CAPITULO LIV
Falsa Paz

Examinemos ahora la sección 7:21-23. No cabe duda que estas palabras son, en muchos sentidos, las más solemnes que haya pronunciado en este mundo, no sólo algún hombre, sino incluso el mismo Hijo de Dios. En realidad, si alguien, un simple hombre, pronunciara palabras así nos sentiríamos compelidos no solo a criticarlo sino a condenarlo. Pero son palabras que pronunció el Hijo de Dios y, en consecuencia, exigen nuestra atención mas dedicada. ¿Cuántas veces, me pregunto, las hemos examinado o hemos oído predicar acerca de ellas? ¿No debemos acaso declararnos culpables del hecho de que, aunque pretendamos creer en toda la Biblia, en la práctica a menudo negamos parte de ella al prescindir de la misma, simplemente porque no favorece a la carne, o por qué nos perturba? Pero si creemos realmente que ésta es la Palabra de Dios, debemos examinarla toda; y, en especial, debemos tener cuidado de evitar esos argumentos espaciosos con los que algunos tratan de eludir la enseñanza clara de la Biblia. Estas palabras son sumamente solemnes y la única forma de considerarlas de verdad es examinarlas a la luz del hecho de que llegará un día en que todos los escenarios humanos desaparecerán. Estas palabras se dirigen a hombres y mujeres que están conscientes del hecho de que tendrán que presentarse delante de Dios para el juicio final.
Es evidente que en este párrafo nuestro Señor prosigue el tema del que se ha ocupado en el párrafo anterior, donde puso sobre aviso al pueblo frente a los falsos profetas. Para nuestro Señor este asunto es tan extremadamente grave que vuelve a ocuparse de él. No le basta una amonestación. Ya ha concluido la enseñanza del Sermón, y lo ha elaborado en gran detalle. Ahora lo está aplicando. Comienza la aplicación en la exhortación acerca del entrar por la puerta estrecha y andar por el camino angosto. Pero le preocupa que nadie se desvíe a este respecto, que repite la amonestación una y otra vez.
Una vez nos ha mostrado la sutileza de los falsos profetas en las dos analogías notables que hemos examinado, nuestro Señor ahora advierte acerca de lo mismo en una forma todavía más explícita. Esta vez incluso es más brusco que la anterior, y nuestro Señor sin duda lo plantea así porque se trata de un asunto sumamente grave por tratarse del peligro terrible que nos acecha a este respecto. Su método es el mismo que ha empleado a lo largo del Sermón del Monte, comienza siempre con una afirmación franca, luego la examina e ilustra. La elabora y amplia. Esto es lo que tenemos en este párrafo específico. Ante todo dice, "No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos!' Esta es la afirmación. Pero luego pasa a ilustrarla y elaborarla. "Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor!' etc.
Lo más importante, desde el punto de vista de la exposición, es que tenemos las dos partes juntas, que no aislemos el versículo 21 de los versículos 22 y 23, como algunos han tratado de hacer, sino que tomemos todos estos versículos juntos y los consideremos como la presentación de la proposición y la demostración de sus implicaciones. La importancia de hacerlo así se ve cuando se nos recuerda que algunos, tomando el versículo 21 por separado, han argüido que nuestro Señor en realidad enseña que, en última instancia, lo que-importa no es tanto lo que el hombre cree sino lo que el hombre hace. Esta cita la emplean a menudo los que gustan de presentar como dos cosas opuestas la fe y las obras. Preguntan: "¿Acaso no dijo, no todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos?". Sostienen que se subraya la acción. Y luego presentan toda su doctrina de la salvación por las obras. "Algunos", dicen, "se preocupan siempre de la doctrina, y pasan todo el tiempo hablando de ella, pero no es la doctrina del hombre lo que importa sino lo que hace". Interpretan mal este versículo 21 porque lo aíslan de los versículos 22 y 23. Pero en cuanto uno los coloca juntos, se ve que el objetivo de la afirmación no es el contraste de fe y obras, porque nuestro Señor en los versículos 22 y 23 dice acerca de las obras precisamente lo que dice acerca de la fe en los versículos 21 y 22. En consecuencia, es importante tomar el texto en su contexto y no aislarlo.
No, en este pasaje el mensaje no pretende recalcar las obras a expensas de la fe; es algo mucho más grave que esto. Se trata más bien de abrir nuestros ojos de nuevo al terrible peligro del autoengaño y de la auto ilusión. Ello es lo que preocupa a nuestro Señor. Es el mismo tema general del párrafo anterior. En éste, el peligro se consideró en función de ser desviados por falsos profetas debido a su vestimenta de ovejas y al carácter atractivo de su doctrina tan engañosa y tan sutil. En este caso, nuestro Señor pasa a mostrarnos lo mismo, pero ahora no en los falsos profetas sino en nosotros mismos. Es el peligro, el terrible peligro del autoengaño y de la auto-ilusión. O, para decirlo en forma positiva, nuestro Señor vuelve a destacar que delante de Dios nada vale sino la verdadera santidad, "la santidad, sin la cual nadie verá al Señor" (He. 12:14). Y si nuestra idea de la justificación por fe no incluye esto, no es enseñanza bíblica, es un engaño peligroso. Debemos repetir de nuevo que la Biblia hay que tomarla como un todo y nuestro Señor en este pasaje simplemente nos pone sobre aviso respecto a que, sea lo que fuere lo que digamos o hagamos, no podemos estar en la presencia de Dios si no somos verdaderamente justos y santos. Es lo que enseña la Biblia desde el principio hasta el fin. Es la enseñanza del Se¬ñor mismo; no es legalismo humano. Una vez más muestra lo que significa la verdadera fe, y lo hace de una forma nueva.
Podríamos decirlo así. Nuestro Señor nos muestra algunas de las cosas falsas y equivocadas de las que los hombres tienden a depender. Nos hace una lista de las mismas. Primero pasaremos revista a esta lista; luego podemos examinar las lecciones y principios generales que se pueden deducir de esta enseñanza detallada. Pero tenemos que enfrentarnos cara a cara con las cosas que nuestro Señor someta a nuestra consideración. El principio general, que es fundamento de la enseñanza, es que de otra forma, nuestro Señor nos muestra lo que de hecho puede ocurrir en la vida de un hombre que al final se condenará. Esto es lo alarmante. Nos muestra que se puede llegar tan lejos y, sin embargo, estar completamente equivocado. No cabe duda que es una de las afirmaciones más sorprendentes de toda la Biblia.
La primera prueba falsa en la que muchos descansan es más bien sorprendente. No es sino una creencia correcta. "No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos". Hay personas, dice nuestro Señor de hecho, que me dicen, "Señor, Señor", y sin embargo nunca entrarán en el reino de los cielos. Debemos explicar esto con cuidado. No critica a los que dicen: "Señor, Señor". Todo el mundo debería decir: "Señor, Señor". Se refiere a los que poseen una doctrina adecuada respecto a su naturaleza y a su persona, a los que lo han reconocido, que acuden a El y le dicen "Señor, Señor". Dicen lo que hay que decirle, creen lo que hay que creer acerca de él. Nuestro Señor no los critica por esto. Lo que dice es que no todos los que dicen eso entrarán en el reino de los cielos.
El aspecto negativo es muy importante. El que no dice: "Se¬ñor, Señor" nunca entrará en el reino de los cielos. Este es el punto de partida en todo este asunto de la salvación. Nadie es cristiano a no ser que diga: "Señor, Señor" al Señor Jesucristo. Pablo dice que nadie puede decir esto sin el Espíritu Santo (1Cor. 12:3). En otras palabras, la ortodoxia es absolutamente esencial. Tenemos, pues, aquí, no una crítica de la ortodoxia; esto jamás sería posible. Se refiere al hecho de que, si uno confía solamente en la ortodoxia que posee, se puede condenar. La ortodoxia es absolutamente vital y esencial. A no ser que creamos que Jesús de Nazaret es en realidad el Hijo de Dios, a no ser que lo reconozcamos como el Hijo eterno, "esencia eterna", hecho carne entre nosotros, a no ser que creamos la doctrina del Nuevo Testamento de que Dios lo envió para que fuera el Mesías, el Salvador del mundo, y que por esto ha sido exaltado y es Señor de todas las cosas, ante quien toda rodilla se hincará algún día, no somos cristianos (véase Fil. 2:5-11). Debemos creer esto. Ser cristianos significará en primer lugar creer ciertas verdades respecto al Señor Jesucristo; en otras palabras, creer en Él. No hay cristianismo aparte de esto. Ser cristiano significa que toda nuestra vida, nuestra salvación, nuestro destino eterno descansen enteramente en el Señor Jesucristo. Por esto, el verdadero cristiano dice, "Señor, Señor", este es el contenido de la afirmación. No quiere decir simplemente pronunciar las palabras adecuadas, indica que creemos en estas cosas cuando las decimos.
Pero lo alarmante y aterrador en lo que nuestro Señor dice es que no todo el que dice "Señor, Señor", entrará en el reino de los cielos. Los que entran en el reino de los cielos lo dicen; los que no lo dicen nunca pueden entrar en el reino de los cielos; pero no todos los que lo dicen entrarán en él. Es evidente que esto debería hacernos detener para reflexionar. Santiago, en su carta, dice lo mismo. Nos advierte que tengamos cuidado de confiar sólo en que creemos en ciertas cosas diciendo de una forma más bien sorprendente: "También los demonios creen, y tiemblan" (Stg. 2:19). Se encuentra un ejemplo de esto en los evangelios donde leemos que algunos demonios reconocieron al Señor y dijeron "Señor, Señor", pero siguieron siendo demonios. Todos corremos el peligro de contentarnos con un asentimiento intelectual a la verdad. Ha habido a lo largo de los siglos personas que han caído en esta trampa. Han leído la Biblia y han aceptado su enseñanza. Creyeron la enseñanza y, a veces, han sido expositores de la verdad y han luchado contra los herejes. Y sin embargo todo su carácter y vida han sido una negación de la verdad misma que decían creer.
Es un pensamiento aterrador y sin embargo la Biblia a menudo nos enseña que es una posibilidad terrible. El hombre no regenerado y no nacido de nuevo puede aceptar la enseñanza bíblica como una especie de filosofía, como una verdad abstracta. En realidad, no vacilaría en afirmar que siempre me resulta muy difícil entender cómo las personas inteligentes no se sienten compelidas a hacerlo así. Cualquiera que acuda a la Biblia con mente inteligente y se enfrente con su contenido, resulta casi increíble que no llegue a ciertas conclusiones lógicas inevitables. Se puede hacer esto y, sin embargo, no ser cristiano. Las pruebas históricas en favor de la Persona de Jesucristo de Nazaret son indiscutibles. No se puede explicar la permanencia de la iglesia cristiana sin Él, las pruebas son abrumadoras. Por ello, el hombre puede enfrentarse con esto y decir: "Sí, acepto este argumento". Puede aceptar la verdad y decir esto y, sin embargo, seguir siendo no regenerado, no cristiano. Puede decir, "Señor, Señor", y no entrar en el reino de los cielos. Nuestros antepasados, en épocas en que tomaron conciencia de estos peligros, solían resaltar mucho esto. Si leemos las obras de los púntanos, encontraremos que dedicaron no sólo capítulos sino volúmenes enteros al asunto de la 'falsa Paz'. Este peligro se ha reconocido a lo largo de los siglos. Es el peligro de confiar en la te en vez de en Cristo, de confiar en la fe sin realmente se regenerado. Es una posibilidad terrible. Hay personas que han sido educadas en hogares y atmósferas cristianos, quienes siempre han oído estas cosas, en un sentido siempre las han aceptado, y siempre han creído y dicho lo justo; pero con todo quizá no sean cristianos.
La segunda posibilidad es que esas personas quizá no sean sólo creyentes de la verdad, sino también fervorosos y celosos. Adviértase la repetición de la palabra 'Señor', no dicen simplemente 'Señor', dicen 'Señor, Señor'. Estas personas no son creyentes intelectuales solamente; hay un elemento de sentimiento; la emoción está involucrada. Parecen ansiosos y llenos de fervor. Sin embargo, nuestro Señor dice que incluso eso puede ser completamente falso, y que hay muchos que, llenos de celo y fervor, dicen las cosas adecuadas acerca de Él, y a Él, y, sin embargo, no entrarán en el reino de Dios. ¿Cómo se explica esto?
Hay que explicarlo así. Una de las cosas más difíciles, y todos los cristianos deben aceptarlo así, es distinguir entre fervor genuinamente espiritual y un celo y entusiasmo carnales, animales. El espíritu y el temperamento animal natural pueden muy bien hacer que el hombre sea ferviente y celoso. El hombre puede nacer con una naturaleza enérgica y un espíritu entusiasta y ferviente; algunos de nosotros debemos tener más cuidado que otros en esto. No hay nada acerca de lo cual el predicador necesite tener más seguridad que el celo y fervor que pone en su predicación no nazcan de su temperamento natural, sino de la verdadera fe en Cristo. Es algo muy sutil. Se prepara el mensaje y, una vez preparado, puede sentir satisfacción y complacencia en el orden y desarrollo de los pensamientos y en ciertas formas de expresión. Si es de naturaleza enérgica y ferviente, puede muy bien sentirse emocionado ante esto, sobre todo cuando predica el sermón. Pero puede nacer totalmente de la carne y no tener nada que ver con los asuntos espirituales. Todos los predicadores saben qué quiere decir esto, y quienquiera que haya tomado parte alguna vez en oraciones públicas, lo sabe también. Uno puede sentirse arrastrado por su propia elocuencia y por lo que está haciendo y no por la verdad que ello contiene. Hay personas que parecen pensar que su deber es ser fervientes y emotivos. Algunas personas nunca oran en público sin llorar y algunos tienden a pensar que sienten más que otros. Pero esto no se sigue necesariamente. El tipo emotivo es más propenso a llorar cuando ora, pero esto no significa necesariamente que sea más espiritual.
Nuestro Señor, pues, enfatiza que aunque digan "Señor, Señor", y sean fervientes y celosos, puede que no sea más que la carne. El tener gran entusiasmo en estas cosas no implica necesariamente espiritualidad. La carne lo puede explicar; puede falsear casi todo. Quizá se podría subrayar esto en forma adecuada citando algo que escribió Robert Murray McCheyne. Ese hombre de Dios, con sólo subir al pulpito, hacía llorar a las personas. A la gente le parecía que acababa de estar en la presencia de Dios y con sólo su presencia conmovía. Así escribió una vez en su diario: "Hoy desaproveché una excelente oportunidad para hablar de Cristo. El Señor vio que hubiera hablado tanto para mi propia gloria como para la suya, y por ello cerró mis labios. Comprendo que el hombre no puede ser ministro fiel y fervoroso a no ser que predique sólo por Cristo, a no ser que renuncie a tratar de atraer a las personas hacia sí, y trate de atraerlas para Cristo. Señor", concluye, "concédenos esto!' Robert Murray McCheyne reconoce en estas palabras el peligro terrible de hacer las cosas en la carne e imaginar que las está haciendo uno por Cristo.
Ésta es la primera parte del análisis de nuestro Señor. No hay nada más peligroso que confiar sólo en una creencia correcta y un espíritu fervoroso y dar por supuesto que, mientras uno crea lo justo y sea celoso y activo respecto a ello, que por necesidad se es cristiano.
En los versículos que siguen, va más allá para incluir también las obras —y esto es lo que hace tan ridícula la supuesta antítesis entre fe y obras—. ¿Cuáles son, pues, las obras que, según el Señor, puede realizar el hombre y con todo permanecer fuera del reino? Es una lista realmente alarmante y aterradora. Lo primero que dice es: "Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre?" Profetizar significa ofrecer un mensaje espiritual. El Nuevo Testamento habla a menudo acerca de la profecía. Pablo se ocupa de ella por extenso en 1 Corintios, en relación con los varios dones que se ejercitaban en la iglesia. En esos días, antes de que se escribiera el Nuevo Testamento, ciertos miembros de la iglesia recibían mensajes y capacidad para transmitirlos por el Espíritu Santo. Esto significa profetizar; y nuestro Señor dice que habrá muchos que vendrán a Él en el día del juicio para decirle que han profetizado en su nombre —no en el de ellos mismos, sino en su nombre— pero Él les dirá: "Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad!' Podríamos interpretar esto para nuestro propio tiempo en la siguiente manera. Es posible que alguien predique la doctrina correcta y en el nombre de Cristo y, sin embargo, él mismo esté fuera del reino de Dios. Eso dice la afirmación, nada menos. Si otro que no fuera nuestro Señor Jesucristo hubiera dicho esto, no lo creeríamos. Además sentiríamos que es una persona criticona y de mente estrecha. Pero lo dice el Señor mismo.
Esto se enseña a menudo en la Biblia, ¿Acaso no fue ésta, por ejemplo, la situación exacta de un hombre como Balaam? Presentó el mensaje debido y sin embargo fue un profeta venal y réprobo. Comunicó, en cierto sentido, el verdadero mensaje y enseñanza, y él mismo se mantuvo fuera. ¿Acaso Dios no utilizó a Saúl de esta forma? De vez en cuando, el espíritu de profecía descendía sobre él, y sin embargo Saúl también permaneció fuera. Cuando uno entra en el Nuevo Testamento, encuentra que estas cosas se formulan de manera más explícita todavía. Pablo, conociendo estos terribles peligros, dice: "Golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado" (1Cor. 9:27). Cuando habla de "poner el cuerpo en servidumbre" no sólo piensa, como a menudo se imagina la gente, acerca de ciertos pecados de la carne, sino que se refiere a toda su vida. El hombre tiene que poner su cuerpo en servidumbre tanto en el pulpito como en la calle. Someter el cuerpo a servidumbre significa dominar, controlar y sujetar todo lo que la carne desea hacer. La carne trata de sacar cabeza siempre. El apóstol Pablo nos dice, en este mismo contexto de la predicación, que golpeó, azotó y castigó su cuerpo, a fin de que, habiendo predicado a otros, él mismo no fuera eliminado.
O tomemos la maravillosa afirmación de esta verdad en 1 Corintios 12:1-3. "¡Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe!" O también: "¡Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe... y no tengo amor, nada soy". Lo que el apóstol Pablo dice es, "puedo predicar como un ángel, puedo ser extraordinariamente elocuente; la gente me puede considerar el orador mejor del mundo, puedo hablar acerca de las cosas de Dios; y con todo estar fuera del Reino. Todo es inútil si carezco de las cualidades que me hacen cristiano!' El hombre puede, pues, profetizar y permanecer fuera. Pensemos también en la afirmación de Pablo en Filipenses 1:15 donde afirma de ciertas personas "predican a Cristo por envidia y contienda". Su motivo es equivocado, sus pensamientos son erróneos; pero predican a Cristo, dicen cosas adecuadas acerca de Cristo. Hablo se alegra de su predicación, aunque ellos están equivocados porque lo hacen con un espíritu erróneo guiado por la envidia y el deseo de sobresalir por encima del apóstol. Debemos caer en la cuenta, pues, que es de hecho posible que el hombre predique la doctrina correcta y sin embargo quede fuera del reino. Nuestro Señor dijo en cierta ocasión a los fariseos, "vosotros sois los que os justificáis a vosotros mismos delante de los hombres; mas Dios conoce vuestros corazones; porque lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación". Es un pensamiento aterrador, y según yo lo entiendo, significa que en el día del juicio nos encontraremos con grandes sorpresas. Encontraremos a hombres que han sido alabados como predicadores y que quedaron fuera del reino. Dijeron lo justo y lo dijeron maravillosamente; pero nunca tuvieron en ellos la vida y la verdad. Todo era carnal.
Y estas personas no sólo profetizan, sino que incluso arrojan demonios. Advirtamos de nuevo la repetición de 'en tu nombre1 —¡en tu nombre echamos fuera demonios!— ¡Incluso es posible que una persona haga esto y que quede fuera del reino! Es fácil demostrarlo. ¿Acaso no está bien claro en el Nuevo Testamento que incluso Judas tuvo este poder? Nuestro Señor envió a sus discípulos a predicar y a arrojar demonios y regresaron diciéndole llenos de entusiasmo en una ocasión, "Aun los demonios se nos sujetan en su nombre". Es evidente que esto se aplicó también a Judas. Nuestro Señor puede dar poder a un hombre, pero el hombre mismo puede estar perdido. También hay otros poderes que pueden capacitarnos para hacer cosas notables y sorprendentes. Recordemos que en una ocasión, cuando el pueblo acusó a nuestro Señor de hacer milagros en el poder de Beelzebú, les replicó diciendo, "Si echo fuera los demonios por Beelzebú, ¿por quién los echan vuestros hijos?" Eran exorcistas judíos. En Hechos 19 encontramos a personas que se describen como hijos de Esceva y que tenían el mismo poder. Vemos, pues, que ciertas personas pueden incluso arrojar demonios en el nombre de Cristo y con todo estar fuera del reino.
Finalmente nuestro Señor llega al punto culminante, que plantea de la siguiente manera. Estas personas podrán decirle que en su nombre han hecho muchas cosas maravillosas y sin embargo están fuera del reino. ¿Cómo demostramos que esto es posible? Parte de la prueba sin duda se encuentra en el caso de los magos de Egipto. Recordemos que cuando Moisés fue enviado para liberar a los hijos de Israel y hacer milagros, los magos de Egipto pudieron imitarlo fraudulentamente y repetir hasta cierto punto esos milagros. Hicieron muchas obras maravillosas. Pero no hay que confiar sólo en esto. Nuestro Señor dice en Mateo 24:24: "Porque se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos!' Éstas son las palabras de Cristo. Pero tomemos las palabras de Pablo en 2 Tesalonicenses 2:8: "Y entonces se manifestará aquel inicuo, a quien el Señor matará con el espíritu de su boca, y destruirá con el resplandor de su venida; inicuo cuyo advenimiento es por obra de Satanás, con gran poder y señales y prodigios mentirosos". Estas cosas se profetizan.
En otras palabras, el hombre puede mostrar grandes resultados, tales como curaciones y demás, y, sin embargo, todo esto nada significa. Y no debería sorprendernos esto. ¿Acaso no estamos aprendiendo cada día más acerca de los padres innatos que los hombres tienen incluso en un sentido natural? Existe el don natural de la curación; es una especie de poder natural, casi mágico, que tienen ciertas personas. Por ejemplo, todo el asunto de la electricidad en el cuerpo humano es sumamente interesante. Apenas estamos comenzando a entenderlo. Hay personas, como los zaoríes, que poseen ciertos dones curiosos. Luego está todo el asunto de la telepatía, de la comunicación de pensamiento y de la percepción extrasensoria. Apenas estamos empezando a conocer estas cosas. Como resultado de estos dones y poderes, muchos pueden hacer cosas maravillosas y sorprendentes, sin ser cristianos. El poder natural del hombre puede imitar los dones del Espíritu Sanito, hasta cierto punto. Y, claro está, la Biblia nos recuerda que Dios, en su voluntad inescrutable, a veces decida dar estos poderes a hombres que no le pertenecen a fin de que realicen Sus propósitos. Escoge hombres para Sus propios fines, aunque los hombres mismos permanezcan fuera del reino. Dios fue quien llamo y utilizó al pagano Ciro.
Debemos recordar sobre todo el poder del demonio. El demonio, como enseña Pablo en 2 Corintios 11:14, se puede transformar en ángel de luz, y el demonio como ángel de luz persuade a veces a la gente de que son cristianos cuando no lo son. Si el demonio puede mantener a alguien fuera del reino haciéndole decir 'Señor, Señor', ciertamente que lo hará. Hará lo que sea para mantener al hombre fuera del reino; por ello, si una creencia falsa o una creencia verdadera sostenida de una forma equivocada puede conseguir esto, hará que la tenga y le dará poder para que realice señales y maravillas.
Todo ha sido profetizado, todo se encuentra en la Biblia; y por ello nuestro Señor nos amonesta solemnemente que tengamos cuidado con esto. Una vez se lo resumió a sus discípulos así: "No os regocijéis de que los espíritus se os sujetan, sino regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos!' Habían sido enviados a predicar y a arrojar demonios, y habían tenido mucho éxito, regresaron llenos de orgullo por todo lo que había sucedido, y nuestro Señor les dice de hecho: "¿Acaso no os dije en el Sermón del Monte que los que están fuera del reino pueden predicar en mi nombre, y arrojar demonios, y hacer muchas obras maravillosas? No os dejéis engañar por estas cosas; tratad de aseguraros vosotros mismos. Lo que importa es vuestro corazón. ¿Está vuestro nombre escrito en los cielos? ¿Me pertenecéis realmente? ¿Tenéis esta santidad, esta justicia que enseño? "No todo el que me dice: Señor, señor, entrará en el reino de los cielos"! La forma de someterse a prueba uno mismo, la manera de someter a prueba a cualquier persona, es mirar debajo de la superficie. No hay que mirar los resultados aparentes, no hay que mirar las maravillas, sino descubrir si se conforma a las Bienaventuranzas. ¿Es pobre en espíritu; es manso; es humilde; gime en espíritu al ver al mundo; es hombre santo de Dios; es grave; es sobrio; dice con Pablo, "Los que estamos en este tabernáculo gemimos con angustia"? Esitas son las pruebas, las pruebas de las Bienaventuranzas, las pruebas del Sermón del Monte —el carácter del hombre, la naturaleza del hombre. No son sólo las apariencias, sino que es la realidad misma la que cuenta delante de Dios.
Recordemos de nuevo que es el Señor quien dice estas cosas y que es Él quien juzgará. Las palabras "Muchos me dirán en aquel día" se refieren al día del juicio, cuando Él será el juez, de modo que no hay que engañarse. "Vosotros sois", refiriéndose también a esta clase de personas, "los que os justificáis a vosotros mismos delante de los hombres; más Dios conoce vuestros corazones; porque lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación!' El cristiano del Nuevo Testamento es una clase concreta de personas, es inconfundible. Leamos el Nuevo Testamento, escribamos las señales distintivas del hombre del Nuevo Testamento, aprendámoslas, meditemos acerca de ellas, apliquémonoslas a nosotros mismos y a los demás. Hagamos esto, dice nuestro Señor, y nunca nos equivocaremos, nunca quedaremos fuera de esa puerta estrecha y camino angosto. Todas estas pruebas se pueden resumir en la expresión, "el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos".
Que Dios me conceda sinceridad al enfrentarnos con esta verdad aterradora, esta verdad por la que tendremos que responder "cuando el escenario terrenal haya desaparecido" y estemos frente a Cristo. Si sentimos que estamos condenados, confesémoslo a Dios, sintamos hambre y sed de justicia, acudamos con fe al Señor Jesucristo, pidámosle a Él que nos lo dé, cueste lo que cueste, cualesquiera que sean sus efectos y resultados, y Él nos lo dará, porque ha dicho: '"Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados!'


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Biblioteca
Estudios Sobre el Sermón del Monte

por D. Martyn Lloyd-Jones

Pastor, Iglesia Westminster, Londres



CAPITULO I Introducción General
CAPITULO II Consideraciones Generales y Análisis
CAPITULO III Introducción a las Bienaventuranzas
CAPITULO IV Bienaventurados los Pobres en Espíritu
CAPITULO V Bienaventurados los que Lloran
CAPITULO VI Bienaventurados los Mansos
CAPITULO VII Justicia y Bienaventuranza
CAPITULO VIII Las Piedras de Toque del Apetito Espiritual
CAPITULO IX Bienaventurados los Misericordiosos
CAPITULO X Bienaventurados los de Limpio Corazón
CAPITULO XI Bienaventurados los Pacificadores
CAPITULO XII El Cristiano y la Persecución
CAPITULO XIII Gozo en la Tribulación
CAPITULO XIV La Sal de la Tierra
CAPITULO XV La Luz del Mundo
CAPITULO XVI Que Vuestra Luz Alumbre
CAPITULO XVII Cristo y el Antiguo Testamento
CAPITULO XVIII Cristo Cumple la ley de los Profetas
CAPITULO XIX Justicia Mayor que la de los Escribas y Fariseos
CAPITULO XX La Letra y el Espíritu
CAPITULO XXI No Matarás
CAPITULO XXII Lo Pecaminosidad Extraordinaria del Pecado
CAPITULO XXIII Mortificar el Pecado
CAPITULO XXIV Enseñanza de Cristo Acerca del Divorcio
CAPITULO XXV El Cristiano y Los Juramentos
CAPITULO XXVI Ojo por Ojo y Diente por Diente
CAPITULO   XXVII La Capa y la Segunda Milla
CAPITULO   XXVIII Negarse a Sí Mismo y Seguir a Cristo
CAPITULO  XXIX Amar a los Enemigos
CAPITULO  XXX ¿Qué Hacéis de Más?
CAPÍTULO XXXI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXII Cómo Orar
CAPITULO XXXIII Ayuno
CAPITULO XXXIV Cuando ores
CAPÍTULO XXXV Oración: Adoración
CAPÍTULO XXXVI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXVII Tesoros en la Tierra y en el Cielo
CAPITULO XXXVIII Dios o las Riquezas
CAPITULO XXXIX La Detestable Esclavitud del Pecado
CAPITULO XL No Afanarse
CAPITULO XLI Pájaros y Flores
CAPITULO XLII Poca Fe
CAPITULO XLlll Fe en Aumento
CAPÍTULO XLIV Preocupación: Causas y remedio
CAPITULO XLV 'No Juzguéis'
CAPITULO XLVI La Paja y la Viga
CAPITULO XLVII Juicio y Discernimiento Espirituales
CAPITULO XLVIII Buscar y hallar
CAPÍTULO XLIX La Regla de Oro
CAPITULO L La Puerta Estrecha
CAPITULO LI El Camino Angosto
CAPITULO LII Falsos profetas
CAPITULO LIII El Árbol y el Fruto
CAPITULO LIV Falsa Paz
CAPITULO LV Hipocresía Inconsciente
CAPITULO LVI Las Señales del Autoengaño
CAPITULO LVII Los dos Hombres y las dos Casas
CAPITULO LVIII ¿Roca o Arena?
CAPITULO LIX La Prueba y la Crisis de la Fe
CAPITULO LX Conclusión