El evangelio según San Mateo
declarado por Juan de Valdés


Traducido fielmente del griego en romance castellano y declarado según el sentido literal con muchas consideraciones sacadas de la letra, muy necesarias al vivir cristiano.
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Capítulo XXVI

            Y aconteció que, habiendo acabado Jesus todas estas palabras, dijo á sus discípulos: Ya sabeis que pasados dos dias será la pascua, y el hijo del hombre será entregado á ser crucificado. Entónces se ayuntaron los príncipes de los sacerdotes y los escribas y los ancianos del pueblo en el palacio del príncipe de los sacerdotes, el llamado Caifas, y consultaron de prender á Jesus,con engaño y matarlo, y decian: No en la fiesta, porque no haya alboroto en el pueblo. Y estando Jesus en Betania en casa de Simon el leproso, vino á él un mujer que tenia, un alabastro de ungüento precioso y derramóselo sobre la cabeza, estando él asentado. Y viéndolo sus discípulos se indignaron, diciendo: ¿Para qué esta perdicion? Pudiera bien este ungüento ser vendido por mucho y dado á pobres. Y Jesus conociendo esto, les dijo: ¿Por qué dais fastidio á la mujer? Buena obra ha cierto obrado en mí, porque á los pobres siempre los tendreis con vosotros, pero á mí no me tendreis siempre. Y echando esta este ungüento sobre mi cuerpo, me hizo para ser enterrado. Dígoos de verdad: adonde quiera que este evangelio será predicado por todo el mundo, será tambien dicho lo que esta ha hecho, por memoria de ella. Entónces partido uno de los doce, el llamado Judas Iscariote, á los príncipes de los sacerdotes, dijo: ¿Qué me quereis dar y yo os lo entregaré? Y ellos le constituyeron treinta argénteos. Y desde entónces buscaba oportunidad para entregarlo.

    Cuenta San Mateo como, acercándose el tiempo en el cual Dios en su divina providencia tenia determinada la muerte de Cristo que es nuestra vida, él de nuevo la profetizó á sus discípulos, pretendiendo aparejarles los ánimos de manera que, viéndolo morir, no se perturbasen ni escandalizasen mucho; y juntamente cuenta como los, que en la sinagoga hebrea eran principales, consultaron y deliberaron prender á Cristo por engaño y matarlo; y cuenta tambien que, porque en el dia de pascua concurria gran gente á Jerusalem, temiendo los pontífices hebreos que el pueblo en un caso semejante se alborotaria por lo que estimaba á Cristo, deliberaron dejar pasar la pascua.

    Y considerando yo que no la dejaron pasar, ántes en la víspera de la pascua ejecutaron en Cristo su deliberacion, conozco cuán poco valen los consejos y las deliberaciones de los hombres cuando Dios tiene ordenado lo contrario de lo que ellos aconsejan y deliberan. Tenia Dios ordenado que Cristo muriese en aquella grande fiesta á fin que, cuadrando la figura con lo flgurado, la obra de Dios fuese más clara y manifiesta, y, por mucho que los judíos consultaron y deliberaron lo contrario, al fin hicieron lo que Dios tenia ordenado.

    Habiendo San Mateo puesto la deliberacion de los judíos, pone el caso de la santa mujer que derramó el vaso de ungüento sobre la cabeza de Cristo, porque de allí tomó Judas ocasion de vender á Cristo, segun que más claramente lo cuenta San Juan cap. 2.

    Y en el caso de esta santa mujer se considera bien cuán diferentemente juzgan de las cosas de Dios la prudencia humana y el espíritu santo, en cuanto los discípulos, juzgando con prudencia humana esta buena obra de esta santa mujer, la condenaron diciendo que aquel ungüento era perdido y que fuera mejor venderlo y dar el precio de él á los pobres, y Cristo, juzgando con espíritu santo, defendió la obra de la santa mujer, mostrando que habia obrado con caridad y con inspiracion; como si viniendo á mi casa un hombre cristiano, en el cual yo conociese aquel espíritu cristiano que conozco en San Pablo, le mostrase mi aficion, haciéndole un convite en el cual gastase cien ducados, y mis criados murmurasen de mí, diciendo que aquellos dineros fueran mejor empleados en los pobres, y aquel hombre cristiano defendiendo mi afecto de caridad, dijese á mis criados: No murmureis contra vuestro amo por esta fiesta que me ha hecho, porque de los pobres del mundo siempre tendreis abundancia para poder mostrar en ellos vuestra caridad y piedad, pero no siempre tendreis un verdadero cristiano con quien poder mostrar vuestra caridad y piedad cristiana, añadiendo que no es perdido sino muy ganado lo que se gasta en la persona de Cristo, en las personas que están incorporadas en Cristo y tienen del espíritu de Cristo.

    En un tal caso entiendo que nos podemos servir contra la prudencia humana de lo que entrevino á esta santa mujer con su ungüento, y en los casos que serán semejantes á este, porque entiendo que, despues que Cristo no conversa corporalmente entre los hombres, lo que hacemos con los que tienen espíritu de Cristo, estando incorporados en Cristo y representándonos la imágen de Cristo, lo hacemos con el mismo Cristo, con el cual corporalmente no lo podemos ya hacer, porque, como él dice: «á mí no me tendreis siempre,» entendiendo aquella su presencia corporal; y por tanto no podemos decir que hacemos con Cristo sino lo que hacemos con los que son verdaderos miembros de Cristo. Examinándome yo á mí mismo si, viendo un caso semejante al de esta santa mujer ó al que he dicho del convite, juzgaria de él como juzgaron los discípulos ó como juzgó Cristo, conozco qué tanto hay en mí de prudencia humana y qué tanto de espíritu santo.

    Y añadiendo Cristo: «echando esta este ungüento» etc., muestra claramente que aquella santa mujer habia hecho aquella obra, no solamente con afecto de caridad nacida de la fé que tenia en Cristo, pero con movimiento de espíritu santo, el cual en aquel caso pretendió mostrar que Cristo estaba cercano á la muerte y sepultura, de manera que diciendo: «me hizo para ser enterrado,» entienda: profetizó mi cercana sepultura, porque los judíos acostumbraban ungir á los muertos. Y queriendo Cristo encarecer aún á la obra de esta santa mujer, dice: «dígoos de verdad: adonde quiera que este evangelio» etc., afirmando que el afecto caritativo con el movimiento de espíritu santo, que habia tenido aquella santa mujer, era de tanta estimacion que, siempre que por el mundo fuese predicado el evangelio, se hablaria tambien en el caso de esta santa mujer, como con efecto se habla.

    Adonde se ha de entender que, diciendo Cristo: «este evangelio,» no entiende: esta historia evangélica, porque en esto no parece que habia que profetizar, sino: este evangelio que yo predico, intimando á los hombres la cercana venida del reino de Dios con el evangelio que despues de mi muerte, resurreccion y ascension y venida del espíritu santo será predicado, en el cual será intimada á los hombres la remision de pecados y reconciliacion con Dios por mi muerte y pasion. Diciendo: «por memoria de ella,» entiende que se hablará en este caso para que haya memoria de esta santa mujer.

    Los que se sirven del caso de esta santa mujer para salvar los gastos que hacen los cristianos en cosas que no redundan en utilidad de los que son pobres de Cristo, siendo hermanos de Cristo y teniendo del espíritu de Cristo, no consideran que aquí afirma Cristo que á él no lo tenian siempre, ni consideran que da Cristo testimonio de esta santa mujer que obró inspirada, ántes con espíritu de profecía, si bien ella no entendió la profecía. Añadiendo el evangelista: «entónces uno de los doce» etc., muestra que de allí tomó Júdas ocasion de ir á vender á Cristo; y siempre es así que los que venden á Cristo en sus miembros, toman principio de aparente piedad, ántes el diablo los engaña con aquella aparente piedad, cegándolos de manera que, vendiendo á Cristo, no miran lo que hacen, como no lo miró Júdas, y cuando lo miró, se ahorcó, abriéndole el diablo los ojos para que se ahorcase, así como se los había cerrado para que vendiese á Cristo.

    Así como decimos un vidrio ó un cristal, entendiendo un vaso de vidrio ó de cristal, así dice aquí un alabastro, entendiendo un vaso de alabastro. Argénteos era una moneda de plata, como sería decir reales ó carlines.

            Y el primer dia de los ázimos se allegaron los discípulos á Jesus, diciendole: ¿Adónde quieres que te aparejemos para comer la pascua? Y él dijo: Id á la ciudad al tal y decidle: El maestro dice: Mi tiempo está cercano, tu casa hago la pascua con mis discípulos. Y hicieron los discípulos segun les ordenó Jesus, y aparejaron la pascua. Y venida la tarde, estaba sentado con los doce y, mientras comian, dijo: Dígoos de verdad que uno de vosotros me venderá. Y entristecidos mucho, comenzó cada uno de ellos á decirle: ¿Por ventura soy yo, señor? Y él respondiendo dijo: El que ha mojado conmigo la mano en el plato, este me venderá. El hijo del hombre va bien, segun está escrito de él, pero ¡guai de aquel hombre, por el cual el hijo del hombre es vendido! Bueno le fuera á él si no fuera nacido aquel hombre. Y respondiendo Júdas, el que lo vendió, dijo: ¿Por ventura soy yo, rabí? Dícele: Tú lo dijiste. Y estando comiendo, tomando Jesus el pan y hechas las gracias partió y dió á los discípulos, y dijo: Tomad, comed, este es mi cuerpo; y tomando el cáliz, hechas las gracias, dióselo diciendo: Bebed todos de él, esta cierto es mi sangre la del nuevo testamento, la que es derramada por muchos por remision de pecados, y dígoos: no beberé más de este fruto de vid hasta aquel dia cuando lo beberé con vosotros nuevo en el reino de mi padre. Y dicho el himno, se salieron al monte de las Olivas.

    Dos cosas cuenta San Mateo que hizo Cristo en su última cena, la una, mostrar ó significar que Júdas era el que lo habia de vender, y la otra, instituir el santísimo sacramento de la eucaristía. En la primera parece que se podria decir que tuvo intento Cristo á hacer, como sería decir, el último de potencia ordinaria por apartar á Júdas de su mala deliberacion, á fin que sea en todo y por todo inexcusable en el dia del juicio; y en la segunda entiendo que tuvo Cristo intento á dejar impresa en nuestros ánimos su muerte, su sangre derramada por nosotros, á fin que, siempre que en el evangelio nos es intimada la remision de pecados y reconciliacion con Dios que es como un indulto y perdon general, nosotros nos podamos certificar en el perdon, considerando á Cristo justificado y viendo derramada su sangre. Y aquí está bien repetir lo que muchas veces he dicho que, ejecutando Dios el rigor de su justicia en Cristo, tuvo más intento de asegurarme á mi que de satisfacerse á sí.

    Cuanto á lo demás que convendria decir aquí acerca del uso de este santísimo sacramento del cuerpo y de la sangre de Cristo, me remito á lo que he dicho, 1 Cor. 11. Diciendo: «el primer dia de los ázimos» ó panes sin levadura, entiende el primero de los siete dias en los cuales los hebreos, celebrando la fiesta de su salida de Egipto, comian pan sin levadura. Cuanto á la causa porque esta fiesta era llamada pascua, me remito á lo que he dicho 1 Cor. 4, y cuanto al tiempo en que Cristo celebró la pascua y al tiempo en que la celebraban los hebreos, me remito á lo que dicen los que tienen noticia de esto.

    Adonde dice «al tal,» se pudiera pensar que Cristo habia dicho el propio nombre de aquel hombre, en la casa del cual queria que le fuese aparejada la pascua, pero por San Márcos y por San Lúcas entendemos que no lo puso, y entendemos más que Cristo tenia presentes las cosas que habian de ser como si ya fueran. Diciendo: «mi tiempo está cercano,» entiende: mi muerte esta vecina. Aquello «el que ha mojado conmigo» etc. es digno de considerar para tomar ejemplo de la paciencia y mansedumbre de Cristo, viendo que no solamente admitió á Júdas á su mesa, pero á su plato, y esto despues que él tenia hecho el concierto para venderlo. Y considerando yo que tal me hallaria en un caso semejante, conozco mi imperfeccion, mi poca mortificacion y mucha viveza. Y añadiendo Cristo: «ciertamente el hijo del hombre va» etc., pretendió mostrar que su muerte era por divina ordenacion, aunque parecia que era cosa urdida, tramada y concertada por hombres.

    Y porque alguno pudiera pensar diciendo: Luego los hombres no tienen culpa, añade: «pero guai de aquel hombre» etc., entendiendo que, si bien su muerte era divina ordenacion, no dejaria de ser gravemente castigado el hombre que seria ministro ó ejecutor de aquella divina ordenacion, porque el tal no pretendia cumplir la voluntad de Dios sino la suya dañada, perversa y diabólica, y dice que al tal hombre fuera mejor no ser nacido que cometer tan grande traicion.

    Y estas palabras dan que decir á los que, creyendo más á Aristóteles en lo que dice que es ménos mal, ser y mal ser que no ser, que á Cristo que dice aquí claramente lo contrario, no se fatigan por hacer que Aristóteles diga lo que dice Cristo, ántes trabajan por hacer que Cristo diga lo que dice Aristóteles, como si el autoridad de Cristo consistiese en conformarse con Aristóteles. Yo ateniéndome á lo que dice Cristo, entiendo que fuera ménos mal á Júdas y á todos los impíos y perversos como él, no ser que ser, diga Aristóteles lo que quisiere.

    En aquellas palabras: «esta es cierto mi sangre» etc., parece que aludió Cristo á las que están Exod. 24: «hic est sanguis testamenti quod pepigit dominus vobiscum super cunctis sermonibus his» etc. (198), como si dijera Cristo: el testamento ó pacto puesto por Moisen entre Dios y el pueblo hebreo fué mediante sangre de animales brutos, y el testamento ó pacto que pongo yo ahora entre Dios y los hombres es mediante mi sangre, la cual los certifica que Dios los ha perdonado, y así creyendo el perdon gozan de él.

    Adonde es mucho de notar la perversidad del ánimo humano en esto que los hebreos, confiados en la palabra de Dios, se tenian por reconciliados con Dios por la sangre de los animales que veian derramada por sus pecados, y apénas hay entre los que se llaman cristianos quien, confiado en la palabra de Dios, se tenga por perdonado de sus pecados, por reconciliado con Dios por la sangre del hijo de Dios que ven derramada por ellos, afirmando el mismo hijo de Dios que es derramada, por los pecados de muchos, entiende de todos los que, viendo la sangre derramada, por sus pecados, se tendrán por perdonados por ella y por tanto por justos y santos, y así se aplican á vivir justa y santamente.

    Entre la remision de pecados que era por la sangre de los animales y la que es por la sangre de Cristo, entiendo que hay esta diferencia, que los perdonados por la sangre de los animales alcanzaban de Dios lo que era prometido á los que cumplian la ley, bienes temporales, y los perdonados por la sangre de Cristo alcanzan de Dios lo que es prometido á los que creen al evangelio, vida eterna.

    Aquello que añade Cristo: «y dígoos de verdad: no beberé» etc., yo no lo entiendo ni me cuadra lo que entienden los que dicen que entendió Cristo que no beberia vino hasta morir y resucitar, de manera que llame: «reino de mi padre» al tiempo despues de su resurreccion; y tanto, porque no hallo que la santa escritura use esta manera de hablar, cuanto porque no entiendo en qué manera aquel vino, que Cristo bebió despues de la resurreccion, fuese nuevo, digo que no me cuadra esta inteligencia, y me place decir que no entiendo estas palabras tampoco como las que están al fin del cap. 16 casi en esta misma sentencia. Por aquello: «y dicho el himno» parece bien que al fin de la comida acostumbraba Cristo con sus discípulos decir algun salmo ó himno, alabando á Dios.

            Entónces les dice Jesus: Todos vosotros os escandalizareis en mí en esta noche. Porque escrito está: Heriré al pastor y esparciránse las ovejas del rebaño. Pero despues que habré resucitado, iré ántes que vosotros á Galilea. Y respondiendo Pedro le dijo: Si bien todos se escandalizaran en tí, yo no me escandalizaré. Díjole Jesus: De verdad te digo que en esta noche, antes que el gallo cante, me negarás tres veces. Dícele Pedro: Aunque me convenga morir contigo, de ninguna manera te negaré. De la misma manera dijeron tambien todos los discípulos.



    El intento, con que Cristo profetizó á sus discípulos que se habian de escandalizar en la noche de su prision, entiendo que fué propiamente el que resultó, en cuanto, prometiendo ellos que no se escandalizarian y que moririan con él, si fuese menester, ántes que negarlo, y escandalizándose y desamparándolo que fué un negarlo con efecto, todos ellos, pero principalmente San Pedro, que habia sido más atrevido en prometer, fué más diligente en negar una, dos y tres veces, conocieron su mucha fragilidad, poca firmeza y ménos constancia, en cuanto, deliberando de morir más presto con Cristo que negarlo, en breve espacio de tiempo los unos desamparándolo huyeron y el otro lo negó tres veces, de donde resultó que se reconoció y lloró agriamente, considerando su inconstancia, su flaqueza y poca firmeza. Y de allí adelante comenzó á estimarse en poco y á fiarse poco de sí, como lo mostró cuando Cristo le preguntó: Pedro ¿ámasme? No bastándole el ánimo á responder: Sí señor, sino: Tú, Señor, sabes que te amo.

    Conocia bien San Pedro que amaba á Cristo, pero, escarmentado del caso de la negacion, no osaba afirmar que lo amaba. En este mismo conocimiento tengo por cierto que vino cada uno de los otros discípulos, si bien él de San Pedro fué mayor, porque el atrevimiento habia sido mayor, siendo más atrevido en prometer de sí lo que no sabia si podria cumplir.

    Adonde se entiende que, cuanto es más grande el error en que el hombre cae por flaqueza y enfermedad, tanto es mayor la humildad que alcanza por el conocimiento de su flaqueza y enfermedad, y adonde tambien, como muchas veces habemos dicho, aprendemos nosotros á pensar ántes mal que bien de nosotros como hombres, á no prometer ni deliberar en aquello que no está en nuestra mano cumplir, deseemos el bien que nos es propuesto y aborrezcamos el mal, y roguemos á Dios que nos dé lo que deseamos y que nos guarde de lo que aborrecemos, y así no cairemos en el inconveniente en que cayó San Pedro y que cayeron los discípulos.

    En los cuales entiendo que el escándalo fué interior y exterior, exterior en cuanto, tropezando con los cuerpos en la prision de Cristo, quién fué á una parte y quién fué á otra, é interior en cuanto, tropezando con los ánimos en la misma prision, comenzaron á dudar en lo que ántes creian, vacilando si Cristo era ó no era el Mesía.

    Que cosa sea escándalo, lo he dicho en una consideracion (199). Alegando Cristo aquellas palabras de Zacarías (200): «heriré al pastor» etc., entendió que en su prision vendria á ser cumplida aquella profecia de Zacarías, adonde hablando Dios con la espada de su justicia, la cual rigurosamente cargó sobre Cristo, por estar, como estaba, vestido de nuestros pecados, siendo los judíos y los gentiles la propia espada, dice: «espada, levántate sobre mi pastor y sobre el varon cercano á mí, dice el Señor de ejércitos; hiere al pastor y esparciránse las ovejas» etc.; y no importa que, diciendo el profeta: «hiere,» diga el evangelista: «heriré,» porque lo que hizo la espada de Dios, lo hizo el mismo Dios.

           Entónces viene Jesus con ellos á una posesion llamada Getsemané, y dice á los discípulos: Asentáos aquí hasta que vaya á orar allí. Y tomando á Pedro y á los dos hijos del Zebedeo, comenzó á entristecerse y acongojarse. Entónces les dice Jesus: Entristecida está mi ánima hasta la muerte. Quedáos aquí y velad conmigo. Y andando un poco cayó sobre su cara, orando y diciendo: Padre mio, si es posible, pase de mí este cáliz, pero no como yo quiero sino como tú. Y viene á los discipulos y hállalos durmiendo, y dice á Pedro: ¿Cómo que no habeis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para que no entreis en tentacion. El espíritu está bien pronto, pero la carne está enferma. Luego otra vez yendo oró diciendo: Padre mio, si no puede ser que este cáliz pase de mí sin que lo beba, hágase tu voluntad. Y viniendo hallólos otra vez durmiendo, porque estaban sus ojos agravados. Y dejándolos, tornando oró la tercera vez, diciendo la misma oracion. Entónces viene á sus discípulos y díceles: Dormid ya y reposad, hé aquí, se ha acercado la hora, y el hijo del hombre es entregado en manos de pecadores. Levantáos, vamos, hé aquí, se ha acercado el que me vende.

    Digo la verdad que soy tan flaco que apenas me oso poner con Cristo en el huerto á considerar el agonía, la tristeza y congoja que allí sintió, tanto me siento de poco y tanto se me representa grande el agonía y la turbacion en que Cristo se vió allí. Y tengo por cierto que, si Dios del todo me abriese los ojos de manera que yo pudiese considerar bien lo que Cristo sintió en aquel huerto, considerando que padeció, no por sí sino por mí, y que sintió, no sus culpas sino las mias, no solamente me certificaría de lo que me afirma el evangelio acerca de la remision de pecados y reconciliacion con Dios, pero de tal manera quedaria muerta mi carne por la consideracion de lo que allí sintió la de Cristo, que no viviria más en ella cosa que tuviese resabio de pecado. Y entiendo que no hace Dios esto con nosotros porque nuestra carne pasible y mortal no es hábil sujeto para tanta felicidad, y así entiendo que en sus escogidos va Dios templando el conocimiento de lo que Cristo padeció, con el cual poco á poco los va certificando en la remision y reconciliacion, y, segun que los va certificando, así los va mortificando, siendo la certificacion la que los mortifica.

    Cuanto á la cosa en que entiendo que propiamente consistió el agonía de Cristo, qué era lo que tanto lo atemorizaba, le dolia, lo entristecia y lo congojaba, me remito á lo que he dicho en una consideracion (201), la cual á mi ver es de grandísima eficacia para certificar á uno en la remision de sus pecados hechos y por hacer, y para mortificarle y matarle todos los deseos de pecar. Aquí diré esto: que el temor que tenia Cristo, no era tanto por la muerte que veia cercana, cuanto por la vergüenza que le causaba el conocerse culpado por cada uno de nuestros pecados, y por ver el rigor con que Dios lo castigaba por todos ellos. Esta consideracion entiendo que lo tenia amedrentado y atemorizado hasta hacerle sudar gotas de sangre; en efecto no bastan lenguas de hombres para poder exprimir la milésima parte de lo que Cristo padeció, ni aun bastan los entendimientos á poderlo comprehender; ruego á Dios me lo haga sentir, haciéndome hábil sujeto para ello.

    La causa porque Cristo no quiso llevar á todos sus discípulos á que fuesen testigos de lo que sentia en el huerto, yo no la alcanzo, como tampoco alcanzo la propia causa, porque no quiso llevarlos á todos á que viesen su gloria en el monte Tabor. En aquello, «cayó sobre su cara» etc., es piísima consideracion decir que como avergonzado Cristo por los pecados que habia tomado sobre sí y conocia en sí, hallándose culpado por ellos como si los hubiera cometido todos, no bastándole el ánimo á mirar hácia el cielo, puso su cara en el suelo.

    En la oracion de Cristo aprendemos en qué manera habemos de orar nosotros cuando nos sentiremos y hallaremos en semejantes tristezas y congojas, remitiéndonos siempre á la voluntad de Dios, sospechando de la nuestra. Lo mismo es: «este cáliz» que: esta muerte, este afán y esta congoja. Diciendo Cristo: «si es posible,» pienso que entendia: si puede ser, señor, que esta tu divina voluntad de reconciliarte á los hombres haya efecto sin que pase por mí lo que pasa, líbrame de ello; y si no es posible, hágase, padre mio, lo que quieres, no quiero que por mi causa sea impedida esta obra de tu santísima voluntad.

    En aquello que dice Cristo en su segunda oracion: «hágase tu voluntad,» se ha de considerar que tomó Cristo para sí el consejo que dió á sus discípulos cuando les dijo qué es lo que habian de orar. Aquello: «velad y orad para que no» etc., entiendo que pertenece á todos los tiempos, quiero decir que es un consejo de Cristo general, por el cual entendemos que velando y orando resistiremos á la tentacion; y velar es lo mismo que estar el hombre sobre sí, no descuidándose jamás, porque los descuidados son los que son vencidos en las tentaciones. Y lo que añade Cristo: «el espíritu está bien pronto» etc., puede ser que lo entienda de sí mismo, entendiendo: si bien, como veis, mi carne está flaca y enferma en este paso, os certifico que mi ánimo está fuerte y gallardo para pasar por todo lo que placerá á Dios que pase; y puede ser que lo entienda de los discípulos, entendiendo: dígoos que veleis y que oreis contra la tentacion, porque conozco que, aunque en vuestros ánimos estais aparejados á no recibir escándalo, en la carne sois flacos y enfermos y así podria acontecer que, vencida la carne, cayéseis en tentacion. Yo no sabria cual inteligencia de estas tomar por mejor.

    En las idas y venidas que hacia Cristo de sus discípulos á la oracion y de la oracion á sus discípulos, en el despertarlos, amonestarlos y reprehenderlos considero la turbacion en que la tristeza y la congoja tenian puesto á Cristo, la cual es áun más exprimida con aquellas palabras: «dormid ya y reposad» que parecen dichas como por ironía. Aquello: «en manos de pecadores,» tiene eficacia.

    El que querrá considerar esta cosa del huerto más profundamente tome en sí la persona de Cristo y vaya particularmente considerando lo que sentiria cuando se hallase en un caso semejante á este en que se halló Cristo, hallándose por una parte inocentísimo y libre de todo pecado y por otra cargado de muchos pecados no suyos sino ajenos, y hallándose por una parte destituido y desamparado de todo favor humano y por otra dejado de Dios en mano de la tribulacion, y hallándose vecino á la muerte cruelísima é ignominiosísima, y tanto mas ignominiosa, cuanto que los, que le hacian morir, pretendian hacer servicio á Dios y decian que le hacian morir como á impío y enemigo de Dios.

    Yo tanto cuanto me pongo á pensar lo que en un caso semejante sentiria, me hallo tal que pienso cierto que á la hora moriria, y así creo que fué obra de Dios que Cristo no muriese de congoja en el huerto, porque pasase por lo que habia de pasar. Ruego á Dios que me reduzca á tanta mortificacion que me sea así dulce y sabroso el pensar en padecer por Cristo lo que conozco que Cristo padeció por mí, cuanto me es dulce y sabrosa la consideracion de lo que Cristo ha padecido por mí, conociendo que de su padecer resulta mi gozar en la presente vida en parte y en la vida eterna entera y cumplidamente.

    Yo he dicho sobre este paso del huerto lo que he sentido, y el que querrá pasar más adelante, póngase con Cristo en el huerto y ruegue á Dios con mucha instancia, le haga gracia de abrirle los ojos del ánimo para que vea bien lo que allí sintió Cristo, y soy cierto que tendrá en poco lo que yo aquí he escrito, aunque junte con ello la consideracion, con tanto sin embargo que persevere en estar en el huerto y que no se canse de orar y que ore con mucha confianza en Dios que le dará lo que le demanda, fundando su confianza en aquel divino prometimiento: «petite et dabitur vobis» etc., Mat. 7 (202).

           Áun estaba él hablando y he aquí que Júdas, uno de los doce, vino y con él mucha gente con espadas y lanzas enviados por los príncipes de los sacerdotes y ancianos del pueblo. Y el que lo vendia, les había dado señal, diciendo: Al que besaré, él es, prendedlo. Y luego allegándose á Jesus, dijo: Ave, rabí; y besólo. Y Jesus le dijo: Amigo ¿á qué vienes? Entónces allegándose echaron las manos á Jesus y prendiéronlo. Y he aquí que uno de los que estaban con Jesus, extendiendo la mano, sacó su cuchillo y hiriendo al criado del príncipe de los sacerdotes, le cortó la oreja. Entónces le dice Jesus: Torna tu cuchillo á su lugar, porque todos los que toman cuchillo, con cuchillo morirán. O ¿piensas que no puedo ahora rogar á mi padre y me dará más de doce legiones de ángeles? ¿Cómo pues serán cumplidas las escrituras que dicen que así conviene que sea? En aquella hora dijo Jesus á las gentes: Como á ladron habeis salido con espadas y lanzas á prenderme. Cada dia estaba asentado con vosotros enseñando en el templo y no me prendistes. Y todo esto pasó así para que se cumpliesen las escrituras de los profetas. Entónces todos los discípulos desamparándolo huyeron.

    Sirvió Júdas á los judíos en la prision de Cristo de mostrarles el lugar adonde estaba, y de mostrárselo á él entre los otros por ventura que aquellos, que lo iban á prender, no lo conocian así bien.

    Aquí se me ofrecen dos cosas harto dignas de consideracion. La una, que Cristo fué vendido de su propio discípulo, y en esto aprendo cuan poco me puedo fiar en el mejor de los hombres del mundo que están sin espíritu cristiano. Y la otra, que los, que enviaron á prender á Cristo, eran los principales de la religion hebrea, no delante de Dios sino delante de los hombres. Y aquí aprendo cuán poco me puedo fiar de los que en la religion cristiana son principales delante de los hombres si no lo son tambien delante de Dios, y conozco el error de los que dependen de hombres y fian en hombres y tomo para mí aquello: «mihi autem adhaerere Deo bonum est» etc. (203)

    En aquellas palabras de Cristo: «amigo ¿á qué vienes?» se han de considerar dos cosas: la una la mansedumbre de Cristo que llama amigo á su mayor enemigo, y la otra que, preguntándole á qué venia, fué como un traerlo á conocimiento del mal que hacia á que considerase que venia á entregar á la muerte al que es la propia vida. En el hecho de San Pedro es bien de considerar su ánimo que osó entre tantos enemigos ponerse á defender con armas á su maestro.

    Aquellas palabras de Cristo: «porque todos los que toman cuchillo» etc., se han de entender simplemente que los que andan con armas, van á peligro de morir con armas, como si dijera Cristo: no quiero yo que me defiendas á mi ni que te defiendas á tí con armas, porque no quiero yo morir ni quiero que tú mueras con armas, queriendo yo morir y queriendo que tú mueras otro género de muerte. En efecto quiere Cristo que los que son suyos sigan á él, hagan como él y vayan por donde fué él. Añadiendo Cristo: «Ó piensas que no puedo» etc., pretendió asegurar el ánimo de San Pedro, certificándolo que, aunque al parecer moria por voluntad de aquellos que lo llevaban á la muerte, no moria sino por su propia voluntad, la cual se conformaba con la voluntad de Dios, el cual no solamente queria que Cristo muriese por nuestros pecados segun que lo tenia prometido, pero queria que en su muerte concurriesen aquellas cosas que estaban profetizadas, á fin que la cuadrancia entre lo profetizado y lo ejecutado sea como una confirmacion de la fé de los que son inspirados á creer.

    Las escrituras, que al presente yo hallo que más me cuadran con lo que veo ejecutado en la muerte de Cristo, son el salmo 22 que comienza: «Deus, Deus meus» etc., y el salmo 69 que comienza: «Salvum me fac Deus» etc., y el capítulo 53 de Esaías. Diciendo Cristo: «como á ladron» etc., pretendió mostrarles la malicia y maldad con que eran venidos. En el Griego está un mismo vocablo adonde dice «cuchillo» y «espadas,» y helo traducido diferentemente porque me parece impropio dar espada á San Pedro, y el vocablo Griego significa lo uno y lo otro. Por San Juan consta que este que cortó la oreja era San Pedro. Aquella palabra «ave» he puesto latina, porque no tengo ninguna castellana con que exprimir lo que significa la Griega, usada para saludar escribiendo y hablando. Esto mismo he hecho en el «ave» del cap. 27, y en el «avete» del cap. 28.

           Y ellos prendiendo á Jesus lo llevaron á Caifás el príncipe de los sacerdotes, adonde estaban ayuntados los escribas y los ancianos. Y Pedro seguíalo desde lejos hasta el palacio del príncipe de los sacerdotes, y entrado se estaba sentado con los servidores por ver el fin. Y los príncipes de los sacerdotes y los ancianos y todo el concilio buscaban algun falso testimonio contra Jesus por matarlo, y no hallaban, y viniendo muchos testigos falsos no hallaban. Pero despues viniendo dos testigos falsos dijeron: Este dijo: Puedo deshacer el templo de Dios y en tres dias edificarlo. Y levantándose el príncipe de los sacerdotes le dijo: ¿No respondes nada? por qué causa estos atestiguan contra tí? Y Jesus callaba. Y respondiendo el príncipe de los sacerdotes le dijo: Conjúrote por el Dios vivo que nos digas si tú eres Cristo el hijo de Dios. Dícele Jesus: Tú lo has dicho. Empero dígoos: de ahora vereis al hijo del hombre asentado á la diestra de la potencia y venir en las nubes del cielo. Entónces el príncipe de los sacerdotes rompió sus vestiduras, diciendo: Blasfemado ha. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? He aquí ahora habeis oido su blasfemia. ¿Qué os parece? Y ellos respondiendo dijeron: Digno es de muerte. Entonces le escupieron en la cara y lo abofetearon y otros le dieron de bofetadas diciendo: Profetízanos, Cristo, quién es el que te ha herido.

    Lo que dice San Mateo que aquellas gentes buscaban algun falso testimonio, con el cual pudiesen condenar á muerte á Cristo y que no lo hallaban, lo entiendo así: que buscaban testimonio que, aunque no fuese verdadero, tuviese del verisímile y que no hallaban cosa á su propósito.

    Adonde se ha de considerar la puridad é inocencia con que vivió Cristo, pues ni áun con falsedad no podia ser culpado de cosa mala que hubiese hecho, de

manera que la culpa fuese verisímile en él; y acordándome que, para comprehender la perfeccion en que soy comprehendido, tengo de reducirme á un vivir así puro é inocente, y viéndome tan léjos de ello, yo mismo me avergüenzo de mí mismo, representándoseme cuánto estoy lejos de aquel grado de perfeccion que como cristiano voy procurando, y ruego á Dios, me ponga muy cerca de él.

    La falsedad de los testigos que dijeron: «este dijo: puedo» etc., no consiste en que no fuese verdad que Cristo hubiese dicho estas palabras, porque consta que las dijo, pero consiste en que no las dijo en el sentido que los testigos las interpretaban; ellos las interpretaban del templo de piedra, y Cristo las habia dicho del templo de su cuerpo, como parece en San Juan cap. 2.

    Conjura lo Cristo por Dios vivo, fué como necesitado á responder, pero templó su respuesta, no afirmando ni negando, como habia hecho en la cena con Judas. Y añadiendo Cristo: «empero dígoos: de ahora veréis» etc., parece que pretendió decir: si os ofende verme en este estado vil y menospreciado, os hago saber que no pasará mucho tiempo que me vereis en un estado glorioso y triunfante en sumo grado acerca de Dios y sobre las nubes del cielo. Adonde aludió Cristo á su segundo advenimiento al juicio, y no importa que por sus palabras parezca que entendia que luego habia de venir, porque, aunque segun el juicio humano parece que no ha sido así, pues no ha venido aún, segun el juicio divino es así, en cuanto mil años en presencia de Dios son tanto cuanto es para nosotros el dia de ayer.

    Si Cristo como hombre conociera con espíritu humano su venida al juicio, hablando como hombre dijera que á luengos tiempos verían al hijo del hombre á la diestra etc., pero conociéndola como hijo de Dios, como verbo de Dios, con espíritu divino habló como Dios, diciendo: «de ahora vereis» ó presto vereis. Lo mismo es: «á la diestra de la potencia» que á la diestra poderosa, entiende: de Dios. El romper ó rasgar sus vestiduras el pontífice hebreo fué segun la usanza hebrea y tuvo intento á agravar lo que Cristo habia dicho, propio oficio de prelado hebreo apasionado y ciego. Aquellas palabras: «profetízanos, Cristo» están llenas de escarnio.

           Y Pedro estaba sentado fuera en el patio, y allegóse á él una moza diciendo: Tú tambien estabas con Jesus el Galileo. Y él negó en presencia de todos, diciendo: No sé lo que dices. Y saliendo él á la puerta viólo otra y dice á los que estaban allí: Tambien este estaba con Jesus; el Nazareo. Y tornó á negar con juramento que no conocia tal hombre. Desde á poco allegándose los que estaban allí, dijeron á Pedro: Verdaderamente, tambien tú eres de ellos, porque y tu habla te manifiesta. Entónces comenzó á maldecirse y á jurar que no conocia tal hombre. Y luego cantó el gallo, y acordóse Pedro de la palabra de Jesus que le dijo: Antes que el gallo cante, me negarás tres veces. Y salido fuera, lloró amargamente.

    Entendiendo por toda la historia de Cristo que San Pedro era muy vivo y muy orgulloso, poniéndose delante en todas las cosas y muchas veces sin consideracion, como en el reprehender á Cristo porque hablaba en su muerte, y como en el decir que no se escandalizaria, habiendo Cristo dicho que se escandalizaria, y como en el cortar la oreja al otro, entiendo que pretendió Cristo (como he dicho arriba) mortificar la viveza en San Pedro, dejándolo caer en la tentacion porque se conociese y humillase, como con efecto se conoció y se humilló.

    Y aquí entiendo la causa porque muchas veces deja Dios caer á los suyos en tentaciones; es el ánimo humano vanísimo y arrogantísimo y por tanto tiene necesidad de ser abajado, abatido y humillado.

    Tambien entiendo aquí que al cristiano pertenece desear, como seria decir, no negar á Cristo por ninguna cosa del mundo y no presumir de sí que será bastante á no negarlo, pero rogar á Dios que le dé fuerzas para poder resistir á las tentaciones con que será solicitado á negarlo.

    Entiendo tambien aquí que la causa, porque á las personas cristianas, que proponen y deliberan muchas cosas que son santas y buenas, muchas veces les sale todo el contrario de lo que deliberan, es por que su deliberacion es sin consideracion de su propia imposibilidad, segun que lo he escrito en una consideracion (204).

    En cuanto San Pedro no era conocido por el vestido sino por el hablar, entendemos que los discípulos de Cristo no andaban vestidos diferenciadamente de los otros hombres.

    Cuanto al llorar de San Pedro, entiendo que lloró de mal contento, viéndose caido en el inconveniente en que habia deliberado y afirmado que no caeria; y entiendo que imitan el llorar de San Pedro los que lloran de desplacer, cuando se apartan del deber cristiano, del decoro cristiano, llorando como enojados y airados contra sí mismos, descontentos de haber ofendido á quien se conocen obligados á servir y á quien entrañablemente desean servir.

    Los que lloran por miedo del mal que les puede venir por su pecado ó pecados, pretendiendo ser perdonados por sus lágrimas, no imitan el llorar de San Pedro. Juntando esta negacion de San Pedro con lo que Cristo ha dicho en el cap. 10, que negará á quien lo negará, se entiende bien que no entiende Cristo sino de los que con deliberacion y con pertinacia lo negarán conociéndolo y no queriendo confesarlo ni con la boca ni con el vivir cristiano.

    La negacion de San Pedro procedió de flaqueza y fragilidad, aunque primero negó simplemente, segundo negó con juramento y tercero negó añadiendo la maldicion al juramento. Adonde entiendo que, si San Pedro negara con deliberacion de negar, resolviéndose en ello, holgándose de ello, no llorara, como lloró amargamente luego como se reconoció, ántes hiciera lo que hizo Júdas en reconociéndose, como cuenta luégo San Mateo, poniéndonos, tras un ejemplo de fragilidad, con el cual son consolados los flacos, un otro ejemplo de malignidad con el cual son atemorizados los malignos.

    Aquí añadiré esto: que por la tentacion de San Pedro conozco de qué calidad son las tentaciones con que permite Dios que sus escogidos, siendo tentados, caigan; y que por la tentacion de Júdas conozco de qué calidad son las tentaciones con que son tentados los que no son del número de los escogidos de Dios, aunque en lo exterior parece que lo son y ellos se persuaden que lo son; en cuanto estos no conocen jamás su error y, si lo conocen, se desesperan como hizo Júdas, y aquellos luego ó muy presto conocen su error y, tan presto como lo conocen, se duelen, conociéndose caidos en lo que no quisieran caer, como hizo San Pedro.