CAPITULO XLlll
Fe en Aumento

Aquí, en los versículos 31-33, nuestro Señor nos presenta el enfoque positivo respecto a la 'poca fe'. No basta darnos cuenta de lo que significa; lo importante es poseer una fe mayor. Introduce su enseñanza con la palabra 'pues'; de manera que es un eslabón en una cadena. "Pues", dice, "a la luz de todo esto, no os afanéis diciendo: Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos?" Es la repetición del mandato fundamental. Algunos interpretan la adición de la palabra 'diciendo', en el sentido de que hay una ligera alteración. En la primera ocasión, como se recordará, dijo, "Por tanto os digo: no os afanéis", aquí, según ellos señalan, dice "No os afanéis, pues, diciendo".
No creo que sea una diferencia importante. No hay por qué negar que hay una diferencia, que en el primer caso nuestro Señor dio una advertencia general en contra de la tendencia de afanarse, pero que aquí da un paso más y dice, en efecto, «ni siquiera debéis decir estas cosas, aunque las penséis, no debéis decirlas.» Que sea así o no, no tiene importancia porque el punto principal sigue siendo el mismo. Nuestro Señor nos muestra aquí la forma positiva de incrementar nuestra fe, y vuelve a presentarlo a manera de argumento. Recordemos que su método siempre es lógico. No se limita a hacer afirmaciones y pronunciamientos; los razona. ¡Que condescendencia tan maravillosa! Veamos esa palabra 'porque'. "Porque los gentiles buscan todas estas cosas..!'; "pero vuestro Padre celestial sabe..!'; y así sucesivamente. Lo único que debemos hacer, por tanto, es seguir su argumentación. A este respecto, observamos que se respecto, observamos que se someten a nuestra consideración tres puntos principales, tres principios fundamentales que, si los captamos y entendemos, nos conducirán inevitablemente a una fe mayor. En realidad es notable la forma cómo Él trata este tema.
Su argumento esencial es que nosotros, como cristianos, debemos ser diferentes de los gentiles. Así es como empieza. Adviértase cómo pone esta afirmación entre paréntesis, por así decirlo: "porque los gentiles buscan todas estas cosas!' ¡Pero qué afirmación tan poderosa y qué importante! Aunque de forma negativa, conduce a un resultado muy positivo. Si uno se quiere incrementar la fe, lo primero que hay que hacer es darse cuenta de que afanarse y preocuparse acerca de la comida, de la bebida, del vestir, y de la vida en este mundo, es, en un sentido, hacer lo mismo que los gentiles.
¿Qué quiere decir con esto? La palabra 'gentiles', desde luego, significa en realidad 'paganos'. Los judíos constituían el pueblo escogido de Dios. Ellos eran quienes poseían los oráculos de Dios y el conocimiento especial de Él; los otros se describían como paganos. Por ello debemos analizar esta palabra y ver exactamente qué significa. La afirmación es que si soy culpable de afanarme y preocuparme por estas cuestiones de alimento, vestido, la vida en este mundo, y por ciertas cosas de las que carezco —si todo esto me domina a mí y a mi vida, entonces en realidad estoy viviendo y comportándome como un pagano. Pero tratemos de descubrir el verdadero significado de esto.
Los paganos eran personas que no poseían la revelación de Dios, y que por consiguiente no conocían a Dios. Eso es lo que se subraya tanto en el Antiguo Testamento; es lo que distingue a los hijos de Israel de todos los demás. Pablo, en su argumento respecto a este tema dice en Romanos 3:2 que "les ha sido confiada la palabra de Dios!' Dios se reveló en forma especial a los judíos, no sólo en el llamamiento de Abraham y en otros casos específicos, sino sobre todo al darles la ley y la gran enseñanza de los profetas. Los paganos no conocían nada de esto; no habían tenido esta revelación especial, ni poseían conocimiento de Dios. No tenían las Escrituras del Antiguo Testamento y estaban, por consiguiente, sin los recursos para conocerlo. Éste es el punto esencial acerca de los paganos, no saben nada acerca de Dios en un sentido real, están "sin Dios en el mundo'.'
Claro está que, a este respecto, podemos ir más allá y decir que los paganos no saben nada acerca de la revelación de Dios en Jesucristo, y no saben nada acerca del camino de salvación establecido por Dios. Ignoran por completo la visión de la vida que se enseña en la Biblia. No saben que "de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna!' No saben nada acerca de las "preciosas y grandísimas promesas", ni acerca de las varias promesas que Dios ha dado a su pueblo en este mundo. Los paganos no saben nada acerca de eso, y no lo han recibido. Están en verdadera oscuridad respecto a la vida en este mundo y en cómo ha de vivirse, y en verdadera oscuridad también acerca de su destino eterno. Su visión de la vida está completamente limitada por sus propios pensamientos, y carecen de esta luz que se recibe de lo alto.
No debemos demorarnos en esto, pero los que tienen esa visión pagana de la vida ven en general, las cosas que nos suceden en una de dos formas posibles: Hay quienes creen que todo lo de esta vida es accidental. Esta idea se conoce a veces como la 'teoría de la contingencia' que enseña que las cosas suceden sin razón, y que nunca se puede saber lo que va a suceder luego. Este concepto de la vida en el mundo la sostienen, por ejemplo, hombres como el Dr. Julián Huxley, para quien todo es accidental y contingente; así lo enseñan y le han dado a esta idea una prominencia considerable en los tiempos actuales. Dicen que en la vida no hay ningún propósito. No hay ni orden ni designio; todo es fortuito. Es un punto de vista muy antiguo. No contiene nada nuevo, y no hay en el mundo de hoy personas más trágicas que éstas que sostienen tal punto de vista pensando que con ello son 'modernos'. La mitad de los paganos poseen esta visión de la vida y obviamente eso va a afectar en un sentido profundo toda su actitud hacia todas las cosas que suceden.
El otro punto de vista, comúnmente llamado 'fatalismo', se coloca como extremo opuesto de aquel. Enseña que lo que ha de ser, será. No importa lo que uno haga o diga, ello sucederá. "Lo que ha de ser, será!' Por consiguiente es totalmente necio realizar algún esfuerzo. Uno' simplemente vive, y confía en que las cosas no le saldrán mal, y que de una forma u otra uno podrá vivir más o menos bien. El fatalismo enseña que uno no puede hacer nada respecto a la vida, que hay poderes y factores que lo controlan a uno inexorablemente, y lo mantienen en el marco de un determinismo rígido. De nada sirve, pues, reflexionar, y mucho menos afanarse. Pero el fatalismo, de todos modos, conduce al afán, porque esas personas siempre están preocupándose por lo que va a suceder luego. La 'contingencia' y el 'fatalismo', son pues, las dos expresiones principales de la visión pagana de la vida.
Es importante tener presente estas dos ideas porque los cristianos, a menudo sin darse cuenta, sostienen alguna de las dos. La visión cristiana, por otra parte, la que se enseña en la Biblia, y sobre todo en este pasaje específico del Sermón del Monte, se podría escribir como la doctrina de 'la certeza'. Dice que la vida no está controlada por una necesidad ciega, sino que algunas cosas son ciertas por qué estamos en las manos del Dios vivo. Así pues, si uno es cristiano, adopta esa doctrina de la certeza frente a las teorías de la contingencia y del fatalismo. Hay una gran diferencia entre estos puntos de vista —el cristiano y el pagano—; y lo que nuestro Señor dice es que, si uno vive una vida llena de ansiedad y preocupaciones, está virtual-mente muerto en lo espiritual y adoptando la visión pagana de la vida.
Nuestra visión fundamental de la vida en este mundo va a determinar nuestra forma de vivir, y a controlar toda nuestra conducta. "Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él". Siempre se puede decir cuál es la filosofía de un hombre por la manera en que vive y por la manera en que reacciona frente a las cosas que suceden en torno a él. Por esto los tiempos de crisis criban a las personas. Siempre revelamos exactamente nuestra posición con lo que decimos. Recordarán que nuestro Señor dijo en cierta ocasión que seremos juzgados por todas las palabras ociosas que pronunciemos (ver Mt. 12:36). Decimos mucho acerca de nosotros mismos como cristianos, con nuestras observaciones ordinarias y con nuestros comentarios ordinarios acerca de la vida. Nuestra visión de la vida se transparenta en todas nuestras expresiones.
Además, si alguien tiene una visión pagana de la vida en este mundo, también tendrá una visión pagana de la vida en el otro mundo. La visión pagana de esa vida es que es un reino de penumbra. Se ve esto en las mitologías griegas y en las no cristianas. Todo es incierto. Si alguien, por tanto, sostiene esta visión, este mundo lo será todo para él y tratará de sacarle todo provecho a la vida, porque es la única vida acerca de la cual posee algún conocimiento. Además, o bien trata de descubrir de antemano la contingencia, o trata de alguna manera de eludir este fatalismo que lo atenaza. Lo que hace es esto. Dice, aquí estoy en este momento; lo voy a aprovechar lo más posible porque no sé qué va a suceder luego. Por consiguiente, su filosofía es, "come, bebe, regocíjate"; vivamos para el momento presente. Tengo a mi disposición esta hora, voy a sacar de ella todo lo que pueda.
Esto es lo que estamos viendo alrededor nuestro; ésta es la forma en que la mayoría de las personas parecen vivir hoy día. Argumentan que, como uno no sabe lo que va a suceder el mes próximo o el año próximo, la esencia de nuestra sabiduría está en decir, "Bien; gastemos todo lo que tengamos; saquémosle el máximo placer a la vida ahora!' Por ello no prestan atención a las consecuencias y se despreocupan de su destino eterno. Nuestro Señor lo resume todo con esta frase, "Porque los gentiles buscan todas estas cosas!' Y esta palabra 'buscan' es una palabra muy fuerte. Significa que lo buscan con afán, que buscan constantemente estas cosas, que viven para ellas. Y hay que reconocerles esto: son perfectamente consecuentes; si ésta es la visión de la vida que tienen, entonces hacen lo adecuado. Viven para estas cosas, las buscan con afán y constancia.
De lo cual, sin embargo, surge la pregunta vital e importante. ¿Somos nosotros así? Si estas cosas ocupan el primer lugar en la vida —dice nuestro Señor—, y si monopolizan nuestra vida y nuestro pensar, entonces no somos mejores que los paganos, somos mundanos con mentes mundanas. Esta palabra nos llega con poder y significado terribles. Hay muchas personas que se pueden describir como mundanos espirituales. Si uno les habla acerca de la salvación, tienen la idea correcta; pero si se les habla acerca de la vida en general, son mundanos. Cuando se trata de la salvación del alma, tienen las respuestas correctas; pero si uno escucha sus conversaciones ordinarias acerca de la vida en este mundo, descubrirá una filosofía pagana. Se afanan por el comer y el beber; siempre están hablando acerca de riqueza, posición y posesiones temporales. Estas cosas en realidad los dominan. Ellas son las que los hacen felices o infelices; ellas son las que les placen o disgustan; y siempre están pensando y hablando acerca de ellas. Esto es ser como los paganos, dice Cristo; porque el cristiano no debería estar dominado por esas cosas. Cualquiera que sea la posición que adopte frente a ellas, en último término, no ha de estar controlado por ellas. Esas cosas no deberían en realidad hacerlo feliz o infeliz, por que ésta es la situación típica del pagano, estar dominado por ellas en toda la perspectiva que tiene acerca de la vid; y en su vivir en este mundo.
Ésta es, pues, una manera muy buena, de aumentar nuestra fe y de introducirnos en el concepto bíblico de la vid; de fe. El pueblo de Dios, los hijos de Dios en este mundo están destinados a vivir la vida de fe; tienen que vivir í la luz de esa fe que profesan. Sugiero, por tanto, que ha> ciertas preguntas que deberíamos hacernos constantemente. He aquí algunas. ¿Me enfrento a las cosas que me suceden en este mundo como lo hacen los gentiles? Cuando me suceden estas cosas, cuando parece haber dificultades en cuanto al comer, beber y vestir, o en relación con la vida, ¿cómo les hago frente? ¿Cómo reacciono? ¿Es mi reacción como la de los paganos, de los que no son cristianos? ¿Cómo reacciono durante una guerra? ¿Cómo reacciono frente a la enfermedad, a las muertes y a las pestilencias? Es una buena pregunta para hacerse.
Pero vayamos más allá. ¿Afecta mi fe cristiana a la visión que tengo de la vida, la dirige en todos sus detalles? Pretendo ser cristiano, y tener la fe cristiana; lo que me pregunto ahora es, ¿afecta esta fe cristiana mía a toda la visión detallada que tengo de la vida? ¿Está siempre determinando mi reacción y mi respuesta ante las cosas específicas que suceden? O bien podríamos decirlo así. ¿Resulta claro y obvio tanto para mí como para los demás, que mi enfoque total de la vida, mi visión esencial de la vida en general y en particular, difiere por completo de la del no cristiano? Así debería ser. El Sermón del Monte comienza con las Bienaventuranzas. Estas describen a las personas que son completamente diferentes de las otras, tan diferentes, como la luz lo es de las tinieblas, tan diferente como la sal lo es de la putrefacción. Así pues, si somos diferentes en lo esencial, debemos ser diferentes en nuestra visión de todo lo demás y en nuestra reacción frente a todo lo demás. No conozco pregunta mejor que ésta, para que el hombre se la plantee en todas las circunstancias de la vida: cuando sucede algo que lo altera, pregúntese, "¿es mi reacción esencialmente diferente de lo que sería si no fuera cristiano?" Recordemos la enseñanza que ya hemos examinado al final del capítulo quinto de este Evangelio. Recuérdese que nuestro Señor lo dijo así: "Si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más?" Así es. El cristiano es un hombre que hace 'más que los otros'. Es un hombre absolutamente diferente. Y si en todos los detalles de la vida este cristianismo suyo no aparece, es un cristiano muy pobre, es un hombre de 'poca fe'.
O, planteamos una pregunta final así: ¿Sitúo siempre todo lo de la vida y todo lo que me sucede, en el contexto de mi fe cristiana, y luego lo examino a la luz de este contexto? El pagano no lo puede hacer. El pagano no posee la fe cristiana. No cree en Dios, ni sabe nada acerca de Él; no posee esta revelación de Dios como Padre suyo, ni de sí mismo como hijo de ese Padre. No sabe nada acerca de los propósitos generosos de Dios y, por tanto, el pobre hombre, tiene que volverse a sí mismo y reaccionar en forma automática e instintiva frente a lo que sucede. Pero lo que demuestra realmente que somos cristianos es que, cuando nos suceden a nosotros estas cosas, no las vemos simplemente como son: como cristianos las tomamos y las colocamos de inmediato en el contexto de toda nuestra fe y luego las volvemos a examinar.
Concluimos el capítulo anterior diciendo que la fe es esencialmente activa. Nuestro Señor preguntó a sus discípulos, "¿Dónde está vuestra fe? ¿Por qué no la aplicáis?" Ahora podemos decir lo inverso. Nos sucede algo que tiende a alterarnos; lo pagano que hay en el hombre natural le hace perder el control, o sentirse herido; pero el cristiano se detiene y dice: "Un momento. Voy a poner esto en el contexto de todo lo que sé y creo acerca de Dios y de mi relación con Él!' Entonces lo vuelve a examinar. Comienza a entender lo que el autor de la Carta a los Hebreos quiere decir cuando afirma, "El Señor, al que ama, disciplina". Como el cristiano sabe esto, está en condiciones de gozarse en ello, en un sentido, incluso mientras sucede, por qué lo sitúa en el contexto de su fe. Es el único hombre que puede hacer esto; el pagano no lo puede hacer, es incapaz de ello. Por eso planteamos esta pregunta general. ¿Es evidente tanto para mí como para todos los demás que no soy pagano? ¿Es mi conducta, mi comportamiento en la vida, testimonio de mi cristianismo? ¿Muestro en forma clara y evidente que pertenezco a un reino más elevado, y que puedo elevar todo lo que se relaciona conmigo a ese reino? "Los gentiles buscan todas estas cosas", dice nuestro Señor. Pero nosotros no somos gentiles. Démonos cuenta de lo que somos; recordemos quiénes somos y vivamos de acuerdo con esto. Elevémonos al nivel de nuestra fe; Seamos dignos del llamamiento elevado de Cristo Jesús. Pueblo cristiano, cuidemos la boca y la lengua. Nos traicionamos a nosotros mismos en nuestra conversación, en las cosas que decimos, en las cosas que salen de nosotros cuando actuamos espontáneamente. Un comportamiento así es típico del pagano; el cristiano ejercita la disciplina y el control porque lo ve todo en el contexto de Dios y de la eternidad.
El segundo argumento es en realidad repetición de le que nuestro Señor ya nos ha inculcado en varias ocasiones. Él no improvisa. Dice: "Pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas". Ya nos le había dicho en el argumento acerca de las aves y los lirios del campo. Pero nos conoce; sabe lo propensos que somos a olvidarnos de las cosas. Por ello, lo repite de nuevo: "Vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas". Podríamos decirlo así. El segundo principio por medio del cual se puede incrementa la fe es que, como cristiano, se debe tener fe implícita y confianza en Dios como Padre celestial. Ya lo hemos examinado1; por ello nos bastará ahora un resumen: Nada nos puede suceder que no venga de Dios. Él lo sabe todo acerca de nosotros. Si se puede decir con verdad que incluso los cabellos de la cabeza están contados, entonces debemos recordar que nunca nos podemos encontrar en una situación sin que Dios lo sepa o se preocupe de ello. Lo sabe mucho mejor que nosotros mismos. Éste es el argumento de nuestro bendito Señor: "Vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas!' No hay en la Biblia afirmación más hermosa que ésta. Nunca estaremos en ningún lugar donde Él no nos vea; nunca habrá nada en las honduras de nuestro corazón, en los pliegues más íntimos de nuestro ser, que Él no sepa. El autor de la Carta a los Hebreos afirmó lo mismo en un contexto diferente: "Todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta" (4:13). Discierne los pensamientos e intenciones del corazón. Dice esto para poner sobre aviso a estos cristianos hebreos. Debemos recordar que no sólo tenemos que vivir en el temor del Señor, sino también en el consuelo y el conocimiento de Dios. No sólo ve lo que nos sucede cuando enfermamos, no sólo sabe cuando estamos experimentando penas y angustias, sino que conoce cada ansia del corazón, conoce cada pesar. Lo conoce todo; su omnisciencia lo abarca todo. Lo sabe todo acerca de nosotros en todos los aspectos y, por consiguiente, conoce todas nuestras necesidades. De lo anterior, nuestro Señor deduce lo siguiente: No hay por qué afanarse, no hay por qué preocuparse. Dios está contigo en este estado, no estás solo, es tu Padre. Aún el padre terrenal hace lo mismo hasta cierto punto. Está con su hijo, lo protege, hace todo lo que puede por él. Multipliquemos esto por infinito, y eso es lo que Dios hace respecto a nosotros en cualquier circunstancia que nos encontremos.
Con sólo que comprendiéramos esto, desaparecería de una vez y para siempre de nuestra vida toda preocupación, tensión y ansiedad. Nunca nos permitamos ni por un momento pensar que estamos abandonados a nuestras propias fuerzas. No lo estamos. Todos debemos aprender a decir lo que nuestro Señor dijo bajo la sombra misma de la cruz: "He aquí la hora viene, y ha venido ya, en que seréis esparcidos cada uno por su lado, y me dejaréis solo, mas no estoy solo, por qué el Padre está conmigo!' Y ésta es también la promesa que nos hace: "No te desampararé, ni te dejaré". Pero por encima de todo confiemos en esto: que lo sabe todo acerca de nosotros, todas las circunstancias, todas las necesidades, todas las heridas; y en consecuencia, podemos descansar tranquila y confiadamente en esa seguridad bendita y gloriosa.
Esto a su vez nos conduce al tercer argumento, en donde se dice que debemos concentrarnos en perfeccionar nuestra relación con Dios como Padre nuestro celestial. Nosotros, a diferencia de los paganos, tenemos que depender implícitamente de nuestro conocimiento de Él como Padre celestial, y tenemos que concentrarnos en perfeccionar este conocimiento y nuestra relación con Él. "Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas!' No sé si me atrevería a sugerir que hay un aspecto humorístico en este punto. Me parece, en efecto, que nuestro Señor dice esto: os he dicho ya dos veces, y lo he repetido en distintas formas: no os afanéis por la comida ni la bebida ni el vestir; no os afanéis por la vida en este mundo, no os afanéis por si Dios os está poniendo a prueba o no. Y luego, por así decirlo, añade, si deseáis afanaros, os diré acerca de qué podéis afanaros. Preocupaos por vuestra relación con el Padre. En esto hay que concentrarse. Los gentiles buscan estas otras cosas, y también muchos de vosotros; 'mas buscad'. Esto es lo que hay que buscar.
Deberíamos recordar de nuevo que 'buscar' conlleva el significado de buscar con afán, con intensidad, vivir para algo. Y el Señor incluso refuerza este significado añadiendo otra palabra, 'primeramente'. 'Buscad primeramente'. Esto significa: generalmente, principalmente, por encima de todo; darle prioridad. Una vez más encontramos a nuestro Señor que se repite. Dice: estáis preocupados por estas otras cosas, y las estáis poniendo en primer lugar. No debéis hacerlo así. Lo que habéis de colocar en primer lugar es el reino de Dios y su justicia. Ya he dicho esto en la oración modelo que enseñó a los suyos. Recuérdese la enseñanza. Acude uno a Dios. Claro que uno está interesado por la vida y por este mundo; pero no hay que empezar diciendo, 'El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy'. Se empieza así: 'Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra! Y luego, y sólo luego, 'el pan nuestro de cada día, dánoslo hoy'. 'Buscad primeramente' —no 'el pan nuestro de cada día', sino, 'el reino de Dios y su justicia'. En otras palabras, hay que llegar a esa disposición mental, de corazón y de deseos, la cual debe tener prioridad absoluta sobre todo lo demás.
¿Qué quiere decir nuestro Señor cuando afirma: "Buscad primeramente el reino de Dios"? Obviamente no les dice a sus oyentes cómo hacerse cristianos; les dice cómo comportarse por ser cristianos. Están en el reino de Dios, y porque están en él lo han de buscar más y más. Tienen que, como dice Pedro, "hacer firme su vocación y elección". En la práctica significa que, como hijos de nuestro Padre celestial, deberíamos buscar conocerle mejor. El autor de la Carta a los Hebreos plantea esto perfectamente cuando dice en 11:6, "Es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan!' El énfasis está en el 'buscan'. Muchos cristianos pierden tantas bendiciones en su vida por qué no buscan a Dios con diligencia. No pasan mucho tiempo buscando su rostro. Se hincan de rodillas para orar, pero esto no significa necesariamente buscar al Señor. El cristiano tiene que buscar el rostro del Señor a diario, constantemente. Se busca el tiempo para hacerlo, se toma el tiempo para hacerlo.
Además, significa que debemos pensar más acerca del reino y de nuestra relación con Dios, y sobre todo acerca de nuestro futuro eterno. Por haberlo hecho así, Pablo pudo escribir a los Corintios, "Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas" (2Cor. 4:17, 18). Adviértase el gerundio 'mirando'. El apóstol solo se regocija a pesar de estas cosas —'mirando', 'mientras miraba'. Lo dice como exhortación y mandato positivo a los colosenses cuando afirma, "Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra". Éste es el significado de buscar el reino de Dios.
Pero dice, "Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia". ¿Por qué la añadidura de esta 'justicia'? Es una añadidura muy importante; significa santidad, la vida de justicia. No sólo hay que buscar el reino de Dios en el sentido de poner el corazón en las cosas de arriba; también hay que buscar en manera positiva la santidad y la justicia. Una vez más estamos frente a una repetición del "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados!' Sí, eso es. El cristiano busca la justicia, busca ser como Cristo, busca la santidad positiva y ser más y más santo, crecer en gracia y en el conocimiento del Señor. Ésta es la forma de incrementar la fe. Funciona así. Cuanto más santo somos, más cerca estaremos de Dios. Cuanto más santo somos, mayor será nuestra fe. Cuanto más santificados y santos somos, mayor será nuestra seguridad y, por consiguiente, nuestra dependencia de Dios. Así lo dice la experiencia, ¿no es verdad? ¿No lo hemos experimentado así muchas veces? De repente algo sale mal en la vida y uno acude a Dios en oración; y en el momento en que uno lo hace así, se da cuenta de lo flojo que ha sido en semanas y meses pasados. Algo le dice dentro de sí, "¿No te has estado comportando de una forma grosera? ¿Cuántos días y semanas y meses han transcurrido sin buscar el rostro de Dios? Has dicho las oraciones en forma mecánica; pero ahora estás buscando a Dios, te estás tomando tiempo para buscarlo. Pero no lo has estado haciendo así regularmente!' Se siente uno condenado, se ha perdido la confianza en la oración. Hay reglas absolutas en esta vida espiritual, y es el que busca el reino de Dios y su justicia el que tiene mayor confianza en Él. Cuanto más cerca vivimos de Dios menos conscientes estamos de las cosas de esta vida y de este mundo, y mayor es nuestra seguridad en Él. Cuanto más santo somos, mejor conoceremos a Dios. Lo conoceremos como nuestro Padre, y entonces nada que nos suceda alterará nuestra ecuanimidad, porque nuestra relación con Él es muy íntima.
Podemos parafrasear las palabras de nuestro Señor así: si quieres buscar algo, si quieres afanarte por algo, afánate por tu condición espiritual, por tu proximidad con Dios y por tu relación con Él. Si buscas esto primero, la preocupación desaparecerá; éste es el resultado. Esta gran preocupación acerca de tu relación con Dios eliminará las preocupaciones menores acerca de la comida y el vestir.
El hombre que se conoce como hijo de Dios y heredero de la eternidad, tiene una visión diferente de las cosas de esta vida y de este mundo. Es así por necesidad, y cuanto mayor sea esa fe y conocimiento, menores serán las otras cosas. Además, posee una promesa específica concreta. La promesa es que, si verdaderamente buscamos estas cosas primero y ante todo, y casi exclusivamente, las demás no serán añadidas, formarán parte del trato que Dios nos da. El pagano no hace sino pensar acerca de estas cosas. Hay también mundanos espirituales que oran por ellas y nada más, pero nunca encuentran satisfacción. El hombre de Dios ora por el reino de Dios y lo busca, y estas otras cosas le son añadidas. Es una promesa específica del Señor.
Tenemos una ilustración perfecta de esto en la historia de Salomón. Salomón no pidió riquezas ni vida larga; pidió sabiduría. Y Dios dijo en efecto: como no has pedido estas cosas, te daré sabiduría y te daré también las otras. Te daré riquezas y vida larga (ver R. 3). Dios siempre lo hace así. No es accidental que los puritanos del siglo diecisiete, sobre todo los cuáqueros, se hicieran ricos. No fue porque buscaran la riqueza, no fue porque adoraran a Mamón. Fue que vivieron para Dios y para su justicia, y el resultado fue que no malgastaron el dinero en cosas sin valor. En un sentido, por consiguiente, no pudieron sino enriquecerse. Vivieron según las promesas de Dios y acabaron por enriquecerse.
Si se pone a Dios, a su gloria, al advenimiento de su reino, a nuestra relación y proximidad con Él, y a nuestra santidad, en el puesto central, tendremos la promesa de Dios mismo a través de las palabras de su Hijo, de que todas estas otras cosas, que nos son necesarias para el bienestar en esta vida y en este mundo, nos serán dadas por añadidura. Ésta es la manera de incrementar nuestra fe. No ser como los paganos sino recordar que Dios lo hace todo en cuanto a nosotros por qué es nuestro Padre y nos está cuidando. Por consiguiente, hay que tratar de ser más como El y de vivir nuestra vida más cerca de Él.


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Estudios Sobre el Sermón del Monte

por D. Martyn Lloyd-Jones

Pastor, Iglesia Westminster, Londres



CAPITULO I Introducción General
CAPITULO II Consideraciones Generales y Análisis
CAPITULO III Introducción a las Bienaventuranzas
CAPITULO IV Bienaventurados los Pobres en Espíritu
CAPITULO V Bienaventurados los que Lloran
CAPITULO VI Bienaventurados los Mansos
CAPITULO VII Justicia y Bienaventuranza
CAPITULO VIII Las Piedras de Toque del Apetito Espiritual
CAPITULO IX Bienaventurados los Misericordiosos
CAPITULO X Bienaventurados los de Limpio Corazón
CAPITULO XI Bienaventurados los Pacificadores
CAPITULO XII El Cristiano y la Persecución
CAPITULO XIII Gozo en la Tribulación
CAPITULO XIV La Sal de la Tierra
CAPITULO XV La Luz del Mundo
CAPITULO XVI Que Vuestra Luz Alumbre
CAPITULO XVII Cristo y el Antiguo Testamento
CAPITULO XVIII Cristo Cumple la ley de los Profetas
CAPITULO XIX Justicia Mayor que la de los Escribas y Fariseos
CAPITULO XX La Letra y el Espíritu
CAPITULO XXI No Matarás
CAPITULO XXII Lo Pecaminosidad Extraordinaria del Pecado
CAPITULO XXIII Mortificar el Pecado
CAPITULO XXIV Enseñanza de Cristo Acerca del Divorcio
CAPITULO XXV El Cristiano y Los Juramentos
CAPITULO XXVI Ojo por Ojo y Diente por Diente
CAPITULO   XXVII La Capa y la Segunda Milla
CAPITULO   XXVIII Negarse a Sí Mismo y Seguir a Cristo
CAPITULO  XXIX Amar a los Enemigos
CAPITULO  XXX ¿Qué Hacéis de Más?
CAPÍTULO XXXI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXII Cómo Orar
CAPITULO XXXIII Ayuno
CAPITULO XXXIV Cuando ores
CAPÍTULO XXXV Oración: Adoración
CAPÍTULO XXXVI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXVII Tesoros en la Tierra y en el Cielo
CAPITULO XXXVIII Dios o las Riquezas
CAPITULO XXXIX La Detestable Esclavitud del Pecado
CAPITULO XL No Afanarse
CAPITULO XLI Pájaros y Flores
CAPITULO XLII Poca Fe
CAPITULO XLlll Fe en Aumento
CAPITULO XLlll Fe en Aumento
CAPÍTULO XLIV Preocupación: Causas y remedio
CAPITULO XLV 'No Juzguéis'
CAPITULO XLVI La Paja y la Viga
CAPITULO XLVII Juicio y Discernimiento Espirituales
CAPITULO XLVIII Buscar y hallar
CAPÍTULO XLIX La Regla de Oro
CAPITULO L La Puerta Estrecha
CAPITULO LXI El Camino Angosto
CAPITULO LII Falsos profetas
CAPITULO LIII El Árbol y el Fruto
CAPITULO LIV Falsa Paz
CAPITULO LV Hipocresía Inconsciente
CAPITULO LVI Las Señales del Autoengaño
CAPITULO LVII Los dos Hombres y las dos Casas
CAPITULO LVIII ¿Roca o Arena?
CAPITULO LIX La Prueba y la Crisis de la Fe
CAPITULO LX Conclusión
Biblioteca
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