CAPITULO XVII
Cristo y el Antiguo Testamento

'No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido.' Estos versículos, aunque son continuación de lo precedente, con todo constituyen el comienzo de una sección nueva del Sermón. Hasta ahora hemos visto que nuestro Señor se ha ocupado en describir al cristiano. Primero se nos ha recordado lo que somos; luego se nos ha dicho que, siendo así, debemos recordarlo siempre y hacer que nuestra vida sea tal que manifieste constantemente esta naturaleza esencial nuestra. Es como el padre que le dice al hijo que va a participar en una fiesta, 'Recuerda quién eres. Debes comportarte de tal modo que tu familia y tus padres reciban alabanza y honra por ello.' O lo mismo se dice a los alumnos en nombre de la escuela y a los ciudadanos en nombre de la nación.
Esto ha venido diciendo nuestro Señor. Somos hijos de Dios y ciudadanos del reino de los cielos. Debido a ello, tenemos que manifestar las características de tales personas. Lo hacemos así a fin de manifestar su gloria, y a fin de que otros lo glorifiquen.
Se suscita entonces la pregunta de cómo hay que hacerlo. Este es el tema que se nos plantea. La respuesta, en breve, se puede formular así: tenemos que vivir una vida justa. Esta es la palabra que sintetiza la vida cristiana, 'justicia' o rectitud. Y el tema del resto del Sermón del Monte es en muchos aspectos éste, la clase de vida recta que el cristiano ha de vivir. Hasta 7:14 este es el tema que se explica de distintas formas.
¿Qué es esta justicia o rectitud que hemos de manifestar, cuál es la índole de la misma? Los versículos 17 al 20 de este capítulo quinto son una especie de introducción general al tema. Nuestro Señor presenta este problema global de la justicia y de la vida justa que ha de caracterizar al cristiano. Observemos su método. Antes de entrar en detalles, propone ciertos principios generales. Utiliza una introducción antes de comenzar realmente a explicar y expandir el tema. A algunas personas, me parece, no les gustan las introducciones. ¡En ese caso no les gusta el método de nuestro Señor! Es básico comenzar siempre por principios. Los que se equivocan en la práctica suelen ser los que no están seguros de los principios. Me parece que este problema es vital hoy día. Vivimos en una era de especialistas, y el especialista es casi siempre alguien que vive tan perdido en detalles que a menudo olvida los principios. La mayoría de los fracasos en la vida de nuestro tiempo se deben al hecho de que se han olvidado ciertos principios básicos. En otras palabras si todos vivieran una vida piadosa no necesitaríamos tantas reuniones ni organizaciones.
El método de comenzar por principios básicos lo vemos en este caso en que nuestro Señor pasa a tratar de este problema de la justicia. Primero propone en este párrafo dos principios categóricos. En el primero, en los versículos 17 y 18, dice que todo lo que va a enseñar está de acuerdo absoluto con la enseñanza toda de la Escritura del Antiguo Testamento. No hay nada en su enseñanza que la contradiga en forma alguna.
La segunda proposición, que presenta en los versículos 19 y 20, es que su enseñanza, que está en acuerdo tan completo con el Antiguo Testamento, está en desacuerdo absoluto con la enseñanza de los fariseos y escribas; es más, la contradice por completo.
Se trata de dos pronunciamientos importantes, porque nunca entenderemos la vida de nuestro Señor tal como aparece en los cuatro Evangelios a no ser que comprendamos estos principios. Aquí tenemos la explicación del antagonismo que los fariseos, escribas, doctores de la ley y otras gentes, mostraron contra El. Aquí tenemos la explicación de todas las tribulaciones que tuvo que soportar, y de las incomprensiones ante las que se vio.
Otra observación general es que nuestro Señor no se contentó con hacer afirmaciones positivas; también hizo negativas. No se contentó con presentar su doctrina. También criticó otras doctrinas. Vuelvo a subrayar esto de paso porque, como he indicado tan a menudo en la exposición de este Sermón, por alguna razón inexplicable se ha apoderado de mucha gente una cierta flojera —intelectual y moral. Esto se aplica incluso a evangélicos. Muchos, por desgracia, en estos días no están de acuerdo con la enseñanza negativa. 'Enseñemos en forma positiva,' dicen. 'No hay por qué criticar otras posiciones.' Pero nuestro Señor sí criticó la enseñanza de los fariseos y escribas. La desenmascaró y atacó con frecuencia. Y es indispensable, desde luego, que nosotros hagamos lo mismo. Hablamos de ecumenismo, y lo defendemos basados en que, ya que nos hallamos frente a ciertos peligros, no es momento de discutir acerca de puntos doctrinales; más bien deberíamos tratarnos con cordialidad y procurar unirnos. Según nuestro Señor, no ha de ser así. El hecho de que las Iglesias Católica y Ortodoxa Griega se llamen cristianas no es razón para no presentar los errores peligrosos que contienen. Nuestro Señor, pues, no se contentó con lo positivo; y esto, a su vez, nos lleva a otra pregunta. ¿Por qué fue esto así? ¿Por qué juzgó necesaria esta introducción a la parte detallada del Sermón? Creo que la respuesta es muy sencilla. Al leer los Evangelios vemos con claridad que había mucha confusión respecto a la enseñanza de nuestro Señor. Para sus contemporáneos, no cabe duda que resultaba un problema difícil. Había tantas cosas extrañas en él. No era fariseo ni había sido preparado como tal. No había asistido a las escuelas de costumbre, y por ello lo observaban y decían, '¿Quién es éste que enseña y hace estas afirmaciones dogmáticas? ¿Qué es este hombre?' No había llegado a la posición de maestro por el curso normal, y esto creaba de inmediato problemas. Los líderes y la gente se sentían perplejos ante él. Pero no sólo esto. Como les he venido recordando, criticó a los fariseos y a los escribas, y a sus enseñanzas. Pero, éstos eran los líderes aceptados y los maestros religiosos, y todo el mundo repetía lo que ellos enseñaban. Ocupaban un lugar importante en la vida de la nación. Pero, he aquí que de repente alguien que no era de su escuela, y que además atacaba su enseñanza, hace su aparición. Además, no se dedicaba a explicar la ley. Predicaba una doctrina extraordinaria de gracia y del amor de Dios, y presentaba tales cosas como la parábola del Hijo Pródigo. Pero, peor aún, se mezclaba con publícanos y pecadores, incluso comiendo con ellos. No sólo parecía no observar todas las normas y reglas existentes; de hecho parecía violarlas premeditadamente. Criticaba de palabra la enseñanza oficial, y también en la práctica.
Por esta razón de inmediato comenzaron a hacerse preguntas. '¿Cree este nuevo Maestro en las Sagradas Escrituras? Los fariseos y escribas pretenden ser los exponentes de ellas; ¿este Jesús de Nazaret, por tanto, no cree en ellas? ¿Ha venido para abolirías? ¿Enseña algo completamente nuevo? ¿Quiere abrogar la ley y los profetas? ¿Enseña acaso que existe una forma nueva para llegar a Dios y agradarle? ¿Quiere que olvidemos por completo el pasado?' Estas eran las preguntas que nuestro Señor sabía muy bien iban a suscitarse debido a su persona y conducta. Por esto, aquí, en la introducción misma a sus enseñanzas más detalladas, sale al paso a tales críticas. Sobre todo pone sobre aviso a sus discípulos para que no se dejen confundir ni influir por lo que iban a escuchar. Los prepara para ello con la formulación de estos dos postulados fundamentales.
Nuestro Señor ya les había dicho en general cómo debían ser y la clase de justicia que tenían que manifestar. Ahora, cuando va a comenzar con problemas detallados y específicos, quiso que entendieran la situación general. Les llamo la atención acerca de esto no por interés teórico ni porque sea una sección nueva de este Sermón que debemos exponer. Lo hago porque es un problema apremiante y práctico para todos nosotros quienes, en un modo u otro, nos interesamos por la vida cristiana. Porque no se trata de un problema antiguo, sino moderno también. No es algo teórico, porque hay muchos que se sienten confundidos ante esta cuestión. Hay quienes tropiezan en Cristo y su salvación por esta cuestión de su relación con la ley; y por esto creo que es básico que lo examinemos. En realidad hay quienes dicen que este versículo que estamos estudiando les aumenta el problema en vez de disminuírselo.
Dos dificultades básicas se plantean respecto a esto. Una escuela de pensamiento cree que todo lo que nuestro Señor hizo fue continuar  enseñando la ley. Saben de quienes hablo, si bien esta enseñanza ya no es tan popular como treinta años atrás. Los que así piensan dicen que encuentran una gran diferencia entre los cuatro Evangelios y las Cartas del Nuevo Testamento. Los Evangelios no son más que una exposición maravillosa de la antigua ley, y Jesús de Nazaret fue simplemente un Maestro de la Ley. El verdadero fundador del llamado cristianismo, prosiguen, fue el hombre que conocemos como apóstol Pablo con toda su doctrina y legalismo. Los cuatro Evangelios no son más que ley, enseñanza ética e instrucción moral; no hay nada en ellos acerca de la doctrina de la justificación por fe, de la santificación y cosas semejantes. Esto es el resultado de la obra de Pablo y de su teología. La tragedia, dicen, es que el evangelio de Jesús, tan sencillo y hermoso, lo convirtió este hombre Pablo en lo que ha llegado a ser el cristianismo, lo cual es completamente diferente de la religión de Jesús. Algunos con edad suficiente recordarán que hacia finales del siglo pasado y comienzos de éste se escribieron bastantes libros con estas ideas, La Religión de Jesús y la Fe de Pablo, y así sucesivamente, que trataron de demostrar el gran contraste existente entre Jesús y Pablo.    Esta es una dificultad.
La segunda es lo opuesto a la primera. Es interesante observar cómo las herejías suelen casi siempre contradecirse entre sí. Porque la segunda idea es que Cristo abolió por completo la ley, e introdujo en su lugar a la gracia. 'La ley la dio Moisés,' dicen, 'la gracia y la verdad vinieron con Cristo.' El cristiano, por tanto, está desligado de la ley. Argumentan a base de que la Biblia dice que estamos bajo gracia, de modo que nunca debemos mencionar ni siquiera la ley. Recordarán que nos ocupamos de esta idea en el capítulo primero. En él estudiamos la opinión que dice que el Sermón del Monte no tiene nada que decirnos hoy, que fue para el pueblo al cual se predicó, y será para los judíos en la era del reino futuro. Es interesante observar cómo siguen persistiendo estos viejos problemas.
Nuestro Señor responde a ambas dificultades al mismo tiempo en esta afirmación vital de los versículos 17 y 18, los cuales tratan de este problema concreto de su relación con la ley y los profetas. ¿Qué dice acerca de esto? Quizá lo mejor a estas alturas es definir los términos a fin de tener la seguridad de que entendemos lo que significan. ¿Qué quiere decir 'la ley' y 'los profetas'? La respuesta es, todo el Antiguo Testamento. Puede uno buscar pasajes por sí mismo y se verá que siempre que se emplea tal expresión abarca todo el canon del Antiguo Testamento.
¿Qué quiere, pues, decir 'la ley' en este texto? Me parece que debemos estar de acuerdo en que esta palabra, tal como se emplea aquí, significa toda la ley. Esta ley, tal como se había dado a los hijos de Israel, contenía tres partes, la moral, la judicial y la ceremonial. Si vuelven a leer los libros de Éxodo, Levítico y Números, verán que así la dio Dios. La ley moral consistía en los Diez Mandamientos y los grandes principios morales que se promulgaron de una vez por siempre. Luego estaba la ley judicial, es decir las leyes para la nación israelita en las circunstancias peculiares de ese tiempo, las cuales indicaban cómo los hombres tenían que comportarse en relación con los demás y lo que se podía y no se podía hacer. Finalmente estaba la ley ceremonial referente a inmolaciones y sacrificios y todos los ritos relacionados con el culto tanto en el templo como en otros lugares.    'La ley'  en nuestro texto significa todo esto; nuestro Señor se refiere aquí a todo lo que ella enseña directamente acerca de la vida y la conducta.
También debemos recordar, sin embargo, que la ley incluye todo lo que se enseña en los varios símbolos, diferentes ofrendas y todos los detalles que el Antiguo Testamento contiene. Muchos cristianos dicen que encuentran muy aburridos los libros de Éxodo y Levítico. '¿A qué vienen tantos detalles,' preguntan, 'acerca de la comida, la sal y todo lo demás?' Bien, todo esto son sólo símbolos, profecías, a su manera, de lo que nuestro Señor Jesucristo hizo perfectamente una vez por todas. Afirmo, por tanto, que cuando hablamos de la ley debemos recordar que va incluido todo esto. No sólo la enseñanza positiva, directa, de estos libros y sus preceptos en cuanto a la forma de vivir; también incluye todo lo que sugieren y predicen respecto a lo por venir. La ley, pues, debe tomarse en su totalidad. De hecho, veremos que, desde el versículo 21 en adelante, cuando nuestro Señor habla de la ley habla sólo del aspecto moral. Pero en esta afirmación general se refiere a toda ella.
¿Qué significa 'los profetas'? Quiere decir sin duda todo lo que tenemos en los libros proféticos del Antiguo Testamento. Tampoco en esto debemos nunca olvidar que contienen dos aspectos principales. Los profetas de hecho enseñaron la ley, y la aplicaron e interpretaron. Fueron a la nación y le dijeron que el problema que tenía era que no observaban la ley de Dios; su misión y esfuerzo se encaminaba a conseguir que el pueblo la entendiera bien y la cumpliera. Para ello la explicaban. Pero además, predijeron la venida del Mesías. Proclamaban y, al mismo tiempo, predecían. Ambos aspectos están incluidos en el mensaje profético.
Nos queda sólo, ahora, el término 'cumplir.' Ha habido mucha confusión en cuanto a su significado, de modo que debemos indicar de inmediato que no significa completar, acabar; no quiere decir agregar a algo que ya ha comenzado. Esta interpretación común es errónea. Se ha dicho que el Antiguo Testamento comenzó cierta enseñanza y que la llevó hasta cierto punto. Luego vino nuestro Señor y la llevó un poco más adelante, completándola y acabándola, por así decirlo. Pero no es así. El significado verdadero de la palabra 'cumplir' es llevar a cabo, cumplir en el sentido de prestarle obediencia completa, literalmente llevar a cabo todo lo que ha sido dicho y establecido en la ley y en los profetas.
Una vez definidos los términos, examinemos ahora qué nos dice nuestro Señor en realidad. ¿Cuál es su verdadera enseñanza? Voy a formularlo en dos principios y, para ello, voy a tomar el versículo 18 antes del 17. Las dos afirmaciones van juntas, y están unidas por la palabra 'porque.' 'No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir.' Y esta es la razón. 'Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido.'
La primera proposición es que la ley de Dios es absoluta; nunca se puede cambiar, ni modificar en lo más mínimo. Es absoluta y eterna. Sus exigencias son permanentes, y nunca se pueden abrogar ni reducir 'hasta que pasen el cielo y la tierra.' Esta última expresión significa el fin de los tiempos. El cielo y la tierra son señal de continuidad. Mientras permanezcan, dice nuestro Señor, nada desaparecerá, ni una jota ni una tilde. No hay nada más pequeño que eso, la letra más pequeña del alfabeto hebreo y el punto más pequeño en la letra más pequeña. El cielo y la tierra no pasarán hasta que no se hayan cumplido a la perfección los más mínimos detalles. Esto dice, y estamos, desde luego, frente a uno de los pronunciamientos más importantes que se hayan hecho jamás. Nuestro Señor lo pone de relieve con la palabra 'porque,' la cual llama siempre la atención acerca de algo e indica gravedad e importancia. Luego le da más importancia con el 'de cierto os digo.' Recalca lo que dice con toda la autoridad que posee. La ley que Dios ha promulgado, y que se puede encontrar en el Antiguo Testamento y en todo lo que los profetas han dicho, se va a cumplir hasta el más mínimo detalle, y permanecerá hasta que se haya cumplido a la perfección. No me hace falta subrayar más la importancia vital de esto.
Luego, a la luz de esto, nuestro Señor afirma en segundo lugar que, como es lógico, no ha venido a destruir ni a modificar en lo más mínimo la enseñanza de la ley y los profetas. Ha venido, nos dice, más bien a cumplirlos, a obedecerlos a la perfección. Vemos la esencia de lo que dice nuestro Señor. Toda la ley y todos los profetas lo señalan a El y se cumplirán en El hasta el más mínimo detalle. Todo lo que hay en la ley y los profetas culmina en Cristo; El es la plenitud de todo. Es la alegación más estupenda que se haya hecho jamás.
Debemos estudiar esto más en detalle, pero he aquí; primero, la conclusión inmediata. Nuestro Señor Jesucristo en estos dos versículos confirma todo el Antiguo Testamento. Le pone su sello de autoridad, su imprimátur. Lean estos cuatro Evangelios, y observan las citas que toma del Antiguo Testamento. Se puede llegar a una sola conclusión, a saber, que creyó en todo él y no sólo en algunas partes. Citó de todas sus partes. Para el Señor Jesucristo el Antiguo Testamento era la Palabra de Dios; era la Escritura; era algo absolutamente único y aparte; tenía una autoridad que nada ha poseído ni puede poseer jamás. Estamos, pues, frente a una verdad vital respecto a este asunto de la autoridad del Antiguo Testamento.
Hay muchas personas hoy día que parecen pensar que pueden creer de lleno en el Señor Jesucristo y con todo rechazar del todo o en parte el Antiguo Testamento. Debe decirse, sin embargo, que el problema de nuestra actitud frente al Antiguo Testamento suscita inevitablemente el problema de nuestra actitud frente a Jesucristo. Si decimos que no creemos en el relato de la creación, o en Abraham como persona; si no creemos que la ley se la dio Dios a Moisés, sino que fue una parte de la legislación judía que un hombre genial produjo, alguien obviamente con ideas sanas acerca de la salud e higiene públicas — si decimos esto, de hecho contradecimos simplemente todo lo que nuestro Señor Jesucristo dijo acerca de sí mismo, de la ley y de los profetas. Todo el Antiguo Testamento, según El, es la Palabra de Dios. No sólo esto; todo él va a permanecer hasta que se haya cumplido. Hasta las jotas y tildes, todo tiene significado. Todo va a cumplirse hasta el más mínimo detalle imaginable. Es la ley de Dios, es promulgación de Dios.
Tampoco las palabras de los profetas eran palabras de nombres poetas quienes, debido a su don poético, vieron un poco más allá en la vida que los demás, y, así inspirados, hicieron afirmaciones maravillosas acerca de la vida y de cómo vivirla. En absoluto. Fueron hombres de Dios a quienes El comunicó un mensaje para transmitir. Lo que dijeron es verdad, y todo se cumplirá hasta el más mínimo detalle. Todo fue dado en relación con Cristo. El es el cumplimiento de todo, y sólo en cuanto se cumplen plenamente en El llegarán a acabarse.
También esto es de importancia vital. A menudo la gente se pregunta por qué la Iglesia primitiva quiso incorporar el Antiguo Testamento con el Nuevo. Muchos cristianos dicen que les gusta leer los Evangelios, pero que no les interesa el Antiguo Testamento, y que esos cinco libros de Moisés y su mensaje nada les dicen. La Iglesia primitiva no pensó así, por esta simple razón: uno arroja luz sobre el otro, y uno en un sentido sólo se puede entender a la luz del otro. Estos dos Testamentos siempre deben ir juntos. Como dijo una vez el gran San Agustín, 'El Nuevo Testamento está latente en el Antiguo Testamento y el Antiguo Testamento está patente en el Nuevo Testamento.'
Pero, sobre todo, he aquí lo que dice el Hijo de Dios mismo cuando afirma que no vino a abrogar el Antiguo Testamento, la ley y los profetas. 'No,' parece decir, 'todo es de Dios, y he venido para llevarlo todo a cabo y cumplirlo.' Lo consideró todo como la Palabra de Dios y por tanto con autoridad absoluta. Y ustedes y yo, si queremos ser verdaderos seguidores suyos y creyentes en El, hemos de hacer lo mismo. En cuanto comienza a discutir la autoridad del Antiguo Testamento, discute uno por necesidad la autoridad del Hijo de Dios mismo, y se va uno a encontrar con problemas y dificultades sin fin. Si empieza uno a decir que fue hijo de su época y por ello limitado a ciertos aspectos y susceptible de error, está uno poniendo en tela de juicio la doctrina bíblica en cuanto a su divinidad plena, absoluta y única. Hay que tener cuidado, por tanto, en lo que se dice de las Escrituras. Observen las citas que nuestro Señor toma de las mismas — citas de la ley, de los profetas, de los salmos. Las citas a cada paso. Para El son siempre la Escritura que ha sido dada, y que, dice en Juan 10:35, 'no puede ser quebrantada.' Es la Palabra de Dios que va a cumplirse hasta el detalle más mínimo y que permanecerá mientras existan el cielo y la tierra.


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Biblioteca
Estudios Sobre el Sermón del Monte

por D. Martyn Lloyd-Jones

Pastor, Iglesia Westminster, Londres



CAPITULO I Introducción General
CAPITULO II Consideraciones Generales y Análisis
CAPITULO III Introducción a las Bienaventuranzas
CAPITULO IV Bienaventurados los Pobres en Espíritu
CAPITULO V Bienaventurados los que Lloran
CAPITULO VI Bienaventurados los Mansos
CAPITULO VII Justicia y Bienaventuranza
CAPITULO VIII Las Piedras de Toque del Apetito Espiritual
CAPITULO IX Bienaventurados los Misericordiosos
CAPITULO X Bienaventurados los de Limpio Corazón
CAPITULO XI Bienaventurados los Pacificadores
CAPITULO XII El Cristiano y la Persecución
CAPITULO XIII Gozo en la Tribulación
CAPITULO XIV La Sal de la Tierra
CAPITULO XV La Luz del Mundo
CAPITULO XVI Que Vuestra Luz Alumbre
CAPITULO XVII Cristo y el Antiguo Testamento
CAPITULO XVIII Cristo Cumple la ley de los Profetas
CAPITULO XIX Justicia Mayor que la de los Escribas y Fariseos
CAPITULO XX La Letra y el Espíritu
CAPITULO XXI No Matarás
CAPITULO XXII Lo Pecaminosidad Extraordinaria del Pecado
CAPITULO XXIII Mortificar el Pecado
CAPITULO XXIV Enseñanza de Cristo Acerca del Divorcio
CAPITULO XXV El Cristiano y Los Juramentos
CAPITULO XXVI Ojo por Ojo y Diente por Diente
CAPITULO   XXVII La Capa y la Segunda Milla
CAPITULO   XXVIII Negarse a Sí Mismo y Seguir a Cristo
CAPITULO  XXIX Amar a los Enemigos
CAPITULO  XXX ¿Qué Hacéis de Más?
CAPÍTULO XXXI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXII Cómo Orar
CAPITULO XXXIII Ayuno
CAPITULO XXXIV Cuando ores
CAPÍTULO XXXV Oración: Adoración
CAPÍTULO XXXVI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXVII Tesoros en la Tierra y en el Cielo
CAPITULO XXXVIII Dios o las Riquezas
CAPITULO XXXIX La Detestable Esclavitud del Pecado
CAPITULO XL No Afanarse
CAPITULO XLI Pájaros y Flores
CAPITULO XLII Poca Fe
CAPITULO XLlll Fe en Aumento
CAPÍTULO XLIV Preocupación: Causas y remedio
CAPITULO XLV 'No Juzguéis'
CAPITULO XLVI La Paja y la Viga
CAPITULO XLVII Juicio y Discernimiento Espirituales
CAPITULO XLVIII Buscar y hallar
CAPÍTULO XLIX La Regla de Oro
CAPITULO L La Puerta Estrecha
CAPITULO LXI El Camino Angosto
CAPITULO LII Falsos profetas
CAPITULO LIII El Árbol y el Fruto
CAPITULO LIV Falsa Paz
CAPITULO LV Hipocresía Inconsciente
CAPITULO LVI Las Señales del Autoengaño
CAPITULO LVII Los dos Hombres y las dos Casas
CAPITULO LVIII ¿Roca o Arena?
CAPITULO LIX La Prueba y la Crisis de la Fe
CAPITULO LX Conclusión
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