CAPITULO LVI
Las Señales del Autoengaño

Ya hemos examinado, en dos ocasiones, las importantes y alarmantes palabras de 7:21-23; pero dado la importancia vital que tienen, debemos hacerlo de nuevo. Este tema del autoengaño es una cuestión muy amplia. Si a uno le interesan los llamados Manuales de Devoción, ya sean católicos-romanos o protestantes, encuentra que siempre dedican mucha atención a este punto específico. Todos los médicos prudentes del alma siempre han concentrado su atención en ello. La Biblia misma nos invita a hacerlo así. Está llena, no sólo de exhortaciones a este respecto, sino también de ilustraciones prácticas de personas que se han engañado a sí mismas. Pero aparte de todo esto, al valorar nuestra alma, y al caer en la cuenta de que todos estamos en este mundo de paso hacia el juicio final y de que todos tendremos que presentamos ante el trono de justicia de Cristo, esta clase de auto examen resulta inevitable. Como lo dice el apóstol Juan: "Todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro" (1Jn. 3:3). Y uno no se puede purificar sin examinarse a sí mismo. Algunos dedican sobre todo la época de cuaresma a este asunto del auto examen. Otros creemos que debe hacerse a lo largo de todo el año y que siempre deberíamos examinarnos y someternos a disciplina. Pero no hay por qué entrar en esto ahora. Lo que importa es reconocer la necesidad del auto examen. Se enseña constantemente en la Biblia.
Hemos visto que el primer paso que hay que dar, si deseamos evitar engañarnos, es examinar las causas del autoengaño. Nos hemos ocupado ya de algunas de las más comunes. Una vez establecidos los principios, pasamos ahora a examinar algunos detalles prácticos; tienen como propósito ponernos sobre aviso acerca de la forma sutil en que podemos engañarnos a nosotros mismos. Comencemos por recordar que no vivimos nuestra vida cristiana en una especie de vacío. Aparte del hecho de que vivimos en sociedad con hombres y mujeres, tenemos también que luchar contra el demonio y "contra principados, contra potestades, contra gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes!' Según la enseñanza bíblica no hay nada que nos capacite para permanecer firmes en este conflicto a excepción del revestirnos de toda la armadura de Dios. Una de las formas en que podemos revestirnos de esa armadura es teniendo cuidado con la sutileza del ataque. Y esto, debido a su misma naturaleza, tendrá que examinarse con cierto detalle. Tengo un cierto temor al adentrarme en esto, porque sé que al hacerlo se expone uno al riesgo de ser mal entendido. Si uno emplea ilustraciones, la atención se suele concentrar en las ilustraciones y no en los principios.
El primer principio importante es que, en un sentido, todo lo que tiene relación con la vida cristiana puede ser peligroso. No afirmo que todo sea peligroso sino que puede serlo. El demonio en su sutileza, como ángel de luz, viene a nosotros y se apodera de cosas que son legítimas y buenas y que Dios nos ha dado, e influye mucho en nosotros para hacernos convertir estas mismas cosas en instrumentos de nuestro propio engaño. Las cosas en si mismas son buenas, pero podemos abusar de ellas. Éste es el tema que debemos elaborar. En cierto sentido, incluso los medios de gracia que Dios nos ha suministrado pueden resultar una fuente de problemas. Espero que esto quede bien claro. Es obvio que no estoy en contra de los medios de gracia; simplemente, señalo el terrible peligro de convertir estos medios de gracia, que Dios mismo ha escogido y nos ha dado, en algo que puede perjudicar a nuestra alma. Me preocupa el abuso y no el uso de lo bueno. Siempre resulta muy consolador para el que predica, saber que incluso un gran predicador como el apóstol Pablo fue mal entendido al enseñar y predicar. Tomemos, por ejemplo 2Cohr. 11 en todo su soberbio sarcasmo. El apóstol habla de la forma penosa e infantil con que gran parte de su enseñanza había sido malentendida en Corinto.
Estos son los principios básicos. A no ser que tengamos cuidado, cosas que son en sí mismas y por sí mismas buenas, pueden resultar engañadoras acerca del estado de nuestra alma. ¿Pero cómo se puede saber si tendemos a apartarnos de la sencillez que hay en Cristo para entrar en esa posición terriblemente falsa que se describe en este versículo? He aquí algunas de las respuestas. Un indicio claro de esta tendencia se manifiesta de la siguiente forma. Si al examinarnos a nosotros mismos descubrimos que nuestro principal interés es asistir a reuniones, estamos entrando en una posición peligrosa. Es obvio que creo en la asistencia a reuniones cristianas; pero cuando alguien entra en la situación de vivir de esas reuniones, convirtiéndolas en su principal interés, esta situación es muy peligrosa. Y hay muchas personas en esa circunstancia. Lo que las mantiene es las reuniones y si de repente se ven privadas de ellas, comienzan a descubrir una aridez terrible en el alma y en su experiencia cristiana.
Otro síntoma de la misma condición es un interés indebido por las manifestaciones especiales. Hay muchas de estas manifestaciones en relación con la vida cristiana por las que debemos dar gracias a Dios; ciertas cosas que vienen como bendiciones en relación con el evangelio, tales como sentimientos profundos, dirección, curación física y así sucesivamente. Estas cosas forman parte del mensaje cristiano; pero si descubrimos que nuestro interés principal está en estos fenómenos, nos encontramos en una situación que puede conducir al autoengaño. Nunca debemos estar más interesados en lo que podríamos llamar productos secundarios de la fe que en la fe misma. Debemos examinarnos a nosotros mismos respecto a cada una de estas cosas. Lo que decimos, claro está, revela nuestro interés fundamental.
Al escuchar a otras personas descubrimos sus intereses principales y reales. Y lo mismo se aplica a nuestras personas. Debemos preguntar: "¿Cuál es mi interés principal?" O, quizá, sería prudente conseguir que alguna otra persona nos examinara y observara. Diría que si descubrimos en nosotros mismos y en otros esta tendencia de quedar absorbidos en el interés por los medios de gracia y en los fenómenos especiales, y no en nuestra relación con el Señor, nos encontramos ya en el camino que conduce, en última instancia, a este temido autoengaño. Otra señal de esto es un interés indebido por organizaciones, denominaciones, iglesias específicas o algunos movimientos o comunidades. Todos sabemos exactamente qué quiere decir esto. El hombre es un ser social y a todos nos gusta tener alguna salida para nuestro instinto gregario y la parte social de nuestra personalidad. Es lo más sencillo del mundo encontrar una salida para ese instinto natural, social, gregario, en el campo de las cosas cristianas. El peligro radica en presumir que porque tenemos interés en estas cosas, somos necesariamente cristianos. Esto es lo que nuestro Señor precisamente dice. He aquí alguien que exclama, "Señor, Señor"; echa fuera demonios, hace milagros en el nombre de Cristo, en el campo de la iglesia, y debido a esto presume que es cristiano.
Pero Cristo dice que quizás no lo sea. ¡Cuan fácilmente puede ocurrir esto! Hay personas que por naturaleza prefieren formar parte de sociedades morales y no inmorales, pero que no son para nada cristianos. Como seres humanos naturales, les gustan las personas morales y éticas y su deseo natural de tener una salida social, una salida para su naturaleza moral activa, se ve satisfecha en alguna clase de organización relacionada con el cristianismo. Entra el autoengaño porque presumen que, por desarrollar esta actividad en el campo cristiano, deben ser cristianos. Pero su verdadero interés está en la actividad y en la organización, no en el Señor, no en su propia relación con el Señor. Se trata de una posibilidad terrible. Hay personas cuyo interés último y real está en su iglesia específica, no en la salvación cristiana, no en el Señor. Les gusta la iglesia, les gusta la gente, han sido educados en esa atmósfera, y esto es lo que realmente los sostiene —esa iglesia específica, esa denominación específica o ese grupo determinado de personas—. También esto se revela en su forma de hablar; ve uno que están muy interesados cuando se habla de la organización o de las personas o del predicador, pero que se vuelven extrañamente silenciosos si uno quiere tener una conversación espiritual con ellos acerca de su alma o del Señor. Debemos examinarnos a nosotros mismos con esta prueba. ¿En qué estamos realmente interesados? Estamos interesados en nuestra relación con Él y en su gloria o solo en una de esas otras cosas?
Otro peligro muy común en los tiempos actuales es interesarse por los aspectos sociales y generales del cristianismo y no por los personales. Esto ha sido muy importante en el siglo actual. Hoy encontramos muchas personas que, frente a los problemas del país y de la sociedad, dicen con énfasis creciente que lo que se necesita es la enseñanza bíblica y una actitud cristiana hacia esos problemas nacionales y sociales. Observemos a los estadistas y a los políticos —incluso algunos de los más importantes.
Aunque se sabe que prácticamente nunca asisten a un lugar de culto los domingos, usan cada vez más la palabra 'religión' y 'cristiano'. Parecen pensar vagamente que la enseñanza cristiana puede ayudar a resolver los problemas de Estado. Aunque no son cristianos activos y practicantes (y me refiero sólo a éstos y no a los que son realmente cristianos), y no prestan ninguna obediencia personal al Señor, parecen pensar que el cristianismo puede resultar de ayuda en una forma general. Estamos siempre en terreno peligroso cuando empezamos a hablar de 'civilización cristiana' y valores 'cristianos' u 'occidentales'. Esto se ve muy claramente en los tiempos actuales y es uno de los peligros mayores con los que se enfrenta la iglesia cristiana. Me refiero en particular a la tendencia de considerar al cristianismo como si no fuera nada más que una enseñanza anticomunista.
Esto se puede ver en la forma en que ciertas organizaciones cristianas a veces hacen propaganda y en la forma como usan 'slogans1 como 'Cristo o comunismo?' etc. No nos sorprende que la Iglesia Católica Romana piense de esta forma. Pero es triste ver personas evangélicas inocentes que caen poco a poco en esa red. Funciona de una manera muy sutil. Uno se persuade de que, como es anticomunista, debe ser cristiano. Pero una cosa no se sigue de la otra. Con esto nos persuadimos y engañamos a nosotros mismos, nos juzgamos por estos criterios generales y asumimos que somos cristianos. El poner lo general y social en lugar de lo particular y personal en asuntos cristianos, resulta siempre un peligro terrible. La cristiandad ha sido a menudo el mayor enemigo de la religión espiritual. Si veo que mi interés tiende a ser cada vez más general, social o político, si éste es cada vez más la razón de mi interés por el cristianismo, entonces me encuentro en un estado sumamente peligroso porque probablemente he dejado de examinarme a mi mismo.
El siguiente peligro es el de aquellos cuyo interés principal y primario está en lo que se podría llamar la apologética o la definición y defensa de la fe, en lugar de interesarse por una relación genuina con Jesucristo. Éste es un peligro acerca del cual todo predicador debería estar muy al tanto. Muchos que están convencidos de que son cristianos, en realidad sólo están interesados por la apologética. Dedican todo el tiempo a argüir acerca de la fe cristiana, a defenderla, a condenar el evolucionismo, a condenar la psicología y otras cosas que parecen atacar los puntos vitales de la fe. Éste es un peligro muy sutil, por qué estos hombres quizá estén descuidando su propia alma, su propia santidad personal y su relación personal con el Señor. Pero se sienten muy felices porque condenan el evolucionismo y defienden a la fe en contra de este o aquel ataque. Quizá no sólo consideran esto como puntos positivos en su cuenta de justificación, quizá incluso lo utilicen para eludir la tarea del auto examen. La apologética ocupa un lugar esencial en la vida cristiana y es parte de nuestra tarea al defender la fe; pero si no hacemos otra cosa que esto, estamos en una situación peligrosa. Conocí a cierto hombre que era quizá uno de los mejores predicadores evangélicos de su tiempo. Pero cada domingo comenzó a dedicar todo el tiempo en el pulpito a atacar a la Iglesia de Roma y al modernismo, y dejó de predicar un evangelio positivo. La apologética tomó el lugar de la verdad central del evangelio. Es una tentación muy concreta para aquellos que saben razonar, argüir y discutir; y es uno de los ataques más sutiles a los que puede verse sometida el alma.
En consecuencia, ésta es la pregunta que algunos de nosotros deberíamos hacernos constantemente. ¿Descubro que la mayor parte del tiempo lo dedico a discutir con personas acerca de aspectos de la posición cristiana? ¿Descubro que en la práctica nunca hablo a las personas acerca de sus almas y de Cristo y de su experiencia de Él? ¿Estoy siempre, por así decirlo, dando vueltas alrededor de las avanzadas de la Ciudadela? ¿Cuánto tiempo empleo en el centro mismo? "Que cada uno se examine a sí mismo". El peligro siguiente es el del interés puramente académico y teórico de la teología. Estos peligros no están limitados solamente a una o dos clases de cristianos; no sólo son reales para el hombre que está excesivamente interesado por actividades y reuniones; sino también para el hombre cuyo único interés es la teología. Su posición es tan peligrosa como la del otro.
Es lo más sencillo del mundo interesarse por el cuerpo de la verdad cristiana, por la doctrina como tal, simplemente como asunto intelectual; y es un peligro muy concreto para algunos de nosotros. No hay ninguna visión de la vida y del mundo hoy día que se pueda comparar a la teología cristiana; no hay nada más atractivo ni más interesante, como esfuerzo intelectual, que el leer teología y filosofía. Sin embargo, por valioso y magnífico que sea, puede convertirse en uno de los peligros y tentaciones más sutiles para el alma. El hombre se puede absorber tanto en la comprensión intelectual, que se olvide de que está vivo, y se olvide de los demás. Dedica todo el tiempo a leer y a disfrutar con la lectura, nunca establece contacto con nadie, no sirve a nadie.
En la historia de la iglesia, vemos que esto ha sucedido a menudo. Primero hay un gran avivamiento. Luego sigue una etapa que se suele describir como de 'consolidación'. Las personas sienten con justa razón la necesidad de un estado de consolidación después del avivamiento. Los convertidos deben madurar, por ello se les enseña teología y doctrina. Pero a menudo encontramos que esto ha conducido a un estado de religiosidad intelectual y aridez espiritual. El ejemplo típico de esto se encuentra en los siglos dieciséis y diecisiete, después del gran avivamiento protestante y de la Reforma. Después de la Reforma en Inglaterra, vino la época de los puritanos, con su gran enseñanza teológica. Pero a esto le siguió un período de intelectualismo estéril que continuó hasta que el avivamiento evangélico comenzó por la tercera década del siglo dieciocho.
Algo parecido sucedió en las iglesias reformada y luterana. Así pues, si bien creemos que la teología es vital y esencial, debemos recordar que el demonio puede oprimirnos tanto que nuestro interés por ella resulta desordenado y desequilibrado, con la consecuencia de que, en vez de 'edificarnos', 'nos hinchamos'. Al pasar rápida revista a mis treinta años, aproximadamente, en el ministerio cristiano, me doy cuenta de que he visto muchos ejemplos de esto. He observado a esas personas y he visto introducirse en ellas una especie de orgullo intelectual, de orgullo del conocimiento. He visto la tendencia a entrar en componendas en los aspectos éticos y morales, he visto desaparecer de sus oraciones el tono de apremio. Aunque el interés original era justo y bueno, poco a poco se ha apoderado de ellos. Perdieron el equilibrio, se convirtieron en intelectuales a quienes ya no preocupaba la idea de santidad y la consecución de un conocimiento genuino y vivo de Dios.
Pasemos ahora a otro peligro. Lo que queremos decir respecto a esto corre mucho riesgo de ser malentendido, por lo que debemos tener cuidado. He llegado a la conclusión, como resultado de una atenta observación que una de las señales más peligrosas respecto a este asunto del autoengaño es un interés excesivo por la enseñanza profética. La Biblia contiene mucha enseñanza profética. Y es responsabilidad nuestra familiarizarnos con ella; pero nada puede ser tan peligroso como un interés indebido por la enseñanza profética, sobre todo en un tiempo como éste, con el mundo en la situación en que se encuentra. Poco a poco este interés parece absorber y dominar a ciertas personas, quienes piensan y hablan y predican sólo de profecía.
No creo que haya otra cosa más peligrosa para la condición espiritual del alma que este absorberse excesivamente en la enseñanza profética. Se puede, tan fácilmente, dedicar todo el tiempo a pensar acerca de Rusia y Egipto e Israel y otros países, y en elaborar fechas y épocas en función de Ezequiel 37, 38, Daniel 7-12, y otros pasajes profetices, que pasa uno toda la vida en ello. Entre tanto, se olvida uno de sus propias necesidades y de las de otras personas, en un sentido espiritual. Está uno tan interesado por los "tiempos y las sazones" que se olvida de su propia alma. Claro que la enseñanza profética es parte vital del mensaje bíblico, y debemos tener un interés vivo por ella; pero debemos reconocer el terrible peligro de que ese interés por los acontecimientos mundiales futuros nos haga olvidar que tenemos que vivir una vida aquí y ahora, y que en cualquier momento podemos morir y tener que presentarnos delante de Dios para ser juzgados. El peligro principal radica siempre en perder el sentido de equilibrio y proporción.
Hay otro grupo de peligros en relación con la Biblia misma. Todos los cristianos deben creer en la importancia de leer la Biblia y de estudiarla con diligencia y regularidad. Y sin embargo, incluso la Biblia, a no ser que seamos muy cuidadosos, puede convertirse en peligro y trampa para nuestra vida espiritual. Voy a ilustrar lo que quiero decir. Si uno ve que se acerca a la Biblia de una forma intelectual y no espiritual, ya está en el camino equivocado. Abrir la Biblia de una forma puramente intelectual, tomarla como libro de texto, dividir sus capítulos exactamente como si uno analizara una obra de Shakespeare, es un empeño muy interesante. De hecho, nada puede ser tan interesante para cierto tipo de personas. Sin embargo, si uno comienza a estudiarla sólo intelectualmente y no espiritualmente, puede convertirse en la causa de condenación. La Biblia es el Libro de Dios y es Libro de Vida. Es un libro que nos comunica una palabra de Dios. En consecuencia, si uno descubre que toma la Biblia como libro de estudio y no como libro de inspiración, es urgente que empiece a examinarse a sí mismo. Si es un libro que uno maneja como un maestro, es probable que se esté apoderando de uno el demonio, quien como 'ángel de luz' utiliza la misma Palabra de Dios para privarle a uno de ciertas bendiciones espirituales para el alma.
Hay que tener cuidado de convertirse en estudiante de la Biblia en un sentido equivocado. Yo, personalmente, siempre me he mostrado adverso, por todas estas razones, a los exámenes acerca del conocimiento bíblico. En cuanto uno toma a la Biblia como 'tema', comienza el problema. Nunca hay que tomar la Biblia en forma teórica; la Biblia siempre debe predicarnos, y nunca debemos permitir acércanos a ella de ninguna otra forma sino ésta. No hay nada más peligroso que el enfoque del experto o del predicador hacia la Biblia. Esto es así en el caso del predicador porque su mayor tentación es considerar la Biblia sólo como una colección de textos acerca de los cuales predicar. Por ello tiende a ir a la Biblia simplemente para buscar textos y no para alimentar el alma. En cuanto alguien hace esto, se encuentra en peligro.
Lo que es cierto en cuanto a la lectura de la Biblia es igualmente cierto acerca del escuchar la predicación de la Biblia. Algunas personas simplemente buscan 'puntos en los sermones', y al final hacen comentarios acerca de esto o aquello. Tengamos cuidado de no considerarnos como expertos. Busquemos siempre entrar bajo el poder de esta Palabra, ya sea que la leamos o la escuchemos. Cuando alguien se me acerca al final de un servicio y me habla acerca de la predicación como tal, y como experto, siento que en lo que me atañe, he fracasado completamente. El efecto de la predicación genuina debería ser hacernos temer y temblar; debería hacer examinarnos a nosotros mismos y pensar más acerca del Señor Jesucristo.
Hay que tener cuidado en interesarse sólo por la simple letra de la Palabra. Y esto puede suceder muy fácilmente. Hay que tener cuidado en no estar excesivamente interesados por la mecánica pasando de texto a texto, estableciendo comparaciones etc. Claro que hay que interesarse por todo lo que está en la Biblia, pero la mecánica no debe dominarnos. Está bien interesarse por las cifras, por los números bíblicos, por ejemplo; pero se puede dedicar muy fácilmente toda la vida a resolver tales problemas, y con ellos olvidar los verdaderos intereses del alma. Sobre todo, hay que tener cuidado de un interés demasiado grande por las varias traducciones de la Biblia. Recuerdo a un hombre, muy inteligente, que se convirtió por medio del evangelio de Jesucristo. Era maravilloso ver el cambio en él y observar su desarrollo. Luego, cierta enseñanza empezó a influir en él, y la primera prueba que tuve de que esa enseñanza había influido en él fue que, cuando me escribió, comenzó a poner como posdata, referencias a ciertos pasajes de la Biblia.
Pero no se limitó a mencionarlos, como había hecho en otras ocasiones; esta ve? escribió Mateo 7:21 (Reina Valera). La vez siguiente algún otro, Revisada o Popular. El pobre hombre se interesó cada vez más por las diversas traducciones y por la mecánica Recuerdo a otra persona de esta clase que una vez vino a mí al final de un servicio que había resultado muy espiritual y conmovedor. Uno de los oradores, al subrayar un punto, había leído un pasaje, pero de una traducción que no era la versión más aceptada. La única observación de este hombre acerca de la reunión fue preguntar: "¿Qué traducción fue esa?" La traducción concreta no tenía nada que ver con el mensaje. El pasaje estaba igualmente claro en todas las traducciones. Las traducciones, en cuanto tales, pueden ser valiosas al corriente de este cuadro particular. Nuestro Señor ha completado su Sermón del Monte, ha dado ya su instrucción detallada, ha establecido todos sus grandes principios vitales y ahora está aplicando la verdad.
Plantea a sus seguidores dos posibilidades; todos deben entrar por una de dos puertas, sea por la puerta estrecha o por la ancha, y han de andar sea por el camino angosto o por el espacioso. El propósito que ha tenido ha sido ayudarlos en este dilema. Con este fin, les ha mostrado cómo reconocer y evitar las sutiles tentaciones y peligros que invariablemente rodean a los que están en esa situación. En estos versículos, nuestro Señor continúa con el mismo tema. Adviértase la conexión. No es algo nuevo; más bien es continuación y remache final de su argumentación anterior. Es la misma advertencia acerca del peligro de la falta de obediencia, de contentarse con escuchar el evangelio y no ponerlo en práctica. En otras palabras, una vez más se trata del peligro del autoengaño.
La Biblia, como hemos visto, está llena de advertencias contra esto; y aquí lo tenemos descrito, de una forma llamativa, en la grandeza de la caída de la casa edificada sobre la arena. Ya hemos visto el caso de los hipócritas inconscientes —los que estaban tan seguros de ser cristianos y que, sin embargo, quedarán tristemente desilusionados en el día del juicio, cuando el Se¬ñor les diga, "Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad". Es, pues, el mismo tema, pero con una lección más. Nuestro Señor nunca utilizó una nueva metáfora solamente por gusto. Tiene que haber en el asunto algún aspecto nuevo, que está ansioso por presentar; y este cuadro atrayente muestra claramente cuál es este nuevo énfasis.
La mejor forma de examinar esta metáfora específica es considerarla como la tercera de una serie. La primera, en los versículos 15-20, respecto al falso profeta, tuvo como propósito advertirnos frente al peligro de que las apariencias nos engañen. Hay hombres afables que vienen a nosotros con vestimenta de ovejas, pero que por dentro son lobos rapaces. Es muy fácil ser engañados por esa gente porque somos muy superficiales en nuestra manera de juzgar. Nuestro Señor dijo en cierta ocasión "No juzguéis según las apariencias". Y dijo también que Dios no juzga así, sino según el corazón. Ésta es la primera advertencia. No debemos suponer, cuando estamos frente a estas dos puertas, que todo el que venga a hablarnos, aunque sea agradable y afable, y aunque parezca cristiano, sea necesariamente tal. No debemos juzgarlo por las apariencias; debemos aplicar otra prueba —"Por sus frutos los conoceréis".
La segunda metáfora es la de los que suponen que todos los que dicen 'Señor, Señor' entrarán en el reino de los cielos. Esta metáfora tiene como propósito advertirnos contra el peligro de engañarnos a nosotros mismos en función de lo que creemos, o en función de nuestro celo y fervor y de nuestras propias actividades. "Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?" Descansaban en estas cosas; pero estaban totalmente equivocados. El Señor nunca había tenido nada que ver con ellos; nunca los había conocido. Simplemente se estaban engañando a sí mismos.
Ahora vamos a examinar la tercera y última metáfora. Quisiera decir de inmediato, a fin de concentrar la atención, que la principal preocupación de nuestro Señor en esta metáfora es advertirnos contra el peligro de buscar y desear sólo los beneficios y bendiciones de la salvación y de descansar en nuestra aparente posesión de los mismos. Está claro que las palabras se dirigen a los que profesan ser cristianos. No se dirigen a personas que no tienen ningún interés por el reino; se dirigen a personas que han estado escuchando, y a quienes les gusta escuchar, la enseñanza referente al reino. Estas palabras se dirigen obviamente a miembros de iglesias, a aquellos que profesan ser cristianos, que profesan el discipulado, que están buscando los beneficios y bendiciones de la salvación. Todos los detalles de la metáfora subrayan esto y vemos que también ello tiene como fin mostrarnos la diferencia entre la profesión falsa y la genuina del cristianismo; la diferencia entre el cristianismo y el cristiano aparente; entre el hombre que ha nacido realmente de nuevo y es hijo de Dios y el hombre que sólo piensa que lo es.
A fin de hacer resaltar esta distinción nuestro Señor nos presenta una comparación; de hecho, hay una especie de comparación doble en la metáfora. Hay dos hombres y dos casas. Es obvio, por tanto, que si queremos llegar a la verdad espiritual que se nos enseña en este pasaje, debemos examinar la metáfora en detalle. Hay semejanzas y diferencias que hay que observar.
Ante todo veamos las semejanzas en el caso de los dos hombres. Para empezar, tienen el mismo deseo. Ambos deseaban construir una casa, una casa en la cual poder vivir con su familia, vivir con comodidad y disfrutar. Deseaban lo mismo, pensaban acerca de lo mismo y se interesaban por lo mismo. En este sentido no hay diferencia alguna. No sólo esto, sino que ambos deseaban una casa en la misma localidad; de hecho, construyeron sus casas en la misma localidad, porque nuestro Señor indica con claridad que las dos casas se vieron sometidas exactamente a las mismas pruebas. Se da pues una impresión marcada de que las dos casas estaban muy próximas la una de la otra, y estaban sujetas precisamente a las mismas condiciones. Este punto es muy importante.
Pero podemos dar un paso más y decir que obviamente prefirieron y diseñaron la misma clase de casa. Deducimos esto del hecho de que nuestro Señor dice claramente que no había diferencia entre las dos casas a excepción del fundamento. Vistas de afuera y en forma superficial, no había diferencia. Las puertas, las ventanas y las chimeneas estaban todas en la misma posición; tenían el mismo diseño, la misma estructura —las dos casas eran aparentemente idénticas, con la única excepción de esa diferencia bajo la superficie. Por esto, podemos concluir que a los dos hombres les gustaba la misma clase de casa. No sólo deseaban ambos una casa; deseaban la misma clase de casa. Las ideas que tenían al respecto eran absolutamente idénticas. Tenían mucho en común.
Al decir esto, hemos hecho resaltar de paso las semejanzas en las dos casas. Hemos visto que las dos casas tenían el mismo aspecto al examinarlas superficialmente. Toado parece estar exactamente en la misma posición tanto en la una como en la otra. Además, debemos recordar que ambas están sometidas a las mismas pruebas. Hasta aquí, pues, al contemplar a los dos hombres y a las dos casas, no encontramos sino semejanzas. Con todo, sabemos que el punto clave de la metáfora es mostrar la diferencia y las desemejanzas. De hecho lo que preocupa a nuestro Señor es mostrar que la diferencia es una diferencia fundamental.
Al pasar a examinar las diferencias, podemos dividir el tema en dos, a saber, la diferencia entre los hombres y la diferencia entre las casas. Antes de entrar en detalles, veamos la diferencia general. Lo primero es que no se trata de una diferencia obvia. Hace falta que recordemos esto constantemente, porque no hay otro punto en el que el demonio con su sutileza parezca engañarnos con tanta frecuencia. Seguimos aferrados a la idea de que la diferencia entre el verdadero cristiano y el seudo cristiano es obvia. Y el punto básico de nuestro Señor, sin embargo, es que se trata de algo muy sutil. No es obvio ni en el caso de los hombres ni en el caso de las casas. Si no subrayamos este punto perderemos el propósito entero de su enseñanza en el Sermón del Monte. En todas partes, nuestro Se¬ñor enfatiza este elemento de sutileza.
Lo encontramos en la primera metáfora de los dos hombres con vestimenta de ovejas —los falsos profetas—. La dificultad básica respecto al falso profeta, como vimos, fue que en la superficie era extraordinariamente semejante al verdadero profeta. El falso profeta no es necesariamente alguien que dice que no hay Dios y que la Biblia es sólo producto del pensamiento humano, alguien que niega los milagros y lo sobrenatural. Al falso profeta se le puede descubrir sólo examinándolo muy cuidadosamente, con un sentido de discernimiento que sólo el Espíritu Santo da. Su condición es tal que engaña a los demás y a sí mismo. Lo mismo vimos en la segunda metáfora: y también lo encontramos aquí. La diferencia no es obvia, sino muy sutil, sin embargo, para los que tienen ojos para ver, es perfectamente clara. Si se interpreta esta metáfora diciendo que la diferencia entre las dos casas y los dos hombres se descubre sólo cuando llegan las pruebas, cuando vienen las inundaciones y soplan los vientos, entonces la exposición no es sólo equivocada sino que de nada vale. Para entonces es demasiado tarde para hacer algo al respecto. Por esto si nuestro Señor enseñara eso, de hecho se estaría burlando de nosotros. Pero éste no es el caso; el objeto que tiene es capacitarnos para descubrir la diferencia entre los dos, de forma que podamos salvaguardarnos, cuando todavía hay tiempo, contra las consecuencias de la posición falsa. Si nuestros ojos están ungidos con el ungüento que da el Espíritu Santo, si poseemos 'la unción del Santo', la unción que nos capacita para discernir, podemos detectar la diferencia entre los dos nombres y las casas.
Veamos primero la diferencia entre los dos hombres. En esto resulta de mucha ayuda el relato que encontramos al final del capítulo 6 de Lucas. Ahí se nos dice que el hombre prudente excavó hondo echó fundamento para la casa, en tanto que el hombre insensato no cavó nada, y no se preocupó por echar fundamento. En otras palabras, la forma de descubrir la diferencia entre estos dos hombres es examinar detalladamente al hombre insensato. El hombre prudente es exactamente lo contrario. Y la clave para entender a ese hombre es la palabra 'insensato'. Describe una perspectiva específica, un tipo característico de persona.
¿Cuáles son las características del hombre insensato? La primera es que tiene prisa. Las personas insensatas siempre tienen prisa; desean hacerlo todo al instante; no tienen tiempo para esperar. ¡Cuan a menudo nos advierte la Biblia contra esto! Nos dice que el hombre religioso y justo 'no se apresura'. Nunca está sujeto a la excitación, al apresuramiento y a la agitación. Conoce a Dios y sabe que los derechos, propósitos y plan de Dios son eternos e inmutables. Pero el insensato es impaciente; nunca se toma el tiempo necesario; siempre está interesado por resultados inmediatos. Ésta es la característica principal de su mentalidad y conducta. Todos conocemos esta clase de personas en la vida ordinaria aparte del cristianismo. Es un tipo de persona que dice, "Debo disponer de la casa de inmediato, no hay tiempo para fundamentos:' Siempre tiene prisa.
Al mismo tiempo, como tiene esta mentalidad, no escucha instrucciones; no presta atención a las normas que rigen la construcción de una casa. Construir una casa es algo serio y el que quiere construirla nunca debería pensar simplemente en función de tener un techo sobre la cabeza. Debería darse cuenta de que para poseer un edificio satisfactorio y duradero deben observarse ciertos principios de construcción. Por eso se consulta a arquitectos; el arquitecto dibuja los planos y especificaciones y hace sus cálculos. El hombre prudente quiere conocer la forma adecuada de hacer las casas; y por esto escucha instrucciones y está dispuesto a que le enseñen. Pero el insensato no se interesa por estas cosas; desea la casa; no quiere perder el tiempo con reglas y normas. 'Levántela' dice. Es impaciente, desprecia las instrucciones y enseñanzas y dice que, quiere 'comenzar de inmediato'. Ésta es la ordinaria como en relación con las cosas espirituales.
El insensato no solamente tiene siempre demasiada prisa para detenerse a escuchar instrucciones, sino que también lo considera innecesario. En su opinión, sus propias ideas son las mejores. No tiene nada que aprender de nadie. "Todo va bien" dice. "No hay por qué ser tan cauto y preocuparse tanto por estos detalles". Su lema es "Construyamos la casa". No le preocupa lo que se ha hecho en el pasado, simplemente sigue sus propios impulsos e ideas. No estoy haciendo una caricatura de este tipo de persona. Pensemos solamente en personas que hemos visto y conocido, que entran en negocios, o se casan, o construyen casas, o hacen algo semejante, y creo estaremos de acuerdo en que es un retrato genuino de esta mentalidad insensata que piensa que lo sabe todo, está satisfecha con sus propias opiniones, y tiene siempre prisa por convertirlas en realidad.
Finalmente, es una mentalidad que nunca examina las cosas en detalle, nunca se detiene para contemplar y examinar posibilidades y eventualidades. El hombre insensato que construyó su casa sin fundamento, sobre arena, no se detuvo a pensar para preguntarse, "¿Veamos qué puede suceder? ¿Es posible que el río que en verano agrada tanto a la vista en invierno reciba tanta agua a consecuencia de la lluvia o de la nieve que llegue a desbordarse?" No se detuvo a pensar en esto; simplemente deseaba una casa agradable en esa ubicación específica y la hizo construir sin pensar en ninguna de estas cosas. Y si alguien hubiera llegado a decirle, "Mira, amigo, es un error edificar una casa como esta sobre la arena. ¿No te das cuenta de lo que puede suceder en este lugar? no sabes de lo que es capaz el río. Lo he visto como una auténtica catarata. He visto tempestades que han echado por tierra casas muy bien edificadas. Amigo mío, te sugiero que ahondes mucho los fundamentos. Llega hasta la roca", el hombre insensato lo hubiera descartado todo para persistir en hacer lo que consideraba mejor. En un sentido espiritual, no está interesado por aprender de la historia de la iglesia; no está interesado en lo que la Biblia le dice; desea hacer algo y cree que lo puede hacer a su manera y así lo hace. No consulta planes ni detalles; no trata de mirar al futuro y pensar en ciertas pruebas que deben inevitablemente venirle a la casa que está haciendo edificar.
El hombre prudente, desde luego, nos ofrece un contraste total. Tiene un gran deseo de construir en forma sólida y duradera. Comienza diciendo, "No sé mucho de esto; no soy experto en estos asuntos; la prudencia me dicta, por tanto, que debo consultar a los que saben. Quiero que me hagan planos en detalle, deseo dirección e instrucción. Conozco a gente que puede construir casas rápidamente, pero lo que yo quiero es una casa segura. Muchas cosas pueden suceder que pondrán a prueba mis ideas acerca de la construcción y también mi casa!' Ésta es la esencia de la sabiduría. El hombre prudente toma tiempo y se molesta por averiguar todo lo que puede; se observa a sí mismo y no permite que sus sentimientos y emociones o sentimientos lo dominen. Desea conocimiento, verdad y entendimiento; está dispuesto a responder a la exhortación del libro de proverbios que nos incita a buscar y ansiar la sabiduría, porque "su ganancia es mejor que la ganancia de la plata, y sus frutos más que el oro fino. Más preciosa es que las piedras preciosas". No quiere arriesgarse, y por eso no se apresura; piensa antes de actuar.
Si volvemos la atención ahora a la diferencia entre las dos casas, hay solamente dos puntos que requieren coméntanos. El primero es que el momento de examen ya ha pasado. Cuando la casa ya está construida, resulta demasiado tarde. El tiempo de examen es al comienzo mismo. Hay que observar a estos dos hombres y lo que hacen cuando están planeando y escogiendo el lugar. El momento de observar al mal constructor es al comienzo, para ver qué hace respecto al fundamento. No basta mirar la casa cuando ya está terminada. De hecho puede tener mejor aspecto que la otra. Esto, a su vez, conduce al segundo punto que es que, si bien la diferencia entre las dos casas no es evidente, sí es vital, porque en último término lo más importante respecto a la casa es el fundamento. Es una verdad que se subraya a menudo en la Biblia. El fundamento, que aparece tan insignificante y poco importante porque no se ve, es con todo la parte más vital y esencial de todas. Si el fundamento es malo, todo lo demás será malo. ¿Acaso no fue éste el gran mandamiento de Pablo cuando dijo, "Nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo"? El fundamento, los primeros principios, son más importantes que cualquier otra cosa. Otra razón del significado vital de esa diferencia entre las casas se pone de manifiesto cuando más adelante llegan las pruebas. Es seguro que llegaran tarde o temprano. No vamos a tratar de aplicar esto a nuestras vidas ahora; pero es tan cierto como que vivimos que nos llegarán pruebas y tendremos que enfrentarnos con ellas. Son inexorables e inevitables; y en vista de lo expuesto, nada importa más que el fundamento.
Nuestro Señor presentó este cuadro gráfico y dramático de la diferencia entre los dos hombres y las dos casas porque es de importancia vital en el reino espiritual. Todo lo que hemos dicho nos ofrece medios para analizar la diferencia entre el cristianismo y el seudo cristianismo. ¿No es acaso significativo que hoy día oigamos hablar tan poco acerca de lo que los puritanos llamaban 'falso profetismo'? Si se lee la historia religiosa de este país (Inglaterra), se encontrará que en grandes períodos como la época puritana y el avivamiento evangélico, prestaban mucha atención a este tema. Se puede ver en la forma en que Whitefield y Wesley y otros examinaban a los convertidos antes de que los admitieran como miembros de sus clases. Lo mismo se ve en la gran época de la iglesia de Escocia, y en los primeros cien años de la historia de la iglesia presbiteriana de Gales. En realidad ha sido siempre la característica más destacada de todos los que piensan en la iglesia como en la 'reunión de los Santos'.
¿Cómo hay que discernir en la práctica? Adoptemos la misma técnica que hemos venido utilizando. Lo primero que hay que decir acerca del cristiano y del seudo cristiano es que tienen ciertos puntos en común. Del mismo modo que encontramos ciertas semejanzas entre los dos constructores y las dos casas, también hay ciertas semejanzas entre estas dos personas. La primera es que se suelen encontrar en el mismo lugar. Los dos hombres de la metáfora edificaron sus casas en la misma localidad, deseaban estar cerca el uno del otro y cerca del río. Lo mismo ocurre en el campo de la religión. El verdadero cristiano y su contraparte que no lo es, suelen encontrarse en la misma esfera. Se los suele encontrar a ambos en la iglesia. Se sientan a escuchar precisamente el mismo evangelio; y a ambos parece gustarles esto. En todos los sentidos parecen estar exactamente en la misma posición, tener la misma perspectiva e interesarse por las mismas actividades. El que se ve engañado por la falsificación no está fuera de la iglesia; está dentro de ella. Le gusta estar en conexión con la iglesia y quizá es miembro activo de la misma. Estos dos hombres son muy parecidos entre sí, en la superficie, como lo eran los dos constructores y sus casas de la metáfora.
Pero no sólo se los encuentra en el mismo lugar. Como vimos, esos hombres parecen tener los mismos deseos generales. Y en la aplicación espiritual, la dificultad básica radica en el hecho de que el cristiano nominal tiene los mismos deseos generales que el cristiano genuino. ¿Cuáles son? Desea el perdón, desea creer que sus pecados son perdonados. Desea la paz. Fue en primer lugar a una reunión, porque la vida le había vuelto inquieto. Se sentía infeliz y no hallaba satisfacción, y por ello fue a la reunión y comenzó a escuchar. Es una gran equivocación pensar que la única persona que desea paz interior es el verdadero cristiano. El mundo de hoy está hambriento y sediento de esa paz, y la busca. Muchas personas entran bajo la esfera de influencia del cristianismo porque desean esa paz, en tanto que otras acuden a distintas sectas con el mismo fin.
Lo mismo ocurre también con el deseo de consuelo y alivio. La vida es dura y difícil y todos propendemos a la tristeza y al cansancio, de modo que el mundo anhela consuelo. El resultado es que hay muchas personas que vienen a la iglesia sólo, por así decirlo, para recibir una droga. Se sientan durante el culto y ni siquiera escuchan lo que se dice. Dicen que hay algo en la atmósfera del edificio que es consolador. Anhelan consuelo. Esto lo comparten el verdadero y el falso cristiano.
Lo mismo se puede decir en el asunto de la dirección y el deseo de encontrar salida para los problemas y dificultades. No sólo el cristiano genuino está interesado en encontrar dirección. Hay incrédulos que han cometido grandes errores en la vida y, como consecuencia de ello, se sienten infelices. Dicen, "parece que siempre me equivoco; trato de hacer las cosas bien, pero mis decisiones son equivocadas!' Luego, de repente, oyen hablar a alguien acerca de dirección, a alguien que ofrece una dirección infalible, a alguien que dice que si haces lo que él dice, las cosas nunca pueden andar mal, y se aferran a esa enseñanza con avidez. No hay por qué reprochárselo; es muy comprensible. Todos nosotros conocemos este anhelo de dirección, de dirección infalible, para dejar de cometer errores y poder hacer siempre lo correcto, tomar siempre la decisión adecuada. El 'falso profesante' desea esto tanto como el verdadero cristiano.
De la misma manera quizá tenga el deseo de vivir una vida buena. No hay que ser cristiano genuino para desear vivir una vida mejor. Hay personas de elevada moral y ética fuera del ámbito de la cristiandad las cuales están muy preocupadas por vivir una vida mejor. Por esto leer filosofía y estudian sistemas éticos. Desean vivir una vida buena y moral. La enseñanza de Emerson sigue siendo popular. No se puede esperar discernir entre estos dos hombres sólo con estas pruebas.
¿Nos atreveremos a ir más allá y afirmar que el 'falso profesante' puede estar muy interesado por el poder espiritual y deseoso del mismo? Leamos de nuevo el relato de Hechos acerca de Simón el mago, en Samaria. Ese hombre vio que Felipe realizaba milagros y quedó impresionado. Él mismo había hecho esa clase de cosas, pero no con esta facilidad y poder; y se unió a los cristianos. Entonces, cuando vio que Pedro y Juan, con la imposición de manos sobre las personas, les comunicaban el don del Espíritu Santo, Simón se llenó de codicia, y les ofreció dinero a cambio de la posesión de ese poder. Lo codició, y sus descendientes espirituales de nuestros días quizá codicien también y deseen el poder espiritual. Alguien ve a otro predicando con poder espiritual y dice, "me gustaría ser así!' Se imagina erguido en el pulpito y ejerciendo un poder muy grande y esto resulta atrayente para su naturaleza carnal. Hay muchos ejemplos de hombres que son ciegos a la verdad espiritual y que con todo ansían poseer poder espiritual. Así es de sutil.
Finalmente, el 'falso profesante' también desea ir al cielo. Cree en el cielo y el infierno y no desea perderse. Desea muy específicamente ir al cielo. ¿No han conocido a personas así? Se encuentran muchas que están completamente fuera de la iglesia. Desean sí ir al cielo, y dicen que siempre han creído en Dios. Si eso es así del hombre que está claramente fuera, ¿cuánto más no lo es del cristiano que está dentro del ámbito y esfera de los intereses cristianos?
Encontramos, pues, estas extrañas semejanzas entre estas dos personas. Parecen creer y desear las mismas cosas. Son semejantes no sólo en cuanto desean lo mismo, sino también porque parecen poseerlo. Este es el pensamiento más alarmante de todos, pero las dos metáforas anteriores han subrayado esta verdad tanto como la metáfora que ahora examinamos. El 'falso profesante' cree que está seguro. Los que habían echado fuera demonios y hecho milagros en el nombre de Cristo estaban muy seguros de su salvación. No les quedaba ni una sombra de duda acerca de ello. Creían que habían sido perdonados; parecían estar en paz y disfrutando de los consuelos de la religión; parecían poseer poder espiritual y que estaban viviendo una vida mejor; decían 'Señor, Señor'; y deseaban pasar a la eternidad con Él. Sin embargo Él les dijo: "Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad!' ¿Nos damos cuenta de que es posible poseer un falso sentido de perdón? ¿Nos damos cuenta de que es posible tener dentro de si una falsa paz? Alguien dice, "No me he preocupado por mis pecados durante años!' Puedo muy bien creer esto, si es cristiano nominal solamente. El hecho de no haber pensado acerca de estas cosas durante años indica por sí mismo que algo anda mal respecto al sentido de seguridad y paz. El hombre que nunca sabe qué es poseer ciertos temores acerca de sí mismo, temores que lo empujan hacia Cristo, está en una condición sumamente peligrosa.
Se puede poseer falsa paz, falso consuelo, falsa guía. El demonio puede darnos una guía notable. También lo pueden hacer la telepatía y toda clase de fenómenos ocultos y otros muchos agentes. Hay poderes que pueden imitar fraudulentamente casi todo lo que hay en la vida cristiana. Y, como ya hemos visto en el párrafo anterior, estas personas pueden poseer un cierto poder espiritual. No cabe duda acerca de ello. Pueden poseer poder para 'echar fuera demonios' y hacer 'muchos milagros'. No había diferencia evidente entre Judas Iscariote y los otros doce discípulos, aunque Judas era 'el hijo de perdición'.
Según la enseñanza de nuestro Señor, por tanto, la semejanza entre lo verdadero y lo falso puede incluir estos puntos y llegar hasta este extremo. Sin embargo, la enseñanza de nuestro Señor es que aunque existen todas estas semejanzas entre estos dos hombres y las dos casas de la parábola y en el ámbito de la profesión cristiana, con todo, existe una diferencia vital. No es perceptible a primera vista, pero si uno la busca, resulta perfectamente clara e inconfundible. Si nos tomamos la molestia de aplicar nuestro análisis, no podemos dejar de verlo. Ya hemos indicado la naturaleza de las pruebas en nuestro examen del hombre insensato. Lo único que necesitamos hacer es aplicárselas a nosotros mismos —este apresuramiento, esta mentalidad que no escucha advertencias, que no se preocupa por planes ni detalles, que piensa que sabe lo que desea y lo que es mejor y lo busca a toda costa. Examinémonos a nosotros mismos a la luz de estos criterios y entonces veremos muy claramente a qué categoría pertenecemos. Lo puedo resumir en forma de pregunta: ¿Cuál es nuestro deseo supremo? ¿Buscamos con empeño los beneficios y bendiciones de la vida y salvación cristianas, o tenemos otro deseo más hondo o profundo? ¿Buscamos con empeño los resultados carnales, o anhelamos conocer a Dios y asemejarnos cada vez más al Señor Jesucristo? ¿Tenernos hambre y sed de justicia?


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Estudios Sobre el Sermón del Monte

por D. Martyn Lloyd-Jones

Pastor, Iglesia Westminster, Londres



CAPITULO I Introducción General
CAPITULO II Consideraciones Generales y Análisis
CAPITULO III Introducción a las Bienaventuranzas
CAPITULO IV Bienaventurados los Pobres en Espíritu
CAPITULO V Bienaventurados los que Lloran
CAPITULO VI Bienaventurados los Mansos
CAPITULO VII Justicia y Bienaventuranza
CAPITULO VIII Las Piedras de Toque del Apetito Espiritual
CAPITULO IX Bienaventurados los Misericordiosos
CAPITULO X Bienaventurados los de Limpio Corazón
CAPITULO XI Bienaventurados los Pacificadores
CAPITULO XII El Cristiano y la Persecución
CAPITULO XIII Gozo en la Tribulación
CAPITULO XIV La Sal de la Tierra
CAPITULO XV La Luz del Mundo
CAPITULO XVI Que Vuestra Luz Alumbre
CAPITULO XVII Cristo y el Antiguo Testamento
CAPITULO XVIII Cristo Cumple la ley de los Profetas
CAPITULO XIX Justicia Mayor que la de los Escribas y Fariseos
CAPITULO XX La Letra y el Espíritu
CAPITULO XXI No Matarás
CAPITULO XXII Lo Pecaminosidad Extraordinaria del Pecado
CAPITULO XXIII Mortificar el Pecado
CAPITULO XXIV Enseñanza de Cristo Acerca del Divorcio
CAPITULO XXV El Cristiano y Los Juramentos
CAPITULO XXVI Ojo por Ojo y Diente por Diente
CAPITULO   XXVII La Capa y la Segunda Milla
CAPITULO   XXVIII Negarse a Sí Mismo y Seguir a Cristo
CAPITULO  XXIX Amar a los Enemigos
CAPITULO  XXX ¿Qué Hacéis de Más?
CAPÍTULO XXXI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXII Cómo Orar
CAPITULO XXXIII Ayuno
CAPITULO XXXIV Cuando ores
CAPÍTULO XXXV Oración: Adoración
CAPÍTULO XXXVI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXVII Tesoros en la Tierra y en el Cielo
CAPITULO XXXVIII Dios o las Riquezas
CAPITULO XXXIX La Detestable Esclavitud del Pecado
CAPITULO XL No Afanarse
CAPITULO XLI Pájaros y Flores
CAPITULO XLII Poca Fe
CAPITULO XLlll Fe en Aumento
CAPÍTULO XLIV Preocupación: Causas y remedio
CAPITULO XLV 'No Juzguéis'
CAPITULO XLVI La Paja y la Viga
CAPITULO XLVII Juicio y Discernimiento Espirituales
CAPITULO XLVIII Buscar y hallar
CAPÍTULO XLIX La Regla de Oro
CAPITULO L La Puerta Estrecha
CAPITULO LI El Camino Angosto
CAPITULO LII Falsos profetas
CAPITULO LIII El Árbol y el Fruto
CAPITULO LIV Falsa Paz
CAPITULO LV Hipocresía Inconsciente
CAPITULO LVI Las Señales del Autoengaño
CAPITULO LVII Los dos Hombres y las dos Casas
CAPITULO LVIII ¿Roca o Arena?
CAPITULO LIX La Prueba y la Crisis de la Fe
CAPITULO LX Conclusión
Biblioteca
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