CAPITULO XVI
Que Vuestra Luz Alumbre

En los dos últimos capítulos hemos examinado las dos afirmaciones positivas que nuestro Señor hizo acerca del cristiano: es 'la sal de la tierra' y 'la luz del mundo.' Pero no se contentó con afirmar algo en forma positiva. Es evidente que este asunto era tan importante para El que quiso subrayarlo, como solía hacerlo, con ciertas negaciones. Quería que esas personas a las que se estaba dirigiendo, y, de hecho, todos los cristianos de todas las épocas, vieran con claridad que somos lo que El nos ha hecho a fin de que lleguemos a algo. Este es el tema que uno encuentra a lo largo de la Biblia. Se ve muy bien en aquella afirmación del apóstol Pedro, 'Vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable' (1 P. 2:9). Este es el tema, en cierto sentido, de todas las Cartas del Nuevo Testamento, lo cual nos demuestra una vez más lo necio de considerar este Sermón del Monte como destinado tan sólo a algunos cristianos que han de vivir en una época o dispensación futura. Porque la enseñanza de los apóstoles, como vimos en la introducción general a este Sermón, no es sino una elaboración de lo que tenemos aquí. Sus cartas nos dan muchos ejemplos de cómo se pone en práctica esto que estamos estudiando. En Filipenses 2, el apóstol Pablo describe a los cristianos como 'luminares' o 'luces' en el mundo, y los exhorta por ello a 'asirse de la palabra de vida.' Constantemente emplea la comparación de la luz y las tinieblas para mostrar cómo el cristiano actúa en la sociedad por ser cristiano. Nuestro Señor parece muy deseoso de dejar bien impreso esto en nosotros. Tenemos que ser la sal de la tierra. Muy bien; pero recordemos, 'si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres.' Somos 'la luz del mundo.' Con todo; recordemos que 'una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa.' Luego tenemos esta exhortación final que vuelve a sintetizarlo todo: 'Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.'
Dada la forma en que nuestro Señor pone de relieve esto es obvio que debemos examinarlo. No basta sólo recordar que hemos de actuar como sal en la tierra o como luz en el mundo. Debemos también comprender el hecho de que debe convertirse en lo más importante de la vida, por las razones que vamos a estudiar. Quizá la mejor manera de hacerlo es presentarlo en forma de afirmaciones o proposiciones sucesivas.
Lo primero que hay que examinar es por qué nosotros como cristianos debemos ser sal y luz, y por qué debemos desear serlo. Me parece que nuestro Señor emplea tres razones básicas. La primera es que, por definición, tenemos que ser así. Las comparaciones que emplea sugieren esa enseñanza. La sal es para salar, nada más. La luz tiene como función y propósito iluminar. Debemos empezar por ahí y caer en la cuenta de que estas cosas son evidentes de por sí y que no necesitan ilustración. Pero en cuanto decimos esto, ¿no tiende acaso a resultar como un reproche para todos nosotros? Somos muy propensos a olvidar estas funciones esenciales de la sal y la luz. A medida que nos adentremos en la exposición, creo que estarán de acuerdo en que necesitamos que se nos recuerde esto constantemente. La lámpara, como dice nuestro Señor —y no hace más que emplear el sentido común— la lámpara se prende para que ilumine la casa. Es el único fin que se busca con prenderla. El propósito es que la luz se difunda en ese ámbito determinado. Esta, por tanto, es nuestra primera afirmación. Tenemos que caer en la cuenta de qué es el cristiano, por definición, y ésta es la definición que nuestro Señor da de él. Por tanto, desde el comienzo, cuando empezamos a describir al cristiano a nuestra manera, esta definición nunca debe incluir menos de eso. Lo esencial en él es esto: 'sal' y 'luz'.
Pero pasemos a la segunda razón. Me parece que es, que nuestra posición resulta no sólo contradictoria sino ridícula si no actuamos así. Hemos de ser como 'una ciudad asentada sobre un monte,' y 'una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder.' En otras palabras, si somos verdaderos cristianos no se nos puede esconder. O dicho de otro modo, el contraste entre nosotros y los demás ha de ser del todo evidente y perfectamente obvio. Pero nuestro Señor no se queda ahí; va más allá. Nos pide, en efecto, que imaginemos a alguien que prende una luz y luego la pone debajo de un almud en vez de colocarla sobre un candelero. Ciertos comentaristas antiguos han dedicado mucho tiempo a definir qué significa en este caso 'almud,' a veces con resultados curiosos. Para mí lo importante es que oculta la luz, y no importa mucho de qué se trate si ese es el efecto que produce. Lo que nuestro Señor dice es, que es un proceder ridículo y contradictorio. El propósito de prender una luz es que ilumine. Y todos estaremos de acuerdo en que es del todo ridículo que alguien la cubra con algo que le impide conseguir ese propósito. Sí; pero recordemos que nuestro Señor habla de nosotros. Existe el peligro, o por lo menos la tentación, de que el cristiano se comporte de esa manera ridícula y vana, y por esto lo subraya así. Parece decir, 'Os he hecho algo que ha de ser como una luz, como una ciudad asentada sobre un monte que no se puede ocultar. ¿La están ocultando deliberadamente? Bien, si es así, aparte de otras cosas, resulta completamente ridículo y necio.'
Pasemos a la última fase de su razonamiento. Hacer esto, según nuestro Señor, es volvernos del todo inútiles. Esto es chocante, y no cabe duda de que emplea estas dos comparaciones para hacer resaltar ese punto concreto. La sal sin sabor de nada sirve. En otras palabras, como dije al principio, hay una sola cualidad esencial en la sal, y es salar. Cuando no sala de nada sirve. No ocurre así en todo. Tomemos las flores, por ejemplo; cuando están vivas son muy hermosas y despiden perfume; pero cuando mueren no se vuelven completamente inútiles. Se pueden echar a la basura y pueden resultar útiles como estiércol. Así ocurre con muchas otras cosas. No se vuelven inútiles cuando su función primaria ya no se cumple. Todavía sirven para alguna otra función secundaria o subsidiaria. Pero lo extraordinario en el caso de la sal es que en cuanto deja de salar no sirve para nada; 'no sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres.' Resulta difícil saber qué hacer con ella; no se puede echar al estiércol, porque perjudica. No tiene función ninguna, y lo único que se puede hacer es echarla lejos. Nada le queda una vez que pierde la cualidad esencial y el propósito para el cual ha sido hecha. Lo mismo ocurre con la luz. La característica esencial de la luz es ser luz, dar luz, y no tiene realmente ninguna otra función. Su cualidad esencial es su única cualidad, y una vez que la pierde, se vuelve completamente inútil.
Según el razonamiento de nuestro Señor, esto es lo que hay que decir del cristiano. Tal como lo entiendo, y me parece de una lógica inevitable, no hay nada en el universo de Dios que sea más inútil que un cristiano puramente de apariencia. El apóstol Pablo describe esto cuando habla de ciertas personas que 'tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella.' Parecen cristianos pero no lo son. Desean presentarse como cristianos, pero no actúan como tales. Son sal sin sabor, luz sin luz, si tal cosa se pudiera imaginar. Quizá se pueda conseguir cuando se piensa en la ilustración de la luz puesta debajo del almud. Si se piensa en la experiencia y observaciones de uno, se da uno cuenta de que eso es la verdad pura. El cristiano de forma sabe bastante del cristianismo, como para que el mundo le resulte incómodo; pero no sabe lo suficiente como para que resulte de valor para ese mundo. No está de acuerdo con el mundo porque sabe lo suficiente de él como para tener miedo de ciertas cosas; y los que viven como mundanos saben que trata de ser diferente y que no puede ser completamente de los suyos. Por otra parte no tiene una verdadera intimidad con los cristianos. Posee suficiente 'cristianismo' para echar a perder todo lo demás, pero no lo suficiente para hacerlo feliz, para darle paz, gozo y abundancia de vida. Me parece que esas personas son las más infelices del mundo. No actúan ni como mundanas ni como cristianas. No son nada, ni sal ni luz, ni una cosa ni otra. Y de hecho, viven como parias; parias, por así decirlo, del mundo y de la Iglesia. No quieren considerarse como del mundo, mientras que por otra parte no entran a formar parte plena de la vida de la Iglesia. Así lo sienten ellos mismos y los demás. Siempre hay esa barrera. Son parias. Lo son más, en un sentido, que el que es completamente mundano y no pretende nada, porque por lo menos tiene su grupo.
Estas son, pues, las personas más trágicas y patéticas, y la advertencia solemne que tenemos en este versículo es la advertencia de nuestro Señor contra los que viven en ese estado y condición. Las parábolas de Mateo 25 refrendan esto; en ellas se nos habla de la exclusión definitiva de tales personas, como sal que se echa fuera. Para su sorpresa vendrán a hallarse al lado de afuera de la puerta, pisoteados por los hombres. La historia demuestra esto. Ha habido ciertas Iglesias que, habiendo perdido el sabor, o habiendo dejado de irradiar la luz verdadera, han sido pisoteadas. Hubo en otro tiempo una Iglesia muy vigorosa en África del Norte que produjo muchos cristianos santos, incluyendo el gran San Agustín. Pero perdió el sabor y la verdadera luz, y por ello fue pisoteada y dejó de existir. Lo mismo ha sucedido en otros países. Que Dios nos dé gracia para tener en cuenta esta solemne advertencia. La profesión puramente superficial del cristianismo vendrá a acabar así.
Quizá lo podríamos resumir así. Al cristiano verdadero no se lo puede ocultar, no puede pasar desapercibido. El que vive y actúa como verdadero cristiano se destacará. Será como la sal; será como ciudad situada sobre un monte, como candela puesta en un candelero. Pero todavía podemos añadir algo. El verdadero cristiano no desea siquiera ocultar esa luz. Ve lo ridículo que es pretender ser cristiano y a pesar de ello tratar expresamente de ocultarlo. El que cae en la cuenta de qué significa ser cristiano, el que cae en la cuenta de todo lo que la gracia de Dios ha significado para él, y comprende que, en última instancia, Dios ha hecho esto a fin de que influya en otros, no puede ocultarlo. No sólo esto; no desea ocultarlo, porque razona así, 'En último término el objetivo y propósito de todo eso es que actúe de esta manera.'
Estas comparaciones e ilustraciones, pues, tienen como fin, según la intención de nuestro Señor, mostrarnos que cualquier deseo que hallemos en nosotros de ocultar el hecho de que somos cristianos, no sólo hay que considerarlo como ridículo y contradictorio, es, si lo aceptamos y persistimos en él, algo que (aunque no acabo de entender esta doctrina) puede conducir a una exclusión final. Digámoslo así. Si vemos en nosotros una tendencia a ponerla luz bajo un almud, debemos comenzar a examinarnos y a tratar de asegurarnos de que es realmente 'luz'. Es un hecho que la sal y la luz quieren manifestar su cualidad esencial, de modo que si hay algo de incertidumbre en cuanto a ello, debemos examinarnos para descubrir la causa de esta posición ilógica y contradictoria. O para decirlo en una forma más sencilla. La próxima vez que me encuentre con esa tendencia de encubrir el hecho de que soy cristiano, quizá con el fin de congraciarme con alguien o de evitar persecuciones, tengo que pensar en el que prende la candela y la oculta bajo el almud. En cuanto piense en esto y vea lo ridículo que es, reconoceré que la mano sutil que me brindaba ese almud era la del diablo. Por tanto la rechazaré, y la luz brillará con más esplendor.
Esta es la primera afirmación. Pasemos ahora a la segunda, la cual es muy práctica. ¿Cómo podemos asegurarnos de que actuamos realmente como sal y luz? En un sentido ambas ilustraciones lo indican, pero la segunda es quizá más sencilla que la primera. Nuestro Señor habla de la dificultad, de la imposibilidad de devolver a la sal su sabor. Los comentaristas se han interesado mucho por esto y dan el ejemplo de un hombre que una vez, estando de viaje, encontró una clase de sal que había perdido el sabor. ¡Cuan necios resultamos cuando comenzamos a estudiar la Biblia en función de palabras y no de doctrina! No hace falta ir a Oriente para encontrar sal sin sabor; el único propósito de nuestro Señor fue mostrar lo ridículo que todo resulta.
La segunda de las ilustraciones es más concreta. La lámpara necesita sólo dos cosas —aceite y mecha—, las cuales siempre van juntas. Claro que hay personas que a veces hablan del aceite sólo, mientras otras sólo mencionan la mecha. Pero sin aceite y mecha nunca dará luz. Ambas son absolutamente esenciales, y por ello hay que prestar atención a ambas. La parábola de las diez vírgenes nos ayuda a recordarlo. El aceite es del todo esencial y vital; nada podemos hacer sin él, y las Bienaventuranzas tratan precisamente de subrayar este hecho. Hemos de recibir esta vida, esta vida divina. No podemos actuar como luz sin ella. Somos sólo 'la luz del mundo' en cuanto el que es 'la luz del mundo' actúa en nosotros y por medio de nosotros. Lo primero, pues, que debemos preguntarnos es, ¿He recibido esta vida divina? ¿Sé que Cristo mora en mí? Pablo pide por los efesios para que Cristo more en sus corazones con abundancia por la fe, a fin de que puedan llenarse con la plenitud de Dios. Toda la doctrina referente a la acción del Espíritu Santo consiste esencialmente en esto. No consiste en otorgar dones particulares, tales como lenguas o alguna de las otras cosas por las que la gente tanto se interesa. Su propósito es dar vida y las gracias del Espíritu, lo cual es la senda más excelente. ¿Estoy seguro de que tengo el aceite, la vida, que sólo el Espíritu de Dios puede darme?
La primera exhortación, pues, debe ser que lo busquemos sin cesar. Esto significa, desde luego, oración, que es la acción de ir a recibirlo. A menudo solemos pensar que estas invitaciones benévolas de nuestro Señor son algo que se da una vez por siempre. Dice, 'Venid a mí' si queréis el agua de vida, 'venid a mí' si queréis el pan de vida. Pero tendemos a pensar que una vez que hemos ido a Cristo ya tenemos para siempre esta provisión. No es así. Es una provisión que tenemos que renovar; tenemos que ir a buscarla constantemente. Tenemos que vivir en contacto con El; sólo en cuanto recibimos sin cesar esta vida podemos actuar como sal y luz.
Pero, desde luego, no sólo significa oración constante; significa lo que nuestro Señor mismo describe como 'hambre y sed de justicia.' Recordarán que interpretamos eso como algo que nunca se interrumpe. Somos saciados, sí; pero siempre deseamos más. Nunca permanecemos estáticos, nunca nos dormimos en los laureles, nunca decimos, 'una vez por todas.' Nunca. Seguimos teniendo hambre y sed; seguimos dándonos cuenta de la necesidad perenne que tenemos de El y de esta provisión de vida y de todo lo que nos puede dar. Por esto seguimos leyendo la palabra de Dios en la que podemos aprender mucho acerca de El y de la vida que nos ofrece. La provisión de aceite es esencial. Lean las biografías de aquellos que obviamente han sido como ciudades situadas sobre un monte que no se puede ocultar. Verán que no dicen, 'He ido a Cristo una vez por todas; esta es la experiencia culminante de la vida que durará para siempre.' En absoluto; nos dicen que sintieron como necesidad absoluta de pasar horas en oración, estudio de la Biblia y meditación. Nunca dejaron de ir en busca de aceite y recibir provisión del mismo.
El segundo elemento esencial es la mecha. Debemos ocuparnos también de esto. Para mantener la lámpara ardiendo el aceite no basta; hay que avivar constantemente la mecha. Esto dice nuestro Señor. Muchos de nosotros no hemos conocido otra cosa que la electricidad. Pero algunos quizá recuerden cómo había que tener cuidado de la mecha. En cuanto comenzaba a echar humo, no alumbraba, de modo que había que avivarla. Y era un proceso delicado. ¿Qué significa esto en la práctica? Creo que significa que hemos de recordar constantemente las Bienaventuranzas. Deberíamos leerlas todos los días. Tendría que recordar a diario que he de ser pobre en espíritu, misericordioso, manso, pacificador, de corazón limpio, y así sucesivamente. No hay nada que sirva mejor para mantener la mecha en buen funcionamiento que recordar lo que soy por la gracia de Dios, y lo que he de ser. Me parece que debería hacer esto todas las mañanas antes de comenzar el día En todo lo que hago y digo, he de ser como ese hombre que veo en las Bienaventuranzas. Comencemos con esto y concentrémonos en ello.
Pero no sólo hemos de recordar las Bienaventuranzas, hemos de vivir en consecuencia. ¿Qué significa esto? Significa que hemos de evitar todo lo que se opone a las mismas, que hemos de ser completamente diferentes del mundo. Me resulta trágico que tantos cristianos, por no querer ser diferentes ni sufrir persecución, parecen vivir lo más cerca que pueden del mundo. Pero esto resulta una contradicción de términos. No hay término medio entre luz y tinieblas; es una cosa u otra, y no hay acuerdo posible entre ellas. O se es luz o no se es. Y el cristiano ha de ser así en la tierra. No sólo no debemos ser como el mundo, sino que hemos de esforzarnos en ser lo más diferentes de él que podamos.
En un sentido positivo, sin embargo, significa que deberíamos demostrar esta diferencia en nuestra vida, y esto, desde luego, se puede hacer de mil maneras. No puedo dar una lista completa; lo que sé es que significa, como mínimo, vivir una vida separada. El mundo se está volviendo cada vez más grosero; áspero, feo, estrepitoso. Creo que estaremos de acuerdo en ello. A medida que la influencia cristiana va disminuyendo en el país, todo el tono de la sociedad se vuelve más basto; incluso las pequeñas cortesías son cada vez más escasas. El cristiano no ha de vivir así. Tendemos demasiado a limitarnos a decir, 'Soy cristiano,' o '¿No es maravilloso ser cristiano?' y luego a veces somos bruscos y desconsiderados. Recordemos que éstas son cosas que proclaman lo que somos. Hemos de ser humildes, pacificadores, pacíficos en nuestro hablar y actuar, y sobre todo en nuestras reacciones ante los demás. Creo que el cristiano tiene mayores oportunidades hoy que hace un siglo, debido al estado actual del mundo y de la sociedad. Creo que la gente nos observa muy de cerca porque decimos ser cristianos ; y observa las reacciones que tenemos frente a los demás y ante lo que dicen y hacen respecto a nosotros. ¿Nos airamos? El no cristiano lo hace; el cristiano no debería hacerlo. Debe ser como el hombre de las Bienaventuranzas, y por ello reacciona en forma diferente. Y cuando se halla frente a acontecimientos mundiales, ante guerras y rumores de guerras, ante calamidades, pestilencias y demás, no se angustia, perturba ni irrita. El mundo sí reacciona así; el cristiano no. Es esencialmente diferente.
El último principio es la importancia suprema de hacer todo esto en la forma adecuada. Hemos considerado qué es ser como sal; hemos examinado por qué hemos de ser como luz.    Hemos visto cómo ser así, cómo asegurarnos de lo que somos. Pero hay que hacerlo de la forma adecuada. 'Así alumbre vuestra luz delante de los hombres,' —la palabra importante aquí es 'así'— 'para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.' Tiene que haber una ausencia completa de ostentación y exhibicionismo. ¿Es difícil en la práctica, no es cierto, situar la línea divisoria entre funcionar verdaderamente como sal y luz, y con todo no hacerse reos de ostentación? Pedro esto se nos dice que hagamos. Hemos de vivir de tal modo que los demás vean nuestras buenas obras, pero glorifiquen a nuestro Padre que está en los cielos. Es difícil actuar como verdadero cristiano, y con todo no caer en exhibicionismo. Esto es así incluso al escuchar el evangelio, aparte del predicarlo. Al revelarlo en nuestra vida diaria, debemos recordar que el cristiano no atrae la atención sobre sí. El yo se ha olvidado en esta pobreza de espíritu, en la mansedumbre y en todas las otras cosas. En otras palabras, hemos de hacerlo todo por Dios, por su gloria. El yo ha de estar ausente, y debe ser completamente aplastado con todas sus sutilezas, por amor a El, por su gloria.
Se sigue de esto que hemos de hacer todas estas cosas de tal forma que conduzcamos a otros hombres a glorificarlo, a entregarse a El. 'Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras.' Sí; y verlas de tal modo que ellos a su vez glorifiquen a su Padre que está en los cielos. No sólo hemos de glorificar nosotros a nuestro Padre; hemos de hacerlo de tal modo que esas personas lo puedan glorificar también.
Esto a su vez conduce al hecho de que, por ser verdaderamente cristianos, hemos de tener gran pesar en el corazón por esas personas. Hemos de caer en la cuenta de que están en tinieblas, y en estado de contaminación. En otras palabras, cuanto más acercamos nuestra vida a El, tanto más semejantes a El nos volveremos; y El tuvo una gran compasión por la gente. Vio a las personas como ovejas sin pastor. Tuvo gran compasión por ellos, y esto decidió su conducta. No se preocupó por sí mismo; tuvo compasión de la multitud. Así hemos de vivir ustedes y yo, así hemos de considerar estas cosas. En otras palabras, en todas nuestras acciones y vivir cristiano estas tres cosas deben ocupar siempre un puesto prominente. Hacerlo todo por El y por su gloria. Conducir a los hombres a El para que lo glorifiquen. Que todo se base en amor y compasión por ellos en su condición perdida.
Esta es la forma en que nuestro Señor nos exhorta a demostrar lo que ha hecho por nosotros. Debemos vivir como personas que han recibido de El vida divina. Ridiculiza lo opuesto. Coloca frente a nosotros este cuadro maravilloso de hacernos como El en este mundo. Los hombres comenzaban a pensar en Dios al verlo. ¿Se han dado cuenta de cuan a menudo, después de hacer un milagro, leemos que los presentes 'dieron gloria a Dios'? Decían, 'Nunca hemos visto cosas como éstas antes;' y glorificaban al Padre. Ustedes y yo hemos de vivir así. En otras palabras, hemos de vivir de tal modo que, cuando los demás nos vean, les resultemos un problema. Se preguntarán, '¿Qué es eso? ¿Por qué esos son tan diferentes en conducta y reacciones? Hay algo en ellos que no entiendo; no lo puedo explicar.' Y llegarán a la única explicación verdadera, que es que somos el pueblo de Dios, hijos de Dios, 'herederos de Dios, y coherederos con Cristo.' Hemos llegado a ser reflejos de Cristo, reproductores de Cristo. Al igual que él es 'la luz del mundo' así nosotros hemos de ser 'la luz del mundo.'


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Estudios Sobre el Sermón del Monte

por D. Martyn Lloyd-Jones

Pastor, Iglesia Westminster, Londres



CAPITULO I Introducción General
CAPITULO II Consideraciones Generales y Análisis
CAPITULO III Introducción a las Bienaventuranzas
CAPITULO IV Bienaventurados los Pobres en Espíritu
CAPITULO V Bienaventurados los que Lloran
CAPITULO VI Bienaventurados los Mansos
CAPITULO VII Justicia y Bienaventuranza
CAPITULO VIII Las Piedras de Toque del Apetito Espiritual
CAPITULO IX Bienaventurados los Misericordiosos
CAPITULO X Bienaventurados los de Limpio Corazón
CAPITULO XI Bienaventurados los Pacificadores
CAPITULO XII El Cristiano y la Persecución
CAPITULO XIII Gozo en la Tribulación
CAPITULO XIV La Sal de la Tierra
CAPITULO XV La Luz del Mundo
CAPITULO XVI Que Vuestra Luz Alumbre
CAPITULO XVII Cristo y el Antiguo Testamento
CAPITULO XVIII Cristo Cumple la ley de los Profetas
CAPITULO XIX Justicia Mayor que la de los Escribas y Fariseos
CAPITULO XX La Letra y el Espíritu
CAPITULO XXI No Matarás
CAPITULO XXII Lo Pecaminosidad Extraordinaria del Pecado
CAPITULO XXIII Mortificar el Pecado
CAPITULO XXIV Enseñanza de Cristo Acerca del Divorcio
CAPITULO XXV El Cristiano y Los Juramentos
CAPITULO XXVI Ojo por Ojo y Diente por Diente
CAPITULO   XXVII La Capa y la Segunda Milla
CAPITULO   XXVIII Negarse a Sí Mismo y Seguir a Cristo
CAPITULO  XXIX Amar a los Enemigos
CAPITULO  XXX ¿Qué Hacéis de Más?
CAPÍTULO XXXI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXII Cómo Orar
CAPITULO XXXIII Ayuno
CAPITULO XXXIV Cuando ores
CAPÍTULO XXXV Oración: Adoración
CAPÍTULO XXXVI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXVII Tesoros en la Tierra y en el Cielo
CAPITULO XXXVIII Dios o las Riquezas
CAPITULO XXXIX La Detestable Esclavitud del Pecado
CAPITULO XL No Afanarse
CAPITULO XLI Pájaros y Flores
CAPITULO XLII Poca Fe
CAPITULO XLlll Fe en Aumento
CAPÍTULO XLIV Preocupación: Causas y remedio
CAPITULO XLV 'No Juzguéis'
CAPITULO XLVI La Paja y la Viga
CAPITULO XLVII Juicio y Discernimiento Espirituales
CAPITULO XLVIII Buscar y hallar
CAPÍTULO XLIX La Regla de Oro
CAPITULO L La Puerta Estrecha
CAPITULO LXI El Camino Angosto
CAPITULO LII Falsos profetas
CAPITULO LIII El Árbol y el Fruto
CAPITULO LIV Falsa Paz
CAPITULO LV Hipocresía Inconsciente
CAPITULO LVI Las Señales del Autoengaño
CAPITULO LVII Los dos Hombres y las dos Casas
CAPITULO LVIII ¿Roca o Arena?
CAPITULO LIX La Prueba y la Crisis de la Fe
CAPITULO LX Conclusión
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