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Estudios Sobre el Sermón del Monte

por D. Martyn Lloyd-Jones

Pastor, Iglesia Westminster, Londres



CAPITULO I Introducción General
CAPITULO II Consideraciones Generales y Análisis
CAPITULO III Introducción a las Bienaventuranzas
CAPITULO IV Bienaventurados los Pobres en Espíritu
CAPITULO V Bienaventurados los que Lloran
CAPITULO VI Bienaventurados los Mansos
CAPITULO VII Justicia y Bienaventuranza
CAPITULO VIII Las Piedras de Toque del Apetito Espiritual
CAPITULO IX Bienaventurados los Misericordiosos
CAPITULO X Bienaventurados los de Limpio Corazón
CAPITULO XI Bienaventurados los Pacificadores
CAPITULO XII El Cristiano y la Persecución
CAPITULO XIII Gozo en la Tribulación
CAPITULO XIV La Sal de la Tierra
CAPITULO XV La Luz del Mundo
CAPITULO XVI Que Vuestra Luz Alumbre
CAPITULO XVII Cristo y el Antiguo Testamento
CAPITULO XVIII Cristo Cumple la ley de los Profetas
CAPITULO XIX Justicia Mayor que la de los Escribas y Fariseos
CAPITULO XX La Letra y el Espíritu
CAPITULO XXI No Matarás
CAPITULO XXII Lo Pecaminosidad Extraordinaria del Pecado
CAPITULO XXIII Mortificar el Pecado
CAPITULO XXIV Enseñanza de Cristo Acerca del Divorcio
CAPITULO XXV El Cristiano y Los Juramentos
CAPITULO XXVI Ojo por Ojo y Diente por Diente
CAPITULO   XXVII La Capa y la Segunda Milla
CAPITULO   XXVIII Negarse a Sí Mismo y Seguir a Cristo
CAPITULO  XXIX Amar a los Enemigos
CAPITULO  XXX ¿Qué Hacéis de Más?
CAPÍTULO XXXI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXII Cómo Orar
CAPITULO XXXIII Ayuno
CAPITULO XXXIV Cuando ores
CAPÍTULO XXXV Oración: Adoración
CAPÍTULO XXXVI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXVII Tesoros en la Tierra y en el Cielo
CAPITULO XXXVIII Dios o las Riquezas
CAPITULO XXXIX La Detestable Esclavitud del Pecado
CAPITULO XL No Afanarse
CAPITULO XLI Pájaros y Flores
CAPITULO XLII Poca Fe
CAPITULO XLlll Fe en Aumento
CAPÍTULO XLIV Preocupación: Causas y remedio
CAPITULO XLV 'No Juzguéis'
CAPITULO XLVI La Paja y la Viga
CAPITULO XLVII Juicio y Discernimiento Espirituales
CAPITULO XLVIII Buscar y hallar
CAPÍTULO XLIX La Regla de Oro
CAPITULO L La Puerta Estrecha
CAPITULO LXI El Camino Angosto
CAPITULO LII Falsos profetas
CAPITULO LIII El Árbol y el Fruto
CAPITULO LIV Falsa Paz
CAPITULO LV Hipocresía Inconsciente
CAPITULO LVI Las Señales del Autoengaño
CAPITULO LVII Los dos Hombres y las dos Casas
CAPITULO LVIII ¿Roca o Arena?
CAPITULO LIX La Prueba y la Crisis de la Fe
CAPITULO LX Conclusión
CAPITULO II
Consideraciones Generales y Análisis

En el capítulo anterior examinamos los antecedentes del Sermón del Monte y presentamos una introducción al mismo. Si bien quisiera salir ya de ello, debemos todavía examinar el Sermón en una forma general antes de entrar en detalles y de analizar las afirmaciones concretas que contiene. Me parece que hacerlo así es muy bueno y conveniente. No quiero decir con esto que me vaya a embarcar en un estudio de lo que podríamos llamar tecnicismos. Los expertos se complacen en discutir, por ejemplo, si el Sermón del Monte tal como lo refiere Mateo 5 y 6 es igual a lo que contiene Lucas 6, Muchos de ustedes es probable que conozcan lo que se ha dicho acerca de esto. En cuanto a mí con franqueza no me preocupa gran cosa: en realidad, no temo decir que no me interesa. No es que quiera echar por tierra el valor de una discusión y estudio cuidadosos de la Escritura en esta forma; pero sí me parece que es necesario estar constantemente al tanto para no dejarse sumergir tanto en los tecnicismos de la Escritura que pasemos por alto su mensaje. Si bien debemos de interesarnos por el problema de la concordancia de los Evangelios y por otros parecidos, Dios no quiera, digo, que consideremos los Evangelios como una especie de rompecabezas intelectual. Los Evangelios no son para que extraigamos de ellos esquemas y clasificaciones perfectos; son para que los leamos a fin de que sepamos aplicarlos, vivirlos y practicarlos.
No intento, por tanto, dedicar tiempo a examinar tales cuestiones técnicas. Se han sugerido varias clasificaciones y subdivisiones del Sermón tal como aparece en estos tres capítulos; ha habido muchas discusiones acerca de cuestiones como si hay siete bienaventuranzas, ocho o nueve. Otros pueden dedicar tiempo a estos problemas si así lo desean, pero yo creo que lo importante no son los números, por así decirlo, sino que examinemos las bienaventuranzas mismas. Por ello espero no defraudar a nadie que esté interesado en esa clase de estudio.
Nunca olvidaré, a este respecto, a un hombre que, siempre que lo encontraba, me dejaba con la impresión de que era un gran estudioso de la Biblia. Supongo que en un sentido lo era, pero su vida por desgracia estaba muy lejos de lo que se describe en las páginas del Nuevo Testamento. Con todo, el estudio de la Biblia era su pasatiempo favorito y esto es lo que temo. Se puede ser estudioso de la Biblia en un sentido mecánico. Así como algunos pasan horas analizando a Shakespeare, otros lo pasan analizando la Biblia. Está muy bien analizar la Escritura si se hace con carácter secundario y si se tiene cuidado de que ello no se convierta en algo exclusivo, de modo que sólo nos interesemos en un sentido objetivo e intelectual. Se trata de una Palabra única, y no se debe estudiar como cualquier otro libro. Cada vez entiendo más a aquellos padres y santos de la Iglesia de siglos pasados que decían que la Biblia sólo se debe leer de rodillas. Necesitamos que se nos recuerde esto sin cesar cuando nos acercamos a la Palabra de Dios, a saber, que es en realidad y de verdad la Palabra de Dios que nos habla directamente.
La razón, pues, de por qué considero importante que hablemos del Sermón del Monte en conjunto antes de entrar en detalles, es el peligro constante ciertas afirmaciones, a concentrarnos en ellas a costa de lo demás. El modo de corregir esta tendencia, creo, es caer en la cuenta de que no se puede entender ninguna parte de este Sermón sino es a la luz de todo él. Algunos amigos me han dicho, 'Me va a interesar más cuando llegue a decir con precisión qué quiere decir "Al que te pida, dale" ', etc. Esto denota una actitud equivocada ante el Sermón del Monte. Se fijan sólo en afirmaciones particulares. Esto entraña un gran peligro. El Sermón del Monte, si se me permite emplear tal comparación, es como una gran composición musical, como una sinfonía si quieren. Ahora bien, el todo es mayor que una serie de partes, y nunca debemos perder de vista el conjunto. No temo decir que, a no ser que hayamos entendido y captado el Sermón del Monte en conjunto, no es posible entender ninguno de sus mandatos concretos. Quiero decir que es vano e inútil presentar a alguien un mandato concreto del Sermón del Monte a no ser que dicha persona ya haya creído, y aceptado las Bienaventuranzas, y haya conformado su vida a las mismas.
En esto radica el hecho de que la llamada idea de la 'aplicación social del Sermón del Monte a las necesidades modernas' sea una falacia tan completa y una herejía. A menudo la gente lo ha aplicado de este modo. Por ejemplo, escogen el punto de 'volver la otra mejilla'. Lo sacan del contexto del Sermón y, basados en ello, afirman que todas las guerras son inmorales y anticristianas. No quiero ahora discutir el problema del pacifismo; lo que me preocupa es que no se puede tomar ese mandato concreto y presentárselo a un individuo o nación o al mundo a no ser que ese individuo, o esa nación, o el mundo entero vivan ya y practiquen las Bienaventuranzas. Todos los mandatos concretos que estudiaremos siguen a las Bienaventuranzas con las que comienza el Sermón. Esto quiero decir cuando afirmo que debemos comenzar con una visión sinóptica, general del todo antes de ni siquiera comenzar a considerar las partes concretas. En otras palabras, todo lo que el Sermón contiene, si lo tratamos en forma adecuada, y si queremos que nos aproveche, debe tomarse en su marco natural; y, como acabo de subrayar, el orden en que los mandatos aparecen en el Sermón es en realidad de suma importancia. Las Bienaventuranzas no aparecen al final, sino al comienzo, y no temo afirmar que a no ser que tengamos una idea bien clara acerca de ellas no vale la pena proseguir.   No tenemos derecho a proseguir.
En este Sermón hay una especie de secuencia lógica. Y no sólo esto; hay también un orden y secuencia espirituales. Nuestro Señor no dice estas cosas sin pensarlo; todo es premeditado. Se presentan ciertos postulados, y de ellos se siguen ciertas cosas. Por ello nunca discuto de ningún mandato concreto del Sermón con una persona si no estoy bien seguro de que es cristiana. De nada sirve pedirle a alguien que no es cristiano ya, que trate de vivir o practicar el Sermón del Monte. Esperar una conducta cristiana de quien no ha nacido de nuevo es herejía. Las invitaciones del evangelio en cuanto a conducta, a ética y a moralidad se basan siempre en el presupuesto de que aquellos a quienes tales mandatos van dirigidos son cristianos.
Esto es obvio en el caso de cualquiera de las cartas, y también lo es en este caso. Tomen la Carta que quieran. Verán que la subdivisión es igual en todas; siempre la doctrina primero, y luego las conclusiones de la doctrina. Se proponen los grandes principios y se da una descripción de los cristianos a los que va dirigida la carta.   Luego, debido a ello, o porque creen tal cosa, 'por tanto' se les exhorta a hacer ciertas cosas. Siempre tendemos a olvidar que todas las cartas del Nuevo Testamento fueron escritas a cristianos y no a no cristianos; y las invitaciones en términos éticos de las Cartas se dirigen siempre a los creyentes, a los que son hombres y mujeres nuevos en Cristo Jesús. Este Sermón del Monte es exactamente lo mismo.
Muy bien; tratemos de presentar una especie de división general del contenido del Sermón del Monte. También en esto verán que es casi verdad decir que cada uno tiene su propia subdivisión y clasificación. En un sentido, ¿por qué no deberían tenerlo? Nada hay más vano que preguntar, '¿Cuál es la subdivisión y clasificación correctas del contenido de este Sermón?' Se puede subdividir de varias maneras. El que me parece más adecuado es el siguiente. Dividiría el Sermón en una parte general y otra específica. La parte general del Sermón abarca del versículo 3 "al 16. En ellos tenemos ciertas afirmaciones generales respecto al cristiano. Luego el resto del Sermón se ocupa de aspectos específicos de su vida y conducta. Primero el tema general, y luego una ilustración de este tema en particular.
Pero por conveniencia, podemos ir un poco más allá en nuestra subdivisión. En los vv. 3-10 tenemos la descripción de la índole del cristiano. Es decir, más o menos, las Bienaventuranzas que son una descripción de la índole del cristiano en general. Luego, los vv. 11,12 diría que nos presentan la índole del cristiano según se ve por la reacción del mundo frente a él. Se nos dice, 'Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros.' En otras palabras, la índole del cristiano se describe en forma positiva y negativa. Primero vemos qué clase de hombre es, y luego se nos dice, por ser así, le sucederán ciertas cosas. Pero siempre se trata de una descripción general. Luego, naturalmente, los vv. 13-16 son una exposición de la relación del cristiano con el mundo, o, si lo prefieren, estos versículos describen la función del cristiano en la sociedad y en el mundo; estas descripciones del mismo se ponen de relieve y se elaboran, y luego se resumen, por así decirlo, en la exhortación: 'Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.'
Tenemos, pues, ahí una descripción general del cristiano. Luego, me parece, llegamos a lo que llamaría ejemplos e ilustraciones concretos de cómo un hombre tal vive en un mundo como éste. Se puede subdividir de este modo. En los vv. 17-18 tenemos al cristiano frente a la ley de Dios y sus exigencias. Recordarán las varias subdivisiones. Se describe en forma general su justicia. Luego se nos habla de su relación con asuntos como el homicidio, el adulterio y el divorcio; luego cómo debería hablar y su postura respecto al problema de la venganza y autodefensa, y su actitud para con el prójimo. El principio básico es que el cristiano se fija sobre todo en el espíritu y no en la letra. Esto no significa que prescinda de la letra, sino que le preocupa más el espíritu. El error de los fariseos y de los escribas fue que se interesaban sólo en lo mecánico. La idea cristiana de la ley tiene en cuenta sobre todo el espíritu, y se interesa por los detalles sólo en cuanto son expresión del espíritu. Este principio se elabora con unos cuantos ejemplos e ilustraciones.
Todo el capítulo 6 me parece que se refiere al cristiano que vive en presencia de Dios, en sumisión activa a El, en dependencia completa de El. Si se lee despacio el capítulo 6 me parece que se llega a esta conclusión. Centra el interés en la relación del cristiano con el Padre. Tomemos, por ejemplo, el primer versículo: 'Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos; de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos.' Prosigue así desde el principio hasta el fin, y al final se nos repite prácticamente lo mismo. 'No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos... o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.' Ahí tenemos una descripción del cristiano como hombre que sabe que está siempre en la presencia de Dios, de modo que se interesa no en la impresión que causa en otros hombres, sino en su relación con Dios. Así pues, cuando ora, no se interesa por lo que otros piensen, por si alaban sus oraciones o las critican; sabe que está en la presencia del Padre, y que ora a Dios. Lo mismo cuando da limosna, sólo a Dios tiene presente. Además, cuando se enfrenta con problemas de la vida, con la necesidad de comida o vestido, su reacción ante sucesos externos, todo lo ve a la luz de su relación con el Padre. Este es un principio muy importante referente a la vida cristiana.
Luego el capítulo 7 se puede considerar como una presentación del cristiano como alguien que vive siempre bajo el juicio de Dios, y en el temor de Dios. 'No juzguéis, para que no seáis juzgados.' 'Entrad por la puerta estrecha.' 'Guardaos de los falsos profetas.' 'No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.' Además se compara al cristiano con el hombre que edifica una casa que sabe va a ser sometida a prueba.
Ahí tenemos, pues, no sólo un análisis general del Sermón del Monte, sino también un retrato y presentación completo del cristiano. Ciertos rasgos caracterizan siempre al cristiano, y éstos son ciertamente los tres principios más importantes. El cristiano es un hombre que por necesidad debe preocuparse por cumplir con la ley de Dios. Mencioné en el capítulo 1 la tendencia fatal de presentar la ley y la gracia como antítesis en un sentido erróneo. No estamos 'bajo la ley' pero todavía tenemos que observarla; la 'justicia de la ley' ha de 'cumplirse en nosotros', dice el apóstol Pablo escribiendo a los Romanos. Cristo vino 'en semejanza de carne de pecado', condenado 'al pecado en la carne'. Bien; ¿por qué 'Para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu' (Ro. 8:3,4)? Así pues, el cristiano es alguien que vive siempre preocupado por vivir la ley de Dios y cumplirla. Aquí se le recuerda cómo ha de conseguirlo.
Además uno de los hechos esenciales y más obvios acerca del cristiano es que es un hombre que vive siempre consciente de que está en la presencia de Dios. El mundo no vive así; ésta es la gran diferencia entre el cristiano y el que no lo es. El cristiano es alguien que siempre debería actuar a la luz de esta relación íntima con Dios. No es, por así decirlo, independiente. Es hijo de Dios, de modo que todo lo que hace, lo hace desde esta perspectiva de agradarle. Por esto el cristiano, por necesidad, debería ver todo lo que le sucede en este mundo en una forma completamente distinta de los demás. El Nuevo Testamento insiste en esto muchas veces. El cristiano no se preocupa por la comida ni la bebida ni el vestir ni la casa. No es que diga que todo esto no importa, sino que no constituyen su preocupación principal, no vive para ellas. El cristiano no se siente atado a este mundo ni a sus preocupaciones. ¿Por qué? Porque pertenece a otro reino y de otra manera. No se aísla del mundo; este fue el error del movimiento monástico católico. El Sermón del Monte no te dice que te aísles para poder vivir una vida cristiana. Pero sí dice que tu actitud es completamente distinta de la del no cristiano, debido a la relación que tienes con Dios y a tu completa dependencia de El. El cristiano por tanto nunca debería preocuparse por las circunstancias en que se ve envuelto en este mundo dada la relación que tiene con Dios. Esto es fundamental para el cristiano.
Lo tercero es igualmente verdadero y fundamental. El cristiano es alguien que siempre anda en el temor de Dios - no temor pusilánime, porque el amor perfecto excluye dicho temor. No sólo se acerca a Dios tal como dice la Carta a los Hebreos, 'con temor y reverencia', sino que vive toda su vida de este modo. El cristiano es el único que vive en este mundo bajo esta impresión de juicio. Debe hacerlo así porque nuestro Señor le dice que lo haga. Le dice que va a ser juzgado por lo que edifique, que va a llegar el momento del juicio. Le dice que no repita, 'Señor, Señor,' que no dependa de lo que haga en la Iglesia como si ello fuera necesario y suficiente, porque se acerca el juicio, de manos de Alguien que ve el corazón. No se fija en la vestimenta de la oveja sino en lo que hay adentro. Ahora bien, el cristiano es alguien que siempre recuerda esto. Dije antes que la acusación última que se nos hará a los cristianos de hoy es la de superficialidad y volubilidad. Estos defectos se manifiestan ahora más que nunca, y por esto es bueno que leamos cómo vivían los cristianos de antes. Estos del Nuevo Testamento vivían en el temor de Dios. Todos aceptaron la enseñanza del apóstol Pablo cuando escribe, 'Es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo' (2Co. 5:10). Esto se les dice a los cristianos. Pero al cristiano de hoy no le gusta; dice que no va con él. Pero esto enseña el apóstol Pablo igual que lo enseñó el Sermón del Monte. 'Es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo'; 'Conociendo, pues, el temor del Señor.' El juicio se acerca y va a comenzar por 'la casa de Dios', como es lógico, dado lo que decimos ser. Toda la sección final del Sermón del Monte insiste en estas ideas. Siempre deberíamos andar y vivir con desconfianza de la carne, de nosotros mismos, sabiendo que tenemos que comparecer ante Dios y ser juzgados por El. Es una 'puerta estrecha,' es un 'camino estrecho', el que conduce a la vida que es vida de verdad.
Cuan importante es, pues, considerar este sermón en una forma general antes de discutir acerca de qué significa cuando nos dice que presentemos la otra mejilla, y todo lo demás. La gente suele fijarse en estos detalles y es un enfoque completamente falso del Sermón.
Establezcamos ahora unos cuantos principios que deben dirigir la interpretación de este Sermón. Lo más importante es que debemos siempre recordar que el Sermón del Monte es una descripción de una forma de ser y no un código de ética o moral. No ha de considerarse como ley - como una especie de 'Diez Mandamientos' o conjunto de normas y reglas que debemos observar - sino más bien como una descripción de lo que los cristianos debemos ser, ilustrado en algunos aspectos concretos. Es como si nuestro Señor dijera, 'Por ser lo que sois, así habéis de considerar la ley y vivirla.' De esto se sigue que cada mandato concreto no ha de considerarse y luego aplicarse en una forma mecánica o al pie de la letra, porque esto la haría ridícula. La gente lee este Sermón y dice por ejemplo: 'Tomemos Este mandato, "Al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa." Si lo hiciéramos así pronto no nos quedaría nada en el ropero.' Esta no es la forma de considerarlo. Lo que se inculca es que debería tener tal convencimiento que bajo ciertas circunstancias y condiciones, debo hacer precisamente esto - entregar la capa, o andar un kilómetro más. No se trata de una regla rígida que hay que aplicar; pero soy tal que, si es la voluntad de Dios y por su gloria, estoy dispuesto a hacerlo. Todo lo que soy y tengo es de El, y no mío. Es una ilustración concreta de un principio y actitud generales.
Hallo que esta relación entre lo general y lo concreto es algo muy difícil de expresar con palabras. De hecho supongo que una de las cosas más difíciles en cualquier esfera de pensamiento es definir en qué consiste esta relación. Lo que más llega a satisfacerme es la siguiente formulación. La relación de un mandato concreto con la vida entera del alma es la relación, creo, del artista con las normas y leyes concretas que rigen lo que hace. Tomemos, por ejemplo, el campo de la música. Un artista puede tocar una pieza muy inspirada en forma muy exacta; quizá no cometa ni un solo error. Y con todo puede decirse con verdad que no tocó la Sonata Claro de Luna de Beethoven. Tocó las notas correctamente, pero no era la Sonata. ¿Qué hizo, pues? Tocó en forma mecánica las notas exactas, pero el alma y la verdadera interpretación estuvieron ausentes. No hizo lo que Beethoven quiso y pretendió. En esto, creo, consiste la relación entre el todo y las partes. El artista, el verdadero artista, siempre actúa en forma correcta. Ni el artista más genial no puede permitirse el lujo de prescindir de reglas y normas. Pero no es esto lo que lo hace grande. Es algo extra, la expresión; es el espíritu, es la vida, es 'el todo' que sabe transmitir. Ahí tenemos, me parece, la relación de lo concreto con lo general en el Sermón del Monte. No se pueden divorciar, no se pueden separar. El cristiano, aunque se fija más en el espíritu, se preocupa también por la letra. Pero no se preocupa tan sólo de la letra, ni nunca debe pensar en la letra aparte del espíritu.
Permítanme, pues, resumirlo de este modo. He aquí algunas pruebas negativas que se pueden aplicar. Si se encuentran discutiendo con el Sermón del Monte, acerca de algún punto, significa ya sea que algo anda mal en su vida ya que su interpretación del Sermón es errónea. Me parece que este criterio es muy bueno. Al leer este Sermón algo me choca y deseo discutirlo. Bien, pues, y lo repito; esto significa o bien que mi espíritu todo anda errado y que no estoy viviendo las Bienaventuranzas; o bien que interpreto ese mandato concreto en una forma equivocada y falsa. Es un sermón terrible este Sermón del Monte. Tengan mucho cuidado al leerlo, y sobre todo al hablar de él. Si lo critican en algo dicen mucho de sí mismos. Para decirlo con las palabras de Santiago, seamos por tanto 'prontos para oír, tardos para hablar, tardos para airarse'.
Además, si nuestra interpretación hace que un mandato parezca ridículo podemos estar seguros de que tal interpretación está equivocada. Ustedes comprenden la idea; la he mencionado antes en la ilustración de la túnica y la capa. Tal interpretación, repito, debe estar equivocada, porque nada de lo que nuestro Señor enseñó puede resultar ridículo.
Finalmente, si consideran cualquier mandato concreto de este Sermón como imposible, una vez más su interpretación del mismo está equivocada. Lo voy a decir de otra manera. Nuestro Señor enseñó estas cosas, y espera que las vivamos. Su último encargo, lo recuerdan, a los que envió a predicar fue, 'Id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado.' Ahora bien, en este Sermón se encuentran precisamente estas cosas. Quiso que se enseñaran, quiso que se practicaran. Nuestro Señor mismo vivió el Sermón del Monte. Los apóstoles vivieron el Sermón del Monte, y si se toman la molestia de leer las vidas de los santos a lo largo de los siglos, de los hombres a los que Dios ha utilizado de una forma más visible, hallarán que, siempre, han sido hombres que han tomado el Sermón del Monte no sólo en serio sino en forma literal. Lean la vida de un hombre como Hudson Taylor y verán que lo vivió en forma literal, y no es el único. Estas cosas las enseñó nuestro Señor y las destinó a nosotros, a su pueblo. Así es como ha de vivir el cristiano.
Hubo un tiempo en que al cristiano se le llamó hombre 'temeroso de Dios.' No creo que esto se pueda nunca superar - hombre 'temeroso de Dios.' No quiere decir temor pusilánime, no quiere decir temor que atormente, pero sí es una maravillosa descripción del verdadero cristiano. Por necesidad es, como se nos recuerda con tanto vigor en el capítulo séptimo de este Evangelio, un hombre que vive en el temor de Dios. Podemos decir de nuestro bendito Señor mismo que su vida fue una vida llena de temor de Dios. Entiendan lo importante que es esta idea de la vida cristiana. A menudo, como ya he señalado, los cristianos modernos, que son capaces de dar testimonios muy brillantes y aparentemente emocionantes de alguna experiencia que han tenido, no dan la impresión de que sean gente temerosa de Dios, sino más bien hombres mundanos, tanto en el vestir como en la apariencia, en una especie de jactancia y confianza fácil.
Por tanto no sólo debemos tomar los mandatos del Sermón con seriedad. También debemos comprobar nuestra interpretación concreta a la luz de los principios enunciados. Tengan cuidado con el espíritu de discutir con ellos; tengan cuidado de no volverlos ridículos; y tengan cuidado de no interpretarlos de tal modo que resulten imposibles. Esta es la vida a la que somos llamados, y vuelvo a repetir y sostener que si todos los cristianos de la Iglesia de hoy vivieran el Sermón del Monte, el gran avivamiento que anhelamos y por el que pedimos ya hubiera comenzado. Cosas sorprendentes y sobrecogedoras ocurrirían; el mundo estaría pasmado, y hombres y mujeres serían atraídos a nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
Que Dios nos dé gracia para estudiar este Sermón del Monte y recordar que no queremos juzgarlo, sino que nosotros somos los que estamos bajo juicio, y que el edificio que estamos levantando en Este mundo y esta vida tendrá que hacer frente a su prueba final y al escrutinio definitivo del ojo del Cordero de Dios que fue inmolado.


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