CAPITULO IV
Bienaventurados los Pobres en Espíritu

Entramos ahora en el estudio de la primera de las Bienaventuranzas, 'Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.' Como indiqué en el estudio precedente, no sorprende que sea ésta la primera, porque obviamente es, como veremos, la clave de todo lo que sigue. En estas Bienaventuranzas hay, sin lugar a dudas, un orden bien definido. Nuestro Señor no las pronunció en el orden en que están al azar o por casualidad; hay en ellas lo que podríamos llamar una secuencia espiritual lógica. Esta primera Bienaventuranza debe necesariamente ser la primera simplemente porque sin ella no hay acceso al reino de los cielos, o al reino de Dios. No hay nadie en el reino de Dios que no sea pobre en espíritu. Es la característica fundamental del cristiano y del ciudadano del reino de los cielos, y todas las otras características son en un sentido la consecuencia de esta. Al explicarla veremos que significa un vacío en tanto que las otras son una manifestación de plenitud. No podemos ser llenados hasta que no estemos vacíos. No se puede llenar con vino nuevo una vasija que todavía conserva algo de vino viejo, hasta que el vino viejo haya sido derramado. Esta, pues, es una de esas afirmaciones que nos recuerdan que tiene que haber un vacío antes de que algo se pueda llenar. Siempre hay estos dos aspectos en el evangelio; hay un derribar y un levantar. Recuerden las palabras del anciano Simeón respecto a nuestro Señor y Salvador cuando lo sostuvo en brazos. Dijo, 'Este está puesto para caída y levantamiento de muchos.' La caída está antes que el levantamiento. Es parte esencial del evangelio que antes de la conversión debe haber la convicción; el evangelio de Cristo condena antes de liberar. Esto es algo muy fundamental. Si prefieren que lo diga en una forma más teológica y doctrinal, diría que no hay afirmación más perfecta de la doctrina de la justificación por fe que esta Bienaventuranza: 'Bienaventurados son los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.' Bien pues, este es el fundamento de todo lo demás.
Pero no sólo esto. Es obviamente una prueba muy a fondo para cada uno de nosotros, no sólo al enfrentarnos con nosotros mismos, sino sobre todo cuando nos enfrentamos con el mensaje completo del Sermón del Monte. El caso es que condena de inmediato cualquier idea del Sermón del Monte que lo vea como algo que ustedes y yo podemos hacer por nosotros mismos, algo que ustedes y yo podemos llevar a cabo. Niega esto desde el primer instante. Al comienzo mismo encontramos una condenación tan obvia de todos esos puntos de vista que vimos antes, que lo consideran como una ley nueva o como algo que introduce un reino entre los hombres. Ahora ya no se oyen tanto estas ideas, pero siguen existiendo y fueron muy populares a comienzos de siglo. Se hablaba entonces de 'introducir el reino,' y siempre se utilizaba como texto el Sermón del Monte. Consideraban que el Sermón era algo que podía ponerse en práctica. Hay que predicarlo y luego los hombres pasan de inmediato a ponerlo en práctica. Pero esta idea no sólo es peligrosa sino que es una negación absoluta del Sermón mismo, el cual comienza con esta proposición fundamental de ser 'pobres en espíritu'. El Sermón del Monte, en otras palabras, viene a decirnos, 'Hay una montaña que tienen que escalar, a cuya cima tienen que ascender; y lo primero que tienen que tener en cuenta al contemplar esa montaña que se les dice que escalen, es que no pueden conseguirlo, que son completamente incapaces de ello por sí mismos, y que cualquier intento de conseguirlo con sus propias fuerzas es prueba positiva de que no lo entendieron.' Desde el primer momento condena el punto de vista que lo considera como un programa de acción que el hombre ha de poner en práctica de inmediato.
Antes de pasar a hablar del mismo desde lo que podríamos llamar una perspectiva espiritual, hay un punto que hay que considerar respecto a la traducción de este versículo. Hay quienes dicen que deberíamos leerlo en la siguiente forma: 'Bienaventurados en espíritu son los pobres.' Alegan en sostén de tal versión el pasaje paralelo de Lucas 6:20, donde se lee 'Bienaventurados vosotros los pobres' sin mención ninguna de 'pobres en espíritu'. Lo consideran por ello como un encomio de la pobreza. Pero esta idea es completamente errónea. La Biblia nunca enseña que la pobreza sea algo bueno. El pobre no está más cerca del reino de los cielos que el rico, si se piensa en ambos en el terreno natural. No hay mérito ni ventaja ninguna en ser pobre. La pobreza no garantiza la espiritualidad. Sin duda, pues, que el pasaje no puede significar eso. Y si se considera todo el pasaje de Lucas 6, me parece que está bien claro que nuestro Señor también ahí habló de 'pobres' en el sentido de 'no estar poseídos por el espíritu mundano,' pobres en el sentido, si quieren, de no confiar en las riquezas. Esto es lo que se condena, el confiar en las riquezas como tales. Y obviamente hay muchos pobres que confían tanto en las riquezas como los ricos. Dicen, 'Si tuviera esto y aquello,' y envidian a los que lo tienen. Si sienten así, pues, no son bienaventurados.   Por esto no puede ser la pobreza como tal.
He querido subrayar este punto porque a la mayoría de los comentaristas católicos y sus imitadores en la Iglesia Anglicana les gusta interpretar este versículo en este sentido. Lo consideran como la autoridad bíblica en la que se basa la pobreza voluntaria Su santo patrón es Francisco de Asís; a él y a quienes son como él, los consideran como a los únicos que se conforman a esta Bienaventuranza. Dicen que se refiere a los que han abrazado voluntariamente la pobreza. El ya difunto Obispo Gore en su libro acerca del Sermón del Monte enseña esto con toda Caridad. Es la interpretación 'católica' típica de esta afirmación concreta. Pero es obvio, por las razones expuestas, que violenta a las Escrituras.
A lo que nuestro Señor se refiere es al espíritu; es la pobreza de espíritu. En otras palabras, es en última instancia la actitud del hombre para consigo mismo. Esto es lo que importa, no el que sea rico o pobre. En esto tenemos una ilustración perfecta de uno de esos principios generales que dejamos establecidos antes, cuando dijimos que estas Bienaventuranzas indican con una claridad única la diferencia total y esencial entre el hombre natural y el cristiano Vimos que hay una división bien clara entre estos dos reinos —el reino de Dios y el reino de este mundo, el hombre cristiano y el hombre natural— una distinción y división completas y absolutas. Pues bien, no hay quizá afirmación que subraye y ponga de relieve esa diferencia mejor que este 'Bienaventurados los pobres en espíritu' Permítanme mostrarles el contraste. Se trata de algo que no solamente el mundo no admira; lo desprecia. No es posible encontrar una antítesis mayor al espíritu y visión mundanos que la que hallamos en este versículo. ¡Cuánto insiste el mundo en la creencia en la dependencia de uno mismo, en la confianza en uno mismo! Su literatura no dice otra cosa. Si se quiere prosperar en este mundo, afirma, hay que creer en uno mismo. Esta idea domina por completo la vida de los hombres de nuestro tiempo. En realidad diría incluso que domina la vida toda a excepción del mensaje cristiano. ¿Cuál es, por ejemplo, la esencia del arte de vender según las ideas modernas? Es dar la impresión de confianza y seguridad. Si se quiere impresionar al cliente esta es la forma de conseguirlo. La misma idea prevalece y se pone en práctica en los demás campos de actividad. Si se quiere tener éxito en una profesión, lo importante es dar la impresión de ser una persona de éxito, de modo que se dé a entender que uno es una persona de más éxito que lo que en realidad se es, y la gente diga, 'Este es el tipo de persona al que hay que acudir.' Este es el principio que rige la vida actual — creer en sí mismo, darse cuenta de la fuerza innata que hay en uno y hacer que todo el mundo lo vea. Confianza en sí mismo, seguridad, depender de sí mismo. Como consecuencia de esto los hombres creen que si viven según esta convicción pueden introducir el reino; en esto se basa la Asunción fatal de que sólo con leyes aprobadas por la Cámara de Diputados se puede producir una sociedad perfecta. Por todas partes vemos esta trágica confianza en el poder de la educación y de la ciencia como tales para salvar al hombre, para transformarlo y convertirlo en ser humano honesto.
Ahora bien, en este versículo se nos presenta algo que está en contraste total y absoluto con esto, y es lamentable ver cómo la gente considera esta clase de afirmación. Hace ya siglos alguien criticó el famoso himno de Carlos Wesley, 'Jesús, Lover of my soul.' '¿A quién se le ocurriría, si quiere conseguir un trabajo o puesto, ir a ver al empresario para decirle, "Soy malvado y lleno de pecado"? ¡Es ridículo!' Y por desgracia dijo esto en nombre de lo que consideraba como cristianismo. Creo que ven qué malentendido tan completo de esta primera Bienaventuranza revelan estas palabras. Como les explicaré a continuación, no se trata de hombres que reconocen lo que son unos frente a otros, sino de hombres que se presentan ante Dios. Y si alguien siente en la presencia de Dios algo que no sea una absoluta pobreza de espíritu, en último término quiere decir que nunca ha estado uno frente a El. Este es el significado de esta Bienaventuranza.
Pero ni siquiera en la Iglesia de hoy tiene muy buen nombre esta Bienaventuranza. Esto tenía presente cuando lamenté antes el contraste sorprendente y obvio entre la Iglesia de hoy y la de épocas pasadas, sobre todo en la época puritana. Nada hay tan no cristiano en la Iglesia de hoy como este hablar necio acerca de la 'personalidad.' ¿Se han dado cuenta de esto — de esta tendencia a hablar acerca de la 'personalidad' por parte de los oradores y a emplear expresiones como 'Qué personalidad tan estupenda tiene este hombre'? A propósito, es lamentable ver la forma en que los que así hablan tienen de definir la personalidad. Suele ser algo puramente carnal, una cuestión de apariencia física.
Pero, y esto es todavía más grave, esta actitud se suele basar en una confusión entre confianza en sí mismo, seguridad en sí mismo por una parte, y la verdadera personalidad por otra. De hecho, a veces he notado una cierta tendencia de incluso no valorar lo que la Biblia considera como la virtud mayor, a saber, la humildad. He oído a miembros de una comisión hablar de cierto candidato y decir, 'Sí, muy bien; pero como que le falta personalidad,' cuando mi opinión de ese candidato era que era humilde. Existe la tendencia a valorar cierta agresividad y seguridad en sí mismo, y a justificar que uno se sirva de su personalidad para tratar de imponerla. La propaganda que se emplea cada vez más en la obra cristiana pone bien claramente de manifiesto esta tendencia. Cuando uno lee relatos de las actividades de los mayores obreros cristianos de otros tiempos, evangelistas u otros, uno se da cuenta de lo discretos que eran. Pero hoy día, estamos viendo algo que es la antítesis más completa de esto. Se emplean con profusión anuncios y fotografías.
¿Qué quiere decir esto? 'No nos predicamos a nosotros mismos,' dice Pablo, 'sino a Jesucristo como a Señor.' Cuando fue a Corinto, nos dice, fue 'con debilidad, y mucho temor y temblor.' No subió al pulpito con confianza y seguridad en sí mismo para dar la impresión de una gran personalidad. Antes bien, la gente decía de él, Su 'presencia corporal (es) débil, y la palabra menospreciable.' Cuánto nos apartamos de la verdad y pautas de las Escrituras. ¡Qué pena! Cómo permite la Iglesia que el mundo y sus métodos influyan y rijan sus ideas y vida. Ser 'pobres en espíritu' ya no es bien visto ni siquiera en la Iglesia como lo fue en otro tiempo y como siempre debería serlo. Los cristianos deben reflexionar en estos problemas. No aceptemos las cosas por su apariencia; evitemos sobre todo que la psicología del mundo se apodere de nosotros; y caigamos en la cuenta desde el primer momento de que estamos hablando de un reino completamente distinto de todo lo que pertenece a este mundo corrupto.
Tratemos ahora de este tema en una forma más positiva. ¿Qué significa ser pobre en espíritu? Permítanme una vez más decirles lo que no es. Ser 'pobres en espíritu' no quiere decir que deberíamos ser desconfiados o nerviosos, ni tampoco significa que deberíamos ser tímidos, débiles o flojos. Hay ciertas personas, es cierto, que, en reacción contra esta seguridad en sí mismos que el mundo y la Iglesia describen como 'personalidad', creen que significa precisamente eso. Todos hemos conocido personas que son naturalmente discretas y quienes, lejos de imponer su presencia, siempre se quedan en segundo término. Son así de nacimiento y quizá sean tam¬bién naturalmente débiles, tímidos y sin valor. Antes pusimos de relieve el hecho de que ninguna de estas cosas que se indican en las Bienaventuranzas son cualidades naturales. Ser 'pobres en espíritu,' por tanto, no significa que uno nazca así. Descartemos de una vez por toda esa idea.
Recuerdo que una vez tuve que ir a predicar a cierta ciudad Al llegar el sábado por la noche, un hombre estaba esperándome en la estación, de inmediato me pidió la valija, o más bien me la arrebató por la fuerza. Luego me empezó a hablar así. 'Soy diácono de la iglesia en la que va Ud. a predicar mañana,' dijo, y luego añadió, 'Sabe, yo no soy nadie, soy realmente alguien sin importancia. No cuento para nada; no soy un gran hombre en la Iglesia; no soy más que uno de esos que le lleva la valija al ministro.' Estaba ansioso por hacerme saber cuan humilde era, cuan 'pobre en espíritu.' Pero por la misma ansiedad en hacérmelo saber negaba lo mismo que trataba de dejar bien sentado. Urías Heep - el hombre que, por así decirlo, se gloría en su pobreza en espíritu y con ello prueba que no es humilde. Es afectar algo que no siente. Este es el peligro que corren muchos, aunque no tantos hoy día como antes. Hubo un tiempo en que era la maldición de la Iglesia y afectaba la misma apariencia e incluso el andar de los hombres. Hizo mucho daño a la causa de Cristo, y los hombres de hoy han reaccionado violentamente contra ello, y en algunos casos han llegado al otro extremo. Estoy muy lejos de defender la vestimenta eclesiástica; pero si tuviera que defender esto o la indumentaria del que en una forma deliberada se esfuerza por no dar la impresión de que es ministro sin duda defendería la vestimenta eclesiástica. Hace unos días oí a alguien que describía a un ministro de la Iglesia y parecía estar muy sorprendido ante el hecho de que no lo parecía. 'No parece predicador,' decía. 'Parece un próspero hombre de negocios.' No me interesa la apariencia personal de los hombres, pero sugiero que el hombre de Dios no debería parecer un 'próspero hombre de negocios,' y desde luego que no debería tratar de dar esta impresión. Esto no demuestra sino que se preocupa demasiado por sí mismo y por la impresión que causa. No, no; no debemos preocuparnos por esto; debemos preocuparnos por el espíritu. El hombre que es verdaderamente 'pobre en espíritu' no necesita preocuparse mucho por su apariencia personal y por la impresión que causa; siempre causará la impresión adecuada.
Además, ser 'pobres en espíritu' no es suprimir la personalidad. También esto es muy importante. Hay quienes estarían de acuerdo con todo lo que hemos dicho pero que interpretarían el ser 'pobres en espíritu' de esta forma; recomiendan al hombre la necesidad de sofocar la personalidad propia. Estamos frente a un tema importante que se podría ilustrar con un ejemplo. Lo que estamos considerando se ve en la historia de Lorenzo de Arabia. Recordarán que con el afán de destruirse a sí mismo y de sofocar su propia personalidad llegó incluso a cambiarse el nombre por el de 'Aviador Shaw' — es decir un simple miembro de la Real Fuerza Aérea Británica. Recuerdan quizá que murió trágicamente en un accidente de bicicleta, y que fue exaltado como ejemplo magnífico de humildad y auto abnegación. Ahora bien, ser pobre en espíritu no quiere decir que haya que cambiar el nombre   y  atormentarse a sí mismo ni tomar una personalidad diferente en la vida. Esto es completamente antibíblico y anticristiano. Esta conducta suele impresionar al mundo, porque lo consideran maravillosamente humilde. Se darán cuenta de que se presenta siempre la tentación sutil de pensar que el único que es verdaderamente 'pobre en espíritu' es el que hace un gran sacrificio, o, como hacen los monjes, se aísla de la vida y sus dificultades y responsabilidades. Pero esto no es lo que indica la Biblia. No hay que aislarse de la vida para ser 'pobre en espíritu'; no hay que cambiar de nombre. No; es algo en el terreno del espíritu.
Podemos ir más allá todavía y decir que ser 'pobres en espíritu' ni siquiera es ser humilde en el sentido en que se habla de la humildad de los grandes sabios. Hablando en general, el pensador verdaderamente grande es humilde. Es el 'saber poco' lo más 'peligroso.' Ser 'pobres en espíritu' no significa eso, porque esa humildad la produce el estar consciente de la inmensidad de lo que queda por a-prender y no es por necesidad una humildad genuina de espíritu en el sentido bíblico.
Si éstos son los aspectos negativos del ser 'pobres en espíritu', ¿cuál es el positivo? Creo que la mejor manera de contestar esta pregunta es con la Biblia en la mano. Es lo que dijo Isaías (57:15): 'Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados.' Esta es la cualidad espiritual, y de ella se encuentran innumerables ilustraciones en el Antiguo Testamento. Fue el espíritu de un hombre como Gedeón, por ejemplo, quien, cuando el Señor le envió un ángel para decirle lo que iba a hacer, dijo, '¿Con qué salvaré yo a Israel? He aquí que mi familia es pobre en Manases, y yo el menor en la casa de mi padre.' No estamos frente a un hombre servil, sino ante un hombre que realmente creía lo que decía y que se estremecía ante el solo pensamiento de grandeza y honor, y pensaba que era increíble. Fue el espíritu de Moisés, quien se sintió del todo indigno de la misión que se le encomendó y estuvo consciente de su incapacidad e insuficiencia. Se encuentra en David, cuando dijo, 'Señor, ¿quién soy para que vengas a mí?' Se ve en Isaías exactamente en la misma forma. Al tener una visión, dijo, Soy 'hombre de labios inmundos.' Esto es ser 'pobre en espíritu,' y se encuentra en todo el Antiguo Testamento.
Pero veamos lo que hallamos a este respecto en el Nuevo Testamento. Se ve perfectamente, por ejemplo, en un hombre como el apóstol Pedro quien era por naturaleza agresivo, decidido, seguro de sí mismo - un hombre moderno típico, lleno de confianza en sí mismo. Pero veámoslo cuando ve de verdad al Señor. Dice, 'Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador.' Veámoslo luego cuando rinde tributo al apóstol Pablo, en 2 Pedro 3:15,16. Pedro démoslos cuenta de que nunca deja de ser decidido; no se vuelve desconfiado e inseguro. No, no cambia en este sentido. La personalidad básica permanece; y con todo es 'pobre en espíritu' al mismo tiempo. O veamos esta cualidad en el apóstol Hablo. También éste era un hombre de grandes cualidades, y desde luego, como hombre natural, consciente de las mismas. Pero al leer sus Cartas encontramos que la lucha que tuvo que mantener hasta el fin de sus días fue la lucha contra el orgullo. Por esto usó constantemente la palabra 'gloriarse.' Cualquiera que tenga cualidades suele estar consciente de ellas; sabe que puede hacer ciertas cosas, y Pablo así era. Nos ha hablado en ese gran capítulo tercero de la Carta a los Filipenses de su confianza en la carne. Si se trata de competir, parece decirnos, no teme a nadie; y luego enumera las cosas de las que puede gloriarse. Pero una vez que hubo visto al Señor resucitado en el camino de Damasco todo esto se convirtió en 'pérdida,' y este hombre, poseedor de tan grandes cualidades, se presentó en Corinto, como ya les he mencionado, 'con debilidad, y mucho temor y temblor.' Así se mantuvo siempre, y al proseguir en la evangelización, pregunta, 'Y para estas cosas, ¿quien es suficiente?' Si alguien hubiera podido sentirse 'suficiente' era Pablo. Sin embargo se sentía insuficiente porque era 'pobre en espíritu.'
No cabe duda, sin embargo, que lo vemos sobre todo en la vida de nuestro Señor mismo. Se hizo hombre, asumió 'semejanza de carne de pecado.' Si bien era igual a Dios no se aferró a las prerrogativas de su divinidad. Aun siendo Dios, quiso vivir como hombre mientras estuviera en la tierra. Y Este fue el resultado. Dijo, 'No puede el Hijo hacer nada por sí mismo.' es el Dios-Hombre el que habla. No puede hacer nada por sí mismo. Dijo también, 'Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras' (Juan 14:10). 'Nada puede hacer, dependo por completo de él.' Eso es todo. Y si lo contemplamos en oración, vemos las horas que pasó orando, y también su pobreza de espíritu y dependencia de Dios.
Esto, pues, quiere decir ser 'pobre en espíritu.' Significa una ausencia total de orgullo, de seguridad en sí mismo. Significa conciencia de que no es nada en la presencia de Dios. Nada, pues, podemos hacer ni producir por nosotros mismos. Es esta conciencia abrumadora de nuestra "nada" más completa cuando nos ponemos delante de Dios. Esto es ser 'pobres en espíritu.' Quiero formularlo de la manera más vigorosa posible, y para ello voy a servirme de términos bíblicos. Significa que si somos verdaderos cristianos no debemos basarnos en nuestro nacimiento natural. No debemos confiar en que pertenecemos a ciertas familias; no nos gloriaremos que somos de tal o cual nación. No edificaremos sobre nuestro temperamento natural. No dependeremos de la posición natural que alcanzamos en la vida, ni en poderes que nos hayan sido otorgados. No confiaremos en el dinero ni en la riqueza que podamos tener. No nos gloriaremos en la instrucción recibida, ni en la universidad a la que hemos asistido. No, todo esto Pablo vino a considerarlo como 'basura,' y obstáculo para su obra porque tendía a dominarlo. No confiaremos en ningún don como el de la 'personalidad,' o inteligencia o habilidad general o especial. No confiaremos en nuestra propia conducta buena y moralidad. No confiaremos en lo más mínimo en la vida que hemos llevado o llevamos. No; consideraremos todo esto como Pablo lo consideró. Esto es 'pobreza en espíritu.' Tiene que haber una liberación total de todo esto. Lo repito, es sentir que no somos nada, que no tenemos nada, y que elevamos los ojos a Dios en sumisión absoluta a El y en dependencia completa de El, en su gracia y misericordia. Es, digo, experimentar en cierto modo lo que Isaías sintió cuando, ante la visión, dijo, '¡Ay de mí!... soy hombre inmundo de labios' - esto es 'pobreza en espíritu.' Si nos hallamos compitiendo con otros en este mundo decimos, 'Les puedo.' Bien, está muy bien en ese ámbito, si quieren. Pero cuando uno tiene una cierta idea de Dios, necesariamente se siente como 'muerto.' como le ocurrió al apóstol Juan en la isla de Patmos, y esto   debemos  sentir   en la presencia de Dios. Todo lo natural que hay en nosotros sale a relucir, porque no sólo se manifiestan la pequeñez y debilidad, sino también la suciedad y pecaminosidad.
Hagámonos, pues, estas preguntas. ¿Soy así, pobre en espíritu? ¿Qué pienso acerca de mí cuando me veo en presencia de Dios? En mi vida, ¿qué digo, por qué pido, cómo pienso de mí mismo? Qué mezquino es este gloriarse por cosas accidentales de las que no soy responsable, este gloriarse por cosas artificiales que no contarán para nada en el gran día cuando me presentaré delante de Dios. ¡Este pobre yo! Lo dice muy bien el himno, 'Haz que este pobre yo disminuya,' y 'Oh Jesús, crece tú en mí.'
¿Cómo se llega, pues, a ser 'pobre en espíritu'? La respuesta es que uno no comienza a contemplarse a sí mismo ni a tratar de hacer cosas por sí mismo. Este fue el error del monasticismo. Esos pobres hombres, en su deseo de hacerlo todo por sí mismos, decían, 'Debo salir del mundo, debo sacrificar la carne y someterme a penalidades, debo mutilar el cuerpo.' No, de ninguna manera, cuanto más uno lo hace tanto más consciente de sí mismo se llega a ser y tanto menos 'pobre en espíritu.' La manera de llegar a ser pobre en espíritu es poner los ojos en Dios. Lean la Biblia, lean su Ley, traten de ver qué espera de nosotros, veámonos frente a El. Es también poner los ojos en el Señor Jesucristo y verlo como lo vemos en los Evangelios. Cuanto más lo hacemos así tanto mejor entendemos la reacción de los apóstoles cuando, al ver algo que acababa de hacer, dijeron, 'Señor, aumenta nuestra fe.' Sentían que su fe no era nada. Sentían que era pobre y débil. 'Señor, aumenta nuestra fe. Creíamos tener un poco porque arrojamos demonios y predicamos tu palabra, pero ahora sentimos que nada tenemos; aumenta nuestra fe' Mirémoslo; y cuanto más lo hagamos, tanto menos esperanza tendremos en   nosotros mismos, y tanto más 'pobres en espíritu' llegaremos a ser. Mirémoslo, sin cesar. Miremos a los santos, a los que han estado más llenos del Espíritu. Pero sobre todo, volvamos los ojos a El, y entonces nada tendremos que hacer con nosotros mismos. Todo será hecho. No podemos poner de verdad los ojos en El sin sentir una pobreza y vacío absolutos. Entonces le diremos: "Del mal queriéndome librar, me puedes sólo tú salvar," "Buscando vida y perdón, Bendito Cristo, heme aquí." Vacíos, sin esperanza, desnudos, viles. Pero El basta para todo.

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Estudios Sobre el Sermón del Monte

por D. Martyn Lloyd-Jones

Pastor, Iglesia Westminster, Londres



CAPITULO I Introducción General
CAPITULO II Consideraciones Generales y Análisis
CAPITULO III Introducción a las Bienaventuranzas
CAPITULO IV Bienaventurados los Pobres en Espíritu
CAPITULO V Bienaventurados los que Lloran
CAPITULO VI Bienaventurados los Mansos
CAPITULO VII Justicia y Bienaventuranza
CAPITULO VIII Las Piedras de Toque del Apetito Espiritual
CAPITULO IX Bienaventurados los Misericordiosos
CAPITULO X Bienaventurados los de Limpio Corazón
CAPITULO XI Bienaventurados los Pacificadores
CAPITULO XII El Cristiano y la Persecución
CAPITULO XIII Gozo en la Tribulación
CAPITULO XIV La Sal de la Tierra
CAPITULO XV La Luz del Mundo
CAPITULO XVI Que Vuestra Luz Alumbre
CAPITULO XVII Cristo y el Antiguo Testamento
CAPITULO XVIII Cristo Cumple la ley de los Profetas
CAPITULO XIX Justicia Mayor que la de los Escribas y Fariseos
CAPITULO XX La Letra y el Espíritu
CAPITULO XXI No Matarás
CAPITULO XXII Lo Pecaminosidad Extraordinaria del Pecado
CAPITULO XXIII Mortificar el Pecado
CAPITULO XXIV Enseñanza de Cristo Acerca del Divorcio
CAPITULO XXV El Cristiano y Los Juramentos
CAPITULO XXVI Ojo por Ojo y Diente por Diente
CAPITULO   XXVII La Capa y la Segunda Milla
CAPITULO   XXVIII Negarse a Sí Mismo y Seguir a Cristo
CAPITULO  XXIX Amar a los Enemigos
CAPITULO  XXX ¿Qué Hacéis de Más?
CAPÍTULO XXXI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXII Cómo Orar
CAPITULO XXXIII Ayuno
CAPITULO XXXIV Cuando ores
CAPÍTULO XXXV Oración: Adoración
CAPÍTULO XXXVI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXVII Tesoros en la Tierra y en el Cielo
CAPITULO XXXVIII Dios o las Riquezas
CAPITULO XXXIX La Detestable Esclavitud del Pecado
CAPITULO XL No Afanarse
CAPITULO XLI Pájaros y Flores
CAPITULO XLII Poca Fe
CAPITULO XLlll Fe en Aumento
CAPÍTULO XLIV Preocupación: Causas y remedio
CAPITULO XLV 'No Juzguéis'
CAPITULO XLVI La Paja y la Viga
CAPITULO XLVII Juicio y Discernimiento Espirituales
CAPITULO XLVIII Buscar y hallar
CAPÍTULO XLIX La Regla de Oro
CAPITULO L La Puerta Estrecha
CAPITULO LXI El Camino Angosto
CAPITULO LII Falsos profetas
CAPITULO LIII El Árbol y el Fruto
CAPITULO LIV Falsa Paz
CAPITULO LV Hipocresía Inconsciente
CAPITULO LVI Las Señales del Autoengaño
CAPITULO LVII Los dos Hombres y las dos Casas
CAPITULO LVIII ¿Roca o Arena?
CAPITULO LIX La Prueba y la Crisis de la Fe
CAPITULO LX Conclusión
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