CAPITULO LIII
El Árbol y el Fruto

Nuestro anterior examen de este difícil pasaje 7:15-20, puso de relieve sobre todo el elemento de sutileza de los falsos profetas, esos hombres que vienen a nosotros vestidos de ovejas cuando interiormente no son sino lobos rapaces. Para muchos, esta sección resulta difícil debido a su contexto, ya que se encuentra después de esas palabras: "no juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados!' Sin embargo, estas palabras las pronunció nuestro Señor mismo. Los falsos profetas siempre se sienten incómodos ante ciertas afirmaciones de Nuestro Señor. Nunca les gusta Mateo 23, por ejemplo, donde nuestro Señor describe a los fariseos como 'sepulcros blanqueados'. Nuestros falsos profetas modernos tratan de encontrar cosas buenas que decir incluso de los fariseos. El falso profeta vestido de oveja enseña que nunca hay que decir nada que suene a crítica o que resulte duro. Pero esas palabras las pronunció nuestro Señor mismo, y por ello hay que tenerlas en cuenta. Repitámoslo otra vez, hay que evitar el espíritu de censura; pero no se puede explicar el Sermón del Monte en forma plena a no ser que nos enfrentemos con esas palabras, a no ser que nos ocupemos de ellas con sinceridad, dándonos cuenta de que estamos estableciendo una pauta según la cual nosotros mismos seremos juzgados.
Nuestro Señor quería a todas luces enfatizar este punto. Ha dicho que los falsos profetas se conocerán por sus frutos y, luego, pasa a elaborar esto con otra metáfora. Dice, "¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego. Así que, por sus frutos los conoceréis!' Adviértase que comienza y concluye con "por sus frutos los conoceréis", y "Así que, por sus frutos los conoceréis" —repetición que tiene como fin subrayar la idea—.
En primer lugar, debemos dejar bien claro un punto puramente técnico, a saber, el significado de esta palabra 'malo'. "Todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol malo da frutos malos". "Malo", claro está, no significa podrido, porque el árbol podrido no da ninguna clase de fruto. Esto es muy importante, porque si no nos damos cuenta de ello, volveremos a perder este elemento de sutileza que es básico en el pensamiento de nuestro Señor. Llama la atención acerca del hecho de que árboles que tienen aspecto semejante en cuanto que parecen completamente normales, no producen necesariamente la misma clase de fruto. Un árbol puede producir buen fruto, el otro fruto malo. Lo que se llama 'fruto malo' tampoco quiere decir completamente 'podrido'; significa de mala calidad, no bueno. El contraste, pues, que nuestro Señor destaca se da entre dos clases de árbol, que son de aspecto quizá idénticos, pero que, cuando se juzgan por el fruto que dan, resultan ser totalmente diferentes. Uno se puede comer, pero el otro no. Es evidente que esto contiene una enseñanza muy profunda. Una vez examinada la cuestión doctrinal, se puede pasar ya a la cuestión de la vida, de la conducta y comportamiento.
Antes de entrar en detalles, sin embargo, hay que subrayar el gran principio que nuestro Señor inculca aquí: ser cristiano es algo que está en la esencia misma de la personalidad, algo vital y fundamental. No se trata de apariencias superficiales tanto respecto a la creencia como a la vida. Al usar esta metáfora de la índole, la naturaleza, la esencia verdadera de estos árboles y del fruto que producen, nuestro Señor subraya mucho esto. Y no cabe duda de que se trata de algo que siempre debemos buscar, tanto en nosotros mismos como en los demás. Parece centrar la atención en el peligro de engañarse con las apariencias. Es lo mismo que en el caso de la otra metáfora de los falsos profetas que vienen a nosotros vestidos de ovejas. En otras palabras, es el peligro de parecer ser cristianos sin serlo en realidad. Ya hemos visto que eso puede suceder en el campo de la enseñanza y doctrina. Alguien puede parecer que predica el evangelio cuando, en realidad, si se juzga según pruebas genuinas, no lo hace. Lo mismo ocurre en el caso de la conducta y la vida. El peligro, en este caso, radica en tratar de hacernos cristianos añadiendo ciertas cosas a nuestra vida, en vez de llegar a ser algo nuevo, en vez de recibir vida interior, en vez de que la naturaleza que está en nosotros se renueve según la imagen del Señor Jesucristo mismo.
Lo que la enseñanza de nuestro Señor subraya en este pasaje es el hombre mismo, y dice en realidad que lo que importa en última instancia es precisamente esto. Alguien puede hablar en la forma adecuada, puede parecer que vive bien, y con todo, según nuestro Señor, ser permanentemente un falso profeta. Puede tener la apariencia de vida cristiana sin en realidad ser cristiano. Esto ha sido una fuente constante de problemas y peligros en la larga historia de la iglesia cristiana. Pero nuestro Señor nos ha puesto sobre aviso desde el principio para que captemos este principio; que ser cristiano significa un cambio en la vida y naturaleza mismas el hombre. Es la doctrina del nuevo nacimiento. Ninguna acción del hombre vale nada a no ser que haya cambiado su naturaleza. Pronto nos ocuparemos de esta afirmación: "Muchos me dirán en aquel día: Se¬ñor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?" Ahí tenemos a un hombre que ha hecho cosas sorprendentes en su vida; pero él mismo no ha cambiado. Decía y hacía lo adecuado, pero de nada valía.
Exactamente lo mismo puede suceder en la vida y conducta. En este sentido el cristianismo es único, es decir, en cuanto se preocupa sobre todo del estado del corazón. Y en la Biblia el corazón no suele ser la sede de las emociones, sino el centro de la personalidad. Tomemos, por ejemplo, mateo 12: 33-37. No cabe duda de que en ese pasaje nuestro Señor lo plantea con claridad y precisión: "O haced el árbol bueno, y su fruto bueno, o haced el árbol malo, y su fruto malo; porque por el fruto se conoce al árbol." Se vuelve a subrayar la índole o naturaleza del árbol. En otro lugar dice, "Lo que sale de la boca, del corazón sale; y esto contamina al hombre". No son simplemente las cosas que uno hace externamente; no es cuestión de lavar la parte de afuera de tazas y bandejas; no es lo que entra sino lo que sale; lo que cuenta es el hombre mismo. Nuestro Señor se esfuerza mucho por subrayar, con esta metáfora, que lo que hay en el corazón siempre se manifiesta. Se manifestará en las creencias, en las enseñanzas y doctrina. Se manifestará también en la vida. No siempre resulta fácil de ver, pero nuestro Señor nos dice que si tenemos los ojos iluminados con la enseñanza del Nuevo Testamento, siempre estaremos en condiciones de reconocerlo. Vimos, hablando de la doctrina por ejemplo, que si lo único que se mira es si alguien va a decir o no cosas totalmente equivocadas, probablemente nunca se detectarán los falsos profetas porque no dicen cosas así. Pero si se cae en la cuenta de que hay ciertas cosas que un verdadero cristiano siempre tiene que subrayar, y se las busca, entonces se puede descubrir que no aparecen por ninguna parte, y se puede sacar la conclusión de que esa persona que uno creía que era cristiano, es un falso profeta y, por consiguiente, un peligro serio. Lo mismo ocurre en el caso de la vida. Podemos mostrar esto con una serie de principios.
El primer principio es que hay un lazo indiscutible entre creencia y vida, es decir, la naturaleza se manifiesta. Lo que el hombre es, en última instancia, en lo más profundo de su ser, siempre se manifestará, precisamente en su creencia y vida. Estas dos cosas van indisolublemente unidas. Lo que el hombre piensa, eso viene a ser. El hombre actúa como piensa. En otras palabras, manifestamos inevitablemente lo que somos y creemos. No importa el cuidado que tengamos, en un momento u otro se manifestará. La naturaleza debe manifestarse. No se obtienen "uvas de los espinos" ni "higos de los abrojos"; "no puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos!' No estamos en el terreno de las apariencias; estamos haciendo un examen más crítico. Nuestro Señor propone todo esto en forma absoluta; y si observamos a otros y a la vida con todo cuidado, debemos estar de acuerdo en que así es.
Quizá nos engañemos por un tiempo. Las apariencias pueden engañar mucho; pero no duran. A los puritanos les gustaba mucho tratar en detalle a los que llamaban 'creyentes temporales'. Con esto querían decir personas que parecían entrar bajo la influencia del evangelio, personas que daban la impresión de estar verdaderamente convertidas y regeneradas. Hablaban en la forma adecuada y manifestaban cambio en la vida; parecían cristianos. Pero los puritanos los llamaban 'creyentes temporales' porque después llegaban a dar pruebas inconfundibles y claras de que nunca habían llegado a ser verdaderamente cristianos. Esto pasa mucho en los avivamientos. Cuantas veces hay un despertar religioso, o emoción religiosa, se suelen encontrar personas que, por así decirlo, siguen la corriente. No se dan bien cuenta de qué sucede, pero caen bajo la influencia general del Espíritu Santo y por un tiempo se sienten realmente afectados. Pero, según esta enseñanza, quizás nunca lleguen a ser verdaderamente cristianos.
En 2 Pedro 2, se encuentra una exposición de esto. El apóstol describe, en forma clara y gráfica casos así. Habla de personas que habían entrado en la iglesia y habían sido aceptados como cristianos, pero luego habían salido. Las describe así. "El perro vuelve a su vomito, y la puerca lavada a revolcarse en el cieno." Se ve lo que ha sucedido. Para emplear su ilustración, incluso a la puerca se la puede lavar, y puede parecer limpia en lo externo; pero su naturaleza no ha cambiado. Esto se ve todavía más claro cuando se compara con lo que dice el apóstol Pedro en el versículo 4 del capítulo 1 de la misma Carta. Afirma que el cristiano ha "huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia". Pero cuando llega a esos creyentes temporales, en el capítulo segundo, dice que han sido sacados no de la 'corrupción' sino de 'las contaminaciones'. Hay una especie de purificación superficial que no cambia la naturaleza. El purificarse es importante, pero puede ser muy engañador. El que sólo se ha purificado en lo externo, puede parecer cristiano. Pero la argumentación de nuestro Señor es que lo que hace que lo sea o no es la naturaleza íntima. Y esta naturaleza íntima tiene que manifestarse.
Quizá haya que esperar antes de encontrar pruebas verdaderas. Dios lo ve desde el principio, pero nosotros somos muy lentos en ver estas cosas. Pero, en un momento u otro, el hombre mostrará lo que es. Con toda seguridad lo mostrará en su enseñanza, y también en su vida. Es completamente inevitable. Podemos decir, por tanto, que la verdadera fe cristiana debe producir por necesidad una forma característica de vivir. Sin duda que este es el significado de la pregunta: ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los abrojos? Estas cosas nunca se pueden separar; la naturaleza íntima se va a manifestar. La creencia básica del hombre se manifestará en su vida, ya sea antes o después. Debemos tener cuidado, por tanto, en no creer verdadero lo que parece como cristianismo genuino, pero que en realidad no es sino impostura y apariencia externa. Se nos exhorta a que nos enseñemos y disciplinemos a nosotros mismos para buscar con cuidado el fruto.
Ahora debemos examinar en detalle la naturaleza o carácter del fruto bueno. Debemos buscarlo en nosotros mismos y en los demás. Debemos tener sumo cuidado, por qué hay quienes se encuentran fuera de la puerta estrecha y angosta diciéndonos, "No hay que hacer todo esto. Este es el camino". Y nos pueden engañar. Por ello debemos aprender a discriminar; y también, al examinar el fruto, debemos tener presente este elemento de sutileza. Hay clases de vida que se parecen mucho al verdadero cristianismo, y obviamente, son las más peligrosas de todas. Parece cada vez más claro que los enemigos mayores de la fe cristiana genuina no son los que se hallan en el mundo, persiguiendo en forma agresiva al cristianismo o prescindiendo de forma abierta de su enseñanza; son más bien los que poseen un cristianismo falso y espurio. Son los que recibirán la condena que nuestro Señor lanza en este pasaje contra los falsos profetas. Si uno examina la historia de la Iglesia, desde sus comienzos, descubre que siempre ha sido así. El cristianismo falso y fingido siempre ha sido el obstáculo y enemigo mayor de la verdadera espiritualidad. Y no cabe duda de que el problema mayor en los tiempos actuales es el estado mundano de la iglesia. Debería preocuparnos mucho más el estado de la iglesia misma que el estado del mundo fuera de la iglesia. Parece cada vez más evidente que la explicación del estado actual de la Cristiandad, se encuentra dentro de la iglesia y no fuera. En todo esto, no hay que perder de vista el aspecto de la sutileza, y, en consecuencia, hay que aplicar ciertas pruebas delicadas.
Las pruebas pueden ser tanto generales como específicas. Henos aquí, por así decirlo, frente a alguien que ha hecho profesión de cristiano. No dice nada que sea obviamente erróneo, y parece vivir una buena vida cristiana. ¿A qué prueba sometemos a tal persona? Se pueden tener personas simpáticas, moralmente correctas, con una norma y código elevados de vida personal; se parecen mucho a los cristianos aunque quizá no lo sean. ¿Cómo se pueden distinguir? He aquí algunas preguntas a las que hay que dar respuesta. Ante todo, ¿por qué vive esta persona esa clase de vida? Tomemos el caso de un hombre bueno hoy día que no pretende ser cristiano, o un hombre que asiste regularmente a un lugar de culto, pero que, juzgado según las normas del Nuevo Testamento, no es cristiano. ¿Por qué viven como lo hacen? Existen muchas razones para ello. Puede ser simplemente cuestión de temperamento. Hay personas con buena naturaleza. Tienen un temperamento y carácter equilibrado; son tranquilos, no hay en ellos nada naturalmente vicioso ni ofensivo. No tiene que hacer ningún esfuerzo para ser así; nacieron así, son así. Es algo puramente físico y natural.
En segundo lugar, ¿vive ese hombre esta clase de vida porque tiene ciertas creencias o acepta cierta enseñanza moral? Hay personas, en otras palabras, que son lo que se puede llamar buenos paganos. Se los describe y analiza muy bien en un libro llamado The Failure of íhe Good Pagan (El Fracaso de un Buen Pagano), de Rosalind Murray. Esas personas tienen normas muy elevadas y las practican a diario. Se puede hacer todo esto completamente aparte del cristianismo. Así pues, si se juzga sólo por las apariencias generales de la vida de alguien, es posible engañarse. A menudo se dice que hay mejores cristianos fuera de la iglesia que dentro. Esto quiere decir que se puede encontrar excelente moralidad fuera de la iglesia. Pero la moralidad quizás no tenga nada que ver con el cristianismo. No tiene conexión necesaria con el mismo. Los grandes filósofos griegos propusieron sus grandes enseñanzas morales antes de que Cristo viniera. Y es aún más significativo que los filósofos griegos fueran a veces opositores violentos del evangelio cristiano; ellos fueron los que consideraron como 'locura' la predicación de la cruz.
En consecuencia, no hay que mirar solamente al hombre y a su vida en general. Hay que tratar de descubrir las razones y motivos de sus actos. Desde el punto de vista cristiano, existe una sola prueba vital a este respecto. ¿Da este hombre la impresión de que vive esa clase de vida por qué es cristiano y debido a su fe cristiana? Si no vive así por ser cristiano, de nada vale; es lo que nuestro Señor llama frutos malos. El Antiguo Testamento lo plantea con mucho vigor cuando dice: "Todas nuestras justicias (son) como trapo de inmundicia!' A los ojos de Dios lo que tiene valor, en última instancia, es sólo lo que es fruto del carácter cristiano, lo que nace de la nueva naturaleza.
Esta es la prueba general. Vemos ahora algunas pruebas específicas. En esto debemos tener cuidado para no exponernos a que se nos acuse de espíritu de crítica; además debemos tener presente que lo que digamos nos juzga a nosotros mismos. Las pruebas específicas de esta vida son tanto negativas como positivas. Decimos negativas en cuanto que si alguien no es verdaderamente cristiano, si no posee la verdadera doctrina cristiana, encontraremos inevitablemente en su vida una cierta flojedad, un cierto fallo en conformarse al verdadero carácter cristiano. No hace nada totalmente malo. No cae ni en la embriaguez, ni en el homicidio, ni en ningún otro pecado grave. Pero a no ser que el hombre crea en los puntos esenciales de la fe cristiana que subrayamos antes, en su vida aparecerán puntos flojos. Si el nombre es consciente de la santidad total, absoluta de Dios y de la malicia extrema del pecado, si no ve que el verdadero mensaje de la cruz del Calvario es que la justicia del hombre nada vale y que el hombre es pecador abyecto, sin esperanza, todo esto se va a notar en su vida. Tiene que aparecer, y de hecho aparece, aunque su vida se conforme a un código moral general. En el hombre que rechaza esta doctrina de la salvación siempre hay algún sector en el que hay fallos en cuanto al andar por el camino angosto, algún sector en el que se da conformidad con el mundo y sus puntos de vista. Su forma de vivir se puede parecer mucho a la del cristiano, pero si se observan los detalles, se descubrirá qué falla. Es muy difícil plantear esto en una forma clara y explícita. Hay personas acerca de las que sólo se puede decir que, aunque no se encuentre en ellas nada específicamente malo, se percibe que hay algo básicamente malo. No se encuentra nada específico que condenar, pero, al mismo tiempo, se siente que toda su perspectiva es secular y no espiritual, que si bien nunca hacen nada totalmente mundano, toda su actitud es mundana. Hay en ellos una falta de calidad y una ausencia de esa 'atmósfera' peculiar que siempre se encuentra en la persona verdaderamente espiritual.
Pero, para plantearlo en forma positiva, lo que hay que buscar en todo aquel que se dice cristiano, es la prueba de las Bienaventuranzas. La prueba del fruto nunca es negativa, sino positiva. Ciertas manzanas pueden tener muy buen aspecto, pero en cuanto comenzamos a comerlas se ve que están malas. Esta clase de prueba es positiva. El verdadero cristiano debe vivir las Bienaventuranzas, por qué no se recogen uvas de los espinos, ni higos de los abrojos. El árbol bueno da frutos buenos; no puede evitarlo, tiene que darlos. El hombre que posee la naturaleza divina en sí mismo, debe producir este fruto bueno, el fruto bueno que se describe en las Bienaventuranzas. Es pobre de espíritu, llora el pecado, es manso, tiene hambre y sed de justicia, es pacificador, es puro de corazón, y así sucesivamente.
Estas son algunas de las pruebas, y su resultado es siempre excluir al 'buen pagano'. También excluye siempre a los falsos profetas y a los creyentes temporales, porque éstas son pruebas de la naturaleza íntima del hombre y de su verdadero ser. También se puede expresar en función de los frutos del Espíritu que se describen en Calatas 5. El fruto que se forma en nosotros y que se manifiesta es amor, paz, paciencia, benignidad, bondad, mansedumbre, templanza, fe: —este es el fruto, y hay que buscarlo en la vida del hombre—. No se encuentra en el hombre que es sólo moralmente justo: este fruto sólo lo puede producir un árbol bueno. Al cristiano se le suele conocer por su mismo aspecto. El hombre que cree en la santidad de Dios y que conoce su propia condición pecadora y la negrura de su corazón, el hombre que cree en el juicio de Dios y en la posibilidad del infierno y el tormento, el hombre que realmente cree que es tan vil e impotente que nada lo puede salvar y reconciliar con Dios, sino la venida del Hijo de Dios del cielo a la tierra y su ascenso a la vergüenza, agonía y crueldad de la cruz, este hombre va a mostrar todo esto en su personalidad. Es un hombre que tiene que dar la impresión de mansedumbre, que será humilde. Nuestro Señor nos recuerda en este pasaje que si alguien no es humilde, hay que tener mucha cautela con él. Puede ir vestido de oveja, pero esto no es verdadera humildad, no es verdadera mansedumbre. Y si la doctrina de alguien es equivocada, se manifestará en esto. Será afable y agradable, resultará atractivo para el hombre natural y para lo físico y carnal; pero no dará la impresión de ser alguien que se ha visto como pecador camino del infierno y que ha sido salvado sólo por la gracia de Dios. La verdad que hay dentro debe afectar necesariamente la apariencia del hombre. El hombre del Nuevo Testamento es sobrio, grave y humilde, manso. Posee el gozo del Señor en el corazón, sí, pero no es efusivo, no es ruidoso, no es carnal en su vida. Es alguien que dice con Pablo, "Los que estamos en este tabernáculo gemimos con angustia" (2Cor. 5:4). Decir y creer esto afectará al hombre todo, incluso la misma forma de vestir y el porte. No se interesa por la pompa y lo externo, no se interesa por causar impresión; es manso u se preocupa de Dios y de su relación con El, de la verdad de Dios. La prueba definitiva, sin embargo, es la humildad. Si en nosotros está el orgullo de la vida y del mundo, por necesidad, no sabemos gran cosa de la verdad; y deberíamos examinarnos de nuevo para asegurarnos de que poseemos la nueva naturaleza. Lo que tenemos dentro se manifestará. Si soy de mente mundana, aunque predique una gran doctrina, auque haya renunciado a ciertas cosas, se manifestará en mis 'palabras ociosas'. Nuestro Señor dice que seremos juzgados por nuestras 'palabras ociosas'. (Mt. 12:36). Mostramos realmente lo que somos cuando no estamos sobre aviso. Podemos dar la impresión de que somos cristianos; pero nuestra verdadera naturaleza se manifiesta en lo que sale espontáneamente de uno. En consecuencia, todo lo que rodea a este hombre proclamará lo que es.
La forma en que alguien predica suele ser mucho más significativa de lo que dice, por que la forma en que habla revela lo que realmente es. Los métodos de una persona a veces desmienten el mensaje que se predica. El que predica el juicio y la salvación y, sin embargo, ríe, y bromea, niega lo que está predicando. La confianza en sí mismo, el depender de la habilidad humana y de la 'personalidad', proclaman que el hombre posee una naturaleza muy alejada de la del Hijo de Dios, quien fue "manso y humilde de corazón". Un hombre así no es como el apóstol Pablo, quien al ir a predicar a Corinto, no fue con confianza en sí mismo y en su sabiduría, sino "con debilidad, y mucho temblor y temor". ¡Cómo nos traicionamos, cómo manifestamos lo que realmente somos con nuestros actos espontáneos!
Finalmente, debemos recordar que, sea lo que fuere lo que pensemos de estas cosas, y por equivocados que estemos en nuestros juicios, y por mucho que nos engañen los falsos profetas, Dios es el juez y Dios nunca se engaña. "Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el fuego". Que Dios tenga misericordia de nosotros. Que nos abra los ojos a estos principios vitales y nos capacite para ejercer este discernimiento respecto a nosotros mismos y respecto a todos los que pueden resultar peligrosos para nuestra alma y están falsificando gravemente la causa de nuestro bendito Señor en este mundo pecador y necesitado. Concentrémonos en asegurarnos que poséeme s la naturaleza divina, que participamos de la misma, que el árbol es bueno; porque si el árbol lo es, el fruto también lo será por necesidad.


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Estudios Sobre el Sermón del Monte

por D. Martyn Lloyd-Jones

Pastor, Iglesia Westminster, Londres



CAPITULO I Introducción General
CAPITULO II Consideraciones Generales y Análisis
CAPITULO III Introducción a las Bienaventuranzas
CAPITULO IV Bienaventurados los Pobres en Espíritu
CAPITULO V Bienaventurados los que Lloran
CAPITULO VI Bienaventurados los Mansos
CAPITULO VII Justicia y Bienaventuranza
CAPITULO VIII Las Piedras de Toque del Apetito Espiritual
CAPITULO IX Bienaventurados los Misericordiosos
CAPITULO X Bienaventurados los de Limpio Corazón
CAPITULO XI Bienaventurados los Pacificadores
CAPITULO XII El Cristiano y la Persecución
CAPITULO XIII Gozo en la Tribulación
CAPITULO XIV La Sal de la Tierra
CAPITULO XV La Luz del Mundo
CAPITULO XVI Que Vuestra Luz Alumbre
CAPITULO XVII Cristo y el Antiguo Testamento
CAPITULO XVIII Cristo Cumple la ley de los Profetas
CAPITULO XIX Justicia Mayor que la de los Escribas y Fariseos
CAPITULO XX La Letra y el Espíritu
CAPITULO XXI No Matarás
CAPITULO XXII Lo Pecaminosidad Extraordinaria del Pecado
CAPITULO XXIII Mortificar el Pecado
CAPITULO XXIV Enseñanza de Cristo Acerca del Divorcio
CAPITULO XXV El Cristiano y Los Juramentos
CAPITULO XXVI Ojo por Ojo y Diente por Diente
CAPITULO   XXVII La Capa y la Segunda Milla
CAPITULO   XXVIII Negarse a Sí Mismo y Seguir a Cristo
CAPITULO  XXIX Amar a los Enemigos
CAPITULO  XXX ¿Qué Hacéis de Más?
CAPÍTULO XXXI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXII Cómo Orar
CAPITULO XXXIII Ayuno
CAPITULO XXXIV Cuando ores
CAPÍTULO XXXV Oración: Adoración
CAPÍTULO XXXVI Vivir la Vida Justa
CAPITULO XXXVII Tesoros en la Tierra y en el Cielo
CAPITULO XXXVIII Dios o las Riquezas
CAPITULO XXXIX La Detestable Esclavitud del Pecado
CAPITULO XL No Afanarse
CAPITULO XLI Pájaros y Flores
CAPITULO XLII Poca Fe
CAPITULO XLlll Fe en Aumento
CAPÍTULO XLIV Preocupación: Causas y remedio
CAPITULO XLV 'No Juzguéis'
CAPITULO XLVI La Paja y la Viga
CAPITULO XLVII Juicio y Discernimiento Espirituales
CAPITULO XLVIII Buscar y hallar
CAPÍTULO XLIX La Regla de Oro
CAPITULO L La Puerta Estrecha
CAPITULO LI El Camino Angosto
CAPITULO LII Falsos profetas
CAPITULO LIII El Árbol y el Fruto
CAPITULO LIV Falsa Paz
CAPITULO LV Hipocresía Inconsciente
CAPITULO LVI Las Señales del Autoengaño
CAPITULO LVII Los dos Hombres y las dos Casas
CAPITULO LVIII ¿Roca o Arena?
CAPITULO LIX La Prueba y la Crisis de la Fe
CAPITULO LX Conclusión
Biblioteca
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