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     Diálogo de doctrina cristiana
                  Juan de Valdés                
 
`INTRODUCCION

Eusebio, Antronio, cura, Arzobispo


Arzobispo.- Vuestro santo celo con que deseáis, hermanos míos, saber estas cosas que habéis propuesto, me parece tan bien que no puedo dejar de alabároslo y asimismo teneros en mucho el trabajo que habéis tomado en venirme a buscar por maestro y guía de vuestro buen deseo; y aunque yo no tenga tanta suficiencia y experiencia como convendría para satisfaceros, tengo buena esperanza en la suma bondad y magnificencia de Dios, que viendo vuestros deseos que tenéis de saber, y asimismo mi buena voluntad que tengo de satisfaceros, dará entendimiento y saber a mi corazón y abrirá asimismo mi boca para que satisfaga a mí y a vosotros. Pues esto mismo hizo otro tiempo con muchos profetas y personas de bajo y humilde entendimiento, y también, pues prometió Jesucristo, Nuestro Señor, de hallarse presente a nuestras pláticas todas las veces que nos juntásemos dos o tres en su nombre; así que, pues aquí nosotros nos hemos juntado en su nombre, de creer es que El estará presente a nuestras pláticas y con su espíritu alumbrará nuestros corazones para que lo que aquí habláremos sea para gloria de su santísimo nombre y edificación, no solamente de nuestras almas, sino de las de aquellos que nos tienen las suyas encomendadas. La manera sea ésta: para que mása vuestro placer se haga, que vosotros me preguntéis todo lo que deseáis saber, y yo os responderé según Dios me diere sabiduría y entendimiento.

Eusebio.- Lo uno y lo otro ha dicho vuestra señoría cristianamente y muy bien.

Arzobispo.- No cures ahora de esas señorías, que pues estamos aquí solos, no quiere que me habléis vosotros con más cortesía que yo a vosotros.

Eusebio.- También me contenta eso que decís ahora, como lo que dijisteis antes; y pues así es, yo quiero dejar al cura que pregunte, y sobre lo que él preguntare repreguntaré yo, si algún escrúpulo me quedare.

Antronio.- Muy mejor será que vos preguntéis, pues lo sabréis mejor hacer que yo, conforme a lo que vos deseáis saber, y yo os he comunicado, porque de esta manera yo quedaré más satisfecho y mejor instruido.

Eusebio.- Sea como mandareis: yo huelgo de hacer lo que queréis; y pues tengo de empezar, quiero levantar la plática desde el principio de la Cristiandad, porque con la gracia de Dios la traigamos al fin; y pues así es, decidnos primeramente por qué nos llamamos con este nombre de cristiano y de dónde tuvo principio.

Arzobispo.- Llamámosnoslo, porque así como antiguamente de Israel se llamaron israelitas los que eran del linaje de Israel, así es razón que nosotros, de Jesucristo, nos llamemos cristianos, pues tenemos fe en El. Donde este nombre primero se puso fue en Antioquía. La causa fue ésta: que viendo los Apóstoles que crecía el número de los que se allegaban a su predicación, parecióles que era bien que todos los que confesasen la fe de Jesucristo y guardasen la ley evangélica de Cristo se llamasen cristianos.

Eusebio.- ¿Qué diferencia hay entre el cristiano y el no cristiano?

Arzobispo.- Que el cristiano, después de haber recibido el agua del bautismo, se funda principalmente en fe y caridad, y luego en aprovechar a todos y no dañar a alguno, y en fin, en vivir a ejemplo de Jesucristo, Nuestro Señor, pura y sinceramente.

Eusebio.- Y al que viéramos que tiene todo eso, ¿tendrémosle por cristiano?

Arzobispo.- Sí, ¿por qué no?

Eusebio.- Porque nos podremos largamente engañar.

Arzobispo.- ¿Cómo?

Eusebio.- Yo os lo diré. Cuanto a la fe y caridad, que son virtudes interiores, ya veis que no podremos juzgar si uno las tiene o no; lo demás, también lo puede tener un infiel, pues de muchos gentiles leemos que lo tuvieron.

Arzobispo.- Bien sé dónde vais; queréis decir que, juntamente con lo que dije, es menester que el cristiano guarde las ceremonias y estatutos de la Iglesia.

Eusebio.- Muy bien me entendisteis.

Arzobispo.- Mirad, Padre, lo que yo dije que el cristiano debe tener es lo principal; lo otro es accesorio; así que, de la misma manera que no tenemos por cristiano al que no guarda las ceremonias de la Iglesia, querría yo que no tuviésemos tampoco por cristiano al que no hiciese lo que primero dije. Pero están en este caso los juicios del vulgo, y aun de más que vulgo, tan corrompidos, que cuando en ello pienso, es cierto que de lástima se me rompen las entrañas. Pero de esto quizá hablaremos más adelante a otro propósito.

Eusebio.- En verdad; vos habéis respondido harto mejor que un cierto donado nuestro, que preguntándole una vez, por reír, qué diferencia había entre los cristianos y los moros, dijo que él no sabía otra sino que nosotros no comemos carne la Cuaresma y ellos sí, y nosotros guardamos los domingos y fiesta, y ellos no; pues, si os place, bien tenía treinta años el mancebo que era donado.

Arzobispo.- Por cierto, él había aprendido harto con vuestra conversación. Seguramente ese tal era más aficionado al torrezno que al libro. Pues, tornando a nuestro propósito, es menester que el cristiano tenga la señal de cristiandad que dijo Jesucristo, Nuestro Señor, a los Apóstoles cuando les dijo: En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os amareis unos a otros. Porque, pues, aún ahora nosotros, al que no anda vestido con estas vestiduras, no le tenemos por fraile de San Jerónimo, porque algunos dicen: es esta la señal que dejó San Jerónimo a sus frailes; es también mucha razón que al que no tuviere la señal que Jesucristo dejó a los suyos, no le tengamos por cristiano.

Eusebio.- Está eso muy bien dicho, y puesto que aquí hemos de tratar de cómo un cristiano debe ser instruido en la doctrina de Jesucristo, decidnos, ¿qué es la primera cosa que se debe enseñar al cristiano?

Arzobispo.- Ya, por lo que encomendáis a los padrinos de los niños, cuando los bautizáis, sabéis que lo principal debe ser instruirlos en la fe y en buenas y santas costumbres, y enseñarles el Pater Noster y el Ave María y el Credo. Esto es menester les encomendéis con mucho ahínco y muy de veras, y lo mismo encomendaréis a sus padres; y esto no solamente cuando los acabáis de bautizar, sino siempre que se ofreciere oportunidad, encargándoles asimismo que tengan mucho cuidado y vigilancia para que los ánimos de sus hijos no se corrompan con malas compañías ni con malas pláticas; de manera que, en cuanto fuere posible, aparten sus hijos de sí cuando hablan o entienden en alguna cosa que no sea cristiana, y que los apliquen y enamoren a la doctrina de Jesucristo; de tal manera que, aun en nombrarlo, se deleiten y tomen placer. Además de esto, les debéis encomendar que miren mucho en cuyo poder ponen sus hijos, para que los adoctrinen en buenas costumbres y les enseñen letras; y decirles que procuren que el maestro sea tan hombre de bien, y de tan buenas y santas costumbres, que juntamente aprendan de él los niños letras y santidad.

Antronio.- Y el que no tiene para poder hacer eso, ¿qué hará?

Arzobispo.- Encomendadlo vos a todos, y el que no tuviere para poderlo hacer, a lo menos hará lo que pudiere. Creedme, una cosa: que si los señores y personas ricas tuviesen este aviso, no harían lo que, no sin gran detrimento de la cristiandad, comúnmente vemos que hacen.

Antronio.- ¿Qué es lo que se hace?

Arzobispo.- Yo os lo diré. Parece que tienen más cuidado en hacer de una muleta buena mula, que no de sus hijos buenos cristianos.

Antronio.- ¿De qué manera?

Arzobispo.- De ésta. Vemos que para la mula no toman sino persona que sepa muy bien regirla, de manera que la haga muy bien andar y no trotar, y la sepa bien pensar, y no estragar; pero para sus hijos no curan de mirar si es el ayo o maestro que les quieren dar persona de buenas costumbres o de malas, libre de vicios o vicioso, amigo de virtudes y bondades o maldades y ruindades, y, en fin, buen cristiano o malo; sino míranle no más que esto: si tiene buen coram vobis, como dicen, para parecer entre señores, y si es de linaje, y así otras cosas de que al pobre muchacho se le puede seguir muy poco provecho y se le siguen, a ratos, muy muchos daños. Y así como en la tierna edad se embeben los tales en costumbres mundanas, por maravilla después las pueden desechar de sí; y como esto cae en los principales, a quienes todos tienen por dechado, a fe mía vanse todos por aquel camino. Pues ya vos veis, si esto se remediase, ¡cuán gran parte de bien sería en la cristiandad!

Antronio.- Por mi fe, que tenéis grandísima razón y que me contenta en extremo lo que decís; y yo os prometo hacerlo de aquí adelante de esa manera. Pero decidme, ¿qué os parece debo primero y principalmente enseñar a los niños que acostumbran a venir a mi iglesia?

Arzobispo.- Os he de decir esto por el mismo orden que yo tengo acordado se haga en todo mi arzobispado; y así digo que lo primero sea traerles muchas veces a la memoria el voto que hicieron en el bautismo y dárselo muy claramente a entender.

Antronio.- ¿Qué voto es ese que decís, que yo ni le sé ni jamás oí decir que hubiese tal voto?

Arzobispo.- ¿Cómo no? Cuando bautizáis un niño, ¿sus padrinos no prometen en su nombre que vivirá y morirá en la fe y doctrina de Jesucristo, y en señal de esto no les hacéis decir el Credo?

Antronio.- Sí hago.

Arzobispo.- Pues luego, ¿no os parece que esto es hacer voto?

Antronio.- Por mi salud, que decís verdad; nunca había mirado en ello, aunque creo he bautizado en este mundo más de quinientos niños y niñas; ni aun pensé que había otros votos sino los que hacen los frailes.

Arzobispo.- Antes esos de los frailes son solamente para poder con más aparejo guardar éste, que es el principal, y sin el cual ni por pensamiento somos cristianos. Este voto, pues, conviene que les traigáis muchas veces a la memoria, diciéndoles que se acuerden que en el bautismo renunciaron a Satanás con todas sus pompas y malos deseos, y asimismo renunciaron al mundo; quiero decir los apetitos y deseos mundanos, y prometieron de ser perfectos en la Orden de Jesucristo, para tener con El fe y amor, y seguir su santísima doctrina e imitar su perfectísima vida, pues que éste es el fin a que todo cristiano debe tener siempre ojo.

Antronio.- Por las órdenes que recibí, nunca jamás oí lo que vos ahora me decís. Y cuanto a lo primero, yo huelgo harto de saberlo para mi provecho, y en lo demás, yo os prometo que ningún día pase sin decirlo a mis muchachos.

Eusebio.- Eso haréis vos muy bien y muy conforme a lo que debéis; y pues quisisteis que yo preguntase, dejadme hacer; y vos, señor, decidnos qué es lo que después de eso se debe de enseñar.

Arzobispo.- El Credo o símbolo que decimos de los Apóstoles, porque allí están los artículos de la fe, qué es lo que el cristiano es obligado a creer. Esto es menester que muy discretamente se lo declaréis, de manera que entiendan qué es lo que en cada artículo han de creer y cómo lo han de creer.

Eusebio.- Bien está; eso nos diréis después; ahora decidnos lo que después se debe enseñar.

Arzobispo.- Después del Credo, los diez Mandamientos, porque es menester que sepan cómo han de agradar a Aquel en quien ya creen, y cómo han de cumplir su voluntad; lo cual todo se muestra en ellos; y conviene que se lo declaréis muy enteramente y que les deis a entender cómo para ser cristianos, ni aun el menor de todos ellos jamás han de quebrantar. Junto con estos Mandamientos es bien que les enseñéis los capítulos de San Mateo, quinto, sexto y séptimo, porque allí está la suma y cumplimiento de la Doctrina Cristiana; y diciéndoles esto, procuraréis de aficionarlos y enamorarlos a la doctrina evangélica, dándoles a entender cómo es yugo suave y carga muy liviana al que con amor y afición la toma. Les enseñaréis luego, de qué se deben guardar, para que vivan siempre con continua cautela. Aquí les diréis algo de los siete pecados mortales, y se los diréis de manera que les empiecen desde niños a aborrecer. Asimismo es bien que sepan los dones del Espíritu Santo, las virtudes teologales y así otras cosas semejantes. Conviene también que les declaréis muy santa y brevemente la oración del Pater Noster, y se la encarezcáis muy mucho, para que la tengan en lo que es razón, y no hagan como el vulgo de los ignorantes, que rezan y no saben qué es lo que dicen.

Antronio.- ¿Y no os parece que será bien avezarles, junto con eso, algunas oraciones devotas?

Arzobispo.- En eso haced vos como quisiereis; aquí solamente os decimos lo que es necesario que todo cristiano sepa; en eso otro no me entrometo. Además de esto, será muy bien que en un brevecito compendio y arte les enseñéis todo el discurso de la Sagrada Escritura, donde se comprenda sumariamente lo que aconteció desde que crió Dios el cielo y la tierra, y todo lo que en ellos está, hasta el gloriosísimo advenimiento de Jesucristo, Dios y Señor nuestro.

Antronio.- Eso querría que me dijeseis, pues lo debéis tener bien aprendido.

Arzobispo.- Sí tengo, y sí os lo diré, pero a su tiempo.