CAPITULO XXII
Lo Pecaminosidad Extraordinaria del Pecado

Pasamos ahora a los versículos 27-30, segunda ilustración que ofrece nuestro Señor de su enseñanza respecto a la ley. 'Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón.' Los escribas y fariseos habían reducido el mandamiento que prohíbe el adulterio al simple acto físico de adulterar; y habían pensado que, siempre que no cometieran el acto mismo, el mandamiento no se les aplicaba, quedaba perfectamente cumplido. Estamos frente a lo mismo otra vez. Una vez más habían tomado la letra de la ley y la habían reducido a un punto concreto, con lo que la habían destruido. En concreto, habían olvidado todo el espíritu de la ley. Como hemos visto, esto es algo muy vital para una verdadera comprensión del evangelio del Nuevo Testamento: 'la letra mata, pero el espíritu vivifica.'
Hay una forma muy sencilla de considerar esto. El problema de los escribas y fariseos era que ni siquiera habían leído bien los Diez Mandamientos. Si los hubieran examinado y estudiado, habrían visto que no se pueden tomar por separado. Por ejemplo, el décimo dice que no hay que desear la mujer del prójimo, y esto, obviamente, debería tomarse en relación con este mandamiento de no cometer adulterio. El apóstol Pablo, en esa afirmación vigorosa de Romanos 7, confiesa que él mismo había caído en ese error. Dice que fue cuando se dio cuenta de que la ley decía 'No codiciarás' que comenzó a entender el significado de la concupiscencia. Antes de eso había pensado en la ley en función de actos solamente; pero la ley de Dios no se limita a las acciones, dice 'No codiciarás.' La ley siempre había insistido en la importancia del corazón, y esa gente, con sus ideas ritualistas del culto a Dios y su concepto puramente mecánico de la obediencia, lo había olvidado por completo. Nuestro Señor, por tanto, quiere subrayar esa importante verdad para dejarla bien grabada en sus seguidores. Los que piensen que pueden adorar a Dios y conseguir la salvación con sus propias acciones son reos de tal error. Por esto nunca entienden el camino cristiano de la salvación. Nunca han llegado a ver que en última instancia es una cuestión del corazón, sino que piensan que, mientras no hagan ciertas cosas y traten de hacer ciertas buenas obras, quedan justificados ante Dios. A esto, como hemos visto antes, nuestro Señor siempre responde, 'Vosotros sois los que os justificáis a vosotros mismos delante de los hombres; mas Dios conoce vuestros corazones; porque lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación.' Nuestro Señor quiere poner una vez más de relieve ese principio. Esas personas decían, 'Con tal de que uno no cometa adulterio ya se ha cumplido esta ley.' Jesucristo dice, 'Cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón.'
Volvemos a encontrar, pues, la enseñanza de nuestro Señor respecto a la naturaleza del pecado. Todo el propósito de la ley, como Pablo nos recuerda, era mostrar la malicia extraordinaria del pecado. Pero al interpretarlo mal de esta forma los fariseos lo habían debilitado. Quizá en ninguna otra parte tenemos una acusación tan terrible del pecado tal como realmente es que en las palabras de nuestro Señor en este caso.
Claro que sé que la doctrina del pecado no goza de buena reputación hoy día. A la gente no le gusta la idea, y trata de explicarla en forma sicológica, en función de desarrollo y temperamento. El hombre procede por evolución de seres inferiores, dicen, y poco a poco se va sacudiendo de encima de estas reliquias de su pasado y naturaleza inferiores. De este modo se niega por completo la doctrina del pecado. Pero, claro está que si así pensamos, las Escrituras nos resultan sin significado, porque en el Nuevo Testamento, y también en el Antiguo, esas ideas son básicas. Por esto, debemos analizarlas, porque en los tiempos actuales nada hay tan apremiante y necesario como entender bien la doctrina bíblica acerca del pecado. Creo que la mayor parte de los fracasos y problemas de la Iglesia, y también del mundo, se deben al hecho de que no hemos entendido bien esta doctrina. Todos estamos bajo la influencia del idealismo que ha predominado en los últimos cien años, esa idea de que el hombre va perfeccionándose, y de que la educación y la cultura van a mejorar a la humanidad. Por ello, nunca hemos tomado en serio esta enseñanza tan tremenda que se encuentra en la Biblia, desde el principio hasta el fin; y la mayor parte de nuestros problemas proceden de ahí.
Permítanme ilustrar esta idea. Me parece que a no ser que tengamos una idea clara de la doctrina del pecado nunca entenderemos bien el camino de salvación que enseña el Nuevo Testamento. Tomemos, por ejemplo, la muerte de nuestro Señor en la cruz. ¡Cuántos malos entendidos hay en cuanto a esto! La pregunta básica que hay que contestar es, ¿Por qué murió en la cruz? ¿Por qué quiso proseguir hasta Jerusalén y no permitió que sus seguidores lo defendieran? ¿Por qué dijo que, de haberlo querido, hubiera podido ordenar a doce legiones de ángeles que lo protegieran, pero que en este caso no hubiera podido satisfacer la justicia? ¿Qué significado tiene la muerte en la cruz? Creo que si no entendemos bien la doctrina del pecado, nunca podremos contestar estas preguntas. La cruz sólo se explica por el pecado. Es más, la encarnación no hubiera sido necesaria de no haber sido por el pecado. Tan profundo es el problema del pecado No basta decirle al género humano lo que tiene que hacer. Dios lo había hecho en la ley dada por medio de Moisés, pero no la observaron. 'No hay justo, ni aun uno.' Todas las exhortaciones que se han hecho a los hombres para que vivan mejor han fracasado antes de la venida de Cristo. Los filósofos griegos habían vivido y enseñado antes de su nacimiento. Saber y estar informado y todo lo demás no basta. ¿Por qué? Debido al pecado que hay en el corazón humano. Así pues la única manera de entender la doctrina de la salvación del Nuevo Testamento es comenzar con la doctrina de] pecado. Aparte de lo que el pecado pueda ser, es por lo menos algo que sólo se podía resolver con la venida del Hijo eterno de Dios desde el cielo a este mundo y con su muerte en la cruz. Así tenía que ser; no había otra salida. Dios, y lo digo con toda reverencia, nunca hubiera permitido que su amado Hijo unigénito sufriera como sufrió de no haber sido absolutamente esencial: y fue esencial debido al pecado.
Lo mismo es cierto de la doctrina de la regeneración en el Nuevo Testamento. Pensemos en toda la enseñanza acerca del nacer de nuevo, de la nueva creación, que se encuentra en los Evangelios y las Cartas. No tiene significado a no ser que se entienda la doctrina del pecado del Nuevo Testamento. Pero si se entiende, entonces se puede ver con mucha claridad que a no ser que el hombre nazca de nuevo, y reciba una naturaleza y corazón nuevos, no puede salvarse. Pero la regeneración no tiene sentido para los que tienen una idea negativa del pecado y no se dan cuenta de su hondura. Por ahí, pues, debemos empezar. De modo que si a uno no le gusta la doctrina del pecado del Nuevo Testamento, quiere decir que no es cristiano. Porque no se puede serlo sin creer que hay que nacer de nuevo y sin darse cuenta de que nada, si no es la muerte de Cristo en la cruz, lo salva a uno y lo reconcilia con Dios. Todos los que confían en sus propios esfuerzos niegan el evangelio, y la explicación de ello está en que nunca se han visto a sí mismos como pecadores ni han entendido la doctrina del pecado que presenta el Nuevo Testamento. Es un asunto crucial.
Esta doctrina, por tanto, es absolutamente vital para formar un concepto adecuado del evangelismo. No hay evangelismo verdadero sin la doctrina del pecado, y sin entender qué es el pecado. No quiero ser injusto, pero les digo que un evangelio que se limita a decir 'Venid a Jesús/ y lo presenta como amigo, y ofrece una vida nueva maravillosa, sin convencer de pecado, no es evangelismo bíblico. La esencia del evangelismo es comenzar con la predicación de la ley; y como no se ha predicado la ley tenemos tanto evangelismo superficial. Pasemos revista al ministerio de nuestro Señor mismo, y no se puede sino, sacar la impresión de que a veces, lejos de incitar al pueblo a que lo siguiera y a que lo aceptara, les ponía muchos obstáculos. Venía a decirles de hecho, '¿Os dais cuenta de lo que hacéis? ¿Habéis pensado en el costo? ¿Os dais cuenta de a dónde os puede conducir? ¿Sabéis que significa negarse, tomar la cruz y seguirme?' El verdadero evangelismo, debido a la doctrina del pecado, siempre debe comenzar con la predicación de la ley. Esto quiere decir que debemos explicar que el género humano está frente a la santidad de Dios, a sus exigencias, y también a las consecuencias del pecado. El Hijo de Dios mismo es quien habla de ser arrojado al infierno. Si no nos gusta la doctrina del infierno estamos en desacuerdo con Jesucristo. El, el Hijo de Dios, creía en el infierno; y cuando habla de la naturaleza del pecado enseña que el pecado conduce en última instancia al infierno. Por tanto, el evangelismo debe comenzar por la santidad de Dios, la condición pecadora del hombre, las exigencias de la ley, el castigo que la ley conlleva y las consecuencias eternas del mal y del obrar mal. Sólo el hombre que llega a ver su maldad y culpa de esta forma acude a Cristo para hallar liberación y redención. La fe en el Señor Jesucristo que no se basa, en eso no es fe genuina. Se puede tener incluso fe sicológica en el Señor Jesucristo; pero la fe genuina ve en El al que nos libera de la maldición de la ley. El verdadero evangelismo comienza así, y es obviamente un llamamiento al arrepentimiento, arrepentimiento ante Dios y fe en nuestro Señor Jesucristo.
Del mismo modo la doctrina del pecado también es vital para una idea acertada de la santidad; también en esto se puede ver la importancia que tiene para estos tiempos. No sólo nuestro evangelismo ha sido superficial, sino también nuestra idea de la santidad. Demasiado a menudo ha habido quienes han vivido satisfechos de sí mismos porque no se han visto culpables de ciertas cosas —adulterio, por ejemplo— y por ello han creído que todo iba bien. Pero nunca se han examinado el corazón. La satisfacción en sí mismo, la complacencia y la presunción son la antítesis misma de la doctrina de la santidad que presenta el Nuevo Testamento. El Nuevo Testamento presenta la santidad como algo del corazón, y no simplemente de conducta; no sólo cuentan las acciones del hombre sino también sus deseos; no solo no debemos hacer sino tampoco codiciar. Penetra en lo más hondo, y por esto este concepto de la santidad conduce a una vigilancia y auto examen constante. 'Examinaos a vosotros mismos,' escribe Pablo a los corintios, 'si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos.' Examinar el corazón para descubrir si hay mal en él. Esta es la santidad del Nuevo Testamento. Turba mucho más que ese concepto superficial de la santidad que sólo piensa en acciones.
Sobre todo, esta doctrina del pecado nos hace ver la necesidad absoluta de un poder mayor que nosotros mismos para liberarnos. Es una doctrina que hace que el hombre vaya a Cristo y confíe en El; le hace caer en la cuenta que sin El nada puede. Por esto repetiría que la forma en que el Nuevo Testamento presenta la santidad no consiste en sólo decir, '¿Quieres vivir la vida con V mayúscula? ¿Quieres ser siempre feliz?' No, consiste en predicar esta doctrina de pecado, es hacer que el hombre se descubra como es a fin de que, como consecuencia, se aborrezca, se vuelva pobre en espíritu y manso, llore, tenga hambre y sed de justicia, acuda a Cristo y more en El. No es una experiencia que se recibe sino una vida que hay que vivir y un Cristo al que hay que seguir.
Finalmente, sólo una idea genuina de la doctrina del pecado que presenta el Nuevo Testamento nos permite comprender la grandeza del amor de Dios por nosotros. ¿Sienten que el amor que le tienen a Dios es flojo y débil y que no lo aman tanto como deberían? Permítanme volver a recordarles que ésta es la prueba definitiva de nuestra profesión. Tenemos que amar a Dios y no sólo creer ciertas cosas acerca de El. Estos hombres del Nuevo Testamento lo amaban, y amaban al Señor Jesucristo. Lean las biografías de los santos y verán que tenían un amor a Dios que iba siempre en aumento. ¿Por qué no amamos a Dios como deberíamos? Porque nunca nos damos cuenta de lo que ha hecho por nosotros en Cristo, y esto a su vez ocurre porque no hemos caído en la cuenta de la naturaleza y problema del pecado. Sólo cuando vemos qué es realmente el pecado delante de Dios, y caemos en la cuenta, sin embargo, de que no escatimó a su propio Hijo, comenzamos a entender y a medir su amor. Por esto, si quieren amar más a Dios, traten de entender esta doctrina del pecado, y cuando vean lo que significó para El, y lo que hizo, verán que su amor es realmente sorprendente, maravilloso.
Estas son las razones para estudiar esta doctrina del pecado. Pero veamos ahora qué dice en realidad nuestro Señor acerca de ello. No se puede entender de verdad el evangelio de la salvación, no hay verdadero evangelismo ni verdadera santidad ni verdadero conocimiento del amor de Dios a no ser que comprendamos qué es el pecado. ¿Qué es, pues? Tratemos primero de ver brevemente qué dice nuestro Señor acerca de esto, y luego podremos pasar a examinar qué dice en estos mismos versículos acerca de cómo podemos liberarnos de él. De nada sirve hablar de la liberación del pecado a no ser que sepamos qué es el pecado. Primero tiene que haber un diagnóstico completo para poder hablar de tratamiento. Este es el diagnóstico.
Lo primero que subraya nuestro Señor es lo que podríamos llamar la hondura o poder del pecado. 'No cometerás adulterio.' No dice, 'con tal de que no cometas el acto todo va bien;' sino 'yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón.' El pecado no es sólo cuestión de acciones y de obras; es algo dentro del corazón que conduce a la acción. En otras palabras, lo que aquí se enseña es lo que aparece a lo largo de la Biblia acerca de este tema, a saber, que no hay que ocuparse tanto de los pecados como del pecado. Los pecados no son sino síntomas de una enfermedad llamada pecado y no son los síntomas lo que importan sino la enfermedad, porque lo que mata es la enfermedad y no los síntomas. Los síntomas pueden ser muy variados. Puedo ver a una persona postrada en cama, con respiración jadeante y muy inquieta; y digo que esa persona está muy enferma de pulmonía o de algo parecido. Pero puedo ver a otra persona también en cama, sin muestras de dolor ni síntomas agudos, tranquila, con buena respiración, al parecer cómoda. Pero quizá tenga una enfermedad traidora, que está debilitando su constitución y que la matará con tanta certeza como la otra No es la forma sino el hecho de la muerte lo que importa. No son los síntomas los que en último término cuentan, sino la enfermedad.
Esta es 1a verdad que nuestro Señor nos inculca. El hecho de que no hayamos cometido el acto de adulterio no quiere decir que seamos inocentes. ¿Qué hay en el corazón? ¿Hay enfermedad en él? Lo que enseña es que lo que importa es ese poder viciado y corrupto que hay en la naturaleza humana como consecuencia del pecado y de la caída. El hombre no siempre fue así, porque Dios lo hizo perfecto. Si creen en la doctrina de la evolución, tienen que decir en realidad que Dios nunca hizo al hombre perfecto, sino que lo está perfeccionando. Por tanto no hay verdadero pecado. Pero la enseñanza bíblica es que el hombre fue hecho perfecto y cayó de esa perfección, con la consecuencia de este poder, este cáncer ha entrado en la naturaleza humana Y permanece en ella como fuerza mala. La consecuencia es que el hombre desea y codicia. Aparte de lo que sucede alrededor de él, eso está dentro de él. Vuelvo a citar, como otras veces en relación con esto, lo que nuestro Señor dice, que 'del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios...' Así hay que entender el pecado, como un terrible poder. No es tanto que yo haga algo, es lo que me hace hacerlo, lo que me impulsa a hacerlo, lo que importa. En todos nosotros está —y debemos reconocerlo— la hondura y el poder del pecado.
Pero permítanme decir una palabra acerca de la astucia del pecado. El pecado es ese algo terrible que nos engaña hasta hacernos sentir felices y contentos, con tal de que no hayamos cometido la acción. 'Sí', digo, 'tuve la tentación pero, gracias a Dios, no caí.' Está muy bien esto hasta cierto punto, siempre y cuando no me contente con esto. Si simplemente me siento satisfecho por no haber hecho la acción, estoy completamente equivocado. Tendría que preguntarme además, Tero ¿quise hacerlo?, ¿por qué?' Ahí entra la astucia del pecado. Afecta la constitución toda del hombre. No es algo que está tan sólo en la parte animal de nuestra naturaleza; está en la mente, en la perspectiva, y nos hace pensar en forma corrompida. Luego pensemos en la forma hábil en que se introduce en la mente, y en la forma terrible en que somos culpables de pecar mentalmente. Hay personas muy respetables que jamás pensarían en cometer un acto adúltero, pero fijémonos en la forma en que pecan con la mente y la imaginación. Estamos hablando de algo muy práctico, de la vida como es. Lo que quiero decir es esto. ¿No han caído nunca en adulterio? Muy bien. Contéstenme, entonces, esta pregunta por favor. ¿Por qué leen todos los detalles de los casos de divorcio que traen los periódicos? ¿Por qué lo hacen? ¿Por qué tienen que leer esos reportajes sin perderse palabra? ¿A qué viene ese interés? ¿No es interés legal, verdad? Si no lo es, ¿qué es?, ¿interés social? ¿Qué es finalmente? Hay una sola respuesta: porque les gusta. No soñarían en hacer una cosa semejante, pero la hacen por poder. Pecan con el corazón, la mente, la imaginación, y en consecuencia son reos de adulterio. Esto dice Cristo. ¡Qué sutil es esta cosa tan terrible! Cuan a menudo pecan los hombres leyendo novelas y biografías. Leen la crítica de libros y descubren que hay uno que contiene algo acerca de desviaciones y mala conducta, y lo compran. Pretendemos tener un interés filosófico general por la vida, y que somos sociólogos que leemos por interés puro. No, no; es porque nos gusta; nos agrada. Es pecado que hay en el corazón, en la mente.
Otra ilustración de este estado de pecado se encuentra en la forma en que siempre tratamos de excusar nuestros fallos en este terreno echando la culpa a los ojos o las manos. Decimos: 'He nacido así. Miren esa persona; ella no es así.' No conocemos a los demás; y en todo caso la astucia del pecado es la que haría que uno se excuse en función de la naturaleza que uno tiene — las manos, los pies, los ojos o alguna otra cosa. No, el problema radica en el corazón. Lo demás no es sino su expresión. Lo que importa es lo que conduce al pecado.
Luego está la naturaleza y efecto pervertidores del pecado. El pecado pervierte. Por tanto, dice nuestro Señor, 'si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti.' Cuan cierto es que el pecado hace esto. Es algo tan pervertidor y devastador que convierte los instrumentos mismos que Dios me ha dado, y que son para mi bien, en enemigos míos. Los instintos de la naturaleza humana no son malos. Dios los ha dado; son excelentes. Pero estos mismos instintos, a causa del pecado, se han convertido en nuestros enemigos. Lo que Dios puso en el hombre para hacerlo hombre, y para capacitarlo para vivir, se ha convertido en causa de caída. ¿Por qué? Porque el pecado todo lo enreda, de modo que dones preciosos como las manos o los ojos se pueden convertir en inconvenientes para mí, y tengo que, metafóricamente, cortarlas o sacarlos. Tengo que librarme de ello. El pecado ha pervertido al hombre, convirtiendo lo bueno en malo. Vuelvan a leer la forma en que Pablo explicó esto. Esto, dice, ha hecho el pecado en el hombre; ha convertido la ley de Dios, que es santa, justa y buena, en algo que de hecho conduce al nombre a pecar (Ro. 7). El hecho mismo de que la ley me dice que no haga tal cosa me hace pensar en ella. Esto hace que me la imagine y que acabe por hacerla. Pedro si la ley no me hubiera prohibido hacerla, no me habría ocurrido eso. 'Todas las cosas son puras para los puros.' Sí, pero si no somos puros, algunas cosas que son puras en sí mismas pueden resultar dañinas. Por esto, nunca he creído en la educación sexual dada en la escuela. Es preparar a la gente para el pecado. Se les habla a los niños de algo que no sabían, y ellos no son 'puros'. Por tanto no se puede presumir que tal enseñanza conducirá al bien. Ahí está la tragedia de la educación moderna; se basa totalmente en una teoría sicológica que no acepta el pecado, ni la enseñanza del Nuevo Testamento. Dentro de nosotros hay eso que nos conduce al pecado. La ley es buena y justa y pura. El problema está en nosotros y en nuestra naturaleza perversa.
Finalmente, el pecado es destructor. 'Si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala y échala de ti.' ¿Por qué? 'Mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno.' El pecado destruye al hombre; introdujo la muerte en la vida del hombre y en el mundo.
Siempre conduce a la muerte, y finalmente al infierno, al sufrimiento y castigo. Resulta odioso para Dios, le repugna. Y digo con toda reverencia que porque Dios es Dios el pecado debe conducir al infierno. 'La paga del pecado es muerte.' Dios y el pecado son completamente incompatibles, y por tanto el pecado, por necesidad, conduce al infierno. La pureza de Dios es tan grande que ni siquiera puede mirar el pecado — le resulta absolutamente odioso.
Esta es la doctrina de la Biblia, del Nuevo Testamento, acerca del pecado. 'No cometerás adulterio.' ¡Desde luego que no! Pero, ¿lo tenemos en el corazón? ¿Está en la imaginación? ¿Nos gusta? Dios no quiere que ninguno de nosotros considere esta ley santa de Dios y se sienta satisfecho. Si en este momento no nos sentimos manchados, que Dios tenga piedad de nosotros. Si nos sentimos satisfechos de nuestra vida porque no hemos cometido acción adúltera ni homicidio ni nada de eso, afirmo que no nos conocemos, que no conocemos la negrura y suciedad de nuestro corazón. Debemos escuchar la enseñanza del bendito Hijo de Dios y examinarnos, examinar nuestros pensamientos, deseos, imaginación. Y a no ser que sintamos que somos viles y sucios, y que necesitamos que se nos purifique y limpie, a no ser que nos sintamos impotentes con una total pobreza en espíritu, y a no ser que sintamos hambre y sed de justicia, les digo que ojala Dios tenga misericordia de nosotros.
Doy gracias a Dios por tener el evangelio que me dice que Otro que es inmaculado, puro y completamente santo ha tomado sobre sí mi pecado y mi culpa. He sido lavado en su preciosa sangre, y me ha dado su propia naturaleza. Cuando me di cuenta de que necesitaba un corazón nuevo, hallé que, gracias a Dios, El había venido para dármelo, que me lo ha dado.


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Biblioteca
Estudios Sobre el Sermón del Monte

por D. Martyn Lloyd-Jones

Pastor, Iglesia Westminster, Londres



CAPITULO I Introducción General
CAPITULO II Consideraciones Generales y Análisis
CAPITULO III Introducción a las Bienaventuranzas
CAPITULO IV Bienaventurados los Pobres en Espíritu
CAPITULO V Bienaventurados los que Lloran
CAPITULO VI Bienaventurados los Mansos
CAPITULO VII Justicia y Bienaventuranza
CAPITULO VIII Las Piedras de Toque del Apetito Espiritual
CAPITULO IX Bienaventurados los Misericordiosos
CAPITULO X Bienaventurados los de Limpio Corazón
CAPITULO XI Bienaventurados los Pacificadores
CAPITULO XII El Cristiano y la Persecución
CAPITULO XIII Gozo en la Tribulación
CAPITULO XIV La Sal de la Tierra
CAPITULO XV La Luz del Mundo
CAPITULO XVI Que Vuestra Luz Alumbre
CAPITULO XVII Cristo y el Antiguo Testamento
CAPITULO XVIII Cristo Cumple la ley de los Profetas
CAPITULO XIX Justicia Mayor que la de los Escribas y Fariseos
CAPITULO XX La Letra y el Espíritu
CAPITULO XXI No Matarás
CAPITULO XXII Lo Pecaminosidad Extraordinaria del Pecado
CAPITULO XXIII Mortificar el Pecado
CAPITULO XXIV Enseñanza de Cristo Acerca del Divorcio
CAPITULO XXV El Cristiano y Los Juramentos
CAPITULO XXVI Ojo por Ojo y Diente por Diente
CAPITULO   XXVII La Capa y la Segunda Milla
CAPITULO   XXVIII Negarse a Sí Mismo y Seguir a Cristo
CAPITULO  XXIX Amar a los Enemigos
CAPITULO  XXX ¿Qué Hacéis de Más?
CAPÍTULO XXXI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXII Cómo Orar
CAPITULO XXXIII Ayuno
CAPITULO XXXIV Cuando ores
CAPÍTULO XXXV Oración: Adoración
CAPÍTULO XXXVI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXVII Tesoros en la Tierra y en el Cielo
CAPITULO XXXVIII Dios o las Riquezas
CAPITULO XXXIX La Detestable Esclavitud del Pecado
CAPITULO XL No Afanarse
CAPITULO XLI Pájaros y Flores
CAPITULO XLII Poca Fe
CAPITULO XLlll Fe en Aumento
CAPÍTULO XLIV Preocupación: Causas y remedio
CAPITULO XLV 'No Juzguéis'
CAPITULO XLVI La Paja y la Viga
CAPITULO XLVII Juicio y Discernimiento Espirituales
CAPITULO XLVIII Buscar y hallar
CAPÍTULO XLIX La Regla de Oro
CAPITULO L La Puerta Estrecha
CAPITULO LXI El Camino Angosto
CAPITULO LII Falsos profetas
CAPITULO LIII El Árbol y el Fruto
CAPITULO LIV Falsa Paz
CAPITULO LV Hipocresía Inconsciente
CAPITULO LVI Las Señales del Autoengaño
CAPITULO LVII Los dos Hombres y las dos Casas
CAPITULO LVIII ¿Roca o Arena?
CAPITULO LIX La Prueba y la Crisis de la Fe
CAPITULO LX Conclusión