CAPÍTULO XXXV
Oración: Adoración

Llegamos ahora a la sección siguiente del Padrenuestro; la que se ocupa de nuestras peticiones. 'Padre nuestro que estás en los cielos': ésta es la invocación. A continuación vienen las peticiones: 'santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, más líbranos del mal! Se ha debatido mucho en cuanto a si las peticiones son seis o siete. La respuesta depende de si se considera la última afirmación 'Líbranos del mal' como petición separada, o si hay que tomarla como parte de la petición anterior y leerlo así: 'no nos metas en tentación mas líbranos del mal'. Es uno de esos puntos (al igual que otros en la fe cristiana), que no se pueden decidir, y acerca de los cuales no se puede ser dogmático. Afortunadamente para nosotros, no es un punto vital, y Dios no quiera que uno de nosotros llegara a absorberse tanto en la parte mecánica de la Biblia, y le dedicara tanto tiempo, que no alcanzara a ver el espíritu y lo que es importante. Lo vital no es decidir si hay seis o siete peticiones en el Padrenuestro, sino más bien percibir el orden en el cual se presentan. Las tres primeras —Santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra— se refieren a Dios y a su gloria; las otras se refieren a nosotros mismos. Es de notar que las tres primeras peticiones contienen el posesivo 'tu', y se refieren a Dios. Sólo después de esto se introduce la palabra 'nosotros': 'El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal! Este es el punto neurálgico —el orden de las peticiones, no el número. Las tres primeras se refieren sólo a Dios y a su gloria.
Pero observemos otra cosa que es de importancia vital, la proporción de las peticiones. No sólo nuestros deseos y peticiones respecto a Dios deben ocupar el primer lugar, sino que hay que advertir también que la mitad de las peticiones se refieren a Dios y a su gloria y sólo el resto se ocupa de nuestras necesidades y problemas particulares. Claro que si nos interesamos por los números bíblicos — interés que quizá no habría que suprimir por completo, si bien puede convertirse en peligroso cuando deja demasiado paso a la fantasía— veremos, además, que las tres primeras peticiones se refieren a Dios, y que tres es siempre el número de la divinidad de Dios, sugiriendo las tres benditas Personas de la Trinidad. De la misma forma, cuatro es siempre el número de la tierra y se refiere a todo lo que es humano. Hay cuatro bestias en los cielos en el libro de Apocalipsis, y así sucesivamente. Siete, que es el resultado de tres más cuatro, equivale siempre al número perfecto cuando vemos a Dios en su relación a la tierra, y Dios en su relación con los hombres. Así podría ser en esta oración; nuestro Señor quizá la elaboró específicamente para hacer resaltar esos aspectos maravillosos. No podemos demostrarlo. Pero de todos modos el concepto básico que hay que captar es éste: no importan las circunstancias y las condiciones en que nos encontremos; la clase de deseos que surjan en nosotros; nunca debemos comenzar por nosotros mismos, nunca debemos comenzar por nuestras propias peticiones.
Este principio tiene vigencia incluso cuando nuestras peticiones alcanzan su nivel más elevado. Incluso la preocupación que tengamos por la salvación de las almas, incluso la preocupación que tengamos para que Dios bendiga la predicación de la Palabra, incluso la preocupación que tengamos para que aquellos que nos son más queridos sean verdaderos cristianos. Ni siquiera estas cosas deben ocupar el primer lugar. Y mucho menos debemos comenzar con nuestras propias circunstancias y condiciones.
No importa lo desesperados que estemos, no importa lo aguda que sea la tensión, no importa que sea enfermedad física, guerra, calamidades o algún problema terrible que se nos presenta de repente: sea lo que fuere, nunca debemos dejar de observar el orden que se nos enseña aquí de labios de nuestro bendito Señor y Salvador. Antes de comenzar a pensar en nosotros mismos y nuestras necesidades, incluso antes de la preocupación que tengamos por otros, debemos comenzar con esta gran preocupación acerca de Dios, de su honor y gloria. No hay ningún otro principio en relación con la vida cristiana que tenga más importancia que éste. Muy a menudo erramos en el campo de los principios. Tenemos la tendencia a dar por supuesto que nuestros principios son muy sanos y claros, y que lo único que necesitamos es instrucción acerca de los detalles. Claro está que la verdad, de hecho, es exactamente lo opuesto. Si comenzáramos siempre la oración con este sentido genuino de la invocación; si nos recogiéramos para pensar que estamos en la presencia de Dios, y que el Dios eterno y todopoderoso está ahí, mirándonos como nuestro Padre, mucho más dispuesto a bendecirnos y a rodearnos de su amor que nosotros lo estamos a recibir su bendición, conseguiríamos más en ese momento de recogimiento que lo que todas nuestras oraciones juntas vayan a poder alcanzar sin esta toma de conciencia. ¡Si todos tuviéramos esta preocupación por Dios y por su honor y gloria!
Afortunadamente, nuestro Señor conoce la debilidad nuestra, se da cuenta de la necesidad que tenemos de instrucción, y por eso nos la ha subdividido. No sólo ha anunciado el principio; nos lo ha dividido en estas tres secciones que vamos a examinar. Veamos ahora la primera petición: 'Santificado sea tu nombre'.
Nos damos cuenta ahora de que estamos en la presencia de Dios, y que Él es nuestro Padre. En consecuencia, dice Cristo, éste debería ser nuestro primer deseo, nuestra primera petición: 'Santificado sea tu nombre'. ¿Qué significa esto? Examinemos brevemente las palabras que contiene. La palabra 'santificar' significa reverenciar, hacer santo, mantener santo. ¿Pero por qué dice 'Santificado sea tu nombre'? ¿A qué equivale este término 'nombre'? Sabemos que esta era la forma que los judíos solían emplear en aquel tiempo para referirse a Dios mismo. Dígase lo que se diga acerca de los judíos del tiempo del Antiguo Testamento, y por grandes que fueran sus defectos, en un aspecto siempre fueron muy dignos de encomio. Me refiero al sentido que poseían de la grandeza, majestad y santidad de Dios. Los lectores recordarán que tenían tal respeto que nunca utilizaban el nombre 'Jehová'. Sentían como si el nombre mismo, las letras mismas, por así decirlo, eran tan santas y sagradas, y ellos tan pequeños e indignos, que no se atrevían a mencionarlo. Se referían a Dios como 'El Nombre', a fin de evitar el empleo del término Jehová. Así pues, 'Nombre", en este caso significa Dios mismo, y vemos que el propósito de la petición es expresar el deseo de que Dios mismo sea reverenciado, sea santificado, que el nombre mismo de Dios y todo lo que denota y representa, sea honrado entre los hombres, sea tenido por santo en todo el mundo. Pero quizá, a la luz de la enseñanza del Antiguo Testamento, sería bueno que ampliáramos esto un poco. El 'nombre', en otras palabras, significa todo lo que es cierto acerca de Dios, todo lo que ha sido revelado acerca de Él. Significa Dios en todos sus atributos, Dios en todo lo que es en sí mismo y por sí mismo, Dios en todo lo que ha hecho y lo que está haciendo.
Recordarán que Dios se había revelado a los hijos de Israel bajo nombres distintos. Había empleado un término respecto a sí mismo (El o Elohim) que significa su 'fortaleza' y su 'poder'; y cuando empleaba este nombre específico, transmitía al pueblo un sentido de su poder, su dominio, su fortaleza. Luego se reveló con ese nombre grande y maravilloso de Jehová que significa en realidad 'el que existe por sí mismo', 'Yo soy el que soy', el que existe eternamente por sí mismo. Pero Dios se describió a sí mismo también con otros nombres: 'el Señor proveerá' {Jehovah-jireh), 'el Señor que cura' (Jehovah-raphá), 'el Se¬ñor nuestro Estandarte' (Jehovah-nissi), 'el Señor nuestra paz' (Jehovah-Shalom), 'el Señor nuestro pastor' (Jehovah-ra-ah), 'el Señor nuestra Justicia' {Jehovah-tsidkenú), y otro término que significa, 'el Señor está presente' (Jehovah-shammah). Al leer el Antiguo Testamento se encuentran a menudo estos términos; y al darse estos nombres distintos a sí mismo, Dios revelaba a la humanidad algo de su naturaleza y ser, de su índole y atributos. En un sentido, 'tu nombre' equivale a todo esto. Nuestro Señor nos enseña a orar para que todo el mundo llegue a conocer a Dios de esta forma, para que todo el mundo llegue a honrar a Dios así. Es la expresión de un deseo ardiente y profundo por el honor y la gloria de Dios.
No se pueden leer los cuatro Evangelios sin ver muy claramente que esa fue la pasión consumidora del Señor Jesucristo mismo, pasión que se encuentra perfectamente re sumida en esa gran oración sacerdotal en Juan 17 cuando dice, "Yo te he glorificado en la tierra" y "He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste". Siempre estuvo preocupado por la gloria de su Padre. Dijo: "No he venido a buscar mi gloria sino la gloria de aquél que me envió!' No se puede entender verdaderamente la vida terrenal de Jesús, a no ser en estos términos. Conocía esa gloria que desde siempre pertenece al Padre, aquella "gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese!' Había visto esa gloria y la había compartido. Estaba lleno de este sentido de la gloria de Dios y su único deseo era que el género humano llegara a conocerla.
¡Qué ideas tan indignas tiene este mundo de Dios! Si uno somete a prueba las ideas que tiene acerca de Dios, comparándolas con la enseñanza de la Biblia, se verá a simple vista lo que quiero decir. Incluso carecemos del debido sentir de la grandeza, poder y majestad de Dios. Escucha uno a los hombres discutir acerca de Dios y advierte de inmediato la forma voluble en que usan el término. No es que yo quisiera volver a la práctica de los antiguos judíos; creo que llegaron demasiado lejos, pero lo que sí resulta casi alarmante, es observar la forma en que todos tendemos a usar el nombre de Dios. Obviamente no caemos en la cuenta de que estamos hablando acerca del Dios eterno, absoluto y todopoderoso. En un cierto sentido, deberíamos quitarnos el calzado cuantas veces usamos su nombre. Y cuan poco valoramos la bondad de Dios, su amabilidad y providencia. Cómo se deleitaba el salmista en alabar a Dios como roca nuestra, como paz, como pastor que nos guía, como justicia nuestra, como el omnipresente que nunca nos dejará ni abandonará.
Esta petición significa precisamente esto. Todos deberíamos estar poseídos de una pasión consumidora de que todo el mundo llegara a conocer a Dios así. En el Antiguo Testamento se emplea una expresión interesante respecto a esto que quizá nos haya sorprendido a veces. El salmista, en el salmo 34, invita a que todos se unan a él para 'engrandecer' al Señor. ¡Qué idea tan extraña! Dice el salmista, "engrandeced a Jehová conmigo, y exaltemos a una su nombre". A primera vista, esto parecería bastante ridículo. Dios es el Eterno, el que existe por sí mismo, absoluto y perfecto en todas sus cualidades. ¿Cómo puede un hombre débil engrandecer a un Ser tal? ¿Cómo podemos nosotros hacer a Dios más grande (y eso es lo que significa engrandecer)? ¿Cómo podemos exaltar el nombre que está por encima de todo? Parece descabellado y ridículo. Y sin embargo, con sólo que examinemos la forma en que el salmista lo emplea, veremos exactamente qué quiere decir. No quiere decir que de hecho podamos añadir algo a la grandeza de Dios, porque eso es imposible; lo que sí quiere decir es que anhela que esta grandeza de Dios se vea con más intensidad entre los hombres. Por ello es posible que podamos engrandecer el nombre de Dios en este mundo. Lo podemos hacer de palabra, con nuestra vida, siendo reflejos de la grandeza y gloria de Dios y de sus maravillosos atributos.
Éste es el significado de la petición. Es un deseo ardiente de que todo el mundo se incline ante Dios en adoración, en reverencia, en alabanza, en honor y en acción de gracias. ¿Es éste nuestro deseo supremo? ¿Es esto lo que predomina siempre en nuestra mente cuantas veces adoramos a Dios? Quisiera recordar de nuevo que así debería ser, no importan las circunstancias en que estemos. Cuando así consideramos la oración, vemos el poco valor que tienen la mayor parte de ellas. Cuando uno acude a Dios, dice nuestro Señor, aunque las circunstancias y condiciones sean desesperadas, aunque se tengan la mente y el corazón hondamente preocupados, incluso entonces, dice, hay que detenerse un momento para recogerse y caer en la cuenta de que el deseo más hondo de todos debería ser que este Dios maravilloso, que se ha convertido en Nuestro Padre en mí y por mí, sea honrado, sea adorado, sea engrandecido entre la gente. 'Santificado sea tu nombre! Como hemos visto, así ha ocurrido en la oración de todos los verdaderos santos de Dios que han vivido sobre la faz de la tierra.
Por consiguiente, si queremos de veras conocer la bendición de Dios y estamos preocupados de que nuestras oraciones sean eficaces y valiosas, debemos seguir este orden. Todo esto se halla contenido en una frase que se repite muchas veces en el Antiguo Testamento: "El principio de la sabiduría es el temor de Jehová". Ésta es la conclusión a la que llega el salmista. Ésta es también la conclusión del sabio en sus Proverbios. Si uno desea saber, dice, lo que es la verdadera sabiduría, si uno desea bendición y prosperidad, si uno desea paz y gozo, si uno desea poder vivir y morir de una forma digna, si uno desea sabiduría con respecto a la vida en este mundo, ahí está, 'el temor de Jehová'. No es miedo, sino temor reverencial. Por consiguiente, si deseamos conocer a Dios y recibir la bendición de Dios, debemos comenzar con la adoración. Debemos decir, 'Santificado sea tu nombre', y decirle que, antes de mencionar cualquier problema personal, nuestro único deseo es que sea conocido. Acerquémonos a Dios "con reverencia y temor: porque nuestro Dios es fuego consumidor". Ésta es la primera petición.
La segunda es 'Venga tu reino'. Se percibe que hay un orden lógico en estas peticiones. Se siguen la una a la otra con una especie de necesidad inevitable, divina. Comenzamos pidiendo que el nombre de Dios sea santificado entre los hombres. Pero en el momento en que decimos esta oración, se nos recuerda el hecho que su nombre no es santificado así. De inmediato surge la pregunta, ¿Por qué no se inclinan todos los hombres ante el sagrado nombre? ¿Por qué no se preocupan todos los hombres por humillarse ahora en la presencia de Dios, en adorarlo y en utilizar todos los momentos para dar a conocer su nombre? ¿Por qué no? La respuesta es, desde luego, que se debe al pecado, a que hay otro reino, el reino de Satanás, el reino de las tinieblas. Y con esto se nos recuerda de inmediato la esencia misma de los problemas humanos y de la condición humana. Nuestro deseo como pueblo cristiano es que el nombre de Dios sea glorificado. Pero en cuanto comenzamos con esto, caemos en la cuenta de que existe esta oposición, y se nos recuerda toda la enseñanza bíblica acerca del mal. Hay alguien que es 'el dios de este mundo'; hay un reino de oscuridad, un reino del mal, que está opuesto a Dios, a su gloria y honor. Pero Dios se ha complacido benignamente en revelar desde los comienzos mismos de la historia que Él establecerá su reino en este mundo temporal; que si bien Satanás ha entrado en este mundo y lo ha conquistado de momento, poniendo a todo el género humano bajo su dominio, Él volverá a prevalecer y convertir a este mundo y todos sus reinos en su reino glorioso. En otras palabras, a lo largo del Antiguo Testamento, se encuentran las promesas y las profecías referentes al advenimiento del reino de Dios o del reino de los cielos. Y, desde luego, este punto específico y crucial de la historia del mundo estaba muy presente en la mente de todos cuando nuestro Señor mismo estaba en la tierra. Juan el Bautista había predicado su mensaje: "Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado". Invitaba a la gente a que se preparara. Y cuando nuestro Señor comenzó a predicar, dijo exactamente lo mismo: "Arrepentíos: porque el reino de los cielos se ha acercado'.' En esta petición obviamente tiene presente esta idea al enseñar a sus discípulos que oren de un modo específico. En ese momento histórico inmediato, enseñaba a sus discípulos a orar para que el reino de Dios llegara pronto, pero la oración es igualmente adecuada para nosotros como pueblo cristiano de todas las edades hasta que llegue el fin.
Podemos resumir la enseñanza referente al reino. El reino de Dios significa realmente el reinado de Dios; significa la ley y el gobierno de Dios. Si lo vemos así comprenderemos que el reino puede considerarse de tres formas. En un sentido, el reino ya ha llegado. Llegó cuando el Se¬ñor Jesucristo estuvo aquí. Él dijo: "Si por el dedo de Dios echo yo fuera a los demonios, ciertamente el reino de Dios ha llegado a vosotros"; en otras palabras: "el reino de Dios ya está aquí; ejerzo este poder, esta soberanía, esta majestad, este dominio; éste es el reino de Dios". En cierto sentido pues, el reino de Dios había llegado ya. El reino de Dios también está aquí en este momento en los corazones y vidas de todos los que se someten a Él, de todos los que creen en Él. El reino de Dios está presente en la iglesia, en el corazón de todos los que son verdaderos cristianos. Cristo reina en los tales. Pero todavía ha de llegar el día en que su reino quede establecido en la tierra. Aun ha de llegar el día en que 'Doquier alumbre el astro sol Ha de reinar el rey Jesús.'
Ese día se está acercando. Todo el mensaje de la Biblia lo anuncia. Cristo descendió de los cielos para fundar, establecer y crear ese reino. Todavía sigue ocupado en esta obra y lo estará hasta el fin, cuando quede concluida. Entonces, según Pablo, lo entregará de nuevo a Dios Padre, a fin de que "Dios sea todo en todos".
Nuestra petición, pues, equivale a esto. Deberíamos tener un anhelo y deseo grandes de que el reino de Dios y de Cristo entre en los corazones de los hombres. Debería ser nuestro deseo que este reino se ahondamiento en nuestro propio corazón; porque en la medida en que le adoremos, le entreguemos nuestra vida, y nos dejemos guiar por Él, su reino viene a nuestro corazón. También deberíamos estar ansiosos de ver que este reino se extienda en la vida y corazón de otros hombres y mujeres. Por esto cuando oramos, 'Venga tu reino', pedimos el éxito del evangelio, su predominio y poder; pedimos la conversión de hombres y mujeres; pedimos que el reino de Dios llegue hoy a América, Europa, Australia, a todas partes. 'Venga tu reino' es una oración misionera que lo abarca todo.
Pero más allá todavía. Es una oración que indica que estamos "Esperando y apresurándonos para la venida del Día de Dios" (2P. 3:12). Quiere decir que deberíamos esperar con anhelo el día en que el pecado, el mal, la injusticia y todo lo que se opone a Dios sea definitivamente erradicado. Significa que deberíamos desear de todo corazón que llegue el momento del retorno del Señor, y el día en que todos sus enemigos serán arrojados en el lago de fuego, y los reinos de este mundo se conviertan en reinos de nuestro Dios y de su Cristo.
'Venga tu reino, oh Dios; TU gobierno comience, oh Cristo; TU cetro de hierro quebrante la esclavitud del pecado.
Ésta es la petición. Por cierto que su significado se expresa perfectamente al final del Apocalipsis: "Ven Señor Jesús'.' "El Espíritu y la esposa dicen: Ven'.' Nuestro Señor está subrayando aquí que antes de que empecemos a pensar en nuestras necesidades y deseos personales, deberíamos tener dentro de nosotros este deseo ardiente de la venida de su reino, y anhelar que el nombre de Dios sea glorificado y engrandecido sobre todas las cosas.
La tercera petición, 'Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra' no necesita explicación. Es una especie de consecuencia y conclusión lógica de la segunda, al igual que ésta era conclusión lógica de la primera. El resultado de la venida del reino de Dios entre los hombres, será que la voluntad de Dios se hará entre los hombres. En los cielos la voluntad de Dios siempre se cumple perfectamente. En la Biblia sólo tenemos algunas metáforas tenues acerca de ello, pero son suficientes para saber que lo que es característico del cielo es que todos y todo giran alrededor de Dios y están ansiosos de glorificar engrandecer su nombre. Los ángeles, por así decirlo, están siempre prestos a volar en cuanto El lo diga. El deseo supremo de todos, en el cielo, es hacer la voluntad de Dios, y con ello alabarlo y adorarlo. Y debería ser el deseo de todo cristiano genuino, dice nuestro Señor en este pasaje, que todo en la tierra fuera así. También aquí estamos mirando hacia la venida del reino, porque esta petición nunca se cumplirá ni será concebida hasta que el reino de Dios se establezca de hecho en la tierra, entre los hombres. Entonces la voluntad de Dios será hecha en la tierra como lo es en el cielo. Habrá "cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia". Los cielos y la tierra serán una sola cosa, el mundo se transformará, el mal quedará excluido y la gloria de Dios brillará sobre todas las cosas.
Con estas palabras, pues, se nos enseña cómo empezar a orar. Éstas son las peticiones con las que siempre se debe comenzar. Podemos sintetizarlas de nuevo. Nuestro deseo más íntimo e intenso debería ser el anhelo por la gloria y honor de Dios. Aun a riesgo de que se me entienda mal, diría que nuestro deseo de esto debería ser mayor que nuestro anhelo por la salvación de las almas. Aun antes de comenzar a pedir por las almas, aun antes de comenzar a pedir por la extensión y difusión del reino de Dios, debería existir el deseo supremo de la manifestación de su gloria y de que todo se humille en su presencia. Podemos decirlo así: ¿Qué preocupa y angustia nuestra mente? ¿Es la manifestación del pecado que vemos en el mundo, o es el hecho de que los hombres no adoren y glorifiquen a Dios como deberían? Nuestro Señor lo sintió tanto que lo dijo así en Juan 17:25: "Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y estos (refiriéndose a los discípulos) han conocido que tú me enviaste!' "Padre justo", dijo pues, "esta es la tragedia, esto es lo que me tiene perplejo, y me entristece, que el mundo no te ha conocido. Piensa en ti como en un tirano, piensa en ti como en un legislador duro, piensa en ti como en alguien que es enemigo del mundo y que trata siempre de abusar de él. Padre santo, el mundo no te ha conocido. Si te hubiera conocido, no tendría tales ideas sobre ti!' Y éste debería ser nuestro deseo y anhelo ardientes. Deberíamos conocer a Dios de tal forma que nuestro único deseo y anhelo fuera que todo el mundo llegara a conocerlo también.
¡Qué oración tan maravillosa es ésta! ¡Qué necios son los que dicen que esta oración no es propia del cristiano, que sólo era para los discípulos de entonces y para los judíos de una época venidera! ¿No nos hace sentir, en un cierto sentido, que nunca hemos orado bien? Esto es oración, 'Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre'. ¿Hemos llegado ya a ello, me pregunto? ¿Hemos en realidad orado así, con esta petición, 'santificado sea tu nombre'? Si así lo hacemos, lo demás seguirá. 'Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra'. No necesitamos decirle, "Señor, enséñanos a orar". Ya lo ha hecho. No tenemos más que poner en práctica los principios que nos ha enseñado tan claramente en esta oración modelo.


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Biblioteca
Estudios Sobre el Sermón del Monte

por D. Martyn Lloyd-Jones

Pastor, Iglesia Westminster, Londres



CAPITULO I Introducción General
CAPITULO II Consideraciones Generales y Análisis
CAPITULO III Introducción a las Bienaventuranzas
CAPITULO IV Bienaventurados los Pobres en Espíritu
CAPITULO V Bienaventurados los que Lloran
CAPITULO VI Bienaventurados los Mansos
CAPITULO VII Justicia y Bienaventuranza
CAPITULO VIII Las Piedras de Toque del Apetito Espiritual
CAPITULO IX Bienaventurados los Misericordiosos
CAPITULO X Bienaventurados los de Limpio Corazón
CAPITULO XI Bienaventurados los Pacificadores
CAPITULO XII El Cristiano y la Persecución
CAPITULO XIII Gozo en la Tribulación
CAPITULO XIV La Sal de la Tierra
CAPITULO XV La Luz del Mundo
CAPITULO XVI Que Vuestra Luz Alumbre
CAPITULO XVII Cristo y el Antiguo Testamento
CAPITULO XVIII Cristo Cumple la ley de los Profetas
CAPITULO XIX Justicia Mayor que la de los Escribas y Fariseos
CAPITULO XX La Letra y el Espíritu
CAPITULO XXI No Matarás
CAPITULO XXII Lo Pecaminosidad Extraordinaria del Pecado
CAPITULO XXIII Mortificar el Pecado
CAPITULO XXIV Enseñanza de Cristo Acerca del Divorcio
CAPITULO XXV El Cristiano y Los Juramentos
CAPITULO XXVI Ojo por Ojo y Diente por Diente
CAPITULO   XXVII La Capa y la Segunda Milla
CAPITULO   XXVIII Negarse a Sí Mismo y Seguir a Cristo
CAPITULO  XXIX Amar a los Enemigos
CAPITULO  XXX ¿Qué Hacéis de Más?
CAPÍTULO XXXI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXII Cómo Orar
CAPITULO XXXIII Ayuno
CAPITULO XXXIV Cuando ores
CAPÍTULO XXXV Oración: Adoración
CAPÍTULO XXXVI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXVII Tesoros en la Tierra y en el Cielo
CAPITULO XXXVIII Dios o las Riquezas
CAPITULO XXXIX La Detestable Esclavitud del Pecado
CAPITULO XL No Afanarse
CAPITULO XLI Pájaros y Flores
CAPITULO XLII Poca Fe
CAPITULO XLlll Fe en Aumento
CAPÍTULO XLIV Preocupación: Causas y remedio
CAPITULO XLV 'No Juzguéis'
CAPITULO XLVI La Paja y la Viga
CAPITULO XLVII Juicio y Discernimiento Espirituales
CAPITULO XLVIII Buscar y hallar
CAPÍTULO XLIX La Regla de Oro
CAPITULO L La Puerta Estrecha
CAPITULO LXI El Camino Angosto
CAPITULO LII Falsos profetas
CAPITULO LIII El Árbol y el Fruto
CAPITULO LIV Falsa Paz
CAPITULO LV Hipocresía Inconsciente
CAPITULO LVI Las Señales del Autoengaño
CAPITULO LVII Los dos Hombres y las dos Casas
CAPITULO LVIII ¿Roca o Arena?
CAPITULO LIX La Prueba y la Crisis de la Fe
CAPITULO LX Conclusión