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Diálogo de doctrina cristiana
      Juan de Valdés               


El autor


Todas estas cosas, muy ilustre señor, y otras muchas más, tratamos aquella tarde, el cura y yo, con aquel arzobispo de buena memoria, el cual, sin duda ninguna, según los buenos conceptos que tenía, reformara muchas cosas en su arzobispado, de donde tomaran ejemplo los otros prelados de estos reinos, para hacer lo mismo en sus diócesis, y así se siguiera un gran bien en mucha parte de la cristiandad. Pero pues fue Dios servido de llevarle de esta que llamamos vida, al tiempo que a nuestro parecer más pudiera aprovechar, para darle más temprano la otra, que es verdaderamente vida, lo más sano y mejor es darle por ello muchas gracias.

Y porque en el diálogo están muchas veces alabados los tres capítulos del Evangelio que escribió San Mateo, los cuales aquel arzobispo, de gloriosa memoria, con mucha razón tenía en mucho, acordé de traducirlos en nuestro romance castellano, y ponerlos aquí, porque si habiéndolos vuestra señoría oído alabar en el diálogo, los desease ver, después de haberlo leído, pudiese con ello cumplir su deseo. El cual plegue a nuestro Señor cumpla en todo a vuestra señoría, dándole en esta vida mucha abundancia de gracia, y en la otra, muy crecida gloria. Amén.

Traducción de los capítulos quinto, sexto y séptimo del Evangelio de San Mateo, del griego en nuestro romance castellano.



Capítulo quinto


Luego, como Jesús vio las compañías de gente que le seguían, subióse en un monte, y como se hubo sentado, llegáronse a él sus discípulos, y abriendo su boca, enseñábales, diciendo:

Bienaventurados son los pobres en el espíritu; porque suyo es el reino de los cielos.

Bienaventurados son los que lloran; porque ellos serán consolados.

Bienaventurados son los que tienen mansedumbre; porque ellos serán herederos de la tierra.

Bienaventurados son los que están hambrientos y sedientos de justicia; porque ellos recibirán hartura.

Bienaventurados son los que hacen misericordia, porque con ellos será Dios misericordioso.

Bienaventurados son los que tienen el corazón limpio; porque ellos verán a Dios.

Bienaventurados son los que ponen en paz a sus prójimos; porque serán llamados hijos de Dios.

Bienaventurados son los que por ser justos son perseguidos; porque de los tales es el reino de los cielos.

Bienaventurados sois cuando los hombres os dijeren injurias y os persiguieren, y por mi causa os dijeren, mintiendo, cualquiera mala palabra.

Entonces gozaos y alegraos, porque en los cielos tenéis abundante premio por vuestros trabajos. Dígoos de verdad que los profetas que fueron antes de vosotros de la misma manera fueron perseguidos.

Vosotros sois la sal de la tierra, pues si la sal pierde su fuerza, ¿con qué se salará? Claro está que en adelante no vale para más que para que la echen en la calle y la pisen los hombres.

Vosotros sois Luz del mundo. La ciudad que está asentada sobre algún monte, es imposible que se esconda; y cuando alguna candela encienden no la ponen debajo del almud, sino encima del candelero, para que alumbre a todos los que están en casa.

Pues de tal manera quiero yo que vuestra luz resplandezca delante de los hombres, que vean vuestras buenas obras, y den gloria a vuestro Padre el que está en los cielos.

No penséis que vine a destruir la ley o los profetas: sabed que no vine a destruirla, sino a cumplirla.

Dígoos de verdad que primero dejará de ser el cielo y la tierra, que una jota o una tilde quede por cumplirse de lo que está escrito en la ley.

De manera que quien quiera que quebrantare uno de estos pequeñuelos mandamientos, y lo enseñare así a los hombres, pequeñuelo será nombrado en el reino de los cielos; pero el que los guardare y los enseñare, alcanzará gran nombre en el reino de los cielos.

Dígoos de verdad, que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los fariseos y de los letrados, no podréis entrar en el reino de los cielos.

Ya oísteis cómo fue dicho a los antiguos: No matarás, y cualquiera que matare es digno de ser condenado en juicio.

Ahora yo os digo a vosotros, que el que se aíra contra su prójimo, se obliga a estar a juicio; y que el que, con señal exterior, menospreciare a su prójimo, se obliga a que sobre él se haga concilio; allende de esto, que el que le dijere bobo, será digno del fuego del infierno.

De manera que si fueres a ofrecer tu ofrenda en el altar, y allí te acordares que tu prójimo tiene algún enojo contigo, deja allí tu ofrenda delante del altar, y ve primero, y reconcíliate con tu prójimo, y entonces torna y ofrece tu ofrenda.

Conciértate con tu adversario presto, mientras que estás en el camino con él, porque no acontezca que tu adversario te ponga en las manos del juez, y el juez te entregue a su ejecutor, y te echen en la cárcel; porque te digo en verdad, que no saldrás de allí sin que primero pagues hasta la postrera meaja.

También oísteis cómo fue dicho a los antiguos: No cometerás adulterio. Ahora yo os digo a vosotros: que quien quiera que mirare la mujer ajena para codiciarla, ya cometió con ella adulterio en su corazón.

De manera que, si sintieres que tu ojo derecho te escandaliza, sácatelo y échalo de ti, porque ciertamente más te cumple que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea echado en el infierno.

Y si tu mano derecha te escandalizare, córtala y échala de ti, porque de verdad, más te cumple que se pierda uno de tus miembros, que no que sea todo tu cuerpo lanzado en el infierno.

Allende de esto fue dicho: Quien quiera que desechare a su mujer, déla carta de quitación. Ahora os digo yo: que quien quiera que desechare su mujer, si no fuere por causa de adulterio, le da causa que cometa adulterio; y quien quiera que se casare con ella, comete asimismo adulterio.

También oísteis que fue dicho a los antiguos: No te perjurarás, pero satisfarás a Dios aquello por que jurares. Ahora yo os digo a vosotros: que de ninguna manera juréis: ni por el cielo, porque es trono de Dios; ni por la tierra, porque es banquillo de sus pies ni por Jerusalem, porque es ciudad del gran Rey. Ni tampoco jurarás por tu cabeza, pues no tienes poder para hacer un cabello blanco o negro. Pero será vuestra palabra, sí por sí, y no por no; porque lo que se añade de más de esto, de ánimo malo sale.

Oísteis que fue dicho: ojo por ojo y diente por diente. Ahora yo os digo a vosotros que no resistáis al que os hiciere mal; pero si alguno te diere una bofetada en tu carrillo derecho, vuélvele el izquierdo; y si alguno te quisiere llevar a juicio, y tomarte tu sayo, déjale también la capa; y si alguno te alquilare para que vayas con él una legua, ve con él dos. Y asimismo te mando, que des al que te pidiere, y que al que quisiere que le prestes algo, no se lo niegues.

También oísteis que fue dicho: amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Ahora yo os digo a vosotros: amad a vuestros enemigos, desead bien a los que os dicen mal; haced bien a los que con mala voluntad os persiguen; rogad por los que os dañan y os afligen, porque seáis hijos de vuestro Padre el que está en los cielos, el cual permite que su sol salga sobre los buenos y sobre los malos, y llueva sobre los justos y sobre los injustos.

Porque, si amáis a los que os aman ¿qué galardón alcanzaréis? Decidme, ¿los publicanos no hacen lo mismo?

Y si tan solamente amareis a vuestros hermanos ¿qué gran cosa hacéis? ¿Por ventura no hacen lo mismo los publicanos?

Sed, pues, vosotros perfectos, así como vuestro Padre, el que está en los cielos, es perfecto.





Capítulo sexto


Guardaos de hacer vuestras limosnas delante de los hombres, con intención de ser vistos de ellos, porque si así lo hacéis, no tendréis por ellas galardón acerca de vuestro Padre, el que está en los cielos.

De manera que cuando tú quisieres dar limosna, no la dés con estruendo, como hacen los hipócritas en los ayuntamientos de gentes, por las calles y lugares públicos, porque los hombres los alaben y glorifiquen. En verdad os digo, que los tales ya reciben su galardón.

Tú, empero, cuando quisieres dar limosna, mira que sea tan secreta que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha; porque tu limosna sea en secreto, y tu Padre que la ve en secreto, el mismo te la pague en público.

Y tú, cuando orares, no serás como los hipócritas; porque éstos suelen, puestos en pie, orar en las congregaciones y en los cantones de las plazas, porque los vean los hombres. En verdad os digo que ya reciben su galardón.

Tú, empero, cuando oras, éntrate en tu cámara, y cerrada tu puerta, haz oración a tu Padre, el que está en secreto; y tu Padre, que la ve en secreto, te la pagará en público.

Pero mirad, que cuando oráis, no habléis mucho, como hacen los gentiles, que piensan que por su mucho hablar han de ser oídos; pues dígoos que no seáis semejantes a éstos, porque ciertamente sabe vuestro Padre celestial de qué tenéis necesidad, antes que nada le pidáis. De esta manera, pues orad vosotros:

Padre nuestro, que estás en los cielos, santificado sea el tu nombre. Venga el tu reino. Cúmplase tu voluntad en la tierra, así como se cumple en el cielo. Nuestro pan de cada día, dánosle hoy. Y perdónanos nuestros pecados, así como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Y no permitas que seamos derribados y vencidos en la tentación; pero líbranos del mal: porque tuyo es el reino, y el poderío y la gloria, en los siglos de los siglos. Amén.

De manera que si perdonareis a los hombres sus culpas, perdonaros ha también a vosotros vuestro Padre celestial; y si no perdonareis a los hombres sus culpas, ni vuestro Padre celestial os perdonará a vosotros las vuestras.

Allende de esto, cuando ayunareis, no os hagáis como los hipócritas, tétricos; los cuales entristecen y desfiguran sus caras, porque vean los hombres que ayunan. En verdad os digo que éstos ya reciben su galardón.

Tú, empero cuando ayunas, unta tu cabeza y lava tu cara, porque no conozcan los hombres que ayunas, pero tu Padre, el que está en secreto, y tu Padre, que lo ve en secreto, te satisfará a ti en público.

No pongáis vuestros tesoros en la tierra, donde la carcoma y la polilla corrompen, y donde los ladrones cavan y hurtan; pero esconded vuestros tesoros en el cielo, donde ni la carcoma ni la polilla corrompen, y donde los ladrones ni cavan ni hurtan; porque allí estará vuestro corazón, donde estuviere vuestro tesoro.

Ya sabéis que la candela y lumbre del cuerpo es el ojo; pues si tu ojo fuere simple, todo tu cuerpo será claro y resplandeciente; y si tu ojo fuere malo, todo tu cuerpo será tenebroso. De manera que, si la lumbre que está en ti es tinieblas, las mismas tinieblas ¿cuán grandes serán?

Ninguno puede servir a dos señores, porque es forzado que, o ha de amar al uno y aborrecer al otro, o allegarse al uno y menospreciar al otro; no podéis servir a Dios y a las riquezas.

Por tanto os digo, que no tengáis congoja por lo que habéis de comer, o beber, para sustentar vuestra vida; ni por lo que habéis de vestir para cubrir vuestros cuerpos. Dad acá, veamos: ¿la vida no es más que el manjar, y el cuerpo no es más que la vestidura?

Pues creed que quien os dio lo que es más, os dará lo que es menos.

Volved vuestros ojos a las aves del cielo, que ni siembran ni allegan en graneros; y vuestro Padre celestial las cría y sustenta; pues veamos, ¿vosotros no valéis mucho más que ellas?

Decidme, ¿quién de vosotros, pensando con solicitud, puede añadir a su estatura un codo? Pues veamos, de lo que os habéis de vestir, ¿para qué tenéis cuidado? Mirad cómo crecen los lirios del campo, que ni trabajan, ni hilan; y dígoos de verdad que ni aun Salomón, en toda su prosperidad, estuvo tan bien vestido como uno de éstos.

De manera que, si las yerbas del campo, que hoy son y mañana las echan en el horno, Dios viste de esta manera ¿no os parece que lo hará mucho mejor con vosotros, oh hombres de poca confianza?

Pues que así es, no tengáis solicitud diciendo: ¿qué comeremos, o qué beberemos, o qué nos vestiremos?, porque los infieles son los que buscan todas estas cosas; bien sabe ciertamente vuestro Padre celestial, que tenéis necesidad de todo esto.

Buscad, pues, primero el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas se os añadirán. Así que no tengáis cuidado ni solicitud de mañana, porque el día de mañana tendrá cuidado de sí; bien le basta al día su fatiga.





Capítulo séptimo


No condenéis, porque no seáis condenados; porque de la manera que juzgareis, de la misma seréis juzgados; y por la medida que midiereis seréis medidos de los otros. ¿Por qué, veamos, miras tú la pajuela que está en el ojo de tu hermano y no consideras la viga que está en tu ojo? O ¿con qué cara dirás tú a tu hermano: déjame que te saque esa pajuela de tu ojo, teniendo tú en tu ojo una viga? Hipócrita, mira que saques primero la viga de tu ojo, y entonces verás para poder sacar la pajuela del ojo de tu hermano.

Catad que no deis lo que es santo a los perros; ni echéis vuestras piedras preciosas delante de los puercos, porque los unos no las pateen alguna vez con sus pies, y los otros, vueltos contra vosotros, os despedacen.

Pedid y daros han; buscad y hallaréis; llamad y abriros han; porque a cualquiera que pide, dan; y quien quiera que busca, halla; y al que llama, abren.

Decidme, ¿hay algún hombre de vosotros, que si su hijo le pidiere pan, le dará una piedra, o que si le pidiere un pez, le dará una serpiente?

Pues luego, si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto mejor os las dará a vosotros vuestro Padre celestial, si se las pedís a él?

Pues mirad que hagáis con los hombres todo lo que querríais que ellos hiciesen con vosotros; porque os digo de verdad, que en esto consiste la ley y los profetas.

Entrad por la puerta angosta, porque la puerta que lleva a perdición ancha es, y el camino espacioso, y muchos son los que entran por ella; y la puerta que lleva a la vida eterna es angosta, y el camino estrecho, y pocos son los que la hallan.

Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestiduras de ovejas, pero dentro son lobos robadores. Por sus obras los conoceréis. Veamos, ¿de las espinas cogen uvas, o de los abrojos higos? Pues así es que todo árbol bueno hace buen fruto, y el árbol podrido hace mal fruto. No puede el árbol bueno hacer malos frutos, ni tampoco el árbol podrido hacer buenos frutos. Todo árbol que no hace buen fruto córtanlo y échanlo en el fuego. Pues digo que por sus obras los conoceréis.

No cualquiera que me dice, Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos; pero el que hiciera, la voluntad de mi Padre el que está en los cielos.

Muchos me dirán en aquel día del juicio: Señor, Señor, veamos, ¿no profetizamos en tu nombre, y en virtud de tu nombre echamos demonios, y en tu nombre hicimos muchas maravillas y cosas grandes? Y entonces responderéles diciendo: nunca os conocí, apartaos de mí los que obráis la maldad.

A cualquiera que me oye estas palabras, y las cumple, le compararé al varón prudente, que edificó su casa sobre piedra; y descendió la lluvia, y vinieron los ríos, y soplaron los vientos, e hicieron ímpetu sobre aquella casa, y no se derribó; la causa es que estaba fundada sobre piedra.

Y cualquiera que oye estas palabras y no las cumple, será semejante al varón necio, que edificó su casa sobre arena, y descendió la lluvia, y vinieron los ríos, y soplaron los vientos, y dieron sobre aquella casa, y derribóse y fue su caída grande.

Y aconteció, que como Jesús hubo acabado estas razones, espantáronse aquellas compañías de oír su doctrina, porque les enseñaba como persona que tiene autoridad, y no como los letrados y fariseos.