El evangelio según San Mateo
declarado por Juan de Valdés


Traducido fielmente del griego en romance castellano y declarado según el sentido literal con muchas consideraciones sacadas de la letra, muy necesarias al vivir cristiano.
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Capítulo XXVIII

           Y á la tarde de los sábados que esclarece en uno de los sábados, vino María la Magdalena y la otra María á ver el sepulcro. Y hé aquí sobrevino un grande terremoto, porque el ángel del Señor bajando del cielo, allegándose trastornó la piedra de la puerta y estaba sentado sobre ella, y su vista era como el relámpago y su vestido blanco como la nieve, y de miedo de él temblaron los que lo guardaban y quedaron como muertos. Y respondiendo el ángel dijo á las mujeres: No temais vosotras. Sé bien que á Jesus el crucificado buscais. No está aquí, porque ha resucitado segun que dijo. Venid, ved el lugar adonde estaba puesto el señor, y presto partiéndoos decid á sus discípulos que ha resucitado de entre los muertos. Y catad que va ántes que vosotros á Galilea, allí lo vereis. Hé aquí os lo he dicho. Y salidas presto del monumento con temor y gozo grande corrieron á sus discípulos. Y como fuesen á notificarlo á sus discípulos, hé aquí que Jesus las encontró, diciendo: Avete. Y ellas allegándose le asieron los piés y lo adoraron. Entónces les dice Jesus: No temais. Id, notificad esto á mis hermanos para que vayan á Galilea y allí me verán.

    Habiendo contado San Mateo la muerte y la sepultura de Cristo, de las cuales dependen nuestra justificacion y mortificacion, en cuanto los, que aceptamos la gracia del evangelio, incorporados en Cristo gozamos de la justicia de Cristo, quiero decir, de la que fué ejecutada en Cristo, porque realmente y con efecto morimos y fuimos sepultados con Cristo (segun que particularmente lo he tratado en una respuesta,) (211), viene á contar la resurreccion de Cristo, de la cual depende nuestra vivificacion en la presente vida y nuestra resurreccion en la vida eterna, en cuanto es en nosotros lo que es en él.

    Adonde ha de considerar toda persona cristiana que, así como con sus desobediencias á Dios acrecentó el agonía de Cristo en su pasion (como lo he dicho en una consideracion (212)), así tambien con sus obediencias á Dios acrecentó el gozo de Cristo en su resurreccion, porque entiendo que, así como tuvo Cristo presente muriendo todas nuestras desobediencias, así tuvo tambien presentes resucitando todas nuestras obediencias, á fin que, así como las unas le habian acrecentado el agonía, así las otras le acrecentasen el gozo.

    El que querrá examinarse para ver si ha aceptado la gracia del evangelio con afecto de carne y sangre ó con afecto de espíritu santo por revelacion del padre eterno como San Pedro, mire bien si la muerte y si la resurreccion de Cristo han hecho sus efectos en él ó los han comenzado á hacer, mortificándolo y vivificándolo, aplicándolo á vivir en la presente vida como muerto y resucitado, porque los, que no están aplicados á esto, no sienten el beneficio de Cristo, no se conocen ni se sienten muertos con Cristo ni resucitados con Cristo. Aquí viene á propósito una consideracion (213) que he escrito sobre la resurreccion de Cristo.

    Para entender aquello «y á la tarde de los sábados» etc., basta saber que como nosotros decimos feria 2, feria 3 etc., los hebreos decian segundo de los sábados, tercero de los sábados etc., porque al primer dia de la semana llamaban sábado; con esto se entiende que estas santas mujeres fueron al sepulcro el domingo de mañana al reir del alba y que llama San Mateo «tarde de los sábados» á toda la noche del sábado, conforme á aquello: «factumque est vesper et mane dies unus,» Gén. 1 (214).

    Por los otros evangelistas se entiende que estas santas mujeres venian á ungir el cuerpo de Cristo, en la cual cosa, aunque mostraban en afeccion, mostraban tambien su poca fé, pues pensaron hallarlo en la sepultura, habiendo él prometido que al tercero dia resucitaria. Y puédese colegir de aquí lo que yo suelo decir que las personas cristianas son muchas veces movidas con un intento segun ellas y con otro segun el espíritu santo que las mueve. El intento con que estas santas mujeres se movieron fué ungir á Cristo, y el espíritu santo las movió con intento que viesen á Cristo resucitado. Y aquí entiendo que es buena señal cuando el hombre se mueve con un buen intento y le sale otro mejor, quiero decir que es señal que aquel mejor es de espíritu santo.

    Cuanto á aquello: «sobrevino un grande terremoto,» me acuerdo haber dicho sobre los salmos, que acostumbra Dios mover con terremotos la tierra en semejantes casos como los de la muerte y resurreccion de Cristo, por certificarnos que el mismo Dios, que, como seria decir, consiente la muerte de Cristo y resucita á Cristo, es el que crió todas las cosas, las rige y las gobierna como absoluto señor de todas ellas, á fin que, certificados de esto los que nos sentimos incorporados en Cristo para la aceptacion de la gracia del Evangelio, estemos seguros en los prometimientos de Cristo, fundando nuestra seguridad en la providencia y omnipotencia de Dios; y es verdaderamente grandísima satisfaccion y gloria interior al verdadero cristiano, saber cierto que es favorecido, amado y querido del que tiene en su mano á todas las criaturas, de las cuales es en todo y por todo obedecido; á mí tanto esta consideracion me da la vida.

    Cuanto al bajar del cielo el ángel y al mostrarse resplandeciente y claro en su presencia y en sus vestidos, me remito á lo que dicen los que hablan con alguna experiencia, porque yo no tengo ninguna y así no puedo decir sino lo que dicen otros. Aquello «y respondiendo el ángel» etc., es segun el hablar de la santa escritura, la cual parece que entiende que se responde no á lo que se pregunta sino á lo que se querria ó deberia preguntar.

    Aquí se ha de considerar que los que guardaban el sepulcro eran hombres, y las que venian á ver el sepulcro eran mujeres; y estas estuvieron firmes y constantes, y los hombres temieron, temblaron y quedaron como muertos. Estos mismos efectos hacen siempre las obras de Dios, atemorizan y espantan á los hombres del mundo hasta hacerlos salir de sí, y consuelan y alegran á los hijos de Dios hasta trasformarlos en Dios. Aquello: «y catad que va ántes» etc., se ha de juntar con lo que acabada la cena prometió Cristo á sus discípulos, diciendo: «pero despues que habré resucitado, iré ántes que vosotros á Galilea.»

    Cuanto á las causas porque Cristo se quiso dejar ver de sus discípulos en Galilea y no en Jerusalem, como se dejó ver de las santas mujeres; me remito á lo que otros dicen, no bastándome á mí el ánimo á hablar por conjetura en las cosas en que no puedo hablar con alguna evidencia, ó experiencia. En aquellas palabras del ángel: «Jesus el crucificado» es muy digno de consideracion que lo, que es ignominioso en presencia del mundo y de los hijos de Adam que siguen el juicio de la prudencia humana, es glorioso en presencia de Dios y de los hijos de Dios que siguen el juicio del espíritu santo; y por tanto el ángel de Dios hablando con las santas mujeres que eran hijas de Dios, llama á Cristo: Jesus el crucificado, dándole el título más honroso y más glorioso que como á hombre le pudo dar, en cuanto no venció Cristo resucitando sino muriendo.

    Esto lo sentia así San Pablo como hijo de Dios y por tanto no queria gloriarse sino en la cruz de Cristo (215) ni queria saber sino á Cristo crucificado (216), y siéntenlo tambien así los que, teniendo del espíritu que tuvo San Pablo, son hijos de Dios, pero unos lo sienten más y otros lo sienten ménos segun es más ó ménos eficaz en ellos la fé cristiana y el espíritu cristiano. Todos los otros hombres tienen por título ignominioso el de la cruz, porque por tal lo juzga y lo tiene la prudencia humana, si bien alaban y adoran la cruz de Cristo.

    Adonde entiendo que tienen por honrosa y gloriosa la cruz de Cristo los que están resueltos con el mundo y consigo mismos de tal manera que no se avergonzarian ni resentirian como hombres cuando fuese menester pasar por lo que pasó Cristo, y, si no están entera y perfectamente reducidos á esto, conocen que lo deben estar, desean reducirse á ello, y están aplicados á ello, atendiendo á la mortificacion de todo lo que tienen de Adam, con intento de reducirse á que les sea gloriosa y sabrosa la Cruz de Cristo, el padecer por gloria de Cristo, lo que padeció Cristo por gloria nuestra, deseosos de ser muy semejantes á Cristo en el estado de la pasibilidad y mortalidad por ser tambien muy semejantes á Cristo en el estado de la resurreccion y glorificacion.

    Los que no están reducidos á esto ó aplicados á esto, deseándolo y procurándolo, por mucho que alaben y que adoren con señales y demostraciones exteriores la cruz de Cristo, está claro que no son hijos de Dios, pues, teniendo por ignominiosa la cruz de Cristo, no queriendo por ninguna manera verla sobre sí, dan testimonio de sí que no siguen el juicio del espíritu santo que siguen los hijos de Dios, sino el de la prudencia humana que siguen los hijos de Adam; estos son los que adoran con el cuerpo y alaban con la boca la cruz de Cristo, y escupen con el ánimo y aborrecen con el corazon la misma cruz de Cristo, amando más la gloria de los hombres que la gloria de Dios y de Cristo. En aquello: «con temor y gozo grande» exprime bien el evangelista el efecto que hace un semejante caso áun en hombres. Lo que significa aquella palabra «avete,» lo he dicho en el cap. 26.

           Y partidas ellas, he aquí que algunos de la guarda, viniendo á la ciudad, notificaron á los príncipes de los sacerdotes todo lo que pasaba. Y ayuntados con los ancianos y tomando consejo, dieron harto dinero á los soldados, diciendo: Decid que sus discípulos viniendo de noche le hurtaron, estando vosotros durmiendo: y si vendrá esto á oidos del presidente, nosotros lo aplacaremos, y á vosotros os aseguraremos. Y ellos tomando el dinero, hicieron segun que eran enseñados. Y fué divulgada esta cosa acerca de los judíos hasta el dia de hoy.

    Considerando que de poner los pontífices hebreos sus guardas á la sepultura de Cristo y de corromper con dineros á las guardas para que negasen la verdad y afirmasen la falsedad, resultó que fué más ilustrada la gloria de la resurreccion de Cristo y fué más conocida la maldad y perversidad de los que lo habian hecho morir.

    Me place repetir aquí lo que al fin del capítulo precedente he dicho que por la misma vía, que la prudencia humana procura menoscabar y escurecer la gloria y dignidad de Cristo por ilustrar y engrandecer ella su ignominia y su indignidad, es engrandecida é ilustrada la gloria y la dignidad de Cristo y es menoscabada y escurecida la ignominia y la indignidad de la prudencia humana, como vemos que aconteció á estos pontífices hebreos y como sabemos que aconteció á los que persiguieron y mataron en tiempo de los mártires á los que confesaban á Cristo, y como consta que ha siempre acontecido y acontece á los que han procurado y procuran lo que procuraron los pontífices Hebreos.

    Adonde considerando yo que acontece á la prudencia humana con Cristo y con los que son miembros de Cristo lo mismo que le aconteció con el mismo Dios ántes de Cristo, como consta por el caso de Faraon, por el de Senacherib y por el de Nabucodonosor, veo un evidentísimo testimonio de la divinidad de Cristo.

    Habiendo considerado esto, y considerado por otra parte que, siempre que la prudencia humana sin espíritu santo procura y pretende ilustrar y engrandecer el nombre de Dios y de Cristo, los menoscaba y escurece por aquella misma vía que ella pretende y procura engrandecerlos é ilustrarlos, vengo á entender esto que las personas cristianas se deben entristecer cuando ven que los hombres del mundo procuran ilustrar y engrandecer la gloria de Cristo, teniendo por cierto que sale todo lo contrario, y se deben alegrar cuando vea que los mismos procuran menoscabar y escurecer la gloria de Cristo, sabiendo cierto que resultará todo lo contrario. Y aún entiendo que las mismas personas cristianas se deben entristecer siempre que conocerán que los hombres del mundo las quieren ilustrar y engrandecer, y se deben alegrar siempre que verán que los mismos las quieren oprimir y abatir, teniendo por cierto que sucederá todo lo contrario, de manera que tengan por afecto de carne el entristecerse por los malos tratamientos que les harán los hombres y el alegrarse por los buenos tratamientos, y tengan por afecto de espíritu el entristecerse por los buenos tratamientos y el alegrarse por los malos, como se alegraron los apóstoles cuando los judíos, queriendo encubrir la gloria de Cristo, los azotaron, mandándoles que no predicasen á Cristo.

    Tambien entiendo que á todo hombre pertenece estar sobre sí aún cuando se sentirá movido á engrandecer ó ilustrar la gloria de Cristo, sabiendo cierto que, si el movimiento es de carne, de prudencia humana, pensando engrandecerla é ilustrarla, la menoscabará y escurecerá. Es Dios tan celoso de su gloria que no quiere que sea ilustrada y engrandecida sino con su espíritu santo y por su espíritu santo.

    Aquello: «estando vosotros durmiendo» es bien de considerar, porque se les pudiera replicar: si dormisteis ¿cómo vísteis que los discípulos lo hurtaron? Por aquello: «hasta el dia de hoy» parece que San Mateo escribió esta historia algunos años despues de la resurreccion de Cristo, pero ántes de la destruccion de Jerusalem

           Y los once discípulos se fueron á Galilea al monte adonde les habia ordenado Jesus y como lo vieron lo adoraron, y ellos habian dudado. Y allegándose Jesus les habló diciendo: Dado me ha sido todo poder en el cielo y en la tierra. Yendo pues instruid á todas las gentes, bautizándolas en el nombre del padre y del hijo y del espíritu santo, enseñándoles guardar todo cuanto os he mandado á vosotros. Y catad que yo estoy con vosotros todos los dias hasta la fin del mundo.

    Habiendo puesto San Mateo por certificacion de la resurreccion de Cristo el testimonio de las santas mujeres y el de las guardas que guardaban el sepulcro, pone el de los once apóstoles que en Galilea vieron á Cristo resucitado en el propio lugar á donde él les habia certificado que lo verian, y pone las palabras que les dijo, ordenándoles que se fuesen á predicar el evangelio, á bautizar y á enseñar el vivir cristiano, certificándoles que él estaria perpétuamente con ellos sin apartarse nunca de ellos. Adonde hay tres cosas dignas de mucha consideracion.

    La primera, que los discípulos de Cristo habian dudado de la verdad de la resurreccion de Cristo con todo que él muchas veces se la habia profetizado y que las mujeres se la habian dicho, de donde colijo que el dudar no es indicio de infidelidad sino de flaqueza y enfermedad y por tanto no se deben tener por infieles los que dudan, aunque sea en las cosas de la fé, pero débense tener por flacos y enfermos y deben rogar afectuosamente á Dios, les haga sentir bien dentro de sus ánimos el beneficio de Cristo á fin que, creciendo en la fé, dejen la flaqueza y enfermedad y con ella el dudar. Yo tanto más me maravillo de los que no dudan que de los que dudan, tanto que tengo por sospechoso el nunca dudar si no es en los que han dudado, porque sé que el dudar, ántes el no creer es natural al hombre y el creer es sobrenatural, es don de Dios y no industria humana.

    La segunda, que de aquellas palabras de Cristo: «dado me ha sido todo poder en el cielo y en la tierra» podemos tomar parte del concepto que como cristianos debemos tener de Cristo; sobre lo cual he escrito una, consideracion (217), á la cual me remito, porque allí he dicho en qué manera entiendo que Cristo tiene en la tierra este absoluto poder; y cuanto á la manera como lo tiene en el cielo, me remito á la experiencia cuando hallándome allá lo conoceré y veré cara á cara. Cuanto á lo que aquí dudan algunos, diciendo, que siendo Cristo el verbo de Dios, hijo de Dios ¿qué necesidad habia que Dios le diese lo que él se tenia? se puede responder que dió Dios este absoluto poder á aquel Cristo hombre que murió, fué enterrado y resucitó, y en esta misma sentencia dice San Pablo. «proptor quod et Deus exaltavit illum» etc. Fil. 2 (218), ántes parece que entendió esto mismo Daniel adonde dice (219): «viendo ví en vision de noche y ved con las nubes del cielo como hijo de hombre venia y hasta antigüedad de dias llegaba y fué traido delante de él y dióle poder y gloria y reino, y todos pueblos, naciones y lenguas lo servirán; su poderío poder eterno y no será quitado y su reino no será corrompido.»

    Con estas palabras de Daniel cuadra tambien la respuesta de Cristo á Caifás que habemos visto en el capítulo 26. Notificando Cristo á sus discípulos este su poderío absoluto en el cielo y en la tierra, entiendo que pretendió que supiesen y que sepamos esta su omnipotencia á fin que se asegurasen y nos aseguremos que todas juntas las criaturas en el cielo, en la tierra y en los infiernos no son poderosas contra nosotros, mientras nosotros estamos en la escuela de Cristo, estando él con nosotros y nosotros con él, porque en él lo podemos todo, así como él lo pudo todo, esto lo entendia así San Pablo cuando dijo (220): «todo lo puedo en el que me hace poderoso.»

    La tercera cosa digna de consideracion que hay en estas palabras de Cristo es la manera como instruyó á sus discípulos, queriendo enviarlos á predicar, á bautizar y á enseñar.

    Adonde pueden aprender los que envian á predicar, á bautizar y á enseñar, que primero han de instruir á los que envian en el concepto que deben tener de Cristo, diciéndoles como tiene todo poder en el cielo y en la tierra, luego les han de decir el órden que han de guardar, y al último los han de certificar que siempre el espíritu de Cristo los acompañará por donde quiera que irán, á fin que, asegurados de esto, se descuiden de sí mismos, pasando todo su cuidado en el negocio á que son enviados. Pueden tambien aprender aquí los que interiormente son movidos á predicar el evangelio y á enseñar el vivir cristiano que lo primero que han de intimar á los hombres es el indulto y perdon general por la justicia de Dios ya ejecutada en Cristo, rogándoles de parte de Dios y de Cristo que, aceptando este indulto, se tengan por reconciliados con Dios, certificándolos que los que lo creen y se bautizan gozan de él.

    Esto lo entiendo en aquellas palabras: «yendo pues instruid á todas las gentes,» entendiendo que la instruccion es la propia intimacion del evangelio y que despues á los que, admitiendo la instruccion, aceptando la intimacion, se tendrán por reconciliados con Dios, los han de bautizar en el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo, certificándolos que son admitidos á la union con el padre, con el hijo y con el espíritu santo, á la que pueden tener como hombres que por la fé y el bautismo gozan del indulto y perdon general, los cuales son regenerados, mudan natura de la manera que he dicho en una respuesta. Esto lo entiendo en aquellas palabras: «bautizándolas en el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo.»

    Cuanto á la manera como entiendo que el bautismo, en virtud del pacto que consiste en la fé y en el bautismo, tiene parte en la justificacion, me remito á lo que he dicho en una respuesta, adonde he dicho tambien que los, que somos bautizados desde pequeños, entónces comenzamos á sentir en nosotros mismos el fruto del bautismo cuando, aceptando con el corazon por divina inspiracion la gracia del evangelio y aprobando el ser bautizados de tal manera que, cuando no fuéramos bautizados, nos bautizaríamos, nos resolvemos á vivir cristianamente, imitando á Cristo, poniendo fin á toda ambicion y propia satisfaccion.

    Pueden tambien aprender aquí los predicadores cristianos que á los que, habiendo aceptado la gracia del evangelio, habiendo sido bautizados ó habiendo aprobado el ser bautizados, han puesto fin á toda ambicion y propia satisfaccion, han de enseñar el vivir cristiano, poniéndoles delante todo lo que Cristo enseñó á sus discípulos, no como por ley sino como por una instruccion en el vivir cristiano á imitacion de Cristo, á fin que con su vivir cristiano confirmen su fé cristiana y den testimonio de su bautismo cristiano, mostrando con efecto que creen con el corazon y que se han bautizado, ó han aprobado el ser bautizados, porque han primero creido, porque han aceptado la gracia del evangelio.

    Esto lo entiendo en aquellas palabras: «enseñándoles guardar todo cuanto os he mandado á vosotros,» de manera que en estas palabras de Cristo los que son inspirados á predicar el evangelio y á enseñar el vivir cristiano aprenden que han de intimar el evangelio generalmente á todas las gentes y que no han de bautizar sino á los que han aceptado la gracia del evangelio y que no han de enseñar el vivir cristiano sino á los que, aceptando la gracia del evangelio, se bautizan ó aprueban el ser bautizados y poniendo fin á toda ambicion y propia satisfaccion se determinan vivir cristianamente, imitando á Cristo.

    Y esta propia órden consta que era guardada en la primitiva iglesia, despues duró mucho tiempo que no se daba el bautismo sino á los que estaban bien instruidos en la fé cristiana y en el vivir cristiano, pero los apóstoles, como consta por su historia, siguiendo esta órden de Cristo, luego bautizaban á los que creian, á los que aceptaban la gracia del evangelio, y parece que es necesario que se haga así, porque (como he dicho en una respuesta,) así como con el bautismo es ejercitada la fé de los que no son bautizados, pareciéndoles cosa de burla que por la fé y el bautismo sin otra observacion de ley vengan á gozar de la remision de pecados y reconciliacion con Dios por Cristo, así con el mismo bautismo es confirmada la fé de los que son bautizados, sirviéndoles el bautismo como de un arrimo con que se confirman en su fé cristiana, diciendo: si yo no creyera, no me bautizara ó no aprobara el ser bautizado, determinándome en vivir como bautizado, que es lo mismo que como muerto y resucitado, porque en el bautismo, como dice San Pablo, morimos y resucitamos con Cristo.

    Aquello: «y catad que yo estoy con vosotros» etc., entiendo que pertenece no solamente para los que predican el evangelio y enseñan el vivir cristiano, pero tambien para los que aceptan el evangelio y atienden al vivir cristiano, los cuales todos se pueden certificar que Cristo está y estará siempre con ellos sin apartarse nunca de ellos, y esta certificacion de la presencia de Cristo entiendo que hace dos efectos en nosotros, los que, habiendo aceptado el evangelio y aprobado el ser bautizados y habiendo puesto fin á toda ambicion y propia satisfaccion, atendemos á vivir cristianamente.

    El uno es que vivimos seguros contra todo el mal que todas juntas las criaturas nos pueden hacer, conociéndonos y sintiéndonos poderosos contra todas ellas por la presencia de Cristo, ciertos que no nos pueden empecer. Y el otro es que vivimos más sobre nosotros para no apartarnos jamás en poco ni en mucho del deber de personas cristianas, en las cuales está Cristo y estará hasta la fin del mundo.

    Los que no están ciertos de esta presencia de Cristo, viven en continuo temor, porque confian en sí y desconfian de Cristo y no viven cristianamente ni guardan el deber ni el decoro de personas cristianas; y por lo que conocen en sí, dicen y afirman que no hay santos en el mundo, no acordándose que confiesan que los hay, diciendo que creen «sanctorum communionem,» (221) y dicen y afirman que no puede el hombre ser cierto que está en gracia de Dios, no entendiendo que el evangelio no es otra cosa que una buena nueva que es intimada á los hombres, diciéndoles como Cristo los ha reconciliado con Dios, que lo crean y se bauticen y que gozarán de la reconciliacion, por donde se entiende que en tanto es uno cristiano, en cuanto está cierto que por Cristo está en gracia de Dios, estando reconciliado con Dios.

    Al cual doy infinitas gracias que me ha traido á la participacion de esta su divina gracia y me ha favorecido con su espíritu santo en la interpretacion de esta divinísima escritura de la vida y doctrina de su unigénito hijo Jesu-Cristo nuestro señor, para gloria del cual pretendo que sea dicho lo que he acertado á decir en esta interpretacion, pretendiendo que lo que he errado ó lo que no he acertado sea para mi propia vergüenza y confusion, siendo en esto conocido mi propio sér, el que tengo como hijo de Adam, y siendo en lo otro conocido el sér que tengo como hijo de Dios, incorporado por la fé y el bautismo en el unigénito hijo de Dios Jesu-Cristo nuestro señor, al cual con el padre y con el espíritu santo sea perpétua gloria. Amen.