CAPITULO XXIV
Enseñanza de Cristo Acerca del Divorcio

Pasamos ahora a estudiar lo que nuestro Señor dice en los versículos 31 a 32 respecto al divorcio. Comenzaré por señalar que, cuando llegamos a un tema y pasaje como éste, vemos el valor del estudio sistemático de la enseñanza bíblica. ¿Cuan a menudo oímos hablar en público acerca de un texto como éste? ¿No es cierto que este es una clase de tema que los predicadores tienden a eludir? Y por esto mismo, desde luego, somos culpables de pecado. No hay que estudiar algunas partes de la Palabra de Dios y hacer caso omiso de otras. No hay por qué eludir las dificultades. Estos versículos que vamos a analizar son tan parte de la Palabra de Dios como cualesquiera otros que se hallen en la Escritura. Pero por no exponer la Biblia en forma sistemática, debido a nuestra tendencia a tomar textos fuera de su contexto y a escoger lo que nos interesa y agrada, y a hacer caso omiso del resto, nos hacemos culpables de una vida cristiana desequilibrada. Esto a su vez nos conduce, desde luego, a fracasos prácticos. Es muy bueno, por tanto, que estudiemos el Sermón del Monte de este modo sistemático, y por ello nos encontramos frente a esta afirmación.
Por una razón u otra muchos comentaristas, aunque se han propuesto escribir un comentario del Sermón del Monte, pasan por alto este pasaje y no lo comentan. Se puede entender fácilmente por qué la gente tiende a eludir un tema como éste; pero esto no los excusa. El evangelio de Jesucristo afecta todos los aspectos de nuestra vida, y no tenemos derecho de decir que ninguna parte de nuestra vida está fuera de su alcance. Todo lo que necesitamos se nos enseña y con ello poseemos instrucciones acerca de todos los aspectos de nuestra vida. Pero al mismo tiempo, quienquiera que se haya tomado la molestia de leer acerca de este tema y las varias interpretaciones que se le dan se dará cuenta de que está lleno de dificultades. Muchas de estas dificultades, sin embargo, las han creado los hombres, y se deben en último término a la enseñanza de la Iglesia Católica acerca del matrimonio como sacramento. Partiendo de esta posición, manipula las afirmaciones de la Escritura para que encaje con su teoría. Deberíamos dar gracias a Dios, sin embargo, de que no tenemos solamente nuestras ideas, sino que poseemos esta instrucción y enseñanza bien claras. Responsabilidad nuestra es examinarlo honradamente.
Frente a estos versículos, recordemos una vez más los antecedentes o contexto de los mismos. Esta afirmación es una de las seis que nuestro Señor hizo y que introdujo con la fórmula 'Oísteis... pero yo os digo.' Forma parte de la sección del Sermón del Monte en la que nuestro Señor muestra la relación entre su Reino y la enseñanza de la ley de Dios que fue dada a los hijos de Israel por medio de Moisés. Comenzó diciendo que no había venido a destruir la ley sino a cumplirla; es más, dice, hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley hasta que todo se haya cumplido. Luego viene lo siguiente: 'De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos. Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.' Luego pasa a ofrecer su enseñanza a la luz de este contexto.
Con esto presente, recordemos también que en estos seis contrastes que nuestro Señor presenta, compara no la ley de Moisés, como tal, con su propia enseñanza, sino la interpretación falsa de esta ley por parte de los escribas y fariseos. Nuestro Señor desde luego que no dice que había venido a corregir la ley de Moisés, porque era la ley de Dios, que Dios mismo había dado a Moisés. No; el propósito de nuestro Señor era corregir la corrupción, la falsa interpretación de la ley que los escribas y fariseos enseñaban. Por lo tanto, honra la ley de Moisés y la explica en toda su plenitud y gloria. Esto, desde luego, es precisamente lo que hace respecto a la cuestión del divorcio. Quiere sobre todo denunciar públicamente la enseñanza falsa de los escribas y fariseos respecto a este importante asunto.
La mejor forma de estudiar este tema es examinarlo bajo tres aspectos. Ante todo debemos tener una idea clara en cuanto a lo que la ley de Moisés enseñaba realmente acerca de este asunto. Luego debemos saber qué enseñaban los escribas y fariseos. Finalmente debemos examinar lo que nuestro Señor mismo enseña.
Primero, pues, ¿qué enseñaba realmente la ley de Moisés respecto a este problema? La respuesta se encuentra en Deuteronomio 24, sobre todo en los versículos 1-4. En Mateo 19 nuestro Señor vuelve a referirse a esa enseñanza y en un sentido nos da un resumen perfecto de la misma, pero conviene que consideremos la afirmación original. Suele haber mucha confusión en cuanto a esto. Lo primero que hay que advertir es que en la antigua dispensación mosaica no se menciona la palabra adulterio en relación con el divorcio, ya que en la ley de Moisés el castigo del adulterio era la muerte. Quienquiera que bajo esa ley antigua era considerado culpable de adulterio era lapidado hasta que muriera, de modo que no era necesario mencionarlo. El matrimonio había terminado, pero no por divorcio sino por castigo de muerte. Este principio es muy importante y conviene que lo recordemos.
¿Cuál era, pues, el propósito de la legislación mosaica respecto al divorcio? Se encuentra de inmediato la respuesta, no sólo cuando se lee Deuteronomio 24, sino sobre todo al leer lo que dice nuestro Señor acerca de esa legislación. El objetivo único de la ley mosaica respecto a esto era simplemente controlar los divorcios. La situación había llegado a ser casi completamente caótica. Sucedía lo siguiente. En ese tiempo, como recordarán, los hombres tenían una idea muy baja de la mujer, y habían llegado a creer que tenían derecho a divorciarse de su mujer por cualquier razón, incluso baladí. Si un hombre, por la razón que fuera, quería librarse de su esposa, lo hacía. Presentaba cualquier pretexto falso y, basado en él, se divorciaba. Desde luego que la razón básica de ello no era más que la pasión y lujuria. Es interesante observar cómo, en este Sermón del Monte, nuestro Señor habla de este tema en conexión inmediata con el tema que lo procede, a saber, el problema de la concupiscencia. En algunas versiones de la Biblia ambos temas están bajo un sólo encabezamiento. Quizá no esté bien esto, pero sí nos recuerda la conexión íntima entre ambas. La legislación mosaica, por tanto, se introdujo para regular y controlar una situación que no sólo se había convertido en caótica, sino que era injusta para la mujer, y que, además, conducía a sufrimientos inimaginables e inacabables tanto en las mujeres como en los niños.
Establecía principalmente tres grandes principios. El primero era que limitaba el divorcio a ciertas causas. En adelante sólo había de permitirse cuando se descubría en la mujer algún defecto físico o moral, natural. Se prohibían todas las excusas que los hombres habían utilizado hasta entonces. Antes de obtener el divorcio el hombre tenía que demostrar que había una causa muy especial, incluida bajo el título de impureza. No sólo tenía que demostrar esto, sino que tenía que hacerlo frente a dos testigos. Por tanto la legislación mosaica, lejos de justificar el divorcio, lo limitaba. Descartaba todas las razones baladíes, superficiales e injustas, restringiéndolas a una sola.
Lo segundo que establecía era que, el hombre que se divorciaba de este modo de su mujer tenía que darle carta de divorcio. Antes de la ley mosaica, el hombre podía decir que ya no deseaba a su mujer, y arrojarla de la casa; y ahí quedaba, a merced del mundo. Se la podía acusar de infidelidad o adulterio y por ello podía lapidársela hasta morir. Por tanto, a fin de proteger a la mujer, esta legislación exigía que se le diera carta de divorcio en la que se dijera que había sido repudiada, no por infidelidad, sino por una de las razones admisibles y que había sido descubierta. Era para protegerla, y la carta de divorcio se le entregaba en presencia de dos testigos a los que siempre podía recurrir en caso de necesidad. El divorcio fue formalizado, con la idea de fijar en la mente de la gente que era un paso solemne y no algo que había que hacer a la ligera en un momento de pasión cuando el hombre descubría de repente que no le gustaba su esposa y quería librarse de ella. De este modo se ponía de relieve lo serio del matrimonio.
El tercer principio de la ley mosaica fue significativo, a saber, que el hombre que se divorciaba de su mujer y le daba carta de divorcio no podía volver a casarse con ella. La situación era la siguiente. Un hombre se ha divorciado de su mujer y le ha dado carta de divorcio. En este caso la mujer puede volver a casarse con otro hombre. Ahora bien, el segundo esposo también puede darle carta de divorcio. Sí, dice la ley de Moisés, pero si esto sucede y puede volver a casarse, no debe casarse con el primer esposo. La intención de esta norma es la misma; hacer que la gente comprenda que el matrimonio no es algo que se puede contraer y disolver a la ligera. Le dice al primer esposo que, si le da a la esposa carta de divorcio, va a ser algo definitivo.
Cuando lo vemos así, podemos darnos cuenta de inmediato que la antigua legislación mosaica está muy lejos de ser lo que pensábamos, y sobre todo de lo que los escribas y fariseos enseñaban que era. Su objetivo era introducir cierto orden en una situación que se había vuelto del todo caótica. Esta fue la característica de todos los detalles de la legislación mosaica. Tomemos por ejemplo la cuestión del 'ojo por ojo, y diente por diente.' La legislación mosaica lo estableció. Sí, pero ¿cuál fue el propósito? No fue decir a la gente que si uno le sacaba un ojo a otro, la víctima podía hacerle lo mismo. No; el propósito fue decirles: No pueden matar a alguien por esa ofensa; es sólo un ojo por un ojo, y si alguien le hace saltar un diente a otro, la víctima sólo puede hacerle saltar un diente a aquél. Es poner orden en medio del caos, limitar las consecuencias y legislar para una situación especial. La ley respecto al divorcio tuvo exactamente el mismo propósito.
Luego debemos examinar la enseñanza de los escribas y fariseos porque, como hemos visto, nuestro Señor se refirió sobre todo a ella. Decían que la ley de Moisés mandaba, es más apremiada, al hombre que se divorciara de su mujer en ciertas circunstancias. Claro que nunca dijo cosa semejante. La ley de Moisés nunca mandó a nadie que se divorciara de su mujer; lo que hizo fue decir al hombre: si quieres divorciarte de tu mujer puedes hacerlo sólo bajo estas condiciones. Pero los escribas y fariseos, como nuestro Señor dice bien claramente en Mateo 24 cuando habla del mismo tema, enseñaban que Moisés mandó el divorcio. Y, desde luego, el paso siguiente era que exigían el divorcio e insistían en el derecho de hacerlo, por toda clase de razones inadecuadas. Tomaban esa antigua legislación mosaica respecto a esta cuestión de impureza y tenían su propia interpretación en cuanto a lo que significaba. De hecho enseñaban que, si un hombre ya no quería a su mujer, o por cualquier razón ya no le satisfacía, eso, en un sentido, era 'impureza.' ¡Cuan típico es esto de la enseñanza de los escribas y fariseos y de su método de interpretar la ley! Pero en realidad eludían la ley tanto en principio como en la letra. La consecuencia fue que en tiempo de nuestro Señor se volvían a cometer terribles injusticias con las mujeres que eran repudiadas por las razones más indignas y baladíes. Sólo un factor les interesaba a esos hombres, y era el legal, de dar carta de divorcio. Eran muy meticulosos en eso, como en todos los detalles legales. No decían, sin embargo, que se divorciaban de la mujer. Esto no tenía importancia. ¡Lo que importaba sobre todo era que se le diera carta de divorcio! Nuestro Señor lo expresa así: 'También fue dicho' — esto es lo que habían estado diciendo los escribas y fariseos. ¿Qué es lo importante para 'cualquiera que repudie a su mujer'? 'Déle carta de divorcio.' Bien, desde luego que eso es importante, y la ley de Moisés lo exigía. Pero no es esto lo importante, ni lo que hay que poner de relieve. Sin embargo, para los escribas y fariseos era lo básico y, con ello, no habían visto el verdadero significado del matrimonio. No habían acertado a examinar todo el problema del divorcio y la razón para el mismo en una forma genuina, justa y adecuada. Hasta tal punto los escribas y fariseos habían llegado a pervertir la enseñanza mosaica. La eludían con interpretaciones hábiles y con tradiciones que le habían agregado. El resultado fue que se había ocultado y debilitado por completo el objetivo final de la legislación mosaica.
Esto nos conduce al tercer y último paso (que es el más importante. ¿Qué dice nuestro Señor acerca de ello? Tero yo os digo que el que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casa con la repudiada, comete adulterio.' La afirmación de Mateo 19:3-9 es muy importante y útil en la interpretación de esta enseñanza, porque es una explicación más completa de lo que dice nuestro Señor en el Sermón del Monte en una forma más concisa. Los escribas y fariseos le dijeron —con la intención de confundirlo—' ¿Es lícito al hombre repudiar a su mujer por cualquier causa?' De hecho al preguntar esto se ponían al descubierto porque ellos mismos lo autorizaban. Esta es la respuesta de nuestro Señor. Lo primero que subraya es la santidad del matrimonio. 'El que repudie a su mujer, a no ser por causa de fornicación.' Adviertan que va más allá que la ley de Moisés para remontarse a la ley que Dios había promulgado al comienzo. Cuando Dios creó a la mujer para que fuera ayuda para el hombre así lo dijo. Afirmó: 'Serán una sola carne.' 'Por tanto, lo que Dios juntó, no lo separe el hombre.' El matrimonio no es un contrato civil, ni un sacramento; el matrimonio es algo dentro de lo cual estas dos personas se convierten en una sola carne. Hay algo indisoluble en él, y nuestro Señor se remonta a ese principio. Cuando Dios hizo a la mujer para el hombre esa fue su intención, eso fue lo que indicó, y esto fue lo que ordenó. La ley que Dios estableció fue que el hombre dejara a su padre y a su madre y se uniera a su esposa para convertirse en una sola carne. Ha ocurrido algo nuevo y distinto, ciertos vínculos se han roto y se ha formado ese vínculo nuevo. Este aspecto de 'una carne' es muy importante. Verán que es un tema que siempre aparece cuantas veces la Escritura trata de este asunto. Se encuentra en 1 Corintios 6, donde Pablo dice que lo terrible en la fornicación es que el hombre se hace una sola carne con una prostituta — enseñanza importante y solemne. Nuestro Señor parte de esta base. Se remonta al comienzo, a la idea original de Dios acerca del matrimonio.
'Si esto es así,' preguntará alguien, '¿cómo se explica la ley de Moisés? Si así concibe Dios el matrimonio, ¿por qué permitió el divorcio en las circunstancias que hemos visto?' Nuestro Señor respondió a esta pregunta diciendo que, debido a la dureza de corazón de esas gentes, Dios hizo una concesión, por así decirlo. No abrogó su primera ley respecto al matrimonio. No, introdujo una legislación provisional debido a las circunstancias prevalentes. Dios quiso controlar la situación. Es lo mismo que vimos ocurrió respecto al 'ojo por ojo y diente por diente.' Fue una innovación tremenda en ese tiempo; pero en realidad por medio de ello Dios iba conduciendo otra vez a su pueblo en la dirección de su mandato original. 'Por la dureza de vuestro corazón,' dice nuestro Señor, 'Moisés os permitió repudiar a vuestras mujeres. No fue que Dios quisiera el divorcio ni mandara que nadie se divorciara de su mujer; fue Dios que quería convertir el caos en orden, que devolvía la normalidad a lo que era completamente irregular. Debemos tener muy presente en estos asuntos el objetivo y la intención originales de Dios respecto al estado matrimonial: una carne, indisolubilidad, y la unión que ello representa.
El primer principio nos conduce al segundo, que es que Dios nunca en ninguna parte mandó a nadie que se divorciara. Los escribas y fariseos daban a entender que esto indicaba la ley de Moisés. Sí; ciertamente que les mandó que dieran carta de divorcio si se divorciaban. Pero esto no es mandar que se divorcien. La idea que enseña la Palabra de Dios es no sólo la de la indisolubilidad del matrimonio, sino la del amor y perdón. Debemos descartar este enfoque legalista que le hace decir al hombre, 'Ha arruinado mi vida, debo divorciarme de ella.' Como pecadores indignos todos hemos recibido perdón de Dios, y esto debe dirigir nuestra idea de todo lo que nos sucede respecto a otras personas, y sobre todo en la relación matrimonial.
El siguiente principio es de suma importancia. Hay una sola causa y razón legítimas para el divorcio — lo que se llama 'fornicación'. No necesito subrayar la importancia de esta enseñanza y lo pertinente que es. Vivimos en un país en el que en ese asunto del divorcio hay una confusión caótica, y todavía se están promulgando leyes que lo hacen más fácil y, en consecuencia, van a agravar la situación. Esta es la enseñanza de nuestro Señor respecto a este tema. Hay una sola causa legítima de divorcio. Hay una y sólo una. Y es la infidelidad de uno de los cónyuges. Este término 'fornicación' es genérico, y en realidad significa infidelidad de uno de los cónyuges al matrimonio 'El repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere.' Debemos comprender la importancia de este principio. Tuvo gran importancia en los primeros tiempos de la iglesia. Si leen 1Corintios 7 volverán a encontrar este problema. En esos tiempos el problema se les presentaba a los cristianos en esta forma. Imaginemos a un esposo y esposa. El esposo se convierte, la esposa no. Ahí tenemos a un hombre que se ha convertido en nueva criatura en Cristo Jesús, pero su esposa sigue siendo pagana. A esas gentes se les había enseñado la doctrina de la separación del mundo y del pecado. En consecuencia habían sacado la conclusión siguiente, 'Me es imposible seguir viviendo con una mujer así, pagana. Si quiero vivir una vida cristiana, me debo divorciar de ella porque ella no es cristiana.' Y muchas esposas que se habían convertido y cuyos maridos no se habían convertido, decían lo mismo. Pero el apóstol Pablo les enseñó que el esposo no debía dejar a la esposa porque él se había convertido y ella no. Ni siquiera esto es motivo de divorcio. Tomemos todo eso que se dice hoy día acerca de la incompatibilidad de caracteres. ¿Quieren algo más incompatible que un cristiano y un no cristiano? Según las ideas modernas, de haber una causa de divorcio sería esta. Pero la enseñanza bien clara de la Biblia es que ni siquiera esto es motivo de divorcio. No hay que dejar al inconverso, dice Pablo. La esposa que se ha convertido y tiene un esposo inconverso santifica al esposo. No hay que preocuparse por los hijos; si uno de los cónyuges es cristiano, tienen el privilegio de la educación cristiana dentro de la vida de la Iglesia.
Esta argumentación es sumamente vital e importante. Es la forma de dejarnos grabado este gran principio que nuestro Señor mismo establece. Nada justifica el divorcio a excepción de la fornicación. No importan las dificultades, no importa la tensión o la presión, p lo que sea que se dice que sucede en el caso de incompatibilidad de caracteres. Nada ha de disolver ese vínculo indisoluble salvo esa única cosa. Pero vuelvo a repetir que esa cosa sí lo disuelve. Nuestro Señor dice que esa sí es causa de divorcio, y legítima. Dice que Moisés hizo ciertas concesiones 'por la dureza de vuestro corazón.' Pero ahora esto se propone como principio, no como concesión a debilidades. El Señor mismo nos dice que la infidelidad es causa de divorcio y la razón es muy obvia. Vuelve a ser cuestión de la 'una carne'; la persona culpable de adulterio ha roto el vínculo y se ha unido a otra persona. El lazo se ha roto, ya no se sostiene lo de la carne una, y por tanto el divorcio es legítimo. Permítanme volver a insistir en ello, no es un mandato. Pero sí es motivo de divorcio, y el hombre que se halle en tal situación tiene derecho a divorciarse de su esposa, y la esposa tiene derecho a divorciarse del esposo.
El siguiente paso lo aclara todavía más. Nuestro Señor dice que si alguien se divorcia de su esposa por alguna otra razón hace que la esposa cometa adulterio. 'El que repudia a su mujer, a no ser por causa de fornicación, hace que ella adultere.' La argumentación es como sigue: Hay una sola cosa que puede romper ese vínculo. Por tanto, si alguien repudia a su mujer por alguna otra causa, la repudia sin romper el vínculo. Así pues, le hace uno romper el vínculo caso de que volviera a casarse; y por consiguiente comete adulterio. Por tanto, el que se divorcia de su mujer por cualquier otra causa que no sea esta la hace adulterar. El esposo es la causa, y el hombre que se casa con ella también es adúltero. De esta forma positiva y clara vuelve nuestro Señor a poner en vigor este gran principio. Soplo hay una causa para el divorcio, nada más.
¿Cuál es, pues, el efecto de esta enseñanza? Podemos sintetizarlo así. Nuestro Señor se nos muestra aquí como el gran Legislador. Toda la ley procede de El; todo lo de esta vida y de este mundo ha venido a El. Hubo una legislación pasajera para los hijos de Israel a causa de circunstancias especiales. El castigo mosaico para el adulterio era la muerte por lapidación. Nuestro Señor abrogó esta legislación pasajera. Luego ha establecido como legítimo el divorcio por adulterio; ha establecido la ley de este modo. Estos son los dos resultados principales de su enseñanza. A partir de entonces ya no se da muerte a nadie por adulterio. Pero si uno quiere hacer algo tiene derecho al divorcio. De esto se puede sacar una conclusión muy importante y seria. Podemos decir no sólo que una persona que se ha divorciado de su cónyuge por adulterio tiene derecho a hacerlo. Podemos ir más allá y decir que el divorcio ha anulado el matrimonio, y que esa persona es libre y como libre puede volver a casarse. El divorcio acaba esa relación, dice nuestro Señor. La relación con el cónyuge es la misma como si hubiera muerto; y la parte inocente tiene por tanto derecho a volver a casarse. Incluso más que esto, si es cristiano, tiene derecho a otro matrimonio cristiano. Pero sólo él está en esa situación, no el otro cónyuge.
'¿No va decir nada acerca de los demás?' pregunta alguien. Todo lo que diría acerca de ellos es esto, y lo digo a conciencia, casi con temor de que pueda parecer que digo algo que pueda inducir a alguien a pecar. Pero basado en el evangelio y en interés por la verdad me veo obligado a decir esto: Ni siquiera el adulterio no es un pecado imperdonable. Es un pecado terrible, pero Dios no quiera que alguien crea que se ha puesto definitivamente fuera del amor y del reino de Dios a causa de adulterio. No; si esa persona se arrepiente y cae en la cuenta de la enormidad del pecado cometido y se arroja en brazos del amor, misericordia y gracia inconmensurables de Dios, puede recibir perdón y tener seguridad de que ha sido perdonado.    Pero,  oigamos las palabras de nuestro Señor: 'Vete, y no peques más.'
Esta es la enseñanza de nuestro Señor respecto a este tema tan importante. Vemos cuál es el estado del mundo y de la sociedad que nos rodea. ¿Es sorprendente que el mundo esté como está si la gente hace caso omiso de la ley de Dios en asunto tan vital? ¿Qué derecho tenemos de esperar que las naciones cumplan sus promesas y sean fieles a las alianzas, si los hombres y mujeres no lo hacen ni siquiera en esta unión del matrimonio, que es la más solemne y sagrada? Debemos comenzar por nosotros mismos; debemos comenzar por el principio, debemos observar la ley de Dios en nuestras vidas personales. Y luego, y sólo luego, tendremos derecho a confiar en las naciones y pueblos, y a esperar un tipo diferente de conducta del mundo en general.


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Biblioteca
Estudios Sobre el Sermón del Monte

por D. Martyn Lloyd-Jones

Pastor, Iglesia Westminster, Londres



CAPITULO I Introducción General
CAPITULO II Consideraciones Generales y Análisis
CAPITULO III Introducción a las Bienaventuranzas
CAPITULO IV Bienaventurados los Pobres en Espíritu
CAPITULO V Bienaventurados los que Lloran
CAPITULO VI Bienaventurados los Mansos
CAPITULO VII Justicia y Bienaventuranza
CAPITULO VIII Las Piedras de Toque del Apetito Espiritual
CAPITULO IX Bienaventurados los Misericordiosos
CAPITULO X Bienaventurados los de Limpio Corazón
CAPITULO XI Bienaventurados los Pacificadores
CAPITULO XII El Cristiano y la Persecución
CAPITULO XIII Gozo en la Tribulación
CAPITULO XIV La Sal de la Tierra
CAPITULO XV La Luz del Mundo
CAPITULO XVI Que Vuestra Luz Alumbre
CAPITULO XVII Cristo y el Antiguo Testamento
CAPITULO XVIII Cristo Cumple la ley de los Profetas
CAPITULO XIX Justicia Mayor que la de los Escribas y Fariseos
CAPITULO XX La Letra y el Espíritu
CAPITULO XXI No Matarás
CAPITULO XXII Lo Pecaminosidad Extraordinaria del Pecado
CAPITULO XXIII Mortificar el Pecado
CAPITULO XXIV Enseñanza de Cristo Acerca del Divorcio
CAPITULO XXV El Cristiano y Los Juramentos
CAPITULO XXVI Ojo por Ojo y Diente por Diente
CAPITULO   XXVII La Capa y la Segunda Milla
CAPITULO   XXVIII Negarse a Sí Mismo y Seguir a Cristo
CAPITULO  XXIX Amar a los Enemigos
CAPITULO  XXX ¿Qué Hacéis de Más?
CAPÍTULO XXXI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXII Cómo Orar
CAPITULO XXXIII Ayuno
CAPITULO XXXIV Cuando ores
CAPÍTULO XXXV Oración: Adoración
CAPÍTULO XXXVI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXVII Tesoros en la Tierra y en el Cielo
CAPITULO XXXVIII Dios o las Riquezas
CAPITULO XXXIX La Detestable Esclavitud del Pecado
CAPITULO XL No Afanarse
CAPITULO XLI Pájaros y Flores
CAPITULO XLII Poca Fe
CAPITULO XLlll Fe en Aumento
CAPÍTULO XLIV Preocupación: Causas y remedio
CAPITULO XLV 'No Juzguéis'
CAPITULO XLVI La Paja y la Viga
CAPITULO XLVII Juicio y Discernimiento Espirituales
CAPITULO XLVIII Buscar y hallar
CAPÍTULO XLIX La Regla de Oro
CAPITULO L La Puerta Estrecha
CAPITULO LXI El Camino Angosto
CAPITULO LII Falsos profetas
CAPITULO LIII El Árbol y el Fruto
CAPITULO LIV Falsa Paz
CAPITULO LV Hipocresía Inconsciente
CAPITULO LVI Las Señales del Autoengaño
CAPITULO LVII Los dos Hombres y las dos Casas
CAPITULO LVIII ¿Roca o Arena?
CAPITULO LIX La Prueba y la Crisis de la Fe
CAPITULO LX Conclusión
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