CAPITULO IX
Bienaventurados los Misericordiosos

Esta afirmación concreta, 'Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.' es un paso más en la descripción que dan las Bienaventuranzas del hombre cristiano. Digo expresamente que es un paso más hacia adelante porque vuelve a haber un cambio en la clase de descripción. En un sentido hasta ahora hemos contemplado al cristiano en función de su necesidad, de su conciencia de esta necesidad. Pero ahora llegamos a un punto decisivo. Vamos a ocuparnos más de su disposición, la cual es resultado de todo lo dicho antes. Lo mismo se puede decir también de las Bienaventuranzas siguientes. Hemos visto ya algunos de los resultados que se siguen cuando uno se ve como es, y en especial cuando se ha visto a sí mismo en su relación con Dios. Ahora nos encontramos con algunas consecuencias más que se han de manifestar ineluctablemente cuando uno es verdaderamente cristiano. Por ello podemos hacer notar una vez más el hecho de que nuestro Señor escogió estas Bienaventuranzas con todo cuidado. No habló al azar. Hay un progreso concreto en el pensamiento; hay una secuencia lógica. Esta Bienaventuranza concreta procede de todas las otras, y hay que advertir sobre todo que está íntima, clara y lógicamente relacionada con la inmediatamente anterior, 'Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.' Insistiría una vez más en que de nada sirve tomar cualquier afirmación del Sermón del Monte al azar y tratar de entenderla, sin considerarla en su contexto, y sobre todo en el contexto de estas descripciones que se dan del carácter y disposición del cristiano.
'Bienaventurados los misericordiosos.' ¡Qué afirmación tan penetrante! ¡Qué piedra de toque para todos nosotros de nuestra actitud general y de nuestra profesión de fe cristiana! Felices son, dice Cristo, esas personas, merecen que se las felicite. Así ha de ser el hombre—misericordioso. Quizá sea esta una ocasión favorable para insistir una vez más en el carácter penetrante que tiene todo este texto que llamamos Bienaventuranzas. Nuestro Señor describe al cristiano, el carácter del cristiano. Es obvio que nos escudriña, que nos somete a prueba, y bueno es que nos demos cuenta de que, si tomamos las Bienaventuranzas como un todo, es una especie de prueba general a la que se nos somete. ¿Cómo reaccionamos ante estas pruebas tan penetrantes? En realidad nos lo dicen todo en cuanto a nuestra profesión cristiana. Si no nos gusta esto, si me impacienta, si prefiero hablar del comunismo, si me desagrada este análisis y prueba personal, quiere decir simplemente que mi posición es completamente contraria a la del hombre del Nuevo Testamento. Pero creo, por otra parte, que aunque estas cosas me escudriñan y hieren, con todo son esenciales y buenas para mí, y creo que me es bueno ser humillado, y que me es bueno que se me ponga delante este espejo, lo cual no sólo me muestra lo que soy, sino lo que soy a la luz del modelo que Dios tiene para el cristiano; entonces tengo derecho a sentirme esperanzado en cuanto a mi estado y condición. El que es verdaderamente cristiano, como hemos visto, nunca objeta a que se le humille. Lo primero que se dice en este texto en cuanto a él es que debe ser 'pobre en espíritu,' y si objeta a que se le demuestre que nada hay en él, entonces eso no es cierto en su caso. Así pues estas   Bienaventuranzas   tomadas   en conjunto ofrecen una prueba muy penetrante.
Son también penetrantes, me parece, en otro sentido, hecho que aparece con suma claridad en la Bienaventuranza que estamos considerando. Nos recuerdan ciertas verdades básicas, primarias acerca de la posición cristiana en general. La primera es ésta. El evangelio cristiano subraya en primer lugar el ser, no el hacer. El evangelio da más importancia a la actitud que a los actos. Primero insiste en lo que ustedes y yo somos y no en lo que hacemos. En todo el Sermón nuestro Señor se ocupa de la disposición. Luego hablará de actos; pero antes de hacerlo describe el carácter y disposición. Y ésta es, como trato de demostrar, en esencia la enseñanza del Nuevo Testamento. El cristiano es algo antes de hacer algo; y nosotros hemos de ser cristianos antes de poder actuar como cristianos. Estamos frente a un punto fundamental. Ser es más importante que hacer, la actitud es más significativa que la acción. Básicamente lo que importa es nuestro carácter. O para decirlo de otro modo. Como cristianos no estamos llamados a ser, o a tratar de ser, cristianos en varios sentidos. Ser cristiano, afirmo, es poseer cierto carácter y por tanto ser cierta clase de persona. Esto se entiende mal muy a menudo de modo que la gente cree que lo que el Nuevo Testamento nos exhorta a hacer es que tratemos de ser cristianos en esta o aquella forma, y que tratemos de vivir como cristianos en tal o tal lugar. De ningún modo: somos cristianos y nuestras acciones son el resultado de eso.
Si vamos un poco más allá, podríamos decirlo así. No nos corresponde dirigir nuestro cristianismo; nuestro cristianismo ha de dirigirnos a nosotros. Desde el punto de vista de las Bienaventuranzas, es más, desde el punto de vista de todo el Nuevo Testamento, es una falacia total pensar de otro modo, y decir, por ejemplo, Tara ser verdaderamente cristiano he de aceptar la enseñanza cristiana y luego he de ponerla en práctica.' No es así como lo dice nuestro Señor. La situación es más bien que el cristianismo me ha de dirigir; la verdad me ha de dominar porque lo que me ha hecho cristiano es la acción del Espíritu Santo dentro de mí. Quiero volver a citar la vigorosa afirmación del apóstol Pablo que lo expresa tan bien —'No vivo yo, mas vive Cristo en mí.' El dirige, no yo; de modo que no he de verme como a un hombre natural que dirige su vida y trata de ser cristiano de distintas formas. No; su Espíritu me dirige en el centro mismo de mi vida, dirige la fuente misma de mi ser, la fuente de toda actividad. No se pueden leer estas Bienaventuranzas sin llegar a esa conclusión. La fe cristiana no es algo que está en la superficie de la vida de un hombre, no es simplemente una especie de revestimiento o capa. No, es algo que ha sucedido y sucede en el centro mismo de su personalidad. Por esto el Nuevo Testamento habla acerca del nuevo nacimiento, de volver a nacer, acerca de una nueva creación y acerca de recibir una nueva naturaleza. Es algo que le sucede al hombre en el centro mismo de su ser; dirige todos sus pensamientos, toda su perspectiva, toda su imaginación, y como consecuencia, también todas sus acciones. Todas nuestras actividades, por tanto, son la consecuencia de esta nueva naturaleza, esta nueva disposición que hemos recibido de Dios por medio del Espíritu Santo.
Por esto las Bienaventuranzas son tan penetrantes. Nos dicen, de hecho, que en nuestra vida ordinaria manifestamos sin cesar precisamente lo que somos. Esto hace que se trate de un asunto tan grave. Por la forma en que reaccionamos manifestamos nuestro espíritu; y el espíritu es el que proclama al hombre en función del cristianismo. Hay personas, claro está, que como resultado de una voluntad humana vigorosa dirigen sus propias acciones en gran parte. Pero en estos otros sentidos siempre proclaman lo que son. Todos nosotros manifestamos si somos o no 'pobres en espíritu,' si 'lloramos' o no, si somos o no 'mansos,' si tenemos o no 'hambre y sed de justicia,' si somos o no 'misericordiosos.' Nuestra vida toda es expresión y proclamación de lo que somos en realidad. Y al examinar una lista como ésta, o al considerar esta descripción extraordinaria del cristiano que nuestro Señor ofrece, nos vemos obligados a examinarnos a nosotros mismos y a plantearnos estas preguntas.
En este caso la pregunta concreta es: ¿Somos misericordiosos? El cristiano, según nuestro Señor, es no sólo lo que hemos visto ya que es, sino que es también misericordioso. He aquí el hombre bienaventurado, he aquí el hombre al que hay que felicitar; el que es misericordioso. ¿Qué quiere decir nuestro Señor con esto? Primero permítanme mencionar un aspecto negativo de gran importancia. No quiere decir que debamos ser 'tranquilos,' como solemos decir. Hay mucha gente que cree que ser misericordioso significa ser tranquilo, fácil, no ver las cosas, o si uno las ve, hacer como si no las viera. Esto entraña un peligro especial en unos tiempos como los nuestros que no creen en la ley ni en la disciplina, y en un sentido tampoco en la justicia. Hoy día se cree que el hombre ha de tener libertad absoluta para pensar y hacer lo que quiera. El misericordioso, creen muchos, es el que sonríe ante las transgresiones y las violencias de la ley. Dice, '¿Qué importa? Sigamos adelante.' Es una clase de persona fácil, floja, a quien no le importa que se conculquen o no las leyes, a quien no le preocupa que se cumplan.
Es evidente que no es esto lo que quiere decir nuestro Señor en esta descripción del cristiano. Recordarán que cuando consideramos estas Bienaventuranzas en conjunto, insistimos mucho en el hecho de que no hay que interpretar ninguna de ellas en sentido de disposición natural, porque si fuera así resultaría que son injustas. Algunos nacen así, otros no; el que nace con este temperamento fácil tiene una gran ventaja sobre el que no lo es. Pero esto es la negación de toda la enseñanza bíblica. No es un evangelio para ciertos temperamentos; nadie tiene ventajas sobre los demás cuando se hallan frente a Dios. Todos 'están destituidos de la gloria de Dios,' 'toda boca se cierre' delante de Dios. Esta es la enseñanza del Nuevo Testamento, de modo que la disposición natural nunca ha de ser la base de nuestra interpretación de ninguna de estas Bienaventuranzas.
Hay, sin embargo, una razón mucho más poderosa que esa para decir que 'misericordioso' no quiere decir fácil, tranquilo. Porque cuando interpretamos este término debemos recordar que es un adjetivo que se aplica especial y específicamente a Dios mismo. De modo que sea lo que fuere lo que se decida en cuanto al significado de 'misericordioso' también se aplica a Dios, y en cuanto lo considero así vemos que esta actitud fácil que no se preocupa de la violación de la ley es inimaginable cuando se habla de Dios. Dios es misericordioso; pero Dios es justo, Dios es santo, Dios es recto: y sea cual fuere nuestra interpretación de misericordioso debe incluir todo eso. Misericordia y verdad van de la mano, y si pienso en la misericordia sólo a costa de la verdad y de la ley, no es verdadera misericordia, es entender mal este término.
¿Qué es misericordia? Creo que quizá \a mejor manera de enfocar esta idea es compararla   con   la gracia. En la introducción a las llamadas Cartas Pastorales el apóstol utiliza un término nuevo. La mayor parte de las cartas de Pablo comienzan diciendo 'gracia y paz' de parte de Dios Padre y del Señor Jesucristo; pero en las Cartas Pastorales dice, 'gracia, misericordia, y paz,' lo cual indica que hay una diferencia interesante entre gracia y misericordia. La mejor definición de ambas que he encontrado es la siguiente: 'La gracia tiene relación especial con el hombre en pecado; la misericordia está relacionada con el hombre en miseria.' En otras palabras, en tanto que la gracia mira al pecado como a un todo, la misericordia contempla las consecuencias desdichadas del pecado. De modo que misericordia significa realmente un sentido de compasión además de deseo de aliviar el sufrimiento. Este es el significado esencial de ser misericordioso; es compasión además de acción. De modo que el cristiano tiene un sentimiento de compasión. Su preocupación por la desdicha de los hombres lo lleva a la ansiedad por aliviarla. Se puede ilustrar esto de muchas maneras. Por ejemplo, tener espíritu misericordioso quiere decir tener el espíritu que se manifiesta cuando uno se encuentra de repente en la situación de tener a merced propia a alguien que lo ha ofendido. Se sabe si uno es misericordioso o no por los sentimientos que uno alberga hacia tal persona. ¿Va a decir, 'Bueno, voy a imponer mis derechos; voy a cumplir la ley. Esta persona me ha ofendido; muy bien, esta es mi oportunidad'? Esto es la antítesis misma del ser misericordioso. Esta persona está a su merced; ¿hay espíritu de venganza, o hay espíritu de compasión y pesar, espíritu, si se quiere, de bondad para sus enemigos en angustia? O, también, se puede describir como compasión interna y actos externos en relación con el dolor y sufrimiento de los demás.    Quizá la mejor manera de ilustrar esto es con un ejemplo. El Nuevo Testamento lo ilustra con el gran ejemplo del Buen Samaritano. Durante un viaje se encuentra con alguien que ha caído en manos de ladrones, se detiene, y cruza el camino para acercársele. Otros han visto al hombre pero han pasado de largo. Quizá sintieron compasión pero nada hicieron. Pero he aquí un hombre que es misericordioso; siente pesar por la víctima, cruza el camino, cura las heridas, carga con él y se preocupa por que lo atiendan. Esto es ser misericordioso. No quiere decir sólo sentir compasión; quiere decir un gran deseo, más aún un esfuerzo por hacer algo para aliviar la situación.
Pero vayamos al ejemplo supremo. El ejemplo perfecto y básico de misericordia y del ser misericordioso es que Dios envíe a su propio Hijo a este mundo, y la venida del Hijo. ¿Por qué? Porque es misericordioso. Vio nuestro estado lamentable, vio el sufrimiento, y, a pesar de la violación de la ley, eso fue lo que lo indujo a actuar. Por esto vino el Hijo y se ocupó de nuestra condición. De ahí la necesidad de la doctrina de la expiación. No hay contradicción entre justicia y misericordia, o misericordia y verdad. Van juntas. El padre de Juan el Bautista lo dijo muy bien cuando, habiendo comprendido lo que estaba sucediendo con el nacimiento de su hijo, dio gracias a Dios porque al fin la misericordia prometida a los padres había llegado, y luego pasó a dar gracias a Dios de que el Mesías hubiera venido 'por la entrañable misericordia de nuestro Dios.' Esa es la idea, y se dio cuenta de ella al comienzo mismo. Es todo cuestión de misericordia. Es Dios, digo, que contempla al hombre en la condición miserable en que está como resultado del pecado, y que tiene compasión de él. La gracia que suele haber respecto al pecado en general se convierte ahora en misericordia en particular cuando  Dios contempla las consecuencias del pecado. Y, desde luego, es algo que hay que observar constantemente en la vida y conducta de nuestro bendito Señor.
Esta es, pues, una definición aproximada de qué significa ser misericordioso. El verdadero problema, sin embargo, de esta Bienaventuranza está en la promesa, 'porque ellos alcanzarán misericordia'; quizá no ha habido otra Bienaventuranza tan mal entendida como ésta. Dicen, 'Soy misericordioso con los demás, por tanto Dios lo será conmigo; si perdono, seré perdonado. La condición para ser perdonado es que perdone.' Ahora bien la mejor manera de enfocar este problema es verlo en dos afirmaciones paralelas. Primero está la conocida frase del Padrenuestro y que es el equivalente exacto a ésta, 'Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.' Hay quienes interpretan esto en el sentido de que si uno perdona, será perdonado, si no, no lo será. Algunos no quieren decir el Padrenuestro por esta razón.
Luego hay otra afirmación parecida en la parábola de los deudores en Mateo 18. Un siervo cruel le debía a su señor; éste le pidió que pagara. El siervo no tenía el dinero por lo que le pidió al señor que le perdonara la deuda. El señor tuvo misericordia de él y se la perdonó. Pero este siervo salió y fue a pedirle a un consiervo suyo que le debía una pequeña cantidad que se la pagara inmediatamente. Este consiervo le rogó, 'Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo.' Pero no quiso escuchar y lo hizo encarcelar hasta que le pagara hasta el último centavo. Pero otros consiervos, al ver esto, informaron al señor. Al oír lo ocurrido llamó a este siervo cruel y despiadado y le dijo, 'Muy bien, en vista de lo que has hecho retiro lo dicho;' y lo hizo encarcelar hasta que pagara todo lo que debía. Nuestro Señor concluye la parábola diciendo, 'Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas.'
Ante esto volvemos a oír que dicen, 'Bien; ¿ acaso estas palabras no enseñan con claridad que Dios me perdona sólo cuando yo perdono a otros y en tanto en cuanto así lo hago?' Me sorprende de verdad que alguien pueda llegar jamás a tal interpretación, y esto por dos razones principales. Primera, si fuéramos a ser juzgados así, sin duda que ninguno de nosotros sería perdonado ni nadie llegaría jamás al cielo. Si hay que interpretar el pasaje en ese sentido legal estricto, el perdón es imposible. Sorprende que haya personas que piensen así, sin darse cuenta de que al hacerlo se condenan a sí mismas.
La segunda razón es todavía más notable. Si hay que interpretar así esta Bienaventuranza y los pasajes paralelos, entonces debemos suprimir toda la doctrina de la gracia y borrarla del Nuevo Testamento. Nunca más podemos volver a decir que hemos sido salvados por gracia por medio de la fe, y no por nosotros mismos; nunca más debemos volver a leer esos pasajes maravillosos que nos dicen que 'siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros,' o 'siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios,' o 'Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo.' Todos deben desaparecer; carecen de significado; es más, son falsos. La Escritura, como ven, debe interpretarse con la Escritura; nunca debemos interpretar ningún pasaje de la Escritura de modo que contradiga a otros. Debemos tratar de que haya armonía entre una doctrina y otra.
Si aplicamos este principio al punto que estamos tratando, la explicación es perfectamente sencilla. Nuestro Señor dice en realidad que sólo recibo perdón de verdad cuando estoy verdaderamente arrepentido. Estar verdaderamente arrepentido significa que me doy cuenta de que nada merezco más que castigo, y que si recibo perdón se debe por completo al amor de Dios, a su misericordia y gracia, y a nada más. Más aún, quiere decir que si estoy de verdad arrepentido y me doy cuenta de mi posición delante de Dios y de que sólo recibo perdón en esta forma, entonces por necesidad perdonaré a los que me ofendan.
Digámoslo de otro modo. He procurado hacer ver cómo cada una de estas Bienaventuranzas se sigue de la anterior. Este principio nunca fue más importante que en este caso. Esta Bienaventuranza se sigue de las anteriores; por tanto lo formulo así. Soy pobre en espíritu; me doy cuenta de que en mí no hay justicia; me doy cuenta de que ante Dios y su justicia para nada valgo; nada puedo hacer. No sólo esto. Lloro por el pecado que hay en mí; he llegado a la conclusión, como resultado de la acción del Espíritu Santo, de que mi corazón está corrompido. Sé qué significa exclamar, '¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?' y deseo verme libre de toda la vileza que hay en mí. No sólo esto. Soy manso, lo cual significa que ahora que he llegado a tener una idea exacta de lo que soy, nadie puede herirme, nadie puede ofenderme, nadie puede ni siquiera decir algo verdaderamente odioso, y por ello he tenido hambre y sed de justicia. La he deseado. He visto que no la puedo producir yo, y que nadie puede hacerlo. He visto mi situación desesperada delante de Dios. He tenido hambre y sed de esa justicia que me hará justo delante de Dios, que me reconciliará con él, y que me dará una vida y naturaleza nuevas. Y lo he visto en Cristo. He sido saciado; lo he recibido como don gratuito.
¿Acaso no se sigue inevitablemente que, si he visto y experimentado todo esto, mi actitud respecto a los demás debe haber cambiado por completo?
Si todo esto es cierto de mí, ya no veo a los hombres como los veía antes. Ahora los veo con ojos de cristiano. Los veo como incautos, como víctimas y esclavos del pecado y de Satanás y de los caminos del mundo. He llegado a verlos no simplemente como hombres que me desagradan sino como hombres que hay que compadecer. Los he llegado a ver como seres a quienes gobierna el dios de este mundo, como seres que están todavía donde yo estaba antes, y donde todavía estaría si no fuera por la gracia de Dios. Por esto los compadezco. No sólo veo lo que son y cómo actúan. Los veo también como esclavos del infierno y de Satanás, y toda mi actitud respecto a ellos ha cambiado. Y debido a ello, desde luego, puedo y debo ser misericordioso con ellos. Distingo entre pecado y pecador. Considero a todos los que están en estado de pecado como dignos de compasión.
Pero volvamos una vez más al ejemplo supremo. Contemplémosle en la cruz, al que nunca pecó, al que nunca hizo daño a nadie, al que vino a predicar la verdad; al que vino a buscar y salvar al perdido. Ahí está, clavado en la cruz, sufriendo agonías de muerte, y con todo ¿qué dice y cómo considera a los responsables de lo que está sufriendo? 'Padre, perdónalos.' ¿Por qué? 'Porque no saben lo que hacen.' No son ellos, sino Satanás; ellos son las víctimas; el pecado los domina. 'Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.' Ustedes y yo hemos de llegar a ser así. Veamos a Esteban cómo llegó a serlo. Mientras lo lapidan, ¿qué dice? Ora al Padre celestial y exclama, 'Señor, no les tomes en cuenta este pecado.' 'No saben lo que hacen, Señor,' dice Estaban; 'están locos. Están locos debido al pecado; no me ven como a siervo tuyo; no te conocen a ti mi Señor y Maestro; los ciega el dios de este mundo. No les tomes en cuenta este pecado.    No son responsables.' Tiene compasión de ellos y se muestra misericordioso. Así, digo, ha de sentir y actuar el cristiano. Debemos sentir piedad por todos los esclavos del pecado. Así ha de ser nuestra actitud hacia la gente.
Me pregunto si creemos que esta es la actitud cristiana incluso cuando la gente nos trata con desprecio y nos difama. Como veremos luego en el Sermón del Monte, incluso en casos así, debemos ser misericordiosos. ¿Han pasado por alguna experiencia así? ¿No han sentido compasión por personas que muestran en la cara la amargura e ira que sienten? Ha de tenérseles compasión. Consideremos las cosas por las que se enfadan; tan distintos de Cristo, tan distintos de Dios que se lo perdona todo. Deberíamos sentir una gran compasión por ellos, deberíamos pedir a Dios por ellos y suplicarle que tenga misericordia de ellos. Digo que todo esto se sigue necesariamente si hemos experimentado de verdad qué significa ser perdonado. Si sé que todo se lo debo a la misericordia, si sé que soy cristiano sólo por la gracia gratuita de Dios, no debería haber orgullo en mí, no debería haber espíritu de venganza, no deberíamos insistir en nuestros derechos. Antes bien, al ver a otros, si encuentro algo indigno o que es manifestación de pecado, debería sentir gran compasión por ellos.
Todo esto se sigue en forma ineluctable y automática. Esto dice nuestro Señor en este pasaje. Si tiene misericordia, la tiene de este modo. Ya la tiene, pero la tendrá también cada vez que peque, por qué cuando caiga en la cuenta de lo que has hecho volverá a decirle a Dios, 'Ten misericordia de mí, oh Dios.' Pero recuerden esto. Si, cuando pecan, se dan cuenta de ello y acuden a Dios arrepentidos, y allá de rodillas se dan cuenta de que no perdonan ustedes a alguien, no tendrán confianza en la  oración; se despreciarán. Como lo dice David, 'Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor no me habría escuchado.' Si uno no perdona a su hermano, se puede pedir perdón a Dios, pero no se puede tener confianza en la propia oración, y la oración no será escuchada. Esto es lo que dice esta Bienaventuranza. Esto es lo que dice nuestro Señor en la parábola del siervo injusto. Si ese siervo cruel e injusto no perdonaba a su consiervo, quería decir que no había nunca entendido el perdón ni la relación con su señor. Por ello no fue perdonado. Porque una condición para el perdón es el arrepentimiento. Arrepentimiento significa, entre otras cosas, que me doy cuenta de que delante de Dios no tengo ningún derecho, y que sólo su gracia y misericordia perdonan. Y se sigue como la noche al día que aquel que se da verdadera cuenta de su posición delante de Dios y de su relación con El, debe por necesidad ser misericordioso con los demás.
Es algo solemne, grave y, en cierto modo, terrible decir que uno no puede recibir perdón a no ser que perdone. Porque la operación de la gracia de Dios es tal, que cuando se realiza en nuestro corazón con perdón nos hace misericordiosos. Manifestamos, pues, si hemos recibido o no perdón con el perdonar o no. Si soy perdonado, perdonaré. Nadie tiene naturalmente espíritu misericordioso. Si no se tiene, pues, naturalmente, se tiene por una sola razón. Hemos visto lo que Dios ha hecho por nosotros a pesar de lo que merecemos, y decimos, 'Sé que he recibido perdón; por tanto, voy a perdonar.' 'Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.' Por haber recibido ya misericordia, son misericordiosos. Al vivir en el mundo, caemos en pecado. En cuanto esto sucede necesitamos misericordia y la conseguimos. Y recuerden el fin. En 2 Timoteo 1:16-18 Pablo menciona a Onesíforo al que recuerda por haber tenido compasión de él y porque lo había visitado cuando se hallaba prisionero en Roma. Luego añade: 'Concédale el Señor que halle misericordia cerca del Señor en aquel día.' Sí, entonces la necesitaremos. La necesitaremos al final, en el día del juicio cuando nos presentemos todos delante del tribunal de Cristo para darle cuenta de nuestros actos. No cabe duda que habrá cosas malas y pecaminosas, por las que necesitaremos misericordia en aquel día. Y, gracias a Dios, si la gracia de Cristo está en nosotros, si el espíritu del Señor está en nosotros, y somos misericordiosos, entonces conseguiremos misericordia en aquel día. Lo que me hace misericordioso es la gracia de Dios. Pero la gracia de Dios sí me hace misericordioso. Por ello todo se explica así. Si no soy misericordioso hay una sola explicación; nunca he entendido la gracia y misericordia de Dios; estoy apartado de Cristo; sigo todavía en mis pecados, no he recibido perdón.
'Que cada uno se examine a sí mismo.' No les pregunto qué clase de vida llevan. No les pregunto si hacen esto o aquello. No les pregunto si tienen un cierto interés por el reino de Dios. Sólo les pregunto esto. ¿Son misericordiosos? ¿Tienen compasión por los pecadores incluso cuando los ofenden a ustedes? ¿Tienen compasión por todos los que son víctimas del mundo, de la carne y del demonio? Esta es la piedra de toque. 'Bienaventurados —felices— los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.'


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Estudios Sobre el Sermón del Monte

por D. Martyn Lloyd-Jones

Pastor, Iglesia Westminster, Londres



CAPITULO I Introducción General
CAPITULO II Consideraciones Generales y Análisis
CAPITULO III Introducción a las Bienaventuranzas
CAPITULO IV Bienaventurados los Pobres en Espíritu
CAPITULO V Bienaventurados los que Lloran
CAPITULO VI Bienaventurados los Mansos
CAPITULO VII Justicia y Bienaventuranza
CAPITULO VIII Las Piedras de Toque del Apetito Espiritual
CAPITULO IX Bienaventurados los Misericordiosos
CAPITULO X Bienaventurados los de Limpio Corazón
CAPITULO XI Bienaventurados los Pacificadores
CAPITULO XII El Cristiano y la Persecución
CAPITULO XIII Gozo en la Tribulación
CAPITULO XIV La Sal de la Tierra
CAPITULO XV La Luz del Mundo
CAPITULO XVI Que Vuestra Luz Alumbre
CAPITULO XVII Cristo y el Antiguo Testamento
CAPITULO XVIII Cristo Cumple la ley de los Profetas
CAPITULO XIX Justicia Mayor que la de los Escribas y Fariseos
CAPITULO XX La Letra y el Espíritu
CAPITULO XXI No Matarás
CAPITULO XXII Lo Pecaminosidad Extraordinaria del Pecado
CAPITULO XXIII Mortificar el Pecado
CAPITULO XXIV Enseñanza de Cristo Acerca del Divorcio
CAPITULO XXV El Cristiano y Los Juramentos
CAPITULO XXVI Ojo por Ojo y Diente por Diente
CAPITULO   XXVII La Capa y la Segunda Milla
CAPITULO   XXVIII Negarse a Sí Mismo y Seguir a Cristo
CAPITULO  XXIX Amar a los Enemigos
CAPITULO  XXX ¿Qué Hacéis de Más?
CAPÍTULO XXXI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXII Cómo Orar
CAPITULO XXXIII Ayuno
CAPITULO XXXIV Cuando ores
CAPÍTULO XXXV Oración: Adoración
CAPÍTULO XXXVI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXVII Tesoros en la Tierra y en el Cielo
CAPITULO XXXVIII Dios o las Riquezas
CAPITULO XXXIX La Detestable Esclavitud del Pecado
CAPITULO XL No Afanarse
CAPITULO XLI Pájaros y Flores
CAPITULO XLII Poca Fe
CAPITULO XLlll Fe en Aumento
CAPÍTULO XLIV Preocupación: Causas y remedio
CAPITULO XLV 'No Juzguéis'
CAPITULO XLVI La Paja y la Viga
CAPITULO XLVII Juicio y Discernimiento Espirituales
CAPITULO XLVIII Buscar y hallar
CAPÍTULO XLIX La Regla de Oro
CAPITULO L La Puerta Estrecha
CAPITULO LXI El Camino Angosto
CAPITULO LII Falsos profetas
CAPITULO LIII El Árbol y el Fruto
CAPITULO LIV Falsa Paz
CAPITULO LV Hipocresía Inconsciente
CAPITULO LVI Las Señales del Autoengaño
CAPITULO LVII Los dos Hombres y las dos Casas
CAPITULO LVIII ¿Roca o Arena?
CAPITULO LIX La Prueba y la Crisis de la Fe
CAPITULO LX Conclusión

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