Sermón para conmemorar el día de la Santísima Trinidad

por José Luís Podestá

"Bendito sea Dios Padre, y su Hijo Unigénito Jesucristo, y el Espíritu Santo, porque grande  es su amor por nosotros".
Siempre, pero principalmente en esta conmemoración  de la Santísima Trinidad, todas las lecturas que realizamos hoy  están orientadas al misterio Trinitario, principio de vida para todo creyente.

Porque  cada vez que proclamamos la palabra de Dios, dada en la Biblia toda, desde Génesis hasta Apocalipsis y la reverenciamos  como tal, manifestamos la adoración al único y verdadero Dios en tres Personas.
A medida que leemos, que nos adentramos en el mar de las Santas Escrituras, vislumbramos con fascinación este misterio que nos rodea totalmente. Misterio de amor; misterio de santidad inenarrable.

No podemos dejar de decir gozosamente  ¡Santo, santo, santo es el Señor, Dios del universo!, no nos  deja de sorprender cuando vemos en cada versículo de la Palabra de Dios,  como el Padre creó todo con sabiduría y amorosa providencia; el Hijo, con su muerte y resurrección, nos ha redimido y el Espíritu Santo nos santifica y guía.

Podemos definir con razón este día  como una fiesta de la santidad, o mejor es decir del Santo de Los Santo, Dios todo poderoso, Uno y Trino. Por tanto, en este día se encuentra un marco para adentrarnos en la reflexión de nuestras vidas, acciones y el  compromiso con el Dios inefable y la responsabilidad, que como reformados tenemos en la iglesia, en la sociedad, en la familia, en cada uno de los compromisos y funciones, que con santa responsabilidad debemos cumplir, teniendo en cuenta que somos hijos del Dios altísimo, administradores de sus bienes, porque  no son nuestros bienes si no de Dios, teniendo eso en claro podremos abocarnos a la inefable tarea de ser luz y sal en esta tierra en el ámbito que nos movamos diariamente.
No olvidemos hoy las palabras de Pablo cuando nos decía "Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio  de nuestro Señor Jesucristo" (Rom 5, 1).
Para el Apóstol Pablo la “santidad” es un don que el Padre nos comunica mediante Jesucristo, no es un derecho o algo que ganamos por nuestras obras o esfuerzos que nada logran; si no que , la fe en Él es principio de santificación. Por la fe en Jesucristo el hombre entra en el orden de la gracia; por la fe confía participar en la gloria de Dios.
Esta espera no es una quimera, sino fruto seguro de un camino sembrado de fe en el Resucitado, quien ascendió a los cielos, no negamos que hoy vivimos en medio de numerosas tribulaciones, pero el reino de Dios prometido y ganado para nosotros por la sangre de Jesucristo, nos da certeza de un día recibir la corona que nunca se marchita, la alegría de ver cara a cara ese misterio insondable del Dios Uno Y trino.
No podemos como cristianos herederos de hombres que lucharon por descontaminar la fe cristiana de errores y supersticiones, dejar nosotros de gastarnos en llevar el mensaje de Jesucristo que nos reveló al Padre y nos envían en conjunto al Espíritu Santo, para que sea nuestra fortaleza, nuestra armadura en el caminar diario hacia la patria celestial.
En otras palabras, cada uno de nosotros debemos ser para este mundo  modelo de una presencia nutrida en comunión intensa con la Santísima Trinidad, sumergiéndonos cada día en la meditación de las Escrituras, en el misterio vivo de su amor.
Recordemos que solamente nuestras vidas tienen sentido a la luz del misterio de la Trinidad, cobra singular elocuencia el testimonio evangélico que cada uno de nosotros logremos dar a quines nos rodean. En efecto, nuestra existencia debe estar completamente orientada a Dios, a través de un esfuerzo constante de la escucha de su Palabra, esa lectura debe estar impregnada de oración y docilidad a la voluntad Divina. Ser un coloquio ininterrumpido con Dios, centro de acción, para sacar  el alimento vital para nuestro apostolado como cristianos reformados, respondiendo a los desafíos de nuestro tiempo, no exento de tensiones e inquietudes.
Solamente inmersos en Dios y, precisamente por esto, seremos capaces de transmitir la verdad y el  amor de Dios Trino. Nuestra elección como hijos de Dios, constituye un aliciente para no dejar de orar, pues la oración y la escucha de la Palabra revelada de Dios son el alma de la auténtica santidad de todo presbiteriano ortodoxo.
No tenemos que dejar de considerarnos bajo la constante protección Divina, sintiéndonos en las manos del Padre celestial, en quien debemos  confiar siempre, como verdadero Padre que nos guía y reconforta. Por esto es necesario mantener viva la fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, no en ninguna otra criatura que no puede salvar, solo en ellos, en su insondable misterio.
No pensemos que es complejo o una pesada carga el dar testimonio y vivir según los mandamientos de Dios, ya que recordemos que el Señor no cesa de dar a la iglesia y al mundo modelos admirables de hombres y mujeres, que jugándose por la verdad del Evangelio entregaron toda su vida a la causa de ser fieles reflejo de Dios, como Agustín de Hipona, Juan Calvino, Juan knox, J. Gresham Machen, entre otros miles y anónimos en los que se reflejó y se refleja hoy la gloria Trinitaria en sus vidas. Que su testimonio nos provoque a mirar al cielo y a buscar siempre el reino de Dios y su justicia, y a sostenernos en el servicio a Dios Trino y a nuestros hermanos. Para que nuestra vida siempre  sea alabanza al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Amén.
                                                             Rev. José Luis Podestá

                                                             Venado Tuerto, Argentina, 3 de junio de 2007
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