CAPITULO L
La Puerta Estrecha

La notable y sorprendente afirmación de los versículos 13 y 14, desde cualquier punto de vista que se juzgue, es importantísima y vital. En función de la mecánica de un análisis del Sermón del Monte, esta afirmación es crucial por qué cualquiera que la examine debe aceptar que a estas alturas hemos llegado a una de sus divisiones principales. Podemos decir sin temor a equivocarnos que nuestro Se¬ñor ha concluido realmente el Sermón como tal, y que de ahora en adelante lo que hace es redondearlo, aplicarlo, hacer ver a sus oyentes la importancia y necesidad de practicarlo y cumplirlo en la vida diaria.
Hemos visto en nuestros estudios que la sección del Sermón que ocupa el capítulo séptimo tiene una unidad esencial, un tema común, a saber, el del juicio. Hablando con rigor, el Sermón como tal ha concluido al final del versículo 12. Con él, nuestro Señor ha expuesto todos los principios que quería inculcar.
El objetivo que persigue en este sermón, como hemos visto, es conducir a los cristianos a darse cuenta ante todo de su naturaleza, de su carácter como pueblo, y luego mostrarles cómo tienen que manifestar esa naturaleza y carácter en la vida diaria. Nuestro Señor, el Hijo de Dios, ha venido del cielo a la tierra para fundar y establecer un nuevo reino, el reino de los cielos. Viene a los reinos de este mundo, y su propósito es llamar hacia sí a personas del mundo y constituirlas en reino. Por consiguiente, es esencial que proponga con toda claridad que este reino que ha venido a establecer es completamente diferente de todo lo que el mundo ha conocido, que va a ser el reino de Dios, el reino de la luz, el reino de los cielos. Su pueblo debe darse cuenta de que es algo único y distinto; por ello, les hace una descripción del mismo. Hemos venido elaborando esa descripción. Hemos examinado el retrato general que hace del cristiano en las Bienaventuranzas. Le hemos escuchado decir a este pueblo que, precisamente por ser esa clase de personas, el mundo reaccionará de una forma especial respecto a ellas; probablemente les desagradará y los perseguirá. Sin embargo, no tienen que apartarse del mundo para convertirse en monjes o eremitas; tienen que permanecer en la sociedad como sal y luz; tienen que guardar a la sociedad de la putrefacción y de la descomposición, y tienen que ser su luz; esa luz, sin la cual el mundo permanece en un estado de tinieblas absolutas.
Una vez hecho esto, pasa a la aplicación práctica y a la elaboración de ello. Les recuerda de inmediato que la clase de vida que han de vivir, ha de ser completamente diferente, incluso de la de la gente mejor y más religiosa que hayan conocido en ese tiempo. Contrasta su enseñanza con la enseñanza de los fariseos, de los escribas, y de los doctores de la ley. Eran considerados como los mejores, los más religiosos, y, sin embargo, les muestra a los suyos que su justicia ha de superar la justicia de los escribas y fariseos. Y pasa a mostrarles cómo ha de hacerse esto dándoles instrucciones detalladas respecto a cómo hay que dar limosna, cómo hay que orar, y cómo hay que ayunar. Finalmente, se ocupa de toda nuestra actitud hacia la vida en este mundo, y de nuestra actitud hacia los demás con relación al juicio. Ha dejado establecidas todos estos principios.
Dice, en efecto, "Ahí tenéis la naturaleza de este reino que estoy formando. Ésta es la clase de vida que os voy a dar, y deseo que la viváis y la manifestéis." No sólo ha establecido principios; los ha elaborado en detalle. Y ahora, habiendo hecho esto, hace una pausa, por así decirlo, para mirar a los suyos y decir, "Bien; éste es mi propósito. ¿Qué vais a hacer? De nada sirve escuchar este sermón, de nada sirve que me digáis a lo largo de esta presentación de la vida cristiana, si os vais a contentar con escuchar. ¿Qué vais a hacer?" Pasa, en otras palabras, a la exhortación, a la aplicación.
Una vez más se nos recuerda que el método de nuestro Señor debe ser siempre la norma y ejemplo de toda predicación. No hay verdadera predicación si no se aplica el mensaje y verdad que contiene; no hay verdadera exposición de la Biblia si se contenta con explicar un pasaje y luego no se aplica. La verdad hay que incorporarla a la vida, y ha de ser vivida. La exhortación y aplicación son partes esenciales de la predicación. Vemos cómo nuestro Señor hace precisamente esto aquí. El resto de este capítulo séptimo no es sino una gran aplicación del mensaje del Sermón del Monte para aquellos que lo oyeron por primera vez, y para todos los que, en todos los tiempos, pretendemos ser cristianos.
En consecuencia, ahora pasa a someter a prueba a sus oyentes. Dice, de hecho, "He terminado el Sermón. Ahorra de inmediato os debéis preguntar, ¿Qué voy a hacer? ¿Cuál es mi reacción? ¿Me voy a contenta* con cruzarme de brazos y decir con otros muchos que es un sermón maravilloso, que es la concepción más grandiosa de la vida que el género humano haya conocido —una moral tan sublime, una elevación tan maravillosa— que es la vida ideal que todos deberían vivir?" Lo mismo se nos aplica a nosotros. ¿Es esa nuestra reacción? ¿Limitarnos a alabar el Sermón del Monte? Si es así, según nuestro Señor, lo mismo hubiera sido que no lo hubiera predicado. Lo que quiere no es alabanza; es práctica. El Sermón del Monte no debe ser simplemente alabado, ha de ser practicado.
Luego sigue diciendo que hay otra prueba, la prueba del fruto. Hay muchos que han alabado este Sermón pero que nunca lo han encarnado en sus vidas. Cuidado con esas personas, dice nuestro Señor. Lo que importa realmente no es la apariencia de un árbol; la piedra de toque es el fruto que da.
Luego hay una prueba final, y es la que las circunstancias nos aplican. ¿Qué nos sucede cuando el viento comienza a soplar, y amenaza el huracán, y cae la lluvia y las inundaciones sacuden la casa de nuestra vida? ¿Se mantiene de pie? Ésta es la prueba. En otras palabras, el interés que tengamos por estas cosas de nada sirve y no tiene valor a no ser que signifique que tenemos algo que nos permitirá permanecer firmes en las horas más tenebrosas y críticas de nuestra vida. Así es como hace Él la aplicación. Al escuchar estas cosas, al oírlas, ya no basta alabarlas; según nuestro Señor es sumamente peligroso. Este Sermón es práctico; se presenta para ser vivido. No es una simple idea ética; es algo que tenemos que realizar y poner en práctica. Hemos ido recordando esto a medida que lo examinamos en detalle; pero el propósito exclusivo del resto de este capítulo es simplemente exhortarnos en una forma grave y solemne, a hacerlo, y siempre a la luz del juicio. Y, desde luego, esto no es sólo la enseñanza del Sermón del Monte; es la enseñanza de todo el Nuevo Testamento. Tomemos cualquier pasaje de la Biblia como la Carta a los Efesios, capítulos 4 y 5. Ahí tenemos exactamente lo mismo. El apóstol les da consejos prácticos, les dice que no mientan, que no roben, que amen, que sean amables y de corazón tierno. Ello no es sino una reiteración del Sermón del Monte. El mensaje cristiano no es una idea teórica; es algo que realmente ha de convertirse en un signo de nuestra vida diaria. Este es el propósito del resto de este sermón.
Ahora debemos examinar específicamente los versículos 13 y 14 con los cuales nuestro Señor comienza esta aplicación de su propio mensaje. Veámoslos así. Nos dice que lo primero que debemos hacer, después de haber leído Este sermón, es observar la clase de vida a la que nos llama, y darnos cuenta de lo que significa. Hemos visto muchas veces que el peligro, al considerar el Sermón del Monte, es perderse en detalles, o desviarse con cosas específicas que nos interesan. Éste es un enfoque falso. Por eso, nuestro Señor nos exhorta a que nos detengamos un momento para contemplar el Sermón como un todo y reflexionar acerca de él. ¿Cuál dinamos que es su característica más sobresaliente? ¿Cuál es el elemento que sobresale como sumamente importante? ¿Cuál es el elemento que debemos captar como principio básico? Responde a su propia pregunta diciendo que la característica sobresaliente de la vida a la cual Él nos llama es la 'estrechez'. Es una vida estrecha, en un 'camino estrecho'. Lo dice en forma dramática afirmando: "Entrad por la puerta estrecha". La puerta es estrecha; y debemos caminar también por un camino estrecho.
Esta ilustración es muy útil y práctica. La plantea en una forma gráfica que nos permite visualizar de inmediato la escena. Ahí estamos, caminando, y de repente nos encontramos con dos puertas. Hay una a la izquierda que es ancha, y por ella entra una multitud de personas. Al otro lado, hay una puerta estrecha por la que puede entrar una, y sólo una, persona a la vez. Al mirar por la puerta ancha, vemos que conduce a un sendero ancho y que una gran multitud está caminando por él. Podemos ver el cuadro con toda claridad. Esto, dice de hecho nuestro Señor, es lo que hemos estado hablando. Ese camino estrecho es el camino que yo deseo que sigáis. 'Entrar por la puerta estrecha'. Venid a este camino angosto en el que me encontraréis a mí caminando delante de vosotros. De inmediato recordamos algunas de las características sobresalientes de esta vida cristiana a la que nuestro Señor y Salvador Jesucristo nos llama.
Lo primero que advertimos es que se trata de una vida estrecha o angosta desde su mismo comienzo. Es estrecha de inmediato. No es una vida que al principio es bastante ancha y que a medida que uno la va viviendo se estrecha cada vez más. ¡No! La puerta misma, la misma forma de entrar en esa vida, es estrecha. Es importante subrayar y recalcar este punto porque, desde la perspectiva del evangelismo, es esencial. Cuando la sabiduría mundana y los motivos carnales entran en el evangelismo, descubrirán que no es una 'puerta estrecha'. A menudo se da la impresión de que ser cristiano es, después de todo, muy poco diferente de no ser cristiano, que no hay que pensar en el cristianismo como en una vida estrecha, sino como en algo sumamente atractivo y maravilloso, y que se entra en esa vida en forma multitudinaria. No es así, según nuestro Se¬ñor. El evangelio de Jesucristo es demasiado sincero para invitar a nadie de esa forma. No trata de persuadirnos de que es algo muy fácil, y que sólo más tarde comenzaremos a descubrir que es difícil. El evangelio de Jesucristo, en forma abierta y sin dobleces, se anuncia como algo que comienza con una entrada angosta, con una puerta estrecha. Desde el comienzo mismo, es absolutamente esencial que nos demos cuenta de ello. Veamos esto con algo más de detalle.
Se nos dice al comienzo mismo de esta forma de vida, antes de iniciarse en ella, que, si queremos seguirla, hay ciertas cosas que hay que dejar fuera. No hay lugar para ellas. Porque hemos de comenzar pasando por una puerta estrecha y angosta. Me gusta pensar en esto como si se tratara de un torno. Es como un torno que admite una sola persona cada vez y no más. Y es tan estrecho que hay ciertas cosas que simplemente uno no puede llevar consigo. Desde el comienzo mismo es exclusivo, y es importante que consideremos este sermón para ver algunas de las cosas que debemos dejar fuera.
Lo primero que hemos de dejar fuera es lo que se llama mundanalidad. Dejamos fuera la multitud, el sendero del mundo. "Ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan!' Hay que comenzar dándose cuenta de que, al hacerse cristiano, se convierte uno en algo excepcional y poco frecuente. Rompe uno con el mundo, con la multitud, y con la inmensa mayoría de la gente. Es inevitable. Es importante que lo sepamos. La forma cristiana de vivir no es popular. Nunca ha sido popular, y no lo es hoy. Es poco frecuente, excepcional, extraña, y diferente. Por otro lado, el pasar en masa por la puerta ancha y el andar por el sendero espacioso es lo que todo el mundo parece hacer. Uno en forma voluntaria se sale de la multitud y se abre camino hacia esa puerta estrecha y angosta, solo. Uno no puede llevar a la multitud consigo en la vida cristiana; implica inevitablemente una ruptura.
Quizá se podría presentar mejor esto subrayando que es algo que resulta siempre intensamente personal. Nada, después de todo, es más difícil en esta vida que darse cuenta de que somos personas individuales. Todos nosotros somos esclavos de 'lo que se hace'. Entramos en un mundo lleno de tradiciones, de hábitos y de costumbres, con los que tendemos a conformarnos. Es lo fácil y obvio; y se puede decir con verdad de la mayoría de nosotros que no hay nada que odiemos tanto como el ser diferentes. Hay desde luego excepciones, hay quienes por naturaleza son excéntricos y otros que simulan la excentricidad; pero es cierto, en la mayoría de los casos, que nos gusta ser como los demás. Así son los niños. Quieren que sus padres sean como los otros padres; no quieren nada diferente. Sorprende observar cómo las personas, por instinto, tienden a conformarse en cuanto a las costumbres, hábitos, y conducta; y de hecho, a veces resulta incluso divertido. Se oye a algunas personas objetar en contra de la tendencia que tiene la legislación moderna a regimentarlo todo. Objetan contra esto con vigor, porque creen en el individualismo y la libertad. Sin embargo, ellos mismos a menudo no son sino representantes típicos de ese grupo particular en el cual han sido educados, o al cual les gusta pertenecer. Uno puede casi de inmediato decir a qué escuela o universidad han asistido; se conforman con las normas.
Todos tendemos a hacer esto, con el resultado de que una de las cosas más difíciles con las que muchos tienen que enfrentarse, cuando se hacen cristianos, es el pensar que eso los va a hacer diferentes y excepcionales. Pero así ha de suceder. En otras palabras, una de las primeras cosas que le sucede a la persona que escucha el mensaje del evangelio de Cristo es que se dice a sí mismo: "Bueno; sea lo que fuere lo que suceda a la mayoría, yo tengo alma y soy responsable de mi propia vida". "Cada uno llevara su propia carga!' En consecuencia, cuando el hombre se hace cristiano, comienza a verse como algo separado en este gran mundo. Antes, había perdido la individualidad e identidad en medio de la gran multitud de personas a las cuales pertenecía; pero ahora se queda solo. Ha estado viviendo intensamente con la multitud, pero de repente se detiene. Éste es siempre el primer paso para llegar a ser cristiano. Y se da cuenta, además, que si ha de salvar su alma, su destino eterno, no sólo debe detenerse por un momento en medio del oleaje de esa multitud, sino que debe separarse de la misma. Quizá le resulte difícil esa separación, pero debe hacerlo; y en tanto que la mayoría sigue en una dirección, él debe ir en otra. Abandona la multitud. Uno no puede hacer pasar a una multitud por un torno, ya que sólo acepta a una persona por vez. Le hace al hombre caer en la cuenta de que es un ser responsable delante de Dios, su Juez Eterno. La puerta es estrecha y angosta; me conduce al juicio, a situarme cara a cara frente a Dios, a enfrentarme con la cuestión de la vida y de mi ser personal, de mi alma y de su destino eterno.
Pero no sólo he de abandonar la multitud, el mundo y el 'jolgorio de afuera'. Es todavía más difícil, todavía más estrecho y angosto, darse cuenta de que he de abandonar el camino del mundo. Todos conocemos esto en la práctica y en nuestra vida cristiana. Una cosa es dejar la multitud, pero otra muy diferente es dejar el camino de la multitud. La falacia final y definitiva del monasticismo es esta. El monasticismo, en realidad, se basa en la idea de que si deja uno la gente, deja el espíritu del mundo. Pero no es así. Se puede dejar el mundo en un sentido físico, s puede alejar uno de la multitud y de la gente; pero ahí en la solitaria celda, el espíritu del mundo puede seguir con uno. También ocurre así respecto a la vida cristiana Hay personas que se han apartado del grupo al cual pertenecían, y, sin embargo, uno encuentra que sigue en ella, el espíritu de mundanalidad, que incluso puede resultar evidente en su misma apariencia externa. No han abandonado el espíritu del mundo y el camino del mundo. Pero debemos hacerlo. El vivir la vida del mundo, el seguir e camino del mundo en un marco diferente, no nos hace cristianos. En otras palabras, debemos dejar al otro lado de la puerta las cosas que agradan al mundo. Esto no se puede eludir. Basta leer el Sermón del Monte para llegar a la conclusión de que las cosas que pertenecen a nuestra naturaleza no regenerada y que agradan a esa naturaleza, deben dejarse fuera de esa puerta estrecha.
Esto se puede ilustrar. Recordemos que hemos oído en este sermón que debemos dominar el espíritu que exige "ojo por ojo, y diente por diente", que no debemos resistir el mal —'a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra". Estas cosas no se hacen por instinto; no nos salen espontáneamente y no nos gustan. "Al que quiera... quitarte la túnica, déjale también la capa!' "A cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos!' "Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen."
No obedecemos estos mandatos instintivamente, antes bien regimos hacerlo. Lo instintivo es devolver el golpe, defender nuestros derechos, amar a los que nos aman, y odiar a los que nos odian. Pero nuestro Señor nos ha dicho que si queremos ser discípulos suyos y vivir en su reino, debemos dejar fuera lo depravado, lo instintivo, lo mundano, las cosas que le gustan a nuestra naturaleza caída y que esa naturaleza hace. No hay lugar para tales cosas. Debemos darnos cuenta, al comenzar, que esa clase de equipaje no puede entrar con nosotros. Nuestro Señor nos pone sobre aviso en contra del peligro de una salvación fácil, en contra de la tendencia a decir: "ven a Cristo tal como eres y todo resultará bien". No, el evangelio nos dice al comienzo que va a ser difícil. Significa una ruptura radical con el mundo; es una clase de vida completamente diferente. De modo que dejamos fuera no sólo el mundo, sino también el camino del mundo.
Si, pero hay algo todavía más estrecho y más angosto; si realmente deseamos entrar en esta forma de vida, tenemos que dejar fuera nuestro 'yo'. Y ahí es, desde luego, donde encontramos la piedra de tropiezo mayor. Una cosa es dejar el mundo, y el camino del mundo; pero lo más importante, en un sentido, es dejar nuestro yo. Y sin embargo, es obvio, ¿no es verdad?, que en este camino no podemos llevar con nosotros nuestro yo. Esto no es una necedad, es la forma típica de hablar del Nuevo Testamento. El yo es el hombre adámico, una naturaleza caída; y Cristo dice que hay que dejarlo fuera. "Despojaos del hombre viejo", es decir, dejadlo al otro lado de la puerta. Por esta puerta no pueden pasar dos hombres juntos, de modo que al hombre viejo hay que dejarlo fuera. Todas las ilustraciones fallan en algún punto, y también esta ilustración que nuestro Señor mismo usó no puede abarcar toda la verdad. En un sentido, el cristiano no ha dejado al hombre viejo fuera y por esto necesita la exhortación del apóstol a 'despojarse del hombre viejo'. Sin embargo, se nos dice al comienzo que no hay lugar para el yo en este reino.
El evangelio del Nuevo Testamento es muy humillante para el yo y el orgullo. Al comienzo del Sermón se nos dice: "Bienaventurados los pobres en espíritu". A nadie Que nace en este mundo le gusta ser pobre en espíritu. Por naturaleza somos exactamente lo opuesto; todos nacemos con una naturaleza orgullosa, y el mundo hace todo lo que puede para estimular este orgullo desde el mismo nacimiento. Lo más difícil en el mundo es hacerse pobre en espíritu. Es humillante para el orgullo, y sin embargo esencial. A la entrada de esta puerta estrecha hay un aviso que dice: "Dejad fuera vuestro yo". ¿Cómo podemos bendecir a los que nos maldicen, y orar por los que se aprovechan de nosotros, a no ser que hayamos hecho esto? ¿Cómo podemos seguir a nuestro Señor, y ser hijos de nuestro Padre que está en los cielos, y amar a nuestros enemigos, si somos auto consciente y siempre nos defendemos y cuidamos el yo y nos preocupamos por él? Ya hemos examinado esto en detalle; pero debemos volver a verlo en general, ya que nuestro Señor lo hace así al invitarnos a entrar por la puerta estrecha. El yo no puede existir en esta atmósfera; debe ser crucificado. "No juzguéis, para que no seáis juzgados!' Haced a los demás lo que quisierais que los demás os hicieran a vosotros, y así sucesivamente. Nuestro Señor nos dice esto al comienzo mismo. No hay que hacerse ilusiones. Si uno piensa que es una vida en la cual se podrá adquirir fama, y ser alabado, y ser considerado maravilloso, mejor es detenerse ya y volver al comienzo, porque el que entre por esta puerta debe decir adiós al yo. Es una vida de humillación. "Si alguno quiere venir en pos de mí" — ¿qué sucede?— "Niéguese a sí mismo (siempre lo primero), y tome su cruz, y sígame!' Pero la auto negación, la negación del yo, no significa abstenerse de placeres y cosas que nos gustan; significa que negamos nuestro mismo derecho a nuestro yo, que dejamos fuera nuestro yo, y que pasamos por la puerta diciendo: "Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí!'
Esto es, pues, lo primero. Esta puerta estrecha; el comienzo mismo de la vida cristiana es estrecha, porque tenemos que dejar fuera ciertas cosas.
Pero quisiera subrayar también que es estrecha y angosta de otra forma, a saber, porque es difícil. El camino cristiano de la vida es difícil. No es una vida fácil. Es demasiado maravillosa para ser fácil. Significa vivir como Cristo mismo, y esto no es fácil. La pauta es difícil —demos gracias a Dios por ello. Sólo la persona que es poca cosa desea sólo lo fácil y evita lo difícil. Esta es la vida más elevada que ha sido presentada al género humano, y debido a ello es difícil, es estrecha y angosta. "Pocos son los que la hallan." ¡Desde luego! Siempre hay menos médicos especialistas que de medicina general; nunca hay tantos expertos como trabajadores ordinarios. No importa en qué ámbito de la vida pensemos, siempre encontraremos que los verdaderos expertos son pocos. Cuando uno llega al nivel más elevado en cualquier ámbito, los que están ahí son pocos. Todo el mundo puede seguir lo ordinario; pero en el momento en que uno desea hacer algo poco frecuente, en cuanto uno desea alcanzar las alturas, encuentra que no hay muchos que estén tratando de hacer lo mismo. Es exactamente lo mismo en el caso de la vida cristiana; es una vida maravillosa y elevada, que pocos la encuentran y entran en ella, simplemente porque es difícil. No hace falta insistir en esto. Recordemos lo que hemos dicho al examinar este sermón en forma detallada. Recordemos esta clase de vida que nuestro Señor ha descrito, y veremos que debe ser estrecha porque es difícil. Es la vida más elevada, es la culminación de la perfección.
Además, es estrecha y angosta porque siempre conlleva sufrimiento, y porque, cuando se vive de verdad, siempre conlleva persecución. "Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, por qué vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros!' Siempre lo han hecho, el mundo siempre ha perseguido al que sigue a Dios. Se ve perfectamente en el caso de nuestro Señor mismo. El mundo lo rechazó. Los hombres lo odiaron por ser lo que era. Dice Pablo, "todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución!' ¿A quién le gusta ser perseguido? No nos gusta que nos critiquen y que nos traten con dureza. Nos gustan las personas que hablan bien de nosotros, y resulta muy irritante saber que nos odian y critican; pero Cristo nos ha advertido que así será si entramos por esta puerta estrecha. Es estrecha y difícil; y al entrar por ella, debemos estar dispuestos al sufrimiento y a la persecución.
Hay que estar dispuestos a ser malentendidos, hay que estar incluso dispuestos, quizá, a que los que uno más quiere y que le son más próximos lo malentiendan. Cristo nos dijo que no había venido a traer, 'la paz, sino la espada', una espada que quizá divida a la madre de la hija, o al padre del hijo, y los de la casa propia de uno quizá sean los enemigos mayores. ¿Por qué? Porque se ha efectuado una separación. Se ha separado uno de la familia al entrar por esta puerta estrecha que no nos admite por familias, sino uno por uno. Es muy difícil, muy duro. Pero el Señor Jesucristo es sincero con nosotros; y aunque no viéramos ninguna otra cosa, Dios nos conceda que podamos comprender la sinceridad y honestidad de este evangelio que nos dice al comienzo mismo que quizá tengamos que separarnos del esposo o de la esposa para poder seguir a Cristo. No se nos pide que nos separemos de hecho, sino espiritualmente. Pero sólo se puede entrar uno por uno, porque la puerta es estrecha y angosta.
Hasta ahora hemos visto lo estrecha y angosta que es esta vida al comienzo. Pero no lo es sólo al comienzo; sigue siéndolo después. No es sólo una puerta estrecha, es también un camino angosto. La vida cristiana es angosta desde el comienzo hasta el fin. No existen las vacaciones espirituales. Se puede tomar vacaciones en el trabajo habitual; pero no existe cosa semejante en la vida espiritual. Siempre es angosta. De la misma forma que comienza, continúa. Es una 'batalla de la fe' siempre, hasta el final. Es camino angosto, y ambos lados hay enemigos. Están a lo largo de la ruta hasta el fin, las cosas que nos oprimen y las personas que nos atacan. Nadie tendrá una vida fácil en este mundo y en esta vida, y Cristo nos dice esto al comienzo. Si alguien tuviera la idea de que la vida cristiana va a ser difícil al comienzo para luego volverse bastante fácil, tiene una idea completamente falsa de la enseñanza del Nuevo Testamento. Es siempre angosta; habrá enemigos y adversarios que nos ataquen hasta el último minuto.
¿Estoy desalentando a alguien? ¿Tiene alguien ganas de decir: "Bueno, si es así, vuelvo atrás"? Les recordaría, antes de decidirse, que se nos dice algo acerca del final hacia donde conduce este camino. Pero aparte de esto, ¿acaso no es lo más maravilloso continuar siguiéndolo? De todos modos, no nos hagamos ilusiones; la lucha contra los principados y poderes, contra las tinieblas de este mundo, y las huestes espirituales de maldad en las regiones celestes, prosiguen mientras los hombres siguen en esta vida y en este mundo. En el camino de la vida habrá tentaciones sutiles, y habrá que vigilar y estar alerta, desde el principio hasta el fin. Nunca podrá uno descansar. Siempre habrá que tener cuidado; siempre habrá que mirar con diligencia, como Pablo lo dijo; habrá que vigilar todos los pasos que se dan. Es un camino angosto, así comienza y así continúa.
Éstas son, pues, las cosas que tenemos que tener presentes al contemplar este Sermón como un todo. No darse cuenta de ellas al comienzo mismo es sumamente peligroso, además de ser antibíblico. Separar el perdón de los pecados del resto de la vida cristiana y considerarla como si lo primero bastara es evidentemente herético. El evangelismo genuino, tal como lo entiendo, es el que presenta a los hombres la vida cristiana como un todo, y debemos tener mucho cuidado en no dar la impresión de que la gente puede acudir en masa, por así decirlo, a Cristo, que puede tratar de acudir con prisas a la puerta estrecha sin tener en cuenta el camino angosto hacia el cual conduce. Nuestro Señor mismo fue quien pronunció estas parábolas acerca de los necios que no calculan lo que cuestan las cosas, como el hombre que comenzó a edificar, sin tener en cuenta el costo, por ello tuvo que dejar sin concluir el edificio. Así fue también en el caso del rey que fue a pelear contra otro rey, sin considerar la fortaleza del enemigo. Nuestro Señor nos dice que calculemos lo que cuesta, y que nos enfrentemos con lo que tenemos que hacer antes de comenzar. Nos muestra toda la vida. No ha venido solamente para salvarnos del castigo y del pecado; ha venido para hacernos santos, y para "purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras". Vino a este mundo para preparar el camino de santidad, y su deseo y propósito respecto a nosotros es que andemos en ese camino siguiendo sus pisadas, en este llamamiento tan elevado, en esta vida gloriosa, y que la vivamos de la misma manera en que él la vivió, resistiendo incluso hasta derramar la sangre si fuera necesario. Esa fue su vida, un camino angosto y espinoso; pero lo siguió. Y el privilegio de todos nosotros es el de salir del mundo y entrar en esa vida, siguiéndolo a Él hasta el fin.
"¿Percibís, cristianos, cómo asedia el mal, Tiéndenos sus redes, quiérenos tentar? ¡No tembléis cristianos, no os desalentéis! Con vigilia y ruego, pronto venceréis."


***


www.iglesiareformada.com
Biblioteca
Estudios Sobre el Sermón del Monte

por D. Martyn Lloyd-Jones

Pastor, Iglesia Westminster, Londres



CAPITULO I Introducción General
CAPITULO II Consideraciones Generales y Análisis
CAPITULO III Introducción a las Bienaventuranzas
CAPITULO IV Bienaventurados los Pobres en Espíritu
CAPITULO V Bienaventurados los que Lloran
CAPITULO VI Bienaventurados los Mansos
CAPITULO VII Justicia y Bienaventuranza
CAPITULO VIII Las Piedras de Toque del Apetito Espiritual
CAPITULO IX Bienaventurados los Misericordiosos
CAPITULO X Bienaventurados los de Limpio Corazón
CAPITULO XI Bienaventurados los Pacificadores
CAPITULO XII El Cristiano y la Persecución
CAPITULO XIII Gozo en la Tribulación
CAPITULO XIV La Sal de la Tierra
CAPITULO XV La Luz del Mundo
CAPITULO XVI Que Vuestra Luz Alumbre
CAPITULO XVII Cristo y el Antiguo Testamento
CAPITULO XVIII Cristo Cumple la ley de los Profetas
CAPITULO XIX Justicia Mayor que la de los Escribas y Fariseos
CAPITULO XX La Letra y el Espíritu
CAPITULO XXI No Matarás
CAPITULO XXII Lo Pecaminosidad Extraordinaria del Pecado
CAPITULO XXIII Mortificar el Pecado
CAPITULO XXIV Enseñanza de Cristo Acerca del Divorcio
CAPITULO XXV El Cristiano y Los Juramentos
CAPITULO XXVI Ojo por Ojo y Diente por Diente
CAPITULO   XXVII La Capa y la Segunda Milla
CAPITULO   XXVIII Negarse a Sí Mismo y Seguir a Cristo
CAPITULO  XXIX Amar a los Enemigos
CAPITULO  XXX ¿Qué Hacéis de Más?
CAPÍTULO XXXI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXII Cómo Orar
CAPITULO XXXIII Ayuno
CAPITULO XXXIV Cuando ores
CAPÍTULO XXXV Oración: Adoración
CAPÍTULO XXXVI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXVII Tesoros en la Tierra y en el Cielo
CAPITULO XXXVIII Dios o las Riquezas
CAPITULO XXXIX La Detestable Esclavitud del Pecado
CAPITULO XL No Afanarse
CAPITULO XLI Pájaros y Flores
CAPITULO XLII Poca Fe
CAPITULO XLlll Fe en Aumento
CAPÍTULO XLIV Preocupación: Causas y remedio
CAPITULO XLV 'No Juzguéis'
CAPITULO XLVI La Paja y la Viga
CAPITULO XLVII Juicio y Discernimiento Espirituales
CAPITULO XLVIII Buscar y hallar
CAPÍTULO XLIX La Regla de Oro
CAPITULO L La Puerta Estrecha
CAPITULO LI El Camino Angosto
CAPITULO LII Falsos profetas
CAPITULO LIII El Árbol y el Fruto
CAPITULO LIV Falsa Paz
CAPITULO LV Hipocresía Inconsciente
CAPITULO LVI Las Señales del Autoengaño
CAPITULO LVII Los dos Hombres y las dos Casas
CAPITULO LVIII ¿Roca o Arena?
CAPITULO LIX La Prueba y la Crisis de la Fe
CAPITULO LX Conclusión