El Evangelio de San Mateo

Traducido fielmente del griego en romance castellano y declarado según el sentido literal con muchas consideraciones sacadas de la letra, muy necesarias al vivir cristiano.
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Capítulo V

         Y viendo las gentes, subiose á un monte y, como se hubo asentado, se fueron á el sus discípulos, y abriendo su boca les enseñaba diciendo: Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra. Bienaventurados los hambrientos y sedientos por justicia, porque ellos serán hartados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios en el corazon, porque ellos verán á Dios. Bienaventurados los que apaciguan, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados sois cuando os injuriarán y perseguirán y dirán toda mala palabra contra vosotros, mintiendo, por mi causa; gozáos y alegráos, porque vuestro galardon es grande en los cielos, así tambien persiguieron á los profetas que fueron antes de vosotros.



    Habiendo puesto San Mateo las palabras con que Cristo predicaba el evangelio del reino de los cielos, celestial y divino, y habiendo contado algunos milagros de los muchos que hacia como por confirmacion de su predicacion, viene á contar una larga intruccion toda cristiana y divinísima que hizo á sus discípulos, en la cual parece que pretendió enseñarles estas siete cosas. La primera que el reino de los cielos que el predicaba no era ni exterior ni corporal en la presente vida sino interior y espiritual, si bien en la vida eterna despues de la resurreccion de los justos será exterior é interior, corporal y espiritual, siendo entera, cumplida y colmada la felicidad. La segunda, que la dignidad de sus discípulos es altísima y es divinísima, en cuanto son luz del mundo y son sol de la tierra. La tercera que, mientras él vivia corporalmente con ellos, queria que la ley en todo y por todo fuese respetada y guardada. La cuarta que á los, que entran en el reino de los cielos por la aceptacion del evangelio, pertenece resolverse con el mundo y consigo mismos, reduciéndose á vivir segun el deber de la regeneracion cristiana; y poniendo la diferencia entre el deber de la generacion humana y el de la regeneracion cristiana, pone la propia idea de la perfeccion cristiana y los avisos para venir á ella. La quinta que los que pertenecen al reino de los cielos han de huir de todas apariencias de santidades exteriores, no queriendo que el mundo los tenga por santos. La sexta que los que están en el reino de los cielos se deben descuidar de sí, confiando en el cuidado que Dios tiene de ellos. Y la septima que á los, que están en el reino de los cielos, pertenece vivir con mucho recatamiento entre los hombres, y les pertenece atender á confirmar su fe cristiana con la experiencia del vivir cristiano.

    Este parece que fué el intento de Cristo en este razonamiento, y el cristiano que llevará este tino en él, conociéndose discípulo de Cristo, hallará mucha edificacion, en cuanto entenderá en qué manera le conviene vivir para guardar el decoro cristiano, cumpliendo con el deber de la regeneracion cristiana, y el que no se conocerá discípulo de Cristo, no hallándose entrado en el reino de los cielos, entenderá que para entrar en él le conviene renunciar su propia justicia, desconfiado de sí y abrazar la justicia de Cristo, confiando en Cristo, cierto que esta no le puede faltar.

    Viniendo pues Cristo á poner las calidades que concurren en los que son hijos del reino de los cielos, siendo suyo el reino, pone por primera la pobreza en el espíritu, quiere decir en el ánimo, la cual tiene por contraria á la magnanimidad en cuanto el magnánimo depende de sí mismo y le pareceria grande afrenta depender de Dios, y el pobre en el espíritu depende de Dios y no le bastaria el ánimo á depender de sí mismo; del magnánimo es, como seria decir, el reino de la tierra, y del pobre en el espíritu es el reino de los cielos. El mundo tiene por felice el magnánimo y por infelice al pobre en el espíritu, y Dios tiene por infelice al magnánimo y por felice al pobre en el espíritu, no por la pobreza en sí sino por lo que resulta de ella, en cuanto él, desconfiando de sí mismo y de todas las criaturas, aunque es muy rico, no espera la salud ni la sustentacion corporal de sus riquezas sino de Dios, aunque es muy gran señor, no pretende que sus vasallos ni que sus crialos lo han de defender de los peligros de la presente vida, pretendiendo haber esto de solo Dios, y aunque vive justa y santamente, no pretende justificarse en presencia de Dios con su propia justicia, ateniéndose á la justicia de Cristo, de donde resulta que, viviendo así, desconfiado de sí mismo y de todas las criaturas, y confiado en solo Dios, tiene Dios cuidado de él, y rigiéndolo y gobernándolo Dios con su espíritu santo, viene á ser lo que aquí dice Cristo que es suyo el reino de los cielos.

    Por segunda calidad de los que están en el reino de los cielos pone Cristo el llorar, quiere decir el estar el hombre descontento de sí mismo por sus defectos y flaquezas, juntamente con padecer las necesidades corporales á que esta nuestra carne está sujeta miéntras es, pasible y mortal. El mundo tiene por infelices á los que lloran, teniendo por felices á los que rien, á los que gozan de los placeres vanos y miserables de la vida presente, viviendo en prosperidad y en felicidad, y Dios tiene por infelices á los que rien, teniendo por felices á los que lloran, no porque lloran, sino porque llorando por lo que lloran, se encomiendan á Dios, y Dios los consuela en los ánimos, haciéndoles que miren á Cristo, en el cual son justos, si bien en sí son injustos, y en los cuerpos, poniéndoles delante la felicidad de que gozarán en la vida eterna.

    Por tercera calidad de los que están en el reino de los cielos pone Cristo la mansedumbre, la cual consiste en que el hombre viva en la presente vida como oveja entre lobos y propiamente de la manera que vivió Cristo, conforme á lo que Esaías habia profetizado de él, como veremos en el capítulo 12. El mundo tiene por infelices á los que viven con esta mansedumbre, juzgándolos por ruines y de poco, teniendo por felices á los valerosos que se hacen temer de los otros, y Dios tiene por infelices á estos valerosos del mundo, teniendo por felices á sus mansos, no por la mansedumbre en sí, sino porque, habiéndola aprendido de Cristo, y cobrádola con la incorporacion en Cristo, será de ellos lo que es de Cristo, en cuanto, así como Cristo es heredero del reino de Dios ó de la heredad del mundo prometida á Abraham y á su simiente, así ellos serán herederos en la misma heredad y en el mismo reino.

    Por cuarta calidad de los que están en el reino de los cielos pone Cristo el tener hambre y sed por justicia; quiere decir que se congojan y se afligen ansiosos por comprehender la justicia y perfeccion en que se conocen comprehendidos por la incorporacion en Cristo por ser así justos y perfectos en sí como son justos y perfectos en Cristo. El mundo tiene por infelices á los que van tras esta justicia y tras esta perfeccion, teniendo por felices á los que por sus santidades exteriores se persuaden que son santos y justos, y Dios tiene por infelices á los que están en esta persuasion, teniendo por felices á los que viven con aquella hambre y con aquella sed, no por la hambre ni por la sed en sí, sino por lo que resulta de ella, en cuanto, encomendándose ellos á Dios, Dios les acrecienta la fé y el espíritu con que son mortificados y vivificados, de manera que vienen á matar su hambre y su sed, alcanzando mucha parte de aquella justicia y perfeccion que pretenden y desean.

    Por quinta calidad de los que estan en el reino de los cielos pone Cristo la misericordia y piedad, el compadecerse el hombre de aquellos que ve en necesidad y ayudarlos, no por propia gloria ni por propio interes ó merecimiento sino por gloria de Dios, porque la misericordia, que no es de esta manera, no es misericordia cristiana, y Cristo habla aquí de la cristiana.

    El mundo precia bien á los misericordiosos, teniéndolos por felices, pero en cuanto pretenden su propia gloria y su propio interes, teniendo por infelices á los que esconden sus misericordias, y Dios tiene por infelices á los que publican sus misericordias, como veremos en el capítulo 6, teniendo por felices á los que esconden sus misericordias, no por la misericordia en sí, sino porque de ella resulta la misericordia que ellos alcanzan de Dios, favoreciéndolos con dones espirituales y con beneficios corporales.

    Por sexta calidad de los que están en el reino de los cielos, pone Cristo la limpieza en el corazon, la cual solamente toca á los que aceptan la gracia del evangelio, los cuales por la fe alcanzan esta limpieza conforme á aquello que dice San Pedro «fide purificans corda eorum,» Act. 15 (28), adonde se ha de entender que todos los hombres del mundo tienen sucios los corazones, en cuanto como hijos de Adam son impíos, infieles y enemigos de Dios, teniendo esta impiedad, infidelidad y enemistad en los corazones, la cual es purificada y alimpiada por la fé cristiana, por la aceptacion de la remision de pecados y reconciliacion con Dios por Cristo. Y es cosa verdaderamente milagrosa y divina que, luego que el hombre acepta con el ánimo la justicia de Cristo, pierde la impiedad, infidelidad y enemistad con Dios, y comienza á crer á Dios, á confiar en Dios y á amar á Dios y así á conocer y ver á Dios, en lo cual consiste su felicidad. Cuanto á este conocimiento de Dios y esta vision de Dios, me remito á lo que he dicho 1ª Cor. 13. y en dos consideraciones (29). El mundo no tiene cuenta con la limpieza del corazon y por tanto no tiene por felices sino á los que tienen limpieza en las costumbres exteriores, y Dios á estos tiene por infelices, como veremos en el capítulo 23, teniendo por felices á los que tienen limpieza en los corazones, con la cual son hábiles para conocer y ver á Dios en la presente vida como se puede y en la vida eterna como se debe.

    Por séptima calidad de los que están en el reino de los cielos, pone Cristo el hacer paz, el ser apaciguadores, pero de la manera que lo fué el mismo Cristo, el cual muriendo en la cruz reconcilió á los hombres con Dios, reconciliando tambien entre sí á los hombres que entran en esta reconciliacion, los cuales, si bien son inquietados del mundo con persecuciones y con muertes, gozan de la paz con Dios y así tienen paz en sus conciencias y tienen paz con todos, no inquietando ellos ni haciendo guerra á ninguno. Son pues pacíficos, apaciguadores ó hacedores de paz, los que, intimando á los hombres la paz que hizo Cristo entre Dios y ellos, los traen á que gocen de esta paz.

    El mundo no tiene cuenta con esta paz y por tanto trabaja por hacer infelices á los que de esta manera son apaciguadores, persiguiéndolos y matándolos, y Dios no tiene cuenta con los que el mundo tiene por apaciguadores, á los cuales tiene por infelices, porque no conocen la verdadera paz, teniendo por felices á los que, conociendo la verdadera paz, procuran traer á ella á los hombres. Y su felicidad consiste en que, haciendo el mismo oficio que hizo el hijo de Dios, son tambien ellos hijos de Dios y por tales son tenidos y así son llamados de Dios.

    Por octava calidad de los que están en el reino de los cielos, pone Cristo el padecer persecucion por la justicia, quiere decir por la que es propia del reino de los cielos, por aceptarla ó por predicarla, á la cual justicia es anexa la persecucion, porque los hombres no pueden comportar que haya otra justicia sino la que ellos con su prudencia humana entienden y alcanzan. De donde procede que el mundo tiene por infelices á los perseguidos por esta justicia, teniendo por felices á los perseguidores, en cuanto, como dice Cristo, se persuaden que hacen servicio á Dios, y Dios tiene por infelices á los perseguidores, teniendo por felices á los perseguidos, no por la persecucion en sí sino porque con ella es ilustrada la gloria de Dios, y mediante ella son ellos conservados y mantenidos en la posesion del reino de Dios, de la misma manera que los que son pobres en el espíritu; y así igualmente dice Cristo de los unos y de los otros: «porque de ellos es el reino de los cielos.» Adonde tengo por cierto que solos los que sienten la pobreza en el espíritu y son perseguidos por la justicia cristiana, sienten el regimiento y el gobierno de Dios, en el cual consiste el reino de los cielos.

    Lo que añade Cristo, diciendo: Bienaventurados sois etc., pertenece á amplificar esta octava calidad, adonde son dignas de mucha consideracion aquellas dos palabras «mintiendo» y «por mi causa», á fin que se entienda que no toca esta felicidad á los que simplemente son injuriados falsamente sino á los que son injuriados falsamente por causa de Cristo, porque lo predican, porque enseñan el vivir cristiano ó porque viven cristianamente, imitando á Cristo.

    Aquello «gozaos y alegraos» etc. lo cumplieron á la letra los apóstoles, como consta por San Lúcas Act. 5, y lo han cumplido y cumplen de mano en mano todos los que han sido y son verdaderos Cristianos, considerando que con su padecer es ilustrada la gloria de Dios y de Cristo, y que así es acrecentada su gloria de ellos en el reino de los cielos que es en la presente vida, y será acrecentada en el que será en la vida eterna.

    Y aquí se ha de considerarla liberalidad de Dios, que nos da él constancia y firmeza en el padecer por Cristo y despues galardona con acrecentamiento de gloria la firmeza y constancia que él nos da. Diciendo Cristo «así tambien persiguieron» etc., nos consuela con el exemplo de los profetas á los que somos sus discípulos, los cuales comportamos mejor las persecuciones, considerando que por ellas pasaron los profetas, y mucho mejor considerando que por ellas pasó el mismo Cristo, y han siempre pasado los que lo han predicado y los que lo han querido imitar.

    De estas ocho calidades, que ha dicho Cristo que concurren en los que están en el reino de los cielos, pudieran bien comprehender los discípulos, que el reino de los cielos en la presente vida no es corporal sino espiritual; pero estaban tan enajenados de esta opinion que nunca la entendieron, hasta que recibieron el espíritu santo, el cual les mostró por experiencia lo que ellos no habian podido comprehender por ciencia, si bien Cristo claramente les habia dicho estas ocho calidades, las cuales son tan conjuntas entre sí con lo que resulta de ellas, que todas ellas están en cada uno de los que entran en el reino de los cielos, aceptando la justicia de Cristo.

    Porque es así que esta aceptacion les da la pobreza en el espíritu, esta les hace que lloren y se entristezcan por sus defectos y por sus flaquezas, esta les da verdadera mansedumbre, esta les pone hambre y sed de justicia de ser más justos en sí, esta los hace misericordiosos, esta les da limpieza en los corazones, esta los hace apaciguadores de la manera que Cristo fué apaciguador, y por esta son perseguidos, injuriados y maltratados en el mundo; de donde resulta que están en el reino de los cielos, son llamados hijos de Dios y lo son, que conocen y ven á Dios, que es Dios misericordioso con ellos, que comprehenden gran parte de la justicia y perfeccion en que son comprehendidos, que son herederos del mundo que fué prometido á Abraham y á su simiente, y que son consolados de Dios en todas sus angustias y en todos sus trabajos.

    Aquí ha de considerar toda persona cristiana que, pues es así que los que en la presente vida, mientras esta carne es pasible y es mortal, aceptan la gracia del evangelio, gozan de todos estos privilegios, qué tales deben ser aquellos de que gozarán en la vida eterna, mayormente cuando esta nuestra carne será impasible é inmortal.

         Vosotros sois la sal de la tierra. Pues si la sal se desvanece ¿con qué se salará? No vale más para nada sino para ser echada fuera y ser pateada de los hombres. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede esconder la ciudad que esta puesta encima de un monte, ni encienden candela y la ponen debajo del almud sino sobre el candelero y alumbra á todos los que están en casa. Así pues resplandezca vuestra luz en presencia de los hombres de manera que vean vuestras buenas obras y glorifiquen á vuestro padre el que está en los cielos.

    Habiendo Cristo mostrado como la felicidad del reino de los cielos en la presente vida es toda interior y espiritual, viene á mostrar la grandeza de la dignidad de los que son sus discípulos, mayormente de aquellos que lo van imitando á él en todo lo que es imitable, y constituye esta dignidad en dos cosas: la una, en que son sal de la tierra, y la otra, en que son luz del mundo.

    Adonde entiendo que el ser sal de la tierra pertenece á los discípulos de Cristo en dos maneras: la una en que, así como la sal da sabor á las viandas que sin ella nos descontentarian, así los discípulos de Cristo dan sabor al mundo, hacen que Dios se contente de conservarlo y de mantenerlo, y la otra en que, así como con la sal son preservadas de corrupcion las viandas, así con la vida, con la doctrina y con la predicacion ó intimacion del evangelio que pertenece á los discípulos de Cristo son preservados los hombres que viven en el mundo, en esta vida de la corrupcion de las costumbres y en la otra vida de la muerte eterna.

    Aquello «pues si la sal se desvanece,» ó deja deser sal, con lo que se sigue, pertenece para advertir á los discípulos de Cristo que conozcan su dignidad y se conserven en ella, haciendo en el mundo lo que hace la sal en las viandas. Diciendo «¿con que se salará?» etc., entiende que, así como dejando la sal de tener sabor, no hay cosa con que se le pueda dar, por ser ella la que lo da á las otras cosas, y no teniendo sabor no es de ninguna utilidad y por tanto es desechada y pisada, así, dejando los discípulos de Cristo de tener fé cristiana con costumbres cristianas, no hay cosa con que se les pueda dar perfeccion, siendo ellos los que con su predicacion la dan á todos los otros y, no teniendo fé cristiana con costumbres cristianas, no son de ninguna estimacion y por tanto Dios los desecha y desprecia.

    Tambien entiendo que el ser los discípulos de Cristo luz del mundo les pertenece en cuanto, así como mediante la luz esterior del sol vemos nosotros con la lumbre de nuestros ojos exteriores las cosas exteriores que no veriamos sin la luz del sol, así mediante la luz interior de los que han sido y son discípulos de Cristo vemos nosotros con la lumbre de nuestros ojos interiores las cosas interiores, espirituales y divinas; el cómo lo dejo considerar á las personas espirituales, las cuales habiendo visto luz con la luz de otras y sirviendo ellas de luz á otras, pueden por propia experiencia dar testimonio de esto.

    Adonde se ha de entender que los discípulos de Cristo, si bien son luz del mundo, no lo son en sí propios sino en cuanto siendo discípulos de Cristo, el cual en sí propio es luz del mundo; Cristo les comunica su luz; y así ellos son luz del mundo por participacion de Cristo, el cual dice de sí «Ego sum lux mundi,» Jo. 8. (30) de manera que se puede decir que entre la luz de Cristo y la de sus discípulos hay la diferencia que entre la luz del sol y la de la luna y de las estrellas, y por tanto parece que vendria mejor comparar los discípulos de Cristo á la lumbre de la candela, y no lo he hecho así porque la candela no es luz del mundo ni lo son muchas candelas.

    Y lo que añade Cristo: «Ni encienden candela» etc., pertenece á amonestar á sus discípulos que conozcan su dignidad y se conserven en ella, estando y platicando entre los hombres y con los hombres como hizo él, á fin que sean candela sobre candelero y no debajo de almud. Aquello «así pues resplandezca,» etc., lo juntó con lo que precede, de manera que diga: resplandezca vuestra luz como resplandece la candela que esta sobre el candelero.

    Y diciendo Cristo «de manera que vean vuestras buenas obras» etc., muestra que la principal cosa en que los discípulos de Cristo son luz del mundo es en el vivir cristiano, imitando á Cristo, porque á este vivir entiendo que llama buenas obras, las cuales son luz del mundo en cuanto en ellas ven los hombres á Cristo. Las obras, en que puede haber fingimiento, quiero decir, que pueden estar sin fe y sin caridad, no son luz del mundo ni aún cuando son hechas de discípulos de Cristo, porque por la imitacion de Cristo son luz del mundo. Añadiendo Cristo «y glorifiquen á vuestro padre» etc. enseña que el intento que sus discípulos deben tener siendo luz del mundo es la gloria de Dios y no la propia gloria.

    Es bien verdad que el verdadero discípulo de Cristo no puede pretender en sus cosas sino la gloria de Dios, porque esto aprende en la escuela de Cristo el cual atendio á ilustrar la gloria del padre, remitiendo al padre la ilustracion de su propia gloria. Los que buscan sus propias glorias no son discípulos de Cristo, no son entrados en la escuela de Cristo. Aquello «no se puede esconder» etc., lo entiendo así que, así como la candela puesta sobre el candelero se deja ver de todos los que entran en la cámara, así la ciudad puesta sobre un monte se deja ver de todos los que pasan por allí, y los que son discípulos de Cristo han de conocer que son luz del mundo y que por tanto les pertenece hacer oficio de candela sobre candelero y de ciudad sobre monte, dejándose ver platicar y conversar. Los que no lo hacen así, ó no conocen su dignidad ó se dejan vencer de su pusilanimidad.

         No penseis que soy venido á romper la ley ó los profetas, porque no soy venido á romper sino á cumplir. Porque os certifico que hasta que pase el cielo y la tierra, una jota ó un ápice no pasará de la ley hasta que todo sea hecho. Por tanto cualquiera que romperá uno de estos mandamientos pequeños y enseñará así á los hombres, pequeño será llamado en el reino de los cielos, y el que hará y enseñará, este será llamado grande en el reino de los cielos.

    Habiendo Cristo dicho á sus discípulos la opinion que debian tener del reino de los cielos y la opinion que debian tener de sí mismos en cuanto eran sus discípulos, les viene á decir el respeto que queria que tuviesen á la ley y á los profetas miéntras él vivia entre ellos, y así les dice: «No penseis que soy,» etc., como si dijese: y aunque me veis predicar y enseñar cosas diferentes de las que entendeis en la ley y en los profetas, no penseis que yo sea venido á vivir contrario á ella ó á ellos y á enseñar contra ella y contra ellos, porque os engañareis muy mucho, porque es así que antes yo tengo de guardar y de cumplir á ella y á ellos, siendo esto certísimo que más presto seria posible que el cielo y que la tierra dejasen de ser que no que la ley viniese á ser abrogada, ántes de ser guardado y cumplido todo lo que está figurado en ella y todo lo que está mandado en ella.

    Por tanto quiero que sepais que cualquiera de vosotros, que, viviendo yo, romperá el menor mandamiento de la ley y enseñará á otros á romperlo con achaque de la predicacion de la cercana venida del reino de los cielos, no tendrá parte en el reino de los cielos, y por el contrario el que guardará la ley y enseñara á otros que la guarden, este tendrá gran parte en el reino de los cielos.

    Así entiendo todas estas palabras de Cristo. Porque decir que con estas palabras pretendió Cristo dar autoridad á la ley más que por el tiempo que él vivia, no se sufre, porque vemos la experiencia en contrario, pues es así que con la venida del espíritu santo cesaron la ley y los profetas, sucediendo en su lugar el espíritu santo, el cual hace interiormente en el pueblo de Dios, que es todo espiritual, lo que hacian exteriormente la ley y los profetas en el pueblo de Dios cuando era exterior. De donde ha resultado que, si bien David hallaba en la ley de Dios el sabor que muestra en el salmo 118, (31) San Pedro hallaba en la misma graveza y pesadumbre, como consta Act. 15. (32) Y aquí entiendo que los que, aplicando sus ánimos á Dios, hallan gusto y sabor en la ley y en los profetas, no tienen aún espíritu cristiano, no son aún llegados adonde era llegado San Pedro, estándose todavía adonde estaba David.

    Tampoco se sufre decir que entiende Cristo solamente del cumplimiento de lo figurado en la ley, porque no cuadra aquello «por tanto cualquiera que romperá,» etc, y considerando esto, me afirmo en la inteligencia que he puesto. Con tanto que se entienda que cumplió Cristo la ley en cuanto la guardó absolutísimamente sin contravenir por todo el tiempo de su vida á la más mínima parte de ella, cosa que hasta él ninguno la habia hecho, y así la ley nunca habia sido guardada, y, como dice aquí Cristo, era necesario que fuese guardada antes de ser abrogada; y cumplió tambien Cristo la ley en cuanto fueron cumplidas en él todas las figuras de la ley, y no debia ser abrogada la ley hasta que en Cristo fuese cumplido lo figurado en ella.

    De manera que la ley fué cumplida por Cristo y fué cumplida en Cristo, y despues cesó y fué abrogada, habiendo llegado al fin para que fué dada. Fué dada para que sirviese de pedagogo en el pueblo de Dios, como dice San Pablo Gal. 3, (33) miéntras el pueblo era niño, y cesó y fué abrogada luego que el pueblo de Dios dejó de ser niño, teniendo cada uno de los que pertenecen al pueblo de Dios, dentro de sí al espíritu santo, el cual lo mantiene en la obediencia de Dios. Los que no tienen al espíritu santo, espíritu cristiano, no pertenecen al pueblo de Dios, porque, como dice San Pablo, «Si quis spiritum Christi non habet, hic non est ejus,» Rom. 8 (34); y es así con efecto que en los que aceptan la gracia del evangelio, siendo el espíritu cristiano eficaz en ellos, cesa todo respeto de ley, viven bien conforme á lo que manda la ley cuanto á las costumbres, pero su intento no es cumplir la ley, porque harian lo mismo aunque nunca hubiese habido ley, sino seguir el gobierno del espíritu santo que mora en ellos, el cual los inclina por la regeneracion y renovacion que hace en ellos á vivir no ya como hijos de Adam sino como hijos de Dios, imitando al primogénito y unigénito hijo de Dios, Jesu-Cristo nuestro señor.

    Cuanto á la letra, lo mismo es romper que abrogar y que quebrantar. Aquello «hasta que pase» es manera de hablar hebrea, y aquello «una jota ó un ápice» está dicho por encarecimiento. Lo mismo es «hasta que todo sea hecho» que: hasta que todo lo que contienen la ley y los profetas, sea cumplido y sea guardado. Diciendo «pequeño será llamado,» entiende: no tendrá nombre ninguno; de esta manera de hablar usa, algunas veces Cristo, como en aquello «serán los primeros postreros,» etc., entendiendo que serán del todo excluidos, y como en aquello «los publicanos y las meretrices os precederán en el reino de los cielos,» adonde entiendo que los publicanos y las meretrices estarán en el reino y que los pontífices y ancianos del pueblo serán excluidos de él. Y diciendo «será llamado grande» entiende: tendrá gran nombre. Cuanto á las causas porque ordenó Dios que Cristo viviese sujeto á la ley y porque quiso Cristo que, viviendo él, fuese guardada la ley, me remito á lo que he dicho en un discurso sobre la abrogacion de la ley.

         Dígoos de verdad que, si vuestra justicia no sobrepujará á la de los escribas y Fariseos, no entrareis en el reino de los cielos.

    Habiendo dicho Cristo á sus discípulos la calidad del reino de los cielos que el predicaba y la dignidad de los que son hijos del reino, y habiéndoles declarado lo que pertenecia á la observacion de la ley, miéntras él vivia corporalmente con ellos, viene á declararles en qué manera conviene que vivan los que aceptando el evangelio entran en el reino de los cielos, y así dice: «Dígoos de verdad que si vuestra justicia,» etc., como si dijese: y no penseis que, venido el reino de los cielos, ya abrogada la ley, os ha de ser lícito vivir segun los deseos carnales y sensuales, porque os hago saber que, si vuestra justicia, vuestra puridad de vida no será mayor que es la de los escribas y Fariseos, la que ellos siguen y aprueban por la ley, no entrareis en el reino de los cielos.

    Esta entiendo que es la sentencia de estas palabras, en las cuales y en todas las que se siguen en todos estos tres capítulos, entiendo que pretendió Cristo proveer al inconveniente en que facilmente pudieran caer los que aceptaran la gracia del evangelio, diciendo: á nosotros nos es perdonado hecho y por hacer, la ley es abrogada, luego bien podemos vivir á placer, ejecutando todos nuestros deseos carnales y sensuales, -como con efecto consta que cayeron muchos en aquel principio y que han caido de mano en mano los que han aceptado el evangelio sin ser inspirados por espíritu santo.

    Proveyendo pues Cristo á este inconveniente, muestra en estos capítulos la puridad con que pertenece vivir á los que entran en el reino de los cielos, aceptando la gracia del evangelio, y así entendemos que entonces nuestra justicia, con que entramos en el reino de los cielos, sobrepuja á la justicia de los escribas y Fariseos, que es la justicia de la ley, cuando aceptando nosotros la gracia del evangelio nos resolvemos en desear y procurar reducirnos á vivir en todo y por todo conforme á la doctrina que aquí nos enseña Cristo, en la cual consiste el deber de la regeneracion cristiana, el cual deber sobrepuja en gran manera al deber de la regeneracion humana, en el cual esta fundada la ley. Y así va Cristo cotejando ó parangonando el un deber con el otro, como si á diez villanos, que fuesen aceptados por hijos del emperador, les fuese propuesto el deber de hijos, cotejándoselo con el deber de villanos.

    Adonde, si dirá uno que de esta manera es más dura la sujecion del evangelio que la de la ley, le responderé que es más dura sin comparacion ninguna para los que del evangelio hacen ley, pretendiendo justificarse por la observacion de la doctrina del vivir cristiano, así como seria más duro á los diez villanos el guardar el deber de hijos que el de villanos, cuando pretendiesen por su vivir como hijos venir á ser hijos, y que seria y es más blanda y más suave á los que se aplican á vivir segun el deber del evangelio, no por ser justos sino porque son justos, no por ser hijos sino porque son hijos, porque es así que el conocerse justos y tenerse por hijos mortifica y mata en ellos de tal manera los efectos y apetitos de la carne que, viniendo á ser señores de sí mismos por la libertad del ánimo, no sienten la sujecion de la carne, ántes huelgan y tienen por gloria tenerla sujeta.

    Y hay otra cosa más: que el deber de la ley acusa y condena á los que, estando sujetos á ella, no lo guardan con el ánimo y con el cuerpo, y el deber del evangelio ni acusa ni condena á ninguno, contentándose con que el hombre se aplique con el ánimo á él y procure de reducir su carne á el. Que esto sea así consta por lo que trata San Pablo Rom. 7 y al principio del 8, adonde, habiendo puesto la contradiccion que los que nos conocemos muertos en Cristo, nos (35) hallamos en nuestra carne, queriéndola mortificar, concluye que lo, que en este medio faltamos, no nos es imputado á condenacion.

    De aquí se colige que á los que aceptando el evangelio entran en el reino de los cielos les pertenece aplicarse á vivir con la puridad que aquí enseña Cristo, pretendiendo guardar el decoro de hijos del reino, á los cuales pertenece vivir no segun el deber de la generacion humana, porque ya, cuanto á esta son muertos y enterrados por la incorporacion en la muerte de Cristo, sino segun el deber de la regeneracion cristiana, porque, cuanto á esta, son resucitados y vivos por la incorporacion en la resurreccion de Cristo, la cual haciéndolos hijos de Dios, amorosamente los obliga al deber de hijos de Dios, disimulando con ellos lo que por flaqueza ó por descuido hacen contra este deber.

    En esto me he así dilatado por abrir el camino para la inteligencia de esta doctrina de Cristo á fin que los licenciosos sepan que no están en el reino de Dios, porque, si estuviesen, no serian licenciosos, y á fin que los que son aún flacos y enfermos, se aseguren, ciertos que por sus flaquezas ni por sus enfermedades no son privados del reino ni de la dignidad de hijos, aplicándose ellos á sanar de las enfermedades y así á ser fuertes y gallardos, para lo cual les será buen expediente descuidarse de si mismos, tomando un continuo cuidado de Dios, no olvidándose jamás que son hijos de Dios y que están en el reino de Dios. Aquí se ha de entender que nombra Cristo á los escribas y á los Fariseos como á las personas que entónces eran tenidas por más santas, por mas observadoras de la ley.

         Ya habeis oido que fué dicho á los antiguo: No matarás, y el que matará será digno de juicio. Yo empero os digo que todo aquel que se airará contra su hermano, será digno de juicio, y el que dirá á su hermano raca, será digno de concilio, y el que le dirá bobo, será digno del fuego del infierno. Por tanto, si ofrecerás tu don al altar y allí te acordarás que tu hermano tiene algo contra tí, deja allí tu don delante el altar y vé, primero reconcíliate con tu hermano y entonces ven y ofrece tu don. Conciértate con tu adversario presto mientras estás en el camino con él, porque el adversario no te entregue al juez y el juez te entregue al ministro y seas echado en la cárcel. Dígote de verdad, no saldrás de allí hasta que pagues el postrer cuadrante.

    Comenzando Cristo á poner la diferencia entre el deber de la ley por la generacion humana, y el deber del evangelio por la regeneracion cristiana, el que han de atender á guardar los que aceptan la gracia del evangelio, dando con su vivir cristiano testimonio de su fé cristiana, dice «ya habeis oido que fué dicho» etc., como si dijese: la ley, siguiendo el deber de la generacion, prohibe el homicidio amenazando á los homicidas, y por tanto los escribas y los Fariseos se tienen por justos no matando, y tienen por justos á los que no matan, y el evangelio por el deber de la regeneracion prohibe todo afecto de ira y de rencor contra cualquier hombre del mundo, queriendo que el regenerado no venga á ofender á ninguno ni aun con una señal exterior, porque aun las señales exteriores de menosprecio, siendo indignas de hijos de Dios, son dignas de castigo delante de Dios. Por tanto vosotros procurad de quitar y apartar todas las ocasiones que os pueden hacer desmandar contra las personas y así venir á ofenderlas.

    Esta entiendo que es la sentencia de estas palabras de Cristo, por las cuales muestra que su intento es que los que son sus discípulos, los que son regenerados por su evangelio, vivan en el mundo con la mansedumbre con que él vivió, como ovejas entre lobos. Y hase siempre de replicar que Cristo se contenta en los suyos con el afecto, disimulando lo que por flaqueza ofenden con efecto.

    Cuanto á las particularidades de la letra, se ha de advertir que iguala Cristo á la ira con el homicidio; diciendo que todos dos son dignos de juicio, entiende de ser juzgados como prevaricadores. Por «concilio» el vocablo griego significa el lugar adonde es pronunciada la sentencia, y parece que significa mas que juicio, así como el fuego del infierno es más que el concilio. Va Cristo encareciendo la cosa por desarraigarla de nuestros ánimos, conociendo que la ira y el ódio nos son naturales, y así igualando á la ira con el homicidio le pone el juicio como seria decir la pesquisa. Al «raca,» que es vocablo de menosprecio y significa vano ó vanidad, pone el concilio como seria decir la sentencia, y al bobo pone el fuego del infierno, como seria decir la ejecucion de la sentencia. Por este rigor entiendo que han de pasar todos los que partirán de la presente vida sin Cristo.

    Diciendo Cristo, «por tanto si ofrecerás» etc., entiendo que á los que estamos en la regeneracion cristiana pertenece estar tan sobre nosotros para quitar toda ocasion de ira y de ódio de nuestros corazones que, acordándonos que habemos ofendido á alguna persona cristiana, á algun hermano, á la hora dejemos todas las cosas por santas que sean, y vamos á reconciliarnos con el hermano ofendido. Adonde se ha de advertir que, porque en el tiempo en que Cristo dijo estas palabras, la más santa ocupacion en que el hombre podia estar, era ofreciendo su ofrenda al altar, usó de esto por encarecimiento, nosotros en este tiempo diremos así: si estarás oyendo la predicacion del evangelio ó la doctrina del vivir cristiano, ó estarás para recibir el santo sacramento, déjalo todo y ve á reconciliarte con tu hermano, porque estas son las ocupaciones mas santas en que un cristiano puede estar.

    Diciendo Cristo «conciértate con tu adversario» etc., nos avisa que para ser libres de ira y de ódio atajemos todas maneras de litigios con todos los hombres, concertandonos con ellos por no venir á los inconvenientes á que se viene por las cosas semejantes. Aquello «porque el adversario» etc. está dicho como por inconveniente del litigar; y adonde dice «conciértate» el vocablo griego significa: sé benévolo, y es lo mismo que: conciértate. Por ministro entiende ejecutor; y cuadrante es lo mismo que meaja. Cuanto al litigar ó pleitear, me remito á lo que he dicho: 1 Cor. 6., adonde pone San Pablo, como seria decir, en práctica lo que aquí pone Cristo, como seria decir, en teórica. Aquí se ha de considerar que el que no estará resolvido con el mundo para guardar el deber de la regeneracion cristiana, no se podrá reducirse á irse á reconciliar con su hermano ni á concertarse con su adversario, porque tendrá respeto á no prejudicar á su honra, la que tiene por generacion humana.

         Ya habeis oido que fué dicho á los antiguos: No cometerás adulterio. Yo empero os digo que todo hombre, que mira á la mujer para codiciarla, ya en su corazon ha cometido adulterio con ella. Por tanto, si tu ojo derecho te escandaliza, sácatelo y échalo de tí porque mejor te está que perezca uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea echado en el infierno. Y si tu mano derecha te escandaliza, córtatela y échala de tí, porque mejor te está que perezca uno de tus miembros que no que todo tu cuerpo sea echado en el infierno.

    Prosiguiendo Cristo en poner la diferencia entre el deber de la ley fundado en la generacion humana y el deber del evangelio fundado en la regeneracion cristiana, el cual pertenece á los regenerados, dice: «ya habeis oido que fué dicho» etc. como si dijese: la ley, siguiendo el deber de la generacion, prohibe el adulterio y por tanto los escribas y los Fariseos se tienen por justos, porque no adulteran, y tienen por justos á los que no adulteran; y, porque el evangelio, siguiendo el deber de la regeneracion, prohibe todo afecto carnal, os digo que no os contenteis de no adulterar con el efecto, reduciéndoos á no adulterar con el afecto, quitando y apartando de vosotros todas las cosas que os pueden conducir al adulterio, en tanto que tengais por menor inconveniente sacaros los ojos y cortaros las manos, que dejaros conducir al adulterio, al que es en efecto ni al que es en afecto. Así entiendo estas palabras, y entiendo que, aunque Cristo nombra el adulterio solamente, entiende toda simple fornicacion, la cual como quiera que sea es contrarísima al espíritu, y es indignísima de personas cristianas. Y cuanto á esto, me remito á lo que he dicho 1ª Cor. 6.

    Aquello «por tanto si tu ojo» etc. entiendo que esta dicho por consejo ó por remedio contra el afecto del adulterio, y aquello «si tu mano derecha» etc. entiendo que está dicho contra el efecto del mismo. Adonde se ha de advertir que es esta una manera de hablar, en la cual por ojo derecho entiende Cristo todas las cosas que nos pueden conducir al afecto, y por mano derecha todas las que nos pueden conducir al efecto, de las cuales cosas conviene que nos privemos por más caras y por más provechosas que nos sean; y que no se haya de entender así á la letra consta por esto que, aunque yo me cortase las manos y me sacase los ojos, no entraria en la vida eterna sin manos ni sin ojos, y por esto que, aunque yo me sacase los ojos, no me privaria del afecto de adulterio, el cual podria entrar por los oidos, y aunque me cortase las manos, no me privaria del efecto.

    A que diré esto, que la mejor medicina contra todo afecto de carne es que el hombre se acuerde y tenga siempre en su memoria el deber de la regeneracion cristiana, acordándose que como miembro de Cristo murió en la cruz con Cristo, que, matando Cristo en la cruz su carne, mató la carne de todos los que somos sus miembros. El que no estará resolvido consigo mismo, determinado en guardar el deber de la regeneracion cristiana, no se podrá jamás reducir á lo que aquí aconseja Cristo, porque en el tal la carne hará su oficio y, no pudiéndose reducir al consejo, tampoco se reducira á no cometer adulterio á lo menos con el afecto y estara á peligro de caer en el efecto. Diciendo «te escandaliza», entiende: te hace tropezar y caer.

         Tambien fué dicho: El que dejará á su mujer déle carta de quitacion. Yo empero os digo, que cualquiera que dejará á su mujer, no siendo por causa de adulterio, la hace ser adultera, y cualquiera que se casará con la dejada comete adulterio.

    Porque Cristo en el capítulo 19 habla más particularmente del matrimonio, me reservo para allí, bien que he dicho mi parecer 1 Cor. 7, adonde está la práctica de esta teórica. Lo que declara aquí Cristo es, que el hombre ha de perseverar en el matrimonio con la mujer que tomará, no dejándola sino en caso de adulterio, y que el hombre que se casará con la mujer dejada cometerá adulterio. Si entiende de la dejada por adulterio ó no, me remito á los que más saben. El que querrá entender en qué manera pasaba esto del divorcio en tiempo de la ley, podrá leer en el Deut. cap. 24. «Carta de quitacion» es lo mismo que libello de repudio. A todo hombre cristiano que se casa, pertenece mirar muy bien la compañía que toma, cierto que solo la muerte lo puede apartar de ella. Es intemperancia tomarla sin consideracion, y es inconstancia dejarla sin demasiada causa.

         Más habeis oido que fué dicho á los antiguos: No perjurarás, pero darás al Señor tus juramentos. Yo empero os digo: No jureis de ninguna manera, ni por el cielo, porque es el trono de Dios, ni por la tierra, porque es el banquillo de sus piés, ni por Jerusalem, porque es ciudad del grande rey; ni jurarás por tu cabeza, pues no puedes hacer un cabello blanco ó negro. Será, pues vuestra palabra: sí sí, no no, y lo demas de estos de mala parte es.

    Continuando Cristo su intento de mostrarla diferencia entre el deber de la ley por la generacion humana y el del evangelio por la regeneracion cristiana, dice «más habeis oido» etc., entendiendo: porque la ley siguiendo el deber de la generacion no prohibe el jurar sino el perjurar, los escribas y Fariseos se tienen por justos cuando no se perjuran, teniendo por justos á los que no se perjuran, y, porque el evangelio siguiendo el deber de la regeneracion no quiere que el regenerado jure de ninguna manera, os aviso yo que no jureis de ninguna manera ni por ninguna cosa, reduciéndoos á un simple sí para afirmar y á un simple no para negar, porque os hago saber que todo lo que á esto se añade, sale y procede de ánimo no mortificado, que no siente ni conoce el deber de la regeneracion. Esta entiendo que es la sentencia de estas palabras.

    Y viniendo á la particularidad de ellas, se ha de entender que, diciendo la ley «no perjurarás,» entendia que, cuando el hombre prometiese alguna cosa con juramento, en cuanto parecia que jurando la prometia á Dios, la cumpliese, porque no cumpliendola venia á ser perjuro. Con esto se entiende aquello «pero darás al Señor tus juramentos.» Lo mismo es «no perjurarás» que lo que dice el segundo mandamiento de la ley: «no tomarás el nombre del Señor Dios tuyo en vano.» Diciendo Cristo «no jureis,» escluye el perjurar y prohibe el jurar, y entiende que, pues el cielo es de Dios y no nuestro, y la tierra es de Dios y no nuestra, y Jerusalem es de Dios y no nuestra, y en nuestras cabezas no podemos hacer lo que queremos, no es bien que juremos por cosa ninguna de ellas. Diciendo «será vuestra palabra,» entiende: será vuestro afirmar y vuestro negar. Y diciendo «y lo demas de esto,» entiende lo que se añade á este sí y á este no. Muchos escriben muchas cosas, pretendiendo declarar estas palabras de Cristo, limitándolos y poniendo casos en los cuales es lícito al cristiano jurar: yo me contento con decir esto: que, porque leo que San Pablo, deseando ser creido, juró algunas veces como consta Rom. 1; 2ª Cor. 11 y Gal. 1, (36) y teniendo por cierto que el espíritu de Cristo hablaba en San Pablo, el cual espíritu no se aparta jamás del deber de la regeneracion cristiana, pienso así que en todo juramento que el hombre hace por su voluntad, no siendo constreñido á ello, se aparta del deber de la regeneracion cristiana. De manera que entónces es lícito al cristiano jurar, cuando es constreñido por los hombres y cuando es inspirado por Dios, como fué inspirado San Pablo. El hombre que no estará resolvido con el mundo para guardar el deber de la regeneracion cristiana, no se reducirá jamás á esta puridad, porque el respeto de la honra del mundo lo constreñirá á jurar, deseando ser creido en lo que afirmará.

         Ya habeis oido que fué dicho: Ojo por ojo y diente por diente. Yo empero os digo: no resistais al mal, ántes, si alguno te dará una bofetada en tu carrillo derecho, vuelve el otro, y al que te querrá llevar en juicio y tomarte tu capa, déjale tambien el sayo, y si alguno te alquilará para una milla, vé con él dos. Al que te demandará, dále, y al que querrá alguna cosa prestada de tí, no se la niegues.


    Prosiguiendo Cristo en poner la diferencia entre el deber de la ley por la generacion humana y el del evangelio por la regeneracion cristiana, dice «ya habeis oido que fué dicho» etc., como si dijese: porque la ley, siguiendo el deber de la generacion, quiere al que sacará á otro un ojo, le quebrará un diente etc., le sea sacado un ojo o un diente etc., los escribas y los Fariseos se tienen por justos, viviendo conforme á esto, y tienen por justos á los que hacen lo mismo; y porque el evangelio, siguiendo el deber de la regeneracion, quiere que el regenerado viva como muerto en la presente vida, os aviso yo que atendais á estar tan mortificados al ambicion y al interes que no hagais resistencia alguna al que os tratara mal, tanto que, si os será dada una bofetada en el un carrillo, no halleis resistencia en vosotros para parar el otro carrillo, para que os sea dada otra, y que si otro querrá litigar con vosotros la capa, tengais tan perdida el afeccion á todas estas cosas corporales que no tengais en nada dejarle tambien el sayo, y que, si otro os pagará porque le sirvais en uno, esteis tan libres de todo interes que, siendo necesario, le sirvais en dos, y que, si otro os demandara algo de lo que teneis, no se os haga de mal dárselo y que, si otro os demandará alguna cosa prestada, holgueis de prestársela.

    Así entiendo todas estas palabras de Cristo. Entiendo que su intento es decir que al cristiano regenerado pertenece vivir tan como muerto á la honra del mundo, que no se resienta siendo injuriado, y tan desenamorado de todas las cosas del mundo, estando resoluto consigo mismo, que no haga resistencia al que se las querrá quitar ó tomar por fuerza ó por grado.

    Y viniendo al particular de las palabras, entiendo que, diciendo la ley «ojo por ojo» etc., entendia que al que sacase un ojo, le fuese sacado otro etc. Si esto lo habian de hacer los jueces de su oficio sin querella de la parte ó si era necesaria la querella de la parte, siendo lícito al hebreo ir á demandar aquella justicia, yo no lo sé; entiendo bien por estas palabras de Cristo que entre los hebreos era tenido por cosa lícita demandar venganza conforme á la ley en presencia de los jueces. Diciendo «no resistais al mal,» entiende: no hagais resistencia al que os querrá maltratar, y añadiendo «antes si alguno te dará,» entiende: aparéjate á recibir más presto la segunda injuria que á vengar la primera. De manera que no entienda, que el parar el otro carrillo sea así á la letra; que esto sea así, consta por esto que ni Cristo lo hizo así en presencia de Caifás (37) ni su apóstol San Pablo lo hizo así en presencia de Ananías (38), pero el uno y el otro guardaron bien el no hacer resistencia ni el defenderse de los que los abofeteaban y maltrataban.

    Aquello «y al que te querrá llevar» etc. es casi lo mismo que ha dicho arriba del concertarse el hombre con su adversario, sino que esta es mayor perfeccion que aquella, en cuanto quiere Cristo que esté yo tan desaficionado á mi capa que no solamente no la defienda de él que me la querrá quitar por fuerza en juicio, pero que, siendo necesario, le deje tambien el sayo, estando tan bien desaficionado de él, antes que venir en competencia ni en juicio; lo que es de la capa y del sayo, es de todas las otras cosas. Diciendo «y si alguno te alquilará» etc., quiere que seamos así liberales del propio trabajo y sudor, estando desenamorados de nosotros mismos como de la hacienda. Aquello «el que demandará» etc. con aquello «al que querrá alguna cosa» etc. pertenece al ser liberales de lo que tenemos, aún cuando podriamos dejar de serlo.

    Aquí consta mucho mejor que en ninguna de las otras partes, que el hombre que no estará revolvido con el mundo cuanto al ambicion, y consigo mismo cuanto á la propia satisfaccion, para guardar el decoro de la regeneracion cristiana, será imposible á toda imposibilidad reducirse en poco ni en mucho á este vivir cristiano, no solamente al efecto, pero ni aún al afecto, porque luego reclamará, la honra del mundo y luego dará voces la sensualidad. De manera que es necesarísimo al hombre, que entra en el reino de los cielos aceptando la gracia del evangelio, para vivir segun el deber de la regeneracion cristiana, estar bien atento á todas estas palabras de Cristo, las cuales todas tienen intento á este deber.

    Y cuanto á las limitaciones con que muchos las limitan, me remito á los que aciertan, yo para mí tomo sola esta limitacion que, deseando y procurando con la gracia y con el favor de Dios reducirme á lo que aquí entiendo que Cristo quiere de mí, me tendré por imperfecto mientras no lo conoceré en mí, y estaré cierto que Dios no me pone en cuenta mi imperfeccion, porque no me considera á mí por mí sino por Cristo, no alegándole yo mi propia justicia sino la justicia de Cristo, en el cual me conozco y siento muerto y resucitado, vivificado y glorificado, y doy infinitas gracias á Dios que me ha dado este conocimiento y este sentimiento y le suplico me lo acreciente, acrecentando en mí la fé y el espíritu.

         Ya habeis oido que fué dicho: amarás á tu prójimo y aborrecerás á tu enemigo. Yo empero os digo: Amad á vuestros enemigos, decid bien de los que os maldicen, haced bien á los que os aborrecen, y orad por los que os oprimen y persiguen, para que seais hijos de vuestro padre el que está en los cielos, que hace que nazca su sol sobre malos y buenos y llueve sobre justos e injustos. Porque si amareis á los que os aman ¿que premio tendreis? ¿cómo y los publicanos no hacen lo mismo? Y si solamente saludareis á vuestros hermanos ¿qué gran cosa haceis? ¿cómo y los publicanos no hacen así? Sed pues vosotros perfectos segun que vuestro padre el que está en los cielos es perfecto.

    Prosiguiendo Cristo en mostrar la diferencia entre el deber de la ley por la generacion humana y el del evangelio por la regeneracion cristiana, dice «ya habeis oido que fué dicho» etc., como si dijese: los escribas y Fariseos, porque no conocen por prójimos sino á solos los hebreos, se tienen por justos y tienen por justos á los que solamente aman á sus propios hebreos, aborreciendo á todos los que no son hebreos, porque la ley, siguiendo el deber de la generacion, dice «amarás á tu prójimo,» de lo cual infieren ellos que debe ser aborrecido el que no es prójimo, el que no es hebreo, y porque el evangelio, siguiendo el deber de la regeneracion, quiere que los regenerados vivan como hijos de Dios, imitando á Dios, os aviso que ameis á todos los hombres de cualquiera estado, ley ó condicion que sean, teniéndolos á todos por prójimos, aunque os sean enemigos y os hagan obras de enemigos aborreciéndoos, maldiciéndoos, oprimiéndoos y persiguiéndoos, porque haciéndolo así guardareis el decoro de hijos de Dios, siendo semejantes á él en cuanto, así como el envia su sol y su lluvia generalmente sobre todos los hombres, así vosotros hableis bien de todos, hagais bien á todos y rogueis á Dios por todos, no haciendo diferencia entre amigos y enemigos, pues Dios tampoco la hace.

    Y siendo vosotros hijos de Dios, no os habeis de contentar con ser perfectos de la manera que son perfectos los hijos de Adam aún los muy depravados, los cuales aman á los que los aman y saludan á los que les son hermanos, pero habeis de pretender, desear y procurar ser perfectos de la manera que vuestro padre es perfecto. El muestra su perfeccion, haciendo bien á los que, siendo impíos é infieles, le son enemigos; mostrad tambien vosotros vuestra perfeccion, haciendo bien á los que os son enemigos.

    Así entiendo todas estas palabras de Cristo, porque entiendo que en tiempo de la ley no era tenido por prójimo sino el hebreo, y Cristo en la parábola del otro que cayó en manos de ladrones declaró que todo hombre es prójimo. Y que aquello «aborrecerás á tu enemigo» era como una de las sentencias que aun entre nosotros, siendo humanas, vulgarmente son tenidas por divinas, como aquella «ordinata caritas incipit a se ipso.» (39) Y que diciendo Cristo «decid bien de los que» etc., declara que son nuestros enemigos los que nos maldicen, los que dicen mal de nosotros, nos aborrecen, nos oprimen y nos persiguen, y que nosotros habemos de mostrar el amor que les tenemos, hablando bien de ellos, haciéndoles buenas obras y rogando á Dios por ellos.

    Y entiendo que, diciendo Cristo «para que seais hijos» etc., nos convida á esta perfeccion con el deber de la regeneracion cristiana, como si dijese: si fuésedes hijos de Adam, como lo sois por la generacion humana, bastaria que fuésedes perfectos como lo son los otros hombres, pero, siendo como sois hijos de Dios por la regeneracion cristiana, no basta que seais perfectos como los otros hombres, porque conviene que seais perfectos como hijos de Dios, avergonzándoos que sean vistas en vosotros costumbres que no convengan á hijos de Dios, mucho más que se avergonzarian diez villanos zafios cuando, siendo tomados por hijos del emperador, se hallasen con costumbres que no conviniesen á hijos del emperador.

    Y aquí se ha de entender que todos los, que por la regeneracion cristiana nos conocemos hijos de Dios, habemos de pretender y procurar las costumbres que son propias de los que son hijos de Dios, aprendiéndolas del unigénito hijo de Dios Jesu Cristo, nuestro señor, y del mismo Dios, porque á los hijos pertenece ser muy semejantes á su padre. Y aquí cuadra bien una respuesta (40) que he escrito declarando en qué manera entiende San Pablo que los cristianos somos perfectos y que debemos atender á la perfeccion.

    El que considerará bien esta perfeccion que en todo este capítulo ha puesto Cristo, soy cierto que, viendo que no la puede alcanzar ni aún desear por sí, desconfiara de poder entrar en el reino de los cielos por su propia justicia, y soy tambien cierto que si, viniendo á esta desconfianza, aceptará y abrazará la justicia de Cristo que en el evangelio es ofrecida generalmente á todos los hombres, entrará con ella en el reino de los cielos y, resolviéndose con el mundo y consigo mismo, comenzará á desear esta perfeccion y comenzará á reducirse á ella. Y soy tambien cierto que segun que él se irá reduciendo á ella, así irá sintiendo en sí que está en el reino de los cielos, sintiéndose regenerado y sintiendo el regimiento y el gobierno del espíritu.

    Y tengo por certísimo que con el sentimiento de esta regeneracion y de este gobierno se irá reduciendo más y más y que, yéndose reduciendo más y más, irá deseando mas esta perfeccion, y, deseándola más, entrará más en el reino de los cielos, porque aceptará y abrazará con más fé y con mayor afeccion la gracia del evangelio, rogando á Dios continuamente que le acreciente la fé y el espíritu, corriendo tras Dios y tras Cristo aficionadísimamente, olvidado de todas las cosas de la vida presente y de sí el primero, acordándose solamente de Dios y principalmente del amor que le ha mostrado castigando á Cristo por lo que habia de castigar á el.

    De manera que ni el que está ajeno de Cristo se debe desesperar viendo que le es propuesta una tan alta perfeccion para entrar en el reino de los cielos, pues es así que lo, que no puede alcanzar por sí, lo alcanzará por Cristo, desconfiando de sí y confiando en Cristo, ni el que está incorporado en Cristo debe desconfiar teniéndose por ajeno de Cristo cuando se hallará fuera, de esta perfeccion, no guardando el decoro de hijo de Dios, hermano de Cristo, pues es así que, no considerándolo Dios á él por el sino por Cristo, no le pone en cuenta lo que falta al deber cristiano mientras el no se aparta con el ánimo de Cristo. Y al que querrá aprovechar mucho en este camino cristiano, comprehendiendo la perfeccion en que es comprehendido, le aconsejaré que piense lo menos que podrá en sí y en las cosas del mundo, y que piense lo más que podrá en Dios y en las cosas de Dios, en Cristo y en las cosas cristianas.

    En lo que Cristo ha dicho, cuanto al hablar y decir bien de los enemigos, podria dudar uno, diciendo que Cristo no lo hizo así con los escribas y Fariseos que le eran enemigos, como lo veremos en el capítulo 23, ni lo hizo así San Pablo con los falsos apóstoles que le eran enemigos, como consta en todas sus epístolas. Al cual se puede responder que Cristo decia mal de los escribas y Fariseos y que San Pablo decia mal de los falsos apóstoles, no con ánimo vindicativo, sino por quitarles el crédito que tenian con laa gentes con el cual las apartaban de Dios, de manera que Cristo decia mal de los unos, porque como enemigos de Dios apartaban á las gentes de Dios, y San Pablo decia mal de los otros, porque como enemigos de Cristo apartaban á las gentes de Cristo y del evangelio, llevándolas á Moisen y á la ley.

    Y si dirá: luego tambien puedo yo decir mal de los que me seran enemigos á mí porque son enemigos de Dios y de Cristo, le responderé que es más seguro no decir mal de ninguno, porque el ánimo humano es inclinadísimo á apasionarse y el cristiano debe ser libre de toda pasion, pero que debe decir mal de los que le serán así enemigos, cuando le parecerá que conviene así para la confirmacion de la verdad cristiana, estando sobre sí de manera que no se apasione, y mostrando en su decir mal mucha modestia y mucha mansedumbre, de manera que los que oyen, conozcan que no se deleita en aquel mal decir ni se apasiona en él.

    Tambien podia una persona cristiana desear saber la causa por que Cristo en todas las cosas que ha dicho en este capítulo, cotejando la perfeccion y justicia hebrea con la perfeccion y justicia cristiana, no ha tocado al primer mandamiento de la adoracion de Dios y amor de Dios ni al tercero de la santificacion del sábado ni cuarto del honrar al padre y á la madre, habiendo puesto ó tocado todos los otros mandamientos del decálogo.

    Y á la tal persona yo responderia así: cuanto el primer mandamiento que pertenece al culto y al amor divino, diria que no lo tocó Cristo porque la ley le da tanta perfeccion que no se le puede acrecentar mayor, hora sea en el Exod. cap. 20, adonde es mandada la adoracion, hora sea en el Deut. cap. 6, adonde es mandado el amor; cuanto al tercero mandamiento que pertenece á la santificacion del sábado, diría que no lo tocó Cristo porque esta su instraccion no pertenecia para el tiempo en que la decia, en el cual era guardado el sábado, sino para el tiempo del reino de Dios, en el cual no hay diferencia entre dia y dia, siendo al cristiano, todos los dias un contínuo sábado cuanto á la santificacion. Cuanto al cuarto mandamiento que pertenece al honrar al padre y á la madre, diria que no lo tocó Cristo, porque su intento no era instruirnos en el deber de la generacion humana, por el cual somos obligados al padre y á la madre, sino en el deber de la regeneracion cristiana, por el cual habemos de renunciar el deber de la generacion humana, de la manera que he dicho en una respuesta (41); diré bien aquí esto que, habiendo pretendido Cristo en todo este razonamiento como enseñarnos la via para reprimir y mortificar los afectos y los apetitos que nos son naturales, á fin que, mortificado lo que es natural, haya lugar para lo que es espiritual, y siendo natural al hombre el honrar y sustentar á sus padres, ni habia para qué hacer aquí mencion de ello ni se le pudiera añadir perfeccion sobre la que la ley le da.

    Esto es lo que al presente siento en este capítulo, y ruego á Dios me reduzca á término, que conozca yo en mí la perfeccion, que leyendo este capítulo, declarándolo y considerándolo, se me ha representado que me conviene tener para comprehender aquella perfeccion en que soy comprehendido por la aceptacion del evangelio ó incorporacion en mi Cristo.