CAPITULO XL
No Afanarse

Con el versículo 25 comienza un nuevo aparte en esta exposición del Sermón del Monte. En realidad, es una sub-sección del tema mayor de este capítulo sexto, a saber, la vida del cristiano en este mundo, en su relación con el Padre.
Hay que considerar dos aspectos principales — lo que el cristiano hace en privado, y lo que hace en público. Esto demuestra lo práctico que es este Sermón. Está muy lejos de ser algo apartado y teórico. Se ocupa de los detalles prácticos de la vida personal, privada — todo lo que hago, mi vida de oración, mi vida de tratar de hacer el bien, mi vida de ayuno, mi devoción personal, el fomento y cultivo de mi propia vida espiritual.
Pero yo no dedico todo el tiempo a estas ocupaciones. Eso sería convertirse en monje o eremita. No me segrego. No; vivo en el mundo, y me dedico a los negocios y asuntos comerciales, y hay multitud de problemas que me atañen. Encima de todo lo demás nuestro Señor nos recuerda en la segunda sección, a partir del versículo 19, que el gran problema con el que nos enfrentamos es el de la mundanalidad que está siempre atacándonos. Éste es el tema desde el versículo 19 hasta el final del capítulo. Pero hemos visto que se divide en secciones subalternas. Ante todo está la sección que ya hemos examinado, consiste en los versículos 19 al 24. Ahora, desde el versículo 25 hasta el final del capítulo, pasamos a la segunda sección. Sigue siendo el mismo tema: el peligro de la mundanalidad, el peligro de las riquezas, el peligro de que la mente, la visión y la vida de este mundo actual nos derroten.
Hay quizá dos formas principales de considerar la diferencia entre los versículos 19-24 y esta sección. Una forma sería decir que en la subdivisión previa, nuestro Señor hizo énfasis principalmente en el peligro de acumular tesoros terrenales, cuidarlos, aumentarlos, vivir para eso. Aquí, no se trata tanto del acumular tesoros, sino del preocuparse por ello, del afanarse por ellos. Y desde luego, las dos cosas son diferentes. Hay muchos que quizá no sean culpables de hacerse tesoros en la tierra, aunque pueden serlo de mundanalidad, porque siempre están pensando en estas cosas, siempre están afanándose acerca de ellas y ocupándose de ellas constantemente. Ésta es la diferencia principal entre las dos sub-secciones. Pero se puede proponer de otra forma. Algunos dicen que en los versículos 19-24 nuestro Señor se dirigía principalmente a personas ricas, a personas que disponen de bienes abundantes, y quienes por consiguiente están en la posición de hacerse de más bienes, de aumentarlos. Pero sugieren que a partir del versículo 25 hasta el final del capítulo, piensa más en las personas que, o son en realidad pobres, o no se pueden considerar como ricas; aquellas que apenas se las arreglan para hacerle frente a los gastos, aquellas que se enfrentan con el problema de ir viviendo en el sentido material. Para estas personas el peligro principal no es el de hacerse tesoros, de adorar a los tesoros en la forma que sea, sino el peligro de verse agobiados por estas cosas, de afanarse por ellas. No importa la interpretación que se asuma. Ambas son ciertas porque es posible que el hombre realmente rico esté preocupado y agobiado por estas cosas mundanas; y en consecuencia no conviene insistir demasiado en la antítesis entre ricos y pobres. Lo importante es centrarse en este peligro de verse oprimido y obsesionado por las cosas que se ven, las cosas que pertenecen al tiempo y a este mundo solamente.
En cuanto a esto, se nos recuerda una vez más la sutileza terrible de Satanás y del pecado. A Satanás no le importa mucho qué forma asuma el pecado con tal de triunfar en su objetivo final. Le es indiferente si uno está acumulando tesoros en la tierra o preocupándose por las cosas terrenales; lo que él quiere es que nuestra mente esté puesta en ellas y no en Dios. Y nos acosará y atacará desde todos los ángulos. Uno quizá crea que ha ganado esta gran batalla contra Satanás porque lo ha derrotado cuando entró por la puerta principal para hablarnos de hacernos tesoros en la tierra. Pero antes de que uno se dé cuenta de ello, advertirá que ha entrado por la puerta trasera y que lo está haciendo a uno afanarse por estas cosas. Sigue haciendo que uno centre la atención en ellas, y con ello está perfectamente contento. Se puede transformar en 'ángel de luz'. La variedad de sus métodos es infinita, su única preocupación es que mantengamos la mente centrada en estas cosas, en lugar de colocarlas en las manos de Dios y mantenerlas ahí. Pero por suerte para nosotros, nos guía Alguien que lo conoce y conoce sus métodos, y si podemos decir con San Pablo que 'no ignoramos sus maquinaciones', es porque nuestro Señor Jesucristo mismo nos ha enseñado e instruido. ¡Qué sutil fue la tentación triple del diablo en el desierto! "Si eres Hijo de Dios!' Nosotros estamos sometidos a ataques parecidos, pero, gracias a Dios, nuestro Señor nos ha instruido respecto a ello en este pasaje, y su enseñanza nos llega en una forma muy clara y explícita.
Nuestro Señor continúa su advertencia, no da nada por sentado. Sabe lo frágiles que somos; conoce el poder de Satanás y toda su horrible habilidad; por eso entra en detalles. Otra ve/ veremos aquí, como vimos en la sección anterior, que no se contenta simplemente con dejar establecidos principios o con darnos mandamientos. Nos ofrece argumentos y nos da razones, plantea el problema ante nuestro sentido común. Presenta la verdad a nuestra mente. No quiere producir una cierta atmósfera emotiva solamente, sino que razona con nosotros. Esto es lo que necesitamos captar. Por ello comienza de nuevo con un 'por tanto' —"Por tanto os digo".
Prosigue con el argumento principal, pero lo va a plantear en una forma ligeramente diferente. El tema sigue siendo, desde luego, éste, la necesidad de la mirada simple, la necesidad de mirar básicamente una cosa. Lo vemos repetirlo, "Buscad primeramente". Ésta es otra forma de decir que uno debe tener la mirada limpia, y servir a Dios y no a las riquezas. Debemos hacer esto a toda costa. Por elle lo afirma tres veces, introduciéndolo por medio de la palabra 'por tanto'. "Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, que habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?" Luego en el versículo 31, vuelve a decir: "No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos?" Luego en el versículo 34, vuelve a decir por fin: "Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal" ¡Nunca hubo en este mundo un Maestro como el Señor Jesucristo! El gran arte de enseñar es el arte de la repetición; el verdadero maestro siempre sabe que no es suficiente decir algo una vez, sino que hay que repetirlo. Por ello lo dice tres veces, pero cada vez de una forma ligeramente diferente. Éste método es particularmente interesante y fascinador, y en el curso de la presente consideración, veremos exactamente en qué consiste.
Lo primero que debemos hacer es examinar las palabras que usa, y sobre todo esta expresión 'no os afanéis', que la gente a menudo ha entendido mal, y con la cual muchos han tropezado. Si se consultan los expertos, se verá que por las citas que emplean otros autores, 'no afanarse' se usaba entonces en el sentido de 'estar ansioso', o tender a preocuparse. La verdadera traducción debería ser pues, 'No estéis ansiosos', o 'No tengáis ansiedad', o si lo prefieren, 'No os angustiéis', acerca de vuestra vida, acerca de lo que comeréis o beberéis. Éste es el verdadero significado de la palabra. En realidad, la palabra misma que empleó nuestro Señor es muy interesante; es la palabra que se emplea para indicar algo que divide, separa o distrae, palabra usada muy a menudo en el Nuevo Testamento. Si se lee Lucas 12:29, que es el pasaje paralelo a éste, se encontrará que la expresión que se emplea es 'ni estéis en ansiosa inquietud'. Es la situación de la mente dividida en secciones o compartimentos, y que no funciona como un todo. Se puede decir de mejor forma, que esa mente no tiene 'ojo bueno'. Hay una especie de visión doble, un mirar en dos direcciones al mismo tiempo, y en consecuencia no ver realmente nada. Esto es lo que, en este sentido, significa estar ansioso, estar angustiado, estar preocupado.
Una ilustración todavía mejor del significado del término, se encuentra en la historia de Marta y María cuando nuestro Señor estuvo en su casa (Le. 10:38-42). Nuestro Señor se volvió a Marta para reprenderla. Le dijo: 'afanada y turbada estás con muchas cosas! La pobre Marta estaba 'distraída' —éste es el significado real de la expresión; no sabía dónde estaba ni qué deseaba realmente. María, por otro lado, tenía un solo propósito, un solo objetivo, no estaba distraída con muchas cosas. Por consiguiente, aquello acerca de lo que nuestro Señor nos amonesta es el peligro de estar tan distraídos con los cuidados y ansiedades, por las cosas terrenales, mirándolas demasiado, que no miremos a Dios y nos alejemos del objetivo principal de la vida. Este peligro de vivir una vida doble, esta visión falsa, este dualismo, es lo que le preocupa.
Quizá a estas alturas es importante expresar la idea en forma negativa. Nuestro Señor no nos enseña aquí que nunca debemos pensar en estas cosas. 'No os afanéis' no significa eso. En muchas épocas de la historia de la iglesia, ha habido personas celosas y desorientadas que han tomado en forma literal este consejo, y han creído que vivir la vida de fe implica no pensar en ningún modo acerca del futuro, no tomar ninguna precaución. Simplemente 'viven por fe', le 'piden a Dios' y no hacen nada en cuanto a ello. Éste no es el significado de 'no os afanéis'. Dejando aparte el significado exacto de estas palabras, el solo contexto y la clara enseñanza del Nuevo Testamento en otros pasajes hubiera debido haberles evitado ese error. El conocimiento del significado exacto de las palabras en griego no es lo único esencial para una interpretación genuina; si uno lee la Biblia, y si se está pendiente del contexto, uno está a salvo de estos errores. No cabe duda de que el contexto en este caso, la ilustración misma que nuestro Señor emplea, prueba que estas personas deben estar equivocadas. Arguye a base de las aves del cielo. No es cierto decir que han de limitarse a estar posadas en los árboles o en palos, y esperar hasta que se les traiga comida mecánicamente. No es así. Buscan la comida activamente. Las aves del cielo desarrollan una verdadera actividad. De modo que el argumento mismo que emplea nuestro Señor a este respecto excluye por completo la posibilidad de interpretarlo como una especie de espera pasiva en Dios, sin hacer nada. Nuestro Señor nunca condena al campesino por arar, sembrar, cosechar y acumular en graneros. Nunca lo condena, porque Dios mandó que el hombre viviera de esta forma, con el sudor de la frente. De modo que estos argumentos planteados en forma de ilustraciones y que incluyen también los lirios del campo cómo extraen el sustento de la tierra en la cual están plantados —tomados sobre todo a la luz de la enseñanza de la Biblia en otros pasajes, hubieran debido ahorrarles a esos hombres, tan ridículas y malas interpretaciones. El apóstol Pablo lo dice explícitamente en su segunda carta a los Tesalonicenses cuando afirma "Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma". Entonces había personas, desorientadas y algo fanáticas, que decían, "El Señor regresará en cualquier momento; por tanto no hay que trabajar, debemos estar a la espera de su retorno!' En consecuencia, dejaron de trabajar e imaginaban que eran excepcionalmente espirituales. Y ésta es la observación lacónica de Pablo respecto a ellos: "Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma!' Hay algunos principios fundamentales que rigen la vida, y éste es uno de ellos.
Encontramos una exposición de este mandamiento en esas palabras del apóstol Pablo en Filipenses 4:6, 7, cuando dice, "Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús!' O, si lo prefieren, "No os afanéis por nada!' Tampoco aquí se trata de las preocupaciones y ansiedades, contra esa tendencia a angustiarse que tan a menudo aflige nuestra vida.
No hay duda en cuanto al peligro verdadero de todo esto. En cuanto nos detenemos a examinarnos a nosotros mismos, nos encontramos que no sólo estamos expuestos a este peligro, sino que a menudo hemos sucumbido ante el mismo. Nada parece ser más natural para el género humano en este mundo que vivir con ansia, que sentirse abrumado y preocupado. Es la tentación típica de las mujeres, algunos dirán, especialmente de las que son responsables del cuidado de la casa; eso de ningún modo se limita a ellas. El peligro que amenaza al marido o padre, o a cualquiera que tiene responsabilidad hacia personas amadas y hacia otra gente, en un mundo como éste, es pasar toda la vida angustiado por estas cosas, agobiado por ellas. Tienden a dominarnos y controlarnos, y pasamos por la vida, esclavizados por ellas. Esto es lo que preocupa a nuestro Señor, y le preocupa tanto que repite la advertencia tres veces seguidas.
Primero examinaremos su argumento en una forma muy general. Parafraseemos lo que de hecho dice: "No os preocupéis por vuestra vida, por lo que tendréis para comer o para beber; ni tampoco por vuestro cuerpo, por cómo lo vestiréis!' También aquí comienza con una afirmación y un mandato general, como lo hizo en la sección anterior. En ella comenzó presentando una ley y luego pasó a darnos las razones para observarla. Lo mismo sucede en este caso. Hay una afirmación general; no tenemos que estar angustiados o preocupados por la comida o la bebida, ni tampoco por cómo vestiremos nuestro cuerpo. Nada puede ser más completo que esto. Trata de nuestra vida, de nuestra existencia en este cuerpo en el cual vivimos. Aquí estamos, con personalidades distintas; tenemos este don de la vida, y la vivimos en este mundo y por medio de nuestro cuerpo. En consecuencia, cuando nuestro Señor considera nuestra vida y nuestros cuerpos, está, por así decirlo, considerando nuestra personalidad esencial y nuestra vida en el mundo. Lo plantea en forma amplia; es comprensivo e incluye a todo el hombre. Afirma que nunca debemos estar ansiosos ni por nuestra vida como tal, ni por cubrir nuestro cuerpo. Es totalmente comprensivo y por tanto, es un mandato profundo y general. No sólo se aplica a ciertos aspectos de nuestra vida; abarca toda la vida, la salud, la fortaleza, el éxito, lo que nos va a suceder, lo que es nuestra vida en cualquiera de sus formas y moldes. También toma el cuerpo como un todo, y nos dice que no debemos estar preocupados por el vestir, ni por ninguna de estas cosas que son parte de nuestra vida en el mundo.
Una vez citado el mandamiento, ofrece una razón general para observarlo y, como veremos, una vez hecho esto, pasa a subdividirlo y a dar razones específicas bajo dos encabezamientos. Pero comienza la razón general con estas palabras: "¿No es la vida más que el alimento y el cuerpo más que el vestido?" Esto incluye la vida y el cuerpo. Luego lo subdivide y toma la vida y ofrece la razón; luego toma el cuerpo y da la razón. Pero primero examinemos la forma del argumento general, el cual es muy importante y sorprendente. Los lógicos nos dirían que el argumento que emplea se basa en una deducción de mayor a menor. Dice en efecto, "Un momento; pensad en esto antes de angustiaros. ¿Acaso vuestra vida no es más que la comida, el sostén, el alimento? ¿Acaso el cuerno mismo no es más importante que la vestimenta?"
¿Qué quiere decir nuestro Señor con esto? El argumento es profundo y poderoso; ¡y qué inclinados estamos a olvidarlo! Dice en efecto, "Tomad esta vida de la cual os preocupáis y angustiáis. ¿De dónde la obtuvisteis? ¿De dónde viene?" La respuesta, desde luego, es que es un don de Dios. El hombre no crea la vida; el hombre no se da el ser a sí mismo. Ninguno de nosotros decidió venir a este mundo. Y el hecho mismo de que estemos vivos en este momento, se debe enteramente a que Dios lo decretó y decidió así. La vida misma es un don, un don de Dios. De modo que el argumento que nuestro Señor emplea es éste: Si Dios le ha dado el don de la vida —el don mayor— ¿creéis que ahora de repente va a negarse a sí mismo y a sus propios métodos, y a no procurar que la vida se sostenga y pueda continuar? Dios tiene sus formas propias de hacer esto, pero el punto es que no tengo por qué sentirme ansioso acerca de ello. Claro que tengo que arar, sembrar, cosechar y guardar en graneros. Tengo que hacer las cosas que Dios ha prescrito para el hombre y para la vida en este mundo. Tengo que ir a trabajar, a ganar dinero, y así sucesivamente. Pero todo lo que Él dice es que nunca debo preocuparme ni angustiarme ni sentirme ansioso de que de repente no vaya a tener lo suficiente para mantenerme en vida. Nunca me sucederá tal cosa; es imposible. Si Dios me ha otorgado el don de la vida, procurará que esa vida prosiga. Pero aquí está la cuestión: No habla acerca de cómo lo hará. Dice simplemente que así será.
Recomiendo estudiar, como asunto de gran interés y de importancia vital, la frecuencia con que se emplea esa argumentación en la Biblia. Una ilustración perfecta de ello la tenemos en Romanos 8:32, "El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?" Es un argumento bíblico muy común, el de mayor a menor, y debemos siempre estar pendientes de encontrarlo y aplicarlo. El Dador del don de la vida procurará que se proporcione el sostenimiento y sustento de esa vida. No debemos demorarnos ahora en el examen del argumento basado en las aves del cielo, pero esto es exactamente lo que Dios hace. Tienen que hallar su alimento, pero Él es quien lo provee y hace que esté disponible.
Exactamente lo mismo, claro está, se aplica al cuerpo. El cuerpo es un don de Dios, y en consecuencia podemos estar bien seguros de que Él, de una manera u otra, proporcionará los medios para que esos cuerpos nuestros puedan cubrirse y vestirse. Nos hallamos ante uno de sus grandes principios, uno de los principios fundamentales de la Biblia. La generación actual necesita que le recuerde esto mucho más que ninguna otra cosa. El problema principal de muchos de nosotros es que hemos olvidado los principios básicos, en especial este principio vital de que las cosas de que disfrutamos en esta vida son don de Dios. Por ejemplo, ¿con qué frecuencia damos gracias a Dios por el don de la vida misma? Tendemos a pensar que con nuestros conocimientos científicos podemos entender el origen y esencia de la vida. Por ello pensamos en estas cosas en función de causas naturales y procesos inevitables. Dejando aparte, sin embargo, el hecho de que todas estas teorías no son sino eso, teorías que no se pueden demostrar, y que carecen de algo en el aspecto más vital, son muy trágicas en cuanto que no comprenden la enseñanza bíblica que revelan. ¿De dónde viene la vida? Lean lo que dicen los científicos modernos acerca de ello, y verán que no lo pueden explicar. No pueden salvar el abismo que separa lo inorgánico de lo orgánico. Tienen sus teorías; pero no son más que esto, e incluso están en desacuerdo entre sí. Este, sin embargo, es el problema fundamental. ¿De dónde viene ese principio llamado vida? ¿Qué origen tiene? Si dicen que comenzó con lo inorgánico transformándose de algún modo en orgánico, pregunto ¿de dónde viene lo inorgánico? No les quedará más remedio que remontarse al principio de la vida. Y existe una sola respuestas satisfactoria —Dios es el Dador de la vida—.
Pero no debemos tomar esto sólo de una forma general. Nuestro Señor se interesaba específicamente por nuestro caso y condición individuales, y lo que en realidad nos enseña es que es Dios quien nos ha dado el don de la vida, del ser, de la existencia. Es una concepción tremenda. No somos simplemente individuos producidos por un proceso evolutivo. Dios se preocupa por nosotros uno por uno. Nunca hubiéramos venido a este mundo, si Dios no lo hubiera querido. Debemos asimilar bien este principio. No debería pasar ni un solo día de nuestras vidas sin que dejáramos de dar gracias a Dios por el don de la vida, del alimento, de la existencia, y por la maravilla del cuerpo que nos ha dado. Todo esto no es sino don suyo. Y, claro está, si no somos conscientes de ello, fracasaremos en todo.
Convendría a estas alturas detenerse a meditar en semejante principio, antes de pasar al argumento subsidiario de nuestro Señor. Sintetiza su enseñanza principal con estas palabras: 'hombres de poca fe'. Fe aquí, como veremos, no significa algún principio vago; tiene en mente nuestro fracaso en entender, nuestra falta de comprensión de la visión bíblica del hombre y de la vida como hay que vivirla en este mundo. Este es nuestro verdadero problema, y el propósito de nuestro Señor al presentar las ilustraciones que examinaremos más adelante, es mostrarnos cómo nosotros no pensamos, como deberíamos pensar. Pregunta: "¿Cómo es posible que no veáis inevitablemente que esto debe ser así?" Y de todo lo que he mencionado que no captamos ni entendemos bien, es de suma importancia este punto preliminar, fundamental, acerca de la naturaleza y del ser del hombre. Helo aquí en toda su sencillez.
Es Dios mismo quien nos da la vida y el cuerpo en el que vivimos; y si ha hecho esto podemos sacar esta conclusión, que el propósito que tiene respecto a nosotros se cumplirá. Dios nunca deja incompleto lo que comienza; sea lo que fuere lo que comience, sea lo que fuere lo que se proponga, con toda seguridad lo cumple. Y en consecuencia volvemos al hecho de que en la mente de Dios hay un plan para cada vida. Nunca debemos considerar nuestra vida en este mundo como accidental. No. "¿No tiene el día doce horas?" dijo Cristo un día a sus timoratos y asustados discípulos. Y nosotros necesitamos decírnoslo a nosotros mismos. Podemos tener la seguridad de que Dios tiene un plan y propósito para nuestras vidas, y que este plan se cumplirá. En consecuencia, nunca debemos estar ansiosos por nuestra vida ni por cómo la sostendremos. No debemos angustiarnos si nos encontramos en medio de una tempestad en el mar, o en un avión, y parece que las cosas se ponen mal, o si estando en el ferrocarril de repente recordamos que en esa misma línea ocurrió un accidente la semana anterior. Esta clase de cosas desaparece si llegamos a tener una visión adecuada acerca de la vida misma y del cuerpo como dones de Dios. De Él proceden y Él nos los da. Y Él no comienza un proceso como éste y luego deja que se desarrolle de cualquier manera. No; una vez que lo comienza, lo continúa. Dios, .quien decretó todas las cosas en el principio, las lleva a cabo; y el propósito de Dios para la humanidad y el propósito para cada individuo es cierto y siempre seguro.
Esta es la fe y enseñanza que se encuentran, por ejemplo, en los himnos de Philip Doddridge. Un ejemplo típico lo tenemos en su gran himno:
"Oh Dios de Betel, de cuya mano siguen alimentándose los hombres; Quien a lo largo de este agotador peregrinar has guiado a nuestros padres."
Esta es su gran argumentación, basada en último término en la soberanía de Dios, pues ese Dios es el regidor del Universo y nos conoce uno a uno y estamos en relación personal con Él. Así era la fe de los grandes héroes descritos en Hebreos 11. Esto es lo que mantuvo a aquellos hombres en pie. Aunque con frecuencia no comprendían las causas, no obstante decían: "Dios lo sabe todo, Él se cuidará!' Todos ellos tenían una confianza completa en que Aquel que les había dado el ser y tenía un propósito para ellos no les dejaría ni abandonaría. Él los sostendría y conduciría a lo largo del camino, hasta que se cumpliera el propósito por el cual estaban en este mundo, y los recibiera en las moradas celestiales donde pasarían la eternidad en su gloriosa presencia. "No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?" Elaboremos esto, comencemos por los principios básicos y saquemos las conclusiones inevitables. En cuanto uno lo hace, desaparecerán la angustia y la ansiedad, y como hijos de nuestro Padre celestial, andaremos en paz y serenidad en dirección a nuestra morada eterna.



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Estudios Sobre el Sermón del Monte

por D. Martyn Lloyd-Jones

Pastor, Iglesia Westminster, Londres



CAPITULO I Introducción General
CAPITULO II Consideraciones Generales y Análisis
CAPITULO III Introducción a las Bienaventuranzas
CAPITULO IV Bienaventurados los Pobres en Espíritu
CAPITULO V Bienaventurados los que Lloran
CAPITULO VI Bienaventurados los Mansos
CAPITULO VII Justicia y Bienaventuranza
CAPITULO VIII Las Piedras de Toque del Apetito Espiritual
CAPITULO IX Bienaventurados los Misericordiosos
CAPITULO X Bienaventurados los de Limpio Corazón
CAPITULO XI Bienaventurados los Pacificadores
CAPITULO XII El Cristiano y la Persecución
CAPITULO XIII Gozo en la Tribulación
CAPITULO XIV La Sal de la Tierra
CAPITULO XV La Luz del Mundo
CAPITULO XVI Que Vuestra Luz Alumbre
CAPITULO XVII Cristo y el Antiguo Testamento
CAPITULO XVIII Cristo Cumple la ley de los Profetas
CAPITULO XIX Justicia Mayor que la de los Escribas y Fariseos
CAPITULO XX La Letra y el Espíritu
CAPITULO XXI No Matarás
CAPITULO XXII Lo Pecaminosidad Extraordinaria del Pecado
CAPITULO XXIII Mortificar el Pecado
CAPITULO XXIV Enseñanza de Cristo Acerca del Divorcio
CAPITULO XXV El Cristiano y Los Juramentos
CAPITULO XXVI Ojo por Ojo y Diente por Diente
CAPITULO   XXVII La Capa y la Segunda Milla
CAPITULO   XXVIII Negarse a Sí Mismo y Seguir a Cristo
CAPITULO  XXIX Amar a los Enemigos
CAPITULO  XXX ¿Qué Hacéis de Más?
CAPÍTULO XXXI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXII Cómo Orar
CAPITULO XXXIII Ayuno
CAPITULO XXXIV Cuando ores
CAPÍTULO XXXV Oración: Adoración
CAPÍTULO XXXVI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXVII Tesoros en la Tierra y en el Cielo
CAPITULO XXXVIII Dios o las Riquezas
CAPITULO XXXIX La Detestable Esclavitud del Pecado
CAPITULO XL No Afanarse
CAPITULO XLI Pájaros y Flores
CAPITULO XLII Poca Fe
CAPITULO XLlll Fe en Aumento
CAPÍTULO XLIV Preocupación: Causas y remedio
CAPITULO XLV 'No Juzguéis'
CAPITULO XLVI La Paja y la Viga
CAPITULO XLVII Juicio y Discernimiento Espirituales
CAPITULO XLVIII Buscar y hallar
CAPÍTULO XLIX La Regla de Oro
CAPITULO L La Puerta Estrecha
CAPITULO LXI El Camino Angosto
CAPITULO LII Falsos profetas
CAPITULO LIII El Árbol y el Fruto
CAPITULO LIV Falsa Paz
CAPITULO LV Hipocresía Inconsciente
CAPITULO LVI Las Señales del Autoengaño
CAPITULO LVII Los dos Hombres y las dos Casas
CAPITULO LVIII ¿Roca o Arena?
CAPITULO LIX La Prueba y la Crisis de la Fe
CAPITULO LX Conclusión

Biblioteca
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