CAPITULO LII
Falsos profetas

En los versículos 15 y 16, y hasta el final de este capítulo, nuestro Señor se ocupa solamente de un gran principio, un gran mensaje. Enfatiza sólo una cosa, la importancia de entrar por la puerta estrecha, y asegurarse de que estamos realmente andando por el camino angosto. Dicho de otro modo, es una especie de refuerzo del mensaje de los versículos 13 y 14. Allí lo plantea en forma de invitación o exhortación, que hemos de entrar por esa puerta estrecha, y caminar y mantenernos caminando por ese camino angosto. Ahora lo expande. Nos muestra algunos de los peligros, dificultades y obstáculos, que salen al paso de todos los que tratan de hacer esto. Pero mientras tanto, sigue enfatizando este principio vital, que el evangelio no es algo que basta escuchar, o aplaudir, sino que hay que aplicarlo. Como dice Santiago, el peligro está en mirar al espejo y olvidar de inmediato lo que hemos visto, en lugar de mirar insistentemente en el espejo de esa ley perfecta y recordarla y ponerla en práctica.
Éste es el tema que nuestro Señor sigue subrayando hasta el final del Sermón. Ante todo, lo plantea en forma de dos peligros específicos y especiales que nos salen al paso. Nos muestra cómo tenemos que reconocerlos y, una vez reconocidos, cómo enfrentarlos. Luego, una vez expuestos estos dos peligros, concluye el argumento, y todo el Sermón, planteándolo en una afirmación sencilla, franca, clara, en función de la metáfora de las dos casas, una construida sobre roca y la otra sobre arena. Pero desde el principio hasta el fin es el mismo tema, y el factor común de las tres partes de la afirmación general, es la amonestación terrible acerca del hecho del juicio. Eso, como hemos visto, es el tema que discurre por todo este capítulo séptimo del Evangelio de Mateo y es sumamente importante que nos demos cuenta de ello. El no captarlo explica la mayoría de nuestros problemas y dificultades. Explica el evangelismo superficial e inconsciente tan común hoy día. Explica la ausencia de vida santa que se percibe en la mayoría de nosotros. No es que necesitemos enseñanzas especiales acerca de estas cosas. Lo que parece que todos olvidamos es que la mirada de Dios nos sigue siempre, y que todos caminamos hacia el juicio final. Por esto, nuestro Señor sigue repitiendo esto. Lo presenta en formas diferentes, pero subraya siempre el hecho del juicio, y la índole del juicio. No es un juicio superficial, no es un simple examen de cosas externas, sino una indagación del corazón, un examen de toda la naturaleza. Sobre todo, subraya el carácter definitivo, absoluto, del juicio, y las consecuencias que le siguen. Ya nos ha dicho en los versículos 13 y 14 por qué debemos entrar por la puerta estrecha. La razón es, dice, que la otra puerta es ancha y 'lleva a perdición', la perdición que sigue al juicio final en el caso de los impíos. Nuestro Señor, evidentemente, estaba tan preocupado por esto que constantemente lo repetía. Ello muestra de nuevo la perfección de su método como maestro. Sabía la importancia de la repetición. Sabía lo obtusos que somos, lo lentos que somos y lo dispuestos que estamos a pensar que sabemos algo, cuando en realidad no lo sabemos y en consecuencia lo mucho que necesitamos que constantemente se nos recuerde lo mismo. Todos sabemos la dificultad de recordar estos principios vitales. En épocas pasadas recurrían a toda clase de métodos para ayudarse a hacer esto. Uno encuentra en muchas iglesias anglicanas impresos en la pared los Diez Mandamientos. Nuestros antepasados se sintieron impulsados a hacerlo por haber caído en la cuenta de que todos tendemos a olvidar.
Nuestro Señor, pues, nos recuerda de nuevo estas cosas, ante todo dándonos dos advertencias específicas. La primera es acerca de los falsos profetas. "Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces!' Lo que deberíamos recordar es más o menos esto. Estamos, por así decirlo, en el umbral de esta puerta estrecha. Hemos oído el Sermón, hemos escuchado la exhortación, y estamos pensando qué hacer. "Ahora —dice de hecho nuestro Señor—, a estas altera, una de las cosas con las que hay que tener cuidado es el peligro de escuchar a falsos profetas. Siempre están ahí, siempre están presentes, precisamente en el umbral de la puerta estrecha. Ese es su lugar favorito. Si uno empieza a escucharlos está perdido, porque te persuadirán a que no entres por la puerta estrecha, a que no andes por el camino angosto. Tratarán de disuadirte de escuchar lo que te estoy diciendo!' Existe, pues, siempre el peligro de los falsos profetas que presentan esta tentación tan sutil.
La pregunta que se plantea de inmediato es, ¿qué son estos falsos profetas? ¿Quiénes son, y cómo los vamos a reconocer? Esta pregunta no es tan sencilla como parece. Su interpretación está llena de interés y de fascinación. Ha habido dos principales escuelas de pensamiento respecto a esta afirmación acerca de los falsos profetas. Algunos de los grandes hombres en la historia de la iglesia se encuentran en ambas escuelas. La primera es la que dice que aquí se alude sólo a la enseñanza de los falsos profetas. "Por sus frutos los conoceréis", dice nuestro Señor, y el fruto, nos dicen, se refiere a la enseñanza, a la doctrina, y sólo a eso. Algunos limitarían la interpretación del significado de los falsos profetas solamente a esto. Los expositores protestantes que pertenecen a ese grupo han solidó opinar que la iglesia de Roma es la ilustración suprema de esto.
El otro grupo, sin embargo, discrepa totalmente con el primero. Dice que esta referencia a los falsos profetas no tiene nada que ver con enseñanza, sino que es puramente cuestión de la clase de vida que estas personas viven. Un expositor bien conocido como el Dr. Alexander MacLaren, por ejemplo, dice esto: "No es una prueba para descubrir a herejes, sino más bien para desenmascarar a hipócritas, en especial a hipócritas inconscientes". Su argumento, que muchos siguen, consiste en decir que este versículo no tiene nada que ver con la enseñanza. La dificultad respecto a estas personas es que su enseñanza es acertada, pero sus vidas están equivocadas, y no son conscientes de que son hipócritas.
Existen, pues, estas dos escuelas de pensamiento, y es obvio que tenemos que tener en cuenta sus formas diferentes de explicar esta afirmación. En último término, no tiene mayor importancia cuál de las dos aceptamos. En realidad, me parece que ambas tienen razón el algo y están equivocadas en algo, y que el error es decir que la exposición verdadera es una o la otra. Con esto no nos hacemos culpables de componendas; simplemente, es una forma de decir que uno no puede explicar satisfactoriamente esta afirmación a no ser que incluya los dos elementos. No se puede decir que sólo es cuestión de enseñanza, y que se refiere sólo a una enseñanza herética, por la misma razón de que no es muy difícil detectar tales enseñanzas. La mayoría de las personas que poseen un cierto discernimiento pueden detectar a un hereje. Si alguien subiera al pulpito y pareciera que dudase de la existencia de Dios, y negara la divinidad de Cristo y los milagros, de inmediato uno diría que es hereje. Esto no es difícil, y no hay nada sutil en ello. Y sin embargo, como se advertirá, la metáfora del Señor sugiere que existe una dificultad, que hay algo sutil en cuanto a ello. Advirtamos los términos mismos que Él emplea, esa metáfora de la vestimenta de ovejas. Sugiere que la verdadera dificultad, en cuanto a esta clase de falsos profetas, es que al principio uno no se imagina que lo sean. Todo es sumamente sutil; tanto es así que el pueblo de Dios puede ser llevado a engaño. Recordemos cómo lo dice Pedro en el capítulo segundo de su segunda Carta. Estas personas, dice, 'introducirán encubiertamente' los errores. Parecen personas justas; llevan la vestimenta de ovejas, y nadie sospecha nada falso. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento siempre hacen resaltar esta característica del falso profeta. El peligro verdadero proviene de su sutileza. Toda exposición genuina de esta enseñanza, por consiguiente, debe sopesar debidamente ese elemento específico. Por esta razón, pues, no se puede aceptar como una simple amonestación acerca de los herejes y sus enseñanzas. Lo mismo se aplica al otro grupo. Es obvio que no hay nada que ofenda en la conducta de los falsos profetas. Si fuere así todo el mundo lo reconocería, y no sería sutil ni constituiría ninguna dificultad.
El cuadro que debemos tener presente, por tanto, debería más bien ser éste. El falso profeta es alguien que viene a nosotros y al principio tiene aspecto de ser todo lo que se podría desear. Es agradable y placentero; parece ser muy cristiano, y parece decir lo que hay que decir. Su enseñanza en general está muy bien; utiliza muchos términos que cualquier maestro cristiano verdadero debería usar y emplear. Habla acerca de Dios, habla acerca de Jesucristo, de la cruz, enfatiza el amor de Dios, parece decir todo lo que un cristiano debería decir. Obviamente, lleva vestimenta de oveja y su forma de vivir parece armonizar con ello. En consecuencia nadie sospecha que haya algo malo en él; no hay nada que atraiga de forma inmediata la atención o despierte la sospecha, nada abiertamente malo. ¿Qué hay pues de malo, o que pueda ser malo en una persona así? Sugiero que en último término esta persona esté quizás equivocada tanto en su enseñanza como en su forma de vida porque, como veremos, estas dos cosas siempre andan indisolublemente juntas. Lo dice nuestro Señor, "Por sus frutos los conoceréis". La enseñanza y la vida humana se pueden separar, y donde hay enseñanza errónea, de cualquier forma que sea, siempre conduce a una vida equivocada en algún aspecto.
¿Cómo se pueden, pues, describir estas personas? ¿Qué hay de malo en su enseñanza? La forma más adecuada de contestar es decir que no hay puerta estrecha en ellos, que no hay 'camino angosto'. Lo que dicen está bien, pero no incluye esto. Es una enseñanza, cuya falsedad hay que detectarla por lo que no dice más bien que por lo que dice. Y precisamente por esto caemos en la cuenta de la sutileza de la situación. Como ya hemos visto, cualquier cristiano puede detectar al que dice cosas abiertamente equivocadas; pero ¿es injusto y poco caritativo decir que la gran mayoría de los cristianos de hoy no parece poder detectar al hombre que parece decir cosas buenas pero que no dice cosas vitales? En cierto modo, hemos hecho nuestra la idea de que el error es sólo lo manifiestamente equivocado; y parece que no entendemos que la persona más peligrosa de todas es la que no enfatiza las enseñanzas adecuadas.
Ésta es la única forma de entender este cuadro de los falsos profetas. El falso profeta es un hombre que no tiene 'puerta estrecha' ni 'camino angosto' en su evangelio. No hay en él nada que ofenda al hombre natural; agrada a todos. Va con 'vestidos de ovejas', es atractivo, agradable a la vista. Presenta un mensaje tan bonito, confortable y consolador. Agrada a todo el mundo y todo el mundo habla bien de él. Nunca lo persiguen por su enseñanza, nunca lo critican con rigor. Tanto los liberales como los modernistas lo alaban, lo alaban los evangélicos, todo el mundo lo alaba. Se hace todo a todos, en este sentido; en sus palabras y acciones no se encuentra la 'puerta estrecha', en su mensaje no está el 'camino angosto', no hay nada del 'tropiezo de la cruz'.
Si esa es la descripción del falso profeta en general, podemos ahora preguntarnos: ¿qué queremos decir exactamente con esta 'puerta estrecha' y 'camino angosto'? ¿Qué queremos decir al afirmar que en su predicación no hay nada que ofenda? La mejor forma de responder a esto es con una cita del Antiguo Testamento. Recordarán cómo arguye Pedro en el capítulo segundo de su segunda Carta. Dice, "Hubo también falsos profetas entre el pueblo (los hijos de Israel en el Antiguo Testamento), como habrá entre nosotros falsos maestros!' Debemos, pues, recurrir al Antiguo Testamento y leer lo que dice acerca de los falsos profetas, porque el modelo no cambia. Siempre estuvieron presentes, y cada vez que aparecía un verdadero profeta, como Jeremías o algún otro, los falsos profetas siempre dudaban de él, le resistían, y lo acusaban y ridiculizaban. ¿Pero cómo eran ellos? Así es como se les describe: "Curaron la herida de la hija de mi pueblo con liviandad, diciendo: Paz, paz; y no hay paz!' El falso profeta siempre es un predicador muy consolador. Al escucharlo da siempre la impresión de que no hay muchas cosas malas. Admite, desde luego, que algo malo hay; no es lo bastante necio para decir que no hay nada malo. Pero dice que todo va bien y todo irá bien. "Paz, paz", dice. "No escuchen a alguien como Jeremías", exclama; "es de mente estrecha, es un cazador de herejías, no tiene espíritu cooperador. No lo escuchéis, todo está bien!' "Paz, paz". Cura "la herida de la hija de mi pueblo con liviandad, diciendo: Paz, paz; y no hay paz!' Y, como agrega el Antiguo Testamento en forma aplastante y diciendo una verdad tan aterradora respecto a la gente religiosa de entonces y de ahora, "mi pueblo así lo quiso". Porque nunca los perturba y nunca los hace sentir incómodos. Uno sigue como está, todo está bien, no hay que preocuparse acerca de la puerta estrecha ni del camino angosto, ni de esta doctrina específica o de aquella. "Paz, paz!' Muy consolador, muy tranquilizante; siempre es así el falso profeta, en su vestido de oveja; siempre inofensivo y agradable, siempre, invariablemente atractivo.
¿De qué manera se manifiesta esto en la práctica? Diría que se manifiesta en general en una ausencia casi total de doctrina en cuanto tal en el mensaje. Siempre habla con vaguedades y en Corma general; nunca desciende a detalles doctrinales. No le gusta la predicación doctrinal; siempre es muy vaga. Pero alguien quizá pregunte: "¿Qué quiere decir con esto de descender a detalles doctrinales y cómo se relaciona esto con la puerta estrecha y el camino angosto?" La respuesta es que el falso profeta muy raras veces nos dice algo acerca de la santidad, la justicia y la ira de Dios. Siempre predica acerca del amor de Dios, y nunca menciona las otras cosas. Nunca hace temblar a nadie cuando habla de este Ser santo y augusto con el que todos debemos enfrentarnos. No dice que no crea en estas verdades. No; no es esa la dificultad. La dificultad es que no dice nada acerca de ellas. No las menciona para nada. En general, subraya solamente una verdad acerca de Dios, y es el amor. No menciona las otras verdades que figuran de forma igualmente destacada en la Biblia; y ahí está el peligro. No dice cosas que sean obviamente verdaderas y justas. Y por esto es falso profeta. Ocultar la verdad es tan reprochable y condenable como proclamar una herejía completa; y por esto, el efecto de tal enseñanza es el de un 'lobo hambriento'. Es muy agradable, pero puede conducir al hombre a la destrucción porque nunca se le plantea el problema de la santidad y la justicia y la ira de Dios.
Otra doctrina que el falso profeta no enfatiza nunca es la del juicio final y el destino eterno de los condenados. En los últimos cincuenta o sesenta años, no se ha predicado mucho acerca del juicio final, y tampoco acerca del infierno y de la destrucción eterna de los malvados. No, a los falsos profetas no les gustan enseñanzas como las que contiene la segunda Carta de Pedro. Han tratado de negar su autenticidad porque no cuadran con su doctrina. Dicen que ese capítulo no debería estar en la Biblia. Es demasiado tuerte y agresivo; pero ahí está. Y no es un caso aislado. Hay otros. Leamos la Carta de Judas, leamos el así llamado suave apóstol del amor, el apóstol Juan, en su primera Carta, y encontraremos lo mismo. Pero también está aquí en este Sermón del Monte. Sale de la boca del Señor mismo. Él es quien habla acerca de los falsos profetas con vestimenta de oveja que son como lobos rapaces; Él es quien los describe como árboles corruptos y malos. Trata del juicio exactamente de la misma manera en que Pablo lo hizo cuando predicó a Félix y a Drusila acerca de "la justicia, el dominio propio y el juicio venidero!'
La enseñanza del falso profeta tampoco subraya la condición radicalmente pecaminosa del pecado y la incapacidad total del hombre para hacer algo por su propia salvación. A menudo, ni siquiera cree en el pecado y, ciertamente, no subraya su naturaleza vil. No dice que todos somos perfectos; pero sí sugiere que el pecado no es grave. En realidad, no le gusta hablar acerca del pecado; sólo habla acerca de pecados individuales o específicos. No habla acerca de la naturaleza caída, ni dice que el hombre mismo en su totalidad está caído, perdido y depravado. No le gusta hablar acerca de la solidaridad de todo el género humano en el pecado, y el hecho de que todos hemos pecado y estamos "destituidos de la gloria de Dios". No enfatiza esta doctrina de la "malicia total del pecado", como se encuentra en el Nuevo Testamento. No enfatiza el hecho de que el hombre está muerto "en delitos y pecados", de que no tiene esperanza y es totalmente incapaz. No le gusta esto; no ve la necesidad de hacerlo. Lo que el Señor trata de subrayar es que el falso profeta no dice estas cosas, de modo que el creyente inocente que lo escucha da por supuesto que cree en ellas. La pregunta que se plantea respecto a tales maestros es ¿creen en estas cosas? La respuesta, obviamente, es que no, de lo contrario se sentirían impulsados a predicarlas y enseñarlas.
Luego está el aspecto expiatorio del sacrificio y la muerte vicaria del Señor Jesucristo. El falso profeta habla acerca de "Jesús"; incluso, se complace en hablar de la cruz y de la muerte de Cristo. Pero la pregunta vital es, ¿Qué idea tiene de esa muerte? ¿Qué idea tiene de esa cruz? Se enseñan puntos de vista que son totalmente herejes y niegan la fe cristiana. La prueba definitiva es ésta. ¿Se da cuenta de que Cristo murió en la cruz porque fue la única manera de expiar y hacer propiciación por el pecado? ¿Cree también que Cristo fue crucificado en la cruz en lugar suyo, que llevó "en su cuerpo sobre el madero" Su culpa y el castigo de su culpa y su pecado? ¿Cree que si Dios no hubiera castigado su pecado allá, en el cuerpo de Cristo en la cruz, y lo digo con reverencia, ni siquiera Dios le hubiera podido perdonar? ¿Cree que fue sólo enviando a su propio Hijo como propiciación por nuestros pecados, en la cruz, que Dios pudo ser "el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús" (Ro. 3:25,26)? Hablar simplemente acerca de Cristo y de la cruz no basta. ¿Es la doctrina bíblica de la expiación penal y vicaria? Esta es la forma de probar al falso profeta. El falso profeta no dice estas cosas. Habla en torno a la cruz, no de la cruz. Habla acerca de los que estaban en torno a la cruz y habla de forma sentimental acerca de nuestro Señor, nada sabe acerca de la "ofensa de la cruz" de Pablo. Su predicación de la cruz no es "para los gentiles locura" ni "para los judíos ciertamente tropezadero". A través de su filosofía, le ha quitado todo efecto a la cruz. Ha hecho de ella algo maravilloso, una filosofía estupenda de amor y sentimiento, debido a que el mundo no está interesado en otra cosa. Nunca la ha visto como una transacción tremenda y santa entre el Padre y el Hijo, en el cual el Padre ha hecho que su Hijo sea "pecado por nosotros", y ha colocado sobre él nuestra iniquidad. En su enseñanza no se encuentra nada de esto, y por esto es falsa.
Tampoco enfatiza el arrepentimiento en un sentido real. Presenta una puerta muy ancha que conduce a la salvación y un camino muy espacioso que conduce al cielo. No hay por qué percibir mucho la condición pecadora de uno; no hay por qué tomar conciencia de la negrura del propio corazón. Simplemente, hay que decidirse por Cristo y unirse a la multitud; se añade el nombre propio a la lista, y pasa a ser una de las muchas 'decisiones' acerca de las que informa la prensa. Es muy distinto del evangelismo del los Puritanos y de John Wesley, George Whitefield y otros; aquel evangelismo conducía al temor del juicio de Dios, y a la angustia del alma, a veces por días, semanas y meses. John Bunyan nos dice en su Grace Abounding (Gracia Abundante) que durante dieciocho meses sufrió la agonía del arrepentimiento. Hoy día no parece que haya mucha posibilidad de esto. Arrepentimiento significa darse cuenta de que se es culpable, pecador vil en la presencia de Dios, que se merece la ira y castigo de Dios, que uno camina hacia el infierno. Significa que se comienza a percibir que eso que se llama pecado está en uno, que se anhela liberarse de ello, que se le vuelve la espalda, cualquiera que sea, al mundo tanto en forma de pensar, como en perspectiva, como en práctica, y se niega uno a sí mismo para tomar la cruz y seguir a Cristo. Quizá haya que sufrir económicamente, pero no importa. Esto es arrepentimiento. El falso profeta no lo presenta así. Cura "la herida de la hija de mi pueblo con liviandad", diciendo simplemente que todo está bien, que lo único que hay que hacer es "venir a Cristo", "seguir a Jesús", o "hacerse cristiano".
En última instancia, se puede plantear así. El falso profeta no enfatiza la necesidad absoluta de entrar por la puerta estrecha y andar por el camino angosto. No nos dice que tenemos que practicar el Sermón del Monte. Si sólo lo escuchamos sin practicarlo, estamos condenados. Si sólo lo comentamos, sin aplicarlo, se levantará en juicio contra nosotros para condenarnos. La enseñanza falsa no se interesa por la verdadera santidad, por la santidad bíblica. Sostiene una idea de la santidad parecida a la que tenían los fariseos. Recordemos que escogían ciertos peca dos de los que ellos mismos no eran reos, según creían, y decían que con tal de no ser culpables de ellos todo lo demás no importaba. ¡Ay, cuantos fariseos hoy día! La santidad se ha convertido en no hacer tres o cuatro cosas. Ya no pensamos en función de "no améis el mundo, ni las cosas que están en el mundo... los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida" (Un. 2:15,16). "La vanagloria de la vida" es una de las mayores maldiciones en la Iglesia cristiana. La enseñanza falsa desea una santidad como la de los fariseos. Es simplemente cuestión de no hacer ciertas cosas acerca de las que nos hemos puesto de acuerdo, porque da la casualidad que no nos atraen gran cosa. Con ello, hemos reducido la santidad a algo fácil y acudimos en masa al camino espacioso y tratamos de seguirlo.
Estas son algunas de las características de estos falsos profetas que vienen disfrazados de ovejas. Ofrecen siempre una salvación fácil, una clase de vida fácil. Desaconsejan el auto examen; más aún, casi sienten que examinarse a sí mismo es hereje. Dicen que no hay que examinar la propia alma. Siempre hay que "mirar a Jesús", nunca a uno mismo, para poder descubrir el pecado. Desaconsejan lo que la Biblia nos aconseja que hagamos, 'examinarnos' a nosotros mismos, 'probarnos a nosotros mismos' y situarnos frente a esta última sección del Sermón del Monte. No les gusta el proceso de auto examen y de mortificación del pecado que enseñaban los puritanos, y los grandes líderes del siglo dieciocho —no sólo Whitefield, Wesley y Johathan Edwards. sino también el santo John Fletcher, quien, todas las noches antes de acostarse, se hacía doce preguntas. No creen en esto porque es incómodo. Quieren una salvación fácil, una vida cristiana fácil. Nada conocen del sentir de Pablo, cuando dice "los que estamos en este tabernáculo gemimos con angustia". Nada sabe acerca del pelear "la buena batalla de la fe". No saben qué quiere decir Pablo cuando afirma que "no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes" (Ef. 6:12). No entienden esto. No ven necesidad alguna de revestirse de la armadura toda de Dios, por qué no han visto el problema. ¡Todo es tan fácil!
Hoy día no gusta esta clase de enseñanza contra los falsos profetas. Vivimos en una época en que la gente dice que, con tal de que alguien profese ser cristiano, debemos considerarlo como hermano y seguir juntos. Pero la respuesta es lo que dijo nuestro Señor, "Guardaos de los falsos profetas!' Estas advertencias terribles y penetrantes están en el Nuevo Testamento debido precisamente a lo que he venido comentando. Claro que no debemos ser hipercríticos; pero tampoco debemos confundir la amistad y afabilidad con la santidad. No se trata de personalidades. No debemos despreciar estas personas. De hecho, el Dr. Alexander MacLaren tiene razón cuando afirma que son hipócritas inconscientes. No es que no sean agradables y complacientes; lo son. En cierto sentido, este es el peligro mayor, y ello es lo que hace ser una fuente tal de peligro. Pongo de relieve esto porque, según nuestro Señor, es algo que siempre nos acecha. Hay un camino que conduce a la 'perdición', y el falso profeta no cree en 'perdición'.
¿No es acaso cierto que la explicación del estado actual de la iglesia cristiana es precisamente esto que hemos venido examinando? ¿Por qué la iglesia se vuelve tan débil e ineficiente? No vacilo en responder que se debe a la clase de predicación que se introdujo como consecuencia del movimiento de la alta crítica en el siglo pasado, el cual condenaba totalmente la predicación doctrinal. Abogaba por una predicación moral. Tomaban las ilustraciones de la literatura y poesía, y Emerson vino a ser uno de sus Sumos Sacerdotes. Esta es la causa del problema. Seguían hablando de Dios; seguían hablando de Jesús; seguían hablando de su muerte en la cruz. No se presentaban como herejes evidentes; pero no mencionaban esas otras cosas que son vitales para la salvación. Ofrecían ese mensaje vago que nunca molesta a nadie. Eran siempre tan modernos y agradables; estaban tan al día. Agradaban al paladar popular, y el resultado es no sólo las iglesias vacías, acerca de las que tanto se nos habla en los tiempos actuales, sino como veremos, la calidad mediocre de la vida cristiana que se encuentra entre tantos de nosotros. Estas cosas son amargas y desagradables, y tanto si se me cree como si no, tengo que confesar honestamente que si no me hubiera comprometido a predicar, como lo estoy haciendo, todo el Sermón del Monte, nunca hubiera escogido estas palabras como texto. Nunca había predicado acerca de ellas. Nunca he escuchado un sermón en torno a las mismas. ¿Me pregunto cuántos de nosotros lo hemos escuchado? No nos gusta; es molesto; pero a nosotros no nos atañe escoger lo que nos gusta. Esto lo dijo el Hijo del Hombre, y lo sitúa en el contexto del juicio y la destrucción. Así pues, aún a costa de que se me llame cazador de herejías o persona que se sienta a juzgar a sus hermanos y a todo el mundo, he tratado honestamente de explicar la Biblia. Y ruego que pensemos otra vez en ello en oración, en la presencia de Dios, mientras consideramos el valor de nuestra alma inmortal y su destino eterno.


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Estudios Sobre el Sermón del Monte

por D. Martyn Lloyd-Jones

Pastor, Iglesia Westminster, Londres



CAPITULO I Introducción General
CAPITULO II Consideraciones Generales y Análisis
CAPITULO III Introducción a las Bienaventuranzas
CAPITULO IV Bienaventurados los Pobres en Espíritu
CAPITULO V Bienaventurados los que Lloran
CAPITULO VI Bienaventurados los Mansos
CAPITULO VII Justicia y Bienaventuranza
CAPITULO VIII Las Piedras de Toque del Apetito Espiritual
CAPITULO IX Bienaventurados los Misericordiosos
CAPITULO X Bienaventurados los de Limpio Corazón
CAPITULO XI Bienaventurados los Pacificadores
CAPITULO XII El Cristiano y la Persecución
CAPITULO XIII Gozo en la Tribulación
CAPITULO XIV La Sal de la Tierra
CAPITULO XV La Luz del Mundo
CAPITULO XVI Que Vuestra Luz Alumbre
CAPITULO XVII Cristo y el Antiguo Testamento
CAPITULO XVIII Cristo Cumple la ley de los Profetas
CAPITULO XIX Justicia Mayor que la de los Escribas y Fariseos
CAPITULO XX La Letra y el Espíritu
CAPITULO XXI No Matarás
CAPITULO XXII Lo Pecaminosidad Extraordinaria del Pecado
CAPITULO XXIII Mortificar el Pecado
CAPITULO XXIV Enseñanza de Cristo Acerca del Divorcio
CAPITULO XXV El Cristiano y Los Juramentos
CAPITULO XXVI Ojo por Ojo y Diente por Diente
CAPITULO   XXVII La Capa y la Segunda Milla
CAPITULO   XXVIII Negarse a Sí Mismo y Seguir a Cristo
CAPITULO  XXIX Amar a los Enemigos
CAPITULO  XXX ¿Qué Hacéis de Más?
CAPÍTULO XXXI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXII Cómo Orar
CAPITULO XXXIII Ayuno
CAPITULO XXXIV Cuando ores
CAPÍTULO XXXV Oración: Adoración
CAPÍTULO XXXVI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXVII Tesoros en la Tierra y en el Cielo
CAPITULO XXXVIII Dios o las Riquezas
CAPITULO XXXIX La Detestable Esclavitud del Pecado
CAPITULO XL No Afanarse
CAPITULO XLI Pájaros y Flores
CAPITULO XLII Poca Fe
CAPITULO XLlll Fe en Aumento
CAPÍTULO XLIV Preocupación: Causas y remedio
CAPITULO XLV 'No Juzguéis'
CAPITULO XLVI La Paja y la Viga
CAPITULO XLVII Juicio y Discernimiento Espirituales
CAPITULO XLVIII Buscar y hallar
CAPÍTULO XLIX La Regla de Oro
CAPITULO L La Puerta Estrecha
CAPITULO LI El Camino Angosto
CAPITULO LII Falsos profetas
CAPITULO LIII El Árbol y el Fruto
CAPITULO LIV Falsa Paz
CAPITULO LV Hipocresía Inconsciente
CAPITULO LVI Las Señales del Autoengaño
CAPITULO LVII Los dos Hombres y las dos Casas
CAPITULO LVIII ¿Roca o Arena?
CAPITULO LIX La Prueba y la Crisis de la Fe
CAPITULO LX Conclusión
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