El Evangelio de San Mateo

Traducido fielmente del griego en romance castellano y declarado según el sentido literal con muchas consideraciones sacadas de la letra, muy necesarias al vivir cristiano.
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Capítulo VIII
         Y bajando él del monte, lo siguieron muchas gentes; y he aquí que un leproso viniendo lo adoró, diciendo: Señor, si quieres, puedes me alimpiar. Y extendida la mano, lo tocó Jesus, diciendo: Quiero, sé limpio; y luego le fué alimpiada la lepra. Y díjole Jesus: Mira no lo digas á ninguno, pero vé muéstrate al sacerdote y ofrece el don que mandó Moisen en testimonio á ellos.

    En estas palabras se ofrecen estas cosas dignas de consideracion. La primera, aquello «lo adoró», adonde entiende el evangelista que hizo el leproso á Cristo la ceremonia que se hacia en el templo á Dios, que era echarse en tierra en señal de obediencia y sumision. Segundo: el crédito que el leproso tenia de Cristo, segun lo muestra diciendo: «si quieres, puedes.» Tercero: la facilidad con que Cristo lo sanó, confirmándole con el efecto la opinion que tenia de él. Cuarto: que manda Cristo al leproso que no diga á ninguno que él lo habia sanado, adonde yo pienso que se lo mandó, no porque no lo dijese, sino porque con la prohibicion le viniese más voluntad de decirlo, á fin que fuesen más los que glorificasen á Dios. Quinto: que, enviando Cristo al leproso al sacerdote, enseñó con obra lo que en el capitulo 5 habia enseñado de palabra, cuanto al no romper el menor mandamiento de la ley, la cual, como está dicho, habia de ser guardada en todo y por todo hasta la venida del Espíritu santo. El que querrá entender, como pasaba esta cosa de los leprosos en tiempo de la ley, leerá en el Levítico, capítulo 14, adonde entenderá. Aquello «en testimonio á ellos» quiere decir: á los leprosos alimpiados de la lepra.

         Y entrando Jesus en Capernaum, vino á él un centurion, rogándole y diciendo: Señor, mi criado está echado en casa parlático, gravemente atormentado. Y dícele Jesus: Viniendo yo lo sanaré. Y respondiendo el centurion dijo: Señor, no soy digno para que entres en mi casa, pero solamente dílo, de palabra, y será sano mi criado. Porque aún yo soy hombre sujeto que tengo debajo de mí soldados, y digo á éste: Va! y va, y á otro: Ven! y viene, y á mi siervo: Haz esto! y hácelo. Y oyendo esto Jesus se maravilló y dijo á los que lo seguian: Dígoos de verdad que ni aún en Israel no he hallado tanta fé; y dígoos que muchos vendrán de Oriente y de Poniente, y se asentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos: y los hijos del reino serán echados en la última obscuridad, allí hay llanto y batimiento de dientes. Y dijo Jesus al centurion: Vé, y segun que has creido, sea hecho contigo. Y en aquella hora fué sanado su criado.

    En este milagro principalmente es digno de consideracion esto que, teniendo este centurion la fé que tenia en Cristo, de la cual dice el mismo Cristo: «dígoos de verdad que ni aun en Israel no he hallado tanta fé», se tenia por tan vil y tan malo que se juzgaba indigno que Cristo entrase en su casa; y si, como era este hombre así excelente en fé, fuera excelente en obras, se tuviera por justo y santo, y tuviera á Cristo por indigno que entrase en su casa.

    Adonde se entiende bien, cuánto son diferentes los efectos que hace la fé, de los que hacen las obras sin fé, pues es así que la fé aún con obras humilla, y las obras sin fé ensoberbecen. La causa de estos tan contrarios efectos es esta, que en la fé no conoce el hombre ninguna propia virtud y así no se ensoberbece, y conociendo por ella y con ella sus propios defectos, se humilla; y en las obras sin fé conociendo el hombre su propia virtud, el cual conocimiento lo ciega, no dejándole ver sus defectos, no se puede humillar, ántes se ensoberbece. La experiencia de esto la tenemos en los escribas y fariseos y en todos los que son santos del mundo.

    En efecto es esto así que, así como la fé sin obras no es fé sino opinion y aún peligrosa, así las obras sin fé no son obras de caridad sino de carnalidad y aún peligrosísimas. La fé es fundamento de todo bien. Y llamo fé á la que da crédito á los prometimientos de Dios, y, teniendo á Dios por fiel y poderoso, está cierto en su ánimo que con el propio cumplirá todo lo que promete, y en particular se tiene por reconciliado con Dios por Cristo, no espantándose por muy malo que se conozca en sí. Y llamo obras de fé á las que dan testimonio de la fé, no pudiendo estar con fingimiento, como son la mansedumbre, la humildad, la obediencia y la caridad cristiana, las cuales cosas no están jamas sino adonde hay fé cristiana.

    Lo que dijo Cristo del centurion «ni aún en Israel no he hallado tanta fé,» entiendo que lo fundó en las palabras del mismo centurion, en las cuales mostró tener mayor opinion de Cristo que el leproso que habia dicho «si quieres, puedes me alimpiar,» y aún que los discípulos que, dejadas todas las cosas, siguieron á Cristo, conociéndolo por más que hombre y por superior á todas las cosas criadas. Y es así que diciendo «porque aún yo soy hombre» etc., consta que quiso decir: yo soy hombre sujeto á hombres y soy obedecido con mi palabra de los que me son sujetos á mí, pues cuanto más tú, que eres más que hombre, no sujeto á hombres, serás obedecido con tu palabra de las criaturas que te son sujetas. Por donde parece que conoció el centurion divinidad en Cristo, y que de allí coligió que tenia mayor superioridad sobre las enfermedades y sobre las otras cosas criadas que tenia él sobre sus soldados y sobre sus criados.

    Del caso del centurion tomó Cristo ocasion para tocar la conversion de los gentiles á la gracia del evangelio, y así dice «y dígoos que muchos vendrán» etc., adonde entiendo que los que aceptan el evangelio, siendo hijos de Abraham, entran en el reino de los cielos y se sientan con Abraham en la presente vida como se puede, y en la vida eterna se asentarán cumplida y perfectamente. A los hebreos llama Cristo «hijos del reino,» porque á ellos parece que tocaba, siendo ellos hijos de Abraham segun la carne y habiendo sido prometida la heredad del mundo, el reino de los cielos á Abraham y á su simiente. Estos dice Cristo que serán echados en la última obscuridad, entendiendo en la que está más léjos de la luz, adonde entiendo que, así como los que aceptamos el evangelio, en la presente vida entramos en posesion de la luz, del reino de Dios, adonde gozamos y jubilamos por la paz de nuestras conciencias; así los que no lo aceptan, en la presente vida entran en posesion de la obscuridad, del reino de Satanas, adonde lloran y tiemblan por la inquietud de sus conciencias; nosotros comenzamos á gustar de la felicidad del reino de Dios, y ellos comienzan á gustar de la infelicidad del reino de Satanas.

    Diciendo Cristo al centurion: «Vé y segun has creido» etc., confirma mucho en grandísima manera la fé de los que creemos, certificándonos que hará Dios con nosotros segun nuestra fé, y así nos animamos á estar saldos, firmes y constantes en ella y á rogar á Dios que nos la acreciente, ciertos que con ella alcanzaremos de Dios todo cuanto querremos.

    Si la fé ajena es bastante á alcanzar la salud interior del ánima, como parece en este caso que fué bastante para alcanzar la salud exterior del cuerpo, lo dejo examinarálos que lo saben.

    Adonde dice «criado,» el vocablo griego significa tambien hijo, y yo tradujera hijo, si no que San Lúcas, contando este milagro, pone un otro vocablo que no puede significar sino criado, mozo ó siervo. Diciendo «de Oriente y de Poniente,» entiende indiferentemente de todas las partes del mundo.

         Y viniendo Jesus á la casa de Pedro vió á su suegra echada y con calentura, y tocóle la mano, y dejóla la calentura, y levantóse y sirviólos.

    De aquí se colige bien que San Pedro fué casado; si dejó la mujer ó no, por la predicacion del evangelio, no consta; es bien verdad, que por lo que dice San Pablo (53), parece que la traia consigo por donde iba á predicar. De lo que dice que la suegra de San Pedro despues de sanada sirvió á Cristo y á los discípulos se colige que guardaba Cristo en su manera de vivir una cierta mediocridad sin pompa y sin austeridad. La causa porque no vino con pompa ni vino con austeridad, la he puesto en una consideracion (54), ántes he puesto seis causas segun lo que entónces entendí.

         Y venida la tarde le trajeron muchos endemoniados, y echaba los espíritus con la palabra y sanó á todos los enfermos, á fin que fuese cumplido lo dicho por el profeta Esaías que dice: Él tomó nuestras enfermedades y llevo á cuestas nuestras dolencias.

    Muestra San Mateo la potencia de Cristo, diciendo que con la palabra echaba los malos espíritus de los cuerpos humanos. Cuanto á las palabras de Esaías, me remito á lo que dicen los que entienden como cuadran á este propósito.

         Y viendo Jesus muchas gentes cabe sí (55), mandóles ir á la otra ribera. Y viniendo un escriba le dijo: Maestro, seguiréte adonde quiera que fueres. Y dícele Jesus: Las raposas tienen cuevas, y las aves del cielo nidos, y el hijo del hombre no tiene adonde eche la cabeza. Y otro de sus discípulos le dijo: Señor, déjame primero ir y enterrar á mi padre. Y Jesus le dijo: Sígueme y deja á los muertos enterrar á sus muertos.

    En el escriba letrado ó teólogo considero á los hombres del mundo que, no viendo en Cristo sino aquello que es preciado y estimado en el mundo, sin ninguna consideracion se deliberan seguir á Cristo y, cuando ven en Cristo la bajeza, la pobreza y la humildad que son despreciadas del mundo, se apartan de la deliberacion. A estos entiendo que desecha Cristo, mostrándoles lo que en él es despreciado en los ojos del mundo, porque no quiere ser seguido con intentos ni con deseños humanos de avaricia, de ambicion ó de curiosidad.

    En el discípulo considero á los hijos de Dios, predestinados para la vida eterna, á los cuales lleva Cristo tras sí, haciéndoles que dejen de cumplir con el deber de la generacion humana por cumplir con el deber de la regeneracion cristiana. El deber de la generacion humana llevaba á este discípulo á enterrar á su padre, y Cristo no se lo consintió, diciéndole que le siguiese á él, en lo cual cumplia con el deber de la regeneracion cristiana. Diciendo Cristo «deja á los muertos» etc., entiende: cumple tú con el deber de la regeneracion cristiana y remite á los no regenerados que cumplan con el deber de la generacion humana. Aquí sí que pudiera gritar la ley contra Cristo, diciendo que aconsejaba á este que no guardase el cuarto mandamiento del decálogo; adonde entiendo que no gritaron contra Cristo los Fariseos sobre esto, porque no pertenecia á ceremonias, en la observacion de las cuales eran supersticiosísimos, como son todos los hombres que sin espíritu santo pretenden religion.

    Grandísimo consuelo entiendo que es para las personas, que llamadas de Dios siguen á Cristo, considerar el caso de este discípulo, porque se persuaden que, haciendo Cristo con ellos lo que hizo con él, no las dejará apartar de sí, ni aún cuando serán provocadas por el deber de la generacion humana, en el cual hay cierta manera de piedad. Aquello «aves del cielo» es segun el hablar de la lengua hebrea, la cual llama cielo á la region del aire. Tambien aquello «hijo del hombre» es segun el hablar de la lengua hebrea, la cual á los hombres viles, bajos y plebeyos llama hijos de hombre ó de Adam, y es en efecto lo mismo que si los llamase hombres, á fin que conozcan su bajeza y vileza, siendo formados de tierra.

    Adonde se ha de notar que la humildad de Cristo no se ha de considerar en que nació con pobreza y bajeza sino en que fué hombre, en el cual ser se humillara, cuando bien naciera emperador de todo el mundo, segun que lo he notado, Filip. 2. Ezequiel en su escritura acostumbra llamarse hijo de hombre. Añadiré aquí esto: que segun el juicio humano fuera razon que Cristo admitiera en su compañía al escriba que se ofrecia, y desechara de su compañía al discípulo que se excusaba, y Cristo hizo todo lo contrario. Adonde entendemos dos cosas: la una, que Cristo conocia los corazones de los hombres, sus deseños y sus intenciones, del cual conocimiento es comunicada una partecilla á las personas que tienen del espíritu de Cristo; y la otra, que es grandísima temeridad querer juzgar las obras de Dios, del hijo de Dios y aún de los que son hijos de Dios sino es con el mismo espíritu de Dios con que son hechas, conforme á lo que dice San Pablo que el espiritual juzga toda cosa, no siendo él juzgado de ninguno (56).

         Y entrado el en una barca, lo siguieron sus discípulos. Y he aquí sobrevino una grande tempestad en el mar, tanto que la barca era cubierta de las olas, y él dormia. Y allegándose los discípulos, lo despertaron diciendo: ¡Señor, sálvanos! ¡perdidos somos! y díceles: ¿Por qué temeis, hombres de poca fé? Entónces levantado amenazó á los vientos y al mar, y sobrevino grande tranquilidad. Y los hombres se maravillaban diciendo: ¿Quién es este que y los vientos y el mar lo obedecen?

    Lo que acontecio á estos discípulos de Cristo entiendo que acontece muchas veces á cada uno de los que somos discípulos de Cristo, en cuanto, así como con la tempestad del mar fué ejercitada la fe de estos discípulos á fin que, conociéndose incrédulos y faltos de fé, se humillasen y, deseando tener mucha fé, la demandasen, así tambien con diversas tribulaciones y tentaciones es ejercitada la fé de cada uno de nosotros, á fin que, conociéndonos incrédulos y faltos de fé, nos humillemos y, deseando tener mucha fé, la demandemos á Dios. Tenian fe estos discípulos, porque, si no la tuvieran, no siguieran á Cristo ni fueran á demandarle que los librase del peligro, pero la fé era flaca y enferma, porque, si fuera firme y constante, tuvieran por cierto que no podían perecer, estando en la barca con Cristo, y así no fueran á despertar á Cristo ni él los reprehendiera con aquellas palabras «¿por qué temeis?» etc. De las cuales se colige bien que el temer es indicio de poca fé; y, si el temer de aquellos discípulos de Cristo que no tenían particular prometimiento en que poder fundar su fé, fué indicio de poca fé, cuánto será mayor indicio de poca fé el temer de cada uno de nosotros, que no estamos en una barca con Cristo, pero que estamos incorporados en Cristo y tenemos grandes prometimientos de Dios.

    Sea pues esta la conclusion: que el que teme, duda, y que el que duda, tiene poca fé, porque, si tuviese mucha fé, no dudaria. Y no cabe decir: no temo de parte de Dios, pero temo de parte mía, porque lo que la fé quiere de mí es, que me asegure de parte de Dios y de parte mia, fundando mi seguridad no en mí sino en Dios y en Cristo. Añadiré aquí esto: que es grandísimo consuelo para los que somos discípulos de Cristo, flacos en la fé, considerar que Cristo no desechó á estos sus discípulos por la flaqueza en la fé, ántes los salvó y libró como si fueran fuertes en la fé, porque se conocian flacos en la fé. Gran señal de la divinidad de Cristo fué el ser así obedecido de los vientos y del mar.

         Y venido él á la otra ribera á la provincia de los Gergesenos, le vinieron al encuentro dos endemoniados, salidos de sepulturas, terribles en gran manera, en tanto que no podia ninguno pasar por aquel camino, y he aquí que gritaron diciendo: ¿Qué tenemos que ver contigo, Jesus hijo de Dios? ¿Eres venido aquí á atormentarnos ántes de tiempo? Estaba pues léjos de ellos un rebaño de muchos puercos paciendo, y los demonios le rogaban diciendo: Si nos echas de aquí, permítenos ir al rebaño de puercos. Y díjoles: Id, y ellos saliendo fueron al rebaño de los puercos, y he aquí que todo el rebaño de los puercos con ímpetu se echó rodando en el mar, y murieron en las aguas. Y los que apacentaban huyeron y yendo á la ciudad lo manifestaron todo y lo de los endemoniados. Y he aquí que toda la ciudad salió al encuentro á Jesus, y viéndolo le rogaron que se partiese de sus comarcas.

    Muchas cosas aprendemos en esta historia. Primero, que los endemoniados se metian en las sepulturas ó sepulcros grandes que estaban fuera de la ciudad. Segundo, que los endemoniados hacian mal á las gentes, pues dice San Mateo que, siendo aquellos terribles, la gente no podia pasar por el camino. Tercero, que no hay ninguna conveniencia entre Cristo y el demonio, pues ellos propios le decian: «¿qué tenemos que ver contigo?»

    Cuarto, que los demonios conocian que Cristo era hijo de Dios. Adonde entiendo dos cosas. La una, que este conocimiento no ha de ser llamado fé, porque no hay fé sino adonde hay prometimiento; á los demonios no les era prometido bien ninguno por Cristo, y por tanto, si bien conocian que Cristo era hijo de Dios, no tenian fé, no creian haber bien por Cristo. Y la otra, que no tienen fé cristiana los que conocen á Cristo por hijo de Dios y creen que ha reconciliado á los hombres con Dios, si no tienen por cierto y firme que ellos son comprehendidos en esta reconciliacion, y así se tienen por amigos de Dios y están ciertos de su resurreccion y de su glorificacion.

    Quinto, que ha de venir tiempo en el cual los demonios han de ser atormentados por Cristo. Esto entiendo que comenzará á ser en el dia del juicio, y entónces entiendo que se cumplirá aquello que dijo Dios, maldiciendo á la serpiente que engañó á Eva: «ipsum, conteret caput tuum» (57). Esto se entiende en aquello «ántes de tiempo.»

    Sexto, que los demonios no tienen poder de hacer mal ni aún á los animales brutos, si Dios no se lo consiente, cosa que da mucha satisfaccion á las personas cristianas, certificándose que, pues el demonio no las puede dañar sin la voluntad de Dios, ellas están seguras que, si bien las acometerá para apartarlas de Dios, no las derribará.

    Séptimo, que los demonios tienen por oficio hacer mal como quiera que sea; no pudiendo molestar á los hombres, van á molestar á los puercos.

    Octavo, que Cristo tiene en poco el daño de la hacienda, pues no curó del daño que padecían los dueños de los puercos; y de aquí entiendo que procede que las personas, que tienen del espíritu de Cristo, no estiman estas cosas exteriores en más de en cuanto les sirven á la sustentacion corporal. Tambien pienso que permitió Cristo el caso de los puercos porque el milagro fuese más evidente y así causase más admiracion.

    Nono, que, así como es dulce y sabrosa la compañía de Dios, de Cristo, y de los que son de Dios y de Cristo, á las personas que aman á Dios y á Cristo, así es espantosa y temerosa á los hombres ajenos de Dios y de Cristo. Y no es maravilla, pues por experiencia se ha visto que muchos impíos han perecido por la compañía de los siervos de Dios; de esto dará testimonio Abimelec, el cual hubo mal por la compañía de Abraham (58), de esto mismo dará testimonio Egipto que fué duramente castigado por causa del pueblo hebreo (59). Tambien darán testimonio de esto aquellos reyes que fueron echados de la tierra de promision (60), y dará testimonio de esto Jerusalem, que fué destruida por castigo de la muerte de Cristo, de manera que no es maravilla que estos Gergesenos rogasen á Cristo que se fuese de sus comarcas, temiendo que de su compañía no les viniese algun mal, como con efecto viene casi siempre mal á los siervos del mundo de la compañía de los siervos de Dios, no por defecto de los que son de Dios, sino por la malicia y malignidad de los que son del mundo, los cuales, ejercitando su impiedad contra los siervos é hijos de Dios, provocan contra sí la ira de Dios, y así son tratados de manera que les valdria más no conocerlos. Y por tanto seria bueno y sano consejo para los hijos del mundo, no empacharse con los hijos de Dios sino hacer, como hicieron estos Gergesenos con Cristo, rogándoles que se aparten de ellos, pero no constriñéndolos ni forzándolos á ello, como hicieron estos con Cristo.

    Décimo, se entiende aquí que á los hijos de Dios pertenece no contender ni contrastar con los que no los quieren en su compañía, pero apartarse con paz de ellos, como hizo Cristo con estos Gergesenos.