CAPÍTULO XLIV
Preocupación: Causas y remedio

En Mateo 6:34, nuestro Señor concluye el tema que ha venido tratando en toda esta sección del Sermón del Monte, a saber, el problema que nos plantea nuestra relación con las cosas de este mundo. Es un problema con el que todos nos enfrentamos. Las formas en que esto sucede son diferentes, como hemos visto. A algunos les tientan las posesiones mundanas que les quieren dominar en el sentido de que desean acumularlas. A otros les perturban en el sentido de que están preocupados por ellas; no es el problema de la sobreabundancia en este caso, sino el problema de la necesidad. Pero, en esencia, según nuestro Señor, es e¡ mismo problema, el problema de nuestra relación con las cosas de este mundo, y de esta vida. Como hemos visto, nuestro Señor se esmera en elaborar el argumento referente a este asunto. Se ocupa de ambos aspectos del problema y los analiza.
Aquí, en este versículo, concluye esta exposición y lo hace así. Por tres veces emplea la expresión, 'No os afanéis'. Es tan importante, que en forma deliberada lo expresa así tres veces, y específicamente respecto a la cuestión de la comida, la bebida y el vestir; y elabora el argumento, como recordarán, respecto a estos asuntos. Aquí tenemos la conclusión de todo el tema, y estoy seguro de que muchos, al leer por primera vez este versículo en su contexto, deben haber sentido casi una sensación de sorpresa de que nuestro Señor lo quisiera añadir. Parece haber alcanzado un punto culminante maravilloso en el versículo anterior, e' 33, en el que resumió su enseñanza positiva en las memorables palabras, "Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas!' Esto parece como una de esas afirmaciones finales a las que no se les puede añadir nada, y a primera vista el versículo que ahora examinamos parece ser casi un anticlímax. Uno no puede imaginar nada más elevado que, "Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia'.' Haced lo adecuado acerca de esto, dice nuestro Señor, y entonces no tendréis que preocuparos por las otras cosas; os serán dadas por añadidura. Hay que estar en una relación adecuada con Dios y Dios cuidará de uno. Pero luego pasa a decir, no os afanéis por el mañana —el futuro: porque el mañana traerá consigo su propio afán: "Basta a cada día su propio mal!'
Cuando uno se enfrenta con un problema como éste, siempre conviene hacerse una pregunta. Podemos tener la seguridad completa de que no se trata de un anticlímax; existe alguna razón muy buena para esta afirmación. Nuestro Señor nunca pronuncia palabras simplemente porque sí. Habiéndonos ofrecido esta enseñanza positiva, maravillosa, vuelve a ella y la plantea en esta forma negativa. Concluye de modo negativo y es esto, a primera vista, lo que constituye el problema. ¿Por qué lo hizo? En cuanto uno se enfrenta con el hecho y se plantea la pregunta, ve de inmediato por qué nuestro Señor lo hizo. Es porque en realidad es una extensión de su enseñanza. No es simple repetición, o simple síntesis; es eso, pero es más que eso. Al añadir esto agregó algo a su enseñanza. Hasta ahora, ha examinado este problema en cuanto nos concierne en el presente inmediato; ahora se refiere a él en cuanto abarca también el futuro. Lo extiende, lo aplica, para que abarque toda la vida. Y, si se puede utilizar esta forma de hablar y esta expresión respecto a nuestro bendito Señor, con ello muestra su profunda comprensión de la naturaleza humana y de los problemas que se nos plantean a diario en esta vida. Todos debemos convenir en que no se puede encentrar en ningún otro libro un análisis más profundo del afán, la ansiedad y la preocupación ansiosa que tiende a destruir al hombre en este mundo, que la que se encuentra en este párrafo que hemos venido examinando en detalle.
Aquí nuestro Señor muestra su comprensión definitiva de la situación. La preocupación, después de todo, es una realidad concreta; es una fuerza, un poder, y recién comenzamos a entenderla cuando nos damos cuenta de que constituye un tremendo poder. Muy a menudo tendemos a pensar acerca del estado de la preocupación como si fuere algo negativo, un fracaso por parte nuestra en hacer ciertas cosas. Es eso; es un fracaso en aplicar nuestra fe. Pero lo que debemos enfatizar, es que la preocupación es algo positivo que se apodera de nosotros y nos controla. Es un poder muy fuerte, una fuerza activa, y si no nos damos cuenta de ello, podemos tener la seguridad de que nos derrotará. Si no puede hacernos estar ansiosos, agobiados y deprimidos debido al estado y condición de las cosas con las que nos enfrentamos en el momento actual, dará el paso siguiente y centrará su atención en el futuro.
Habremos descubierto esto nosotros mismos, quizá cuando hemos tratado de ayudar a otras personas que están sufriendo debido a las preocupaciones. La conversación empieza con el hecho concreto que las ha traído hasta nosotros. Entonces se ofrecen las respuestas, mostrando cuan innecesario es preocuparse. Uno descubre, sin embargo, que casi invariablemente agregan, 'Sí, pero..! Esto es típico de la preocupación, siempre da la impresión que no quiere realmente aliviarse. La persona desea el alivio, pero la preocupación no se lo permite; y tenemos derecho a establecer esta distinción. Nuestro Señor mismo lo hace cuando habla acerca del mañana, que trae sus propios afanes. Esto es personalizar la preocupación, la considera como un poder, casi como una persona, que se apodera de uno, y a pesar de uno mismo sigue arguyendo con uno y diciéndole ahora una cosa y luego otra. Conduce a ese curioso estado perverso en el que uno casi no desea ser aliviado ni liberado: y a menudo funciona de esta forma concreta que estamos ahora examinando. Cuando a esas personas se les dan todas las respuestas y una explicación completa, dicen, "Ah sí, esto está muy bien por ahora; ¿pero qué en cuanto a mañana? ¿Qué en cuanto a la semana próxima? ¿qué en cuanto al año próximo?" y así van siguiendo, hacia el futuro; en otras palabras, si no puede elaborar su propio caso basado en los hechos que tiene frente a sí, no vacila en imaginar hechos. La preocupación tiene una imaginación activa, y puede representar toda clase de posibilidades. Puede representarse en eventualidades raras, y con su terrible poder y actividad puede transportarnos al futuro a situaciones que todavía no han ocurrido. Y ahí nos encontramos preocupados, perturbados y agobiados con algo que es puramente imaginario.
No hace falta seguir con esto porque todos sabemos exactamente qué es. Pero la clave para entender cómo tratar el tema, es caer en la cuenta de que estamos frente a una fuerza y poder en extremo vitales. No deseo exagerarlo demasiado. Hay casos en que este estado es sin duda producto de la acción de los espíritus malos; podemos ver claramente que hay otra personalidad actuando. Pero incluso sin recurrir a la posesión directa debemos reconocer el hecho de que nuestro adversario, el diablo, lo hace en diferentes formas, sirviéndose de una situación física deteriorada o aprovechándose de una tendencia natural hacia el exceso de preocupación, con lo cual ejerce tiranía y poder sobre muchos. Tenemos que entender que luchamos por sobrevivir contra un poder tremendo. Nos enfrentamos con un adversario poderoso.
Veamos cómo nuestro Señor trata este problema, esta preocupación y ansiedad por el futuro. Lo primero que debemos recordar es que lo que dice ahora se halla en el contexto de su enseñanza anterior. También aquí sería fatal tomar esta afirmación fuera de contexto. Debemos recordar todo lo que nos ha venido diciendo, porque todo sigue siendo aplicable. De ahí proseguimos hasta el argumento que utiliza ahora, en el cual nos muestra la necesidad de estar preocupados. Muestra lo necio que es esto al preguntar de hecho: ¿Por qué os permitís estar preocupados de esta manera acerca del futuro? "El día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal;' Si el presente, tal como es, ya es suficientemente malo, ¿por qué pensar en el futuro? El vivir día a día es suficiente en sí mismo, hay que contentarse con eso. Pero no sólo esto. La preocupación acerca del futuro es completamente inútil y vana; no consigue absolutamente nada. Somos muy lentos en ver esto; y sin embargo ¡cuan verdadero es! De hecho, podemos ir más allá y decir que la preocupación nunca sirve para nada. Esto se ve con especial claridad cuando uno mira hacia el futuro. Aparte de otras cosas, es un simple desperdicio de energía porque, por mucho que uno se preocupe, no se puede hacer nada respecto al mismo. De cualquier modo, las catástrofes que se ciernen son imaginarias; no son ciertas, quizá nunca sucederán.
Pero sobre todo, dice nuestro Señor, ¿no podéis ver que en un sentido, estáis hipotecando el futuro al preocuparos por él en el presente? En realidad, el resultado de preocuparse por el futuro es que uno se paraliza en el presente; está disminuyendo su eficiencia respecto al día de hoy, y con ello reduce toda su eficacia respecto a ese futuro al que habrá que llegar. En otras palabras, la preocupación es algo que se debe a un fracaso absoluto en entender la naturaleza de la vida en este mundo. Nuestro Señor parece describir la vida así. Como resultado de la Caída y del pecado siempre hay problemas en la vida, porque cuando el hombre cayó, se le dijo que en adelante iba a vivir y a comer el pan "con el sudor de su frente". Ya no estaba en el Paraíso, ya no podía limitarse a tomar los frutos y a vivir una vida fácil y placentera. Como resultado del pecado, la vida en este mundo se ha convertido en tarea. El hombre tiene que esforzarse y enfrentarse con pruebas y problemas. Todos sabemos esto, porque todos estamos sometidos a las mismas tribulaciones y pruebas.
La gran pregunta es, ¿cómo hacerles frente? Según nuestro Señor, lo vital es no dedicar los días de la existencia a aumentar la suma total de todo lo que nos vaya a suceder durante toda la vida que pasemos en este mundo. Si uno hace esto, será aplastado. Ésta no es la forma. Antes bien, hay que pensar en ello de esta manera. Hay, por así decirlo, una cantidad diaria de problemas y dificultades en la vida. Cada día tiene sus problemas; algunos de ellos son constantes día tras día; algunos varían. Pero lo importante es caer en la cuenta de que cada día ha de vivirse por sí mismo y por sí mismo como una unidad. He aquí la cantidad asignada para hoy. Muy bien; debemos hacerle frente; y ya nos ha dicho cómo debemos hacerlo. No debemos ir más allá y ocuparnos hoy de la cantidad asignada para mañana, porque así podría resultar demasiado. Debemos tomar las cosas día a día. Recordarán que nuestro Señor se enfrentó a sus discípulos cuando trataron de disuadirle para que no fuera a la poco amistosa Judea, a la casa en que Lázaro yacía muerto. Le indicaron las posibles consecuencias, y cómo podía conducirle a la muerte. La respuesta que les dio fue "¿No tiene el día doce horas?" Hay que vivir las doce horas y no más. He aquí la cantidad asignada para hoy; muy bien, hagámosle frente y ocupémonos de ello. No pensemos en el mañana. Mañana tendrá su propia cantidad asignada, pero entonces ya será mañana y no hoy.
Es muy fácil tratar esto solamente a este nivel y es muy tentador limitarse a ello. Esto es lo que se podría llamar, si se prefiere, psicología. No la así llamada nueva psicología sino la vieja psicología de la vida que el género humano ha venido practicando desde el principio. Es psicología muy profunda; es la esencia del sentido común y de la sabiduría, puramente en el nivel humano. Si uno quiere pasar por la vida sin paralizarse y agobiarse y quizá perder la salud y el control de los nervios, éstas son las reglas cardinales. No cargar con el ayer o el mañana; vivir para el día de hoy y para las doce horas en las que uno se encuentra. Es muy interesante advertir, al leer biografías, cuántos hombres han fracasado en la vida por no haber hecho esto. La mayor parte de los hombres que han triunfado en la vida se han caracterizado por esta capacidad magnífica de olvidarse del pasado. Han cometido errores. "Bien —dicen—, los he cometido y ya no tienen remedio. Si pensara en ellos por el resto de mi vida no cambiaría las cosas. No voy a ser un necio, voy a dejar que el pasado entierre sus propios muertos." El resultado es que cuando toman una decisión no pasan la noche preocupándose acerca de ella después de haberla tomado. Por otra parte, el hombre que no puede evitar volver una y otra vez al pasado se mantiene despierto diciendo, "¿Por qué hice esto?" Y así mina su energía nerviosa, y se despierta después de un sueño quebrantado, cansado e incapaz para nada. Como consecuencia de ello comete más errores, con lo cual completa el círculo vicioso de la preocupación, diciendo, "si cometo estos errores ahora, ¿qué pasará la semana próxima?" El pobre hombre ya está derrotado.
La respuesta de nuestro Señor a todo esto es la siguiente. No seamos necios, no malgastemos la energía, no pasemos el tiempo preocupándonos por lo que ha pasado, o por el futuro; he aquí el día de hoy, vivámoslo al máximo hoy. Pero claro que no debemos detenernos en ese nivel. Nuestro Señor no lo hace así. Debemos tomar esta afirmación en el contexto de su enseñanza. Por ello, una vez que se ha reflexionado acerca de ello en el ámbito natural, y una vez que se ha visto la sabiduría básica de eso, pasamos a ver que debemos aprender no sólo a confiar en Dios en general, sino también en particular. Debemos aprender a darnos cuenta de que el Dios que nos ayuda hoy será el mismo Dios mañana, y nos ayudará mañana.
Ésta es quizá la lección que muchos de nosotros necesitamos aprender, que no sólo debemos aprender a dividir nuestra vida en este mundo en estos períodos de doce a veinticuatro horas; debemos dividir toda nuestra relación con Dios exactamente de la misma manera. El peligro es que si bien creemos en Dios en general, y para toda nuestra vida, no creemos” en Él para segmentos particulares de nuestra vida. En consecuencia muchos de nosotros andamos errados. Debemos aprender a llevar las cosas a Dios a medida que se presentan. Algunos fracasan gravemente en esto porque siempre están tratando de adelantarse a Dios; siempre se sientan, por así decirlo, para preguntarse: "¿qué me va a pedir Dios que haga mañana o la semana próxima o dentro de un año? ¿Qué me va a pedir Dios entonces?" Esto es algo completamente equivocado. Nunca hay que tratar de adelantarse a Dios. Así como uno no debe adelantarse al propio futuro, no hay que adelantarse al futuro de Dios. Vivamos de día en día; vivamos una vida llena de obediencia a Dios todos los días; hagamos lo que Dios nos pide que hagamos todos los días. Nunca nos permitamos dar rienda suelta a pensamientos como estos, "Me pregunto si mañana Dios querrá de mí que haga esto o aquello'.' Nunca debe hacerse esto, dice nuestro Señor. Hay que aprender a confiar en Dios de día en día para cada ocasión específica, y nunca tratar de ir más rápido que Él.
Hay un aspecto en el que nos entregamos a Dios de una vez por todas; hay otro aspecto en el que tenemos que hacerlo cada día. Hay un aspecto en el que Dios nos lo ha dado todo en la gracia, de una vez por todas. Sí; pero también nos da gracia por partes y porciones de día en día. Debemos comenzar el día y decirnos, "He aquí un día que me va a traer ciertos problemas y dificultades; muy bien, necesitaré que la gracia de Dios me ayude. Yo sé que Dios hará que esa gracia abunde, estará conmigo según mi necesidad — 'Y como tus días serán tus fuerzas". Ésta es la enseñanza bíblica esencial respecto a este asunto; debemos aprender a dejar el futuro enteramente en las manos de Dios.
Tomemos, por ejemplo, esa grande afirmación a este respecto en Hebreos 13:8. Los cristianos hebreos estaban pasando por problemas y pruebas, y el autor de esa Carta les dice que no se preocupen, y por esta razón: "Jesucristo es el mismo ayer, y hoy por los siglos!' En efecto, dice, no hay por qué preocuparse, porque lo que Él era ayer lo es hoy, y lo será mañana. No hay que adelantarse a la vida, el Cristo que te guiará en el día de hoy será el mismo Cristo mañana. Es inmutable, eterno, siempre el mismo; por ello no hay por qué pensar acerca del mañana; pensemos más bien acerca del Cristo inmutable. O consideremos también la forma en que Pablo lo dice en 1 Corintios 10:13: "No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar". Esto es así respecto a la totalidad del futuro. No habrá prueba que caiga sobre nosotros sin que Dios nos suministre siempre la salida. La prueba nunca estará por encima de nuestra fortaleza; siempre habrá un remedio.
Podemos resumir todo esto diciendo que, al aprender con sabiduría a tomar los días de nuestra vida uno por uno a medida que vienen, y a olvidar el ayer y el mañana, también debemos aprender que es de vital importancia andar con Dios día tras día, de confiar en Él de día en día, y de recurrir a Él para las necesidades de cada día. La tentación ha que todos estamos expuestos es la de tratar de almacenar gracia para el futuro. Esto significa falta de fe en Dios. Dejémosle a Él; dejémosle enteramente a Él, confiados y seguros de que Él siempre andará con nosotros. Como dice la Escritura, Él nos "saldrá al encuentro". Estará ahí antes que nosotros para hacerle frente al problema. Vayamos a Él y encontraremos que está ahí, que lo sabe todo acerca de ello, y lo sabe todo acerca de nosotros.
Ésta, pues, es la esencia de la enseñanza. Pero si queremos exponerla honesta y plenamente, nos vemos obligados a estas alturas a considerar un problema. Las personas corrientes al leer este versículo han tendido siempre a hacerse dos preguntas "Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal;' ¿Está mal, por consiguiente, preguntan, que el cristiano ahorre, ahorre dinero, para tenerlo en reserva, como decimos, para tiempos difíciles? ¿Está bien o está mal que el cristiano saque una póliza de seguros? La respuesta es exactamente la misma que vimos al tratar la primera parte de esta sección. Ahí vimos que la respuesta es que 'no os afanéis' no quiere decir literalmente que uno no deba pensar en nada, sino que no hay que preocuparse. Esta expresión debería siempre traducirse como 'No estéis ansiosos por', 'no os inquietéis por', 'no os preocupéis por' el mañana. Vimos, como recordarán, que nuestro Señor no nos dice que, debido a que las aves de cielo se alimentan sin arar ni sembrar ni cosechar ni guardar en graneros, tampoco el hombre debería nunca arar ni sembrar, y nunca debería cosechar ni guardar en graneros. Esto es ridiculizar las cosas, porque Dios mismo es quien ordenó el tiempo de siembra y el tiempo de cosecha. Y el labrador, cuando ara, de hecho se ocupa adecuadamente del mañana porque sabe que la cosecha no va a crecer automáticamente. Tiene que arar la tierra y cuidarla, y cuando llega el tiempo, cosecha y guarda en graneros. En un sentido todo esto es preparación para el futuro, y desde luego la Biblia no lo condena. Antes bien, la Biblia incluso lo recomienda. Así es como el hombre tiene que vivir su vida en este mundo según las ordenadas de Dios mismo. Así pues, este versículo no debe tomarse en ese sentido tonto y ridículo. No tenemos que limitarnos a sentarnos y a esperar que la comida y la ropa nos lleguen; esto es ridiculizar la enseñanza.
Esto nos autoriza, creo, a dar el paso siguiente y decir que la enseñanza de nuestro Señor siempre es que tenemos que hacer lo justo, lo razonable, lo legítimo. Pero —y ahí es donde entra la enseñanza de este versículo— nunca debemos pensar demasiado acerca de estas cosas, o preocuparnos tanto por ellas que dejemos que dominen nuestra vida, o limiten nuestra utilidad en el presente. Éste es el punto en el que cruzamos el límite entre el pensamiento y cuidado razonables y el cuidado y preocupación ansiosos. Nuestro Señor no condena al hombre que ara la tierra y siembra la semilla, sino al hombre que, una vez hecho esto, se sienta y comienza a preocuparse acerca de ello y tiene la mente siempre centrada en ello, al hombre que está obsesionado con el problema de la vida y el vivir, y con el temor del futuro. Esto es lo que condena, porque ese hombre no sólo limita su utilidad en el presente, no sólo paraliza el presente con temores del futuro, sino, sobre todo, permite que estos cuidados dominen su vida. Todo hombre en esta vida, como resultado del pecado y la caída, tiene sus problemas. Los problemas son inevitables; la existencia en sí misma es un problema. Por consiguiente, tengo que hacer frente a los problemas pero no he de permitir que me dominen y me agobien. En el momento en que un problema me domina, me encuentro en este estado de preocupación y ansiedad que es malo. Así pues, puedo pensar y tener cuidado razonable, tomar medidas razonables, y luego no debería pensar más acerca de ello. Incluso los asuntos necesarios no deben convertirse en mi vida. No debo dedicar todo el tiempo a los mismos, y no deben ocupar siempre mi pensamiento.
Todavía debemos dar un paso más. Nunca debo permitir que el pensar acerca del futuro inhiba en ningún modo mi utilidad en el presente. Voy a explicarme. Hay muchas causas buenas en este mundo, que necesitan nuestra ayuda y colaboración, y hay que mantenerlas en marcha de día en día. Y hay ciertas personas que están tan preocupadas acerca de cómo van a poder vivir en el futuro que no tienen tiempo de ayudar en causas que lo necesitan en es te momento. Esto es lo malo. Si yo permito que mi preocupación por el futuro me paralice en el presente, soy culpable de la preocupación; pero si tomo medidas razonables, de una manera legítima, y luego vivo mi vida plenamente en el presente, todo está bien. Además no hay nada en la Biblia que indique que está mal ahorrar o tener un seguro. Pero si siempre estoy pensando en este seguro, o en el balance bancario, o en si he ahorrado bastante y así sucesivamente, entonces esto es algo que le preocupa a nuestro Señor y que condena. Esto se podría ilustrar de muchas formas distintas.
El peligro que encierra este texto es que las personas tomen una de dos posiciones extremas. Hay quienes dicen que el cristiano debería vivir su vida plenamente y no debería tomar medidas para el futuro. Del mismo modo, hay quienes dicen que está mal recoger colectas en los servicios religiosos, que estas cosas sólo deben nacer de la fe. Pero no es tan fácil como sugieren porque el apóstol Hablo enseña a los miembros de la iglesia en Corinto no sólo a que recojan colectas sino que les dice que las separen el primer día de la semana. Les da instrucciones detalladas; y en el Nuevo Testamento se encuentran muchas enseñanzas sobre las colectas por los santos.
No debe haber malos entendidos a este respecto; la enseñanza de la Biblia es perfectamente clara y explícita. Hay dos formas de sostener la obra de Dios, y lo que se aplica a la obra de Dios se aplica a toda nuestra vida como cristianos en este mundo. Hay algunos hombres que sin duda han sido llamados a un ministerio especial de fe. Lean por ejemplo 1 Corintios 12, y entre los dones que el Espíritu Santo según su propia voluntad dispensa al hombre, encontrarán que hay el llamado don de fe. No es el don de milagros; es el don de fe, es un don especial. ¿Qué es esta fe, pues? No es fe salvador?, porque todos los cristianos la tienen. ¿Qué es, pues? Es evidentemente la clase de fe que recibieron por ejemplo, un George Muller y un Hudson Taylor. Estos hombres recibieron un don especial de Dios a fin de que pudiera manifestar su gloria por medio de ellos en esa forma particular. Pero estoy igualmente seguro de que Dios llamó al Dr. Barnardo para realizar la misma clase de labor y le dijo que recogiera colectas e hiciera llamamientos. El mismo Dios opera en los hombres santificados en distintas formas; pero es obvio que ambos métodos son igualmente legítimos. O tomemos otra ilustración. Sería muy difícil encontrar dos hombres más santos y dedicados que George Muller y George Whitefield. Muller recibió definitivamente el llamamiento de fundar un orfanato que iba a sostener por fe y oración, en tanto que Whitefield fue llamado a comenzar un orfanato en América y mantenerlo en funcionamiento con llamamientos al pueblo de Dios para que dieran contribuciones.
Ésta es claramente la verdad respecto a la forma de vivir de la iglesia, según lo enseña la Biblia; y deberíamos aplicar exactamente los mismos principios a nuestra vida personal. Hay ciertas personas que pueden haber sido llamadas por Dios para vivir esta clase particular de vida que manifiesta ese don de fe. Hay personas para quienes ahorrar dinero o hacerse una póliza de seguros sería malo. Pero decir que todo el que se hace una póliza de seguros o que ahorra no es por ello cristiano, es erróneo. "Cada uno esté plenamente convencido en su propia mente"; que cada uno se examine a este respecto; que nadie condene a otro. Todo lo que debemos decir es esto: la Biblia ciertamente permite el cuidado razonable, a no ser que uno esté seguro de que Dios lo ha llamado a vivir la vida de otra forma. Es, por consiguiente, completamente erróneo y no bíblico condenar los ahorros y los seguros a la luz de este texto. Pero por otra parte, debemos tener siempre cuidado de mantener y guardar este equilibrio.
Resumamos esta enseñanza presentándola en forma de una serie de principios generales.
El primero es éste: todas las cosas de las que hemos tratado en los últimos cuatro o cinco capítulos se aplican sólo a los cristianos. Alguien me dijo una vez. "¿Cómo es posible que esta enseñanza acerca del cuidado de Dios por los hombres sea verdadera? Con todas las necesidades y pobreza que existe en el mundo, con todo el sufrimiento de hombres sin techo y desplazados, ¿cómo puede afirmar eso?" La respuesta es que las promesas son sólo para los cristianos. ¿Cuál es la causa más común de la pobreza? ¿Por qué andan los niños andrajosos y sin alimento? ¿No suele ser a causa de los pecados de los padres? El dinero se ha gastado en bebida o se ha malgastado en cosas vanas o malas. Analicen las causas de la pobreza y encontrarán que los resultados son iluminadores. Estas promesas se hacen sólo a los cristianos; no son promesas universales para todos. Tomemos esa gran afirmación de David, "Joven fui, y he envejecido, y no he visto justo desamparado, ni su descendencia que mendigue pan!' Aplicado al justo creo que es literalmente verdadero, pero tengamos cuidado en entender el significado de la palabra 'justo'. No dice, "no he visto al que se profesa cristiano desamparado, ni su descendencia que mendigue pan!' Dice el 'justo'. Creo que si uno examina su propia experiencia tendrá que estar de acuerdo con David en que no hemos visto nunca al justo desamparado ni a su descendencia mendigar pan. Ahora la palabra importante es 'descendencia'. ¿Hasta dónde se extiende? ¿Se extiende a la posteridad y a la descendencia de este hombre para siempre? No lo creo. Creo que se aplica sólo a su descendencia inmediata, por qué el nieto puede ser un malvado, por tanto la promesa de Dios no se mantiene, Dios no dice que va a bendecir al hombre que vive una vida impía. Es para el justo y su descendencia —ésta es la promesa— y desafiamos a cualquiera que nos diera un ejemplo de lo contrario. Estas promesas son sólo para el pueblo de Dios. Siempre se basa en la doctrina cristiana; si uno no cree la doctrina, no se le aplica.
En segundo lugar; la preocupación es siempre un fracaso en captar y aplicar la fe. La fe no actúa automáticamente. Hemos visto esto muy a menudo durante estos estudios. Nunca pensemos en la fe como en algo que se pone dentro de nosotros para que actúe automáticamente; hemos de aplicarla. La fe tampoco crece automáticamente; debemos aprender a hablar a nuestra fe y a nosotros mismos. Podemos pensar en la fe en función de un hombre que sostiene una conversación consigo mismo acerca de sí mismo y acerca de su fe. ¿Recuerdan cómo lo dice el salmista en el salmo 42? Veámoslo cómo se vuelve hacia sí mismo y se dice, "¿Por qué te abates, oh alma mía, y por qué te turbas dentro de mí?" Ésta es la forma de hacer crecer la fe. Uno debe hablar consigo mismo acerca de la fe. Uno debe hacerse la pregunta de cuál es el problema que tiene con la fe. Uno debe preguntar a su alma por qué está abatida, y despertarla. El hijo de Dios habla consigo mismo; razona consigo mismo; se sacude y recuerda su fe, e inmediatamente su fe comienza a crecer. No imaginemos que porque uno es cristiano todo lo que hay que hacer es seguir viviendo mecánicamente. La fe no crece mecánicamente, hay que cuidarla. Para emplear la analogía de nuestro Señor, hay que ahondar en torno a ella, y prestarle atención. Entonces veremos que crece.
Finalmente, una gran parte de la fe, en especial en relación con esto, consiste simplemente en apartar los pensamientos ansiosos. Para mí, esto es quizá lo más importante y lo más práctico de todo. Fe significa negarse a pensar en cosas que preocupan, negarse a pensar en el futuro en el sentido equivocado. El diablo y todas las circunstancias adversas harán todo lo posible para que uno piense en ello, pero si uno tiene fe dirá: "No; me niego a preocuparme. He llevado a cabo mi esfuerzo razonable; he hecho lo que creía ser justo y legítimo, y no quiero pensar ya más en ello." Esto es fe, y es verdad sobre todo respecto al futuro. Cuando el diablo llega con sus insinuaciones, tratando de introducirlas en uno —las flechas ponzoñosas del maligno— hay que decir, "No; no me interesa. El Dios en quien confío para el día de hoy, en Él también confiaré mañana. Me niego a escuchar, no quiero prestar atención a tus pensamientos!' La fe es negarse a verse agobiado por qué hemos descargado este peso en el Señor. Que Él, con su gracia infinita, nos dé sabiduría y gracia para poner en práctica estos principios sencillos y con ello gozarnos en Él, de día en día.



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Estudios Sobre el Sermón del Monte

por D. Martyn Lloyd-Jones

Pastor, Iglesia Westminster, Londres



CAPITULO I Introducción General
CAPITULO II Consideraciones Generales y Análisis
CAPITULO III Introducción a las Bienaventuranzas
CAPITULO IV Bienaventurados los Pobres en Espíritu
CAPITULO V Bienaventurados los que Lloran
CAPITULO VI Bienaventurados los Mansos
CAPITULO VII Justicia y Bienaventuranza
CAPITULO VIII Las Piedras de Toque del Apetito Espiritual
CAPITULO IX Bienaventurados los Misericordiosos
CAPITULO X Bienaventurados los de Limpio Corazón
CAPITULO XI Bienaventurados los Pacificadores
CAPITULO XII El Cristiano y la Persecución
CAPITULO XIII Gozo en la Tribulación
CAPITULO XIV La Sal de la Tierra
CAPITULO XV La Luz del Mundo
CAPITULO XVI Que Vuestra Luz Alumbre
CAPITULO XVII Cristo y el Antiguo Testamento
CAPITULO XVIII Cristo Cumple la ley de los Profetas
CAPITULO XIX Justicia Mayor que la de los Escribas y Fariseos
CAPITULO XX La Letra y el Espíritu
CAPITULO XXI No Matarás
CAPITULO XXII Lo Pecaminosidad Extraordinaria del Pecado
CAPITULO XXIII Mortificar el Pecado
CAPITULO XXIV Enseñanza de Cristo Acerca del Divorcio
CAPITULO XXV El Cristiano y Los Juramentos
CAPITULO XXVI Ojo por Ojo y Diente por Diente
CAPITULO   XXVII La Capa y la Segunda Milla
CAPITULO   XXVIII Negarse a Sí Mismo y Seguir a Cristo
CAPITULO  XXIX Amar a los Enemigos
CAPITULO  XXX ¿Qué Hacéis de Más?
CAPÍTULO XXXI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXII Cómo Orar
CAPITULO XXXIII Ayuno
CAPITULO XXXIV Cuando ores
CAPÍTULO XXXV Oración: Adoración
CAPÍTULO XXXVI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXVII Tesoros en la Tierra y en el Cielo
CAPITULO XXXVIII Dios o las Riquezas
CAPITULO XXXIX La Detestable Esclavitud del Pecado
CAPITULO XL No Afanarse
CAPITULO XLI Pájaros y Flores
CAPITULO XLII Poca Fe
CAPITULO XLlll Fe en Aumento
CAPÍTULO XLIV Preocupación: Causas y remedio
CAPITULO XLV 'No Juzguéis'
CAPITULO XLVI La Paja y la Viga
CAPITULO XLVII Juicio y Discernimiento Espirituales
CAPITULO XLVIII Buscar y hallar
CAPÍTULO XLIX La Regla de Oro
CAPITULO L La Puerta Estrecha
CAPITULO LXI El Camino Angosto
CAPITULO LII Falsos profetas
CAPITULO LIII El Árbol y el Fruto
CAPITULO LIV Falsa Paz
CAPITULO LV Hipocresía Inconsciente
CAPITULO LVI Las Señales del Autoengaño
CAPITULO LVII Los dos Hombres y las dos Casas
CAPITULO LVIII ¿Roca o Arena?
CAPITULO LIX La Prueba y la Crisis de la Fe
CAPITULO LX Conclusión
Biblioteca
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