CAPITULO XLVIII
Buscar y hallar

No puedo imaginar una afirmación mejor, más alentadora o más consoladora, con la que poder enfrentarse a todas las incertidumbres y azares de nuestra vida en este mundo, que la contenida en los versículos 7-11. Es una de esas promesas comprensivas y llenas de gracia que sólo se encuentran en la Biblia. No hay nada que pueda ser más alentador que esas promesas al enfrentarnos con la vida y todas sus incertidumbres y posibilidades, y con nuestro futuro desconocido. En una situación así, ésta es la esencia del mensaje bíblico desde el principio hasta el fin, ésta es la promesa que se nos hace: "Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá". Para que estemos completamente seguros de ello, nuestro Señor lo repite, y lo pone en una forma todavía más vigorosa, cuando dice: "Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá". No caben dudas acerca de ello, es cierto; es una promesa absoluta. Lo que es más, es una promesa que hace el Hijo de Dios mismo, hablando con toda plenitud y autoridad de su Padre.
La Biblia nos enseña a cada paso que ésta es la única cosa que importa en la vida. La visión bíblica de la vida, en contraposición con la visión mundana, es que la vida es un viaje, un viaje lleno de perplejidades, problemas e incertidumbres. Siendo así, pone de relieve que lo que en realidad importa en la vida no es tanto las distintas cosas que nos ocurren, y de las que tenemos que ocuparnos, sino nuestra disposición para enfrentarnos con ellas. La enseñanza bíblica total respecto a la vida está sintetizada en cierto sentido en Abraham, de quien se nos dice, "salió sin saber a dónde iba". Sin embargo, fue perfectamente feliz, vivió en paz y tranquilidad. No tuvo miedo. ¿Por qué? Un antiguo puritano que vivió hace 300 años respondió a Este pregunta por nosotros: "Abraham salió sin saber a dónde iba; pero sabía con quien iba." Esto es lo que importa, sabía que había salido a ese viaje con Alguien. No estaba solo, había Alguien con él que le había dicho que nunca le dejaría ni abandonaría: y aunque no estaba seguro de los sucesos en los que se iba a encontrar, y de los problemas que se suscitarían, estaba perfectamente feliz, porque conocía, si me permiten decirlo así, a su Compañero de viaje.
Abraham fue como el Señor Jesucristo mismo, quien, bajo la sombra de la cruz, y sabiendo que incluso sus discípulos más íntimos iban a dejarle y abandonarle por miedo y preocupación de salvar sus propias vidas, sin embargo pudo decir esto: "He aquí la hora viene, y ha venido ya, en que seréis esparcidos cada uno por su lado, y me dejaréis solo; mas no estaré solo, porque el Padre está conmigo" (Jn. 16:32). Según la Biblia, esto es lo único que importa; nuestro Señor no nos promete cambiarnos la vida; no nos promete quitar dificultades y pruebas y problemas y tribulaciones; no dice que va a arrancar todas las espinas y dejar sólo las rosas con su aroma maravilloso, no; se enfrenta con la vida en forma realista, y nos dice que estas son cosas que la carne hereda, y que tienen que suceder. Pero nos garantiza que podemos conocerlo hasta tal punto que, sea lo que fuere lo que suceda, nunca tenemos que asustarnos, nunca tenemos que alarmarnos. Dice todo esto en esta promesa tan grande y comprensiva: "Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá." Ésta es una de las formas bíblicas de repetir este mensaje que se encuentra a lo largo de la Biblia, como espina dorsal, desde el principio hasta el fin.
Para sacar todo el provecho de palabras tan maravillosas y llenas de gracia, debemos examinarlas con más detalle. No basta con repetir una frase como ésta. La Biblia nunca debe utilizarse como una especie de tratamiento psicológico. Hay personas que así lo hacen. Hay personas que piensan que la mejor forma de pasar por la vida triunfalmente es leer y repetir maravillosos versículos. Desde luego que eso puede ayudar hasta cierto punto; pero no es el mensaje bíblico ni el método bíblico. Esa especie de tratamiento psicológico alivia sólo en forma temporal. Es como la enseñanza que nos dice que no hay enfermedades, y que uno no puede estar enfermo, y que como no hay enfermedad no hay dolor. Esto parece muy útil y puede conducir a mejoras temporales; pero sí hay enfermedades, y enfermedades que llevan a la muerte, como incluso llegan a descubrir por sí mismos los seguidores de tales ideas. Esta no es la forma bíblica. La Biblia nos transmite la verdad, y quiere que examinemos esta verdad. Así pues, cuando llegamos a una frase como ésta, no nos contentamos con decir, 'está bien'. Debemos saber qué significa, y debemos aplicarla en detalle en nuestra vida.
Al comenzar a analizar esta gran afirmación, debemos recordar esa norma de interpretación que hemos oído a menudo y que nos pone sobre aviso contra el peligro de sacar un texto de su contexto. Tenemos que evitar el terrible peligro de torcer la Biblia, para perdición nuestra, al no tomarla en su contexto, o al no observar específicamente lo que dice, o al no prestar atención tanto a las limitaciones como a las promesas. Esto es sobremanera importante en el caso de una afirmación como ésta. Hay personas que dicen, "La Biblia dice, 'Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá'. Muy bien" —prosiguen— "¿acaso esto no dice en forma explícita, y no quiere decir necesariamente, que todo lo que desee o quiera, Dios me lo va a dar?" Y porque creen que dice esto, y porque piensan que esa es la enseñanza bíblica, prescinden de las demás enseñanzas y van a Dios con todas sus peticiones. Estas peticiones no se les conceden, y entonces se hunden en la depresión y la desesperanza. Su situación es todavía peor de lo que era antes; y dicen: "Al parecer Dios no cumple sus promesas", y se sienten amargados e infelices. Tenemos que evitar esto. La Biblia no es algo que funciona automáticamente. Nos hace un gran cumplido al considerarnos como personas inteligentes, y le presenta la verdad a nuestra mente por medio del Espíritu Santo. Nos pide que la tomemos como es, y como un todo, con todas sus promesas. Por esta razón, como se advertirá, no examinamos solamente los versículos 7 y 8. Vamos a examinar los versículos 7-11 porque debemos tomar esta afirmación como un todo, si no queremos desviarnos gravemente al examinar sus distintas partes.
No es difícil mostrar que esta afirmación, lejos de ser una promesa universal por la que Dios se ha comprometido a darnos todo lo que le pedimos, es de hecho algo mucho mayor que eso. Doy gracias a Dios —permítaseme decirlo con toda claridad— doy gracias a Dios de que no esté dispuesto a darme todo lo que se me pueda ocurrir pedirle, y digo esto como resultado de mi propia experiencia. En mi vida pasada yo, al igual que todos los demás, he pedido a menudo a Dios cosas, y he pedido a Dios que haga cosas, que en esos momentos deseaba mucho y que creía que eran lo mejor para mí. Pero ahora, situado en este punto concreto de mi vida y al mirar hacia atrás, digo que me siento profundamente agradecido a Dios de que no me concediera ciertas cosas que pedía, y de que me cerrara la puerta en la cara. En aquel momento no entendí, pero ahora sé, y estoy agradecido a Dios por ello. Por ello doy gracias a Dios de que esto no sea una promesa universal, y de que Dios no me vaya a dar todo lo que deseo y pido. Dios tiene cosas mejores para nosotros, y ahora lo veremos.
La forma adecuada de ver esta promesa es la siguiente. Ante todo preguntémonos lo obvio. ¿Por qué nuestro Señor pronunció estas palabras en este momento específico? ¿Por qué están en esa fase determinada del Sermón del Monte? Recordamos que hay personas que dicen que este capítulo séptimo de Mateo, esta porción final del Sermón del Monte, no es sino una colección de afirmaciones que nuestro Señor emite a medida que se le ocurren. Pero ya hemos convenido en que este análisis es muy falso, y que hay un tema que constituye la espina dorsal del capítulo. El tema es el del juicio, y se nos recuerda que en esta vida vivimos siempre bajo el juicio de Dios. Nos guste o no, la mirada de Dios nos sigue, y esta vida es una especie de escuela preparatoria para la gran vida que nos espera más allá de la muerte y del tiempo. En consecuencia todo lo' que hacemos en este mundo tiene un significado tremendo, y no podemos permitirnos el lujo de dar nada por sentado. Éste es el tema, y nuestro Señor lo aplica de inmediato. Comienza con la cuestión de juzgar a los demás. Debemos tener cuidado acerca de esto porque nosotros mismos estamos bajo juicio. Pero, ¿por qué entonces nuestro Señor pronuncia esta promesa de los versículos 7-11 a estas alturas? La respuesta es ésta: En los versículos 1-6 nos ha mostrado el peligro de condenar a los demás como si fuéramos nosotros los jueces, y albergar amargura y odio en el corazón. También nos ha dicho que debemos procurar quitar la viga de nuestro propio ojo antes de extraer la paja del ojo ajeno. El efecto de todo esto en nosotros es revelarnos quienes somos y mostrarnos nuestra tremenda necesidad de gracia. Nos ha colocado frente a frente de esa norma tremendamente elevada con la que seremos juzgados —"Con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido"-^. Ésta es la situación al final de versículo sexto.
De inmediato, caemos en la cuenta de que hemos sido humillados y comenzamos a preguntar, "¿Quién podrá vivir así? ¿Cómo puedo vivir de acuerdo con tales normas?" Y no sólo esto; caemos en la cuenta de la necesidad de purificación. Nos percatamos de lo indignos y pecadores que somos. Y el resultado de todo esto es que nos sentimos completamente desesperanzados e impotentes. Decimos, "¿Cómo podemos vivir el Sermón del Monte? ¿Cómo puede alguien alcanzar semejante nivel? Necesitamos ayuda y gracia. ¿Dónde podemos conseguirlos?" He aquí la respuesta "Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá." Este es el nexo, y deberíamos agradecérselo a Dios, porque al situarnos frente a frente de este glorioso evangelio, todos debemos sentirnos poca cosa, indignos. Esas personas necias que piensan en el cristianismo sólo en función de una cierta moralidad que realmente pueden alcanzar por sí mismos, nunca lo han entendido de verdad. La norma que se nos plantea es la que se encuentra en el Sermón del Monte y, según ella, quedamos aplastados hasta el suelo y caemos en la cuenta de nuestra incapacidad total y de nuestra necesidad desesperada de gracia. He aquí la respuesta; el suministro está disponible, y nuestro Señor lo repite para ponerlo más de relieve.
Al examinar esto hay que plantearse una serie de preguntas. ¿Por qué somos lo que somos si existen tales promesas? ¿Por qué es tan pobre la calidad de nuestra vida cristiana? No nos queda ninguna excusa. Todo lo que necesitamos está disponible; ¿por qué entonces somos lo que somos? ¿Por qué no somos ejemplos más perfectos de Este Sermón del Monte? ¿Por qué no nos conformamos cada vez más al modelo del Señor Jesucristo mismo? Se nos ofrece todo lo que necesitamos; todo nos ha sido prometido en esta promesa general. ¿Por qué no nos servimos de ella como deberíamos? Por suerte esta pregunta tiene respuesta, y éste es el significado verdadero de este versículo. Nuestro Señor analiza estas palabras y nos muestra por qué no hemos recibido, por qué no hemos hallado, por qué la puerta no nos ha sido abierta como hubiera debido serlo. Sabe lo que somos, y nos estimula a servirnos de esta promesa graciosa. En otras palabras, hay que observar ciertas condiciones para poder disfrutar de estos grandes beneficios que se nos ofrecen en Cristo. ¿Cuáles son? Mencionémoslas en forma sencilla y breve.
Si queremos pasar por la vida en forma triunfal, con paz y gozo en el corazón, dispuestos a enfrentarnos con todo lo que se nos pueda presentar, y ser más que triunfadores a pesar de todo, hay ciertas cosas que debemos observar, y aquí las tenemos. La primera es que debemos darnos cuenta de nuestra necesidad. Es extraño, pero hay personas que parecen pensar que lo único necesario es que las promesas de Dios existan. Sin embargo esto no es suficiente, porque el problema básico del género humano es que no cae en la cuenta de la necesidad en que está. Hay muchos que predican acerca del Señor Jesucristo sin conseguir ningún efecto y éste es el por qué. No tienen doctrina del pecado, nunca convencen a las personas de su pecado. Siempre presentan a Cristo y dicen que esto es suficiente. Pero no es suficiente; porque el efecto del pecado en nosotros es tal que nunca acudiremos a Cristo a no ser que caigamos en la cuenta de que somos pobres. Pero no nos gusta considerarnos como pobres, y no nos gusta sentir nuestra necesidad. La gente está dispuesta a escuchar sermones que presentan a Cristo, pero no les gusta que se les diga que son tan incapaces, que Cristo tuvo que ascender a la cruz y morir para que pudieran ser salvos. Piensan que eso es ofensivo. Tenemos que caer en la cuenta de nuestra necesidad. Los dos primeros elementos esenciales para la salvación y para el gozo en Cristo son la conciencia de nuestra necesidad, y la conciencia de la riqueza de la gracia que hay en Cristo. Sólo los que se dan cuenta de estas cosas pueden verdaderamente 'pedir', porque sólo el que dice "¡Miserable de mí!" busca la liberación. Los otros no son conscientes de su necesidad. El que sabe que está hundido es el que comienza a pedir. Y entonces comienza a darse cuenta de las posibilidades que existen en Cristo.
Lo que nuestro Señor subraya aquí, al comienzo, es la importancia decisiva de conocer nuestra necesidad. Lo dice por medio de estos tres términos —pedir, buscar, llamar. Al leer los comentaristas encontramos grandes discusiones respecto a si buscar es más vigoroso que pedir, y llamar más vigoroso que buscar. Dedican mucho tiempo a discutir tales puntos. Y como de costumbre, uno encuentra que tienden a contradecirse. Unos dicen que pedir significa un deseo superficial, buscar un deseo mayor, y llamar algo muy poderoso. Otros dicen que el hombre que llama es el que está afuera y que lo más elevado es pedir, no llamar. El no creyente, dicen, debe llamar a la puerta, y una vez que ha entrado por la puerta comienza a buscar, y por fin, frente a frente a su Señor y maestro, puede pedir.
Pero todo esto está fuera de propósito. Nuestro Señor simplemente quiere enfatizar una cosa, a saber, que hemos de mostrar persistencia, perseverancia, porfía. Ello se ve claramente cuando se presta atención al marco general de este pasaje en Lucas 11. Ahí tenemos la parábola del hombre a quien llega de repente un huésped a medianoche, y como no tiene pan para él, sale a llamar a la puerta de un amigo que ya estaba acostado. Y debido a su porfía el amigo le da algo de pan. Lo mismo se enseña en la parábola de la viuda insistente en Lucas 18. Y esto es lo que tenemos aquí. Estas tres palabras subrayan el elemento de persistencia. Hay momentos de hacer balance de la vida cuando nos detenemos y decimos: "La vida sigue; yo sigo. ¿Qué progreso hago en esta vida y en este mundo?" Comenzamos a sacar el balance de nuestra vida y a decir "No vivo la vida cristiana como debería; no soy lo diligente que debería en la lectura de la Biblia y en la oración. Voy a cambiar todo esto. Comprendo que hay un nivel más elevado que debo alcanzar, y quiero llegar a él!' Somos sinceros; somos muy sinceros; de verdad deseamos hacerlo. En consecuencia, durante los primeros días de un nuevo año, leemos la Biblia con regularidad, oramos y pedimos a Dios su bendición. Pero —y esto nos ocurre a todos— pronto comenzamos a flojear y a olvidar. En el momento en que pensamos en dedicarnos a la lectura o a la oración sucede algo imprevisto, como decimos, algo que no habíamos prevenido, y todo nuestro programa queda alterado. Al cabo de una o dos semanas descubrimos que hemos olvidado por completo nuestra excelente resolución. Esto es lo que le preocupa a nuestro Señor. Si hemos de alcanzar realmente estas bendiciones que Dios nos tiene reservadas, debemos seguir pidiéndolas. 'Buscar' simplemente significa seguir pidiendo; 'llamar' es lo mismo. Es como una intensificación de la palabra 'pedir'. Seguimos, persistimos; somos como la viuda insistente. Seguimos pidiendo al juez, por así decirlo, como ella lo hizo, y nuestro Señor nos dice lo que el juez dijo: "... le haré justicia, no sea que viniendo de continuo, me agote la paciencia!'
La importancia de este elemento de la persistencia no se puede exagerar. Se encuentra no sólo en la enseñanza bíblica, sino también en la vida de todos los santos. Lo más fatal en la vida cristiana es contentarse con deseos pasajeros. Si queremos realmente ser hombres de Dios, si queremos realmente conocerlo, y andar con Él, y experimentar esas bendiciones inagotables que nos tiene reservadas, debemos persistir en pedírselas todos los días. Hemos de sentir esta hambre y sed de justicia, y entonces seremos hartos. Y esto no quiere decir que estemos llenos de una vez por todas, seguimos teniendo hambre y sed, como el apóstol Pablo, dejando las cosas que están atrás, 'proseguimos a la meta'. "No que lo haya alcanzado ya —dice Pablo— sino que prosigo!' Así es. Esta persistencia, este deseo constante, pedir, buscar y llamar. Debemos estar de acuerdo en que éste es el punto en que la mayor parte de nosotros fallamos.
Retengamos, pues, este primer principio. Examinémonos a la luz de este pasaje y del cuadro del hombre cristiano que ofrece el Nuevo Testamento. Contemplemos estas gloriosas promesas y preguntémonos, "¿Las estoy experimentando?" Si vemos que no, como todos debemos reconocer, entonces debemos volver a esta gran afirmación. Esto es lo que quiero decir con 'posibilidades'. Si bien debo comenzar pidiendo y buscando, debo seguir haciéndolo hasta que esté consciente de que el nivel espiritual que alcanzo es más elevado. Y así debemos seguir. Es una 'batalla de la fe'; es que 'el que persevere hasta el fin' será salvo en este sentido. Persistencia, continuidad, 'orar siempre y no desmayar! No sólo orar cuando deseamos una gran bendición y luego parar; orar siempre. Persistencia; esto es lo primero. Caer en la cuenta de la necesidad, caer en la cuenta de la provisión, y persistencia en buscarla.
Examinemos ahora el segundo principio, a saber, caer en la cuenta de que Dios es nuestro Padre. Nuestro Señor habla acerca de esto en el versículo 9 y lo plantea así: "¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra?" Éste, claro está, es el principio básico —caer en la cuenta de que Dios es nuestro Padre. Esto es lo que nuestro Señor quiere enfatizar en todo lo que dice aquí. Utiliza su conocido método de argumentar de menor a mayor. Si un padre terrenal hace tanto, ¿cuánto más no hará Dios? Éste es uno de nuestros problemas principales, ¿no es así? Si me pidieran que formulara en una frase lo que considero el defecto principal de la mayoría de las vidas cristianas, diría que es el fracaso en conocer a Dios como Padre, según deberíamos. Éste es nuestro verdadero problema, y no el tener dificultades acerca de bendiciones específicas. El problema básico sigue siendo que no conocemos, como se debe, que Dios es nuestro Padre. Ah sí, decimos; lo sabemos y lo creemos. ¿Pero lo sabemos en nuestra vida y vivir cotidiano? ¿Es algo de lo que estamos siempre conscientes? Si estuviéramos persuadidos de esto, podríamos sonreír frente a todas las posibilidades y eventualidades que nos esperan.
¿Cómo, pues, podemos conocer esto? Ciertamente no es algo basado en la noción de la "paternidad universal de Dios" y la "hermandad universal de los hombres". Esto no es bíblico. Nuestro Señor dice aquí algo que lo ridiculiza y demuestra que esa idea no tiene sentido. Dice, "Si vosotros, siendo malos". ¿Vemos el significado? ¿Por qué no dijo, "Si nosotros, siendo malos"? No lo dijo porque sabía que era esencialmente diferente de ellos. El que hablaba es el Hijo de Dios; no un mero hombre llamado Jesús, sino el Señor Jesucristo, el Hijo unigénito de Dios. No se incluye a sí mismo en este 'vosotros'. Pero sí incluye a todo el género humano. "Vosotros, siendo malos" significa que no solamente hacemos cosas malas, sino que somos malos. Nuestra naturaleza está corrompida, y los que están esencialmente corrompidos no son hijos de Dios. No existe la Paternidad universal de Dios en el sentido generalmente aceptado de ese término. Cristo dice de ciertas personas: "Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer!' No; por naturaleza somos hijos de ira, todos somos malos, todos somos enemigos de Dios; por naturaleza no somos hijos suyos. Por esto no todos los hombres tienen derecho a decir, "Bien; me gusta esta doctrina. Tengo bastante miedo de lo que me espera, y me gusta que se me diga que Dios es mi Padre!' Dios es nuestro Padre sólo cuando satisfacemos ciertas condiciones. No es el Padre de ninguno de nosotros tal como somos por naturaleza.
¿Cómo, pues, se convierte Dios en Padre mío? Según la Biblia sucede así. Cristo "a lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron,... les dio potestad (es decir, autoridad) de ser hechos hijos de Dios" (Jn. 1:11, 12). Uno llega a ser hijo de Dios sólo cuando nace de nuevo, cuando recibe una vida y naturaleza nuevas. El hijo participa de la naturaleza del Padre. Dios es santo, y no somos hijos de Dios hasta que hemos recibido una naturaleza santa; y esto significa que debemos poseer una naturaleza nueva. Siendo malos, e incluso concebidos en pecado (Salmo 51:5), no la tenemos; pero Él nos la dará. Esto es lo que se nos ofrece. Y no hay contacto ni comunión con Dios ni somos herederos de ninguna de estas promesas de Dios, hasta que pasamos a ser hijos suyos. En otras palabras, debemos recordar que hemos pecado contra Dios, que merecemos la ira y castigo de Dios, pero que Él ha perdonado nuestro pecado y culpa al enviar a su hijo para que muriera en la cruz del calvario por nosotros. Y creyendo en Él, recibimos una vida y naturaleza nuevas y nos hacemos hijos de Dios. Entonces podemos saber que Dios es nuestro Padre; pero hasta entonces no. También nos dará su santo Espíritu, "El Espíritu de su Hijo, el cual clama ¡Abba, Padre!"; y en cuanto conocemos esto podemos tener seguridad de que Dios como Padre nuestro adopta una actitud específica respecto a nosotros. Significa que, como Padre mío, está interesado en mí, está preocupado y deseoso siempre de bendecirme y ayudarme. Asimilemos esto; hagámoslo nuestro. Sea lo que fuere que nos suceda, Dios es nuestro Padre, está interesado en nosotros, y tiene esta actitud hacia nosotros.
Pero eso no agota la afirmación. Hay una añadidura negativa muy interesante. Como Dios es nuestro Padre nunca nos dará nada malo. Nos dará sólo lo bueno. "¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente?" Multipliquemos esto por el infinito y ésta es la actitud de Dios hacia sus hijos. En nuestra necedad propendemos a pensar que Dios está en contra nuestra cuando nos sucede algo desagradable. Pero Dios es nuestro Padre; y como Padre nuestro nunca nos dará nada malo. Nunca; es imposible.
El tercer principio es éste. Dios, porque es Dios, nunca comete errores. Conoce la diferencia entre lo bueno y lo malo en una forma única. Tomemos un padre terrenal; no da piedras en vez de panes, pero a veces comete errores.
El padre terrenal, con la mejor intención, piensa a veces, en cierto momento, que está haciendo algo para el bien de su hijo, pero descubre más adelante que le perjudicó. Nuestro Padre que está en el cielo nunca comete tales errores. Nunca nos dará nada que resulte dañino para nosotros, aunque a primera vista pareciera bueno. Esta es una de las cosas más maravillosas que podemos descubrir. Somos los hijos de un Padre que no sólo nos ama sino que nos cuida y vigila. Nunca nos dará nada malo. Pero sobre todo, nunca nos engañará, nunca cometerá errores en lo que nos ha de dar. Lo sabe todo; su conocimiento es absoluto. Si comprendiéramos que estamos en las manos de un Padre así, nuestra visión del futuro quedaría completamente transformada.
Finalmente, debemos recordar cada día más los dones que tiene para nosotros. "¿Cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?" Éste es el tema de toda la Biblia. ¿Cuáles son esas cosas buenas? Nuestro Señor nos ha dado la respuesta en ese pasaje de Lucas 11. Ahí se dice, como recordarán: "Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?" Así es. Y al darnos el Espíritu Santo nos da todas las cosas; todas las disposiciones que necesitemos, todas las gracias, todos los dones. Todo se nos da en Él. Pedro resumiéndolo dice, "todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder" (2 P. 1:3). Ahora se ve por qué deberíamos dar gracias a Dios de que pedir y buscar y llamar, no signifique que todo lo que pidamos se nos dará. Claro que no. Lo que significa es esto. 'Pidamos una de esas cosas que son buenas para nosotros, es decir la salvación del alma, la perfección final, todo lo que nos acerque más a Dios y ensanche nuestra vida y sea completamente bueno para nosotros, y nos lo dará. No nos dará cosas que sean malas para nosotros. Uno puede pensar que son buenas pero Él sabe que son malas. Él no se equivoca, y no nos dará tales cosas. Nos dará las cosas que son buenas para nosotros, y la promesa es literalmente ésta, que si buscamos estas cosas buenas, la plenitud del Espíritu Santo, la vida de amor, gozo, paz, paciencia, etc., todas estas virtudes y glorias que se vieron resplandecer con tanta intensidad en la vida terrenal de Cristo, Él nos las dará. Si deseamos realmente ser más como Él, y como todos los santos, si realmente pedimos estas cosas, las recibiremos; si las buscamos, las hallaremos; si llamamos, se nos abrirá la puerta y entraremos en posesión de las mismas. La promesa es, que si pedimos las cosas buenas, nuestro Padre celestial nos las dará.
Ésta es la forma de enfrentarnos con el futuro. Ver en la Biblia cuáles son estas cosas buenas y buscarlas. Lo que importa por encima de todo, lo mejor de todo para nosotros, es conocer a Dios, "el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien ha enviado"; y si buscamos esto por encima de todo, si buscamos "primero el reino de Dios y su justicia", entonces tenemos la Palabra del Hijo de Dios de que todas estas otras cosas nos serán añadidas. Dios nos las dará con una abundancia que ni siquiera podemos imaginar. "Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá;'



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Estudios Sobre el Sermón del Monte

por D. Martyn Lloyd-Jones

Pastor, Iglesia Westminster, Londres



CAPITULO I Introducción General
CAPITULO II Consideraciones Generales y Análisis
CAPITULO III Introducción a las Bienaventuranzas
CAPITULO IV Bienaventurados los Pobres en Espíritu
CAPITULO V Bienaventurados los que Lloran
CAPITULO VI Bienaventurados los Mansos
CAPITULO VII Justicia y Bienaventuranza
CAPITULO VIII Las Piedras de Toque del Apetito Espiritual
CAPITULO IX Bienaventurados los Misericordiosos
CAPITULO X Bienaventurados los de Limpio Corazón
CAPITULO XI Bienaventurados los Pacificadores
CAPITULO XII El Cristiano y la Persecución
CAPITULO XIII Gozo en la Tribulación
CAPITULO XIV La Sal de la Tierra
CAPITULO XV La Luz del Mundo
CAPITULO XVI Que Vuestra Luz Alumbre
CAPITULO XVII Cristo y el Antiguo Testamento
CAPITULO XVIII Cristo Cumple la ley de los Profetas
CAPITULO XIX Justicia Mayor que la de los Escribas y Fariseos
CAPITULO XX La Letra y el Espíritu
CAPITULO XXI No Matarás
CAPITULO XXII Lo Pecaminosidad Extraordinaria del Pecado
CAPITULO XXIII Mortificar el Pecado
CAPITULO XXIV Enseñanza de Cristo Acerca del Divorcio
CAPITULO XXV El Cristiano y Los Juramentos
CAPITULO XXVI Ojo por Ojo y Diente por Diente
CAPITULO   XXVII La Capa y la Segunda Milla
CAPITULO   XXVIII Negarse a Sí Mismo y Seguir a Cristo
CAPITULO  XXIX Amar a los Enemigos
CAPITULO  XXX ¿Qué Hacéis de Más?
CAPÍTULO XXXI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXII Cómo Orar
CAPITULO XXXIII Ayuno
CAPITULO XXXIV Cuando ores
CAPÍTULO XXXV Oración: Adoración
CAPÍTULO XXXVI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXVII Tesoros en la Tierra y en el Cielo
CAPITULO XXXVIII Dios o las Riquezas
CAPITULO XXXIX La Detestable Esclavitud del Pecado
CAPITULO XL No Afanarse
CAPITULO XLI Pájaros y Flores
CAPITULO XLII Poca Fe
CAPITULO XLlll Fe en Aumento
CAPÍTULO XLIV Preocupación: Causas y remedio
CAPITULO XLV 'No Juzguéis'
CAPITULO XLVI La Paja y la Viga
CAPITULO XLVII Juicio y Discernimiento Espirituales
CAPITULO XLVIII Buscar y hallar
CAPÍTULO XLIX La Regla de Oro
CAPITULO L La Puerta Estrecha
CAPITULO LXI El Camino Angosto
CAPITULO LII Falsos profetas
CAPITULO LIII El Árbol y el Fruto
CAPITULO LIV Falsa Paz
CAPITULO LV Hipocresía Inconsciente
CAPITULO LVI Las Señales del Autoengaño
CAPITULO LVII Los dos Hombres y las dos Casas
CAPITULO LVIII ¿Roca o Arena?
CAPITULO LIX La Prueba y la Crisis de la Fe
CAPITULO LX Conclusión
Biblioteca
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