CAPITULO X
Bienaventurados los de Limpio Corazón

Llegamos ahora a una de las declaraciones mayores de toda la Biblia. Quien comprenda aunque no sea más que algo del significado de las palabras, 'Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios,' se puede acercar a estudiarlas sólo con un sentimiento de temor y de indignidad absoluta. Claro que esta afirmación ha atraído la atención del pueblo de Dios desde que fue pronunciada por primera vez, y se han escrito muchos volúmenes como resultado del esfuerzo por explicarla. Es evidente, pues, que nadie puede pretender estudiarla en forma exhaustiva en un solo capítulo. Es más, nadie jamás podrá explicar el significado completo de este versículo. A pesar de todo lo que se ha escrito y predicado, sigue escapándosenos de las manos. Lo mejor, quizá, sea tratar de entender algo del significado y énfasis básicos.
Es importante también en este caso estudiarlo en su marco natural, en relación con las otras Bienaventuranzas. Como hemos visto, nuestro Señor no hizo estas afirmaciones al azar. Hay en ellas una continuidad evidente de pensamiento, y a nosotros nos corresponde descubrirla. Claro que debemos tener sumo cuidado en esto. Es interesante tratar de descubrir el orden y continuidad existentes en la Biblia; pero es muy fácil también imponerle al texto sagrado nuestras propias ideas en cuanto a orden y continuidad. El análisis de los libros de la Biblia puede ser en verdad muy útil. Pero se corre siempre el peligro de deformar su mensaje si imponemos nuestras ideas a la Escritura. Al intentar, pues, descubrir ese orden debemos andar con cuidado.
Me parece que una manera posible de entender esa continuidad es la siguiente. Lo primero a lo que hay que contestar es, ¿por qué se hace esta afirmación aquí? Quizá uno podría pensar que hubiera quedado mejor al principio, porque el pueblo de Dios siempre ha considerado la visión de Dios como el summum bonum. Es el fin último de todo esfuerzo. 'Ver a Dios' es el propósito cabal de toda religión. Y con todo ahí lo tenemos, ni al principio ni al fin, ni siquiera en el medio exacto. Esto tiene que hacer preguntarnos de inmediato, ¿por qué aparece ahí? Una posible respuesta, para mí muy lógica, es la siguiente. El versículo sexto nos da la respuesta. Este versículo, como vimos cuando lo estudiamos, está en el centro; las tres primeras Bienaventuranzas llevan al mismo y estas otras tres lo siguen. Si consideramos al versículo sexto como la línea divisoria, me parece que nos ayuda a comprender por qué esta afirmación concreta aparece donde está.
Las tres primeras Bienaventuranzas trataron de nuestra necesidad, de la conciencia de nuestra necesidad — pobres en espíritu, llorando a causa de nuestra condición pecadora, mansos como consecuencia de entender de verdad la naturaleza del yo y su gran egocentrismo, esa cosa terrible que ha echado a perder toda la vida. Las tres subrayan la importancia vital de una conciencia profunda de la necesidad. Luego viene la gran afirmación referente a la satisfacción de la necesidad, referente a lo que Dios ha provisto, 'Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.' Habiendo caído en la cuenta de la necesidad, tenemos hambre y sed, y luego Dios llega con su respuesta maravillosa de que seremos saciados.   A partir de entonces pasamos a contemplar el resultado de esa satisfacción, el resultado de ser saciados. Nos volvemos misericordiosos, puros de corazón, pacificadores. Después de esto, viene el resultado, 'padecer persecución por la justicia.' Me parece que así es como hay que enfocar el pasaje. Conduce a la afirmación central referente al tener hambre y sed y luego describe los resultados que se siguen. En las tres primeras vamos cuesta arriba, por así decirlo. Alcanzamos la cumbre en la cuarta, y luego descendemos por el otro lado.
Pero hay una relación todavía más íntima que esa. Me parece que las tres Bienaventuranzas que siguen a la afirmación central del versículo seis corresponden a las tres primeras que llevan a ella. Los misericordiosos son los que se dan cuenta de que son pobres en espíritu; se dan cuenta de que nada tienen en sí. Como hemos visto, este es el factor esencial para llegar a ser misericordioso. Sólo cuando uno ha llegado a verse así verá a los otros en la perspectiva adecuada. Por esto vemos que el que se da cuenta de que es pobre en espíritu y depende por completo de Dios, es misericordioso con los demás. De ahí se sigue que, esta segunda afirmación que estudiamos ahora, a saber, 'bienaventurados los de limpio corazón,' también corresponde a la segunda afirmación del primer grupo, que era, 'bienaventurados los que lloran.' ¿Por qué lloraban? Vimos que lloraban por el estado de su corazón; lloraban por su condición pecadora; lloraban, no sólo por hacer cosas malas, sino todavía más por desear hacerlas. Se daban cuenta de la perversión básica en su carácter y personalidad; esto los hacía llorar. Bien, pues; ahora encontramos algo que corresponde a eso —'bienaventurados los de limpio corazón.' ¿Quiénes son los limpios de corazón? Básicamente, como se lo voy a explicar, son los que lloran por la impureza de su corazón. Pues la única manera de tener el corazón limpio es caer en la cuenta de que se tiene el corazón impuro, y llorar por ello hasta el punto de que uno hace lo único que puede conducir a la purificación y a la limpieza. Y exactamente igual, cuando pasemos a estudiar a los 'pacificadores' hallaremos que los pacificadores son los que son mansos.   Si uno no es manso no puede ser pacificador.
No quiero demorarme más en este asunto del orden, aunque me parece que es una manera posible de descubrir la estructura que soporta el orden preciso que nuestro Señor adoptó. Tomamos los tres pasos en orden de necesidad; luego llegamos a la satisfacción; luego contemplamos los resultados que se siguen y vemos que corresponden precisamente a las tres cosas que conducen a dicha satisfacción. Esto significa que, en esta afirmación sorprendente y maravillosa de 'bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios' que figura en este lugar preciso, se enfatiza la pureza de corazón y no la promesa. Si la examinamos desde este punto de vista, creo que nos permitirá ver por qué nuestro Señor adoptó este orden concreto.
Estamos, pues, frente a una de las afirmaciones más estupendas, y también más solemnes y penetrantes, de toda la Biblia. Constituye la esencia misma de la posición y enseñanza cristianas. 'Bienaventurados los de limpio corazón.' En esto consiste el cristianismo, este es su mensaje. Quizá la manera mejor de estudiarla sea también tomar cada uno de los términos y examinarlos uno por uno.
Comenzamos desde luego con 'corazón.' Es algo muy característico del evangelio. El evangelio de Jesucristo se preocupa por el corazón; enfatiza siempre el corazón. Leamos los relatos que los Evangelios nos ofrecen de la enseñanza de nuestro Señor, y veremos que siempre habla del corazón. Lo mismo se puede decir del Antiguo Testamento. Sin duda que nuestro Señor insistió en ello por causa de los fariseos. La gran acusación que siempre les hizo fue que se interesaban por la apariencia externa de las cosas y no por lo de adentro. Desde el punto de vista externo, aparecían irreprochables. Pero por dentro estaban llenos de rapacidad y maldad. Se preocupaban sobre todo por los preceptos externos de la religión; pero se olvidaban de los aspectos más básicos de la ley, a saber, del amor a Dios y al prójimo. Aquí también nuestro Señor vuelve a enfatizar el corazón. El es el centro y médula de su enseñanza.
Examinemos por unos momentos en forma negativa esta base de la enseñanza de Jesucristo. Enfatiza el corazón y no la cabeza. 'Bienaventurados los de limpio corazón.' No alaba a los intelectuales; lo que le interesa es el corazón. En otras palabras, tenemos que volver a recordar que la fe cristiana no es en último término una cuestión de doctrina o comprensión o intelecto, sino que es un estado del corazón. Agrego de inmediato, sin embargo, que la doctrina es absolutamente esencial; la comprensión intelectual es absolutamente esencial, vital. Pero no es sólo esto. Tengamos siempre cuidado de no contentarnos con sólo asentir intelectualmente a la fe o a un número dado de proposiciones. Tenemos que hacerlo así, pero el peligro terrible es detenerse ahí. Cuando las personas han tenido sólo interés intelectual en este terreno a menudo ha sido una maldición para la Iglesia. Esto se aplica no sólo a la doctrina y a la teología. Se puede tener un interés puramente mecánico por la Palabra de Dios, de modo que ser tan sólo estudioso de la Biblia no quiere decir que todo vaya bien. Los que se interesan sólo por el aspecto técnico de la exposición no están en mejor posición que los teólogos puramente académicos. Nuestro Señor dice que no es cuestión tan sólo de la cabeza. Lo es, pero no con carácter exclusivo.
Pero, una vez más, ¿por qué enfatiza el corazón y no lo externo y la conducta? Los fariseos, como recordarán, estaban siempre listos a reducir la vida justa a una simple cuestión de conducta, de ética. ¡Qué bien nos pone al descubierto este evangelio! Los que no están de acuerdo con el énfasis intelectual seguro que iban repitiendo 'Amén' mientras yo subrayaba ese primer punto. 'Sí, tiene razón,' decían, (no es algo intelectual, es la vida lo que importa.' ¡Tengan cuidado! porque el cristianismo tampoco es básicamente una cuestión de conducta externa. Comienza con la pregunta: ¿Cuál es el estado del corazón?
¿Qué significa este término, 'el corazón'? Según el uso común bíblico de esta palabra, corazón significa el centro de la personalidad. No quiere decir tan sólo la sede de afectos y emociones. Esta Bienaventuranza no quiere indicar que la fe cristiana sea algo básicamente emotivo, no intelectual o perteneciente a la voluntad. En absoluto. Corazón en la Biblia incluye las tres cosas. Es el centro del ser y de la personalidad del hombre; es la fuente de la que procede todo lo demás. Incluye la mente, la voluntad, el corazón. Es el hombre total y esto enfatiza nuestro Señor. 'Bienaventurados los de limpio corazón'; bienaventurados los que son puros, no tan sólo en la superficie sino en el centro mismo del ser y en la fuente de todas sus actividades. Así es de profundo. Esto es lo primero; el evangelio siempre enfatiza esto. Comienza con el corazón.
Luego, en segundo lugar, enfatiza que el corazón es siempre la raíz de todos nuestros problemas. Recordarán cómo nuestro Señor lo formuló, 'del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias.' La falacia terrible, trágica de los últimos cien años ha sido pensar que todos los problemas del hombre se deben al ambiente, y que para cambiar al hombre no hay más que cambiar su ambiente. Esta es una falacia trágica. Pasa por alto el hecho de que el hombre cayó en el Paraíso. El hombre se extravió por primera vez en un ambiente perfecto, de modo que poner al hombre en un ambiente perfecto no va a resolver sus problemas. No, no; todas estas cosas salen del corazón.' Tomen cualquier problema de la vida, cualquier cosa que conduzca a la desdicha; busquen la causa, y siempre descubrirán que procede del corazón, de algún deseo indigno en alguien, en un individuo, en un grupo o en una nación. Todos nuestros problemas nacen del corazón humano que, como nos dice Jeremías, es 'engañoso... más que todas las cosas, y perverso.' En otras palabras, el evangelio no sólo nos dice que todos los problemas nacen del corazón, sino que es así porque el corazón del hombre, como consecuencia de la caída y como resultado del pecado, es, como dice la Biblia, engañoso y perverso. Los problemas del hombre, en otras palabras, radican en el centro mismo de su ser, de modo que con sólo cultivar su intelecto no se resuelven sus problemas. Deberíamos todos estar conscientes de que la educación sola no hace bueno al hombre; un hombre puede ser muy educado y con todo ser una persona muy mala. El problema está en la raíz, de modo que simples planes de desarrollo intelectual no pueden enmendarnos. Ni tampoco pueden conseguirlo esos esfuerzos por mejorar el ambiente. Nuestro trágico fracaso en no acertar a caer en la cuenta de esto es responsable por el estado del mundo en este momento. El problema está en el corazón, y el corazón es terriblemente engañoso y perverso.   Este es el problema.
Pasemos al segundo término. 'Bienaventurados,' dice nuestro Señor, 'los de limpio corazón,' y de inmediato ve uno cuan densas en doctrina son estas Bienaventuranzas. Hemos venido contemplando tan sólo al corazón humano. ¿Hay alguien que esté dispuesto a decir a la luz de lo visto, que el hombre puede hacerse cristiano por sí mismo? Se puede ver a Dios sólo cuando se es de corazón limpio, y hemos visto precisamente lo que somos por naturaleza. Es una antítesis completa; nada puede estar más lejos de Dios. Lo que el evangelio quiere hacer es sacarnos de ese abismo terrible y elevarnos hasta el cielo. Es algo sobrenatural. Por tanto examinémoslo en función de la definición. ¿Qué quiere decir nuestro Señor con 'limpio corazón'? Se suele estar de a-cuerdo en que la palabra tiene de cualquier modo dos significados. Uno es que no es hipócrita; significa, si se quiere, 'sencillo'. Recordarán que nuestro Señor habla acerca del ojo malo un poco más adelante en el Sermón del Monte. Dice, 'así que, si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz; pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas.' Esta pureza externa de corazón, por tanto, equivale a bondad, sencillez. Significa, si se quiere, sin doblez; está al descubierto, nada oculta. Se puede llamar sinceridad; significa devoción rectilínea. Una de las mejores definiciones de pureza la da el Salmo 86:11, 'afirma mi corazón para que tema tu nombre.' El problema es que nuestro corazón está dividido. ¿No es ese mi problema frente a Dios? Una parte de mi corazón desea conocer a Dios, adorarlo y complacerlo; pero otra desea otra cosa. Recuerdan lo que Dice Pablo en Romanos 7; 'según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros.'
Ahora bien, el corazón puro es el que ya no está dividido, y por esto el salmista, habiendo comprendido este problema, oraba al Señor, diciendo, 'crea en mí, oh Dios, un corazón limpio.' Parece decir 'Haz que no se desvíe, quítale el doblez, que sea sincero, que se vea libre de toda hipocresía.'
Pero este no es el único significado de este término 'limpieza.' También implica el significado de 'purificado,' 'sin mancha.' En Apocalipsis 21:27 Juan nos habla de los que van a ser admitidos en la Jerusalén celestial, y dice 'no entrará en ella ninguna cosa inmunda, o que hace abominación y mentira, sino solamente los que están inscritos en el libro de la vida del Cordero.'
En Apocalipsis 22:14 leemos, 'Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida, y para entrar por las puertas en la sudad. Mas los perros estarán fuera, y los hechiceros, los fornicarios, los homicidas, los idólatras, y todo aquel que ama y hace mentira.' Nada manchado o impuro o que tiene algo contaminado entrará en la Jerusalén celestial.
Pero quizá lo podemos expresar diciendo que ser de limpio corazón significa ser como el Señor Jesucristo mismo, 'el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca' — perfecto, sin mancha, puro, íntegro. Si lo analizamos un poco podemos decir que significa que tenemos un amor indiviso que considera a Dios como nuestro bien supremo, y que se preocupa sólo de amar a Dios. Ser de corazón limpio, en otras palabras, significa guardar 'el primero y mayor de los mandamientos,' que es 'Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente.'
Significa, en otras palabras, que deberíamos vivir para la gloria de Dios en todos los sentidos, y que ese debería ser el deseo supremo de la vida. Significa que deseamos a Dios, que deseamos conocerlo, que deseamos amarlo y servirlo. Y nuestro Señor afirma ahora que sólo si son así verán a Dios. Por esto digo que esta afirmación es una de las más solemnes de toda la Biblia. Hay un texto paralelo en la Carta a los Hebreos que habla de 'la santidad, sin la cual nadie verá al Señor.' No puedo entender a las personas a quienes no les gusta que se predique de la santidad, (no me refiero a hablar de teorías, sino de la santidad misma en el sentido del Nuevo Testamento), porque tenemos esta afirmación clara, obvia de la Escritura que sin ella 'nadie verá al Señor.' Hemos considerado, pues, qué significa realmente la santidad. Pregunto una vez más, por tanto, si hay necedad mayor que la de imaginar que uno puede llegar a ser cristiano por sí mismo. El propósito todo del cristianismo es conducirnos a la visión de Dios, ver a Dios.
¿Qué hace falta entonces para que pueda ver a Dios? Esta es la respuesta. Santidad, limpieza de corazón. Con todo, muchos quisieran reducir esto a una pequeña cuestión de decencia, de moralidad o de interés intelectual por las doctrinas de la fe cristiana. Pero aquí se trata nada menos que de toda la persona. 'Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él.' En el terreno espiritual no se puede mezclar la luz con las tinieblas, lo blanco con lo negro, Cristo con Belial. No hay conexión ninguna entre ellos. Es obvio, por tanto, que sólo los que son como El pueden ver a Dios y estar en su presencia. Por esto debemos ser de corazón limpio antes de poder ver a Dios.
¿Qué significa la visión de Dios? ¿Qué se quiere decir con eso de que 'veremos' a Dios? También esto ha sido objeto de muchos comentarios a lo largo de la historia de la Iglesia cristiana. Algunos de los Padres y maestros más antiguos de la Iglesia se sintieron muy atraídos por este tema y le dedicaron mucho tiempo. ¿Significaba que en el estado glorificado veríamos a Dios cara a cara o no? Este era el gran problema para ellos. ¿Era objetivo y visible, o puramente espiritual? Me parece que, en último término, esta pregunta nunca se podrá contestar. Sólo puedo presentarles pruebas. En la Escritura hay afirmaciones que parecen indicar lo uno o lo otro. Pero de todos modos podemos afirmar esto. Recuerdan lo que le sucedió a Moisés. En una ocasión Dios lo tomó aparte, lo situó en una montaña y le dijo que iba a dejarse ver de él, pero le dijo que sólo le vería la espalda, indicando, sin duda, que ver a Dios es imposible. Las teofanías del Antiguo Testamento, o sea, las veces en que el Ángel del Pacto se apareció en forma humana, sin duda indican que ver a Dios en un sentido físico es imposible.
Recuerdan también las afirmaciones que el Señor mismo hizo. En una ocasión se volvió a la gente para decirles, 'Nunca habéis oído su voz, ni habéis visto su aspecto' — sugiriendo que sí tiene 'aspecto.' Dijo también, 'no que alguno haya visto al Padre, sino aquel que vino de Dios; éste ha visto al Padre.' 'Ustedes no han visto al Padre,' vino a decirles, 'pero yo que soy de Dios sí lo he visto.' 'A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer.' Estas son las afirmaciones con las que nos encontramos. Luego recuerdan que en una ocasión dijo, 'el que me ha visto a mí ha visto al Padre, una de sus afirmaciones más arcanas. Esto es lo que dice la Biblia acerca de este problema, y me parece que, en conjunto, no vale la pena dedicarle más tiempo. Reconozcamos que nada sabemos. El Ser mismo de Dios es tan trascendente y eterno que cualquier esfuerzo por llegar a entenderlo está condenado al fracaso. La Biblia misma, me parece —y lo digo con reverencia— no trata de darnos un concepto adecuado del ser de Dios. Nuestros términos son tan inadecuados, nuestra inteligencia tan pequeña y finita, que los intentos de describir a Dios y a su gloria son peligrosos. Todo lo que sabemos es que hay esta promesa gloriosa de que, en una forma u otra, los de corazón limpio verán a Dios.
Sugiero, pues, que significa algo así. Al igual que en el caso de las otras Bienaventuranzas, la promesa se cumple en parte aquí. En un sentido existe una visión de Dios ya en este mundo. El cristiano puede ver a Dios en un sentido único. El cristiano ve a Dios en los sucesos de la historia. Para el ojo de la fe hay una visión que nadie más posee. Pero hay un ver también en el sentido de conocerlo, una clase de sentimiento de que está cerca, y un disfrute de su presencia. Recuerdan lo que se nos cuenta acerca de Moisés en ese gran capítulo once de la Carta a los Hebreos. Moisés 'se sostuvo como viendo al Invisible.' Esto es parte de la visión total, y nos es posible en esta vida. 'Bienaventurados los de limpio corazón.' Aunque imperfectos, podemos decir que incluso ahora vemos a Dios en un sentido; vemos al 'Invisible.' Otra forma de verlo es en nuestra propia experiencia, en su trato benigno con nosotros. ¿No decimos que vemos la mano de nuestro Señor en nosotros en esto o aquello? Esto es parte del ver a Dios.
Pero, claro que esto no es nada en comparación con lo que será. 'Ahora vemos por espejo, oscuramente.' Vemos como no veíamos antes, pero sigue siendo en gran parte oscuro. Pero entonces 'veremos cara a cara.' 'Amados, ahora somos hijos de Dios,' dice Juan, 'y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es.' No cabe duda de que esto es lo más sorprendente que se ha dicho jamás al hombre, que ustedes y yo, tal como somos, con todos los problemas y dificultades de este mundo, vamos a verlo cara a cara. Si comprendiéramos esto, revolucionaría nuestras vidas. Ustedes y yo estamos destinados a estar en la presencia de Dios; ustedes y yo nos estamos preparando para ir a la presencia del Rey de reyes. ¿Creen esto, están seguros de que así es? ¿Se dan cuenta de que llegará el día en que verán a Dios cara a cara? En cuanto comprendemos esto, claro está, todo lo demás palidece. Ustedes y yo vamos a disfrutar de la presencia de Dios y a pasar la eternidad en ella. Lean el libro de Apocalipsis y escuchen a los redimidos del Señor que lo alaban y le dan gloria. La felicidad es inconcebible, inimaginable. Y para esto estamos destinados. 'Los de limpio corazón verán a Dios,' nada menos que esto. Qué necio es privarnos de esta gloria que se exhibe ante nuestros ojos sorprendidos. ¿Han visto ustedes ya en forma parcial a Dios? ¿Se dan cuenta de que se preparan para ello, y ponen la mira en ello? 'Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra.' ¿Contemplan estas cosas invisibles y eternas? ¿Dedican tiempo a meditar en la gloria que les espera? Si así lo hacen, la preocupación mayor de la vida será tener el corazón limpio.
Pero ¿cómo podemos tener el corazón limpio? Este tema ha atraído la atención a lo largo de los siglos. Contiene dos grandes ideas. Primera, hay quienes dicen que sólo hay que hacer una cosa, que debemos hacernos monjes y aislarnos del mundo. 'Sólo esto es necesario,' dicen. 'Si quiero tener el corazón limpio, no me queda tiempo para nada más.' Esta es la idea básica del monasticismo. No vamos a detenernos en esto; sólo lo menciono de paso por qué es completamente antibíblico. No se encuentra en el Nuevo Testamento, y es algo que ni ustedes ni yo hacemos. Esos esfuerzos de auto purificación están condenados al fracaso. El camino que indica la Biblia es más bien este. Lo que podemos hacer es caer en la cuenta de la negrura del corazón por naturaleza, y al hacerlo unirse a la oración de David, 'Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí.' Uno puede comenzar a tratar de purificarse el corazón, pero al final de la vida seguirá estando tan tenebroso como al comienzo, o quizá más. ¡No! sólo Dios puede hacerlo, y, gracias a Dios, ha prometido hacerlo. La única forma en que podemos tener el corazón limpio es que el Espíritu Santo entre en nosotros y nos purifique. Sólo cuando El mora en el corazón y actúa en él se purifica, y así lo hace produciendo 'así el querer como el hacer, por su buena voluntad.' Esta era la confianza de Pablo, que 'el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo.' Esta es mi sola esperanza. Estoy en sus manos, y el proceso está en marcha. Dios actúa en mí y me purifica el corazón. Dios ha puesto manos a la obra, y sé, gracias a ello, que llegará el día en que seré irreprensible, sin mancha ni arruga. Podré entrar por la puerta de la ciudad santa, dejando todo lo impuro afuera, solamente porque El lo hace.
Esto no quiere decir que tenga que permanecer pasivo en todo este proceso. Creo que la obra es de Dios; pero también creo lo que dice Santiago, 'Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros.' Quiero que Dios me acerque a sí, porque, si no, mi corazón seguirá ennegrecido. ¿Cómo me acercará Dios a sí? 'Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros,' dice Santiago. 'Limpiad las manos, y vosotros los de doble ánimo, purificad vuestros corazones.' El hecho de que sepa que en última instancia no puedo purificar y limpiar mi corazón en un sentido absoluto no quiere decir que deba seguir viviendo como un desecho a la espera de que Dios me purifique. Debo hacer todo lo que pueda, consciente, sin embargo, de que no basta, y de que El es quien debe hacerlo. Escuchemos lo que dice Pablo: 'Dios es el que produce en vosotros así el querer como el hacer, por su buena voluntad.' Sí, pero, hay que mortificar los miembros, desprenderse de todo lo que se interpone entre uno y la meta a la que se aspira. Hay que mortificar, dar muerte. Dice Pablo en Romanos, 'Si el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis.'
Todo lo que he tratado de decir se puede resumir así. ¡Van a ver a Dios! ¿No están de acuerdo en que esto es lo más importante y mayor que se nos puede jamás decir? ¿Es su meta, deseo y ambición supremos ver a Dios? Si así es, si creen este evangelio, deben estar de acuerdo con Juan en que, 'todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro.' El tiempo es corto, no nos queda mucho tiempo para prepararnos. Está cerca el gran día; en un sentido la ceremonia ya está preparada; ustedes y yo estamos esperando ser recibidos en audiencia por el Rey. ¿Lo esperan? ¿Se preparan para ello? Ahora no se avergüenzan de perder el tiempo en cosas que de nada valdrán llegado ese momento, pero entonces sí se avergonzarán. Ustedes y yo, criaturas temporales como somos, vamos a ver a Dios y a bañarnos en su gloria eterna para siempre. Nuestra única confianza es que El está actuando en nosotros y preparándonos para ello. Pero seamos activos también, purificándonos 'así como él es puro.'



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Estudios Sobre el Sermón del Monte

por D. Martyn Lloyd-Jones

Pastor, Iglesia Westminster, Londres



CAPITULO I Introducción General
CAPITULO II Consideraciones Generales y Análisis
CAPITULO III Introducción a las Bienaventuranzas
CAPITULO IV Bienaventurados los Pobres en Espíritu
CAPITULO V Bienaventurados los que Lloran
CAPITULO VI Bienaventurados los Mansos
CAPITULO VII Justicia y Bienaventuranza
CAPITULO VIII Las Piedras de Toque del Apetito Espiritual
CAPITULO IX Bienaventurados los Misericordiosos
CAPITULO X Bienaventurados los de Limpio Corazón
CAPITULO XI Bienaventurados los Pacificadores
CAPITULO XII El Cristiano y la Persecución
CAPITULO XIII Gozo en la Tribulación
CAPITULO XIV La Sal de la Tierra
CAPITULO XV La Luz del Mundo
CAPITULO XVI Que Vuestra Luz Alumbre
CAPITULO XVII Cristo y el Antiguo Testamento
CAPITULO XVIII Cristo Cumple la ley de los Profetas
CAPITULO XIX Justicia Mayor que la de los Escribas y Fariseos
CAPITULO XX La Letra y el Espíritu
CAPITULO XXI No Matarás
CAPITULO XXII Lo Pecaminosidad Extraordinaria del Pecado
CAPITULO XXIII Mortificar el Pecado
CAPITULO XXIV Enseñanza de Cristo Acerca del Divorcio
CAPITULO XXV El Cristiano y Los Juramentos
CAPITULO XXVI Ojo por Ojo y Diente por Diente
CAPITULO   XXVII La Capa y la Segunda Milla
CAPITULO   XXVIII Negarse a Sí Mismo y Seguir a Cristo
CAPITULO  XXIX Amar a los Enemigos
CAPITULO  XXX ¿Qué Hacéis de Más?
CAPÍTULO XXXI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXII Cómo Orar
CAPITULO XXXIII Ayuno
CAPITULO XXXIV Cuando ores
CAPÍTULO XXXV Oración: Adoración
CAPÍTULO XXXVI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXVII Tesoros en la Tierra y en el Cielo
CAPITULO XXXVIII Dios o las Riquezas
CAPITULO XXXIX La Detestable Esclavitud del Pecado
CAPITULO XL No Afanarse
CAPITULO XLI Pájaros y Flores
CAPITULO XLII Poca Fe
CAPITULO XLlll Fe en Aumento
CAPÍTULO XLIV Preocupación: Causas y remedio
CAPITULO XLV 'No Juzguéis'
CAPITULO XLVI La Paja y la Viga
CAPITULO XLVII Juicio y Discernimiento Espirituales
CAPITULO XLVIII Buscar y hallar
CAPÍTULO XLIX La Regla de Oro
CAPITULO L La Puerta Estrecha
CAPITULO LXI El Camino Angosto
CAPITULO LII Falsos profetas
CAPITULO LIII El Árbol y el Fruto
CAPITULO LIV Falsa Paz
CAPITULO LV Hipocresía Inconsciente
CAPITULO LVI Las Señales del Autoengaño
CAPITULO LVII Los dos Hombres y las dos Casas
CAPITULO LVIII ¿Roca o Arena?
CAPITULO LIX La Prueba y la Crisis de la Fe
CAPITULO LX Conclusión
Biblioteca
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