El Evangelio de San Mateo

Traducido fielmente del griego en romance castellano y declarado según el sentido literal con muchas consideraciones sacadas de la letra, muy necesarias al vivir cristiano. 
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Capítulo XI

         Y aconteció que, habiendo Jesus acabado de ordenar esto á sus doce discípulos, se partió de allí á enseñar y á predicar en las ciudades de aquellos. Y oyendo Juan en la prision las obras de Cristo, enviando dos de sus discípulos le dijo: ¿Eres tú el que ha de venir ó esperamos á otro? Y respondiendo Jesus les dijo: Id, denunciad á Juan lo que ois y veis: ciegos recobran vista, cojos andan, leprosos son alimpiados y sordos oyen, muertos resucitan y á pobres es predicado el evangelio. Y bienaventurado es el que no se escandalizará en mí.

    Cuanto á lo primero, es aquí digno de consideracion que el evangelista casi siempre pone juntas estas dos cosas, diciendo que Cristo enseñaba y predicaba, á fin que entendamos que son cosas distintas y diferentes. Predicaba Cristo el evangelio del reino, y enseñaba el vivir segun el deber del evangelio.

    A los que predican, llama San Pablo apóstoles, y á los que enseñan, llama doctores; los unos dice que tienen don de apostolado, y los otros de doctrina.

    En la embajada, que San Juan envió á Cristo, hallo esta dificultad que no puede ser que pretendiese saber para sí lo que enviaba á preguntar, pues había mostrado saberlo, estando en el vientre de la madre y estando en el Jordan; si pretendió que lo supiesen sus discípulos ó que lo supiesen las gentes, delante de las cuales lo preguntaban, parece extraño que San Juan pusiese en duda lo que en el Jordan había afirmado, diciendo: «Ecce agnus Dei, ecce qui tollit pecata mundi» (80) y aún parece extrañísimo que quisiese San Juan que Cristo diese testimonio de sí mismo, pudiéndolo dar el de la manera que lo había dado, y su testimonio fuera más creido, mayormente de sus discípulos, por la mucha estimacion de santidad que tenia acerca de todos, y más, que por el ordinario se da más crédito á lo que otros dicen de nosotros que á lo que nosotros mismos decimos.

    Cuanto á la respuesta de Cristo, veo bien que era bastantísima para certificar á San Juan cuando él estuviera dudoso, pero no veo como era bastante para certificar á los discípulos de San Juan, los cuales por aquellas obras no se cómo podian conocer lo que preguntaban, y mucho menos veo cómo lo podian conocer las otras gentes, las cuales consta que esperaban al Mesía en hábito y en estado diferentísimo de aquel en que lo veían á Cristo. Veo las dificultades y, no sabiendo salir de ellas, espero que Dios por sí mismo me sacará cuando le placerá, y entre tanto no me avergüenzo de mi ignorancia, ántes me precio de ella, para que se conozca que esto es lo que tengo que sea propio mio.

    Diré bien aquí esto: que por la respuesta de Cristo, pudiera bien entender que él era el Mesía el que tuviera buenos los ojos interiores, no por los milagros, sino por lo que añadió Cristo despues de los milagros, diciendo: «y á los pobres es predicado el evangelio.» Porque es así que, juntando esto, que se veia y era confirmado con los milagros, con lo que estaba profetizado por Esaías, cap. 61, conociera claramente que Cristo era el Mesía, porque, hablando Esaías en persona de Cristo, dice así: «El espíritu del Señor, señor mio, sobre mí, porque me ungió el Señor, á predicar» ó evangelizar «a afligidos» ó pobres «me envió, á amelecinar (81), á los de corazon molido, á denunciar á cautivos libertad, y á presos abrimiento de cárcel, á denunciar el año apacible al Señor» etc.; de manera que, quien cotejara con estas palabras lo que oia y veia de la evangelizacion de los pobres que dijo Cristo, pudiera conocer que él era el Mesía, siendo pero ilustrado con el espíritu de Dios á ver en qué manera á los pobres era predicado el evangelio, y á entender las palabras de Esaías, las cuales el mismo Cristo interpreta de sí, Lúc. 4.

    Aquí se ha de advertir que por las palabras del profeta se entiende bien qué es lo que Cristo entiende diciendo «á los pobres es predicado el evangelio,» ó los pobres son evangelizados, porque es así que el vocablo hebreo por lo que aquí dice «pobres» significa afligidos, mezquinos y pobretos, y tales son con efecto los que aceptan la predicacion del evangelio, quiero decir, que para aceptarla es menester que se conozcan tales y se tengan por tales, así como es menester que el enfermo se conozca enfermo para reducirse á tomar la medicina, y porque es tambien así que, diciendo Isaías «amelecinar á los de corazon molido» ó quebrantado, declara que la predicacion es saludable para los que la oyen, y que los que son afligidos ó pobres, son hombres de corazon molido ó quebrantado, y los mismos están cautivos y están presos, los cuales por el evangelio entran en libertad y salen de cautividad. Y es bellísima cosa que llama Esaías año apacible ó agradable al Señor, al tiempo de la predicacion del evangelio.

    Adonde viene bien una respuesta (82) que me acuerdo haber escrito, mostrando como entre las cosas que en el mundo se hacen por voluntad de Dios, en cuanto no se harian si él no quisiese que se hiciesen, solamente le agradan y le satisfacen sumamente aquellas que él propio por su espíritu santo hace en los que aceptamos el evangelio.

    Añadiendo Cristo «y bienaventurado es el que no se escandalizará en mí,» parece que pretendió remediar á lo que la prudencia humana pudiera alegar al que se pusiera á cotejar lo que oia en la predicacion de Cristo con lo que habemos alegado de Esaías, persuadiéndole que no pertenecian á Cristo las palabras del profeta por ser hombre al parecer como los otros, no mostrando aquella grandeza ni aquella majestad que los judíos esperaban que habia de tener el Mesía. Y es así cierto que nunca dice la Escritura que en Cristo se escandalizan sino los judíos (83), antes la propia experiencia nos muestra que el escandalizarse en Cristo es tan propio á los hebreos y á los que tienen ánimos hebreos, cuanto es propio el burlarse de Cristo á los gentiles y á los que tienen ánimas de gentiles. Lo mismo es, «no se escandalizará en mí» que: no tropezará en mi humildad y bajeza. Sobre el escándalo he escrito una consideracion (84).

         Y partidos ellos, comenzó Jesus á decir á las gentes de Juan: ¿Qué salistes á ver al desierto? caña movida con viento? Pues ¿qué salistes á ver? á hombre vestido con vestiduras delicadas? Mirad que los que visten delicado, están en las casas de los reyes. Pues ¿qué salistes á ver? profeta? Cierto os digo: y más excelente que profeta. Este verdaderamente es de quien esta escrito: Hé aquí yo envío á mi ángel antes de tí, el cual aderezara tu camino en tu presencia.

    Parece que, porque de la pregunta de los discípulos de San Juan las gentes que estaban presentes pudieran colegir que San Juan no era de aquella autoridad y santidad que se pensaban, pues dudaba de Cristo, quiso Cristo con estas palabras y con las que se siguen engrandecer el autoridad de San Juan. Y primero dice que no era «caña movida con viento,» cuales son los que no están constantes en la verdad que conocen y cual fuera San Juan si, habiendo dado testimonio de Cristo en el Jordan, dudara de Cristo en la prision. Segundo, dice que no era hombre en quien cupiese lascivia, ligereza, ni liviandad, cuales son los que se visten delicadamente por lascivia y por parecer bien, estimándose mucho por la delicadura y hermosura de sus vestidos.

    Tercero dice que no solamente era profeta, pero era de mayor excelencia y dignidad que profeta, y, mostrando Cristo en qué cosa consistia esta mayor excelencia y dignidad, alega las palabras de Malachías, constituyéndola en dos cosas: La una, en que otro profeta profetizó de él, y la otra, en que su oficio fué de mayor excelencia que el de ningun profeta. Y el oficio de San Juan consiste en aparejar el camino á Cristo; esto hacia San Juan predicando penitencia, arrepentimiento ó reconocimiento, y bautizando en agua, que era lo mismo que turbar el agua de la balsa para que Cristo la clarificase, como está dicho sobre el capítulo 3. Y es siempre necesaria en nosotros la preparacion de San Juan para que aceptemos á Cristo, porque (como he dicho poco ántes) no toman la medicina sino los que se conocen enfermos, y el propio oficio de San Juan es mostrarnos nuestras enfermedades y mostrarnos juntamente á Cristo, el cual solo las sana, dándonos la medicina del evangelio, de la remision de nuestros pecados, en la cual consiste nuestra salud.

    El profeta Malachías á la letra dice así (85): «Ved que yo envio á mi ángel y alimpiará el camino delante de mí y luego vendrá á su templo el Señor que vosotros buscais y el ángel de la confederacion que vosotros deseais. Ved que viene, dice el Señor de ejércitos.» Adonde es digno de consideracion que se concuerdan Malachías y Esaías en el oficio de San Juan que era aparejar, aderezar y alimpiar el camino á Cristo. Y es digno aún de más consideracion que llama Malachías á Cristo ángel de la confederacion, porque es así que él es el que, enviado de Dios en el mundo, por donde le pertenece nombre de ángel, reconcilió á los hombres con Dios, tomando sobre sí los pecados de los hombres, y siendo castigado por ellos con aquel rigor que si él los hubiera cometido todos; de manera que Cristo es ángel de la confederacion, porque ha hecho paz entre Dios y nosotros. Los que no gozan de esta paz, no conocen el beneficio de Cristo, y por el consiguiente no conocen á Cristo; y los que conocen á Cristo, conocen el beneficio de Cristo y gozan de la paz y confederacion que hizo Cristo entre Dios y los hombres.

         Dígoos de verdad: entre los nacidos de mujeres no se ha levantado ninguno mayor de Juan el bautista, pero el menor en el reino de los cielos es mayor que él.

    Dos cosas aprendemos en estas palabras de Cristo: la una, que San Juan era igual al mayor de los patriarcas y profetas, pues hasta entónces no era nacido en el mundo ningun hombre puro que le hiciese ventaja, y esto pertenece á autorizar el testimonio de San Juan y su predicacion; y la otra que el menor santo de los del evangelio es mayor que el mayor santo de los de la ley, pues es así que es mayor que San Juan Bautista que fué tan grande que no hubo otro mayor, y esto pertenece á ensalzar la grandeza del evangelio. Si Cristo no hubiera dicho estas dos cosas, pareciera verdaderamente cosa recia decir que San Juan fué igual á Moisen, y pareciera cosa recísima decir que el menor santo del evangelio, porque estos son los que están en el reino de los cielos, es mayor que San Juan Bautista y que Moisen, pero, habiéndolo dicho Cristo, que es la misma verdad, conviene que lo tengamos por verdad.

    La primera cosa, que es entre Moisen y San Juan, no me quiero poner á averiguarla, porque seria forzado á hablar en ella por ciencia y no por experiencia, y tambien porque es fácil cosa creerla. Averiguaré bien la segunda, que es entre San Juan y el menor santo del evangelio, porque es difícil cosa creerla, y así digo que la incorporacion, con que los santos del evangelio están incorporados en Cristo, hace que el menor de ellos sea mayor que San Juan Bautista, en cuanto considera Dios en cada uno de ellos lo que considera en Cristo, pudiendo cada uno de ellos decir con San Pablo (86): «Vivo ego, jam non ego, vivit vero in me Christus,» y en cuanto, incorporados en Cristo, son hijos de Dios y reciben espíritu de hijos; de manera que la mayoría no consiste en el ser propio de aquel que es menor en el reino de los cielos, sino en el ser que tiene incorporado en Cristo, y así como Cristo es mayor que San Juan, así el menor de los miembros de Cristo es mayor que San Juan, el cual no entiendo que estaba incorporado en Cristo, porque aún Cristo no habia sido castigado en la cruz por nuestros pecados, del cual castigo depende nuestra incorporacion en él, así como tampoco entiendo que tuviese del espíritu de Cristo, porque no fué comunicado á los hombres hasta que Cristo fué glorificado.

    Tocó bien á San Juan así como á los otros santos de la ley el beneficio de Cristo, en cuanto se remitieron á la justicia que habia de ser ejecutada en Cristo, pero no les tocó la incorporacion en Cristo, porque aún no era hecha, aconteciendo á los santos de la ley con Cristo crucificado lo que acontece á los santos del evangelio con Cristo glorificado, en cuanto, así como los santos del evangelio gozan de Cristo glorificado, esperando que tambien ellos han de ser glorificados con él, pero todavía traen á cuestas esta carne pasible y mortal, así los santos de la ley gozaron de Cristo crucificado, esperando ser incorporados en él y justificados por él, pero todavía su carne los molestaba y los inquietaba, porque aún Cristo no la habia matado en la cruz. Esto es cuanto á la incorporacion en Cristo. Y cuanto al espíritu de Cristo, que es espíritu filial, está claro que no tocó á los santos de la ley, á los cuales no era dado espíritu filial sino espíritu servil.

    Esta diferencia de espíritus consta por aquellas palabras de Cristo cuando, reprehendiendo á sus discípulos porque querian imitar á Elías, les dijo: «Nescitis cujus spiritus estis?» (87) y consta por aquello que dice San Juan: «Nondum erat spiritus datus, quia Jesus nondum erat glorificatus,» (88) y consta tambien por aquello que dice San Pablo: «Non enim accepistis spiritum servitutis iterum in timore, sed accepistis spiritum adoptionis filiorum.» (89) Y así viene bien que, porque el menor de los que, perteneciendo al evangelio, está en el reino de Dios, es hijo, y el mayor de los que pertenecen á la ley, es siervo, viene á ser verdad lo que dice Cristo que el menor de los del evangelio es mayor que San Juan Bautista, pues el uno, por ruin que sea, es al fin hijo, y el otro, por mayor que sea, es al fin siervo; y aunque acontece que muchas veces vale más en sí un siervo que un hijo, como entiendo que en sí han valido más muchos santos de la ley que muchos del evangelio, todavía en la dignidad excede el hijo al siervo. Y sobre esto mismo he hablado sobre el Salmo 149 y en una respuesta (90). En aquello «nacidos de mujeres» está claro que no viene á ser comprehendido Cristo, no porque no haya nacido de mujer sino porque el hijo de Dios vá fuera de toda generalidad.

         Y desde los dias de Juan el bautista hasta ahora el reino de los cielos es violentado, y violentos lo arrebatan. Porque todos los profetas y la ley hasta Juan profetizaron, y, si quereis entender, él es Elías el que habia de venir. El que tiene orejas para oir, oiga.

    Tres cosas entendemos en estas palabras de Cristo. La primera, que, desde que San Juan comenzó á predicar, comenzaron los hombres como á ensayarse para entrar en el reino de los cielos, comenzando á reconocerse y á conocer á Cristo por Mesía, por rey de este reino. A donde diciendo «es violentado,» entiende: es saqueado, es tomado por fuerza; y puédese decir que los santos del mundo, queriendo y procurando justificarse por sus obras, pretenden entrar por pacto en el reino de los cielos, pero no entran, porque no se dá á pacto, y así no entran en él sino los violentos, los que lo toman por fuerza, no de obras sino de fé, consistiendo el ser violentos en que cautivan sus entendimientos, sus juicios y sus discursos á la obediencia de la fé cristiana, con la cual se entra en el reino de los cielos.

    Los hebreos pretendian entrar en el reino de los cielos por pacto, alegando que á ellos era prometido Cristo, y quedáronse fuera; y los gentiles, no curando de pacto y ateniéndose á la fuerza de la fé, lo toman por combate y lo saquean. La segunda cosa que entendemos aquí es que luego, como el reino de los cielos comenzó á ser saqueado, comenzó tambien á faltar el reino de la ley y de los profetas, en cuanto, entrados los que pertenecen al pueblo de Dios en el reino de los cielos, á donde tienen el gobierno del espíritu santo, no tienen necesidad de ley ni de profetas, aconteciendo en este caso al pueblo de Dios lo que acontece á un niño, en cuanto, así como el niño, mientras es niño, no llegado á los años de la discrecion, es gobernado por un ayo ó pedagogo y, despues que él tiene discrecion, no tiene más necesidad del ayo, gobernándose él de por sí en unas cosas segun la crianza que le dió el ayo y en otras segun lo que á él mejor le parece, así el pueblo de Dios, mientras fué niño, tuvo por ayos y gobernadores á la ley y á los profetas, y despues de entrado en el reino de los cielos, no teniendo necesidad de la ley ni de los profetas, se gobierna por el espíritu santo, el cual en unas cosas se conforma con la ley y en otras sigue el deber de la regeneracion cristiana, de manera que en lugar de la ley es sucedido el espíritu santo en el gobierno del pueblo de Dios. Los que no sienten este gobierno, no son hijos de Dios ni están en el reino de los cielos; y sienten este gobierno los que comienzan á sentirse tirar con mayor violencia al deber de la regeneracion cristiana que al deber de la generacion humana, al amor de Cristo, que habemos dicho arriba, que al amor de los suyos. La comparacion del niño que está debajo del ayo es tomada de San Pablo, Gálatas 3; esto lo digo á fin que sea más estimada.

    La tercera cosa que entendemos en estas palabras, de Cristo, es que San Juan Bautista es el Elías que poco ántes habia dicho Cristo que era venido y que lo habian los judíos tratado á su voluntad. Y aquí, á la descubierta mostró Cristo ser él el Mesía; y porque esta cosa es de mucha importancia, ántes importa el todo, añadió Cristo: «el que tiene orejas para oir, oiga,» como despertando á los oyentes para que advertiesen bien lo que les decia. Aquí conviene advertir que lo que dice Cristo, que desde el tiempo de San Juan Bautista el reino de los cielos es saqueado, y que hasta aquel tiempo sirvieron la ley y los profetas, no se ha de entender por todo rigor, pues es así que propiamente comenzaron á ser todas dos cosas en la venida del espíritu santo, el cual, metiendo á los hombres en el reino de los cielos, los sacó de debajo del pedagogo, de manera que entendamos que desde el tiempo de San Juan se comenzaron á sentir estas dos cosas y que en la venida del espíritu santo se comenzaron á ver.

         ¿A quién, pues, diré que es semejante esta generacion? Semejante es á los muchachos que, asentados en las plazas, llaman á sus compañeros y dicen: Tañímosos flauta y no saltastes, tañímosos cosas llorosas y no llorastes. Porque ha venido Juan, no comiendo ni bebiendo, y dicen: Demonio tiene. Ha venido el hijo del hombre, comiendo y bebiendo, y dicen: Hé aquí un hombre comedor y bebedor de vino, amigo de publicanos y de pecadores. Y la sabiduría es justificada por sus hijos de ella.

    Desde esta comparacion conviene advertir que por la mayor parte acostumbra Cristo poner sus comparaciones, como seria decir, al contrario; de esta manera dice que el reino de los cielos es semejante al mercader que busca buenas piedras preciosas etc., y entiende que los que entran en el reino de los cielos son semejantes á este mercader; lo mismo es en la comparacion de las diez vírgenes y en otras que iremos señalando. Y la primera es esta, adonde dice que los judíos eran semejantes á los muchachos, y entiende que él y San Juan Bautista eran semejantes á los muchachos, en cuanto, así como los muchachos decian á los otros muchachos, sus compañeros, que no los habian podido mover ni á reir reyendo ni á llorar llorando, así él y San Juan podían decir á los judíos que no los habían podido convertir ni con la vida áspera del uno ni con la vida comun del otro; de manera que el tañer con la flauta se refiera á la vida de Cristo, y el tañer cosas llorosas se refiera á la aspereza de San Juan, la cual calumniaban los judíos, diciendo que era cosa diabólica, calumniando tambien la manera de vivir de Cristo, diciendo que era profana, y así no hallaban cosa que les satisficiese.

    Y añadiendo Cristo, «y la sabiduría es justificada por sus hijos,» entiende que él y San Juan como hijos de Dios, aunque diferentísimamente, justificaban la sabiduría de Dios, el uno viviendo con aspereza y el otro viviendo con libertad, como cerrando el camino á los hombres del mundo que no hallen con que desculparse, culpando á la sabiduría de Dios, la cual les ha propuesto todas dos vías. Adonde se ha de entender que, así como, viviendo Cristo corporalmente entre los hombres, justificaba á la sabiduría de Dios, así tambien, viviendo en espíritu en los que son sus miembros, justifica á la sabiduría de Dios, y así viene á ser que tambien ellos como hijos de Dios, justifican á la sabiduría de Dios contra la sabiduría del mundo.

    Esta me parece buena inteligencia, y no seria malo entender así que, si bien los judíos como hijos de la sabiduría del mundo y como santos del mundo condenaban el vivir de San Juan por demasiadamente áspero y condenaban el vivir de Cristo por demasiadamente libre, que los verdaderos cristianos como hijos de la sabiduría divina y como santos de Dios conocerán y aprobarán por bueno el divino consejo con que Dios ordenó que San Juan viviese como vivió y que Cristo viviese como vivió.

    Cuanto al divino consejo en la vida de San Juan, me remito á lo que he dicho sobre el cap. 3; y cuanto al divino consejo en la vida de Cristo, me remito á lo que he dicho en una epístola, adonde hablo en la causa porque Cristo unas veces se descubria y otras veces se encubria, y á lo que he dicho en una consideracion (91), adonde pongo seis causas por las cuales parece que fué necesario que el hijo de Dios hecho hombre viviese entre los hombres de la manera que vivió.

    De esta manera entiendo estas palabras de Cristo, y pienso que las entenderia mucho mejor si supiese la forma del juego de aquellos muchachos, que, segun se puede colegir, puestos en las plazas se partian en dos partes, y los de la una parte decían á los otros las palabras que aquí pone Cristo; y lo que colijo de aquí es que solamente los hijos de la sabiduría de Dios, los que son sabios por el espíritu de Dios, conocen en las obras de los hijos de Dios el divino consejo del mismo Dios, del cual es totalmente incapaz la prudencia humana, y entónces más cuando ella está más afinada, porque es así que entónces está más ciega para poder ver las cosas de Dios, porque no hay mayor ciego que el que piensa que ve.

         Entónces comenzó á injuriar á las ciudades en las cuales habían sido hechos muchos de sus milagros, porque no se habian reconocido: ¡Guai (92) de tí, Corazain! ¡guai de tí, Betsaida! porque si en Tiro y Sidonia hubieran sido hechos los milagros que han sido hechos en vosotras, ya cierto se hubieran reconocido en saco y en ceniza. Pero dígoos que en el dia del juicio será más tolerable el mal á Tiro y á Sidonia que á vosotros. Y tú, Capernaum, ensalzada hasta el cielo, hasta el infierno serás abajada, porque, si entre los de Sodoma hubieran sido hechos los milagros que han sido hechos en tí, permanecieran cierto hasta hoy. Pero dígoos que en el dia del juicio será más tolerable el mal á la tierra de los de Sodoma que á tí.

    De estas palabras se colige bien que en el dia del juicio serán más castigados aquellos que, habiendo, tenido más ocasiones de apartarse del mal y aplicarse al bien y así vivir en la presente vida con modestia y puridad, se habrán estado en su vivir profano y mundano. Y aquí viene á propósito lo que yo suelo decir, que siempre libran mal los malos en compañía de los buenos. Si Cristo no predicara en Corazain, en Betsaida y en Capernaum, no vinieran en el dia del juicio á ser más castigadas que Tiro, Sidonia y Sodoma. Aquí se ofrecen dos dudas: la una es, si los milagros exteriores son bastantes sin el movimiento interior para la penitencia, para el arrepentimiento ó reconocimiento; y la otra es, en qué manera pueden estar estas dos cosas juntas, que haya predestinacion y que estas ciudades, contra las cuales Cristo habla aquí, merezcan ser así reprehendidas y así castigadas como las amenaza Cristo.

    Cuanto á la primera duda, digo así que, segun lo que yo alcanzo, los milagros exteriores son bastantes sin el movimiento interior para una penitencia, un arrepentimiento y un reconocimiento exterior, con el cual el hombre se aparta del mal exterior y se aplica al bien exterior, pero no son bastantes para aquella penitencia, aquel arrepentimiento y aquel reconocimiento interior, con el cual el hombre se aparta del mal interior y se aplica al bien interior, y digo que no son bastantes, porque este efecto no lo hace sino el espíritu santo que obra interiormente. Que esto sea así, consta por esto que muchos veian los milagros de Cristo y se reconocian en lo exterior; pero, como aquel reconocimiento era humano, no penetraba á lo interior, mudaba lo exterior, pero no mudaba lo interior; y de esta mutacion exterior entiendo que reprehendia Cristo á estas ciudades porque no la hacian, pudiéndola hacer, movidas por los milagros que veian, como la hicieran Tiro, Sidonia y Sodoma.

    Y sí dirá uno: ¿Qué es la causa que hicieran esta mutacion ó demostracion exterior estas ciudades y no la hacian aquellas? le responderé que pienso yo que estas la hicieran porque sus vicios eran más aparentes y porque no tenian obras exteriores con que justificarse, encubriendo la impiedad interior y disculpando el mal vivir exterior, como tenian aquellas, las cuales, no hallándose muy culpadas de vicios exteriores, y hallándose santas por sus obras exteriores, no podian venir en conocimiento de su impiedad interior ni se podian juzgar muy culpadas por su vivir exterior. Y aquí se entiende cuánto son peligrosas las obras cuando no salen de ánimo pío, justo y santo. Cuanto á la segunda duda, me remito al discurso que tengo escrito sobre la predestinacion, la fé y las obras, la gracia y el libero arbitrio adonde hago particular mencion de estas ciudades.

    Por lo que aquí dice, «muchos de sus milagros,» en el griego dice: muchas de sus potencias, pero entiende milagros, cosas obradas por virtud y potencia sobrenatural. Diciendo, «se hubieran reconocido» ó hubieran mostrado reconocerse «en saco y ceniza,» toca la usanza hebrea; esta era que los que se conocian haber ofendido á Dios, se vestian de jerga y se asentaban en el polvo ó en la ceniza; de esto hay mucha mencion en la santa escritura. Diciendo, «permanecieron cierto» etc., entiende los sucesores de los que moraban en aquella ciudad, no siendo como fueron consumidos ellos y ellas. «A la tierra» dice por: á los de la tierra.

         En aquel tiempo respondiendo Jesus dijo: Rengráciote (93), padre, señor del cielo y de la tierra, que escondiste esto de los sábios y prudentes y lo revelaste á los pequeños. Cierto, padre, porque así pareció bien en tu presencia. Todo me ha sido dado de mi padre. Y ninguno ha conocido al hijo sino el padre, ni al padre, ¿quién lo ha conocido sino el hijo, y aquel al cual lo querrá el hijo revelar? Venid á mí, todos los que trabajais y estais cargados, y yo os haré reposar. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde en el corazon, y hallaréis reposo para vuestras ánimas, porque mi yugo es apacible y mi carga ligera.

    Todas estas palabras están llenas de divinidad, tanto cuanto ningunas otras que haya en toda, la santa escritura; y cuanto ellas son mas divinas, tanto deben ser más y mejor consideradas. A donde yo no hallando, cómo puedan depender de las que en San Mateo preceden, me remito á San Lucas, el cual cuenta que, tornados los discípulos de Cristo de la predicacion, adonde fueron enviados, y refiriendo muy ufanos á Cristo los milagros que habian hecho, andando á predicar, y diciéndoles Cristo que no se gozasen por los milagros que hacian sino porque sus nombres estaban escritos en los cielos, entró á la hora Cristo en una tanta alegría de espíritu santo y en un tal júbilo interior que, mostrando su placer interior con palabras exteriores, comenzó á decir: «rengráciote, padre, señor del cielo» etc. Adonde, considerando el propósito á que segun San Lúcas dijo Cristo estas palabras y considerando las propias palabras en sí, entiendo que, representándosele y poniéndosele delante á Cristo toda la gloria y felicidad de los que en él habian de ser hijos de Dios, siéndolo ya en la mente divina, en la cual ya estaban escritos los nombres de todos ellos, todo alegre y contento, interiormente fué movido con estas palabras á dar gracias á Dios por la predestinacion de los que tiene predestinados.

    Y así entiendo que el secreto de la predestinacion con lo que es anexo á ella, es el que dice aquí Cristo que escondió Dios de los sábios y prudentes y lo reveló á los pequeños, porque entiendo que, diciendo «escondiste esto,» entiende lo que acababa de decir a, los discípulos: «gaudete autem quod nomina vestra scripta sunt in coelis,» no os goceis porque se os sujetan los demonios, pero gozáos porque vuestros nombres están escritos en los cielos, porque Dios os tiene predestinados para daros vida eterna. Los que, sintiendo su vocacion, siendo discípulos de Cristo, estando en la divina escuela de Cristo, se conocen predestinados de Dios, tienen bien por qué gozarse y alegrarse por sí y por todos los miembros de Cristo, imitando este gozo que aquí mostró Cristo; y los que están sin este sentimiento y sin este conocimiento, tienen bien por qué dolerse y entristecerse, y no deben desesperarse, antes deben animarse á rogar á Dios, les de este sentimiento y conocimiento y que, despues de habérselo dado, se lo acreciente.

    Sabios y prudentes llama Cristo á los que son muy ricos de prudencia humana, de lumbre natural, de la ciencia del bien y del mal, que aquistó el hombre comiendo del fruto de aquel árbol; y pequeños llama Cristo á los que son como niños, en cuanto por la regeneracion cristiana han renunciado la prudencia humana, la lumbre natural, la ciencia del bien y del mal, no queriendo servirse de ella en cosa ninguna ni por ninguna manera, conociéndola ciega y oscura, y en cuanto han abrazado la lumbre espiritual y tienen por cierto, firme y verdadero lo que ven con esta lumbre, dudando de todo lo otro, y siendo en efecto como niños, en cuanto, así como los niños, no sabiendo por sí, están á lo que les es dicho en las cosas humanas, así ellos, no sabiendo ni queriendo saber por sí, están á lo que interiormente les es inspirado en las cosas divinas.

    Aquí podrá parecer extraño á alguno que dé Cristo igualmente gracias á Dios porque encubre sus cosas á los sábios y prudentes y las descubre á los pequeños y niños, pareciéndole que debia Cristo dar gracias á Dios por lo que hace con los unos y rogarle que hiciese lo mismo con los otros. Al cual yo responderé así: que, considerando lo que dice San Pablo, 1ª Cor. 1, 2. contra la sabiduría y contra los sábios del mundo, y considerando lo que muchas veces he experimentado en mí, holgándome que sean incapaces de las cosas espirituales y divinas los que las quieren entender con sus ingenios y juicios humanos, entiendo que, porque así es ilustrada la gloria de Dios con la ceguedad de los sábios del mundo como con la luz de los hijos de Dios, dió Cristo gracias á Dios igualmente por todas dos cosas. Adonde no se ha de entender que es ilustrada la gloria de Dios en que los sábios del mundo no entiendan los secretos de Dios sino en que no los entiendan mientras los quieren entender con su sabiduría, y aquel no salir con su intento es el que ilustra la gloria de Dios, y por aquello rengracia Cristo al padre y contra aquello habla San Pablo, y por aquello digo yo que me suelo muchas veces holgar.

    Añadiendo Cristo: «cierto, padre» etc., afirma que esta cosa, por la cual rengracia á Dios, depende de sola la voluntad de Dios; así lo hace, porque así lo quiere, así le place y le agrada, sin tener respeto sino á sola su voluntad, la cual es en todo y por todo justísima y santísima, si bien la prudencia humana no es capaz de la justicia ni de la santidad que hay en ella. Y háse de advertir que, adonde aquí dice «pareció bien,» en el griego está aquel vocablo de que usa San Pablo siempre que quiere que se entienda que nuestra predestinacion depende de sola la voluntad de Dios, el cual se ha contentado de predestinarnos para la vida eterna por sola su bondad y liberalidad, de la cual y de la obediencia de Cristo que se contentó que en su carne fuésemos castigados nosotros, habemos de reconocer nuestra predestinacion y vocacion, justificacion y glorificacion, no dando parte ninguna á nuestros merecimientos ni á cosa que tenga del nuestro, á fin que toda la gloria sea de Dios de Cristo.

    Añadiendo Cristo: «todo me ha sido dado» etc., refiere á la liberalidad de Dios la potestad que tenia de comunicar los secretos de Dios con sus discípulos, la cual potestad entiendo que le fué acrecentada despues de la resurreccion, segun que él lo muestra, diciendo: «data est mihi omnis potestas in coelo et in terra.» (94) Y es conforme á esto lo que yo he escrito en una consideracion (95) y en otras muchas partes, adonde digo, que, así como, habiendo Dios puesto toda su luz exterior en el sol, él nos la comunica á los que tenemos clara la vista de los ojos exteriores, así, habiendo puesto Dios en Cristo su espíritu con todos los tesoros de su divinidad, él nos la comunica á todos los que por favor de Dios tenemos clara la vista de los ojos interiores, pero mejor diré así: á todos los que, habiendo aceptado la gracia del Evangelio, tenemos purificados nuestros corazones, de manera que diga Cristo: todo esto que es encubierto á los sabios y es descubierto á los pequeños, me lo ha dado mi padre á mí, para que yo lo encubra á los unos y lo descubra á los otros.

    Y queriendo Cristo mostrar su dignidad, su sér divino y celestial, por el cual es Dios así liberal con él, dice: «y ninguno ha conocido al hijo» etc., entendiendo que es tan divino y celestial que solo el padre lo conoce. Y prosiguiendo en descubrir su altísima dignidad, dice: «ni al padre ¿quién lo ha conocido» etc., entendiendo que, así como solo el padre conoce al hijo, así solo el hijo conoce al padre. Y añadiendo Cristo, «y aquel al cual el hijo lo querrá revelar,» muestra que está en su mano de él, dar conocimiento del padre á los que él quiere, los cuales solos pueden decir con verdad que conocen á Dios.

    Cuanto á la manera como entiendo que por revelacion del hijo conocemos al padre, que por Cristo conocemos á Dios, me remito á lo que he dicho en una consideracion (96).

    Aquí podría parecer extraño á alguno que dijo Cristo que ninguno ha conocido á Dios sino él y aquellos á quien él lo querrá revelar, pues es así que los santos hebreos conocieron á Dios por especial favor de Dios, aún lo conocía todo el pueblo hebreo por las santas escrituras, y así dice David: Notus in Judaea Deus (97), y aún segun San Pablo lo conocieron los gentiles por la contemplacion de las criaturas.

    Pero no parecerá extraño al que considerará la diferencia que hay entre el conocimiento de Dios que tienen los que conocen á Dios por revelacion de Cristo al que tuvieron los gentiles, los hebreos y los santos entre los hebreos, considerando la diferencia por los efectos: en cuanto el efecto, que hizo en los gentiles el conocimiento de Dios que tenían por las criaturas, no por culpa de Dios, sino por culpa suya de ellos fué el que dice San Pablo que evanuerunt in cogitationibus suis (98); y el efecto que hacia en el pueblo hebreo el conocimiento de Dios que tenia por las escrituras, no por culpa de Dios, sino por culpa suya de ellos fué el que leemos en los libros de los reyes, los cuales están llenos de las idolatrías de aquel pueblo; y el efecto que hacia en los santos hebreos el conocimiento, que tenian de Dios por favor de Dios, por la natura de la ley, era el que leemos en todas las santas escrituras viejas, tenerlos en un contínuo temor y en una contínua servidumbre; y el efecto que hace en los santos cristianos el conocimiento, que tienen de Dios por revelacion de Cristo, por la natura de la gracia, es el que leemos en las epístolas de nuestros dos apóstoles San Pedro y San Pablo, y el que vemos por alguna experiencia en personas verdaderamente cristianas, esto es librarlas de todo temor y henchirlas de todo amor, desatarlas de leyes y de preceptos y enamorarlas de la imitacion de Cristo y del mismo Dios, al cual conocen como hijos.

    Y por tanto, su conocimiento es más perfecto que el de los santos hebreos y por consiguiente que el del pueblo hebreo y que el de los gentiles, ántes es así que estos conocimientos de Dios, comparados con el que tienen los santos cristianos por revelaciones de Cristo, no deben ser llamados conocimientos, así como al conocimiento de Cristo y de Dios que yo tenia veinte años há, comparándolo con el que tengo agora, no lo llamo conocimiento, de manera que pudo bien decir Cristo que solo él conoce á Dios, conociéndolo como él es, y que solamente conocen á Dios los que lo conocen por él, conociéndolo por padre benigno, misericordioso y amoroso.

    Y por tanto muy al propósito, añade Cristo: «venid á mí, todos los que trabajais» etc., como si dijese: y pues está á mí, dar conocimiento de Dios, en el cual conocimiento consiste la vida eterna, conforme á aquello haec est vita eterna ut cognoscant te verum Deum solum etc. (99), veníos á mí todos los que, hallándoos en males exteriores ó interiores, deseais salir de ellos, porque yo os sacaré, y así os haré estar reposados y contentos.

    Adonde es digno de consideracion que no llama Cristo que vayan á él sino á los que trabajan y están cargados, á los que están en males exteriores, siendo perseguidos y afligidos de los hombres del mundo, y padeciendo las incomodidades que se padecen con la pobreza, y á los que están en males interiores, conociendo sus maldades, sus rebeliones y sus pecados. Porque los que no se hallan trabajados ó cargados en una de estas maneras, no solamente son sordos á las palabras de Cristo, pero se hacen burla de ellas, pareciéndoles que no tienen necesidad de Cristo ni aún de Dios; tales son los ricos de este mundo, los cuales, dependiendo de sus riquezas, piensan alcanzar con ellas entera felicidad, y tales son los santos del mundo, los cuales, confiando en sus obras, pretenden alcanzar por ellas vida eterna; y los unos y los otros se hallarán malamente burlados. Viniendo Cristo á decir qué es lo que habemos de hacer para ir á él y así hallar descanso y reposo, dice: «Tomad mi yugo sobre vosotros» etc.

    Adonde, así como he declarado en el cap. 7 sobre aquello: «entrad por la puerta angosta», por yugo entiendo la fé cristiana, á la cual abajamos las cervices de nuestra prudencia humana, aceptándola en nuestros corazones, y así entiendo que dice Cristo: tomad sobre vosotros el yugo de mi predicacion, sojuzgandoos á creer el indulto y perdon general que yo os predico, y confirmad vuestra aceptacion ó vuestra fé, aprendiendo de mí la mansedumbre y la humildad de corazon que habeis visto en mí, estimándome por el sér que tengo de hombre pasible y mortal, y así vendréis á alcanzar el reposo que yo os prometo, porque será así que por esta vía hallaréis el verdadero reposo para vuestras ánimas.

    Y queriendo Cristo facilitarnos aún más esta cosa, añade: «porque mi yugo es apacible y mi carga ligera,» adonde entiendo que llama carga á lo que ha dicho que aprendamos de él, conviene á saber la mansedumbre y la humildad. Y, como he dicho sobre el cap. 7 y en una respuesta, es la carga de Cristo ligera y el yugo de Cristo apacible para los que por don de Dios aciertan en el punto en que consiste la fé cristiana, en el punto en que consiste el vivir cristiano, siendo para todos los otros el yugo áspero y la carga pesada por la dificultad que hallan en sojuzgarse á la fé cristiana, porque repugna la prudencia humana, y al vivir cristiano, porque repugna la sensualidad.

    Entendidas estas palabras de Cristo de esta manera, entiendo que para aprender la mansedumbre de Cristo es necesario que atendamos á mortificar y matar en nosotros todos los ímpetus de ira y de cólera que nos pueden venir, porque la mansedumbre consiste en que el hombre viva entre los hombres como oveja entre lobos. Entiendo más que para aprender la humildad de Cristo es necesario que mortifiquemos y matemos todos los afectos de ambicion y de propia estimacion á que somos inclinados, porque la humildad cristiana consiste en que el hombre se desprecie á si mismo, se tenga en poco y se aniquile, conociendo su fragilidad y miseria.

    Los hombres que tienen la humildad exterior, que consiste en apariencia, no tienen la humildad cristiana, como tampoco tienen la mansedumbre cristiana los que la tienen en apariencia y no en existencia; y los que tienen la mansedumbre y la humildad cristiana, cuanto son más espirituales y más perfectos, tanto son más mansos y más humildes, porque tanto más conocen el bajísimo y vilísimo ser en que se hallan miéntras su carne es pasible y es mortal. A los que no son llegados á conocer esto, parece extraño que Cristo tuviese humildad en el corazon.

    Tambien entiendo que en aquello «y hallareis reposo para vuestras ánimas,» respondió Cristo á lo que habia dicho: «y yo os haré reposar,» entendiendo que el reposo que él da á los que van á él, tomando su yugo y aprendiendo de él la mansedumbre y la humildad, es interior, en cuanto sienten la paz de las conciencias, que es el primero y principal efecto de la fé y es una de las cosas en que consiste el reino de Dios, quiero decir de las que gozan los que están en el reino de Dios, en el cual comenzamos á sentir en las ánimas el reposo que sentiremos en la vida eterna despues de la resurreccion de los justos en las ánimas y en los cuerpos.

    Más entiendo que el ser apacible el yugo de Cristo, consiste en que no hay en esta vida cosa más dulce y más sabrosa que el sentirse el hombre perdonado de Dios y reconciliado con Dios, y que el ser ligera la carga de Cristo, que es su imitacion, consiste en que, certificados los que tienen fé que han de estar bien en la vida eterna, y así enamorados de ella, desprecian la vida presente, la aborrecen y huelgan de perderla, y en que, siendo la mortificacion uno de los efectos de la fé, viene á ser que, si bien por el ordinario es cosa pesada la mansedumbre y la humildad con todas las otras cosas que son anexas á estas en las cuales consiste la carga de Cristo, la mortificacion, que ha hecho la fé que es el yugo de Cristo en los que creen, hace que la imitacion de Cristo les sea ligera y fácil de llevar, holgándose ellos de mortificar y de matar todo lo que tienen de Adam.

    Los que no han tomado sobre sí el yugo de Cristo, estando sin fé, tienen que la carga de Cristo sea pesadísima é incomportabilísima, y tal es con efecto para la carne no mortificada por la fé. Y por tanto es buen contraseño, por el cual el hombre puede conocer si la fé es eficaz en él ó no, la ligereza ó la graveza que siente en la carga de Cristo, en la doctrina del vivir cristiano á imitacion de Cristo. De esta manera entiendo al presente todas estas palabras de Cristo, y pienso, ántes tengo por cierto, que con el tiempo las entenderé mejor, porque sé que, segun que irá en mí creciendo la fé y el espíritu, así irá creciendo la paz y el reposo, é iré sintiendo más ligera la carga de Cristo, y, teniendo más experiencia de esto que aquí dice Cristo, vendré á entenderlo mejor, á gloria de Dios y del hijo de Dios, Jesu Cristo nuestro señor.