPITULO LV Hipocresía Inconsciente
CAPITULO LVI Las Señales del Autoengaño
CAPITULO LVII Los dos Hombres y las dos Casas
CAPITULO LVIII ¿Roca o Arena?
CAPITULO LIX La Prueba y la Crisis de la Fe
CAPITULO LX Conclusión
Biblioteca
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