CAPITULO XVIII
Cristo Cumple la ley de los Profetas

Hemos formulado los dos principios básicos respecto a la relación entre las Escrituras del Antiguo Testamento y el evangelio y ahora debemos volver a examinar este tema en detalle. Ante todo, veamos cómo nuestro Señor 'cumple' y lleva a cabo lo que los profetas del Antiguo Testamento habían escrito — tema de suma importancia. Recuerdan sin duda cómo el apóstol Pedro lo utiliza en su segunda Carta. Escribe para consolar a personas que vivían tiempos difíciles y duros bajo persecución. Se siente ya viejo con poco tiempo más de vida. Desea, por tanto, llevarles un consuelo final antes de morir. Les dice varias cosas; cómo, por ejemplo, él y Santiago y Juan habían tenido el privilegio de ver la transfiguración de nuestro Señor y cómo incluso habían oído la voz de lo alto que decía, 'Este es mi Hijo amado; a él oíd.' 'Y con todo,' dice Pedro de hecho, 'tengo algo mucho mejor que deciros. No tenéis por qué confiar en mi testimonio y experiencia. Está "la palabra profética más segura". Leed los profetas del Antiguo Testamento. Ved cómo se cumplieron en Cristo Jesús y tendréis el mejor baluarte de la fe que existe.' Es, pues, algo de suma importancia. Nuestro Señor dice ser el cumplimiento de todo lo que enseñaron los profetas del Antiguo Testamento. El apóstol Pablo escribe esta afirmación grandiosa y comprensiva en 2 Corintios 1:20, 'Porque todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén.' Esto quiere decir que tiene carácter definitivo.   Todas las promesas de Dios son, en esta Persona maravillosa, sí y Amén.    Esto, de hecho, es lo que nuestro Señor dice en este pasaje.
No podemos tratar de esto en forma exhaustiva; debo dejar que ustedes se ocupen de los detalles. El cumplimiento de las profecías es en verdad una de las cosas más sorprendentes y notables con las que uno se puede encontrar, como se ha comentado a menudo. Piensen en las profecías exactas respecto a su nacimiento, incluso al lugar de su nacimiento —Belén-Judá; todo se cumplió con exactitud. Las cosas extraordinarias que se predicen de su Persona hace que resulte casi increíble que los judíos tropezaran en El. Sus propias ideas los desviaron. No hubieran debido pensar en el Mesías como en un rey terrenal, ni como en un personaje político, porque sus profetas les habían dicho lo contrario. Habían tenido a los profetas que se lo dijeron, pero cegados por prejuicios, en vez de tener en cuenta sus palabras, consideraron sólo sus propias ideas —peligro constante. Pero ahí tenemos las palabras proféticas hasta el último detalle. Piensen en la descripción sumamente precisa del tipo de vida que vivió —'No quebrará la caña cascada, ni apagará el pabilo que humeare'— y esa maravillosa descripción de su Persona y su vida en Isaías 53. Pensemos en los relatos de lo que iba a hacer, la predicción de sus milagros, sus milagros físicos, lo que iba a hacer y la enseñanza que ello implicaba. Todo está ahí, y por esto es siempre tan fácil predicar el evangelio basándose en el Antiguo Testamento. Algunos siguen siendo suficientemente necios como para sorprenderse ante ello, pero en un sentido se puede predicar el evangelio tan bien basándose en el Antiguo Testamento como basándose en el Nuevo. Está lleno de evangelio.
Sobre todo, sin embargo, tenemos la profecía de su muerte e incluso de su forma de muerte. Lean el Salmo 22 por ejemplo, y en él encontrarán una descripción literal y adecuada en todos sus detalles de lo que sucedió en realidad en la cruz del Calvario. Profecías, como ven, se encuentran en los Salmos tanto como en los profetas. Cumplió literal y completamente lo que se dice de El ahí. Del mismo modo se encuentra incluso la predicción clara de su resurrección en el Antiguo Testamento junto con muchas enseñanzas maravillosas acerca del reino que nuestro Señor iba a establecer. Todavía más sorprendentes, en un sentido, son las profecías referentes a la aceptación de los gentiles. Esto es realmente sorprendente cuando se recuerda que estos oráculos de Dios se escribieron especialmente para una nación, los judíos, y sin embargo hay estas profecías claras respecto a la difusión de la bendición entre los gentiles en esta forma extraordinaria. También, se encuentran indicios claros de lo que sucedió en ese gran día de Pentecostés en Jerusalén cuando el Espíritu Santo descendió sobre la Iglesia Cristiana recién nacida y la gente se sintió desconcertada y sorprendida. Recuerdan cómo el apóstol Pedro comentó esto diciendo, 'No deberíais sorprenderos por esto. Ya lo dijo el profeta Joel; no es más que el cumplimiento de ello.'
Podríamos proseguir hasta cansarnos, sólo demostrando la forma extraordinaria en que nuestro Señor, en su Persona y obras y acciones, en lo que le sucedió, y en lo que se siguió de estos sucesos, en un sentido no hace sino cumplir la ley y los profetas. Nunca debemos separar el Antiguo Testamento del Nuevo. Me parece cada vez más que es muy lamentable que se publique el Nuevo Testamento solo, porque tendemos a caer en el error grave de pensar que, porque somos cristianos, no necesitamos el Antiguo Testamento. Fue el Espíritu Santo quien guió a la Iglesia Cristiana, que era en gran  parte gentil, a que incorporara las Escrituras del Antiguo Testamento con las Escrituras Nuevas y a considerarlas como una sola cosa. Están indisolublemente vinculadas entre sí, y hay muchos sentidos en que se puede decir que el Nuevo Testamento no se puede entender de verdad si no es a la luz que nos da el Antiguo Testamento. Por ejemplo, es casi imposible sacar ningún provecho de la Carta a los Hebreos a no ser que conozcamos las Escrituras del Antiguo Testamento.
Observemos también, brevemente, cómo Cristo cumple la ley. También esto es algo tan maravilloso que debería hacernos adorar y alabar a Dios. Primero, nació 'bajo la ley.' 'Cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley' (Gál. 4:4). Resulta muy difícil para nuestra mente finita comprender qué significa eso, pero es una de las verdades esenciales respecto a la encarnación que el Hijo eterno de Dios naciera bajo la ley. Aunque está eternamente por encima de ella, como Hijo de Dios vino y fue puesto bajo la ley, como alguien que iba a cumplirla. Nunca mostró Dios con mayor claridad la naturaleza inviolable y absoluta de su propia ley santa que cuando colocó a su propio Hijo bajo la misma. Es un concepto sorprendente; y con todo, cuando uno lee los Evangelios, se ve cuan perfectamente verdadero es. Observen cuan cuidadoso fue nuestro Señor en observar la ley; la obedeció hasta en sus más mínimos detalles. No sólo eso; enseñó a otros a amar la ley y se la explicó, confirmándola constantemente y afirmando la necesidad absoluta de obedecerla. Por esto pudo decir al final de su vida que nadie podía encontrar nada malo en El, nadie pudo acusarlo de nada. Los retó a que lo hicieran. Nadie pudo acusarlo ante la ley. La había vivido con plenitud y obedecido a la perfección.    No hubo nada, ni una jota ni tilde, en ella que hubiera quebrantado en lo más mínimo o dejado de cumplir. Vemos que en su vida, además de en su nacimiento, fue puesto bajo la ley.
Una vez más, sin embargo, llegamos a lo que constituye el centro de toda nuestra fe — la cruz en el Calvario. ¿Qué significado tiene? Me parece que si no tenemos una idea demasiado clara acerca del significado de la ley, nunca entenderemos el significado de la cruz. La esencia del evangelismo no es sólo hablar de la cruz sino proclamar la verdadera doctrina de la cruz. Hay quienes hablan de ello, pero de una manera puramente sentimental. Son como las hijas de Jerusalén, a las que nuestro Señor mismo reprendió, que lloraban al pensar en lo que consideraban la tragedia de la cruz. Esta no es la forma adecuada de considerarlo. Hay quienes consideran la cruz como algo que ejerce una especie de influencia moral en nosotros. Dicen que el propósito de la misma es conmover nuestros endurecidos corazones. Pero ésta no es la enseñanza bíblica. El propósito de la cruz no es despertar compasión en nosotros, ni exhibir en general el amor de Dios. ¡En absoluto! Se entiende sólo en función de la ley. Lo que sucedió en la cruz fue que nuestro Señor y Salvador Jesucristo, el Hijo de Dios, sufrió en su cuerpo el castigo que la ley de Dios había establecido para el pecado del hombre. La ley condena el pecado, y la condenación es la muerte. 'La paga del pecado es muerte.' La ley declara que la muerte debe caer sobre todos los que hayan pecado contra Dios y violado su santa ley. Cristo dice, 'No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir.' Una de las formas en que la ley se ha de cumplir es que el castigo del pecado ha de llevarse a cabo. Dios no puede disimular en algo, y el castigo no se puede anular. Dios no nos perdona —digámoslo claramente— no imponiendo el castigo que tiene decretado. Esto conllevaría una contradicción de su naturaleza santa. Todo lo que Dios dice debe cumplirse. No se retracta de lo que dice. Ha dicho que el pecado ha de castigarse con la muerte, y ustedes y yo podemos recibir perdón porque el castigo ya ha sido exigido. Respecto al castigo del pecado, la ley de Dios se ha cumplido perfectamente, porque ha castigado el pecado en el cuerpo santo, inmaculado, de su propio Hijo, ahí en la cruz en la cima del Calvario. Cristo cumple la ley en la cruz, y a no ser que interpreten la cruz, y la muerte de Cristo en ella, en sentido estricto como cumplimiento de la ley, no tienen la idea bíblica de la muerte en la cruz.
Vemos también que, en una forma extraordinaria y maravillosa, al morir así en la cruz y llevar en sí el castigo debido por el pecado, ha cumplido todos los símbolos del Antiguo Testamento. Vuelvan a leer los libros de Levítico y Números; lean lo que se dice acerca de los sacrificios y ofrendas cruentas; lean lo que se dice del tabernáculo, de los ritos del templo, del altar, de la fuente de purificación y todo lo demás. Repasen esos detalles y pregúntense, '¿Qué significan todas estas cosas? ¿Para qué son los panes de la proposición, y el sumo sacerdote, y las vasijas, y todas esas otras cosas?' No son más que símbolos, prototipos, profecías de lo que el Señor Jesucristo iba a hacer en forma plena y definitiva. De hecho ha cumplido y llevado a cabo en forma literal cada uno de esos símbolos. Quizá a algunos les interese este tema y hay libros en los que se pueden encontrar los detalles. Pero el principio, la gran verdad, es éste: Jesucristo, con su muerte y todo lo que ha hecho, es el cumplimiento absoluto de todos estos símbolos y prototipos. Es el sumo sacerdote, la ofrenda, el sacrificio, ha presentado su sangre en el cielo de modo que toda la ley ceremonial se ha cumplido en El. 'No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir.' Con su muerte y resurrección, y la presentación de sí mismo en el cielo, ha hecho todo esto.
Pero damos un paso más para decir que cumple la ley también en nosotros y a través de nosotros por medio del Espíritu Santo. Este es el argumento del apóstol Pablo en Romanos 8:2-4. Nos dice bien claramente que esta es una de las explicaciones de por qué nuestro Señor murió. 'Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.' Esto es sumamente importante y significativo, porque el apóstol aquí relaciona las dos cosas: la forma en que nuestro Señor cumplió la ley y la forma en que cumple la ley en nosotros. Esto dice precisamente nuestro Señor en este pasaje de Mateo 5. Cumple la justicia de la ley, y nosotros hemos de hacer lo mismo. Ambas cosas van juntas. La cumple en nosotros dándonos el Espíritu Santo, y el Espíritu Santo nos da amor a la ley y capacidad para vivir de acuerdo a ella. 'Por cuanto la mente carnal es enemistad contra Dios, porque no se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco puede,' dice el apóstol Pablo en el mismo capítulo octavo de Romanos. Pero los que hemos recibido el Espíritu no somos así. No estamos en enemistad con Dios, y por esto estamos sujetos a la ley. El hombre natural odia a Dios y no está sujeto a su ley; pero el que ha recibido al Espíritu ama a Dios y está sujeto a la ley. Así quiere vivir y recibe capacidad para ello: 'para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.' Considerémoslo así. Por medio del profeta Jeremías, Dios hizo una gran promesa. Dijo, de hecho, 'Voy a hacer un nuevo pacto, y la diferencia entre el nuevo y el antiguo será ésta, que voy a escribir mi ley en vuestra mente y en vuestro corazón. Ya no estará en tablas de piedra fuera de vosotros, sino en las tablas de carne del corazón.' El autor de la carta a los Hebreos comenta esto en el capítulo octavo donde se gloría en el nuevo pacto, la nueva relación, porque bajo ella la ley está dentro de nosotros, no fuera. Como la ley ha sido escrita en nuestra mente y corazón debemos ansiar cumplirla, y tenemos capacidad para ello.
Voy a resumirlo todo por medio de una pregunta. ¿Cuál es la situación respecto a la ley y a los profetas? Ya he intentado demostrarles cómo se cumplieron los profetas en Jesucristo y por medio de Jesucristo; y con todo todavía queda algo por cumplir. ¿Qué se puede decir de la ley? Respecto a la ley ceremonial, como ya dije, se puede decir que ha sido cumplida por completo. Nuestro Señor la observó en su vida en la tierra, y exhortó a los discípulos a hacer lo mismo. En su muerte, resurrección y ascensión se ha cumplido enteramente toda la ley ceremonial. Como confirmación de eso, por así decirlo, el templo fue destruido más tarde. El velo del templo ya se había rasgado en el momento de su muerte, y por fin también fueron destruidos más adelante el templo y todo lo que en él había. De modo que, a no ser que vea que el Señor Jesucristo es el altar y el sacrificio y la fuente de la purificación y el incienso y todo lo demás, sigo todavía atado al sistema levítico. A no ser que vea todo esto cumplido en Cristo, a no ser que él sea mi ofrenda cruenta, mi sacrificio, mi todo, toda esta ley ceremonial sigue aplicándose a mi persona, y soy responsable de cumplirla. Pero si la veo cumplida y llevada a cabo en El, digo que la cumplo toda creyendo en El y sometiéndome a El. Esta es la situación respecto a la ley ceremonial.
¿Qué decir en cuanto a la ley judicial? Esta ley estuvo destinada primaria y especialmente para la nación de Israel, como teocracia de Dios, en las circunstancias especiales en que se hallaba. Pero Israel ya no es la nación teocrática. Recuerden que al final de su ministerio nuestro Señor se volvió a los judíos y les dijo, 'Os digo que el reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a gente que produzca los frutos de él.' Esta afirmación en Mateo 21:43 es una de las más cruciales e importantes de toda la Biblia respecto a la profecía. Y el apóstol Pedro, en 1 Pedro 2:9,10, dice bien claramente que la nueva nación es la Iglesia. Ya no hay, pues, una nación teocrática, de modo que la ley judicial también ha sido cumplida.
Nos queda, pues, la ley moral. La situación respecto a ella es diferente, porque con ella Dios establece algo permanente y perpetuo, la relación que siempre debe subsistir entre El y el hombre. Se resume, desde luego, en el que nuestro Señor llama el primero y mayor de los mandamientos. 'Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente.' Esto es permanente. No es sólo para la nación teocrática; es para todo el género humano. El segundo mandamiento, dice, 'es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.' También esto no fue sólo para la nación teocrática de Israel; no era simplemente la ley ceremonial antigua. Es condición y parte permanente de nuestra relación perpetua con Dios. Así pues, la ley moral interpretada según el Nuevo Testamento, sigue en vigor, y lo seguirá hasta el fin de los tiempos, hasta que alcancemos la perfección. En 1 Juan 3 el apóstol tiene mucho cuidado en recordar a sus lectores que el pecado en el cristiano sigue siendo 'infracción de la ley.' 'Seguimos en relación con la ley,' dice Juan de hecho, 'porque el pecado es infracción de la ley.' La ley sigue existiendo, y cuando peco la violo, aunque soy cristiano, no judío, sino gentil. De modo que la ley moral se nos aplica todavía.   Esta, me parece, es la situación actual.
Con respecto al futuro, tengo dos cosas que decir. La primera es que el reino llegará a abarcar toda la tierra. La piedra de la que se habla en el capítulo segundo de Daniel va a llenar toda la tierra; los reinos de este mundo se convertirán en 'los reinos de nuestro Señor, y de su Cristo.' El proceso sigue, y finalmente se consumará. Todo lo que la ley y los profetas incluyen de este modo, se llevará a cabo por completo. Los que violan la ley serán finalmente castigados. No nos equivoquemos. Los que mueren impenitentes, sin creer en el Señor Jesucristo, están bajo la condenación de la ley. Al final de los tiempos lo que se les dirá es, 'Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno.' Y es la ley la que los condenará a éstos. De modo que la ley de Dios va a cumplirse plenamente en todos los aspectos. Los que no utilizan lo que se les ofrece en el Señor Jesucristo permanecerán bajo la condenación de la ley que es la expresión de la justicia y rectitud de Dios.
El último problema es este. ¿Cuál es la relación del cristiano con la ley? Se puede responder así. El cristiano ya no está bajo la ley en el sentido de que la ley es un pacto de obras. Este es todo el argumento de Gálatas 3. El cristiano no está bajo la ley en ese sentido; su salvación no depende de que la cumpla. Ha sido liberado de la maldición de la ley; ya no está bajo ella como relación contractual entre él y Dios. Pero esto no lo dispensa de ella como norma de vida. El problema se suscita porque nos confundimos en cuanto a la relación entre ley y gracia. Tendemos a tener una idea equivocada de la ley y a pensar en ella como si fuera algo que se o-pone a la gracia. Pero no es así. La ley sólo se opone a la gracia, en cuanto que en otro tiempo había un pacto de ley, y ahora estamos bajo un pacto de gracia. Tampoco ha de pensarse que la ley es idéntica a la gracia. Nunca ha sido así. La ley nunca fue para salvar al hombre, porque no podía salvarlo. Algunos piensan que Dios dijo a la nación, 'Os voy a dar una ley; si la cumplís os salvaré.' Esto es ridículo porque nadie puede salvarse con el cumplimiento de la ley. ¡No! la ley se añadió 'a causa de las transgresiones.' Llegó 430 años después de la promesa dada a Abraham y a su descendencia a fin de que pudieran mostrar el verdadero carácter de las exigencias de Dios, y a fin de que 'el pecado llegase a ser sobremanera pecaminoso.' Se dio la ley, en un sentido, a fin de mostrar a los hombres que nunca se podrían justificar por sí mismos delante de Dios, a fin de que pudieran ser conducidos a Cristo. En palabras de Pablo, la ley fue hecha "nuestro ayo, para llevarnos a Cristo.'
Ven por tanto, que la ley contiene mucho de profecía, y mucho del evangelio. Está llena de gracia, conduciéndome a Cristo. Ya hemos visto que todos los sacrificios y ceremonial en relación con la ley también tenían el mismo propósito. Con esto los críticos del Antiguo Testamento, quienes dicen que no se interesan por los sacrificios cruentos ni por el ceremonial, quienes afirman que no son más que ritos paganos que emplearon los judíos y otros y que se pueden explicar por tanto en función de religión comparada, con esto esas personas niegan realmente el evangelio de la gracia de Dios en Cristo que nos presenta el Nuevo Testamento. Todos los ritos y ceremonias se los dio Dios a Israel en todos sus detalles. Llamó a Moisés al monte y le dijo, 'Mira y hazlos conforme al modelo que te ha sido mostrado en el monte.'
Debemos caer en la cuenta, por tanto, de que todos estos aspectos de la ley no son sino nuestro ayo para conducirnos a Cristo, y debemos tener cuidado de que no veamos la ley en una forma errónea. La gente también tiene una idea equivocada de la gracia. Piensan que la gracia es algo aparte de la ley. A esto se le llama antinomianismo, la actitud de los que abusan de la doctrina de la gracia para llevar una vida de pecado o de indolencia. Dicen, 'No estoy bajo la ley, sino bajo la gracia, y por tanto no importa lo que haga.' Pablo escribió el capítulo sexto de Romanos para esto: '¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera.' dice Pablo. Esta es una idea errónea y falsa de la gracia. El propósito de la gracia, en un sentido, es sólo capacitarnos para cumplir la ley. En otras palabras. Nuestro problema es que muchas veces tenemos una idea equivocada de la santidad. No hay nada peor que considerar la santidad y la santificación como experiencias que hay que recibir. No; santidad significa ser justo, y ser justo significa cumplir la ley. Por tanto si su llamada gracia (que dicen que han recibido) no los hace cumplir la ley, no la han recibido. Quizá han pasado por una experiencia sicológica, pero no han recibido la gracia de Dios. ¿Qué es la gracia? Es ese don maravilloso de Dios que, habiendo liberado al hombre de la maldición de la ley, lo capacita para cumplirla y para ser justo como Cristo, porque Cristo cumplió la ley a la perfección. Gracia es lo que me lleva a amar a Dios; y si amo a Dios, deseo cumplir sus mandamientos. 'El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama.'
Nunca debemos separar estas dos cosas. La gracia no es sentimiento; la santidad no es una experiencia. Debemos tener esta mente y disposición nuevas que nos conducen a amar la ley y a desear guardarla; y con su poder nos capacita para cumplirla. Por esto nuestro Señor agrega en el versículo 19, 'De manera que cualquiera que quebrante uno de estos mandamientos muy pequeños, y así enseñe a los hombres, muy pequeño será llamado en el reino de los cielos; mas cualquiera que los haga y los enseñe, éste será llamado grande en el reino de los cielos.' Esto no se dijo sólo a los discípulos para los tres breves años en que iban a estar con Cristo hasta su muerte; es permanente y perpetuo. Lo vuelve a inculcar en Mateo 7, donde dice, 'No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.' ¿Cuál es la voluntad del Padre? Los diez mandamientos y la ley moral. Nunca han sido abrogados. 'Se dio a sí mismo,' escribe Pablo a Tito, 'por nosotros para. . . purificar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras.' 'Porque os digo,' dice nuestro Señor, como esperamos explicar más adelante, 'que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.'
Este estudio ha sido algo difícil pero, al mismo tiempo, ha versado sobre una verdad gloriosa. Considerando la ley y los profetas y viéndolos cumplidos en El, ¿no han visto un aspecto de la gracia de Cristo que les ha hecho comprenderla mejor? ¿No ven que fue la ley de Dios la que se cumplía en la cruz y que Dios ha castigado su pecado en el cuerpo de Cristo? La doctrina de expiación vicaria subraya que El ha cumplido la ley a plenitud. Se ha sometido a ella absoluta, activa y pasiva, negativa y positivamente. Todos los símbolos se han cumplido en El. Y lo que todavía queda de la profecía se cumplirá con toda certeza. El efecto de esta obra gloriosa, redentora, es no sólo perdonarnos a nosotros, miserables rebeldes contra Dios, sino hacernos hijos de Dios — los que se deleitan en la ley de Dios, los que de verdad, tienen 'hambre y sed de justicia' y quienes anhelan ser santos, no sólo en el sentido de tener un sentimiento o experiencia maravillosos, sino en el de ansiar vivir como Cristo y ser como El en todos los sentidos.


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Biblioteca
Estudios Sobre el Sermón del Monte

por D. Martyn Lloyd-Jones

Pastor, Iglesia Westminster, Londres



CAPITULO I Introducción General
CAPITULO II Consideraciones Generales y Análisis
CAPITULO III Introducción a las Bienaventuranzas
CAPITULO IV Bienaventurados los Pobres en Espíritu
CAPITULO V Bienaventurados los que Lloran
CAPITULO VI Bienaventurados los Mansos
CAPITULO VII Justicia y Bienaventuranza
CAPITULO VIII Las Piedras de Toque del Apetito Espiritual
CAPITULO IX Bienaventurados los Misericordiosos
CAPITULO X Bienaventurados los de Limpio Corazón
CAPITULO XI Bienaventurados los Pacificadores
CAPITULO XII El Cristiano y la Persecución
CAPITULO XIII Gozo en la Tribulación
CAPITULO XIV La Sal de la Tierra
CAPITULO XV La Luz del Mundo
CAPITULO XVI Que Vuestra Luz Alumbre
CAPITULO XVII Cristo y el Antiguo Testamento
CAPITULO XVIII Cristo Cumple la ley de los Profetas
CAPITULO XIX Justicia Mayor que la de los Escribas y Fariseos
CAPITULO XX La Letra y el Espíritu
CAPITULO XXI No Matarás
CAPITULO XXII Lo Pecaminosidad Extraordinaria del Pecado
CAPITULO XXIII Mortificar el Pecado
CAPITULO XXIV Enseñanza de Cristo Acerca del Divorcio
CAPITULO XXV El Cristiano y Los Juramentos
CAPITULO XXVI Ojo por Ojo y Diente por Diente
CAPITULO   XXVII La Capa y la Segunda Milla
CAPITULO   XXVIII Negarse a Sí Mismo y Seguir a Cristo
CAPITULO  XXIX Amar a los Enemigos
CAPITULO  XXX ¿Qué Hacéis de Más?
CAPÍTULO XXXI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXII Cómo Orar
CAPITULO XXXIII Ayuno
CAPITULO XXXIV Cuando ores
CAPÍTULO XXXV Oración: Adoración
CAPÍTULO XXXVI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXVII Tesoros en la Tierra y en el Cielo
CAPITULO XXXVIII Dios o las Riquezas
CAPITULO XXXIX La Detestable Esclavitud del Pecado
CAPITULO XL No Afanarse
CAPITULO XLI Pájaros y Flores
CAPITULO XLII Poca Fe
CAPITULO XLlll Fe en Aumento
CAPÍTULO XLIV Preocupación: Causas y remedio
CAPITULO XLV 'No Juzguéis'
CAPITULO XLVI La Paja y la Viga
CAPITULO XLVII Juicio y Discernimiento Espirituales
CAPITULO XLVIII Buscar y hallar
CAPÍTULO XLIX La Regla de Oro
CAPITULO L La Puerta Estrecha
CAPITULO LXI El Camino Angosto
CAPITULO LII Falsos profetas
CAPITULO LIII El Árbol y el Fruto
CAPITULO LIV Falsa Paz
CAPITULO LV Hipocresía Inconsciente
CAPITULO LVI Las Señales del Autoengaño
CAPITULO LVII Los dos Hombres y las dos Casas
CAPITULO LVIII ¿Roca o Arena?
CAPITULO LIX La Prueba y la Crisis de la Fe
CAPITULO LX Conclusión
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