PARTE III

CAPÍTULO VIII

§1. Estado de la cuestión.

SE trata de una cuestión entre Agustinianos y anti-Agustinianos. Los primeros creen que Dios, habiendo escogido desde toda la eternidad a unos para vida eterna, tuvo, en la misión y obra de Su Hijo, una referencia especial a la salvación de los mismos. Los segundos, negando que hubiera tal elección de una parte de la familia humana para salvación, mantienen que la misión y obra de Cristo tuvo una referencia igual a toda la humanidad.
En primer lugar, esta cuestión, por tanto, no toca a la naturaleza de la obra de Cristo. Es cierto que si se negara que Su obra fue una satisfacción por el pecado, y se afirmara que fue meramente didáctica, que Su vida, sufrimientos y muerte tendrían el designio de revelar y confirmar la verdad; entonces seguiría naturalmente que no tendría referencia a una clase de hombres mas que a otra, o a los hombres más que a los ángeles. La verdad tiene por designio la iluminación de las mentes a las que se presenta. Pero admitiendo que la obra de Cristo fue una verdadera satisfacción por el pecado, su designio puede sin embargo ser una cuestión abierta. Por tanto, los Luteranos y Reformados, aunque concuerdan enteramente en cuanto a la naturaleza de la expiación, difieren en cuanto a su designio. Los primeros mantienen que tuvo una igual referencia a toda la humanidad; los segundos, que tuvo una especial referencia a los elegidos.
En segundo lugar, esta cuestión no atañe al valor de la satisfacción de Cristo. Los Agustinianos admiten que este valor es infinito. Su valor depende de la dignidad del sacrificio; y no se puede poner límite alguno a la dignidad del Eterno Hijo de Dios, que se ofreció a Sí mismo por nuestros pecados, de manera que no se puede asignar límite alguno al valor meritorio de Su obra. Es una burda distorsión de la doctrina Agustiniana pretender que enseña que Cristo sufrió tanta cantidad por tantas personas; que Él habría padecido mas si más hubieran sido incluidos en el propósito de la salvación. Esta no es la doctrina de ninguna Iglesia sobre la tierra, ni jamás lo ha sido. Lo que fue suficiente por uno fue suficiente por todos. Nada menos que la luz y el calor del sol es suficiente para cualquier planta o animal. Pero lo que es totalmente necesario para cada uno es abundantemente suficiente para el incontable número y variedad de plantas y animales que llenan la tierra. Todo lo que Cristo hizo y padeció hubiera sido necesario si sólo un alma humana hubiera sido el objeto de la redención. Y nada diferente y nada mas habría sido necesario si cada hijo de Adán hubiera sido salvo por Su sangre.
En tercer lugar, la cuestión no tiene que ver con la idoneidad de la expiación. Lo que fue idóneo para uno fue idóneo para todos. La justicia de Cristo, el mérito de Su obediencia y muerte, son cosas necesarias para la justificación de cada individuo de nuestra raza, y por ello son necesarias para todos. No es más idóneo para un hombre que para otro. Cristo cumplió las condiciones del pacto bajo el que habían sido puestos todos los hombres. El ejerció la obediencia demandada a todos, y sufrió la pena en que todos habían incurrido; y por ello Su obra es igualmente idónea para todos.
En cuarto lugar, la cuestión no tiene que ver con la aplicación real de la redención obtenida por Cristo. Las partes de esta controversia están de acuerdo en que sólo una parte de la humanidad será salvada de manera mal, y no toda ella.
De manera que toda la cuestión se reduce sencillamente al propósito de Dios en la misión de Su Hijo. ¿Cuál fue el designio de la venida de Cristo al mundo, al hacer y padecer lo que El realmente hizo y padeció? ¿Fue meramente el de hacer posible la salvación de todos los hombres; de eliminar los obstáculos que cerraban el paso a la oferta del perdón y a la aceptación de los pecadores? ¿O fue especialmente para asegurar la salvación de Su propio pueblo, esto es, de aquellos que el Padre le había dado? Esta última pregunta es contestada en sentido afirmativo por los Agustinianos, y en sentido negativo por sus oponentes. Es evidente que si no hay elección de algunos a vida eterna, la expiación no puede tener referencia especial a los elegidos. Tiene que tener una referencia igual a toda la humanidad. Pero de la aserción de que tenga una referencia especial a los escogidos no sigue que no tenga referencia alguna a los no elegidos. Los Agustinianos admiten abiertamente que la muerte de Cristo tuvo una relación con el hombre, con toda la familia humana, que no tuvo con los ángeles caídos. Es la base sobre la que se ofrece la salvación a toda criatura debajo del cielo que oye el evangelio; pero no da autoridad para tal ofrecimiento a los ángeles apóstatas. Además, asegura a toda la raza en general, y a todas las clases de hombres, innumerables bendiciones, tanto providenciales como religiosas. Naturalmente, tuvo el designio de que produjera estos efectos; y, por ello, Él murió para obtenerlos. En vista de los efectos que la muerte de Cristo produce en la relación de la humanidad con Dios, ha sido en todas las eras costumbre de los Agustinianos decir que Cristo murió «sufficienter pro omnibus, efficaciter tantum pro electis»; suficiente para todos, eficaz sólo para los elegidos. Así, hay un sentido en el que El murió por todos, y hay un sentido en el que Él murió sólo por los elegidos. La sencilla pregunta es: ¿Tuvo la muerte de Cristo una referencia para los elegidos que no tuvo para los otros hombres? ¿Vino al mundo a lograr la salvación de los que le habían sido dados por el Padre, de manera que los otros efectos de Su obra son meramente colaterales a lo que fue hecho para lograr este propósito?
§2. Prueba de la doctrina Agustiniana.
Es evidente que estas preguntas deben ser respondidas en sentido afirmativo:
1. Por la naturaleza del pacto de la redención. Se admite que hubo un pacto entre el Padre y el Hijo en relación con la salvación de los hombres. Se admite que Cristo vino al mundo para ejecutar este pacto. Por tanto, la naturaleza del pacto decide el objeto de Su muerte. Según un punto de vista, el hombre, habiendo perdido la capacidad de cumplir las condiciones del pacto de vida, Dios, por causa de Cristo, entra en un nuevo pacto, ofreciendo salvación a los hombres bajo otros y más fáciles términos; esto es, como algunos dicen, fe y arrepentimiento, y como otros, obediencia evangélica. Si tal es la naturaleza del plan de salvación, entonces es evidente que la obra de Cristo tiene la misma referencia a toda la humanidad. Según otro ponto de vista, la obra de Cristo tuvo el designio de lograr el perdón del pecado original y de proveer el don del Espíritu Santo para todos los hombres, judíos o gentiles, y los salvos son aquellos que mejoran debidamente la gracia que han recibido. La primera es la doctrina de los antiguos Semi-Pelagianos y de los modernos Remonstrantes. La segunda, de los Arminianos Wesleyanos. Los Luteranos sostienen que Dios envió a Su Hijo para hacer una plena y verdadera satisfacción por los pecados de toda la humanidad; y que sobre la base de esta perfecta satisfacción se hace la oferta de salvación a todos los que oyen el Evangelio; que se da gracia (en la palabra y en los sacramentos) que, si no es resistida, es suficiente para obtener su salvación. Los teólogos franceses en Saumur, en el siglo 17, enseñaban también que Cristo vino al mundo para hacer todo lo necesario para la salvación de los hombres. Pero Dios, previendo que los hombres, si eran dejados a sí mismos rechazarían universalmente los ofrecimientos de misericordia, eligió a unos para que fueran sujetos de Su gracia salvadora, mediante la que son traídos a la fe y al arrepentimiento. Según esta visión del plan de la salvación, la elección está subordinada a la redención. Dios primero redime a todos, y luego elige a algunos. Esta es una posición extensamente adoptada en este país. Según los Agustinianos, los hombres, por su caída, habiendo quedado hundidos en un estado de pecado y de desgracia, hubieran podido ser dejados, como lo fueron los ángeles caídos, pan que perecieran en sus pecados. Pero Dios, en Su infinita misericordia, habiendo determinado salvar una multitud que nadie podría contar, les dio Su Hijo como Su herencia, proveyó que El asumida la naturaleza de ellos, y que en lugar de ellos El cumplida toda justicia. En el cumplimiento de este plan, Cristo vino al mundo, y obedeció y padeció en el lugar de aquellos que le habían sido dados, y para la salvación de ellos. Este fue el objetivo concreto de Su misión, y por ello Su muerte tuvo una referencia a los mismos que no hubiera podido tener para aquellos que Dios decidió dejar para la justa recompensa de sus pecados. Ahora este plan sólo supone que Dios decidió desde la eternidad hacer lo que ha cumplido realmente en el tiempo. Si es justo que todos los hombres deberían perecer debido a su pecado, es justo dejar que una parte de la raza perezca de esta manera, mientras que la salvación de la otra porción es una cuestión de favor inmerecido. No se podrá negar que Dios hizo pacto con Su Hijo en este sentido. Esto es, que El le prometió la salvación de Su pueblo como recompensa de Su encamación y padecimientos; que Cristo entró en este mundo y padeció y murió en base de esta condición, y, habiendo cumplido esta condición, tiene derecho a la recompensa prometida. Estos hechos están declarados en la Escritura tan claramente y tantas veces que no admiten que sean puestos en duda. Pero si tal es el plan de Dios con respecto a la salvación de los hombres, entonces sigue necesariamente que la elección precede a la redención; que Dios había determinado quiénes iba a salvar antes que enviara a Su Hijo a salvarlos. Por tanto, nuestro Señor dice que aquellos que el Padre le ha dado, vendrán de cieno a El, y que El los resucitaría en el día postrero. Estos hechos escriturarios no pueden ser admitidos sin admitirse al mismo tiempo que la muerte de Cristo tuvo una referencia a Su pueblo, cuya salvación hizo cierta, que no tenía para otros a los cuales Dios, por unas razones infinitamente sabias, decidió dejar a sí mismos. Sigue, por tanto, de la naturaleza del pacto de la redención, tal como se presenta en la Biblia, que Cristo no murió igualmente por toda la humanidad, sino que El se dio a Sí mismo por Su pueblo y por la redención de ellos.

Argumento en base de la doctrina de la Elección.
2. Esto sigue casi necesariamente en base de la doctrina de la elección. Desde luego, jamás se negó que Cristo murió específicamente por los elegidos hasta que se negó la doctrina misma de la elección. Agustín, el seguidor y expositor de San Pablo, enseñó que Dios, por Su mero beneplácito, había escogido a algunos a vida eterna, y mantuvo que Cristo vino al mundo a sufrir y a morir por la salvación de estos. Los compró con Su preciosa sangre. Los Semi-Pelagianos, al negar la doctrina de la elección, negaron naturalmente que la muerte de Cristo tuviera más referencia a una clase de hombres que a otra. La Iglesia Latina, en tanto que mantuvo la doctrina Agustiniana de la elección, mantuvo también la doctrina Agustiniana acerca del designio y los objetos de la muerte de Cristo. Todo a través de la Edad Media fue una de las doctrinas distintivas de los que resistieron el progreso del partido Semi-Pelagiano en la Iglesia Occidental. En la época de la Reforma, los Luteranos, en tanto que se aferraron a la primera doctrina, se aferraron asimismo a la segunda. Los Reformados, al aferrarse a la doctrina de la elección, se mantuvieron fieles a su negación de la doctrina de que la muerte de Cristo tuviera una misma referencia a toda la humanidad. No fue sino hasta que los Remonstrantes de Holanda, bajo las enseñanzas de Arminio, rechazaron la doctrina de la Iglesia del pecado original, de la incapacidad del hombre caído para nada espiritualmente bueno, la soberanía de Dios en elección, y la perseverancia de los santos, que fue rechazada la doctrina de que la obra de Cristo tenía una referencia especial al pueblo de Dios. Por ello, es asunto de la historia que la doctrina de la elección y la doctrina Agustiniana acerca del designio de la obra de Cristo han ido inseparablemente unidas. Así como esta conexión es histórica, es asimismo lógica. Una doctrina presupone necesariamente la otra. Si desde la eternidad Dios determinó salvar una porción de la raza humana y no otra, parece ser una contradicción decir que el plan de salvación tenía la misma referencia a ambas partes; que el Padre envió a Su Hijo a morir por aquellos que El había predeterminado no salvar de una manera tan cierta y en el mismo sentido en que El lo dio por aquellos a los que había escogido hacer herederos de salvación.

Las declaraciones expresas de la Escritura.
3. De esta manera, encontramos numerosos pasajes en los que se declara que el designio de la muerte de Cristo es el de salvar a Su pueblo de sus pecados. El no vino meramente a hacer posible la salvación de ellos, sino a realmente liberarlos de la maldición de la ley, y del poder del pecado. Esto se incluye en todas las descripciones escriturarias de la naturaleza y del designio de su obra. Nadie paga un rescate sin la certidumbre de la liberación de aquellos por los que es pagada. No es un rescate hasta que realmente redime. Y una ofrenda no es un sacrificio a no ser que expíe y propicie verdaderamente. El efecto de un rescate y sacrificio puede ciertamente ser condicional, pero el cumplimiento de la condición será asegurado antes de ofrecerse el costoso sacrificio.
Hay también una gran cantidad de pasajes en los que se declara de manera explícita que Cristo se dio a Sí mismo por Su Iglesia (Efesios 5:25); que El puso Su vida por Sus ovejas (Jn 10:15); que El puso Su vida por Sus amigos (Jn 15:13); que El murió para reunir en uno los hijos de Dios que estaban dispersos (Jn 11:52); que fue la Iglesia la cual El compró con Su sangre (Hch 20:28). Cuando la humanidad queda dividida en dos clases, la Iglesia y el mundo, los amigos y los enemigos de Dios, las ovejas y las cabras, todo lo que es afirmado de manera distintiva de una clase es implícitamente negado de la otra. Cuando se dice que Cristo amó a Su Iglesia y se entregó a Sí mismo por ella, que El puso Su vida por Sus ovejas, está claro que se dice algo acerca de la Iglesia y de-las ovejas que no es verdadero de los que no son ni la una ni las otras. Cuando se dice que un hombre trabaja y sacrifica su salud y fuerza por sus hijos, se niega con ello que el motivo que le controla sea la mera filantropía, o que el designio que tenga a la vista sea el bien de la sociedad. Puede que sea verdaderamente un filántropo, y que reconozca el, hecho de que el bien de sus hijos impulsará el bien de la sociedad, pero esto no altera el caso. Sigue siendo verdad que el amor hacia sus hijos es su motivo, y que el bien de ellos es su objeto. Es difícil creer, a la luz de Efesios 5:25, donde se atribuye la muerte de Cristo a Su amor hacia Su Iglesia, y donde se dice que fue señalado para la santificación y salvación de la misma, que El se dio a Sí mismo en el mismo sentido por réprobos como por aquellos a los que tenía intención de salvar. Por ello, cada aserción de que Cristo murió por un pueblo es una negación de la doctrina de que El murió igualmente por todos los hombres.
Argumento en base del especial amor de Dios.
4. Por el amor de Dios se significa a veces Su bondad, de la que son objetos todas las criaturas sensibles y de cuyos beneficios son destinatarios. A veces se denota la especial consideración hacia los hijos de los hombres, no sólo como criaturas racionales, sino también como el linaje de Aquel que es el Padre de los espíritus de todos los hombres. A veces se denota aquel amor peculiar, misterioso, soberano, inconmensurable, que sobrepasa a todo conocimiento, del que son los objetos Su propio pueblo, la Iglesia de los primogénitos, cuyos nombres están escritos en el cielo. De este amor se enseña: (1) Que es infinitamente grande. (2) Que es discriminante, fijado sobre unos y no sobre otros de los hijos de los hombres. Se compara con el amor de un marido para con su mujer, que por su naturaleza es exclusivo. (3) Que es perfectamente gratuito y soberano, esto es, no está basado sobre el particular atractivo de sus objetos, sino que, como el afecto paterno, sobre el mero hecho de que son sus hijos. (4) Que es inmutable. (5) Que obtiene todas las bendiciones salvadoras, e incluso todo bien; de manera que incluso las aflicciones están entre los frutos designados para el mayor bien del que las padece. Ahora bien, es a este amor, no a la bondad general, ni a la mera filantropía, que se atribuye constantemente el don de Cristo. En esto consiste el amor, no en que nosotros amáramos a Dios, sino que El nos amó, y envió a Su Hijo para que fuera la propiciación por nuestros pecados (1 Jn 4:10). En esto conocemos el amor de Dios (o, por medio de esto conocemos qué es el amor), porque El (Cristo) puso Su vida por nosotros (1 Jn 3:16). Dios encarece Su amor para con nosotros en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros (Ro 5:8). Nadie tiene mayor amor que éste, que alguien ponga su vida por sus amigos (Jn 15:13). Nada podrá separamos del amor de Dios que es en Cristo Jesús (Ro 8:35-39). El que no eximió a Su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con El también todas las cosas? (Romanos 8:32). Todo el argumento del Apóstol en Romanos 5:1-11, y especialmente a lo largo del capítulo octavo, se encuentra en este amor infinito e inmutable de Dios para con Su pueblo. En base de ello él argumenta para mostrar la absoluta seguridad de ellos durante el tiempo y por toda la eternidad. Por cuanto los amó de tal manera que dio a Su Hijo por ellos; y, habiendo hecho esto, El iba a darles ciertamente todo lo necesario para su salvación. Ningún enemigo prevalecería jamás contra ellos; nadie podría jamás separarlos de Su amor. Todo este argumento es absolutamente irreconciliable con la hipótesis de que Cristo murió igualmente por todos los hombres.
Argumento en base de la unión del creyente con Cristo.
5. Otro argumento se deriva de la naturaleza de la unión de Cristo y Su pueblo. La Biblia enseña: (1) Que una cierta parte de la raza humana fue dada a Cristo. (2) Que le fueron dados antes de la fundación del mundo. (3)
Que todos los que así le fueron dados irán ciertamente a El y serán salvos. (4) Que esta unión, por cuanto fue desde la eternidad, no es una unión de naturaleza, ni por la fe, ni por la morada del Espíritu Santo. Fue una unión federal. (5) Que Cristo, por tanto, fue cabeza y representante federal. Como tal El vino al mundo, y todo lo que El hizo y padeció fue como representante, como sustituto, actuando en lugar de y en beneficio de otros. Pero El fue representante de los que le fueron dados, esto es, de los que estaban en EL Porque fue este don, y la unión consiguiente a ella, que le dio este carácter representativo, o que le constituyó en cabeza federal. Fue, por ello, cabeza federal, no de la raza humana, sino de aquellos que el Padre le había dado. Y por ello, Su obra, por lo que atañe a su principal propósito, fue sólo para ellos. Toda referencia a los demás era subordinada e incidental. Todo esto queda ilustrado y demostrado por el Apóstol en Romanos 5:12-21, en el paralelo que él establece entre Adán y Cristo. Toda la humanidad estaba en Adán. Él era la cabeza y el representante de su raza. Todos los hombres pecaron en él y cayeron con él en su primera transgresión. La sentencia de condenación por su una transgresión pasó a todos los hombres. De la misma manera, Cristo fue el representante de Su pueblo. El actuó por ellos. Lo que El hizo y padeció en lugar de ellos, o como representante de ellos, lo hicieron y padecieron ellos delante de los ojos de la ley. Por Su obediencia quedan ellos justificados. Así como en Adán todos mueren, así todos en Cristo son vivificados. Tal es la naturaleza de la unión en ambos casos que el pecado del uno hizo cierta y justa la muerte de todos los unidos a Adán, y la justicia del otro hizo cierta y justa la salvación de todos los que están en El. El pecado de Adán no hizo meramente posible la condenación de todos los hombres; fue la base de su condenación real. De la misma manera, la justicia de Cristo no hizo meramente posible la salvación de los hombres, sino que la hizo cierta por aquellos para los cuales la obró.
6. Hay otro argumento generalmente presentado acerca de esta cuestión, y que no debería ser pasado por alto. La unidad del oficio sacerdotal hacía inseparables las funciones del sacerdocio. El sumo sacerdote intercedía por todos aquellos por los que él ofrecía sacrificio. Un servicio no iba más allá del otro. El llevaba sobre su pecho los nombres de las doce tribus: Las representaba al allegarse a Dios. Ofrecía sacrificios por sus pecados en el gran día de la expiación, e intercedía por ellos, y no por otros. El sacrificio y la intercesión iban juntos. Lo que era cierto de los sacerdotes Aarónicos es cierto de Cristo. Los primeros, se nos dice, eran los tipos de lo último. Las funciones de Cristo como sacerdote están unidas de manera semejante. El intercede por todos aquellos por los que se ofreció en sacrificio. Pero él mismo dice de manera expresa: «No mego por el mundo, sino por los que me diste» (Jn 17:9). Y a Él el Padre siempre le oye, y, por tanto, no se puede suponer que intercede por aquellos que no reciben realmente los beneficios de Su redención.

La Doctrina de la Iglesia incluye todos los hechos del caso.
7. La prueba final de cualquier teoría es su concordancia o discordancia con los hechos a explicar. La dificultad con todas las posturas Anti-Agustinianas en cuanto al designio de la muerte de Cristo es que, en tanto que son consistentes con más o menos de los hechos escriturarios relacionados con el tema, son absolutamente irreconciliables con otros no menos claramente revelados e igualmente importantes. Son consecuentes, por ejemplo, con el hecho de que la obra de Cristo puso el fundamento para el ofrecimiento del evangelio a todos los hombres, con el hecho de que los hombres son justamente condenados por el rechazamiento de este ofrecimiento; y con los hechos de que las Escrituras declaran frecuentemente que la obra de Cristo tenía referencia con todos los hombres. Todos estos hechos pueden ser explicados en base de la suposición de que el gran designio de la muerte de Cristo era hacer posible la salvación de todos los hombres, y que tenía la misma referencia a cada miembro de nuestra raza. Pero hay otros hechos que esta teoría deja fuera de la vista, y con los que no se puede conciliar. Por otra parte, se afirma que la doctrina Agustiniana reconoce todas las declaraciones escriturarias relacionadas con el tema, y las concilia todas. Si así es, tiene que ser la doctrina de la Biblia. Los hechos que se revelan con claridad acerca de la muerte u obra de Cristo son:
(1) Que desde la eternidad Dios dio un pueblo a Su Hijo.
(2) Que se declara que el motivo del don a Su Hijo es el peculiar e infinito amor de Dios a Su pueblo; y que la salvación de ellos es el designio de Su misión.
(3) Que fue como representante, cabeza y sustituto de ellos que vino al mundo, que asumió nuestra naturaleza, y que cumplió toda justicia, llevando la maldición de la ley.
(4) Que la salvación de todos los que el Padre le ha dado es así hecha totalmente cierta.
Que el esquema Agustiniano concuerda con estos grandes hechos escriturarios es admitido sin problemas, pero se niega que explique el hecho de que sobre la base de la obra de Cristo se pueda ofrecer la salvación a todo ser humano; y que todos los que oyen y rechazan el evangelio queden justamente condenados por su incredulidad. No se puede negar que estos son unos hechos escriturarios, y si la doctrina Agustiniana no da explicación de ellos, tiene que ser falsa o defectiva. Hay diferentes razones en base de las que se supone que la doctrina Agustiniana no admite el ofrecimiento universal del evangelio. Una de ellas es la falsa suposición de que el Agustinianismo enseña que la satisfacción de Cristo fue en todos los respectos análoga al pago de una deuda, una satisfacción a la justicia conmutativa o comercial. Por ello se infiere que Cristo sufrió tanto por tantos; que pagó tanto por un alma, y otro tanto distinto por otra, y naturalmente que se le habría demandado que pagara más si más hubieran tenido que ser salvos. Si es así, entonces queda claro que la obra de Cristo Ruede justificar el ofrecimiento de la salvación sólo a aquellos cuyas deudas El realmente ha cancelado. Acerca de esta perspectiva de la cuestión se puede observar:
1. Que esta doctrina jamás ha sido sustentada por ninguna iglesia histórica, y la atribución de la misma a los Agustinianos sólo puede ser explicada sobre la base de la ignorancia.
2. Involucra la mayor confusión de ideas. Confunde las obligaciones que surgen entre hombres como dueños de propiedades con las obligaciones de unas criaturas racionales ante un Dios infinitamente santo. Un deudor es un propietario, y un acreedor es otro propietario. La justicia conmutativa demanda que liquiden sus deudas mutuas de manera equitativa. Pero Dios no es un propietario y el pecador otro. No están en relación mutua como dos propietarios. La obligación que liga a un deudor a pagar a un acreedor, y el principio que impele a un Dios justo a castigar el pecado, son totalmente distintos. Dios es el dueño absoluto de todas las cosas. Nosotros no debemos nada. No podemos tener con Él, a este respecto, la relación de un deudor con un acreedor. Por ello, esta objeción está basada en un error total o visión incorrecta del atributo de la justicia; justicia a la cual, según los Agustinianos, se da la satisfacch5n de Cristo. ...
3.... Las Escrituras nos enseñan que Cristo nos salva como sacerdote, al ofrecerse a Sí mismo como sacrificio por nuestros pecados. Pero un sacrificio no era un pago por una deuda, el pago de un tanto por otro tanto. A veces una sola víctima era un sacrificio por un individuo; a veces por todo el pueblo. En el gran día de la expiación el macho cabrío de expiación llevaba los pecados del pueblo, fueran más o menos numerosos. No tenía referencia alguna con el número de personas por las que se hiciera la expiación. Así Cristo llevó los pecados de Su pueblo; tanto si fueran a ser unos pocos cientos o incontables millones, o toda la familia humana, no establece ninguna diferencia en cuanto a la naturaleza de Su obra, ni en cuanto al valor de Su satisfacción. Lo que era absolutamente necesario para uno fue abundantemente suficiente para todos.
Pero a veces la objeción es presentada de una forma algo distinta. Admitiendo que la satisfacción de Cristo sea en sí misma de valor infinito, ¿cómo puede valer para los no elegidos si no fue designada por ellos? No vale para los ángeles caídos porque no fue designada para ellos: ¿cómo puede pues valer para los no elegidos, si no ha sido designada para ellos? ¿Cómo puede un rescate, sea cual sea su valor intrínseco, beneficiar a aquellos por los que no fue pagada? Al adquirir esta forma, la objeción es mucho más especiosa. Peines falaz. Pasa por alto la peculiar naturaleza del caso. Ignora el hecho de que toda la humanidad fue puesta bajo la misma constitución o pacto. Lo que se demandaba para la salvación de uno se demandaba para la salvación de todos. Se exige a todos que den satisfacción a las demandas de la ley. Ni más, ni menos. Si estas demandas son satisfechas por un representante o sustituto, su obra está igualmente a disposición de todos. El propósito secreto de Dios al proveer tal sustituto para el hombre no tiene nada que ver con la naturaleza de Su obra, ni con lo apropiado de la misma. Al ser la justicia de Cristo de infinito valor o mérito, y siendo en su naturaleza precisamente lo que necesitan todos los hombres, puede serles ofrecida a todos. Así, se ofrece a los elegidos y a los no elegidos; y se ofrece a ambas clases de manera condicional. Esta condición es una aceptación de la misma de corazón como la única base para la justificación. Si cualquiera de los elegidos (siendo adultos) deja de aceptarla, perece. Si cualquiera de los no elegidos creyera, sería salvo. ¿Y qué más que esto da cualquier esquema Anti-Agustiniano? Los defensores de tales esquemas dicen que el designio de la obra de Cristo fue hacer posible la salvación de todos los hombres. Todo lo que pueden significar por ello es que si cualquier hombre (elegido o no elegido) cree, será salvo, sobre la base de lo que ha hecho Cristo. Pero los Agustinianos dicen lo mismo. Su doctrina provee para esta oferta universal de salvación tan bien como cualquier otro esquema. Enseña que Dios, al llevar a cabo la salvación de Su propio pueblo, hizo todo lo necesario por la salvación de todos los hombres, y por tanto que esta oferta se puede hacer, y de hecho se hace, en el evangelio. Si zozobrara una nave en la que estuvieran la mujer y los hijos de un hombre que está en la costa, él podría tomar una barca y lanzarse a su rescate. Su motivo es su amor para su familia; su propósito es salvarlos. Pero la barca que él tiene puede ser lo suficientemente grande para recibir a todos los ocupantes de la nave. ¿Habría alguna incongruencia en que él les ofreciera una oportunidad para escapar? ¿O demostraría esta oferta que no tenía ningún amor especial para su propia familia, ni ningún designio especial para conseguir salvarlos? Y si algunos o todos aquellos a los que se les hiciera el ofrecimiento rehusaran aceptarlo, algunos por una razón, otros por otra; algunos porque no apreciaran el peligro en que se encontraban; otros porque pensaran que se podían salvar ellos mismos; y algunos por enemistad contra el hombre de quien proviniera el ofrecimiento, la culpa e insensatez de los mismos sería tan grande como si el hombre no hubiera sido movido en especial por su propia familia, ni ningún propósito especial para llevar a cabo la salvación de la misma. ... O, un hombre puede hacer una fiesta para sus propios amigos, y la provisión ser tan abundante que abra sus puertas de par en par a todos los que quieran acudir. Esto es precisamente lo que Dios realmente ha hecho, en base de la doctrina Agustiniana. Por su amor especial a Su pueblo, y con el designio de asegurar la salvación de ellos, El ha enviado a Su Hijo para hacer lo que justifica el ofrecimiento de la salvación de todos los que decidan aceptarlo. Cristo, así, no murió igualmente por todos los hombres. Él puso Su vida por Sus ovejas; Él se dio a Sí mismo por Su Iglesia. Pero en perfecta consistencia con todo esto, El hizo todo lo necesario, por lo que concierne a la satisfacción de la justicia, todo lo que es preciso por la salvación de todos los hombres. Así que todos los Agustinianos pueden unirse con el Sínodo de Dort diciendo: «Nadie perece por falta de una expiación.»

...
Admitiendo, no obstante, que la doctrina Agustiniana de que Cristo murió especialmente por Su propio pueblo explica el ofrecimiento general del evangelio, ¿cómo se puede conciliar con aquellos pasajes en los que, de una u otra manera, se enseña que El murió por todos? Como respuesta a esta pregunta, se debe observar que en primer lugar el Agustinianismo no niega que Cristo muriera por todos. Lo que niega es que muriera igualmente, y con el mismo designio, por todos. El murió por todos, para detener la inmediata ejecución de la pena de la ley sobre toda nuestra raza apóstata; para obtener para los hombres las innumerables bendiciones que acompañan a su estado en la tierra, que, en un importante sentido, es un estado de prueba; y para poder echar el fundamento para la oferta de perdón y reconciliación con Dios, bajo la condición de la fe y del arrepentimiento. Estas son consecuencias universalmente admitidas de Su satisfacción, y por ello todas entran dentro de este designio. Por esta dispensación se hace manifiesto a cada mente inteligente en el cielo y en la tierra y a los mismos que persisten en no arrepentirse, que la perdición de los que perecen es por la culpa de ellos mismos. Ellos no quieren acudir a Cristo para tener vida. Rehusan tenerlo para que reine sobre ellos. El llama, pero ellos no quieren responder. El dice: «al que a mí viene, de ningún modo le echaré fuera.» Cada ser humano que acude, es salvado. Esto es lo que se dice cuando se dice o se implica en la Escritura que Cristo se dio a Sí mismo como propiciación, no sólo por nuestros pecados, sino por todo el mundo. El fue una propiciación efectiva por los pecados de Su pueblo, y suficiente para todo el mundo. Los Agustinianos no tienen necesidad de manipular las Escrituras. No tienen necesidad alguna para apartarse de su principio fundamental de que es el deber de los teólogos subordinar sus teorías a la Biblia, y no enseñar lo que les parezca cierto o razonable, sino simplemente lo que enseña la Biblia.
Pero, en segundo lugar, se debe observar que los términos generales son empleados indefinidamente, y no de manera inclusiva. Significan todas las clases o tipos, y no cada individuo. ... Cuando se dice que toda carne verá la salvación de Dios, no significa todos los hombres individualmente, sino que una vasta multitud de todas las clases será salvada. La misma observación se aplica al uso del término mundo. Significa hombres, humanidad, como raza u orden de seres. Nadie duda en llamar al Señor Jesús el «Salvator hominum». Así es saludado y adorado en todo lugar en el que se conoce Su nombre. Pero nadie significa por ello que El realmente salve a toda la humanidad. Lo que se significa es que El es nuestro Salvador, el Salvador de los hombres: no de los ángeles; no exclusivamente de los judíos, ni tampoco sólo de los gentiles, ni de los ricos, ni de los pobres solamente, ni de los justos sólo, sino también de los publicanos y de los pecadores. El es el Salvador de todos los hombres que acuden a El.
En tercer lugar, estos términos generales deben ser siempre comprendidos con referencia a lo que se dice en el contexto. ... [Así), en 1 Corintios 15:22.
Así como en Adán todos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados (zöopoiëthësontai, esto es, vivificados con la vida de Cristo), es en ambos miembros de la oración no todos absolutamente, sino los todos en Adán y los todos en Cristo. Esto es todavía más evidente en Romanos 8:32, donde se dice que Dios dio a Su Hijo por todos nosotros. El nosotros hace referencia a la clase de personas de las que trata todo el capítulo, esto es, aquellos para los que no hay condenación, que son guiados por el Espíritu, por quienes intercede Cristo, etc.
Hay otra clase de pasajes con los que, se dice, no se puede conciliar la doctrina Agustiniana; aquellos que hablan de que pueden perecer aquellos por los que Cristo murió. Con referencia a estos pasajes se puede observar, primero, que hay un sentido, como ya se ha dicho antes, en el que Cristo murió por todos los hombres. Su muerte tuvo el efecto de justificar la oferta de salvación para todos los hombres; y, naturalmente, estuvo designada para que tuviera tal efecto. Por ello, murió suficientemente por todos. En segundo lugar, estos pasajes son, en algunos casos al menos, hipotéticos. Cuando Pablo exhorta a los Corintios a que no hagan perecer a aquellos por los cuales Cristo murió, meramente está exhortándolos a no actuar egoístamente hacia aquellos por los que Cristo había exhibido la mayor compasión. Este pasaje ni declara ni implica que ninguno de aquellos por los que Cristo murió perezca realmente. Nadie perecerá de los que El vino a salvar; multitudes perecen de aquellos a los que se les ha ofrecido la salvación sobre la base de Su muerte.
Recapitulando esta cuestión, está claro que la doctrina de que Cristo murió igualmente por todos los hombres con el propósito de hacer posible la salvación de todos no tiene ventajas sobre la doctrina de que El murió de manera especial por Su propio pueblo, y con el propósito de hacer cierta la salvación de ellos. No presenta una visión más elevada del amor de Dios ni del valor de la obra de Cristo. No aporta una mejor base para el ofrecimiento de salvación «a toda criatura», ni hace más evidente la justicia de la condenación de los que rechazan el evangelio. Son condenados por Dios, por los ángeles y por los hombres, y por sus mismas conciencias, por rehusar creer que Jesús es el Hijo de Dios, Dios manifestado en carne, y consiguientemente amarle, adorarle, y confiarse a El. La doctrina opuesta, Anti-Agustiniana, está basada en una comprensión parcial de los hechos del caso. Deja fuera de la vista el amor especial claramente revelado de Dios para Su peculiar pueblo; la unión entre Cristo y Sus escogidos; el carácter representativo que asumió como Sustituto de ellos; la eficacia cierta de Su sacrificio en virtud del pacto de la redención; y la relación necesaria entre el don de Cristo y el don del Espíritu Santo. Además, conduce a perspectivas confusas e inconsecuentes del plan de salvación, y a teorías antiescriturarias y peligrosas acerca de la naturaleza de la expiación. Por ello, es un esquema -limitado y endeble; mientras que la doctrina ortodoxa es universal e inclusiva; llena de consolación y de poder espiritual, así como de justicia para toda la humanidad.


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TEOLOGÍA SISTEMÁTICA

POR

CHARLES HODGE, D.D.

EN DOS VOLÚMENES

VOLUMEN SEGUNDO

TRADUCCIÓN Y CONDENSACIÓN
Santiago Escuain