CAPITULO XV
La Luz del Mundo

En el versículo 14 tenemos una de las afirmaciones más sorprendentes y extraordinarias acerca del cristiano que se hayan hecho jamás, ni siquiera por nuestro Señor Jesucristo mismo. Si uno tiene en cuenta el marco, y recuerda a las personas a las que nuestro Señor dirigió estas palabras, resultan de verdad notables. Es una afirmación llena de significado y de implicaciones profundas con respecto a entender la naturaleza de la vida cristiana. Es una gran característica de la verdad bíblica que puede sintetizar, por así decirlo, el contenido todo de nuestra posición en un versículo grávido como este. 'Vosotros,' dijo nuestro Señor, mirando a esas personas sencillas, a esas personas completamente sin importancia desde el punto de vista del mundo, 'vosotros sois la luz del mundo.' Es una de esas afirmaciones que siempre deberían producir en nosotros el efecto de hacernos erguir la cabeza, de hacernos caer en la cuenta una vez más en lo magnífico y notable que es ser cristiano. Y desde luego se convierte con ello, como les ocurre inevitablemente a todas las afirmaciones parecidas, en una prueba buena y completa de nuestra posición y experiencia. Todas estas afirmaciones que se hacen del cristiano siempre resultan así, y deberíamos tener siempre cuidado de que así nos suceda. El 'vosotros' al que se refiere esta afirmación significa simplemente nosotros mismos. El peligro es siempre que leamos una afirmación como esta y pensemos en alguien distinto, los primeros cristianos, o los cristianos en general. Pero se   refiere a nosotros si pretendemos de verdad ser cristianos.
Es lógico, pues, que una afirmación así requiera un análisis detallado. Antes de intentarlo, sin embargo, debemos estudiarlo en general y tratar de sacar de ello las implicaciones más obvias.
Ante todo veamos cuál es su significado negativo. Porque la fuerza verdadera de la afirmación es ésta: 'Vosotros, y sólo vosotros, sois la luz del mundo;' el 'vosotros' es enfático y conlleva esta idea. De inmediato se comprende que se implican ciertas cosas. La primera es que el mundo está en tinieblas. Esto, de hecho, es uno de los puntos básicos que el evangelio cristiano siempre recalca. Quizá en ningún otro pasaje de la Biblia se ve este contraste marcado entre la idea cristiana de la vida y todas las otras ideas con más claridad que en un versículo como éste. El mundo siempre habla de su civilización. Esta es una de sus frases favoritas, sobre todo desde el Renacimiento de los siglos quince y dieciséis cuando los hombres volvieron a interesarse por el conocimiento. Todos los pensadores consideran que ese fue un punto decisivo en la historia, una gran línea divisoria que separa la historia de las civilizaciones, y todos están de acuerdo en que esa civilización moderna, tal como ustedes y yo la conocemos, comenzó realmente entonces. Hubo una especie de nuevo nacimiento de la razón y la cultura. Se volvieron a descubrir los clásicos griegos; y su enseñanza y conocimientos, en un sentido puramente filosófico, y todavía más en un sentido científico, realmente comenzaron a dirigir y controlar la perspectiva y vidas de muchos.
Luego hubo, como saben, una restauración parecida en el siglo dieciocho, que se llamó a sí mismo 'Ilustración.' Los que se interesan por la historia de la Iglesia Cristiana y de la fe cristiana deben tener en cuenta ese movimiento. Fue el comienzo, en un sentido, del ataque contra la autoridad de la Biblia, porque puso a la filosofía y pensamiento humanos en el lugar de la revelación divina y de la revelación de la verdad al hombre por parte de Dios. Eso continuó hasta el tiempo presente, y lo que quiero subrayar es que siempre se presenta como luz, y los que se interesan por este movimiento siempre se refieren a él como 'Ilustración.' El conocimiento, dicen, es lo que trae luz, lo que ilustra, y es evidente que en muchos aspectos es así. Sería necio negarlo. El aumento del saber acerca de los procesos naturales y acerca de enfermedades físicas y de otras muchas cosas ha sido realmente fenomenal. El nuevo saber también ha arrojado luz en cuanto al funcionamiento del cosmos, y ha aumentado la comprensión de muchos aspectos diferentes de la vida. Por esto muchos suelen hablar del ser 'ilustrado' como consecuencia del saber y de la cultura. Y con todo, a pesar de todo esto, sigue en pie la afirmación bíblica: 'Vosotros, y sólo vosotros, sois la luz del mundo.'
La Escritura sigue proclamando que el mundo como tal está en tinieblas y en cuanto uno comienza a mirar las cosas en serio se puede demostrar fácilmente que es 'a pura verdad. La tragedia de nuestro siglo ha sido que nos hemos concentrado solamente en un aspecto del saber. Nuestro conocimiento ha sido conocimiento de cosas, de cosas mecánicas, de cosas científicas, conocimiento de la vida en un sentido más o menos biológico o mecánico. Pero nuestro conocimiento de los verdaderos factores que hacen la vida, no ha aumentado para nada. Por esto el mundo está en semejante estado hoy día. Porque, como se ha indicado a menudo, a pesar de haber descubierto todo ese saber nuevo, hemos fracasado en el descubrimiento de lo más importante de todo, a saber, cómo aplicar nuestro saber. Esta es la esencia del problema respecto a la fuerza atómica. La tragedia es que todavía no tenemos conocimientos suficientes de nosotros mismos que nos permita saber cómo podemos aplicar esta fuerza ahora que la hemos descubierto.
Ahí está la dificultad. Nuestro saber es mecánico y científico. Pero cuando pasamos a los problemas fundamentales de la vida, del ser y existir, ¿no es obvio que la afirmación de nuestro Señor sigue siendo verdad, que el mundo está en un estado de tinieblas horrendas? Pensemos en ello en el campo de la vida y conducta personales. Muchos hombres de gran saber en muchos terrenos fracasan completamente en su vida personal. Veámoslo en el campo de las relaciones de unos con otros. Precisamente cuando nos hemos estado gloriando de lo ilustrados que somos, de lo mucho que sabemos, hay esa rotura trágica en las relaciones personales. Es uno de los problemas morales y sociales mayores de la sociedad. Vean cómo hemos multiplicado nuestras instituciones y organizaciones. Tenemos que instruir acerca de cosas en las que nunca se instruyó a la gente antes. Por ejemplo, tenemos que tener ahora cursos de instrucción matrimonial. Hasta este siglo las personas se casaban sin esos consejeros expertos que ahora parecen esenciales. Todo ello dice bien a las claras que en cuanto a los problemas más importantes de la vida, cómo evitar el mal, el pecado, todo lo bajo e indigno, cómo ser puros, rectos, castos, e íntegros, hay muchas tinieblas. Luego, a medida que uno pasa a otras esferas y contempla las relaciones entre grupos, encontramos la misma situación, y por esto tenemos esos grandes problemas industriales y económicos. En un nivel todavía más elevado, veamos las relaciones entre naciones. Este siglo, en el que tanto hablamos del saber y de la cultura, prueba que el mundo está en un estado de tinieblas completas respecto a estos problemas vitales y fundamentales.
Pero debemos ir más allá. Nuestro Señor no sólo afirma que el mundo está en un estado de tinieblas; llega a decir que nadie sino el cristiano pueden dar consejo e instrucción respecto a ello. Esto alegamos y de esto nos gloriamos como cristianos. Los mayores pensadores y filósofos se sienten desconcertados ante los tiempos actuales y me sería muy fácil presentarles muchas citas de sus escritos para demostrárselos. No importa que lo considere en el campo de la ciencia pura o de la filosofía respecto a estos problemas definitivos; los escritores no aciertan a explicar o entender su propio siglo. La razón está en que su teoría básica es que lo que el hombre necesita es aumentar el saber. Creen que si el hombre tuviera esos conocimientos los aplicaría por necesidad a la solución de sus problemas. Pero es evidente que el hombre no lo está haciendo. Tiene los conocimientos, pero no los aplica; y esto es lo que deja perplejos a los 'pensadores.' No entienden el problema verdadero del hombre; no son capaces de decirnos dónde está la raíz del estado actual del mundo, y todavía menos, por tanto, son capaces de decirnos qué se puede hacer por resolverlo.
Recuerdo hace unos años, que leí la crítica de un libro que trataba de estos problemas; la crítica la escribió un conocido profesor de filosofía de este país. Se expresó así. 'Este libro en cuanto a análisis es muy bueno, pero no va más allá del análisis y por esto no ayuda gran cosa. Todos sabemos analizar, pero la pregunta vital que queremos que se responda es, ¿Cuál es la raíz última del problema? ¿Qué se puede hacer? En cuanto a esto nada dice,' escribía, 'aunque lleva el impresionante título de La Condición Humana.' Así es. Puede uno buscar una y otra vez en los mayores filósofos y pensadores y nunca lo llevan a uno más allá del análisis. Son excelentes en el planteamiento del problema y en presentar los distintos factores que actúan. Pero cuando se les pregunta dónde está la raíz última de ello, y qué piensan hacer, nos dejan sin respuesta. Es evidente que no tienen nada que decir. Es obvio que en este mundo no hay luz ninguna aparte de lo que ofrece el pueblo cristiano y la fe cristiana. Y no exagero. Quiero decir que si somos realistas tenemos que darnos cuenta de ello, y de que cuando nuestro Señor habló, hace cerca de dos mil años, no sólo dijo la verdad en cuanto a su propio tiempo, sino que también la dijo respecto a todas las épocas subsiguientes. No olvidemos que Platón, Sócrates, Aristóteles y todos los demás, habían enseñado varios siglos antes de que se pronunciaran estas palabras. Fue después de ese florecer sorprendente de la mente y el intelecto que nuestro Señor hizo esta afirmación. Contempló a ese grupo de personas ordinarias e insignificantes y dijo, 'Vosotros y sólo vosotros sois la luz del mundo.' Es una afirmación tremenda y estremecedora; y repetiría que por muchas razones doy gracias a Dios de estar predicando este evangelio hoy y no hace cien años. Si hubiera afirmado esto hace cien años la gente se hubiera sonreído, pero hoy ya no sonríe. La historia misma demuestra cada vez más la verdad del evangelio. Las tinieblas del mundo nunca han sido más evidentes que hoy, y frente a ellas tenemos esta afirmación sorprendente y profunda. Esta es la implicación negativa del texto.
Consideremos ahora sus implicaciones positivas. Dice 'vosotros.' En otras palabras afirma que el cristiano ordinario, aunque quizá no haya estudiado nunca filosofía, sabe más de la vida y la entiende mejor que un gran experto que no sea cristiano. Este es uno de los temas básicos del Nuevo Testamento. El apóstol Pablo al escribir a los corintios lo dice bien claramente cuando afirma, 'el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría,' y por tanto 'agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación.' Esto que parece ridículo para el mundo es sabiduría de Dios. Esta es la paradoja extraordinaria que se nos plantea. La implicación de la misma debe ser obvia; muestra que somos llamados a hacer algo positivo. Esta es la segunda afirmación que hace nuestro Señor con respecto a la función del cristiano en este mundo. Una vez descrito al cristiano en general en las Bienaventuranzas, lo primero que dice luego es, 'Vosotros sois la sal de la tierra.' Ahora dice, 'Vosotros sois la luz del mundo,' sólo vosotros. Pero recordemos siempre que esto se dice de los cristianos ordinarios, no de ciertos cristianos solamente. Se aplica a todos los que con derecho alegan este nombre.
De inmediato surge la pregunta, ¿Cómo, pues, se cumplirá en nosotros? Una vez más se nos conduce a la enseñanza referente a la naturaleza del cristiano. La mejor manera de entenderlo, me parece, es ésta. El Señor que dijo, 'Vosotros sois la luz del mundo,' también dijo, 'Yo soy la luz del mundo.' Estas dos afirmaciones deben tomarse siempre juntas, ya que el cristiano es 'la luz del mundo' sólo por su relación con el que es 'la luz del mundo.' Nuestro Señor afirmó que había venido a traer luz. Su promesa es que 'el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.' Ahora, sin embargo, dice también, 'vosotros sois la luz del mundo.' Resulta, pues, que El y sólo El nos da esta luz vital respecto a la vida. Pedro no se detiene ahí; también nos hace 'luz'. Recuerdan cómo el apóstol Pablo lo dijo en Efesios 5, donde afirma,   'Porque en otro tiempo erais tinieblas, mas ahora sois luz en el Señor.' Por esto no sólo hemos recibido luz, hemos sido hechos luz; nos convertimos en transmisores de luz. En otras palabras, es esta extraordinaria enseñanza de la unión mística entre el creyente y su Señor. Su naturaleza entra en nosotros a fin de que seamos, en un sentido, lo que El es. Es básico que tengamos presentes ambos aspectos de este asunto. Como creyentes en el evangelio hemos recibido luz, conocimiento e instrucción. Pero, además, ha pasado a ser parte de nosotros. Se ha convertido en nuestra vida, a fin de que así podamos reflejarlo. Lo notable, por tanto, y que se nos recuerda en este pasaje es nuestra relación íntima con El. El cristiano ha recibido y se ha convertido en partícipe de la naturaleza divina. La luz que es Cristo mismo, la luz que es en último término Dios, es la luz que hay en el cristiano. 'Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él.' 'Yo soy la luz del mundo.' 'Vosotros sois la luz del mundo.' La forma de entender esto es mediante la comprensión de la enseñanza de nuestro Señor referente al Espíritu Santo en Juan 14-16 donde dice, de hecho, 'La consecuencia de su venida será ésta; Mi Padre y Yo moraremos en vosotros; estaremos en vosotros y vosotros estaréis en nosotros.' Dios, quien es 'el Padre de las luces,' es la luz que está en nosotros; El está en nosotros, y nosotros en El, y por ello se puede decir del cristiano, 'Vosotros sois la luz del mundo.'
Es interesante observar que, según nuestro Señor, este es el segundo gran resultado de ser la clase de cristiano que El ha descrito en las Bienaventuranzas. Deberíamos también considerar el orden en que se hacen estas afirmaciones. Lo primero que nuestro Señor nos dice es, 'Vosotros sois la sal de la tierra;' y sólo después de esto dice, 'Vosotros sois la luz del mundo.' ¿Por qué lo dice en este orden y no en el contrario? Es un punto práctico muy interesante e importante. El primer efecto del cristiano en el mundo es general; en otras palabras, es más o menos negativo. He aquí un hombre que se ha hecho cristiano; vive en sociedad, en la oficina o taller. Como es cristiano de inmediato produce un cierto efecto, un efecto de control, que antes estudiamos. Sólo después de esto tiene esta función específica y concreta de actuar como luz. En otras palabras, la Biblia, al tratar del cristiano, siempre subraya primero lo que es, antes de comenzar a hablar de lo que hace. Como cristiano, debería siempre producir este efecto general en los demás antes de producir este efecto específico. Dondequiera que me encuentre, de inmediato ese 'algo diferente' que hay en mí debería producir efecto; y esto a su vez debería llevar a los demás a contemplarme y decir, 'Hay algo especial en este hombre.' Luego, al observar mi conducta, empiezan a hacerme preguntas. En este punto entra en juego el elemento de 'luz'; puedo hablarles y enseñarles. Muy a menudo tendemos a cambiar el orden. Hablamos en una forma muy ilustrada, pero no siempre vivimos como sal de la tierra. Tanto si nos gusta como no, nuestra vida debería ser siempre la primera en hablar; y si los labios hablan más que la vida de poco servirá. Con frecuencia la tragedia ha sido que las personas proclaman el evangelio de palabra, pero su vida y comportamiento es negación del mismo. El mundo no les hace gran caso. No olvidemos nunca este orden que el Señor escogió deliberadamente; 'la sal de la tierra' antes de 'la luz del mundo.' Somos algo antes de comenzar a actuar como algo. Ambas cosas deberían siempre ir juntas, pero el orden y la secuencia debería ser la que El establece en este pasaje.
Teniendo esto presente, considerémoslo ahora en forma práctica. ¿Cómo ha de mostrar el cristiano que es realmente 'la luz del mundo'? Esto se transforma en una pregunta sencilla: ¿Cuál es el efecto de la luz? ¿Qué hace en realidad? No cabe duda de que lo primero que hace la luz es poner de manifiesto las tinieblas y todo lo que pertenece a las tinieblas. Imaginemos una habitación a oscuras, y luego de repente se prende la luz. O pensemos en las luces delanteras de un automóvil que discurre por una oscura carretera. Como lo dice la Biblia, 'Todo lo que manifiestas es luz'. En un sentido no estamos conscientes de las tinieblas hasta que la luz no aparece, y esto es fundamental. Hablando de la venida del Señor a este mundo, Mateo dice, 'El pueblo asentado en tinieblas vio gran luz.' La venida de Cristo y el evangelio son tan fundamentales que se pueden expresar así; y el primer efecto de su venida al mundo es que ha puesto de manifiesto las tinieblas de la vida del mundo. Esto es algo que siempre, e inevitablemente, hace cualquier persona buena o santa. Siempre necesitamos algo que nos muestre la diferencia, y la mejor manera de revelar una cosa es por contraste. Esto hace el evangelio, y todo cristiano lo hace. Como dice el apóstol Pablo, la luz aclara lo oculto de las tinieblas,' y por ello dice, 'los que se embriagan, de noche se embriagan.' El mundo todo se divide en 'hijos de la luz' e 'hijos de las tinieblas.' Gran parte de la vida del mundo está bajo una especie de capa de tinieblas. Las cosas peores siempre ocurren bajo el manto de las tinieblas; incluso el hombre natural, degenerado y en estado de pecado, se avergonzaría de tales cosas a la luz del día. ¿Por qué? Porque la luz pone de manifiesto.
El cristiano es 'la luz del mundo' es esa forma. Es inevitable. Por ser cristiano muestra un estilo diferente de vida, y esto de inmediato pone de manifiesto la verdadera índole y naturaleza de la otra forma de vivir. En el mundo, por tanto, es como una luz que se prende, y de inmediato la gente comienza a pensar, a maravillarse, a sentirse avergonzada. Cuanto más santa una persona, desde luego, tanto más claramente tendrá lugar esto. No le hace falta decir ni una palabra; sólo por ser lo que es hace que los demás se sientan avergonzados de lo que hacen, y de este modo actúa verdaderamente como luz. Proporciona un modelo, muestra que hay otra manera de vivir que es posible para el género humano. Pone por tanto de manifiesto el error y el fracaso de la forma de pensar y de vivir del hombre. Como vimos al tratar del cristiano como 'sal de la tierra,' lo mismo se puede decir de él como 'luz del mundo.' Todo verdadero reavivamiento espiritual ha producido este efecto. Unos cuantos cristianos en una región o grupo afectarán la vida del todo. Ya sea que los demás estén de acuerdo o no con sus principios, les hacen sentir que después de todo el sistema cristiano es adecuado, y el otro indigno. El mundo ha descubierto que 'la honestidad es la mejor política.' Como alguien lo ha dicho, esta es la clase de tributo que la hipocresía siempre rinde a la verdad; ha de admitir en el fondo del corazón que la verdad tiene razón. La influencia que el cristiano tiene como luz en el mundo es demostrar que estas otras cosas pertenecen a las tinieblas. Prosperan en las tinieblas, y sea por lo que fuere no pueden resistir la luz. Esto se afirma en forma explícita en Juan 3, donde el apóstol dice, 'Esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas.' Nuestro Señor añade que tales hombres no vienen a la luz porque saben que,  si lo hacen,   recibirán   reprobación por sus obras, y no quieren esto.
Esa fue, desde luego, la causa final del antagonismo de los escribas y fariseos contra nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Esos hombres, maestros de la ley, expertos, en un sentido, de la vida religiosa, odiaron y persiguieron al Señor. ¿Por qué? La única respuesta adecuada se encuentra en su pureza absoluta, su santidad total. Sin decir ni una sola palabra contra ellos al comienzo —porque no los acusó hasta el final— su pureza hizo que se vieran como realmente eran, y por ello lo odiaron. Lo persiguieron y por fin crucificaron, sólo porque era 'la luz del mundo.' Reveló y manifestó lo oculto de las tinieblas que había en ellos. Ustedes y yo hemos de ser así en este mundo; con sólo vivir la vida cristiana hemos de producir este efecto.
Demos un paso más y digamos que la luz no sólo revela lo oculto de las tinieblas, sino que tam¬bién explica la causa de las tinieblas. Por esto es algo tan práctico e importante en estos tiempos. Ya les he recordado que los mejores pensadores del mundo académico de hoy se hallan desorientados en cuanto a la raíz del mal en el mundo. Hace unos años fueron radiodifundidas dos conferencias a cargo de dos llamados humanistas, el Dr. Julián Huxley y el Profesor Gilbert Murray. Ambos admitieron con toda franqueza que no podían explicar la vida como es. El Dr. Julián Huxley dijo que no le podía encontrar fin ni significado a la vida. Para él todo era fortuito. El Profesor Gilbert Murray, tampoco sabía explicar la segunda guerra mundial y el fracaso de la Liga de Naciones. Como correctivo no tenía nada que ofrecer más que la 'cultura' que ha estado a nuestra disposición durante siglos, y que ha fracasado ya.
Ahí es donde los cristianos tenemos la luz que explica la situación. La única causa de los problemas del mundo actual, desde el nivel personal al internacional, no es nada más que la separación del hombre respecto a Dios. Esta es la luz que sólo los cristianos poseen, y que pueden dar al mundo. Dios ha hecho de tal modo al hombre que éste no puede vivir de verdad a no ser que tenga una relación adecuada con Dios. Así fue hecho. Dios lo hizo, y lo hizo para sí. Y Dios ha establecido ciertas normas en su naturaleza y en su ser y existencia, y a no ser que se conforme a ellas va a equivocarse. Esta es la causa del problema. Todas las dificultades que el mundo de hoy experimenta se pueden atribuir, en último análisis, al pecado, egoísmo y búsqueda del provecho propio. Todas las disputas, conflictos y malos entendidos, todos los celos, envidias y malicia, todas estas cosas se deben a eso y a nada más. Así pues, somos 'la luz del mundo' en un sentido muy real en estos tiempos; sólo nosotros poseemos la explicación adecuada de la causa del estado del mundo. Todo se debe a la caída; todos los problemas empezaron ahí. Quiero volver a citar a Juan 3:19: 'Esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas.' 'Esita es la condenación' y nada más. Esta es la causa del problema. ¿Qué ocurre, pues? Si la luz ha venido a este mundo en la persona de Jesucristo, ¿qué anda mal en el mundo de mediados del siglo veinte? El versículo que acabamos de citar da la respuesta. A pesar de todo el saber que se ha ido acumulando en los últimos doscientos años desde comienzos de la Ilustración a mediados del siglo dieciocho, el hombre caído por naturaleza todavía ama 'más las tinieblas que la luz.' La consecuencia es que, a pesar de que sabe qué es justo, prefiere el mal y lo hace.
Tiene una conciencia que le advierte antes de hacer nada malo. Sin embargo lo hace. Quizá lo lamenta, pero lo hace. ¿Por qué? Porque le gusta. El problema del hombre no está en su intelecto, está en su naturaleza —las pasiones y los placeres. Este es el factor dominante. Y aunque se trate de educar y dirigir al hombre nada se conseguirá en tanto su naturaleza siga siendo pecadora y caída, en tanto que siga siendo criatura de pasiones y deshonestidad.
Esta, pues, es la condenación; y nadie puede advertírselo al mundo moderno excepto el cristiano. El filósofo no sólo no habla; no le gusta tal enseñanza. No le gusta que le digan que, a pesar de sus vastos conocimientos, no es más que un montón de arcilla humana ordinaria como cualquier otro, y que es criatura de pasiones, placeres y deseos. Pedro esta es la verdad. Como en el caso, en tiempos de nuestro Señor, de muchos de esos filósofos del mundo antiguo, que salieron de la vida por la puerta del suicidio, así sucede hoy día. Desconcertados, perplejos, sintiéndose frustrados, habiendo intentado todos los tratamientos sicológicos y de otras clases, y con todo yendo de mal en peor, los hombres se rinden desesperados. El evangelio los molesta en cuanto que hace que tengan que enfrentarse a sí mismos, y siempre les dice lo mismo, 'Los hombres amaron más las tinieblas que la luz.' Este es el problema, y el evangelio es el único que lo dice. Constituye una luz en el firmamento, y debería revelarse por medio nuestro en medio de los problemas de este mundo tenebroso, miserable e infeliz de los hombres.
Pero gracias a Dios que no nos detenemos ahí. La luz no sólo pone de manifiesto las tinieblas; presenta y ofrece la única salida de las tinieblas. Ahí es donde todo cristiano debería   poner manos a la obra. El problema del hombre es el problema de la naturaleza caída, pecaminosa, contaminada. ¿No se puede hacer nada? Hemos probado el saber, la educación, los pactos políticos, las asambleas internacionales, lo hemos intentado todo para nada. ¿No queda esperanza? Sí, hay una esperanza abundante y perenne: 'Hay que hacer de nuevo.' Lo que el hombre necesita no es más luz; necesita una naturaleza que ame la luz y odie las tinieblas —lo opuesto del amor por las tinieblas y odio a la luz. El hombre necesita control, necesita volver a Dios. No basta decírselo, porque, si fuera así, lo dejaríamos en un estado de mayor desesperanza. Nunca encontrará el camino hasta Dios, por mucho que lo intente. Pero el cristiano está para decirle que hay un camino hasta Dios, un camino muy sencillo. Es conocer a Jesús de Nazaret. El es el Hijo de Dios y vino del cielo a la tierra 'a buscar y a salvar lo que se había perdido.' Vino para traer luz a las tinieblas, para poner de manifiesto la causa de las tinieblas, para mostrar el camino nuevo para salir de ellas e ir a Dios y al cielo. No sólo ha cargado con la culpa de esta terrible condición de pecado que nos ha causado tantos problemas, sino que nos ofrece una vida y naturaleza nuevas. No sólo nos da una enseñanza nueva o una comprensión nueva del problema; no sólo nos procura perdón por los pecados pasados; nos hace hombres nuevos con deseos nuevos, aspiraciones nuevas, perspectiva nueva y orientación nueva. Pero sobre todo nos da esa vida nueva, la vida que ama la luz y odia las tinieblas, en lugar de amar las tinieblas y odiar la luz.
Los cristianos, ustedes y yo, vivimos en medio de personas que viven en crasas tinieblas. Nunca encontrarán luz ninguna en este mundo si no es en ustedes y yo y el evangelio que creemos y enseñamos. Nos   observan.    ¿Ven  algo   diferente  en  nosotros?
¿Son nuestras vidas un reproche silencioso de su vida? ¿Vivimos de tal modo que los induzcamos a venir a nosotros para preguntarnos? '¿Por qué parecen siempre tan felices? ¿Cómo se muestran siempre tan equilibrados? ¿Cómo pueden aceptar las cosas como lo hacen? ¿Por qué no dependen como nosotros de ayudas y placeres artificiales? ¿Qué tienen que nosotros no tenemos?' Si lo hacen así entonces podemos comunicarles esas nuevas tan maravillosas, sorprendentes, aunque trágicamente omitidas, de que 'Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores,' y para dar a los hombres una naturaleza nueva y una vida nueva, y para hacerlos hijos de Dios. Sólo los cristianos son la luz del mundo de hoy. Vivamos y actuemos como hijos de la luz.


Estudios Sobre el Sermón del Monte

por D. Martyn Lloyd-Jones

Pastor, Iglesia Westminster, Londres



CAPITULO I Introducción General
CAPITULO II Consideraciones Generales y Análisis
CAPITULO III Introducción a las Bienaventuranzas
CAPITULO IV Bienaventurados los Pobres en Espíritu
CAPITULO V Bienaventurados los que Lloran
CAPITULO VI Bienaventurados los Mansos
CAPITULO VII Justicia y Bienaventuranza
CAPITULO VIII Las Piedras de Toque del Apetito Espiritual
CAPITULO IX Bienaventurados los Misericordiosos
CAPITULO X Bienaventurados los de Limpio Corazón
CAPITULO XI Bienaventurados los Pacificadores
CAPITULO XII El Cristiano y la Persecución
CAPITULO XIII Gozo en la Tribulación
CAPITULO XIV La Sal de la Tierra
CAPITULO XV La Luz del Mundo
CAPITULO XVI Que Vuestra Luz Alumbre
CAPITULO XVII Cristo y el Antiguo Testamento
CAPITULO XVIII Cristo Cumple la ley de los Profetas
CAPITULO XIX Justicia Mayor que la de los Escribas y Fariseos
CAPITULO XX La Letra y el Espíritu
CAPITULO XXI No Matarás
CAPITULO XXII Lo Pecaminosidad Extraordinaria del Pecado
CAPITULO XXIII Mortificar el Pecado
CAPITULO XXIV Enseñanza de Cristo Acerca del Divorcio
CAPITULO XXV El Cristiano y Los Juramentos
CAPITULO XXVI Ojo por Ojo y Diente por Diente
CAPITULO   XXVII La Capa y la Segunda Milla
CAPITULO   XXVIII Negarse a Sí Mismo y Seguir a Cristo
CAPITULO  XXIX Amar a los Enemigos
CAPITULO  XXX ¿Qué Hacéis de Más?
CAPÍTULO XXXI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXII Cómo Orar
CAPITULO XXXIII Ayuno
CAPITULO XXXIV Cuando ores
CAPÍTULO XXXV Oración: Adoración
CAPÍTULO XXXVI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXVII Tesoros en la Tierra y en el Cielo
CAPITULO XXXVIII Dios o las Riquezas
CAPITULO XXXIX La Detestable Esclavitud del Pecado
CAPITULO XL No Afanarse
CAPITULO XLI Pájaros y Flores
CAPITULO XLII Poca Fe
CAPITULO XLlll Fe en Aumento
CAPÍTULO XLIV Preocupación: Causas y remedio
CAPITULO XLV 'No Juzguéis'
CAPITULO XLVI La Paja y la Viga
CAPITULO XLVII Juicio y Discernimiento Espirituales
CAPITULO XLVIII Buscar y hallar
CAPÍTULO XLIX La Regla de Oro
CAPITULO L La Puerta Estrecha
CAPITULO LXI El Camino Angosto
CAPITULO LII Falsos profetas
CAPITULO LIII El Árbol y el Fruto
CAPITULO LIV Falsa Paz
CAPITULO LV Hipocresía Inconsciente
CAPITULO LVI Las Señales del Autoengaño
CAPITULO LVII Los dos Hombres y las dos Casas
CAPITULO LVIII ¿Roca o Arena?
CAPITULO LIX La Prueba y la Crisis de la Fe
CAPITULO LX Conclusión
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