CAPITULO  XXIX
Amar a los Enemigos

Pasamos ahora a los versículos 43-48 en los que tenemos la última de las seis ilustraciones que nuestro Señor utilizó para explicar su enseñanza respecto a la ley de Dios para el hombre, en contraposición con la interpretación pervertida de los escribas y fariseos. También en este caso, la mejor manera de examinar el pasaje es comenzar con la enseñanza de los escribas y fariseos. Decían: 'Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo.' Esto enseñaba. De inmediato se pregunta uno, ¿dónde encontraron esto en el Antiguo Testamento? ¿Hay en él alguna afirmación que diga esto? Y la respuesta es, desde luego, 'no'. Pero eso enseñaban los escribas y fariseos y lo interpretaban así. Decían que el 'prójimo' quería decir solamente un israelita; enseñaban, pues, a los judíos a amar a los judíos, pero les decían también que a los demás tenían que considerarlos no sólo como extraños sino como enemigos. De hecho llegaron incluso a indicar que era asunto suyo, casi su derecho y deber, odiar a toda esa gente. Sabemos por la historia el odio y resentimiento que dividía al mundo antiguo. Los judíos consideraban a todos los demás como perros y muchos gentiles despreciaban a los judíos. Había este terrible 'muro de separación' que dividía al mundo y producía con ello una intensa animosidad. Había, pues, muchos entre los celosos escribas y fariseos que pensaban que honraban a Dios despreciando a todos los que no eran judíos. Pensaban que debían odiar a sus enemigos. Pero esas dos afirmaciones no se hallan juntas en ningún pasaje del Antiguo Testamento.
No obstante esto, algo se puede decir en favor de la enseñanza de los escribas y fariseos. No sorprende, en un sentido, que enseñaran lo que enseñaban y que trataran de justificarlo con la Escritura. Debemos decir esto, no porque queramos excusar los crímenes de los escribas y fariseos, sino porque este punto con frecuencia ha producido, y sigue produciendo, dificultades considerables en la mente de muchos cristianos. En ningún pasaje del Antiguo Testamento, repito, encontramos 'amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo;' pero sí encontramos muchas afirmaciones que pueden haber alentado a la gente a odiar a sus enemigos. Examinemos algunas.
Cuando los judíos entraron en la tierra prometida de Canaán, Dios les ordenó, como recordarán, que exterminaran a los cananeos. Se les dijo literalmente que los exterminaran, y aunque no llegaron a hacerlo, lo hubieran debido hacer. Luego se les dice que los amonitas, los moabitas y los madianitas no habían de ser tratados con amabilidad. Este fue un mandato específico de Dios. Luego leemos que había que borrar por completo la memoria de los amalecitas por ciertas cosas que habían hecho. No sólo eso, era parte de la ley de Dios que si alguien mataba a otro, el pariente del difunto podía matar al homicida" si podía atraparlo antes de que entrara en una de las ciudades de refugio. Eso formaba parte de la ley. Pero quizá la dificultad principal que encuentra la gente frente a este problema es la de los salmos llamados imprecatorios los cuales contienen maldiciones contra ciertas personas. Quizá uno de los ejemplos más famosos es el Salmo 69, en el que el Salmista dice: 'Sean oscurecidos sus ojos para que no vean, y haz temblar continuamente sus lomos. Derrama sobre ellos tu ira, y el furor de tu enojo los alcance. Sea su palacio asolado; en sus tiendas no haya morador,' y así sucesivamente. No se puede discutir que fueron enseñanzas de este tipo en el Antiguo Testamento las que parecieron justificar que los escribas y fariseos mandaran a la gente que, si bien debían amar al prójimo, odiaran al enemigo.
¿Cómo se resuelve esta dificultad? Sólo hay una manera de hacerlo, y es considerar todas estas órdenes, incluyendo los Salmos imprecatorios, como judiciales y nunca como personales. Al escribir los Salamos, el Salmista no escribe tanto acerca de sí mismo cuanto acerca de la Iglesia; y estos Salmos, si se fijan bien, tienen como preocupación exclusiva en todos los casos, en todos los imprecatorios, la gloria de Dios. Al hablar de cosas que le han hecho, hablan de cosas que se hacen al pueblo de Dios y a la Iglesia de Dios. Es el honor de Dios lo que le preocupa, es el celo por la casa de Dios lo que lo impulsa a escribir estas cosas.
Pero quizá se puede expresar mejor así. Si no aceptamos el principio que dice que todas estas imprecaciones tienen siempre carácter judicial, entonces de inmediato se encuentra uno en un problema insoluble respecto al Señor Jesucristo mismo. Nos dice en este pasaje que hemos de amar a los enemigos. ¿Cómo reconciliamos las dos cosas? ¿Cómo se reconcilia la exhortación a amar los enemigos con estas maldiciones que pronunció sobre los fariseos, y con todas las otras cosas que dijo acerca de ellos? O, veámoslo desde este otro ángulo. En este pasaje nuestro Señor nos dice que amemos a nuestros enemigos, porque, dice, esto es lo que hace precisamente Dios: 'para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos.' Hay quienes han interpretado esto en el sentido de que el amor de Dios es absolutamente universal, y que no importa que uno peque o no. Todos van a ir al cielo porque Dios es amor; como Dios es amor nunca puede castigar. Pero esto es negar la enseñanza bíblica desde el principio hasta el fin. Dios castigó a Caín, y al mundo antiguo con el diluvio; castigó a las ciudades de Sodoma y Gomorra; y castigó a los hijos de Israel cuando se mostraban recalcitrantes. Luego toda la enseñanza del Nuevo Testamento salida de los labios de Cristo mismo es que va a haber un juicio final, que, finalmente, todos los impenitentes van a ir al fuego eterno, al lugar donde 'el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga'. Si no aceptamos este principio judicial, se debe decir que la enseñanza bíblica se contradice, incluso la enseñanza del Señor Jesucristo; y esta posición es imposible.
La forma de resolver el problema, por tanto, es esta. Debemos reconocer que, en última instancia, existe ese elemento judicial. Mientras estamos en el mundo, Dios sí hace salir el sol para todos, buenos y malos, bendice a los que lo odian, y hace llover sobre los que lo desafían. Sí, Dios sigue actuando así. Pero al mismo tiempo les anuncia que, a no ser que se arrepientan, serán destruidos. Por tanto no hay contradicción. La gente como los moabitas, los amonitas y los madianitas habían repudiado voluntariamente las cosas de Dios, y Dios, como Dios y como juez eterno, los juzga. Es prerrogativa de Dios hacerlo. Pero la dificultad en el caso de los escribas y fariseos fue que no distinguieron. Tomaron este principio -judicial y lo aplicaron a sus asuntos ordinarios y a su vida cotidiana. Lo consideraron como justificación para odiar a sus enemigos, para odiar a todos los que les desagradaban, a todos los que les resultaban molestos. De este modo destruyeron a sabiendas el principio de la ley de Dios, que es este gran principio del amor.
Examinemos ahora esto en una forma positiva, que quizá arroje más luz sobre este asunto. Nuestro Señor, contraponiendo de nuevo su propia enseñanza con la de los escribas y fariseos, dice: Tero yo os digo: Amad a vuestros enemigos'. Luego, como ilustración: 'Bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y persiguen'. Una vez más nos hallamos exactamente frente al mismo principio que vimos en los versículos 38-42. Es una definición de cuál ha de ser la actitud del cristiano frente a los demás. En el pasaje anterior lo encontramos en forma negativa, en este lo hallamos en forma positiva. En aquel la situación era que el cristiano podía verse sometido a ofensas. Venían a él y lo golpeaban, o lo injuriaban de otros modos. Y todo lo que nuestro Señor dice en el pasaje anterior es que no debemos devolver las ofensas. 'Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al que es malo'. Esto es negativo. Aquí, sin embargo, nuestro Señor pasa al aspecto positivo, que es, desde luego, la culminación de la vida cristiana. En este pasaje nos conduce a lo más glorioso que se puede encontrar incluso en su propia enseñanza. El principio que guía y dirige nuestra exposición, una vez más, es ese sencillo aunque profundo de nuestra actitud respecto a nosotros mismos. Es el principio con el que explicamos el pasaje anterior. Lo único que da fuerza al hombre para no devolverse, para presentar la otra mejilla e ir otra milla, para dar la capa además de la túnica cuando se la exigen por la fuerza, y para ayudar a los que están en necesidad, lo vital es que el hombre debe morir a sí mismo, morir al interés propio, morir a la preocupación por sí mismo. Pero nuestro Señor va mucho más lejos en este pasaje. Se nos dice en forma positiva que debemos amar a esas personas. Tenemos que amar incluso a nuestros enemigos. No es solamente que no tenemos que tomar represalias, sino que debemos tener una actitud positiva para con ellos. Nuestro Señor se esfuerza en hacernos ver que el 'prójimo' debe por necesidad incluir también a los enemigos.
La mejor manera de comprenderlo es verlo en forma de una serie de principios. Es la enseñanza más elevada que se puede encontrar, porque concluye con esta nota: 'Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto'. Todo se refiere a este asunto del amor. Lo que se nos dice,, por tanto, es que si ustedes y yo en este mundo, frente a tantos problemas y dificultades y personas y muchas cosas que nos agobian, queremos conducirnos como Dios se comporta, tenemos que ser como El. Tenemos que tratar a los demás como El los trata. Haced esto, dice Cristo, 'para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos'. Hay que ser así, dice, y comportarse así.
¿Que quiere decir esto? Lo primero es que la forma de tratar a los demás nunca debe depender de lo que son, o de lo que nos han hecho. Debe estar gobernada por la forma en que los vemos y en que vemos su condición. Este es el principio que enuncia. Hay personas malas, injustas; sin embargo, Dios envía sobre ellas lluvia y hace que el sol salga sobre ellas. Sus cosechas producen fruto como las de los buenos; gozan de ciertos bienes en la vida, y reciben lo que se llama 'gracia común'. Dios bendice no sólo los esfuerzos del agricultor cristiano; no, bendice del mismo modo los esfuerzos del malo, del injusto. Esto dice la experiencia. ¿Cómo así? La respuesta debe ser que Dios no los trata según lo que son y lo que hacen respecto a El. Con suma reverencia se podría preguntar: ¿Qué gobierna la actitud de Dios para con ellos? La respuesta es que lo gobierna el amor suyo, que es completamente desinteresado. En otras palabras, no depende de nada que haya en nosotros; nos ama a pesar de nosotros. 'Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna'. ¿Qué le hizo hacer esto? ¿Fue algo amable, atractivo en nosotros o en el mundo? ¿Fue algo que estimuló su corazón amoroso? Nada en absoluto. Fue total y completamente a pesar de nosotros. Lo que impulsó a Dios fue su amor eterno que nada puede mover sino El mismo. Genera su propio movimiento y actividad — un amor completamente desinteresado.
Este principio es sumamente importante, porque según nuestro Señor esa es la clase de amor que debemos tener, que debemos manifestar respecto a otros. El secreto de vivir esta clase de vida es que el hombre debe ser completamente desprendido. Debe estar desprendido de los demás en el sentido de que su conducta no dependa de lo que ellos hagan. Pero todavía más importante, debe estar desprendido de sí mismo, porque hasta que el hombre no lo esté nunca podrá estar desprendido de lo que los demás hagan. Está en íntimo contacto con ellos. La única forma de estar desprendido de lo que los demás hagan es que ante todo esté uno desprendido de sí mismo. Este es el principio que gobierna no sólo este pasaje sino también el previo, como ya hemos visto. El cristiano es alguien a quien se le separa de este mundo malo. Se le coloca en una posición a parte y vive en un nivel más elevado. Pertenece a un reino diferente. Es un hombre nuevo, una criatura nueva, una creación nueva. Debido a esto, lo ve todo de una manera diferente, y por tanto reacciona de una manera diferente. Ya no es del mundo, sino de fuera de él. Está en una posición de despego. 'He ahí', dice Cristo, 'podéis llegar a ser como Dios a este respecto, a saber, que no os vais a regir exclusivamente por lo que otros hagan; tendréis algo dentro de vosotros que dirigirá vuestra conducta'.
No debemos demorarnos más en esto; pero creo que, si nos examinamos a nosotros mismos, veremos de inmediato que una de las cosas más trágicas en nuestra vida es que la gobiernan otras personas; y lo que ellos hacen y dicen acerca nuestro. Pensemos en los pensamientos crueles y duros que nos han venido a la cabeza. ¿Qué los produce? ¡Otra persona! Mucho de lo que pensamos y hacemos depende de los demás. Es una de las cosas que hace, que la vida sea, tan infeliz. Vemos a una persona determinada y nos alteramos. Si no la hubiéramos visto no nos habríamos sentido así. Otras personas controlan nuestra vida. 'Ahora bien', nos dice Cristo, 'hay que salir de esta situación. Vuestro amor ha de llegar a ser tal que ya no os gobierne lo que otros dicen. Vuestra vida la debe gobernar un principio nuevo dentro de vosotros, un principio nuevo de amor'.
En cuanto poseemos esto, podemos ver a los demás de un modo diferente. Dios mira el mundo y ve en él tanto pecado y miseria, pero lo ve como algo que proviene de la actividad de Satanás. Pero hay un sentido en que ve al hombre injusto de un modo diferente. Se preocupa por él, por su bienestar, y por esto hace que el sol salga para él y que la lluvia descienda sobre él. Nosotros debemos aprender a hacer esto. Debemos aprender a mirar a los demás y decir: 'Sí, hacen esto, eso y lo otro contra mí' ¿Por qué ? Porque son víctimas de Satanás; porque los gobierna el dios de este mundo y son sus víctimas indefensas. No debo enojarme. Los veo como pecadores abocados al infierno. Debo hacer todo lo posible por salvarlos'. Así actúa Dios.
Dios contempló este mundo arrogante y pecador, y envió a su Hijo unigénito para que lo salvara porque vio la condición en que estaba. ¿Cuál es la explicación de esto? Lo hizo por nuestro bien, por nuestro bienestar. Nosotros debemos aprender a hacer esto para otros. Debemos tener una preocupación positiva por su bien. En cuanto comenzamos a pensar así no es difícil hacer lo que Dios nos pide que hagamos. Si tenemos en el corazón algo de esta compasión por los perdidos, por los pecadores y por los que perecen, entonces podremos hacerlo.
¿Por qué tenemos que hacer esto? A menudo se encuentra una gran dosis de sentimentalismo en cuanto a esto. Hay quienes dicen que hay que hacerlo para que se vuelvan amigos nuestros. Esta es a veces la base del pacifismo. Dicen: 'Si uno es amable con la gente se vuelven amables con uno'. Algunos pensaron que esto se podía aplicar incluso en el caso de Hitler. Pensaron que lo único que había que hacer era hablarle a través de una mesa y que a no tardar iba a cambiar de sentimientos si lo tratáramos con amabilidad. Hay quienes siguen pensando así; pero seamos realistas, no sentimentales, porque sabemos que esto no es cierto y que no resulta. No, nuestra acción no tiene como objetivo conseguir que se vuelvan amigos nuestros.
Otros dicen, 'Dios los mira y los trata no tanto por lo que son cuanto por lo que pueden llegar a ser'. Esta es la idea sicológica moderna del problema. Es la base de la forma en que algunos maestros tratan a los alumnos. No deben castigarlos ni imponerles disciplina. No deben tratarlos por lo que son, sino más bien por lo que podrían ser a fin de que puedan llegar a serlo. Algunos quisieran que se utilizara el mismo principio en el trato de los encarcelados. No debemos castigar, sólo debemos ser amables. Debemos ver en ese hombre lo que puede llegar a ser, y debemos conseguir que llegue a serlo. Pero ¿cuáles son los resultados? No; no debemos actuar así porque nuestra forma de actuar vaya a cambiar a esa gente sicológicamente y los vaya a convertir en lo que queremos que sean. Debemos hacerlo por una sola razón, no porque vayamos a poder redimirlos o a hacer algo de ellos, sino porque de este modo podemos manifestarles el amor de Dios. No va a salvarlos el buscar en su corazón esa chispa de divinidad que vamos a tratar de convertir en llamarada. No, los hombres nacen en pecado y en iniquidad, no pueden por sí mismos llegar a ser nada bueno. Pero Dios ha hecho de tal modo las cosas que su maravilloso evangelio de redención a veces ha llegado a las personas de la siguiente manera. Ven a alguien y preguntan: '¿Por qué es diferente esa persona?' y la persona dice: 'Soy lo que soy por la gracia de Dios. No es porque haya nacido diferente, es porque Dios me ha hecho algo. Y lo que el amor de Dios ha hecho por mí, lo puede hacer por ti.'
¿Cómo, pues, podemos manifestar este amor de Dios en los contactos con otras personas? De Este modo: 'Bendecid a los que os maldicen,' lo cual, dicho en forma más ordinaria, puede expresarse así: responded con palabras amables a los que os dirigen palabras ofensivas. Cuando oímos palabras duras todos tenemos la tendencia a contestar del mismo modo —'Se lo dije; le contesté; se lo hice ver.' Y con ello nos situamos a su mismo nivel. Pero nuestra norma ha de ser palabras amables en vez de ásperas.
En segundo lugar: 'Haced bien a los que os aborrecen,' lo cual quiere decir actos de benevolencia a cambio de actos malévolos. Cuando alguien se ha mostrado realmente malévolo y cruel con nosotros no debemos contestar con la misma moneda. Antes bien debemos responder con actos benévolos. Aunque ese agricultor odie quizá a Dios, sea injusto y pecador, se haya rebelado contra El, Dios hace que el sol salga también para él y le envía lluvia que hará fructificar su cosecha. Actos benévolos a cambio de actos crueles.
Por fin: 'Orad por los que os ultrajan y os persiguen.' En otras palabras, cuando otra persona nos persigue con saña, debemos orar por ella. Debemos caer de rodillas, y hablar con nosotros mismos antes de hacerlo con Dios. En lugar de mostrarnos amargados y duros, en lugar de reaccionar en función del yo y con el deseo de cobrarnos lo hecho, debemos recordar que en todo lo que hacemos estamos bajo Dios y delante de Dios. Luego debemos decir: 'Bien; ¿por qué esa persona actuó así? ¿Cuál es la razón? ¿Hay algo en mí, quizá? ¿Por qué lo hizo? Es por esa naturaleza horrible y pecadora, una naturaleza que los va a conducir al infierno.' Entonces debemos seguir pensando, hasta que los veamos de tal modo que sintamos compasión por ellos, hasta que los veamos camino de la condenación, y por fin sintamos tanta compasión por ellos que no nos quede tiempo para sentir pena por nosotros mismos, hasta que sintamos tanta compasión por ellos, de hecho, que comencemos a orar por ellos.
Esta es la forma en que debemos probarnos. ¿Oramos por los que nos persiguen y nos muestran desprecio? ¿Piden a Dios que tenga misericordia de ellos y que no los castigue? ¿Piden a Dios que salve sus almas y les abra los ojos antes de que sea demasiado tarde? ¿Se sienten realmente preocupados por ellos? Esto fue lo que trajo a Cristo a la tierra y lo envió a la cruz. Se preocupó tanto por nosotros que no pensó en sí mismo. Nosotros hemos de tratar así a las personas.
A fin de que podamos tener una idea bien clara en cuanto a lo que esto significa e implica debemos entender la diferencia entre amar y agradar. Cristo dijo: 'Amad a vuestros enemigos,' no 'Que vuestros enemigos os agraden.' Agradar es algo mucho más natural que amar. No se nos llama a que todo el mundo nos agrade. No nos es posible. Pero se nos manda amar. Es ridículo mandar a alguien que le agrade otra persona. Depende de la constitución física, del temperamento y de mil y una cosas más. Esto no importa. Lo que importa es que oremos por la persona que no nos agrada. Esto no es agrado sino amor.
La gente tropieza en esto. '¿Quiere Ud. decir que está bien amar aunque no agrade?' preguntan. Así es. Lo que Dios manda es que amemos a la persona y la tratemos como si nos agradara. El amor es más que sentimiento. El amor en el Nuevo Testamento es muy práctico —'Pues este es el amor de Dios, que guardemos sus mandamientos.' El amor es activo. Sí, por consiguiente, descubrimos que algunas personas no nos agradan, no debemos preocuparnos, en tanto que las tratemos como si nos agradaran. Eso es amar, y esto enseña nuestro Señor a cada paso. El Nuevo Testamento nos ofrece algunos ejemplos maravillosos de esto. Recuerdan la parábola del Buen Samaritano que nuestro Señor explicó en respuesta a la pregunta '¿quién es mi prójimo?' Los judíos odiaban a los samaritanos y los tenían por enemigos. Sin embargo nuestro Señor les dice en la parábola que cuando los ladrones atacaron al judío en el camino entre Jericó y Jerusalén, varios judíos lo vieron y pasaron de largo. Pero el samaritano, el enemigo tradicional, cruzó el camino y se preocupó por él. Esto es amar a nuestro prójimo y a nuestro enemigo. ¿Quién es mi prójimo? Cualquiera que esté en necesidad, cualquiera que esté hundido por el pecado o por cualquier otra cosa. Debemos ayudarlo, ya sea judío o samaritano. Amemos al prójimo, incluso si ello significa amar al enemigo. 'Haced bien a los que os aborrecen.' Y nuestro Señor, desde luego, no sólo lo enseñó, sino que lo hizo. Lo vemos morir en la cruz y ¿qué dice de los que lo condenaron a la muerte y de los que lo perforaron con clavos? Estas son las palabras maravillosas que salen de sus santos labios: 'Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.'
Esta fue también la enseñanza y la práctica de los apóstoles en todo el Nuevo Testamento. Qué necio es decir que el Sermón del Monte no se aplica a los cristianos sino que se refiere al futuro, cuando venga el reino. No, es para nosotros, en este tiempo. Pablo dice: 'Si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber.' Es exactamente fa misma enseñanza. En todas partes es la misma. Y los apóstoles no sólo lo enseñaron; lo vivieron. Recordemos aquel hombre maravilloso, Esteban, a quien lapidaron hasta darle muerte enemigos crueles y locos. Estas fueron sus últimas palabras: 'Señor, no les tomes en cuenta este pecado.' Había alcanzado el nivel de su Maestro; ama, como Dios en el cielo ama este mundo pecador. Y, gracias a Dios, los santos de todos los siglos han hecho lo mismo. Han manifestado el mismo espíritu glorioso y maravilloso.
¿Somos nosotros así? Esta enseñanza es para nosotros. Debemos amar a nuestros enemigos y hacer bien a los que nos odian y orar por los que nos ultrajan y persiguen; así hemos de ser. Es más; podemos ser así. El Espíritu Santo, el Espíritu de amor y gozo y paz, se nos da, de modo que, si no somos así, no tenemos excusa y deshonramos a nuestro amoroso Señor.
Pero voy a terminar con unas palabras de consuelo. Porque a no ser que esté muy equivocado, cualquiera a quien se le presente esta enseñanza se siente inmediatamente condenado. Dios sabe que yo así me siento; pero tengo unas palabras de consuelo. Creo en un Dios que 'hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos.' Pero el Dios que conozco ha hecho más que esto; ha enviado a su Hijo unigénito a la cruz del Calvario para que yo me pudiera salvar. Yo fallo; todos fallamos. Pero, 'si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.' No crean que no sean cristianos si no vive esa clase de vida a la perfección. Pero, sobre todo, habiendo recibido este consuelo, no se confíen en él, sino que sientan antes bien que quiebran todavía más su corazón por no ser como Cristo, por no ser como deberían ser. ¡Si pudiéramos aunque fuera comenzar a amar así, si todo cristiano del mundo amara así! Si así fuéramos, pronto llegaría una renovación espiritual, y quien sabe lo que podría suceder en el mundo entero.
'Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y persiguen,' y entonces seremos como nuestro Padre que está en los cielos.

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Biblioteca
www.iglesiareformada.com
Estudios Sobre el Sermón del Monte

por D. Martyn Lloyd-Jones

Pastor, Iglesia Westminster, Londres



CAPITULO I Introducción General
CAPITULO II Consideraciones Generales y Análisis
CAPITULO III Introducción a las Bienaventuranzas
CAPITULO IV Bienaventurados los Pobres en Espíritu
CAPITULO V Bienaventurados los que Lloran
CAPITULO VI Bienaventurados los Mansos
CAPITULO VII Justicia y Bienaventuranza
CAPITULO VIII Las Piedras de Toque del Apetito Espiritual
CAPITULO IX Bienaventurados los Misericordiosos
CAPITULO X Bienaventurados los de Limpio Corazón
CAPITULO XI Bienaventurados los Pacificadores
CAPITULO XII El Cristiano y la Persecución
CAPITULO XIII Gozo en la Tribulación
CAPITULO XIV La Sal de la Tierra
CAPITULO XV La Luz del Mundo
CAPITULO XVI Que Vuestra Luz Alumbre
CAPITULO XVII Cristo y el Antiguo Testamento
CAPITULO XVIII Cristo Cumple la ley de los Profetas
CAPITULO XIX Justicia Mayor que la de los Escribas y Fariseos
CAPITULO XX La Letra y el Espíritu
CAPITULO XXI No Matarás
CAPITULO XXII Lo Pecaminosidad Extraordinaria del Pecado
CAPITULO XXIII Mortificar el Pecado
CAPITULO XXIV Enseñanza de Cristo Acerca del Divorcio
CAPITULO XXV El Cristiano y Los Juramentos
CAPITULO XXVI Ojo por Ojo y Diente por Diente
CAPITULO   XXVII La Capa y la Segunda Milla
CAPITULO   XXVIII Negarse a Sí Mismo y Seguir a Cristo
CAPITULO  XXIX Amar a los Enemigos
CAPITULO  XXX ¿Qué Hacéis de Más?
CAPÍTULO XXXI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXII Cómo Orar
CAPITULO XXXIII Ayuno
CAPITULO XXXIV Cuando ores
CAPÍTULO XXXV Oración: Adoración
CAPÍTULO XXXVI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXVII Tesoros en la Tierra y en el Cielo
CAPITULO XXXVIII Dios o las Riquezas
CAPITULO XXXIX La Detestable Esclavitud del Pecado
CAPITULO XL No Afanarse
CAPITULO XLI Pájaros y Flores
CAPITULO XLII Poca Fe
CAPITULO XLlll Fe en Aumento
CAPÍTULO XLIV Preocupación: Causas y remedio
CAPITULO XLV 'No Juzguéis'
CAPITULO XLVI La Paja y la Viga
CAPITULO XLVII Juicio y Discernimiento Espirituales
CAPITULO XLVIII Buscar y hallar
CAPÍTULO XLIX La Regla de Oro
CAPITULO L La Puerta Estrecha
CAPITULO LXI El Camino Angosto
CAPITULO LII Falsos profetas
CAPITULO LIII El Árbol y el Fruto
CAPITULO LIV Falsa Paz
CAPITULO LV Hipocresía Inconsciente
CAPITULO LVI Las Señales del Autoengaño
CAPITULO LVII Los dos Hombres y las dos Casas
CAPITULO LVIII ¿Roca o Arena?
CAPITULO LIX La Prueba y la Crisis de la Fe
CAPITULO LX Conclusión