CAPÍTULO IV
Parte 2 (para ir a Parte 1, oprima aquí)

CUÁN LEJOS ESTÁ DE LA PUREZA DEL EVANGELIO TODO LO QUE LOS TEÓLOGOS DE LA SORBONA DISCUTEN DEL ARREPENTIMIENTO.
SOBRE LA CONFESIÓN Y LA SATISFACCIÓN

38. 4°. Refutación de la satisfacción por el testimonio de los Padres y la práctica de la iglesia
No me extraña nada lo que se lee en los libros de los escritores antiguos respecto al tema de la satisfacción. Porque — diciendo abiertamente lo que siento — veo que algunos, y aun casi todos aquellos cuyos escritos han llegado a nuestro conocimiento, o han fallado en esta materia, o se han expresado muy duramente. Sin embargo no admito que su rudeza e ignorancia llegara al extremo de escribir como lo hicieron, en el sentido en que lo toman los nuevos defensores de la satisfacción.
San Crisóstomo en cierto lugar, dice como sigue: “Cuando se pide misericordia, es a fin de no ser examinado del pecado, a fin de no ser tratado según el rigor de la justicia, a fin de que cese todo castigo. Porque donde hay misericordia, no hay gehenna, ni examen, ni rigor, ni pena”.’ Estas palabras, por más que las quieran retorcer, nunca podrán hacer que concuerden con la doctrina de los escolásticos.
Asimismo, en el libro titulado De Dogmatibus ecclesiasricis, atribuido a san Agustín, se dice: “La satisfacción de la penitencia es cortar las causas del pecado, y no dar entrada a sus sugestiones”. Aquí se ve que aun en aquellos tiempos la opinión que defiende la necesidad de la satisfacción para compensar los pecados cometidos, no era admitida, porque toda la satisfacción se dirigía entonces a que cada uno procurase en el futuro abstenerse de obrar mal.
Y no quiero aducir lo que dice Crisóstomo: que el Señor no pide & nosotros sino que confesemos delante de Él nuestras faltas con lágrimas; porque sentencias semejantes se hallan a cada paso en sus libros y en los de los otros doctores antiguos.
Es verdad que san Agustín llama en cierto lugar a las obras de misericordia “remedios para alcanzar el perdón de lo pecados”. Pero a fin de que nadie encuentre obstáculo en lo que afirma, da en otro lugar una explicación más extensa: “La carne”, dice, “de Cristo es el verdadero y único sacrificio por los pecados; no solamente por todos aquellos que nos son perdonados en el bautismo, sino también por los que cometemos después por nuestra flaqueza, y por los cuales toda la Iglesia ora cada día diciendo: Perdónanos nuestras deudas. Y nos son perdonados por aquel único sacrificio”.

39. Además, de ordinario ellos llamaron satisfacción, no a la compensación hecha a Dios, sino a la pública declaración por la que quienes habían sido castigados con la excomunión, cuando querían ser de nuevo admitidos a la comunión daban testimonio a la Iglesia de su arrepentimiento. Porque en aquellos tiempos se imponían a los penitentes ciertos ayunos y otros actos con los que diesen a entender que verdaderamente y de corazón se arrepentían de su pasado; o, por mejor decir, con los cuales borrasen el recuerdo de su mala vida pasada como san Agustín palabra por palabra lo expone en el libro que tituló Enchiridion ad Laurentium. De esta costumbre proceden las confesiones y satisfacciones actualmente en uso; y ciertamente han sido engendros de víboras, que, de tal manera han sofocado cuanto de bueno había en aquella fórmula antigua, que no ha quedado de ella más, que la sombra.
    Sé muy bien que los antiguos se expresaron a veces con cierta dureza; y, según he indicado, no quiero ocultar que q1iizá se han equivocado; pero lo que ellos habían manchado un poco, éstos con sus sacias manos lo han echado a perder del todo. Y si hemos de disputar respecto a la autoridad de los antiguos, ¿qué antiguos nos proponen ellos? La mayor parte de las sentencias con las que Pedro Lombardo, su portaestandarte, ha llenado su libro, se han tomado de no sé qué desafortunados desatinos de frailes, que se han hecho pasar por ser de Ambrosio, Jerónimo, Agustín y Crisóstomo.
     Así en esta materia el citado Pedro Lombardo toma prestado casi todo cuanto dice de un libro titulado De la penitencia, que compuesto por algún ignorante con trozos de buenos y malos autores confusamente revueltos, ha corrido como de san Agustín; pero nadie medianamente docto podrá tenerlo por suyo.
    Que los lectores me perdonen si no investigo más sutilmente las opiniones de éstos, pues no quiero resaltarles molesto. Ciertamente no me costaría gran trabajo exponer con gran afrenta suya lo que ellos han vendido por grandes misterios;
podría hacerlo con gran aplauso de muchos; pero como mi deseo es enseñar cosas provechosas, lo dejaré a un lado.
INSTITUCIÓN

DE LA

RELIGIÓN CRISTIANA

POR JUAN CALVINO

LIBRO TERCERO
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