CAPITULO VI
Bienaventurados los Mansos

Al considerar las Bienaventuranzas en conjunto, vimos que hay ciertas características generales que se aplican a todas ellas. Cuando pasamos a estudiar cada uno de las Bienaventuranzas por separado vemos que así es. Por ello, una vez más debemos señalar que esta Bienaventuranza, esta descripción específica del cristiano, causa verdadera sorpresa porque se opone de una manera tan completa y radical a todo lo que el hombre natural piensa. 'Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.' ¡La conquista del mundo —la posesión del universo todo— se da nada menos que a los mansos! El mundo piensa en función de fortaleza y poder, de capacidad, de seguridad en sí mismo, de agresividad. Así es como entiende el mundo el conquistar y poseer. Cuanto más afirma uno su personalidad y manifiesta lo que es, tanto más pone uno en evidencia el poder y capacidad que posee, y tanto más probable es que uno triunfe y progrese. Pero ahí tenemos esta afirmación sorprendente, 'Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad' —y sólo ellos. Una vez más, pues, se nos recuerda que el cristiano es completamente diferente del mundo. Es diferente en calidad, diferencia esencial. Es un hombre nuevo, una nueva creación; pertenece a un reino del todo diferente. Y no sólo es el mundo distinto de él; ni siquiera lo puede entender. Es un enigma para el mundo. Y si usted y yo no somos, en este sentido primario, problemas y enigmas para los no cristianos que nos rodean, entonces esto nos dice mucho en cuanto a nuestra profesión de la fe cristiana.
Esta afirmación tuvo que sorprender muchísimo a los judíos de tiempos de nuestro Señor; y no cabe duda, como dijimos al principio, que Mateo escribió sobre todo para los judíos. Coloca a las Bienaventuranzas al comienzo mismo del Evangelio por esta misma razón. Tenían ciertas ideas acerca del reino; eran, según recordarán, no sólo materialistas sino también militaristas; para ellos el Mesías era alguien que los iba a conducir a la victoria. Pensaban, pues, en función de conquista y lucha en un sentido material, y por ello nuestro Señor descarta esto de inmediato. Es como si dijera, 'No, no, no es este el camino. Yo no soy así, y mi reino no es así.' —'Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.' Es una forma de pensar del todo opuesta a la de los judíos.
Pero además, esta Bienaventuranza presenta, por desgracia, una forma de pensar que contrasta mucho con la forma de pensar que se encuentra en la Iglesia Cristiana de estos tiempos. Porque ¿acaso no existe una tendencia trágica a pensar en función de combatir el mundo, y el pecado, y todo lo que va en contra de Cristo, por medio de grandes organizaciones? ¿Me equivoco cuando digo que el pensamiento prevalente y dominante de la Iglesia Cristiana en el mundo parece estar en contraste absoluto con lo que se indica en este texto? 'Ahí está,' dicen, 'el poderoso enemigo que se nos opone, y frente a él tenemos a una Iglesia dividida. Debemos unirnos, debemos formar un solo cuerpo para enfrentarnos a ese enemigo organizado. Entonces conseguiremos producir impacto, y entonces triunfaremos.' Pero 'Bienaventurados los mansos,' no los que confían en sus organizaciones, no los que confían en sus propias fuerzas y capacidad y en sus propias instituciones. Más bien es lo contrario. Y esto es cierto, no sólo en este pasaje, sino en toda la Biblia. Lo vemos en la historia de Gedeón en la que Dios fue reduciendo el número, no incrementándolo. Este es el método espiritual, y una vez más lo vemos puesto de relieve en esta afirmación sorprendente del Sermón del Monte.
Al enfrentarnos con esta afirmación procuremos antes verla en su relación con las demás Bienaventuranzas. Es evidente que se sigue de lo dicho antes. Hay una conexión lógica obvia entre estas Bienaventuranzas. Cada una sugiere la siguiente y lleva a ella. No fueron pronunciadas al azar. Primero tenemos el postulado fundamental acerca del ser 'pobres en espíritu.' Este es el espíritu fundamental primario que conduce a su vez a una condición de pesar al caer en la cuenta de nuestros pecados; y esto a su vez conduce a este espíritu de mansedumbre. Pero —y quiero subrayar esto— no sólo descubrimos esta conexión lógica entre ellas. Quiero señalar también que estas Bienaventuranzas se van haciendo cada vez más difíciles. En otras palabras, lo que estamos estudiando ahora es más penetrante, más difícil, más humillante que lo que hemos estudiado hasta ahora en este Sermón del Monte. La primera Bienaventuranza nos pide que nos demos cuenta de nuestra debilidad e incapacidad. Nos pone frente al hecho de que hemos de presentarnos delante de Dios, no sólo en los Diez Mandamientos y la ley moral, sino también en el Sermón del Monte, y en la vida del mismo Cristo. El que cree que, con sus propias fuerzas, puede llegar a esto, no ha comenzado a ser cristiano. No, nos hace sentir que no tenemos nada; nos volvemos 'pobres en espíritu;' nada podemos. El que cree que puede vivir la vida cristiana por sí mismo está diciendo que no es cristiano. Cuando nos damos cuenta de verdad de lo que tenemos que ser, y de lo que tenemos que hacer, nos volvemos inevitablemente 'pobres en espíritu.' Esto a su vez conduce a ese segundo estado en el que, al darnos cuenta de nuestro estado de pecado y de nuestro verdadero carácter, al darnos cuenta de que nuestra condición irremediable se debe al pecado que mora en nosotros, y al ver que el pecado está presente incluso en nuestras mejores acciones, pensamientos y deseos, lloramos y exclamamos con el gran apóstol, '¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?' Pero en este caso, digo, es algo todavía más penetrante — 'Bienaventurados los mansos.'
¿Por qué es así? Porque en este caso llegamos a un punto en que comenzamos a preocuparnos por otros. Lo diría así. Puedo ver claramente mi nada y mi condición desesperada frente a las exigencias del evangelio y de la ley de Dios. Estoy consciente, cuando soy sincero conmigo mismo, del pecado y del mal que hay en mí, y esto me hunde. Y estoy dispuesto a enfrentarme con estas dos cosas. Pero ¡cuánto más difícil es permitir a otros que digan cosas así acerca de mí! Por instinto me ofende tal cosa. Todos preferimos condenarnos a nosotros mismos y no que otros nos condenen. Afirmo que soy pecador, pero no me gusta que otro lo diga. Este es el principio que este versículo ofrece. Hasta ahora, me he venido contemplando a mí mismo. Ahora otros me contemplan, tengo cierta relación con ellos, y me hacen algo. ¿Cómo reacciono frente a ello? Este es el problema que se plantea. No dudo que estarán de acuerdo en que esto es más humillante que todo lo anterior. Es permitir a otros que me pongan bajo su foco en vez de hacerlo yo mismo.
Quizá el modo mejor de enfocar esto es considerarlo a la luz de ciertos ejemplos. ¿Quién es el manso? ¿Cómo es? Bien, hay muchas ilustraciones que se pueden dar. He escogido algunas que me parecen las más importantes y sorprendentes. Tomemos, por ejemplo, ciertos personajes del Antiguo Testamento. Consideremos la descripción que se da de ese gran señor —por muchas razones, me parece, el mayor de los personajes del Antiguo Testamento— Abraham, y al contemplarlo nos hallamos frente a un cuadro grandioso y maravilloso de mansedumbre. Es la gran característica de su vida. Recordarán su conducta con Lot, y cómo le permite que elija primero sin murmurar ni quejarse - esto es mansedumbre. Se ve también en Moisés, al que se describe como al hombre más manso de la tierra. Examinen su conducta moral y verán lo mismo, Este concepto bajo de sí mismo, esta tendencia a rebajarse y humillarse - mansedumbre. Estuvieron a su alcance magníficas posibilidades, la corte de Egipto y su posición como hijo de la hija del Faraón. Pero lo consideró en su verdadero valor, lo tuvo por lo que valía, y se humilló por completo ante Dios y su voluntad.
Lo mismo ocurrió en el caso de David, sobre todo en su relación con Saúl. David sabía que iba a ser rey. Se le había comunicado, había sido ungido; y sin embargo ¡cómo soportó a Saúl y el trato injusto y antipático que Saúl le dio! Vuelvan a leer la historia de David y verán la mansedumbre personificada en una forma extraordinaria. Tomen tam¬bién a Jeremías y el mensaje tan poco popular que le fue comunicado. Fue llamado para que comunicara la verdad al pueblo —no lo que quería hacer— en tanto que otros profetas decían cosas fáciles y agradables. Estaba aislado. Era individualista —hoy lo llamarían no cooperador— porque no decía lo que todos los demás decían. Todo le dolió amargamente. Pero lean su historia. Vean cómo lo soportó todo y permitió que se dijeran cosas hirientes a sus espaldas, y cómo siguió comunicando el mensaje. Es un ejemplo maravilloso de mansedumbre.
Si pasamos al Nuevo Testamento, volvemos a encontrar lo mismo. Contemplemos la descripción de Esteban y veremos la ilustración de este texto. Veámoslo en el caso de Pablo, ese poderoso hombre de Dios. Consideremos lo que sufrió de manos de diferentes iglesias y de manos de sus compatriotas y de otra gente. Al leer sus cartas veremos cómo destaca esta cualidad de la mansedumbre, sobre todo cuando escribe a los miembros de la iglesia de Corinto quienes habían dicho cosas tan desfavorables y desagradables acerca de él. Es un ejemplo maravilloso de mansedumbre. Pero desde luego que debemos llegar al ejemplo supremo» al Señor mismo. 'Venid a mí,' dijo, 'todos los que estáis trabajados... y yo os haré descansar... soy manso y humilde de corazón.' Lo mismo se ve en toda su vida. Lo vemos en su reacción frente a los demás, lo vemos sobre todo en la forma en que sufrió persecución y mofa, sarcasmo y burla. Con razón se dijo de él, 'la caña cascada no quebrará, y el pabilo que humea no apagará.' Su actitud frente a los enemigos, y quizá todavía más la sumisión total a su Padre, muestran su mansedumbre. Dijo, 'la palabra que habéis oído no es mía', y 'yo he venido en nombre de mi Padre'. Mirémoslo en el Huerto de Getsemaní. Contemplemos la descripción que de él nos hace Pablo en Filipenses donde nos dice que no consideró que el ser igual al Padre fuera una prerrogativa a la que aforrarse o algo que hubiera que conservar a toda costa. No, decidió vivir como hombre, y así lo hizo. Se humilló a sí mismo, se hizo siervo y aceptó morir en la cruz. Esto es mansedumbre; esto es humildad verdadera; esta es la cualidad que nos enseña en este pasaje.
Bien, pues, ¿qué es mansedumbre? Hemos visto los ejemplos. ¿Qué vemos en ellos? Primero, advirtamos de nuevo que no se trata de una cualidad natural. No estamos frente a una disposición natural, porque todos los cristianos tienen que poseerla. No es sólo algunos cristianos. Cada uno de ellos» sea cual fuera el temperamento o carácter que tenga, tiene que ser manso. Esto se puede demostrar muy fácilmente. Tomemos esos personajes que hemos mencionado, sin contar al Señor mismo, y me parece que en todos los casos veremos que no eran así por naturaleza. Pensemos en el carácter fuerte y extraordinario de un hombre como David, y sin embargo vemos lo manso que fue. También Jeremías nos hace descubrir el secreto. Nos dice que era como una caldera en ebullición, y con todo fue manso. Un hombre como Pablo, de mente poderosa, de personalidad extraordinaria, de carácter fuerte» fue, sin embargo, humilde y manso. No, no se trata de una disposición natural; es algo que lo produce el Espíritu de Dios.
Permítanme insistir en esto. Mansedumbre no significa indolencia. Hay personas que parecen mansas por naturaleza; pero no son mansas sino indolentes. La Biblia no habla de esto. Tampoco quiere decir flojera — y empleo este término con toda intención. Hay personas calmadas, serenas, y se tiene la tendencia a tenerlas por mansas. No es mansedumbre, sino flojera. Tampoco quiere decir amabilidad. Hay personas que parecen amables de nacimiento. Esto no es lo que nuestro Señor quiere decir cuando afirma, 'Bienaventurados los mansos.' Esto es algo puramente biológico, lo que uno encuentra en los animales. Hay perros más amables que otros, y gatos más amables que otros. Esto no es mansedumbre. No significa, pues, ser amable por naturaleza ni ser de trato fácil.    Ni tampoco significa personalidad o carácter débil. Todavía menos significa espíritu de compromiso o 'paz a cualquier precio.' Estas cosas se confunden muy a menudo. Con frecuencia se tiene por manso al que dice, 'Lo que sea, con tal de no estar en desacuerdo. Pongámonos de acuerdo, acabemos con estas diferencias y divisiones; olvidemos lo que nos divide; vivamos en paz y alegría.'
No, no, no es eso. La mansedumbre es compatible con una gran fortaleza. La mansedumbre es compatible con una gran autoridad y poder. Esas personas que hemos puesto como ejemplos fueron grandes defensores de la verdad. El manso es alguien que quizá crea tanto en defender la verdad que esté dispuesto a morir por ello. Los mártires fueron mansos, pero no débiles; fueron hombres fuertes, aunque mansos. Dios no permita que confundamos esta cualidad tan noble, una de las más nobles, con algo puramente animal, o físico o natural.
La última consideración negativa sería que la mansedumbre no es algo puramente externo, sino también, y sobre todo, algo de espíritu interno. Sí queremos ser verdaderamente mansos, no sólo hemos de soportar las ofensas, sino que hemos de llegar a ese estado en el que lo soportemos de buen grado. Debemos dominar los labios y la boca, y no decir lo que tendríamos ganas de decir. No se puede meditar en un versículo como este sin sentirse humillado. Es cristianismo auténtico; a esto se nos llama, y así debemos ser.
¿Qué es, pues, la mansedumbre? Creo que se podría resumir así. La mansedumbre es básicamente tener una idea adecuada de uno mismo, la cual se manifiesta en la actitud y conducta que tenemos respecto a otros. Es, por tanto, dos cosas.   Es actitud para conmigo mismo y manifestación de esto en mi relación con otros. Se ve, pues, como se sigue por necesidad el de ser 'pobres en espíritu' y del 'llorar.' Nadie puede ser manso si no es pobre en espíritu. Nadie puede ser manso si no se ve a sí mismo como vil pecador. Esto viene primero. Pero cuando he llegado a esa idea adecuada de mí mismo en función de pobreza de espíritu y lágrimas por mi condición de pecador, paso a comprender que también tiene que haber ausencia de orgullo. El manso no es orgulloso de sí mismo, no se gloría nunca en sí mismo. Siente que no tiene nada de qué enorgullecerse. Tam¬bién significa que no trata de imponerse. Es, pues, una negación de la psicología popular de hoy día que dice 'imponte,' 'expresa tu personalidad.' El manso no actúa así; se avergüenza más bien de ello. El manso tampoco exige nada para sí. No exige todos sus derechos. No exige que se tengan en cuenta su posición, privilegios, bienes y nivel social. No, es como el hombre que Pablo describe en Filipenses 2. 'Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo tam¬bién en Cristo Jesús.' Cristo no exigió el derecho a la igualdad con Dios; no quiso exigirlo. Y a esto hemos de llegar.
Permítanme ir más allá; el manso ni siquiera es susceptible en cuanto a sí mismo. No está siempre velando por sí mismo y por sus intereses. No está siempre a la defensiva. Todos sabemos de qué estoy hablando, ¿verdad? ¿No es acaso una de las grandes maldiciones de la vida como consecuencia de la caída — esta susceptibilidad en cuanto a si? Pasamos la vida atentos a nosotros mismos. Pero cuando uno llega a ser manso no es así; ya no se preocupa por sí mismo ni por lo que los demás digan. Ser verdaderamente manso significa que uno ya no se protege, porque ve que no hay nada que valga la pena proteger. Por esto ya no se está a la defensiva; esto se acabó. El verdaderamente manso nunca se compadece de sí mismo. Nunca habla de sí mismo para decir, 'Te está yendo mal, qué poco amables son en no entenderte.' Nunca piensa, 'Con lo mucho que valgo, sólo me faltaría que se me brindara la oportunidad.' ¡Autocompasión! ¡Cuántas horas y años malgastamos en ello! Pero el que ha llegado a ser manso no es así. Ser manso, en otras palabras, quiere decir que ya no se preocupa uno nada de sí mismo, y que comprende uno que no tiene derechos. Se llega a comprender que nadie le puede hacer daño. John Bunyan lo dice muy bien. 'El que está en el suelo no debe temer caer.' Cuando uno se ve a sí mismo por lo que es, sabe que nadie puede decir nada de él que sea demasiado malo. No hay por qué preocuparse de lo que los demás digan o hagan; se sabe que uno merece esto y mucho más. Definiría, pues, otra vez la mansedumbre así. El verdaderamente manso es el que vive sorprendido de que Dios y los hombres puedan pensar tan bien de él y lo traten tan bien como lo tratan. Esto, creo, es su cualidad básica.
Debe, pues, manifestarse en todo nuestro proceder y conducta con los demás. Procede así. El que es como el tipo que he descrito debe ser necesariamente benigno. Pensemos de nuevo en los ejemplos. Pensemos otra vez en nuestro Señor Jesucristo. Benigno, gentil, humilde —estos son los términos. Manso, de espíritu manso —ya he citado antes los términos empleados— 'manso y humilde.' En un sentido, la persona más asequible que el mundo ha conocido fue el Señor Jesucristo. Pero también significa que habrá una ausencia total del espíritu de venganza, del tomarse revancha, del procurar que el otro pague por lo hecho. También significa, por tanto, que debemos ser pacientes, sobre todo cuando sufrimos injustamente.   Recordarán cómo Pedro en el capítulo segundo de su primera Carta, que 'para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente.' Significa paciencia incluso cuando se sufre injustamente. De nada vale, dice Pedro en ese capítulo, que aceptemos con paciencia las reprensiones por nuestras faltas; pero si obramos bien y sufrimos como consecuencia de ello y lo soportamos con paciencia, entonces esto es lo que merece alabanza a los ojos de Dios. Esto es mansedumbre. Pero también significa que estamos dispuestos a escuchar y aprender; que tengamos una idea tan pobre de nosotros mismos y de nuestras capacidades que estemos dispuestos a escuchar a otro. Sobre todo debemos estar dispuestos a que el Espíritu nos enseñe, a que el Señor Jesucristo mismo nos guíe. La mansedumbre siempre implica espíritu dócil. Esto vemos en el caso de nuestro Señor mismo. Aunque era la Segunda Persona de la Trinidad, se hizo hombre, se humilló voluntariamente hasta el extremo de depender por completo de lo que Dios le diera, de lo que Dios le enseñara y de lo que Dios le dijera que hiciese. Se humilló a sí mismo hasta eso, y esto significa ser manso. Debemos estar dispuestos a aprender y escuchar y sobre todo debemos entregarnos al Espíritu.
Por fin, lo expresaría así. Debemos dejarlo todo —nosotros mismos, nuestros derechos, nuestros motivos, todo nuestro futuro— en las manos de Dios, sobre todo si sentimos que sufrimos injustamente. Aprendemos a decir con el apóstol Pablo que nuestra actitud debe ser esta, 'Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor.' No necesitamos pagar, sino que nos ponemos en las manos de Dios. Lo dejamos todo a Dios, nosotros mismos, nuestros motivos, nuestros derechos, todo, con tranquilidad de espíritu, de mente y de corazón. Ahora bien, todo esto, lo veremos luego, es algo que se ilustra en abundancia en las distintas enseñanzas de este Sermón del Monte.
Advirtamos ahora lo que le sucede al que es así. 'Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.' ¿Qué significa esto? Lo podemos resumir muy brevemente. Los mansos ya heredan la tierra en esta vida, en esta forma. El verdaderamente manso está siempre satisfecho, está contento. Goldsmith, poeta inglés, lo expresa bien cuando dice, 'no teniendo nada lo tiene todo.' El apóstol Pablo todavía lo ha expresado mejor cuando dice, 'teniendo nada, mas poseyéndolo todo.' Y a los filipenses les dice, 'Gracias por enviarme el obsequio. Me gusta, no porque deseara nada, sino por el espíritu con que me lo enviaron. En cuanto a mí, lo tengo todo, sobreabundo.' Les había dicho ya, 'Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia' y 'todo lo puedo en Cristo que me fortalece.' Adviertan, también, la forma sorprendente en que expresa el mismo pensamiento en 1 Corintios 3. Después de decirles que no deben sentirse celosos o preocupados por estas cosas, afirma, 'todo es vuestro,' todo en absoluto; 'sea Pablo, sea Apolos, sea Cefas, sea el mundo, sea la vida, sea la muerte, sea lo presente, sea lo por venir, todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios.' Todo es de ellos si son mansos y cristianos verdaderos; ya han heredado la tierra.
Pero sin duda que también se refiere al futuro. '¿O no sabéis,' dice Pablo a estos corintios, en 1 Corintios 6, 'que los santos han de juzgar al mundo?' Van a juzgar al mundo y a los ángeles, heredarán la tierra. En Romanos 8 lo expresa Somos hijos, 'y si hijos, también herederos; de Dios y coherederos con Cristo.' Así es; vamos a heredar la tierra. 'Si sufrimos,' dice a Timoteo, 'también reinaremos con él.' En otras palabras, 'No te preocupes por el sufrimiento, Timoteo. Sé manso y paciente y reinarás con El. Vas a heredar la tierra con El.' Creo que todo esto se encuentra en las palabras de nuestro Señor en Lucas 14:11: 'Cualquiera que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido.'
Vemos, pues, el significado del ser manso. ¿Debo volver a insistir en que esto es algo del todo imposible para el hombre natural? Nunca conseguiremos ser mansos por nosotros mismos. Esos pobres que se refugiaron en los monasterios trataban de hacerse mansos. Nosotros nunca lo haremos. No se puede hacer. Sólo el Espíritu Santo nos puede humillar, sólo el Espíritu Santo nos puede hacer pobres en espíritu y hacernos llorar por nuestra condición de pecadores y producir en nosotros esta idea verdadera y recta de nosotros mismos y darnos la mente de Cristo mismo. Esto es algo muy grave. Los que decimos ser cristianos afirmamos necesariamente que ya hemos recibido al Espíritu Santo. Por tanto no tenemos excusa si no somos mansos. El que no es cristiano tiene excusa, porque le es imposible conseguirlo. Pero si afirmamos de verdad que hemos recibido al Espíritu Santo, y así lo hacen todos los cristianos, no tenemos excusa por no ser mansos. No es algo que ustedes hagan ni yo haga. Es un don que produce en nosotros el Espíritu Santo. Es un fruto directo del Espíritu. Se nos ofrece y es posible. ¿Qué tenemos que hacer? Debemos situarnos frente a este Sermón del Monte; debemos meditar acerca de esta afirmación en cuanto a ser mansos; debemos considerar los ejemplos; sobre todo hemos de contemplar al Señor mismo. Luego debemos humillarnos y confesar con   vergüenza,   no sólo   lo pequeños que somos, sino nuestra imperfección absoluta. Luego debemos acabar con ese yo que es la causa de todos nuestros problemas, a fin de que El que nos ha comprado a tal precio venga a poseernos totalmente.


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Biblioteca
Estudios Sobre el Sermón del Monte

por D. Martyn Lloyd-Jones

Pastor, Iglesia Westminster, Londres



CAPITULO I Introducción General
CAPITULO II Consideraciones Generales y Análisis
CAPITULO III Introducción a las Bienaventuranzas
CAPITULO IV Bienaventurados los Pobres en Espíritu
CAPITULO V Bienaventurados los que Lloran
CAPITULO VI Bienaventurados los Mansos
CAPITULO VII Justicia y Bienaventuranza
CAPITULO VIII Las Piedras de Toque del Apetito Espiritual
CAPITULO IX Bienaventurados los Misericordiosos
CAPITULO X Bienaventurados los de Limpio Corazón
CAPITULO XI Bienaventurados los Pacificadores
CAPITULO XII El Cristiano y la Persecución
CAPITULO XIII Gozo en la Tribulación
CAPITULO XIV La Sal de la Tierra
CAPITULO XV La Luz del Mundo
CAPITULO XVI Que Vuestra Luz Alumbre
CAPITULO XVII Cristo y el Antiguo Testamento
CAPITULO XVIII Cristo Cumple la ley de los Profetas
CAPITULO XIX Justicia Mayor que la de los Escribas y Fariseos
CAPITULO XX La Letra y el Espíritu
CAPITULO XXI No Matarás
CAPITULO XXII Lo Pecaminosidad Extraordinaria del Pecado
CAPITULO XXIII Mortificar el Pecado
CAPITULO XXIV Enseñanza de Cristo Acerca del Divorcio
CAPITULO XXV El Cristiano y Los Juramentos
CAPITULO XXVI Ojo por Ojo y Diente por Diente
CAPITULO   XXVII La Capa y la Segunda Milla
CAPITULO   XXVIII Negarse a Sí Mismo y Seguir a Cristo
CAPITULO  XXIX Amar a los Enemigos
CAPITULO  XXX ¿Qué Hacéis de Más?
CAPÍTULO XXXI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXII Cómo Orar
CAPITULO XXXIII Ayuno
CAPITULO XXXIV Cuando ores
CAPÍTULO XXXV Oración: Adoración
CAPÍTULO XXXVI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXVII Tesoros en la Tierra y en el Cielo
CAPITULO XXXVIII Dios o las Riquezas
CAPITULO XXXIX La Detestable Esclavitud del Pecado
CAPITULO XL No Afanarse
CAPITULO XLI Pájaros y Flores
CAPITULO XLII Poca Fe
CAPITULO XLlll Fe en Aumento
CAPÍTULO XLIV Preocupación: Causas y remedio
CAPITULO XLV 'No Juzguéis'
CAPITULO XLVI La Paja y la Viga
CAPITULO XLVII Juicio y Discernimiento Espirituales
CAPITULO XLVIII Buscar y hallar
CAPÍTULO XLIX La Regla de Oro
CAPITULO L La Puerta Estrecha
CAPITULO LXI El Camino Angosto
CAPITULO LII Falsos profetas
CAPITULO LIII El Árbol y el Fruto
CAPITULO LIV Falsa Paz
CAPITULO LV Hipocresía Inconsciente
CAPITULO LVI Las Señales del Autoengaño
CAPITULO LVII Los dos Hombres y las dos Casas
CAPITULO LVIII ¿Roca o Arena?
CAPITULO LIX La Prueba y la Crisis de la Fe
CAPITULO LX Conclusión