CAPITULO XXIII
Mortificar el Pecado

Ya hemos estudiado los versículos 27-30 en conjunto, para poder entender la enseñanza de Nuestro Señor acerca del pecado en contraposición a la de los escribas y fariseos. Ahora vamos a analizar los versículos 29 y 30 en especial. Nuestro Señor se ocupó de la naturaleza del pecado en general, aunque no se quedó ahí. Lo describió de tal manera que, en cierto sentido, nos indicó implícitamente cómo debemos enfrentarlo. Quiere que veamos la índole del pecado en tal forma que lo aborrezcamos y desechemos. Lo que ahora vamos a considerar es este segundo aspecto del problema.
Debemos comenzar por la interpretación de los versículos. ¿Qué significan exactamente las palabras: 'Si tu ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno'? Hay muchos que piensan que estas afirmaciones sorprendentes y extraordinarias habría que interpretarlas así. Nuestro Señor, dicen, ha venido insistiendo en la importancia de tener el corazón limpio; dice que no basta con no cometer el acto de adulterio — es el corazón lo que importa. Imaginen que a estas alturas surgió una especie de objeción, sea que fuera expresada, sea que nuestro Señor la percibiera. O quizá previo una objeción más o menos así: 'Estamos hechos de tal modo que nuestras mismas facultades nos conducen inevitablemente al pecado. Tenemos ojos que ven, y mientras los tengamos de nada sirve que se nos diga que debemos tener el corazón limpio. Si veo que esto conduce a ciertas consecuencias, ¿de qué sirve que se me diga que lo purifique? Es imposible. El problema, en realidad, es el hecho de tener ojos y manos.' Interpretan, pues, la afirmación de nuestro Señor como respuesta a dicha objeción: 'Bien, si me decís que lo que conduce al pecado es vuestro ojo derecho, sacadlo, y si decís que es la mano derecha, cortadla.' En otras palabras, afirman, se enfrenta a los objetores a su mismo nivel. 'Los fariseos', dicen, tratan de eludir el punto diciendo que el problema no es tanto el corazón y los deseos, como el hecho mismo de poder ver. Esto conduce inevitablemente a la tentación, y la tentación lleva al pecado. Es un nuevo intento de eludir la enseñanza de Cristo. Por esto El, por así decirlo, se vuelve y les dice: 'Muy bien, si decís que el problema se debe a los ojos o a las manos, eliminadlos.'
Además, querrían que entendiéramos que al decir esto, desde luego, nuestro Señor ridiculiza la argumentación porque menciona sólo el ojo y la mano derechos. Si uno se saca el ojo derecho* todavía le queda el izquierdo, y ve lo mismo con el izquierdo que con el derecho; y si se corta la mano derecha no ha resuelto el problema porque conserva la izquierda. 'Así pues,' dicen, 'nuestro Señor ridiculiza este concepto de la santidad y de la vida santa que la hace depender de nuestro ser físico, y muestra que si el hombre ha de tener el corazón limpio y puro en ese sentido, bien, para decirlo bien claramente, debe sacarse ambos ojos, cortar ambas manos y ambos pies. Se debe mutilar de tal modo que ya no se pueda llamar hombre.'
No quisiera rechazar esta exposición por completo. Contiene sin duda ciertas verdades. Pero de lo que no estoy tan seguro es de que constituya una explicación exacta de lo que nuestro Señor dice. Me parece que una explicación mejor de esta afirmación es que nuestro Señor quiso enseñar al mismo tiempo la naturaleza verdadera y horrible del pecado, el peligro terrible que el pecado supone para nosotros, y la importancia de hacerle frente y de repudiarlo. Por ello la expresa deliberadamente de esta manera. Habla de miembros valiosísimos, el ojo y la mano, y especifica el ojo derecho y la mano derecha. ¿Por qué? En ese tiempo la gente creía que el ojo y la mano derechos eran más importantes que los izquierdos. No es difícil ver por qué era así. Todos conocemos la importancia de la mano derecha y también la importancia relativa del ojo derecho. Nuestro Señor acepta esa creencia común, popular, y lo que dice de hecho es esto: 'Si lo más precioso que tenéis, en un sentido, es causa de pecado, libraos de ello/ Tan importante es el pecado en la vida; y esa importancia se puede expresar así. Me parece que esta interpretación de la afirmación de .nuestro Señor es mucho más natural que la otra. Dice que, por valiosa que nos resulte una cosa, si va a hacernos tropezar, apartémosla de nosotros. De este modo pone de relieve la importancia de la santidad, y el peligro terrible que corremos como resultado del pecado.
¿Cómo enfrentarnos, pues, con este problema del pecado? Quisiera volver a recordarles que no se trata simplemente de no cometer ciertos actos; se trata de enfrentarse a la contaminación del pecado en el corazón, esta fuerza que está dentro de nosotros, esas fuerzas que hay en nuestra misma naturaleza como consecuencia del pecado. Este es el problema. Y ocuparse del mismo en una forma simplemente negativa no basta. Nos preocupa el estado del corazón. ¿Cómo debemos resolver este problema? Nuestro Señor señala en este pasaje una serie de puntos que debemos observar y asimilar.
El primero, obviamente, es que debemos caer en la cuenta de la naturaleza del pecado, y también de sus consecuencias. Ya hemos estudiado esto y nuestro Señor mismo vuelve a comenzar por ahí. No cabe la menor duda que un concepto inadecuado del pecado es la causa principal de la falta de santidad y santificación, y de hecho de la mayoría de las enseñanzas erróneas en cuanto a la santificación. Todos los antinomianismos a lo largo de los siglos, todas las tragedias que han seguido siempre a los movimientos perfeccionistas, han surgido en realidad debido a ideas falsas respecto al pecado, y a no saber ver que no sólo el pecado es una fuerza, un poder que conduce a la culpabilidad, sino que existe también la contaminación del pecado. Aunque uno no haga nada malo sigue siendo pecador. Su naturaleza es pecadora. Debemos captar la idea de 'pecado' como algo distinto de los 'pecados.' Debemos verlo como algo que conduce a acciones y que existe aparte de ellas.
Quizá la mejor manera de expresarlo es recordar el domingo de ramos, ese día que nos hace repasar todos los detalles de la vida terrenal del Hijo de Dios. Se dirige a Jerusalén por última vez. ¿Qué significa esto? ¿Por qué va hacia la cruz y la muerte? Hay una sola respuesta para esa pregunta. El pecado es la causa; y el pecado es algo que sólo se puede resolver de esta manera; no hay otra. El pecado es algo, y lo digo con toda reverencia, que ha creado problemas incluso en los cielos. Tan profundo es el problema, y debemos comenzar por caer en la cuenta de ello. El pecado en ustedes y en mí es algo que hizo que el Hijo de Dios sudara sangre en el Huerto de Getsemaní. Le hizo soportar todas las agonías y los sufrimientos que se le infligieron.
Y por fin lo hizo morir en la cruz. Eso es el pecado. Nunca lo recordaremos lo suficiente. ¿No es acaso peligroso —creo que todos debemos admitirlo— pensar en el pecado sólo en función de ideas morales, de catálogos de pecados graves y leves, o sea cual fuere la clasificación? En cierto sentido, no cabe duda de que estas ideas son acertadas; pero en otro sentido son completamente erróneas y de hecho peligrosas. Porque el pecado es pecado, y siempre pecado; esto subraya nuestro Señor. No es, por ejemplo, sólo el acto de adulterio; es el pensamiento, y el deseo también los que son pecaminosos.
En esto debemos fijarnos. Debemos caer en la cuenta de lo terrible que es el pecado. Dejemos, pues, de interesarnos tanto por clasificaciones morales, dejemos incluso de pensar en acciones en función de catálogos morales. Pensemos siempre en función del Hijo de Dios y de lo que significó para El, y a qué lo condujo en su vida y ministerio. Así hay que pensar en el pecado. Claro que si sólo pensamos en términos de moralidad podemos sentirnos satisfechos por no haber hecho ciertas cosas. Pero esta idea es del todo falsa, y en lo que tenemos que caer en la cuenta es que, por ser lo que somos, el Hijo de Dios tuvo que venir de los cielos para pasar por todo eso, e incluso para morir esa muerte cruel en la cruz Ustedes y yo somos de tal modo que todo eso fue necesario. Tan grande es la contaminación del pecado que hay en nosotros. Nunca podremos considerar bastante la naturaleza del pecado y sus consecuencias. Una de las sendas más directas a la santidad es pensar en los sufrimientos y agonía de nuestro Señor. En ninguna otra parte se manifiesta la naturaleza del pecado con colores más terribles y horrorosos que en la muerte del Hijo de Dios.
Lo segundo que debemos tener en cuenta es la importancia del alma y de su destino. 'Mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno.' Adviertan cómo nuestro Señor lo repite dos veces para ponerlo bien de relieve. El alma, dice, es tan importante que si el ojo derecho es causa de caídas en el pecado, es mejor sacarlo, librarse de él. No, como voy a demostrarles, en un sentido físico. Hay muchas cosas en la vida y en el mundo que, en sí mismas, son muy buenas, provechosas. Pero nuestro Señor nos dice aquí que si incluso esas cosas nos hacen tropezar debemos repudiarlas. Lo dice todavía con más vigor en una ocasión cuando afirma, 'Si alguno... no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo.' (Le. 15:26). Esto significa que no importa quién ni qué se interpone entre nosotros y nuestro Señor; si es dañino para el alma, hay que odiarlo y repudiarlo. No quiere decir que el cristiano haya de odiar necesariamente a sus seres queridos. Está claro que no, porque nuestro Señor nos dijo que amáramos a nuestros enemigos. Significa simplemente que todo lo que vaya en contra del alma y de su salvación es enemigo nuestro, y hay que tratarlo como tal. Lo malo es el mal uso que hacemos de las cosas, el colocarlas en una situación equivocada; y esto es lo que El subraya aquí. Si mis facultades, tendencias y habilidades me conducen al pecado, entonces debo repudiarlas. Incluso eso hay que repudiar. Si uno examina su propia vida, creo que ve de inmediato qué significa esto. El problema es que a causa del pecado tenemos la tendencia a pervertirlo todo. 'Todas las cosas son puras para los puros.' Sí; pero, como dijimos antes, nosotros no somos puros; y la consecuencia es que incluso cosas puras a veces se vuelven impuras. Nuestro Señor nos muestra en este pasaje que la importancia del alma y de su destino es tal que todo ha de estarle subordinado. Todo lo demás es secundario cuando ella está en juego, y hemos de examinar nuestra vida para procurar que esté siempre en el centro de nuestro interés. Este es su mensaje, y lo presenta en esa forma tan llamativa y enfática. Lo más importante que tenemos —incluso el ojo derecho—, si es ocasión de tropiezo, debe arrancarse. No hay que permitir que nada se interponga entre nosotros y el destino eterno de nuestra alma.
Este, pues, es el segundo principio. Me pregunto si ocupa siempre el centro de nuestro interés. ¿Nos damos todos cuenta de que lo más importante que tenemos que hacer en este mundo es prepararnos para la eternidad? De esto no cabe la menor duda. Esto no desvirtúa en modo alguno la importancia de la vida en este mundo. Es importante. Es el mundo de Dios, y tenemos que vivir en él una vida plena. Sí; pero sólo como quienes se preparan para la eternidad y para la gloria que nos espera.' 'Mejor te es que se pierda uno de tus miembros,' que quedemos, por así decirlo, tullidos mientras estamos aquí, a fin de asegurarnos de que nos va a aceptar con gozo a su presencia. ¡Qué tristemente descuidados somos en el cultivo del alma, qué negligentes de nuestro destino eterno! Nos preocupamos mucho por esta vida. Pero ¿nos preocupamos tanto por el alma y el espíritu, y por nuestro eterno destino? Esto es lo que nos pregunta nuestro Señor. Es lamentable que seamos tan negligentes en cuanto a lo eterno y tan cuidadosos de lo que inevitablemente ha de terminar. Es mejor ser tullido en esta vida, dice nuestro Señor, que perderlo todo en la otra. Pongan el alma y su destino eterno antes de todo. Quizá signifique que no lo asciendan a uno en el trabajo o que no vaya uno a estar tan bien como otros. Bien, '¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?' Así hay que pensar y calcular. 'Mejor te es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno.' 'No temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno' (Mt. 10:28).
El tercer principio es que debemos odiar el pecado, y hacer todo lo que podamos para destruirlo a costa de lo que sea dentro de nosotros. Recuerden cómo lo expresa el Salmista, 'Los que amáis a Jehová, aborreced el mal.' Debemos esforzarnos en odiar el pecado. En otras palabras, debemos estudiarlo y entender cómo funciona. Me parece que hemos sido muy negligentes en este sentido; y en esto estamos en contraposición sorprendente y patética a esos grandes hombres que llamamos Puritanos. Solían analizar el pecado y denunciarlo, con la consecuencia de que la gente se reía de ellos y los llamaban especialistas en pecados. Que se ría el mundo si quiere; pero esta es la forma de santificarse. Estudiémoslo; leamos lo que la Biblia dice de él; analicémoslo; y cuanto más lo hagamos más lo odiaremos y haremos todo lo que podamos por librarnos de él a costa de lo que sea, y por eliminarlo de nuestra vida.
El siguiente principio es que debemos caer en la cuenta de que el ideal en esto es tener un corazón puro y limpio, un corazón libre de codicia, concupiscencias. La idea no es simplemente que estemos libres de ciertas acciones, sino que nuestro corazón se purifique. Volvemos, pues, a las Bienaventuranzas: 'Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.' Nuestra pauta ha de ser siempre positiva. Nunca debemos pensar en la santidad sólo en función de no hacer algo. Los que esto enseñan, los que nos dicen que no tenemos que hacer ciertas cosas durante cierto período del año, están equivocados. La verdadera enseñanza es siempre positiva. Desde luego que no debemos hacer ciertas cosas. Pero los fariseos eran expertos en cuanto a esto, y se detenían ahí. No, dice nuestro Señor; deben aspirar a tener un corazón puro y limpio. En otras palabras, nuestra ambición debería ser tener un corazón que no conozca asperezas, envidias, celos, odios o desprecios, sino que esté siempre lleno de amor. Esta es la pauta; y repito que creo que es obvio que fallamos muy a menudo en esto. Tenemos un concepto puramente negativo de la santidad, y por ello nos sentimos autosatisfechos. Si examináramos nuestro corazón, si llegáramos a conocer lo que los puritanos siempre llamaban 'la pestilencia de nuestro corazón,' nos ayudaría a la santidad. Pero no nos gusta examinarnos el corazón. Demasiado a menudo los que nos enorgullecemos del nombre de 'evangélicos' nos sentimos muy felices porque somos ortodoxos y porque no somos como los liberales o modernistas y otros grupos de la Iglesia, que están obviamente equivocados. Nos sentamos, pues, complacidos, satisfechos, con la sensación que ya hemos llegado, y que sólo tenemos que mantenernos donde estamos. Pedro esto significa que no conocemos nuestro corazón, y nuestro Señor exige un corazón limpio. Se puede cometer el pecado en el corazón, dice, sin que nadie lo vea; y se puede seguir pareciendo respetable, y nadie adivinaría lo que pasa por la imaginación. Pedro Dios lo ve, y delante de Dios es horrible, repugnante, feo, sucio. ¡Pecado de corazón!
El último principio es la importancia de la mortificación del pecado. 'Si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala, y échala de ti.' Mortificación es un gran tema. Si les interesa deberían leer un libro, La Mortificación del Pecado, del gran puritano, Dr. John Owen. ¿Qué significa ese término? Hay dos opiniones acerca de este tema. Hay un concepto falso de la mortificación que dice que debemos cortar realmente la mano y arrojarla lejos. Es el modo de pensar que considera que el pecado radica en el cuerpo físico, y por lo tanto trata con rigor al cuerpo. En los primeros tiempos del cristianismo hubo muchos que se cortaron literalmente las manos, y pensaron que con esto cumplían los mandatos del Sermón del Monte. Interpretaban estas palabras de nuestro Señor como otros, que estudiaremos luego, que han tomado la enseñanza del 'volver la otra mejilla' en esa forma literal, torpe. Dicen: 'Es la Palabra; ahí está, y hay que cumplirla.' Pero les quedaba todavía el ojo izquierdo y la mano izquierda, y seguían pecando. Del mismo modo consideran que el celibato es esencial para la santificación y la santidad; ambas cosas pertenecen a la misma categoría. Cualquier enseñanza que nos haga vivir una vida antinatural no enseña la santidad como el Nuevo Testamento. Pensar así es tener un concepto negativo de la mortificación, el cual es falso.
¿Cuál es el concepto genuino? Se encuentra en muchos pasajes del Nuevo Testamento. Tomemos, por ejemplo, Romanos 8:13, donde Pablo dice: 'Por qué si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis.' Y en 1 Corintios 9:27 lo expresa así: 'Golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado.' ¿Qué quiere decir? Bien, esto es lo que nos dicen los expertos en griego. Golpea el cuerpo y lo apalea hasta que queda amoratado a fin de domeñarlo. Esta es la mortificación del cuerpo. En Romanos 13:14, dice: 'No proveáis para los deseos de la carne.' Esto es lo que tenemos que hacer. En lugar de un, 'Dejad que Dios actúe,' o, 'Aceptad esta maravillosa experiencia y esto basta,' se nos dice, 'Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros.' Esta es la enseñanza del apóstol. Mortificar por medio del Espíritu las obras del cuerpo. Someter el cuerpo. Y nuestro Señor dice, 'Si tu mano derecha te es ocasión de pecado, córtala y échala de ti.' Siempre es el mismo principio.
Hay cosas que tenemos que hacer. ¿Qué quiere decir? También en esto voy a limitarme a presentar los principios. Primero, nunca debemos 'proveer para los deseos de la carne.' Esto dice Pablo. Dentro de vosotros hay un fuego; nunca le acerquéis aceite, porque de lo contrario se prenderá la llama, y vendrán los problemas. No lo alimentéis demasiado; lo cual se puede interpretar así: nunca lean nada que sepan los puede perjudicar. Me referí antes a esto y lo vuelvo a repetir, porque se trata de cosas muy prácticas. No lean esas informaciones de los periódicos que resultan sugerentes e insinuantes y que saben que siempre les harán daño. No las lean; 'sáquense el ojo.' No son buenas para nadie; pero por desgracia, ahí están en los periódicos y se atraen el interés público. Estas cosas gustan a la mayoría de la gente, y a ustedes y a mí por naturaleza nos gustan. Bueno, pues; no lo lean, 'sáquense el ojo.' Lo mismo se ha de decir de los libros, sobre todo novelas, de la radio, de la televisión y también del cine. Debemos descender a estos detalles. Estas cosas suelen ser fuente de tentación, y cuando se les dedica tiempo y atención estamos proveyendo para los deseos de la carne, estamos alimentando la llama, fomentamos lo que sabemos es malo. Y no debemos hacerlo así. 'Pero,' dicen, 'es educativo. Algunos de estos libros son de gente maravillosa, y si no estoy al corriente de lo que dicen, me tendrán por ignorante.' La respuesta de nuestro Señor es que, por el bien del alma, es mejor ser ignorante, si uno sabe que perjudica saber estas cosas. Incluso lo más valioso hay que sacrificarlo.
También significa evitar las conversaciones necias y las chanzas — historias y chistes que se consideran agudos pero que son insinuantes y sucios. A menudo oye uno de labios de personas muy inteligentes esa clase de cosas llenas de sutileza, chispa y agudeza. El hombre natural lo admira; pero deja un sabor amargo en la boca. Rechacémoslo; digamos que no queremos oírlo, que no nos interesa. Quizás la gente se sienta ofendida si se les dice esto. Bien, ofendámoslos si es esa su mentalidad y moralidad. Debemos tener cuidado de quien nos rodeamos. En otras palabras, tenemos que evitar todo lo que tienda a mancillar e impedir la santidad. Hay que abstenerse incluso de la apariencia de mal, es decir, de cualquier forma de pecado. No importa que forma asuma. Todo lo que sé que me perjudica, todo lo que me perturba y trastorna o excita, sea lo que sea, debo evitarlo. Debo poner mi 'cuerpo en servidumbre,' debo 'hacer morir lo terrenal en mí.' Esto significa; y debemos ser honestos con nosotros mismos.
Pero alguien podría preguntar: '¿No está acaso enseñando una especie de escrúpulos morbosos? ¿No se va a volver la vida atormentada y triste?' Bien, hay personas que se vuelven morbosas. Pero si quieren saber la diferencia entre esas personas y lo que yo enseño, véanlo así. Los escrúpulos morbosos se centran siempre en la persona; en lo que uno consigue, en el estado en que uno está. La verdadera santidad, por otra parte, se preocupa siempre por agradar a Dios, por glorificarlo, por fomentar la gloria de Jesucristo. Si ustedes y yo tenemos siempre esto en primer plano en la mente no hay por qué preocuparse de la posibilidad de volverse morbosos. Se evitará de inmediato si lo hacemos todo por amor a Dios, en lugar de pasar el tiempo en tomarnos el pulso espiritual y en ponernos el termómetro espiritual.
El siguiente principio es este, que debemos frenar deliberadamente la carne, y hacer frente a todas las insinuaciones del mal. En otras palabras, debemos 'vigilar y orar.' Debemos preocuparnos por lo que dice el apóstol Pablo, 'pongo mi cuerpo en servidumbre.' Si Pablo necesitaba hacerlo, cuánto más lo necesitaremos nosotros.
Estas son cosas que ustedes y yo tenemos que hacer nosotros mismos. Nadie las hará por nosotros. No me importa qué experiencias han tenido ni hasta qué punto están llenos del Espíritu, si leen cosas sugerentes en el periódico, probablemente se harán reos de pecado, pecarán en el corazón. No somos máquinas; se nos dice que debemos poner estas cosas en práctica.
Esto me lleva al último principio, que formularía así: Debemos caer en la cuenta una vez más del precio que tuvo que pagarse por librarnos del pecado.
Para el verdadero cristiano no hay estímulo ni incentivo mayores en la lucha por 'hacer morir las obras de la carne' que esto. Con qué frecuencia se nos recuerda que el objetivo de nuestro Señor al venir a este mundo y soportar toda la vergüenza y sufrimientos de la muerte en la cruz fue 'para librarnos del presente siglo malo,' 'para redimirnos de toda iniquidad,' y para escogerse 'para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras.' El propósito de todo fue que 'fuésemos santos y sin mancha delante de él.' 'Si su amor y sufrimientos significan algo para nosotros, nos conducirán inevitablemente a estar de acuerdo en que ese amor exige a cambio toda mi alma, mi vida y mí todo.
Finalmente, estas reflexiones deben habernos conducido a ver la necesidad absoluta que tenemos del Espíritu Santo. Ustedes y yo tenemos que hacer estas cosas. Sí, pero necesitamos e! poder y la ayuda que sólo el Espíritu Santo nos puede dar. Hablo lo expresa así: 'si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne.' El poder del Espíritu Santo nos será dado. Lo ha recibido si es cristiano. Está en usted, produce en usted 'así el querer como el hacer, por su buena voluntad.' Si nos damos cuenta de la tarea que tenemos que realizar, y deseamos realizarla, y nos preocupamos por esta purificación; si comenzamos con este proceso de mortificación, nos dará poder. Esta es la promesa. Por tanto no debemos hacer lo que sabemos es malo; actuamos con el poder de El. Aquí lo tenemos todo en una sola frase: 'Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en nosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad.' Ambas cosas son absolutamente esenciales. Si sólo tratamos de mortificar la carne, con nuestras propias fuerzas, produciremos una clase completamente falsa de santificación que no lo es para nada. Pero si nos damos cuenta del poder y de la verdadera naturaleza del pecado; si comprendemos cuánto nos tiene asidos, y el efecto contaminador que produce; entonces caeremos en la cuenta de que somos pobres en espíritu y absolutamente débiles, y pediremos constantemente que se nos dé el poder que sólo el Espíritu Santo puede comunicarnos. Y con este poder pasaremos a 'sacarnos el ojo' y a 'cortar la mano,' a mortificar la carne, y así resolveremos el problema. Entre tanto El sigue actuando en nosotros y así proseguiremos hasta que por fin lo veamos cara a cara, y estemos en su presencia sin tacha ni mancha, irreprensibles.


***





Estudios Sobre el Sermón del Monte

por D. Martyn Lloyd-Jones

Pastor, Iglesia Westminster, Londres



CAPITULO I Introducción General
CAPITULO II Consideraciones Generales y Análisis
CAPITULO III Introducción a las Bienaventuranzas
CAPITULO IV Bienaventurados los Pobres en Espíritu
CAPITULO V Bienaventurados los que Lloran
CAPITULO VI Bienaventurados los Mansos
CAPITULO VII Justicia y Bienaventuranza
CAPITULO VIII Las Piedras de Toque del Apetito Espiritual
CAPITULO IX Bienaventurados los Misericordiosos
CAPITULO X Bienaventurados los de Limpio Corazón
CAPITULO XI Bienaventurados los Pacificadores
CAPITULO XII El Cristiano y la Persecución
CAPITULO XIII Gozo en la Tribulación
CAPITULO XIV La Sal de la Tierra
CAPITULO XV La Luz del Mundo
CAPITULO XVI Que Vuestra Luz Alumbre
CAPITULO XVII Cristo y el Antiguo Testamento
CAPITULO XVIII Cristo Cumple la ley de los Profetas
CAPITULO XIX Justicia Mayor que la de los Escribas y Fariseos
CAPITULO XX La Letra y el Espíritu
CAPITULO XXI No Matarás
CAPITULO XXII Lo Pecaminosidad Extraordinaria del Pecado
CAPITULO XXIII Mortificar el Pecado
CAPITULO XXIV Enseñanza de Cristo Acerca del Divorcio
CAPITULO XXV El Cristiano y Los Juramentos
CAPITULO XXVI Ojo por Ojo y Diente por Diente
CAPITULO   XXVII La Capa y la Segunda Milla
CAPITULO   XXVIII Negarse a Sí Mismo y Seguir a Cristo
CAPITULO  XXIX Amar a los Enemigos
CAPITULO  XXX ¿Qué Hacéis de Más?
CAPÍTULO XXXI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXII Cómo Orar
CAPITULO XXXIII Ayuno
CAPITULO XXXIV Cuando ores
CAPÍTULO XXXV Oración: Adoración
CAPÍTULO XXXVI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXVII Tesoros en la Tierra y en el Cielo
CAPITULO XXXVIII Dios o las Riquezas
CAPITULO XXXIX La Detestable Esclavitud del Pecado
CAPITULO XL No Afanarse
CAPITULO XLI Pájaros y Flores
CAPITULO XLII Poca Fe
CAPITULO XLlll Fe en Aumento
CAPÍTULO XLIV Preocupación: Causas y remedio
CAPITULO XLV 'No Juzguéis'
CAPITULO XLVI La Paja y la Viga
CAPITULO XLVII Juicio y Discernimiento Espirituales
CAPITULO XLVIII Buscar y hallar
CAPÍTULO XLIX La Regla de Oro
CAPITULO L La Puerta Estrecha
CAPITULO LXI El Camino Angosto
CAPITULO LII Falsos profetas
CAPITULO LIII El Árbol y el Fruto
CAPITULO LIV Falsa Paz
CAPITULO LV Hipocresía Inconsciente
CAPITULO LVI Las Señales del Autoengaño
CAPITULO LVII Los dos Hombres y las dos Casas
CAPITULO LVIII ¿Roca o Arena?
CAPITULO LIX La Prueba y la Crisis de la Fe
CAPITULO LX Conclusión
Biblioteca
www.iglesiareformada.com