CAPITULO LI
El Camino Angosto

Volvemos a examinar de nuevo esta afirmación de los versículos 13 y 14 porque nuestro Señor en estas palabras no nos pide simplemente que consideremos la naturaleza del reino y de la vida cristiana en general. No es una invitación a venir a ver una perspectiva maravillosa, a sentarse, por así decirlo, en primera fila para contemplar el escenario. Debemos ser participantes; es un llamamiento a la acción. Advirtamos la palabra: "Entrad"; es al mismo tiempo invitación y exhortación. Una vez contemplado el panorama en general, nos corresponde hacer algo.
Éste es, pues, el primer principio que debemos tratar de elaborar. Es un llamamiento a la acción. ¿Qué significa esto? En primer lugar, significa que el evangelio de Jesucristo, este enunciado de los principios del reino, es algo que exige decisión y entrega. Esto es totalmente inevitable. Es algo que forma parte de la trama y urdimbre de la presentación que el Nuevo Testamento hace de la verdad. No es una filosofía que uno ve y compara y contrasta con otras filosofías. Nunca se puede adoptar una actitud de despego respecto a ello, y si nuestra preocupación respecto a estas cosas es puramente intelectual, y nunca ha afectado nuestra vida, entonces el Nuevo Testamento dice que no somos cristianos. Claro está que es una filosofía maravillosa, pero existe la tentación de considerarla sólo como eso. Como algo acerca de lo cual se lee y por lo que uno se interesa. Pero el evangelio no quiere que se tome así. Es esencialmente algo que viene a nosotros exigiendo el control de nuestra vida. Viene a nosotros de la misma manera como el Señor mismo se acercó a los hombres. Recordaremos cómo, hallándose en camino se encontró con un hombre como Mateo, y le dijo, "Sígueme", y Mateo se levantó y lo siguió. El evangelio hace algo así. No dice: "Considérame, admírame". Dice: "Sígueme, créeme". Siempre exige una decisión, una entrega.
Obviamente estamos frente a algo en extremo vital. De nada sirve describir las maravillas y bellezas de este camino angosto si seguimos mirándolo sólo desde lejos. Es un camino que hay que pisar, es algo en lo que hay que entrar. Nada hay más curioso que la forma en que nos persuadimos por tanto tiempo de que es posible interesarse por el evangelio sin llegar a una decisión y entrega. Pero no es así.
En consecuencia, nos planteamos ahora una pregunta muy simple. La piedra de toque final acerca de mí mismo y de mi profesión de la fe cristiana, puede plantearse así. ¿Me he entregado a esta forma de vida? ¿Es lo que controla mi vida? Hemos visto lo que nos dice que hagamos; ¿gobierna y controla nuestras decisiones y acciones? Claro está que esto implica un acto bien definido de la voluntad. Me pide que diga: "Reconociendo esto como la verdad de Dios y el llamamiento de Cristo, voy a entregarme a ello, suceda lo que suceda. No voy a pensar en las consecuencias. Lo creo, actuaré en consecuencia; esto va a ser mi vida de ahora en adelante!'
Hubo un tiempo en que algunos de nuestros antepasados solían enseñar que era bueno que cada cristiano hiciera un pacto con Dios. Una vez examinada la verdad, se sentaban para escribir solemnemente sobre el papel el pacto que hacían con Dios, y lo firmaban y le ponían la fecha, exactamente como si fuera una transacción comercial. Le ponían firma a la entrega de sí mismos, y al derecho a su propia persona y a todo lo que tenían, y al derecho de vivir como quisieran. De entonces en adelante, se entregaban a Dios, como el hombre que se alista en el ejército renuncia al derecho a sí mismo y al control de su vida. Hacían un contrato como éste, como un pacto con Dios, lo firmaban, y sellaban. Esta práctica tiene aspectos recomendables. Algunos de nosotros sufrimos tanto de la tendencia a limitarnos a contemplar la vida cristiana sin tomar ninguna resolución respecto a ella, que sería bueno que en forma voluntaria y concreta realizáramos un acto de entrega como éste, y en esa forma entráramos por la puerta estrecha. Exige una decisión.
Esto a su vez conduce al segundo principio. Una vez vista la verdad y decidido que tengo que hacer algo al respecto, ahora comienzo a buscar esta puerta estrecha. Advirtamos cómo lo dice nuestro Señor. Dice, '"porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan". ¿Por qué es así? Porque hay pocos que la busquen. Es una puerta que hay que buscar deliberadamente. En otras palabras, la esencia de la sabiduría en estos asuntos es pasar de lo general a lo particular. Sin duda, la experiencia de todos nosotros da fe de que uno de los peligros mayores con que nos enfrentamos es el de escuchar la verdad, leerla, asentir con la cabeza pero nunca hacer nada acerca de ella. No buscamos la puerta estrecha.
Buscar la puerta estrecha significa algo así: Una vez vista la verdad, y habiendo expresado mi conformidad, entonces debería decirme, "¿Qué debo hacer exactamente para que se convierta en acción?" Esto es buscar la puerta estrecha. Hay una forma de buscar la verdad y debemos descubrir en detalle exactamente qué significa para nosotros. Eso es buscar la puerta estrecha —poner en acción la verdad. Quiero sobre todo recalcar el punto de que la puerta ha de buscarse realmente. No es fácil; es difícil. Hay que salirse del camino que uno sigue para encontrar esta puerta. Hay que analizarse a sí mismo y ser muy sincero consigo mismo y, habiéndose negado a detenerse, decir: "Voy a seguir con esto hasta que descubra exactamente qué tengo que hacer!' Hay muchos que no encuentran ese camino de vida porque nunca han buscado la puerta y entrado por ella. Si uno lee las biografías de algunos de los grandes santos de Dios en épocas pasadas, encontrará que buscaron esta puerta estrecha por largo tiempo. Miremos a Martín Lulero. Ahí está en su celda, ayunando, en sudores y oración. Leamos lo que se dice acerca de hombres como George Whitefield y John Wesley. Estos hombres buscaban esta puerta estrecha. No sabían qué tenían que hacer, tenían ideas equivocadas, pero al fin, gracias a una búsqueda diligente, la encontraron, y cuando la encontraron entraron por ella. De una forma u otra todos nosotros debemos hacer esto. En otras palabras, no debemos darnos paz ni descanso hasta que sepamos con certeza que ya estamos en este camino. Esto es 'entrar por la puerta estrecha'. Se entra sólo después de haberla buscado y de haberla encontrado.
El tercer paso es que, una vez decidido que va uno a entrar y habiendo buscado la puerta y entrado por ella, se prosigue; no se entrega, y se dice ciertas cosas a sí mismo. Sin duda se puede decir con certeza, que la solución para muchos de nuestros problemas en esta vida cristiana es que deberíamos hablarnos más a nosotros mismos. Deberíamos recordarnos constantemente quiénes somos y qué somos. Esto es lo que quiere decir no sólo el entrar sino el proseguir por este camino. El cristiano debería recordarse a sí mismo todas las mañanas al despertar, "soy hijo de Dios; soy una persona única; no soy como los demás; pertenezco a la familia de Dios. Cristo ha muerto por mí y me ha trasladado del reino de tinieblas a su propio reino. Voy al cielo, éste es mi destino. No estoy sino de paso por este mundo. Conozco las tentaciones y pruebas que conlleva; conozco las insinuaciones sutiles de Satanás. Pero yo no le pertenezco. Soy peregrino y extranjero; soy seguido de Cristo por este camino!' Hay que recordar esto, entregarse, y repetirlo. Y el resultado será que uno se descubrirá caminando por este camino angosto. Éste es el primar principio general acerca del cual debemos hacer algo. Una vez vista la verdad debemos hacer algo respecto a ella, debemos ponernos en una relación práctica con ella.
El segundo principio se percibe con toda claridad. Es la consideración de algunas razones para obrar así. Una vez más, como hemos visto tan a menudo en nuestro estudio de este sermón, nuestro bendito Señor se hace cargo de nuestra debilidad. Hemos visto que casi invariablemente éste es su método, su técnica si prefieren; el establecer un principio o dar un mandato, y luego, una vez hecho esto, presentar algunas razones que justifican su cumplimiento. No necesita haberlo hecho. Pero en ello vemos algo de su gran corazón pastoral y de su compasión por nosotros como pueblo suyo. Él es el Sumo Sacerdote que sabe tener compasión de nosotros. Nos entiende. Sabe que somos tan falibles e imperfectos, como consecuencia del pecado, que no basta simplemente mostrarnos el camino. Necesitamos que se nos den razones. "Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan!'
¿Cuáles son, pues, las razones? Limitémonos a resumirlas. La primera razón que nos da para entrar por esta puerta estrecha, es la índole de las dos clases de vida que nos son posibles. Está el camino espacioso al que se entra por la puerta ancha, y esta el otro camino al que se entra por la puerta estrecha, camino que es angosto siempre. Si nos diéramos cuenta de la verdad respecto a la índole de estos dos caminos, no habrían vacilaciones. Claro está que nos es muy difícil despegarnos de la vida de este mundo, y, sin embargo, la esencia de todo esto es que deberíamos hacerlo. Por esta razón, si se pudiera decir así, Dios en su sabiduría infinita ordenó que uno de cada siete días se reservara para la contemplación de estas cosas, para que los hombres se reunieran juntos en culto público. Cuando nos reunimos para dar culto salimos de este mundo en el cual vivimos a fin de poder examinarlo objetivamente. ¡Es tan difícil hacerlo cuando uno está en él!; pero cuando uno sale del mismo, y se sienta aparte para examinarlo objetivamente, comienza realmente a ver las cosas como son.
Veamos por un momento esa vida mundana en que viven las personas que andan por el camino espacioso. Veamos esta vida, por ejemplo, tal como se presenta en los periódicos. Tomemos cualquiera de ellos. Presentan la vida mundana típica en sus aspectos mejores y peores. Veamos esa vida que fascina tanto a tantas personas, esa vida que las fascina hasta tal punto que están dispuestos a arriesgar su alma eterna por ella, caso de que crean en la existencia del alma. ¿Qué les tiene reservado? Veamos la vida y analicémosla. ¿Qué hay en último término en ella, con toda su pompa y su gloria y sus lujos? ¿Puede alguien imaginar algo que a fin de cuentas sea tan totalmente vacío? ¿Qué satisfacción verdadera hay en una vida así? Recordemos las famosas preguntas que el apóstol Pablo hizo a los romanos, las cuales me parece que sintetizan esto a la perfección. Al final de Romanos 6:21, pregunta, "¿Qué fruto teníais de aquellas cosas de las cuales ahora os avergonzáis? porque el fin de ellas es muerte!' Ahora que ya eres cristiano, dice, al repasar tu vida, te avergüenzas de ella. Pero ¿qué fruto conseguiste de ella incluso entonces?
Ésta es una pregunta que todos deberían hacerse, especialmente los que viven de placer en placer, y los que consideran que el trabajo honrado es una molestia, o simplemente un medio de conseguir dinero para volver a procurarse más placer. ¿Qué hay en ello? ¿Cuál es la ganancia? ¿Cuál es la satisfacción? ¿Qué tienen de valor definitivo incluso en el orden intelectual, para considerar sólo esto? ¿Qué hay de elevado y ennoblecedor en vestir de una forma determinada y en que la fotografía de uno aparezca en los periódicos llamados sociales, en ser conocido por vestir a la moda o por la apariencia personal, o por el papel que representa, y todas estas cosas? ¿Qué valor real hay en la alabanza y adulación del hombre? Miremos a las personas que viven para esas cosas, analicemos su vida, y especialmente su final. Esto no es cinismo, sino realismo. Como dice aquel himno:
"Los placeres del mundano se esfuman, Con su aparente pompa y ostentación."
¡Qué vida tan vacía! El apóstol Pedro la describe como 'vana manera de vivir'. No tiene contenido. Es superficial y vacía. Si se prescinde del cristianismo resulta muy difícil entender la mentalidad de las personas que viven en ese nivel. Tienen una mente y una inteligencia, pero no se ponen de manifiesto en esta vida ficticia de engaño, locura y auto hipnosis. ¡Qué vida tan vacía es, incluso cuando la consideramos como realmente es, con su pompa y exhibición, con sus sombras y apariencias!
Luego examinemos la otra vida para ver lo totalmente diferente que es en todos los aspectos. El camino ancho es vacío e inútil, intelectualmente, moralmente, y en todos los demás aspectos. Deja al hombre con un sabor desagradable en la boca incluso ahora en esta vida, lleva a celos y envidias y a toda clase de cosas indignas. Pero examinemos la otra, y de inmediato se ve un contraste marcado. Leamos el Sermón del Monte de nuevo. ¡Qué vida! Tomemos este Nuevo Testamento. ¡Qué alimento para la inteligencia! Aquí hay algo que cautiva la mente. Leamos libros acerca del mismo. ¿Se puede imaginar una ocupación intelectual más elevada, sin tener en cuenta otros aspectos? Aquí se tiene algo que pensar, algo que estimula intelectualmente, algo que le da a uno satisfacción real y verdadera. ¡Qué ético, qué elevado, qué amplio y noble es!
El problema básico de todos los que no son cristianos es que nunca han visto la gloria y la magnificencia de la vida cristiana. ¡Qué noble, pura y elevada es! Pero nunca la han visto. Tienen los ojos cerrados para ella. Como dice el apóstol Pablo, "El dios de este siglo cegó el entendimiento de los incrédulos" (2Cor. 4:4). Pero en cuanto el hombre vislumbra la gloria y majestad y privilegio de este elevado llamamiento, no puedo imaginar que pueda desear jamás alguna otra cosa. Seamos prácticos y francos en cuanto a esto. El que llame a esta vida cristiana 'estrecha' (en el sentido corriente de su término) y ansíe la otra, no hace sino declarar que nunca la ha visto verdaderamente. Es como los que dicen que encuentran a Beethoven aburrido y que prefieren la música de jazz. Lo que en realidad dicen es que no entienden a Beethoven; que no lo oyen, que nada saben acerca de él. Son musicalmente ignorantes. Como alguien ha dicho, no nos dicen nada en cuanto a Beethoven, pero nos dicen mucho en cuanto a ellos mismos.
Luego tenemos la índole y naturaleza de las dos vidas. El Nuevo Testamento presenta constantemente este argumento. Se encuentra repetidas veces en las Cartas. Los escritores describen la vida, y luego dicen, de hecho: "Claro que, después de haber visto esto, no querréis volver a lo de antes, ¿verdad?" Éste es su argumento. Nos recuerdan las dos vidas; "Ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición." Pero "estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida!' El hombre que no piensa en la meta a donde va es un necio. El hombre que hace del viaje un fin en sí mismo, es ilógico e inconsecuente. Éste es el gran argumento de la Biblia de principio a fin. "Considera tu fin"; considera tu destino y a dónde lleva la clase de vida que vives. Si se pudiera persuadir al mundo que se hiciera esta pregunta, muy pronto cambiarían todos. Hemos visto cómo el apóstol Pablo nos dice que el camino ancho conduce con certeza a la vergüenza, a la miseria y destrucción. "La paga del pecado es muerte" — muerte espiritual y separación de Dios, así como sufrimiento, agonía, desesperación y remordimiento inútil; "mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro" (Ro. 6:23). Si alguna vez, pues, sentimos que la vida cristiana es más bien irritante, debemos recordar el destino a que conduce. Luego miremos al mundo con su alegría y felicidad aparentes; miremos a las personas que la están disfrutando, y tratemos de imaginarlas ya viejas, cuando el 'postrer enemigo' les sale al encuentro. De repente enferman. Ya no pueden beber ni fumar ni bailar ni jugar ni hacer todo lo que había constituido su vida. En el lecho de muerte ¿qué tienen? Nada; nada que esperar a no ser temor, horror, tormento, y destrucción. Éste es el fin de esa vida. Lo sabemos bien; siempre ha sido así. Leamos las biografías de los grandes hombres del mundo, estadistas y otros, que no son cristianos, y advirtamos el eclipse que experimentan. Y recordemos que nunca se nos dan detalles de su verdadero fin. ¿Cómo puede conducir a otra cosa? Conduce a 'destrucción'.
Pero la otra vida conduce a una vida más abundante. Comienza dando vida nueva, una nueva perspectiva, nuevos deseos, todo nuevo; y a medida que uno prosigue, se vuelve mayor y más maravillosa. Por mucho que haya que sufrir en esta vida y en este mundo, estamos destinados a una gloria que es indestructible. Caminamos hacia una herencia, según el apóstol Pedro, 'incorruptible, incontaminada e inmarcesible', que Dios nos ha reservado en el cielo.
Otro argumento que nuestro Señor emplea es que el no entrar por la puerta estrecha significa que ya estamos en el camino ancho. Tiene que ser o lo uno o lo otro. No hay término medio entre estos extremos. Al cristiano se le presentan dos caminos solamente, y si no estamos en el camino estrecho y angosto, estamos en el ancho y espacioso. De modo que la indecisión o falta de entrega significa que no estamos en el camino estrecho. La resistencia pasiva es resistencia; si no estamos con Él estamos contra Él.
Éste es un argumento muy convincente. La indecisión es fatal, porque significa decisión equivocada. No hay otra alternativa, es o el camino estrecho o el camino ancho.
El aliciente mayor de todos, sin embargo, para entrar por la puerta estrecha y caminar por el camino angosto, es éste: Existe Alguien en el camino que le precede a uno. Hay que dejar el mundo afuera. Quizá haya que dejar a muchos seres queridos, haya que dejar el yo, el viejo yo, y, al pasar por esa puerta, uno puede pensar que va a sentirse solo y aislado. Pero no es así. Hay otros en este camino —"Pocos son los que la hallan". No hay tantos como en el otro camino. Pero son un pueblo especialmente escogido y separado. Pero sobre todo miremos a Aquel que camina delante de todos, a Aquel que dijo, "Seguidme", a Aquel que dijo, "Niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame'. Aunque no hubiera otro aliciente para entrar por la puerta estrecha, éste sería más que suficiente. Entrar por este camino significa seguir las pisadas del Señor Jesucristo. Es una invitación a vivir como Él vivió; es una invitación a ser cada vez más como Él era. Es ser como Él, vivir como Él vivió, la vida que leemos en estos Evangelios. Esto es lo que significa, cuanto más piensa uno en ello de esta manera, tanto mayor será el aliciente. No hay que pensar en lo que se deja; nada vale. No hay que pensar en las pérdidas. Ni en los sacrificios y sufrimientos. Ni siquiera deberían emplearse estos términos; no se pierde nada, sino que se gana todo. Mirémosle a Él, sigámosle, y caigamos en la cuenta de que en último término vamos a estar con Él, vamos a contemplar su rostro bendito y disfrutar de Él por toda la eternidad. Él está en ese camino, y esto es suficiente.
Antes de concluir este tema hay otro principio que deberíamos examinar. Hemos decidido entrar y hemos visto las razones para hacerlo así. Hay, sin embargo, ciertos problemas que se mencionan muy a menudo cuando se examina este texto. Uno es que la teología de esta enseñanza contiene una piedra de tropiezo para ciertas personas, La primera dificultad es ésta. ¿Enseña nuestro Señor aquí que hay una especie de posición neutral en la vida? Se nos describe como si estuviéramos en una bifurcación, con una puerta ancha y otra estrecha frente a nosotros. ¿Hay alguna vez en la vida del hombre en que no es ni bueno ni malo? ¿Nacemos todos inocentes y neutrales? ¿Entramos voluntariamente por una u otra? Parece enseñar esto. La respuesta, desde luego, es que siempre debemos comparar un texto de la Biblia con los demás y tomar cualquier texto específico a la luz del todo. La Biblia nos enseña claramente que todos hemos nacido en este mundo como hijos de pecado e ira. Todos hemos nacido, como descendientes de Adán, en culpa y vergüenza; hemos nacido en pecado y hemos sido formados en iniquidad, nacidos, en realidad, 'muertos en delitos y pecados'. De hecho, pues, todos nacemos en el camino ancho. ¿Por qué, pues, nuestro Señor lo presentó así? Por esta razón. Está enseñando aquí la importancia de entrar en su camino de vida. Y utiliza un ejemplo. Dramatiza y objetiva la situación y nos pide considerarla como si se nos planteara la elección de uno entre dos caminos. En otras palabras, pregunta: ¿Estás entregado para siempre a esta vida mundana en la cual has nacido o vas a dejarla para venir a mi? Es una técnica didáctica perfecta y uno no puede imaginar una ilustración mejor que ésta. Con todo, cualquier ejemplo tiene sus límites. Le preocupa la entrega de nosotros mismos, y por ello lo presenta así. En consecuencia, no contiene ninguna enseñanza que contradiga lo que la Biblia inculca claramente respecto a que todos debemos nacer de nuevo, todos necesitamos una nueva naturaleza, todos somos hijos de este mundo, e hijos de Satanás, hasta que llegamos a ser hijos de Dios. Nuestro Señor mismo enseña esto, ¿no es cierto? Da poder a todos los que lo reciben para 'ser hechos' hijos de Dios. Ésta es la enseñanza que se encuentra en los Evangelios, al igual que en las Cartas. Así pues, si lo consideramos así, vemos que es sólo un ejemplo para subrayar un punto.
Pero hay otra pregunta. ¿Enseña nuestro Señor que es nuestra decisión y acción lo que nos salva? "Entrad por la puerta estrecha", parece decir, "y si lo hacéis, y andáis por el camino angosto, llegaréis a la vida; mientras que si entráis por la otra acabaréis en la destrucción!' ¿Enseña, pues, que el hombre se salva a sí mismo gracias a su decisión y acción?
También este problema lo examinamos de la misma manera. Siempre debemos comparar unos textos de la Biblia con otros, y darnos cuenta de que nunca se contradicen entre sí. Y la Biblia enseña que todos son justificados por fe, y salvados por la muerte del Señor Jesucristo por nosotros. Él vino "a buscar y a salvar lo que se había perdido!' "No hay justo, ni aun uno!' Todos son culpables delante de Dios. Nadie con sus propios actos se puede salvar a sí mismo; su justicia no es sino 'trapos de inmundicia'. Todos nos salvamos por la gracia del Señor Jesucristo y no por algo que nosotros podamos hacer. Entonces, preguntaría alguien, ¿qué dice este texto? La respuesta se podría dar así. No me salvo a mí mismo entrando por la puerta estrecha, sino que al hacerlo así doy a conocer el hecho de que soy salvo. El único que entra por la puerta estrecha es el que es salvo; los únicos que se encuentran en el camino angosto son los que son salvos; de lo contrario no estarían ahí. "El hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios"; "La mente carnal (natural) es enemistad contra Dios", y, en consecuencia, contra el camino angosto. "No se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede! En consecuencia nadie, por sí mismo, va a escoger jamás entrar por la puerta estrecha; porque sería una necedad para él hacerlo. No; lo que nuestro Señor dice aquí es esto. No es porque me haga a mí mismo 'pobre de espíritu' que soy 'bienaventurado'; sino que cuando me vuelvo pobre de espíritu como consecuencia de la acción del Espíritu Santo en mí, soy verdaderamente bienaventurado. Al ser así y hacer estas cosas, proclamamos lo que somos, anunciamos alegre y voluntariamente que somos suyos. Sólo los cristianos se encuentran en el camino angosto y uno no se hace cristiano entrando en él. Se entra en él y se camina por él porque se es salvo.
Lo podríamos decir en la forma contraria. ¿El fracaso de vivir la vida cristiana plenamente, demuestra que estarnos en el camino ancho? Hemos dedicado tiempo a examinar las características de los caminos angosto y ancho, y tenemos un cuando claro de la vida cristiana en todo el Sermón del Monte. Pero fallamos de muchas maneras; no presentamos la otra mejilla, y así sucesivamente. ¿Significa esto, por consiguiente, que seguimos todavía en el camino ancho? La respuesta es 'No'. Ninguna metáfora se debe tomar en todos sus detalles, de lo contrario, como hemos visto tantas veces, se vuelve ridícula. Las preguntas que han de hacerse a la luz de este texto son éstas: ¿Hemos tomado alguna decisión respecto a ese camino de vida? ¿Nos hemos dedicado por completo a él? ¿Lo hemos escogido? ¿Es eso lo que queremos ser? ¿Es esto lo que tratamos de ser? ¿Es esa la vida por la que tenemos hambre y sed? Si lo es, puedo asegurarles que se encuentran en ella. Nuestro Señor mismo dijo, "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán nacidos!' El hombre que tiene hambre y sed de justicia no es absolutamente perfecto y sin pecado. En esta vida no se encuentran personas así. Lo que nuestro Señor dice de hecho es, "Mi pueblo es el pueblo que desea seguirme, los que tratan de seguirme." Han entrado por la puerta estrecha y caminan por el camino angosto. A menudo fallan y ceden a la tentación, pero siguen estando en el camino. Los fracasos no significan que hayan regresado al camino espacioso. Se puede caer en el camino angosto. Pero si uno se da cuenta de que ha caído, e inmediatamente confiesa y reconoce su pecado, el Señor es 'fiel y justo' para perdonar el pecado y purificar toda injusticia. Juan nos lo ha presentado de forma completa en el primer capítulo de su primera Carta: "Si andamos en luz, como Él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo, su Hijo, nos limpia de todo pecado!' "No hay ningunas tinieblas en Él", pero caemos en el pecado y rompemos la intimidad y comunión. Seguimos estando en el camino, pero hemos perdido la comunión. Sólo nos queda confesarlo, y de inmediato la sangre de Jesucristo nos purificará de ese pecado y de cualquier otra injusticia. Se restaura la comunión y seguimos andando con Él. Esta metáfora del camino estrecho tiene como fin subrayar e inculcar este gran principio —nuestro deseo, nuestra ambición, nuestra dedicación, nuestra decisión, nuestra hambre y sed de ser como Él, y de andar con Él.
El último punto es éste. "Ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan!' Dirá alguien, "¿significa esto que sólo unos pocos se salvarán? ¿Va a condenarse la gran mayoría del género humano?" Para responder a esto no tengo sino que presentar lo que nuestro Señor mismo respondió a esta pregunta. Los que tenían curiosidad por problemas teológicos, y que a menudo habían discutido este punto entre sí, acudieron a nuestro Señor un día (Le. 13:23), y le preguntaron, como muchos todavía se placen también en preguntar, "¿Son pocos los que se salvan?" Recordemos la respuesta de nuestro Señor. Les mira a los ojos a esos filósofos, a estos que gustaban de especular, y les dice: "Esforzaos a entrar por la puerta angosta". Hay que dejar estas preguntas a Dios; Dios, y sólo Dios, sabe cuántos van a salvarse. No es asunto nuestro descubrir cuántos van a salvarse. Nuestra responsabilidad es tratar de entrar, asegurarnos de que estamos en el camino, y si nos aseguramos de esto, un día en la gloria, pero no hasta entonces, descubriremos cuántos compañeros tenemos. Y puede ser muy bien que tengamos una gran sorpresa. Pero por ahora no es asunto nuestro. Nuestra responsabilidad es entrar por esta puerta, esforzarnos por entrar en ella, asegurarnos. Entremos, y nos encontraremos entre los salvos, entre los que va a ser glorificados, entre los que miran a Jesús, 'el autor y consumador de la fe'.


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Estudios Sobre el Sermón del Monte

por D. Martyn Lloyd-Jones

Pastor, Iglesia Westminster, Londres



CAPITULO I Introducción General
CAPITULO II Consideraciones Generales y Análisis
CAPITULO III Introducción a las Bienaventuranzas
CAPITULO IV Bienaventurados los Pobres en Espíritu
CAPITULO V Bienaventurados los que Lloran
CAPITULO VI Bienaventurados los Mansos
CAPITULO VII Justicia y Bienaventuranza
CAPITULO VIII Las Piedras de Toque del Apetito Espiritual
CAPITULO IX Bienaventurados los Misericordiosos
CAPITULO X Bienaventurados los de Limpio Corazón
CAPITULO XI Bienaventurados los Pacificadores
CAPITULO XII El Cristiano y la Persecución
CAPITULO XIII Gozo en la Tribulación
CAPITULO XIV La Sal de la Tierra
CAPITULO XV La Luz del Mundo
CAPITULO XVI Que Vuestra Luz Alumbre
CAPITULO XVII Cristo y el Antiguo Testamento
CAPITULO XVIII Cristo Cumple la ley de los Profetas
CAPITULO XIX Justicia Mayor que la de los Escribas y Fariseos
CAPITULO XX La Letra y el Espíritu
CAPITULO XXI No Matarás
CAPITULO XXII Lo Pecaminosidad Extraordinaria del Pecado
CAPITULO XXIII Mortificar el Pecado
CAPITULO XXIV Enseñanza de Cristo Acerca del Divorcio
CAPITULO XXV El Cristiano y Los Juramentos
CAPITULO XXVI Ojo por Ojo y Diente por Diente
CAPITULO   XXVII La Capa y la Segunda Milla
CAPITULO   XXVIII Negarse a Sí Mismo y Seguir a Cristo
CAPITULO  XXIX Amar a los Enemigos
CAPITULO  XXX ¿Qué Hacéis de Más?
CAPÍTULO XXXI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXII Cómo Orar
CAPITULO XXXIII Ayuno
CAPITULO XXXIV Cuando ores
CAPÍTULO XXXV Oración: Adoración
CAPÍTULO XXXVI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXVII Tesoros en la Tierra y en el Cielo
CAPITULO XXXVIII Dios o las Riquezas
CAPITULO XXXIX La Detestable Esclavitud del Pecado
CAPITULO XL No Afanarse
CAPITULO XLI Pájaros y Flores
CAPITULO XLII Poca Fe
CAPITULO XLlll Fe en Aumento
CAPÍTULO XLIV Preocupación: Causas y remedio
CAPITULO XLV 'No Juzguéis'
CAPITULO XLVI La Paja y la Viga
CAPITULO XLVII Juicio y Discernimiento Espirituales
CAPITULO XLVIII Buscar y hallar
CAPÍTULO XLIX La Regla de Oro
CAPITULO L La Puerta Estrecha
CAPITULO LI El Camino Angosto
CAPITULO LII Falsos profetas
CAPITULO LIII El Árbol y el Fruto
CAPITULO LIV Falsa Paz
CAPITULO LV Hipocresía Inconsciente
CAPITULO LVI Las Señales del Autoengaño
CAPITULO LVII Los dos Hombres y las dos Casas
CAPITULO LVIII ¿Roca o Arena?
CAPITULO LIX La Prueba y la Crisis de la Fe
CAPITULO LX Conclusión
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