V. 1, 2: Pero también digo: Entre tanto que el heredero es niño, en nada difiere del esclavo, aunque es
señor de todo; sino que está bajo tutores y curadores hasta el tiempo señalado por el padre.

Otro golpe más asesta el apóstol a la justicia y las obras de la ley, y ya es la tercera vez que se vale
para ello de un ejemplo tomado de la vida humana. Hay una estrecha afinidad entre este ejemplo y el
primero, el del ayo, ya que trata del mismo niño. Pero también el ejemplo del testamento está relacionado
con el niño, o al menos con el heredero. Tan rico en recursos es el apóstol cuando se trata de poner en claro el significado de la promesa de Dios. En primer lugar: siendo niño aún «el heredero no se diferencia en
nada de los esclavos», en el sentido de que la potestad que tiene sobre los bienes paternos no es mayor que la de un esclavo. En segundo lugar: este niño es, a pesar de ello, «el señor de todo», pues habiendo sido nombrado heredero por su padre, tiene la firme esperanza de obtener la totalidad de los bienes paternos. En tercer lugar: «está bajo tutores y curadores hasta el tiempo señalado por el padre». No interesa si el apóstol se atiene aquí a las leyes romanas o a otras; lo digo porque Jerónimo observa que la ley romana fija como límite de la menoría del heredero la edad de veinticinco años.1 Nosotros usaremos el ejemplo en la medidade lo necesario.

V. 3: Así también nosotros, cuando éramos niños, estábamos en esclavitud bajo los elementos2 del mundo.

Pablo despliega su cuadro detalle por detalle: el «heredero niño» somos nosotros; los «tutores» son
los elementos del mundo. «En nada diferimos» de los «esclavos», puesto que «estábamos en esclavitud». Y sin embargo éramos «señores de todo», porque así lo había predestinado el Padre celestial. De los herederos y de la herencia ya se habló con detenimiento más que suficiente, a saber, que los «herederos» son la descendencia de Abraham, o sea, Cristo y los cristianos; la «herencia», en cambio, es la gracia y la bendición que por la fe en Cristo es derramada sobre los gentiles. Por otra parte, también de la esclavitud de los herederos ya se habló en párrafos anteriores, si bien con otros términos.3 Pues esclavos son los que sirven no con miras a obtener la herencia del padre de familia; antes bien, sirven por un pago, o hasta hacen sus obras compelidos por el temor al castigo. Por esto, como dice Cristo, «el esclavo no queda en la casa para siempre; el hijo sí queda para siempre» (Jn. 8:35). Muy bien se ejemplificó esto en la escena descrita en Génesis 21 (v. 14) cuando Ismael, el hijo de la sierva, fue echado de la casa después de que se le habían dado algunas provisiones para el viaje, y en Génesis 25 (v. 5, 6), donde leemos que «Abraham dio todo cuanto tenía a Isaac. Pero a los hijos de sus concubinas dio Abraham dones, y los envió lejos de Isaac su hijo». Así ocurre también con nosotros: cuando todavía no vivimos en la gracia, sino en la ley, hacemos las obras de la ley con el ánimo de un esclavo, es decir, compelidos por él temor al castigo o atraídos por una recompensa temporal. Todo esto empero nos enseña a suspirar por la herencia, o sea, por la fe y por la
gracia, a fin de que, arrancados de ese estado de esclavitud, podamos cumplir la ley como hombres liberados por el Espíritu, hombres que ya no temen el castigo ni apetecen una recompensa; en otras palabras: hombres que ya no «están en esclavitud». Entretanto somos «señores de todo» en el sentido de que Dios nos ha predestinado y preparado esta herencia, y nos instruye, mediante el temor servil al castigo y el amor a los bienes prometidos en la ley, para que dirijamos nuestro deseo hacia aquella herencia, y no permanezcamos en la esclavitud junto con los judíos y los hipócritas. Permaneceremos empero en la esclavitud cuando sentimos que por el temor al castigo y el amor a la recompensa no vamos amando más y más a la ley sino antes bien odiándola más y más; porque como ya dije, preferiríamos que la ley ni existiera. De este modo la ley de hecho nos «empuja» hacia la herencia, y por ésta, llegamos a ser entonces «señores de todo», esto es, entramos en posesión de la bendición de Cristo mediante la fe.
Respecto de los «elementos del mundo» _los «tutores y procuradores»_ se han hecho muchas y
variadas conjeturas. Para decirlo brevemente: Cuando en este pasaje se habla de «elementos», no debemos pensar en lo que la filosofía4 designa con este nombre: fuego, aire, agua, tierra; aquí se trata más bien de una forma de hablar característica del apóstol, y de una expresión de la terminología gramatical.5 Los «elementos» son, por lo tanto, las mismas letras de la ley, las letras de que se compone la ley. También en 2 Corintios 3 (v. 6) y otros pasajes (Ro. 2:27, 29) Pablo llama a la ley «letra», de modo que el plural «elementos» es sinónimo de «lo que está escrito», «la ley escrita». No necesitamos para ello más pruebas que la autoridad del apóstol mismo; él dice: «Estábamos bajo los elementos del mundo», y casi a renglón seguido (v. 5) declara: «. . .para que redimiese a los que estaban bajo la ley’, demostrando así que con «ley» y «elementos» él entiende una y la misma cosa. Por otra parte, aun «habiéndose cumplido el tiempo» (v. 4), también los redimidos continúan estando bajo los elementos del mundo físico. Y más adelante (v. 9) leemos «¿Cómo es que os volvéis de nuevo a los débiles y pobres elementos a los cuales os queréis volver a esclavizar?», e inmediatamente después, a manera de explicación de sus propias palabras: «Guardáis los días y los años, etc.». «Guardar días y años», por lo tanto, es «volverse a los elementos», y esto a su vez es «volverse a la letra de la ley».
Pero tampoco la razón permite que con «elementos» se entiendan ídolos o elementos naturales,
como pensaron algunos.6 Se opone a ello el hecho de que en ninguna parte se lee que los judíos jamás
hayan rendido culto a los elementos. Además, en tal caso Pablo tendría que haber dicho más bien: «Estábamos bajo la potestad de ídolos o de las tinieblas», como lo hace en la carta a los Romanos y en otras partes (Ro. 2:22; Ef. 6:12; Col. 1:13). Y en tercer lugar, Pablo afirma, en la forma más general posible, que mientras aún no creían en Cristo, todos los hombres sin excepción alguna «estaban en esclavitud bajo los elementos». Si esto no se entiende como referencia a la ley, no hay forma alguna de entenderlo. La ley, en efecto, «lo encerró todo bajo pecado», como Pablo ya había dicho antes (cap. 3:22). Además no debemos pasar por alto que en el presente texto el apóstol no hace otra cosa que comparar entre sí la ley y la gracia, con la intención de exaltar a ésta y relegar a un plano inferior a aquélla. Pero sobre todo es de notar que aquí se trata de una forma de hablar de uso corriente en los escritos del apóstol, p. ej. en Colosenses 2 (v.8): «Mirad que nadie os engañe por medio de hueca filosofía, según las tradiciones de los hombres, conforme a los elementos del mundo, y no según Cristo». Pues tampoco se ha de dar crédito a San Jerónimo quien se viene con ideas bastante remotas y sostiene que los «elementos» en Colosenses 2 no son los mismos que los mencionados aquí en Gálatas.7 Sí que son los mismos: lo que en Colosenses es llamado «elementos» son los escritos y las doctrinas del mundo, esto es, de los hombres, o más exactamente, las disposiciones hechas respecto de las cosas de este mundo. En el mismo pasaje, un poco más adelante (Col 2:20), se lee: «Pues si habéis muerto con Cristo en cuanto a los elementos del mundo, ¿por qué, como si vivieseis en el mundo, os sometéis a preceptos?» Que lo aquí expuesto es fiel reflejo de la opinión del apóstol, queda probado por lo que sigue inmediatamente (Col. 2:23) , donde Pablo habla de las prácticas supersticiosas de los judíos, tal como lo hace aquí (Gá. 4: 9). Pero también en Hebreos 5 (v. 12) lo vemos emplear este término del mismo modo: «Tenéis necesidad», dice, «de que se os vuelva a enseñar cuáles son los primeros elementos de la palabra de Dios».
Mas si Pablo llama a la ley «elementos del mundo», lo hace para dar a ambos vocablos un sentido
peyorativo, humillador, degradante, con el objeto de menguar la gloria y reputación de la justicia producida
por la ley, y de las obras que emanan de ella. Es como si quisiera decirnos: «¿Qué podemos sacar de la ley sino letras, y letras desprovistas del Espíritu por añadidura? Ni son ellas capaces de suministrarnos los
medios con que podamos cumplirlas, ni somos nosotros capaces de cumplirlas con nuestros propios medios ». A estas letras las llama propias «del mundo», porque se refieren a cosas que son de este mundo, tales como las obras exteriores, así como se llama «conocimiento de Dios» a aquello que se puede saber respecto de Dios. Pues la ley no condujo a nadie hacia el Espíritu, sino que fue observada sólo en la carne, y de tal manera que en el interior del hombre, la concupiscencia se rebelaba contra la ley y la odiaba.
¡Piensa ahora tú mismo cómo es posible que entiendan al apóstol los que llaman «cosas espirituales
» a las tonsuras, vestimentas, determinados lugares y tiempos, iglesias, altares, ornamento, y toda esa
pompa desplegada en las ceremonias! Y tienen que insistir en que son cosas espirituales y no mundanas, si no quieren que a ellos mismos se los llame mundanos. lo que para ellos sería el peor de los horrores. Pero si niegan que son cosas mundanas, al mismo tiempo se imposibilitan el entendimiento de lo que dice el apóstol, quien cataloga todo esto como perteneciente al «mundo», llamando despectivamente elementos
del mundo» a los decretos y doctrinas que fueron establecidos respecto de estas cosas externas; ¡y conste
que este vicio lo hace extensivo también a las obras externas hechas conforme al Decálogo! Consecuentemente, en nuestro siglo son _“cosas espirituales” las riquezas, la tiranía, la ostentación, el permitírselo todo, o en el mejor de los casos, las oraciones pronunciadas sin participación de la mente, y las vestimentas y los lugares consagrados por doctrinas humanas. «Cosas corporales» en cambio son las obras de misericordia y cualesquiera otras obras y lugares, aun cuando fueran consagrados en grado sumo por un espíritu lleno de fe.
Pero volvamos a las palabras del apóstol: Estos elementos son “tutores y procuradores», así como
la ley es un «ayo». Pues así como la letra de la ley compele a los rebeldes hombres a hacer las cosas de la ley por temor al castigo, así los compele también, una vez que se han dado cuenta de lo rebelde que es su voluntad, a correr hacia Cristo, el generoso dador del espíritu de libertad. La ley, por lo tanto, no causa
nuestra perdición, sino que nos presta un servicio de la mayor utilidad, siempre que comprendas que cual
fiel procurador, ella te quiere conducir, y aun llevar a empellones, hacia Cristo y hacia tu herencia. Si no la
entiendes en este sentido, te resultará un «opresor» ( Is. 9: 4) y un adversario que te arrastrará ante tus
torturadores; será tu juez y tu perseguidor, porque nunca dejará en paz tu conciencia, puesto que nunca
podrás descubrir en ti mismo y en tus obras aquello con que la ley pueda ser cumplida y satisfecha. Pero así es como la entienden aquellos que no quieren dejarse guiar por ella hacia Cristo, sino que piensan que
tienen que cumplirla con sus propias fuerzas.

V. 4, 5: Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido (orig.. hecho) de mujer
y nacido (hecho) bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la
adopción de hijos.

El apóstol define aquí como «cumplimiento del tiempo» a lo que antes (v. 2) había llamado el
«tiempo señalado por el Padre». En efecto: Así8 también Dios había señalado de antemano el tiempo en
que la bendición prometida a Abraham se cumpliría en Cristo, su descendiente. No que en el ínterin los
santos patriarcas no hayan obtenido la bendición aquella, sino que en Cristo, la bendición debía ser revelada
a través del mundo, y él debía ser manifestado como Aquel en quien tanto los padres como nosotros
somos benditos. Y a esto lo llama Pablo el «cumplimiento del tiempo»: es que se había cumplido el tiempo
señalado (por el Padre, V. 2). Otros llaman «cumplimiento del tiempo» al tiempo del cumplimiento, es
decir, al tiempo de la gracia. Entre ellos está el autor a quien cita San Jerónimo; dicho autor, contradiciéndose a sí mismo, afirma: «Si era necesario que Cristo naciera (o fuera hecho) bajo la ley para que redimiese a los que estaban bajo la ley, también habría sido necesario que naciera sin ley para que redimiese a aquellos que estaban sin ley, es decir, a los gentiles. En cambio, si esto no era necesario, también aquello otro es superfluo».9 El citado autor, digo, supone que el apóstol se refiere sólo a la ley ceremonial, cuando en realidad Pablo está hablando de la ley entera. Pues es un hecho que Cristo nos redimió no sólo de las ceremonias; antes bien, nos redimió de las concupiscencias o de la ley que prohíbe la concupiscencia; porque él mismo no debía nada a nadie, y sin embargo se hizo deudor viviendo (bajo la ley) como si fuese un pecador.
Por esto debe observarse cuidadosamente cómo se expresa el apóstol. Pues «vivir bajo la ley» no es
lo mismo que «vivir en el tiempo de la ley y en el radio de su vigencia» (en este sentido, ni Job ni Naamán
el Sirio estuvieron bajo la ley, ni tampoco la viuda de Sarepta en tierra de Sidón10 ); «vivir bajo la ley» es ser
deudor de la ley, es no tener con qué cumplirla, es ser reo de todos los castigos que la ley impone. Cristo
empero, aunque no estaba bajo la ley ni podía estarlo, no obstante fue hecho bajo la ley, fue hecho pecado
(2 Co. 5:21) y pecador; y esto no porque hubiera atentado contra la ley como lo hacemos nosotros, sino
porque cargó sobre sus propios hombres los castigos impuestos por la ley a los pecados _él, el Inocente, en favor nuestro. Por ende todos los pueblos estuvieron bajo la ley, al menos bajo la ley natural y los Diez
Mandamientos.11 De ahí que Cristo no fuera hecho bajo la ley del mismo modo como nosotros estamos
bajo la ley. Así como tampoco fue hecho «maldición» y «pecado» (Gá. 3:13; 2 Co. 5:21) del mismo modo
como lo somos nosotros: él fue hecho bajo la ley sólo en cuanto al cuerpo, nosotros en cambio estamos bajo la ley tanto por lo que atañe al cuerpo como por lo que atañe al espíritu; y como dice San Agustín en su obra «Acerca de la Trinidad», libro IV capítulo 3: «Por lo que Cristo tiene en forma simple, él está en armonía con lo que nosotros tenemos en forma doble y lo complementa en una hermosa octava».12
La expresión «hecho de mujer”: ¿no parece casi una afrenta a la virginal madre de Cristo? Pues
usando el mismo verbo, Pablo podría haber dicho «hecho de una virgen». San Jerónimo, lee que el apóstol
escogió estas palabras pensando en Manes:13 éste sostiene que Cristo nació por medio de (per) una mujer, no de (ex) una mujer, y asevera sin poder probarlo que la carne de Cristo no fue real sino putativa. Pero podría decirse también que el apóstol quiere destacar aquí la condescendencia divina, la cual llegó a un extremo tal que Cristo tuvo a bien nacer no sólo de la naturaleza humana sino incluso del sexo más débil de la misma; y que por este motivo resultó más adecuado señalar el sexo que señalar el estado personal. Al mismo tiempo puede decirse que Pablo quiere llamar la atención al hecho de que Adán no fue hecho de
mujer, Eva en cambio fue hecha de varón, no de mujer; de la misma manera pues como una mujer hecha de
varón fue la causante del pecado y de la perdición, un varón hecho de mujer habría de ser el causante de la
justicia y de la salvación,14 resultando así que los sexos opuestos producen efectos opuestos. Esto no habría podido observarse si no se hubiese hecho referencia expresa al sexo. Sin embargo, el apóstol tampoco omite mencionar la virginidad de María; pues su insistencia en que Cristo «fue hecho de mujer» cuando todos los demás seres humanos provienen de hombre y mujer, es una no pequeña ponderación del milagro de que la madre de Cristo es una mujer virgen, y él mismo el Hijo de una virgen. Finalmente, por cuanto Cristo tenía que ser un hombre natural y un «hijo» (Is. 9:5), era preciso que naciera. Mas para que pueda haber un nacimiento, es menester también la concurrencia del sexo femenino; pues Cristo Hombre no habría sido «hijo» si no hubiese nacido de mujer. Tal es el caso de Adán y Eva, que siendo seres humanos, sin embargo no fueron «hijo» ni «hija».
El concepto «adopción de hijos» se halla expresado más adecuadamente en el término griego,
nioJesia que proviene de «poner» e «hijo», tal como el término latino legispositio, que es un sustantivo
compuesto de «poner» y «ley». Esta nioJesia empero, como nos enseñó Pablo en párrafos anteriores,15 es
efectuada por medio de la fe en Cristo -esta fe en el Cristo venidero que había sido prometida a Abraham.
Pues creer en Cristo es «revestirse de él», «llegar a ser uno con él» (cap. 3:27, 28). Mas Cristo es el Hijo:
por consiguiente, también los que creen en él, son hijos juntamente con él.
En consideración a aquellos que aún no han recibido la suficiente instrucción acerca de Cristo,
repito lo que ya dije más de una vez, a saber, que las expresiones «redimiese», «recibiésemos la adopción»
(v. 5), «sois hijos», «envió el Espíritu» (v. 6), «ya no es esclavo, sino hijo y heredero» (v. 7) y otras similares
no deben entenderse como si ya estuviesen cumplidas en nosotros; antes bien, Cristo las cumplió plenamente para que también en nosotros hallasen pleno cumplimiento. Pues todo fue iniciado de tal manera que día a día debía alcanzar un perfeccionamiento siempre mayor. Por esto se habla también de la «Pascua del Señor» (Ex. 12:11, 12), es decir, de su tránsito o paso, y a nosotros se nos llama «galileos»,16 o sea, “gente que está en camino”, ya que continuamente estamos saliendo de Egipto y dirigiéndonos a través del desierto, es decir, por el camino de la cruz y del padecimiento, hacia la Tierra de Promisión. Hemos sido redimidos, y somos redimidos continuamente. Hemos recibido la adopción de hijos, y aún la seguimos recibiendo. Hemos sido hechos hijos de Dios, lo somos, v llegaremos a serlo. Ha sido enviado el Espíritu, es enviado ahora y será enviarlo en lo futuro. Conocemos, y conoceremos.
Pues bien: no debes imaginarte la vida del cristiano como un estar parado y en posición de descanso,
sino como un estar en camino y en avance, de los vicios a la virtud, de claridad en claridad, de virtud en
virtud: y al que no está en camino, tampoco lo debes tener por cristiano, sino por un pueblo amante del
reposo y de la paz, contra el cual el profeta hace marchar a sus adversarios.17 No creas por lo tanto a
aquellos teólogos embusteros que te dicen: Con tal de haber alcanzado un grado del amor, el primero, ya
tienes lo suficiente para ser salvo.18
En su necia fantasía, estos teólogos se imaginan que existe un amor que yace inactivo en el corazón,
como el vino en el barril. Pero el amor no es inactivo, sino que continuamente está crucificando la carne.
Tampoco se conforma con permanecer en un determinado grado, sino que busca expandirse por todo el ser
del hombre a fin de purificarlo. Aquellos empero con su grado único, cuando les llegue el tiempo de la
tentación y de la muerte, no poseerán ni el primer grado ni el segundo.

V. 6: Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba,
Padre!

San Jerónimo, y también el original griego, tienen «nuestros corazones», lo que coincide con Romanos
8 (v. 15): «Habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: “¡Abba, Padre!» No dice
«por el cual clamáis», a pesar de que está hablando a los romanos en segunda persona. Lo mismo hace
también aquí en Gálatas. «Abba, Padre» -¿a qué se deberá esta duplicidad?.19 Como no hay razón gramatical aparente para ella, me inclino a aceptar una muy difundida explicación de este misterio, a saber, que el mismo espíritu de la fe habita en los judíos y en los gentiles, dos pueblos, pero propiedad de un solo Dios, como lo recalca el apóstol también en romanos 1 (v. 16) y 2 (v. 10): «Al judío primeramente, y también al griego».
Fíjate bien en esto: por cuanto había hablado de «hijos de Dios», el apóstol llama al Espíritu Santo
«Espíritu del Hijo de Dios». Con esto quiere evidenciar que el mismo Espíritu que está en Cristo, el hijo de
Dios, fue enviado también a los fieles. Más aún: pone claramente de manifiesto que la Santa Trinidad es un
solo Dios. Pues el Hijo, por ser verdadero Dios, vive en su Espíritu (en el Espíritu de Dios), en el cual sin
duda vive también el Padre; y así como en otro pasaje (Ro. 8:9) lo llama a este Espíritu «el Espíritu de
Dios», así lo llama aquí «Espíritu del Hijo». Lo mismo se aplica también a nosotros: «En Dios somos,
somos movidos, y vivimos»20 (Hch. 17:28). «Somos en él» a causa del Padre que es la «esencia» (lat.
substantia) de la divinidad;21 «somos movidos» en él por la imagen del Hijo, el cual nació del Padre,
movido, por decirlo así, por un movimiento divino y eterno; «vivimos» en él conforme al Espíritu en el cual
el Padre y el Hijo reposan y en cierto modo «viven». Pero estas cosas son demasiado sublimes como para
que podamos tratarlas en este contexto.
Atención aún mayor merece el testimonio del apóstol de que a los que creen, se les da en el acto
también el «Espíritu de hijos». «Por cuanto sois hijos», dice (hijos mediante la fe, por supuesto, como ya se
reiteró a menudo), «Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo». Con esto se puede resolver sin
dificultad el problema de aquellos que preguntan: «¿Cómo se puede enseñar que el hombre es justificado y
salvado por la sola fe?» No tienes por qué inquietarte: Si la fe es genuina, y si en verdad se es un «hijo», no
faltará el Espíritu. Mas si está presente el Espíritu, él «derramará el amor» (Ro. 5: 5) y hará aflorar toda esa
sinfonía de virtudes que en 1 Corintios 13 (v. 4) se atribuyen al amor: «El amor es sufrido, es benigno, etc.».
Por lo tanto, cuando el apóstol habla de la fe que justifica, se refiere a «la fe que obra por el amor», como
dice en otra parte (Gá. 5:6) . Pues la fe es la causa por la cual Dios otorga su Espíritu,22 como ya vimos en
uno de los pasajes precedentes (cap. 3:2): «¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con
fe?» Por otra parte, la fe que «hace temblar a los demonios» (Stg. 2:19) y que capacita a los incrédulos a
hacer milagros,23 no es la fe genuina; pues estos demonios e incrédulos todavía no son «hijos» ni «herederos de la bendición».

V. 7: Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero por medio de Dios.

San Jerónimo lee aquí «por medio de Cristo», y así se lee también en el texto griego.24 Pablo hace
este agregado para que nadie abrigue la esperanza de poder alcanzar esta herencia por medio de la ley o por algún otro conducto, en vez de esperar alcanzarla por medio de Cristo; porque la bendición es prometida y es entregada en el descendiente de Abraham, que es Cristo. Lo mismo afirma Pablo en Romanos 8 (v. 17): “Si somos hijos, también somos herederos; herederos de Dios, y coherederos con Cristo”.
Lo que significa «esclavo» y «esclavitud» ya se explicó con suficiente amplitud: esclavo es aquel
que guarda la ley, y al mismo tiempo no la guarda. La guarda en lo que se refiere a las obras, ya sea por
temor al castigo o por el interés en obtener una ventaja. No la guarda en lo que se refiere a la voluntad, ya
que en cuanto a ésta, preferiría que no existiera ley; y así es que en su interior le tiene odio a esa misma
justicia de la ley que por fuera, ante los hombres, finge practicar. El hijo en cambio, ayudado por la gracia,
guarda la ley espontáneamente. No quisiera que la ley no existiese, antes bien se alegra de que exista. El
esclavo tiene las manos puestas en la ley del Señor; el hijo tiene la voluntad puesta en la ley del Señor.

V. 8: Ciertamente, en otro tiempo, no conociendo a Dios, servíais a los que por naturaleza no son dioses.

Con esto Pablo indica claramente que la palabra «Dios» se usa en dos sentidos diferentes: se la
aplica al que es Dios por naturaleza, quiere decir, al Dios verdadero, uno, vivo y eterno, y se la aplica
también a muchos otros, que son dioses falsos y muertos, quiere decir, a hombres, bestias, aves, como se
lee en Romanos 1 (v. 23): «Cambiaron la gloria del Dios inmortal en semejanza de imagen de hombre
corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles». Éstos, por lo tanto, no son «dioses por naturaleza», sino que lo son según la opinión y el concepto erróneo de los hombres que, contrariamente a lo que ordena el Segundo Mandamiento, tomaron el nombre y la gloria del Dios verdadero en vano (Éx. 20:7) y los atribuyeron a los dioses aquellos, así como también el mundo de nuestros días se vale del nombre del Señor para infinidad de prácticas supersticiosas. Pues como el nombre de Dios es santo y temible (Sal. 111:9), el usarlo como pretexto para cualquier clase de maldades y engaños no puede sino causar un gravísimo daño, máxime si se tiene en cuenta que el temor que el nombre de Dios inspira, ejerce sobre los hombres una casi irresistible atracción. Por naturaleza está implantada en el hombre una profunda veneración ante el nombre de Dios; pero es harto difícil saber cuándo el nombre de Dios es invocado en verdad. Pues esta ignorancia aparta a los hombres del verdadero Dios de la manera más insidiosa; por esa ignorancia, dice Pablo, fueron engañados en otro tiempo también los gálatas juntamente con los demás gentiles.
Teólogos más recientes distinguen entre ignorancia invencible,25 ignorancia crasa e ignorancia deliberada. La ignorancia invencible, dicen, excusa de todo pecado; la crasa excusa en parte, pero no del todo; la ignorancia deliberada en cambio acentúa la culpabilidad. Esta distinción me parece que la inventaron para infligir una injuria a la gracia de Dios y para dar realce al libre albedrío, y además, para hacer que los hombres se sintieran seguros en su estado de perdición. Pues mientras el hombre hiciere lo que está en su poder, no corre peligro, porque «la ignorancia invencible» no causa daño.26 En pocas palabras: por una parte se habla de ignorancia invencible en relación a nosotros mismos y nuestras fuerzas. A este respecto puede afirmarse que no hay ignorancia alguna que pueda vencerse, al menos tratándose de cosas pertinentes a Dios; Juan 3 (v. 27): «No puede el hombre recibir nada, si no le fuere dado del cielo»; y Juan 6 (v. 44): «Ninguno puede venir a mí, si mi Padre no le trajere». De nosotros mismos, en efecto, no somos capaces de producir nada bueno, sino que sólo podemos errar, aumentar la ignorancia, y pecar. Por ende, el que intenta salir con sus propias fuerzas de un estado de ignorancia, sea ésta de la índole que fuere, se enceguece a si mismo con un doble pecado y una doble ignorancia: primero, porque es ignorante; segundo, porque ignora que es ignorante y pretende expulsar la ignorancia por medio de la ignorancia y hacer una obra que incumbe a Dios solo. De este modo, al aspirar a un perfeccionamiento logrado por sus propios medios, pasa del pecado a la impiedad, y se jacta con la mentira de haber hallado en sí mismo lo que debiera haber buscado en Dios. Cristo sólo, y no la razón nuestra, es la luz y la vida de todos los hombres. Por otra parte se habla de ignorancia invencible en relación a la gracia de Dios para con nosotros. En este sentido no hay ninguna ignorancia que sea invencible, porque «al que cree todo le es posible» (Mr. 9:23).
Por esto no se debe enseñar a los hombres que la ignorancia invencible no es de temer, no sea que,
confiando en si mismos y en sus propios medios, dejen a un lado el temor de Dios. Muy al contrario: sea
que hayan hecho lo que estaba en su poder, sea que no lo hayan hecho de todos modos deben desesperar de sus propias capacidades y depositar su confianza exclusivamente en Dios, temer su juicio aun sobre las
obras buenas que hayan hecho, esperar en su misericordia aun teniendo conciencia de haber cometido
obras malas. Así no harán nunca nada que los haga sentirse seguros, y nunca cometerán un pecado que los haga caer en desesperación. En este sentido la ignorancia siempre es una ignorancia invencible; y sin
embargo, precisamente como hombres que temen (el juicio de Dios) y esperan (en su misericordia), están
libres de toda Ignorancia. Por consiguiente: la ignorancia invencible no es excusa; en cambio, el confesar la
ignorancia invencible, y el reconocerla, lleno de compunción esto si excusa, o mejor dicho, esto hace que
el hombre obtenga la gracia.

V. 9: Mas ahora, conociendo a Dios, o más bien, siendo conocidos por Dios, ¿cómo es que os volvéis de
nuevo a los débiles y mezquinos elementos, a los cuales os queréis volver a esclavizar?

No sabría decir si en este texto, el apóstol toma como punto de partida la ingratitud de los Gálatas,
o si emplea un argumento que de lo menor infiere lo mayor. Ensayemos las dos posibilidades. La inferencia
desde lo menor a lo mayor nos daría el siguiente cuadro: «Si cuando desconociendo aun al Dios verdadero
servíais a dioses falsos, no os volváis a los débiles elementos, ¿cómo es que os volvéis a ellos ahora,
conociendo ya a Dios? Y eso que en aquel entonces, según parece, estos elementos os hacían más falta que ahora, ya que el judaísmo sobrepasaba en mucho al paganismo; en cambio ahora habéis sido elevados a un nivel incomparablemente superior al del propio judaísmo, de modo que ya no tenéis ninguna necesidad de tales elementos». Suponiendo que Pablo parta de la ingratitud, el razonamiento seria: «Recordaréis cuán
execrable era la idolatría con que servíais a los dioses inmundos, y cómo habéis sido llamados ahora al
servicio del Dios verdadero por la misericordia divina. ¿No os sentís avergonzados, entonces, por esa
increíble ingratitud con que volvéis las espaldas al Dios que os llamó de tan grandes males a tan grandes
beneficios?» Podría ser también que el apóstol haya pensado en ambas argumentaciones a la vez, como es
su costumbre.
En opinión de San Agustín, las palabras «o más bien, siendo conocidos por Dios» fueron puestas a
modo de explicación para los débiles; porque podría haberse dado el caso de que algunas personas indoctas tomaran el «conocimiento de Dios» mediante el cual, como dice Pablo, ellos «habían conocido a Dios», como un «conocer cara a cara» (1 Co. 13:12), formándose así una idea equivocada de lo que el apóstol quería decirles; de ahí la aclaración, agregada por éste a sus propias palabras, de que los Gálatas, más que «conocedores de Dios», fueron «conocidos por Dios».27 Con todo, bajo estas palabras tan sencillas se oculta en verdad aquella sublime cognición de que nuestro actuar es, de hecho, un dejar que Dios opere en nosotros, tal como lo podemos observar en la herramienta de un artífice, la cual, más que moverse ella misma, es movida por la mano del maestro. Esto lo dice también Isaías, cap. 26 (v. 12): «Tu, oh Señor, hiciste en nosotros todas nuestras obras». Así, nuestro conocer es un ser conocido por Dios, el cual también obró en nosotros este mismo conocer (recuérdese: Pablo está hablando de la fe); por eso él nos conoció primero. Es una señal de la destreza de Pablo el haber escogido justamente esta formulación para hacer frente a quienes ya hablan comenzado a apoyarse en su propia justicia, como si quisieran adelantarse a Dios con sus obras personales y tener preparada para Dios una justicia que, de hecho, debían haber aceptado de las manos de él. Esta locura es característica de todos los que tratan de fabricarse una justicia a base de la observancia de leyes y ceremonias. Mas con esta declaración suya, el apóstol alude al mismo tiempo, en forma velada, a la predestinación, así como en una oportunidad anterior la toca brevemente para luego pasar a otro tema. En efecto: los gálatas «son conocidos» por Dios, no porque ellos conozcan a Dios, sino al contrario: ellos conocen a Dios porque son conocidos por Dios, de modo que todo lo bueno y toda gloria por lo bueno depende «no del que quiere ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia» (Ro. 9:16). Lo mismo vale también respecto de la fe y respecto del Espíritu.
¡Fíjate en el peso de las palabras «a los elementos», y en la fina manera de expresar con ellas una
degradación!28 «A los elementos» esto quiere decir a la letra y al símbolo exterior que representa las cosa;
¡y los gálatas se imaginaban que se habían vuelto a la cosa misma! Elementos «débiles» además, ya que la
ley fue totalmente incapaz de ayudarles a alcanzar la justicia, sino que antes bien incrementaba el pecado.
Y más aun: elementos «mezquinos», vacíos, porque la ley no sólo es incapaz de adelantaros un solo paso,
sino que es incapaz también de conservaros y apoyaros en el estado en que os halláis; al contrario, inevitablemente empeoraréis si os confiáis a ella. La gracia de la fe en Cristo en cambio es poderosa no sólo para guardaros (Jud. 24) Si no también para llevaros a la perfección. Los que son los «elementos», y por qué lo son, ya se dijo en párrafos anteriores.29 Ya ves, por lo tanto, con cuánto desprecio el apóstol Pablo habla de la ley en oposición a los grandilocuentes apóstoles falsos.30
A esta altura, San Jerónimo plantea la pregunta: «¿Conocieron Moisés y los profetas a Dios, y en
consecuencia no guardaron la ley, o guardaron ellos la ley y en consecuencia no conocieron a Dios?»,31
porque es un hecho que Pablo presenta estas dos actitudes como opuestas la una a la otra, y es peligroso
atribuir a los profetas ya sea la una o la otra. Pero el apóstol resuelve el problema con una sola palabra al
decir: «a los cuales os queréis volver a esclavizar». El observar los preceptos de la ley no tiene nada de
malo; servir a los preceptos de la ley, esto es lo malo. Les sirve empero, como ya se dijo repetidas veces, el que los cumple compelido por el temor a las amenazas, como si se tratara de cosas necesarias para ganarse la justificación. En cambio, cuando dichos preceptos son observados espontáneamente, no causan ningún daño. De esta manera los observaron los profetas, no con la intención de obtener justicia, sino para practicar el amor a Dios y al prójimo; pues ellos mismos obtuvieron la justificación por medio de la fe.

V. 10: Guardáis los días, los meses, los tiempos y los años.

San Agustín ofrece de este texto una exposición un tanto dudosa, relacionándolo, sin embargo, mas
con las prácticas religiosas de los gentiles que con las de los judíos. Dice, en efecto: «Es un error muy
general entre los gentiles, en la realización de sus quehaceres y al dirigir su mirada expectante hacia los
eventos de su vida y de sus negocios, observar ciertos días, meses, tiempos y años designados por los
astrólogos y los caldeos».32 Es en este sentido que los Decretos citan mayormente al apóstol, según esa
práctica conforme a la cual acostumbran citar también muchas otras declaraciones por el solo hecho de que proceden de la boca de los santos padres, sin importárseles nada por qué los padres dijeron tal o cual cosa. Sin embargo, San Agustín se apresura a agregar que lo dicho respecto de los gentiles debe aplicarse asimismo a los judíos.33
San Jerónimo relaciona el pasaje sencillo y correctamente con los judíos solos:34 Guardáis «días»,
dice, como los sábados y novilunios (Núm. 10:10; 1 Cr. 23: 31, etc.); «meses» como el mes primero y
séptimo (Ex. 12: 2-20; Lev. 16:29; 23: 5, etc.); «Tiempos festivos» como los que congregaban al pueblo en
Jerusalén tres veces al año (Ex. 23: 14 y sigtes.; Dt. 16: 18); años como el séptimo, el «año de remisión»
(Dt. cap. 15) y el quincuagésimo, al que llaman «año de jubileo» (Lev. 25: 10 y sigtes.).
Pregunta empero Jerónimo si nosotros no estamos incurriendo en la misma falta al observar el
miércoles, la parasceve,35 el domingo o día del Señor, los ayunos cuaresmales, la Pascua y Pentecostés, y además diversas festividades, cambiantes según la región, instituidas en honor a los mártires. La respuesta que Jerónimo da es, en primer lugar: Nosotros no observamos los días de los judíos, sino otros. Segundo: Se han instituido ciertos días no para conferir mayor solemnidad al día en que nos congregamos, sino para evitar que la concentración desordenada del pueblo disminuya la fe en Cristo. En tercer lugar, en un intento de dar una respuesta aún mas terminante, Jerónimo afirma que todos los días son iguales, que siempre es el santo Día de la Resurrección, que siempre es lícito ayunar, siempre es licito comer el cuerpo del Señor, siempre es lícito orar; y que por lo tanto, el ayunar y el congregarse en determinados días son prácticas que fueron implantadas por hombres circunspectos a causa de cierta gente que dedica más tiempo al mundo que a Dios, etc.. Y esto es muy cierto; lo anticipó Isaías al decir, cap. 66 (v. 23): «Habrá un sábado tras otro, y un mes tras otro».36 Pues en realidad, en tiempos de la Nueva Ley,37 cada día es un día festivo; sólo que por disposición de la iglesia se fijaron determinados días para oír la palabra de Dios, para participar en la Santa Cena, y para unirse en oración común. Pero al presente, estas festividades degeneraron en una superstición mucho mayor de lo que eran las festividades de los judíos; tanto es así que creen prestar un servicio a Dios si aumentan el numero de estos días, no para dar más facilidad para orar, oír la palabra de Dios y comulgar, sino sólo para celebrar días de fiesta. Y no se puede negar que en lo que a festejar se refiere, son mucho más perfectos que los judíos. Estos al menos leen a Moisés y a los profetas.38 Nosotros en cambio no servimos ni a Dios ni a los hombres, sino que nos despreocupamos absolutamente de todo, con la sola excepción de que servimos al vientre (Ro. 16:18; Fil. 3:19) y nos entregamos al ocio y otros excesos.
Pero ni aun así, los obispos tienen para con el pueblo la compasión suficiente como para abrogar
algunos feriados y disminuir su numero. Quizás sea por el temor que le tienen al poder y prestigio del
pontífice romano quien decreta tales cosas. ¡Cómo sí no fuera una impiedad el mismo pensamiento de que
el pontífice romano tiene la intención o el poder de implantar o tolerar estos días en que se rinde culto al
diablo con toda clase de monstruosidades, para indecible vergüenza del nombre cristiano y blasfemia de la
majestad divina! Pero si creen que todo esto está dentro de las intenciones del pontífice romano, y que él
está dispuesto a tolerarlo, entonces se los debe acusar de la mayor impiedad por haberle obedecido, y por
no haber roto y anulado totalmente y con toda confianza un decreto humano que redunda en semejante
afrenta al Creador. Todo obispo o pastor que vea que en su iglesia los días de fiesta se pasan con borracheras, juegos, liviandades, asesinatos, holgazanería, charlas inútiles y espectáculos (que es como se pasan casi todos los días de fiesta salvo algunos pocos de los más solemnes), y no toma medidas para anularlo, es inexcusable. No le sirve de excusa, repito, alegar que sin autorización del Papa, él no puede abrogar estos abusos. Pues aun cuando un ángel del cielo los hubiera instituido, tenemos no obstante un deber mayor para con la gloría y la honra de Dios. Todo cuanto se decrete, o todo cuanto se tolere en detrimento de Dios, sea por parte de quien fuere, debe ser abolido Sin temor alguno, a menos que uno prefiera hacerse cómplice de todos los males que resultaren del adoptar tal actitud indiferente. Lo mandado por la iglesia romana sólo tiene carácter obligatorio si el observarlo es compatible con la honra y la gloria de Dios. Si no se lo puede observar de esta manera, yo declaro abiertamente que quienes nos quieren forzar a considerarlo como mandamiento, son gente impía. Así es como estos hombres, acérrimos enemigos de Dios (lat. impiissimi homines) hacen su juego con nosotros: anteponen el temor a los hombres al temor de Dios, y bajo el nombre del Papa y de San Pedro imponen una corona e incluso adoran al diablo en la propia iglesia de Cristo.
Nos inquieta grandemente la guerra contra los turcos;39 pero respecto del punto recién mencionado
y otros males tarea de la iglesia que son mucho peores de lo que sería el dominio tiránico de los turcos, no
nos inquietamos para nada y dormimos como lirones40 ¡cómo si no fuera mejor que el turco realmente
cayera sobre nosotros como azote de Dios y nos curara, ya sea por los males que nos infligiría, o por la
misma muerte de nuestro cuerpo, antes de que el pueblo de la iglesia se haga peor que los mismos turcos a causa del bochornoso desenfreno de las masas y la desidia de los pastores! El turco, por supuesto, matará nuestro cuerpo y saqueará nuestras tierras; pero nosotros matamos las almas y las privamos del cielo, al menos si es verdad lo que se definió en el Concilio último, de que las almas, especialmente las de los cristianos, son inmortales.41
Para volver a las palabras del apóstol: así como la circuncisión no contribuía en nada a la justicia,
así tampoco lo hacen los días de fiesta, ni tampoco aquellos otros factores que Pablo menciona detalladamente en Colosenses 2 (v. 16). Por consiguiente, no había que observarlos como necesarios, y por cierto no tenían mayor importancia para la obtención de la justicia que la que tiene para nosotros la observancia de 101 días de fiesta nuestros o de cualquier otra tradición gravosa. Antes bien, nuestra justicia procede de la fe en Cristo; y esta justicia no es producto de prácticas ceremoniales, sino que es de libre uso de las ceremonias en la medida en que lo demanda el amor a Dios y al prójimo -a no ser que el crecido número de días de fiesta te reporte como ganancia la disminución de tus bienes a causa del continuo descansar de las obras de tus manos, con el resultado final de que poco a poco caigas en la indigencia, conforme al dicho del Evangelio: «Bienaventurados los pobres» (Mt. 5:3). De esta suerte, los días de fiesta coadyuvarían no a servir a Dios sino a acarrear la pobreza o a invalidar el tan saludable precepto divino impuesto al viejo hombre;42 «Con el sudor de tu rostro comerás el pan» (Gn. 3:19). Pero sea como fuere, muy lamentable es el estado de la iglesia de Cristo, ya que cielos y tierra están airados por causa de nuestros pecados.

V. 11: Me hacéis temer que haya trabajado en vano entre vosotros.

San Jerónimo opina que ese «me hacéis temer»43 fue puesto en lugar de un «estoy en temor respecto
de vosotros» (timeo de vobis). A mí también me parece que la oración quedó trunca; se tiene la impresión
de que el apóstol quiso asustar a los gálatas con el peligro en que se hallaban, y decirles: «Me temo que os
perderéis para siempre,44 y que por esto, todo lo que he trabajado entre vosotros fue en vano». Sin embargo, da otro giro a sus palabras y suprime aquella advertencia por ser muy dura, mencionando sólo el daño que sufre él mismo. Pues éste es el proceder que condice con la apacibilidad del apóstol: no atacar con excesivo rigor a aquellos a quienes quería volver a ganar. Además, la mentalidad humana es así: resulta más fácil impulsar y conducir a un hombre con apacibilidad, máxime al atrapado en alguna culpa, que obligarlo profiriendo amenazas e infundiéndole miedo. Y sin duda, causa una impresión muy fuerte si haces tuyos los males de los demás y los deploras como si fuesen tus propios males: puede ser que al fin logres inducirlos a que por lo menos lamenten contigo su propio infortunio. Por lo tanto, lo que querrá decir Pablo es lo siguiente: «¡Oh gálatas, aunque tal vez vuestra propia desgracia no os aflija mayormente, al menos tened compasión de mí! Acompañadme en mi dolor; porque me temo que el tiempo que pasé entre vosotros
signifique para mí la pérdida no de mis bienes ni de la fama ni del honor, ni tampoco de una palabra o una
obra solamente, sino de mi trabajo entero. El mal sería más llevadero si sólo hubiese gastado palabras en
vosotros; pero el hecho es que trabajé duramente en favor vuestro, oré, padecí muchas cosas, corrí muchos
peligros (de lo cual habla más abundantemente de los corintios45 ) Y ahora veo que todo esto lo he emprendido en vano». Estas palabras dejan traslucir claramente las lágrimas de Pablo.

V. 12 a: Sed como yo, porque yo también fui como vosotros.

También en este pasaje, lo oscuro del significado origina variedad de interpretaciones. San Jerónimo
ofrece dos. La primera es: «Sed como yo» quiere decir: «sed fuertes y varoniles en la fe en Cristo, tal
como yo lo soy ahora», lo que da a estas palabras el carácter de una exhortación al perfeccionamiento
«Porque yo también fui como vosotros» quiere decir: «fui como vosotros cuando primeramente os di la
leche46 del evangelio. Pues para vuestro bien me hice un niñito y un hombre débil; mantuve ocultas las
doctrinas más difíciles (lat. perfectiora), y os comuniqué las doctrinas más elementales de la fe,47 presentándome ante vosotros como un maestro al cual también vosotros, los débiles, pudieseis entender. Así que en aquel entonces yo era como vosotros. Retribuídmelo pues ahora, y sed como yo, esto es, lo suficientemente fuertes como para entenderme si os presento doctrinas más difíciles». La otra interpretación de San Jerónimo es: «En un tiempo, también yo estuve apegado a la observancia de ceremonias, como lo estáis vosotros ahora; pero lo tuve por basura, para ganar a Cristo (Fil. 3:8). Lo mismo tenéis que hacer vosotros, y ser como yo soy ahora».48
San Agustín cree que la opinión de Pablo es: «Sed como yo», que a pesar de ser judío, desprecio las
cosas de la ley; «porque yo soy como vosotros», esto es, soy hombre tal como lo sois vosotros. Si yo que
soy hombre igual a vosotros tengo la libertad de despreciar los «elementos», también vosotros tendréis la
misma libertad».49 Puede pensarse también en otra interpretación: Pablo había reprendido severamente a
los gálatas. Para evitar que se sientan irritados y heridos, él se les adelanta y los exhorta a que se comporten con él en la misma forma como él se está comportando con ellos. El sentido de las palabras del apóstol sería entonces: «Yo por cierto no me sentí herido por vosotros, ni me irritasteis. Pues entonces, no os sintáis tampoco vosotros heridos por mí ni irritados; antes bien, deploremos cada uno el mal como mal de todos. El mal mío es que vosotros queréis dar pasos atrás; consecuentemente, no he sido mortificado por vosotros, sino por el mal que ahora es el mal mío. De igual manera, no os sintáis vosotros mortificados por mi reprensión sino más bien por vuestro propio mal proceder.» Esta interpretación parece apoyarla también lo que Pablo dice inmediatamente después (v. 12b): «Ningún agravio me habéis hecho». Un sentido bastante similar al que acabo de proponer se obtiene si se conecta la frase con lo dicho ya anteriormente (v. 11), en la siguiente forma: «Ocurre que el mal vuestro me afecta exactamente como si fuera el mío propio, de modo que en verdad ‘me he hecho débil con los débiles” (1 Co. 9:22), 'lloro con los que lloran’ (Ro.
12:15), y ‘me he hecho de todo a todos’ (1 Co. 9:22). Os ruego, pues, por mi parte, que os unáis también
vosotros al sentir mío si temo haber trabajado en vano entre vosotros. Os pido: temed con el que teme,
lamentaos con el que se lamenta de que su trabajo fue en vano; así, aunque permanezcáis indiferentes ante
vuestro propio mal, al menos quedaréis conmovidos a causa del mío, y de esta manera llegaréis a deplorar
también el mal vuestro.» Así, en efecto, procedió también Cristo, conforme al testimonio de San Bernardo:
50 como nosotros no nos sintiéramos atormentados por nuestros pecados, él cargó en lugar nuestro con
los dolores y padecimientos, a fin de que con su dolor por nuestros pecados nos moviera tanto más fuertemente a la compunción. En el mismo sentido dijo también a aquellas mujeres que le seguían: «No lloréis por mí, sino llorad por vosotras mismas» (Lc. 23:28). Por mi parte dejo al lector la plena libertad de
formarse su propio juicio respecto de estas conexiones.

V. 12b: Os ruego, hermanos: ningún agravio me habéis hecho.

San Jerónimo relaciona esto con la frase precedente y lee así: «Hermanos, os ruego, sed como yo,
porque yo también fui como vosotros. Ningún agravio me habéis hecho».51 Pero tengo mis dudas acerca de
si debe mantenerse este orden de las palabras, ya que cuando el apóstol dice: «Os ruego, hermanos», suele iniciar una nueva oración. ¿No será que Pablo emplea aquí una elipsis, y que quiere decir lo siguiente, o algo parecido: «Os ruego, perdonadme; me expresé en términos duros, pero fue necesario que así lo hiciera.
Sobrellevad por un poco de tiempo mi celo» San Jerónimo lo explica así: «Si no me hicisteis agravio
hasta el presente, en circunstancias en que me hice débil y os comuniqué cosas ‘débiles’ a vosotros que
erais niños y débiles -¿por qué me hacéis agravio ahora que os quiero estimular a recibir cosas más importantes?» Y este entendimiento lo corrobora Pablo con lo que sigue (v. 14), donde dice que «les anunció el evangelio a causa de una debilidad y no obstante le recibieron como a un ángel de Dios», etc. Lo cierto es, pues, que el apóstol, movido por paternal solicitud suaviza y atenúa con este texto la aspereza que desplegó en todo su discurso precedente. Había reprendido a los gálatas por ser Insensatos (cap. 3:1), por haberse alejado tan pronto (1:6), por haberse vuelto a los elementos del mundo (4:3, 9) por querer acabar por la carne (3:3), por haberse dejado fascinar (3:1). Les había dicho que Jesucristo fue crucificado entre ellos (3:1), que habían desechado la gracia (2:21) e invalidado el testamento de Dios (3:15 y sigtes.), que de hijos se habían convertido en esclavos (4:1-7); y ahora añade, como un resumen, que todo lo que había hecho fue en vano, y que todo su trabajo se había echado a perder. De esta manera les había indicado que la situación en que se hallaban era malísima y casi totalmente desesperada. Y toda esta reprimenda se la había dado impulsado por su fuerte emoción y por el vivísimo afán de defender la gracia de Dios. Por esto adopta ahora un tomo más moderado y mitiga su castigo con el bálsamo de la apacibilidad, rogándoles que no se lo tomen a mal y que le perdonen este celo de Dios52 con que había actuado para con ellos, así como él tampoco les había tomado a mal sino perdonado muchas cosas, entre ellas el presente proceder reprobable. «Estimadísimos hermanos míos», les dice, «os ruego que no penséis que todos estos reproches me los haya dictado el odio hacia vosotros. Os digo la verdad, sí; pero no por eso debéis considerarme vuestro enemigo » -pues su temor de haberlos ofendido demasiado, lo revela claramente con lo que dice más adelante (v. 16): «¿Me he hecho, pues, vuestro enemigo, por deciros la verdad?» y luego nuevamente (v. 20): «Quisiera estar con vosotros ahora mismo y cambiar de tono como queriendo decir: «Me temo que las palabras que os escribí resulten demasiado ofensivas», como veremos enseguida. Y para dejarlos plenamente convencidos de que no se sentía amargado ni les decía todas estas cosas en un arrebato de odio, comienza a colmarlos de elogios: «No soy vuestro enemigo, hermanos; jamás ‘me habéis hecho ningún agravio’; al contrario; tan lejos estuvisteis de agraviarme que hasta me brindasteis una recepción excepcional como a un ángel de Dios».

V. 13, 14: Pues vosotros sabéis que a causa de la debilidad de la carne os anuncié el evangelio al principio; y lo que pudo ser una prueba (lat. tentatio) para vosotros en mi carne, no lo despreciasteis ni desechasteis, antes bien me recibisteis como a un ángel de Dios, como a Cristo Jesús.

Esta «debilidad de la carne», San Jerónimo la relaciona con los gálatas, como con gente cuya
debilidad y ánimo aún muy carnal había impedido a Pablo predicarles las cosas espirituales.53 Es una
interpretación que no puedo aprobar. Antes bien, se trata de un modo de hablar común en Pablo con que él
expresa lo endeble de su condición. Pues la «debilidad» de que habla era esa impotencia a causa de la cual los apóstoles eran considerados totalmente incapaces e insignificantes, pobres como eran, despreciados, sujetos además a múltiples persecuciones, y, como lo expresa Pablo al escribir a los corintios (1 Co. 4:9), «los últimos de todos» según la carne y a los ojos de los hombres. Y no obstante, en esa su debilidad obraban milagros y superaban a todo el mundo por el vigor de su prédica y su obra. Así que la definición «de la carne» no debe relacionarse ni con el apóstol ni con los gálatas, sino que debe ser tomada en un sentido absoluto, así como la usa aquí el apóstol, y puesta en contraste con el espíritu. Así ocurre también en Romanos 1 (v. 3, 4): «El cual fue hecho del linaje de David según la carne, y fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad», etc., y en 1 Pedro 3 (v. 18): «Cristo a la verdad fue muerto en la carne pero vivificado en espíritu». En forma análoga se entiende también en este texto la «debilidad de la carne», a saber, la incapacidad que existe conforme a la carne, si no echas de ver la fuerza que existe en el espíritu.
Que esta «debilidad» empero tiene realmente el significado que acabo de señalar, surge con toda
claridad de 2 Corintios capítulos 11 y 12, donde Pablo reseña todo lo que habla hecho Y padecido. «De
buena gana», dice allí (2 Co. 12:9), «me gloriaré en mis debilidades, para que habite en mí el poder de
Cristo», y «su poder se perfecciona en la debilidad»; además (v. 10): «cuando soy débil, entonces soy
fuerte». Constituye pues una eximía gloria de los gálatas el no haberse sentido ofendidos por tales cosas
ofensivas, a diferencia de todos los demás, que se escandalizaron con ellas y se rieron de los apóstoles, ya
sea por la debilidad de la carne, ya sea por la necedad del mensaje de la cruz, en el que se enseñaba que hay una vida futura, y que deben desdeñarse todas las cosas del presente. ¡Y precisamente en éstas se basan los hombres al jactarse de sus propias fuerzas! No así los gálatas; al contrario: ellos recibieron a Pablo «como a un ángel, como a Cristo mismo», sin duda con la mayor reverencia y humildad. Acerca de las «pruebas para los gálatas», San Jerónimo da diversas interpretaciones, de las cuales, a mi juicio, la ultima es la correcta: «Se trata de los ultrajes, las persecuciones y tribulaciones similares que los gálatas habían visto padecer a Pablo en su carne, y que todavía padecía, de parte de los judíos particularmente y también de parte de los gentiles, a causa de su predicación de Cristo. Estas persecuciones etc. las padeció ‘en su carne’, es decir, ante los hombres (pues en el espíritu, ‘Dios siempre se mostraba victorioso en él por medio de Cristo’, como el apóstol afirma en otra parte54 ) Para los gálatas, todo esto no fue motivo para despreciar a Pablo ni para desecharlo, a pesar de que constituía para ellos una tentación sumamente fuerte de abandonar la palabra de la fe por temor a aquellos peligros». Pues también hoy día esta tentación hace caer muy pronto a muchos, cuando ven a personas que por la verdad de Dios son víctimas de padecimientos y aflicciones. En cambio, a los gálatas de aquel entonces, esta tentación no los hizo flaquear en lo más mínimo, a pesar de que veían cómo el apóstol era afligido por todo esto. Como señal de virtud verdaderamente apostólica es elogiado por Pablo el comportamiento de los gálatas quienes haciendo caso omiso de todo y rechazando victoriosos la tentación aquella, recibieron al apóstol como a Cristo. ¿No te parece que lo hicieron a riesgo de su vida y todos sus bienes? ¿No te parece que a causa de Pablo, ellos derivaron hacia sí mismos la violencia y la ira de todos los adversarios de Pablo? No pudieron recibir a Pablo sin provocar a quienes lo perseguían; más aun: los exasperaron tanto más por cuanto no sólo recibieron a Pablo, sino que lo recibieron como a un ángel, como a Cristo, es decir, con la mayor reverencia U este mismo Pablo al cual los adversarios cubrieron de afrentas y buscaron matar como al peor de todos los hombres.
A base de este pasaje, San Jerónimo dirige una advertencia a los obispos. «Aprendan ellos del
apóstol», dice, «el cual llama ‘hermanos’ a los gálatas sumidos en el error y en la ignorancia; aprendan de
aquel que tras la increpación pronuncia las conciliadoras palabras: ‘Os ruego’. Lo que les ruega es que
‘sean imitadores de él, así como él es imitador de Cristo’ (1 Co. 11:1). Esto abate el orgullo de los obispos,
los cuales, como si estuviesen colocados en una alta atalaya, apenas se rebajan a mirar a los mortales y a
dirigir una palabra a sus consiervos (Mt. 18:28-32).»
Cité estas palabras porque en nuestro siglo es considerado un milagro, e incluso algo peor que la
impiedad, si uno siquiera menciona los vicios de los obispos. Quién sabe qué cosas más habría dicho
Jerónimo si hubiese visto cómo una buena parte de los obispos de nuestros días sobrepasan en fastuosidad
a los reyes y príncipes, y cómo por otra parte, en lo que a vida cristiana o conocimiento de Cristo se refiere,
no están a la par ni de un hombre sin letras o una pobre mujer. Pablo en cambio se acuerda muy bien de lo
que habla escrito a Timoteo: «Redarguye, ruega, reprende, insta a tiempo y fuera de tiempo, con toda
paciencia» etc. (2 Ti. 4:2). La misma enseñanza la repite en la presente carta también con su ejemplo
personal: No lanza excomuniones sobre los gálatas, no grita «¡A la hoguera con ellos!», no los declara
rotundamente herejes, no agrava más y más su situación, sino que lanza sobre ellos el fuego del amor y el
ardor de su corazón. Y así lo hace porque su afán era matar no a los hombres mismos sino los vicios y
errores de los hombres. Pablo no sabe de los rayos de una sentencia judicial;55 sólo sabe del rayo de la
palabra de Dios y del trueno del evangelio como único medio con que los pecadores son muertos (con
respecto al pecado, Ro. 6:11) y vivificados.

V. 15a: ¿Dónde, pues, está vuestra bienaventuranza?56

Pablo hace esta pregunta ya sea porque en un tiempo él mismo habla llamado bienaventurados a los
gálatas a causa de la constancia de su gran fe, o porque en verdad puede llamarse bienaventuradas a las
personas que poseen las cualidades que Pablo habla elogiado en los gálatas. O a lo sumo podría pensarse
también que esta pregunta pone de manifiesto la discreción del apóstol quien, en lugar de decir, como
hubiera querido hacerlo: «¿Dónde está ahora esa reverenda que teníais hacia mí, esa estima, y ese respeto
rayano en adoración?», con mucha delicadeza prefiere atribuir estos sentimientos a la bienaventuranza de
los gálatas antes que a su propio prestigio personal, siguiendo con ello el ejemplo de Cristo quien también
solía atribuir sus milagros a la fe de aquellos en quienes se hacían estos milagros,57 si se opta por una
interpretación sencilla: Pablo les pregunta, extrañado, por la fe en Cristo en la que antes habían hallado su
bienaventuranza, y los reprocha (por querer apartarse de ella).

V. 15b: Porque os doy testimonio de que si hubiera sido posible, os habríais sacado vuestros ojos y me los
habríais dado.

San Jerónimo opina que esto es una hipérbole.58 No veo por qué tenga que ser necesariamente una
hipérbole. De lo dicho en párrafos anteriores se hace patente que los gálatas pusieron en peligro hasta su
propia vida por causa del apóstol. No habría sido de extrañar, pues, que “se hubieran sacado también los
ojos» en caso de ser posible, es decir, si Pablo mismo lo hubiese permitido y si hubiese habido una necesidad para ello (de otra manera, ¿por qué no habría de ser posible, siendo que ellos estaban dispuestos a hacerlo?). Pero podría ser también que el apóstol esté hablando de «ojos» en un sentido oculto, queriendo aludir con ello a una velada reprensión, a saber: en un tiempo, los gálatas habían sometido al apóstol sus ojos, vale decir su mente, con la mayor buena voluntad, para recibir instrucción en la fe que convierte en necios a los sabios y en ciegos a los que pretenden ver. Y estos mismos gálatas dan ahora pasos atrás, de modo que su propio ojo les es ocasión de caer; y en tal caso, el Señor nos mandó sacarlo y echarlo de nosotros (Mt. 5:29).
Ahí ves lo que significa si un pastor descuida las ovejas de Cristo: ese amor tan grande, esa fe tan
fuerte, esa devoción religiosa tan sincera de los gálatas -¡cuán pronto las destruyeron los apóstoles falsos!
Bastó un breve tiempo durante la ausencia del apóstol. ¿Qué hará el diablo donde no hay ningún pastor, o
de haberlo, uno que nunca va a ver a las ovejas de Cristo ni las apacienta? ¿Pueden acaso las ovejas ser
guardadas por el mero título, nombre y potestad de su pastor? Pues esto es lo que se cree: con tal que
permanezcan ilesos los títulos etc., también la iglesia está en perfecto estado (lat. illaesa).

V. 16: ¿Me he hecho, pues, vuestro enemigo, por deciros la verdad?

En su exposición, Jerónimo aplica esto muy correctamente a la verdad que Pablo dice a los gálatas
en esta epístola, no a aquella en la cual los habla instruido en los primeros tiempos.59 Pues como ya mencioné, el apóstol está muy interesado en que los gálatas no tomen demasiado a mal las palabras que hasta ahora había proferido contra ellos, algunas de las cuales habían sido sí bien ciertas, también bastante duras. Por esto se les adelanta y dice: «No reparéis60 en lo duras que son mis palabras; fijaos más bien en lo ciertas que son. Puede ser que os haya atacado con bastante dureza; ¿será que por esto me tenéis por vuestro enemigo, y no más antes por vuestro amigo, ya que os digo la verdad, aun cuando esta verdad necesariamente tenga que ser dura?»
¡Qué ejemplo más hermoso de cómo se debe enseñar la verdad! Al causar una herida debes hacerlo
de manera tal que sepas también cómo aliviarla y sanaría; al ser severo, debes serlo de manera tal que no
olvides la benignidad. Así es como procede también Dios: convierte los rayos en lluvia, y hace que las
negras nubes y el cielo oscuro se disuelvan en fructíferos chaparrones. Así dice también el proverbio:
tempestad con lluvia no daña; pero sí sólo caen rayos secos y sin lluvia, eso si es de temer por el daño que
causa. Pues tampoco la palabra de Dios «deberá contender para siempre, ni para siempre andar con amenazas» (Sal. 103:91).

V. 17: Tienen celo por vosotros, pero no para bien, sino que os quieren excluir61 para que vosotros
tengáis celos por ellos.

Pablo sale al paso de una excusa que, como bien lo ve, pueden presentarle los gálatas diciéndole:
«Si hemos obedecido a aquellos hombres, lo hicimos porque parecían buscar nuestra salvación con piadoso
empeño y (como se dice ahora) buena intención,62 más aún teniendo en cuenta que nadie debe ser su
propio maestro, y como se dice en Deuteronomio 12 (v. 8): «No debemos hacer lo que nos parece bien a
nosotros». A esto responde el apóstol: «Ya sé que esa gente tiene celo; pero no es un celo bueno, ni es
conforme a ciencia» (Ro. 10:2).
Ha de saberse, en conexión con esto, que el verbo celar63 aunque muchas veces es sinónimo de
imitar, es tomado por el apóstol en su significado corriente de envidiar por amor o competir por amor de
alguien y esforzarse. Explayémonos algo más en el tema, para hacer ver cuál es nuestra opinión: El «amar»
puede ocurrir de dos maneras: en sentido bueno, y en sentido malo, y así también el celar. En efecto:
algunas veces amamos, pero no en sentido bueno; igualmente, algunas veces celamos, pero tampoco en
sentido bueno. Mas así como «amor» es amar lo bueno, y «odio» es odiar lo malo, así la emulación o el celo encierra ambas cosas y consiste, propiamente, en odiar lo malo en el objeto amado. Y cuanto más vehemente sea tu amor, tanto más ardiente será tu odio y tu enemistad para con lo malo que hay en la persona a quien amas. Es por esto que yo acostumbro entender el celo como un amor airado o una enemistad amorosa. En 2 Corintios 11 (v. 2, 3) el apóstol dice: «Porque os celo con celo de Dios». Al leer esto, ni remotamente se puede pensar en que se está hablando de una imitación; pues a renglón seguido, Pablo declara: «Os he desposado con un solo esposo; pero temo que vuestros sentidos sean extraviados etc.», como si quisiera decir: «Amo vuestra fe pura de un modo tal que no puedo sino temer y odiar todo lo que os pueda desviar de ella». Con esto nos explica claramente qué es celar con celo de Dios. Más aun: con esta misma palabra nos da a entender que el celo aquel tiene dos aspectos: El celo de Dios, vale decir, el celo que es conforme a la voluntad de Dios, es el odio que se dirige contra lo malo que hay en el objeto amado, y se guía por la verdad; o, en otras palabras: es el amar lo bueno y odiar lo malo en el objeto amado, acorde con la verdad. El celo de los hombres en cambio es el odio hacia lo malo en el objeto amado, o el amar lo bueno y odiar lo malo en el objeto amado, pero este celo se guía por la apariencia exterior e intenta inducir al error. De esta índole es el celo de los apóstoles falsos, respecto del cual Pablo constata: «Tienen celo por vosotros, pero no para bien», quiere decir: buscan vuestro bien y aborrecen vuestro mal, pero lo hacen para mal, por cuanto los apóstoles falsos buscaban establecer entre los gálatas el «mal» de la justicia legalista como si fuera un «bien». Es éste aquel celo tonto con que también los judíos -según una referencia de Pablo en su carta a los romanos (cap. 10:2)- «tenían celos de Dios», o sea, por las cosas que pertenecen a Dios. El «celar» de nuestro texto64 no puede tomarse pues en el sentido de «imitar», ya que los apóstoles falsos estaban muy lejos de imitar a los gálatas. Al contrario: «os quieren excluir», dice Pablo, excluiros de Cristo y de la confianza en él, y encerraros en la cárcel de la confianza en la ley, «para que vosotros tengáis celos ‘por ellos». Aquí sí puede admitirse que el «tener celos» figure como sinónimo de «imitar», aunque tampoco es de descartar el significado anterior, si entiendes el pasaje así: los apóstoles falsos querían que los gálatas los amasen, que centrasen en ellos su piadosa solicitud, que los hiciesen objeto de celos como suelen tenerlos los alumnos para con sus maestros. Querían que los gálatas amasen lo que era propio de los falsos apóstoles, y odiasen lo que era contrario a éstos de modo que Pablo podría haber dicho también, y muy apropiadamente: «Nos quieren excluir a nosotros». Pero para no ser arrogante, y para evitar aun la apariencia de serlo, dice: «quieren excluiros a vosotros, para que, al excluiros a vosotros, al mismo tiempo nos puedan excluir también a nosotros.»

V. 18: Mostrad empero celo por lo bueno en lo que es bueno,65 en todo tiempo, y no solamente cuando
estoy presente con vosotros.

Pablo refuta ahora la segunda parte de la excusa de los gálatas. La primera era, como vimos, que
aquellos falsos apóstoles supuestamente buscaban con piadoso empeño la salvación de los gálatas, cosa
que el apóstol Pablo niega. «El celo que tienen por vosotros», dice, «no es para bien; no buscan lo vuestro
sino lo suyo propio, a fin de poder gloriarse en vosotros», como observa luego en el capítulo 6 (v. 13). La
segunda parte de la excusa era: Lo que hay que hacer es obedecer, y no confiar en nosotros mismos. A esto el apóstol responde: «Bueno es, por cierto, mostrar celo e imitar a otros; pero haced esto en lo bueno,
siempre, jamás en lo malo, ni solamente estando yo presente, sino también en mi ausencia, para que se vea que lo hacéis no por mi sino por la buena causa misma.»
Me sorprende, por lo tanto, que el traductor y San Jerónimo hayan dedicado tan poca atención a este
texto, porque a la verdad, no resulta nada claro decir: «Mostrad celo por lo bueno en lo que es bueno».
¿Qué es esto: «mostrar celo por lo bueno en lo que es bueno»? En vista de esa dificultad, Erasmo y Stapulensis tradujeron acertadamente a base del griego: «Siempre es bueno ser celoso en un asunto bueno» o «El celo en un asunto bueno siempre es bueno».66 Pues el griego tiene el infinitivo «ser celoso», no el imperativo «sed celosos»67 -a no ser que algún falsario que se preciaba de sabio haya corrompido tanto el texto del traductor como el de Jerónimo. Lo que el apóstol quiere decir es esto: «Examinadlo todo; retened lo que es bueno» (1 Ts. 5:21). Vemos que esta regla la dio a todas las iglesias. Y sin embargo, durante muchos siglos permaneció en el más absoluto olvido.

V. 19: Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros.

¡Fíjate en el maravilloso amor del apóstol que lo hace identificarse enteramente con los gálatas!
Todo lo transfiere a si mismo de una manera tal que se olvida por completo de su propia persona. ¡Cómo
sufre con ellos, cómo se esfuerza, cómo se agita, cuán solícito es, no en su propio interés sino exclusivamente en interés de los gálatas! ¡Qué hermoso ejemplo da el apóstol de lo que es un pastor cristiano! El amor verdadero «no busca lo suyo» (1 Co. 13:5). «Queridísimos hijitos míos» (dice Pablo), «mi corazón maternal está atormentado. He sido vuestro padre,68 y he llegado a ser vuestra madre. Os llevo en mi seno, os doy forma y figura. Quisiera daros a luz y haceros entrar en la vida, si de alguna manera pudiera hacerlo ». San Jerónimo se extiende en largas alabanzas de este tierno afecto; pues sólo una actitud como la de Pablo conduce a que realmente se busque las almas y no el dinero.69
¡Fíjate además en el cuidado con que el apóstol escoge las palabras! No dice: «hasta que yo forme
a Cristo en vosotros», sino hasta que Cristo sea formado»: lo que hace él, Pablo, es lo de menos; la mayor
parte de la obra la atribuye a la gracia de Dios. Como una madre, él los lleva en su seno, cual semilla aun no desarrollada, hasta que intervenga el Espíritu y los forme en Cristo. Un predicador puede preocuparse
mucho acerca de cómo «dar a luz» cristianos; pero para formarlos, él no tiene más capacidad que la que
tiene una madre para formar el fruto en su vientre: ella no hace más que llevar ese feto que ha de ser
formado y dado a luz. Tampoco dijo Pablo: «hasta que seáis formados en semejanza de Cristo (lat. in
Christum)», sino hasta que Cristo sea formado en vosotros», porque la vida del cristiano no es la de él
mismo, sino que es la vida de Cristo que vive en él, como se indicó en el capítulo 2 (v. 20): «Ya no vivo yo,
mas vive Cristo en mí». Nosotros tenemos que ser destruidos y «deformados» para que Cristo cobre forma
en nosotros como el único que llena nuestro ser.

V. 20a: Quisiera estar con vosotros ahora mismo y cambiar de tono a mi voz.

A Jerónimo le parece que esto significa: La lectura de la Divina Escritura sin duda edifica, pero
mucho mayor es el provecho si sus letras se convierten en palabra viva. Así se expresa también en una carta dirigida a Paulino en que le habla de la eficacia del lenguaje hablado.70 Pero no es sólo esto lo que el
apóstol tiene en mente, sino que dice: «Quisiera estar con vosotros ahora mismo», a los efectos de «poder
cambiar de tono a mi voz», no mediante un cambio en sentido musical sino en sentido teológico -a saber,
porque una carta escrita, si reprende en exceso, ofende; si es demasiado suave, no tiene suficiente efecto
entre los «insensatos» (cap. 3: 1). En una cuestión tan seria, lo escrito es cosa muerta: no ofrece más de lo que contiene. En cambio, si Pablo estuviera presente, podría adaptar sus palabras al carácter diverso de sus oyentes; podría reprender a unos, aplacar a otros, rogar a éstos, increpar a aquellos, y pasar de un temperamento a otro según las circunstancias. Pues está visto que al apóstol le inquieta la pregunta de si con sus anteriores observaciones no mostró una inclinación exagerada hacia la censura, y si al dedicarse ahora al elogio y al apaciguamiento de los ánimos, no fue demasiado lejos en dirección a la alabanza. Su grande y sincero temor es estar errando en uno y otro sentido: ya sea hiriendo en demasía, o dando a sus palabras menos poder de penetración que el que las circunstancias requieren. Y así se halla en suspenso entre ambas posibilidades; perplejo, no sabe qué hacer, y no se siente en condiciones ni para reprender ni para elogiar. Esta interpretación es corroborada por las palabras que siguen.

V. 20b: Porque estoy perplejo en cuanto a vosotros.

Esto significa, como muy acertadamente lo tradujo Erasmo, «estoy indeciso, estoy perturbado, no
tengo la menor idea acerca de lo que pueda hacer con vosotros». A este entendimiento adhiere también San Jerónimo en el extenso comentario que aporta al respecto,71 Finalmente, como desganado, sin pensar mucho, y ocupado ya en otra cosa, observa: «Estoy perplejo en cuanto a vosotros» (dice Pablo) «y en mi
indecisión me veo arrastrado de un lado a otro; y como no sé qué hacer, me siento impulsado a hacer ya
esto, ya aquello. Desgarrado estoy, hecho pedazos, pues no sé qué palabras escogeré primero etc.» estas son algunas de las expresiones de Jerónimo esparcidas aquí y allá.

V. 21: Decidme los que queréis estar bajo la ley, ¿no habéis leído la ley,?

En Jerónimo y en el texto griego se lee: «¿No habéis oído la ley?» Le cuesta mucho a Jerónimo
entender cómo se puede llamar aquí «ley» al libro de Génesis del cual el apóstol extrae lo que está diciendo. Pero como entre los hebreos los cinco libros de Moisés son designados con el nombre TORA, es decir, LEY, es enteramente apropiado que el apóstol use el nombre de LEY para el libro de Génesis, el cual, aunque no contenga otra legislación, por cierto contiene al menos la referente a la circuncisión, la ley más importante para los judíos y la primera de todas.

V. 22-24a: Porque está escrito que Abraham tuvo dos hijos; uno de la esclava, el otro de la libre. Pero el de
la esclava nació según la carne; mas el de la libre, por la promesa. Lo cual es una alegoría.

No es que en su contexto de Génesis, estas declaraciones tengan que entenderse alegóricamente;
antes bien, el apóstol quiere indicar que lo que en Génesis se dice en sentido literal, él lo está usando en
sentido alegórico.
Surge la pregunta: ¿cómo es que el «haber nacido por la promesa» no vale también para Ismael, ya
que en Génesis cap. 16 se prometen a su madre tantas cosas por boca del Angel del Señor, aun antes de
haber nacido el niño? Y no sólo esto: en el cap. 17, el propio Dios da a Abraham muchas más promesas aun acerca del mismo Ismael, en circunstancias en que éste ya habla nacido. San Jerónimo aduce al respecto no pocos detalles, sin llegar a nada concreto. Está claro, empero, que Ismael fue concebido por la jovencita Agar no a raíz de una promesa de Dios sino a raíz de una orden de Sara, y por fuerza natural. Isaac en cambio fue concebido por su madre estéril y ya bastante entrada en años, mediando en ello la fuerza sobrenatural de Aquel que dio la promesa. Pues lo que el ángel le dijo a Agar: «He aquí que has concebido, y darás a luz un hijo» (Gn. 16:11), por cierto no son palabras de uno que promete que habrá una concepción, sino palabras de uno que predice la suerte futura de¡ que ya ha sido concebido, o incluso las palabras de uno que da una orden. Por consiguiente, Isaac es el hijo de la promesa -nacido, sin embargo, de la carne, pero no concebido por la fuerza de la carne ni conforme a la carne.

V. 24b: Pues estas mujeres son dos testamentos; el uno proviene del monte Sinaí, el cual da hijos para
esclavitud; esta es Agar.

Dado que los gálatas eran creyentes, se los podía instruir mediante enseñanzas en forma de alegorías.
Por lo demás, como dice Pablo en 1 Corintios 14 (v. 22): «Las lenguas son por señal a los incrédulos».
Mas a los incrédulos no se les puede probar nada con argumentos de tipo alegórico, como lo destaca
también San Agustín en su carta a Vincencio.72 O a lo mejor, el apóstol se guía por su solicitud paternal
para con los gálatas, bastante débiles de entendimiento aún, y les describe el punto en cuestión mediante
ejemplos y alegorías para adecuar sus palabras a la capacidad de comprensión de sus lectores. Pues personas con escasa instrucción se sienten fuertemente atraídas por ejemplos, parábolas y alegorías, y hasta hallan sumo placer en estas cosas. Esto fue lo que motivó también a Cristo, como relata Mateo (13:13), a «hablar por parábolas» para que todo el mundo pudiera entenderle. Veamos por lo tanto cómo aplica el apóstol esta enseñanza alegórica para combatir la justicia de la ley.
«Estos», dice, «son dos testamentos», o sea: las dos mujeres, Sara y Agar, fueron los ejemplos
figurativos de los dos testamentos bajo uno y el mismo Abraham, el cual representa al Padre celestial.
Sin embargo -y casi lo pasé por alto hay algunos detalles respecto de la interpretación mística y
alegórica que no debemos dejar de observar, ya que el tema mismo y el desarrollo de nuestra exposición así lo requieren. Se habla habitualmente de cuatro sentidos que tendría la Escritura, a los que llaman el sentido literal, el tropológico, el alegórico y el anagógico.73 Así Jerusalén, en sentido literal, es la capital de Judea; en sentido tropológico es la conciencia limpia o la fe; en sentido alegórico es la iglesia de Cristo, y en sentido anagógico, la patria celestial. De acuerdo con esto, en nuestro texto Isaac e Ismael son, literalmente, los dos hijos de Abraham; alegóricamente, los dos testamentos, o la sinagoga y la iglesia, la ley y la gracia; tropológicamente, la carne y el espíritu, o la virtud y el vicio, la gracia y el pecado; anagógicamente, la gloria y el castigo, el cielo y el infierno, y hasta, según otros, los ángeles y los demonios, los bienaventurados y los condenados.
No hay inconveniente en permitir este juego a quienes gusten practicarle, con tal que no adquieran,
seducidos por la ligereza de algunos intérpretes, el hábito de desmenuzar las Escrituras a su antojo y de
darles un carácter incierto. Al contrario; estas interpretaciones añaden más bien un adorno adicional, por
decirlo así, al sentido básico y legítimo, sea para enriquecer aún más el discurso, o sea para alimentar de un modo más placentero, como con una enseñanza en forma de leche, a la gente de escasa instrucción, conforme al ejemplo dado por el propio Pablo.74 Pero de ninguna manera se han de emplear interpretaciones de este tipo en controversias, con la intención de dar fuerza a una doctrina relativa a la fe. Pues esta cuadriga (si bien no la desapruebo) no es apoyada suficientemente ni por la autoridad de la Escritura ni por el uso general por parte de los Padres ni por principios gramaticales. Está visto, en primer lugar, que el apóstol no hace en este texto distinción alguna entre sentido alegórico sentido anagógico. Más aún: lo que aquellos llaman una anagogía, él lo llama alegoría, al interpretar a Sara como «la Jerusalén celestial que está arriba, nuestra madre» (v. 26), es decir, la Jerusalén anagógica de aquellos. En segundo lugar, los santos padres consideran la alegoría corno un recurso gramatical, junto con otras figuras retóricas en las Sagradas Escrituras, como nos lo enseña detalladamente San Agustín en su obra Acerca de la Doctrina Cristiana.75 Además, la anagogía no es tanto una figura particular, sino que señala la condición general de lo que se está diciendo; esto es: se habla de «anagogía» cuando en forma velada, y aislando las palabras de su contexto, se puede entender algo diferente de lo que comunican las palabras en sí. Por esto, el Término «anagogía» se traduce también con «transferencia» (lat. Reductio), que es asimismo el significado de «alegoría», a saber: el “decir algo que pertenece a otra cosa», o como lo define San Jerónimo, “la alegoría es una forma de hablar en que el sentido difiere de lo que expresan las meras palabras».76 Con «tropología» se entiende comúnmente una discusión del comportamiento moral, sin perjuicio de que una u otra vez sea también idéntica con la alegoría, lo cual es el caso cuando se alude a buenas o malas costumbres mediante palabras que señalan otra cosa. El libre uso de estos términos por parte de los Padres parece ser pues, el resultado de cierto recelo de caer en los lazos de esta cuádruple interpretación, así como hay mucha gente que sin mayor reflexión hace gran cantidad de otras distinciones en asuntos que de hecho y de palabra no defieren en nada.
Más importante es llamar la atención al hecho, mencionado ya antes, de que para Orígenes y Jerónimo parece ser el ‘sentido espiritual’ aquel al cual el apóstol llama aquí una ‘alegoría’. Pues ellos consideran la forma exterior y el relato histórico como ‘letra’. La interpretación mística y alegórica en cambio
llaman ‘entendimiento espiritual’, y `hombre espiritual’ llaman al que lo entiende todo en forma sublimada
y no admite un solo detalle, como dicen, de la tradición judaica. Por este principio se guían Orígenes y
Jerónimo en casi todos sus escritos para decirlo con toda franqueza: a menudo se meten en dificultades de
las cuales luego no logran salir. El proceder de San Agustín empero es, a mi juicio, más expedito. No
quiero entrar aquí a discutir aquello de que el sentido místico es o alegórico o anagógico, o, en general, un
sentido que en el reverso oculta algo distinto de lo que muestra en el anverso, y que este sentido místico
tiene como contraparte el sentido histórico o formal. Sin embargo, las dos palabras `letra’ y `espíritu, así
como también los conceptos `entendimiento literal’ y `entendimiento espiritual’ deben separarse, y mantenerse cada cual dentro del significado que les es propio. Pues la letra, como define San Agustín con admirable concisión en su comentario al Salmo 71 (Vulg. 70), es «la ley sin la gracia».77 Si esto es verdad, toda ley es ‘letra’, alegórica o tropológica, y ‘letra’ también, como dijimos anteriormente, todo cuanto se pueda escribir, decir o pensar fuera del ámbito de la gracia. La gracia sola empero es propiamente el ‘espíritu’. Por consiguiente, entendimiento llamado ‘espiritual’ no es el entendimiento místico o anagógico, en cuya elaboración se destacan también los impíos, sino que es, hablando estrictamente, la vida misma y la ley puesta en práctica por haber sido inscripta en el corazón por el dedo de Dios, por gracia. Y en general, entendimiento espiritual significa ese cumplimiento completo que la ley prescribe y exige. Pues en Romanos 7 (v. 7) Pablo llama también al Decálogo una ‘ley espiritual’, a pesar de que el «No codiciarás» es una ‘letra’. Mas si el entendimiento es llamado espiritual por cuanto señala el ‘espíritu’ que la ley requiere para poder ser cumplida entonces no hay ninguna ley que no sea espiritual, y solo es ‘literal’ cuando está ausente la gracia que se necesita para cumplirla. En este caso, la ley es ‘letra’ no en sí misma sino para mí, máxime si se la entiende en el sentido de que para cumplirla, la gracia no es necesaria.
Concluimos pues que la ley en sí misma siempre es espiritual, es decir: la ley señala al espíritu que
es su cumplimiento. Para otros, es una ‘letra’, pero nunca lo es para sí misma. En efecto: si te digo: «No
matarás», lo que oyes es el sonido de la ‘letra’. Pero ¿qué es el significado? Sin duda éste: «No seas
iracundo», o sea, el «No matarás» apunta realmente a la cuestión de fondo que es la mansedumbre y amabilidad para con el prójimo; pero con esto apunta al fin y al cabo al amor y al espíritu mediante el cual es cumplida esta ley. Por el hecho pues de señalar o significar lo realmente fundamental y lo único espiritual -por este hecho es que se llama ‘espiritual’ también a la ley, por que éste es siempre su significado. Pero como no nos da aquel amor y espíritu señalado, ni es capaz de dárnoslo, la ley es llamada ‘letra’ -para nosotros-, por más espiritual que sea en sí misma. Sin embargo, por cuanto ninguna obra está bien hecha si se la hace sin amor, resulta claro que toda ley que ordena una buena obra, con ello mismo señala y requiere una ‘buena obra’, a saber, una obra de amor, y es, por ende, ley ‘espiritual’. Por consiguiente, estamos en lo correcto si llamamos ‘entendimiento espiritual’ de la ley al entendimiento que nos hace saber que la ley requiere el espíritu, y que nos convence de que somos carnales. Y estamos en lo correcto si llamamos ‘entendimiento literal’ de la ley al entendimiento que nos lleva a la creencia, creencia errónea por cierto, de que la ley puede ser cumplida mediante nuestras propias obras y fuerzas, en prescindencia del espíritu de gracia. Por eso es que «la letra mata» (2 Co. 3:6), porque nunca es entendida correctamente mientras se la entienda desligada de la gracia, así como nunca es cumplida correctamente mientras se trate de cumplirla sin ayuda de la gracia. En ambos casos, lo que hay es muerte e ira. -Estas reflexiones han sido tomadas del libro que San Agustín escribió contra los pelagianos.78
Volvamos a lo que dice el apóstol: «El uno proviene del monte Sinaí, el cual da hijos para esclavitud
». Ya se ha dicho lo suficiente respecto de lo que es la esclavitud de la ley a la cual somos entregados si
aceptamos la ley sin la gracia. En efecto: guardamos entonces la ley o compelidos por el temor al mal que
podría sobrevenirnos, o seducidos por la esperanza de una recompensa. es decir, de una manera hipócrita.
En ambos casos actuamos como esclavos, no como hombres libres. Ahora bien: Pablo llama lo proveniente
del monte Sinaí un `testamento’; así que, para entender esto, habrá que ver también en este caso cuáles son los factores en este testamento.79 En primer lugar tenemos el testamento mismo, que era la adjudicación de la Tierra de Promisión, conforme a lo escrito en Éxodo 3 (v. 8) . El testador era un ángel en el cual se había personificado Dios (lat, angelus in persona Dei, Éx. 3: 2, 4) . La herencia legada era la Tierra de Canaán misma. Los beneficiarios del testamento eran los hijos de Israel -todo ello de acuerdo a la descripción que nos da el libro de Éxodo-. Este testamento empero80 fue ratificado mediante la muerte de un animal y mediante la sangre de éste con que fue rociado el pueblo, como se lee en Éxodo 24 (v. 8) , porque una víctima carnal era lo que correspondía a una promesa relativa a cosas carnales, y a un testamento carnal y herederos carnales. «Éste es Agar», añade el apóstol; es decir: este testamento que implica esclavitud y que da hijos para esclavitud, es la alegórica Agar, la esclava.

V. 25: Pues el Sinaí es un monte en Arabia que está conectado81 con la Jerusalén de ahora, y está en
esclavitud junto con sus hijos.

Lo que en primer lugar llama nuestra atención es que Pablo habla del Sinaí como de un «monte
conectado con Jerusalén», ciudad en Judea, a pesar de que, según sus propias palabras, el Sinaí está en
Arabia. San Jerónimo lee «que es contérmino», en su interpretación usa la expresión «que es confinante»,
quizás porque el monte Sinaí, como se dice correctamente, linda con Jerusalén, no porque el monte llegue
a la ciudad misma, sino porque Judea, de la cual Jerusalén es prácticamente el punto céntrico, y la Arabia
Desértica, en la que está situado el monte Sinaí, son limítrofes.82 Pues al este, Judea limita con la Arabia
Pétrea, y al lado de ésta, hacia el sur, se toca con la Arabia Desértica, de modo que por esa continuidad de
toda el área, también se puede decir que parte limita con parte y está conectada con ella. Stapulensis, quien analiza el alcance del verbo griego, dice que éste debe entenderse en el sentido de que el Sinaí es una cadena montañosa, quiere decir, un monte que, comenzando en determinado punto, en su otro extremo, por decirlo así, toca a Jerusalén, o para usar la terminología geográfica, se extiende hasta Jerusalén.83 A la verdad, esto sólo puede entenderse en el sentido de que el monte Sinaí, en cuanto a la región geográfica en que se halla, está conectado con la región geográfica en que se halla Jerusalén, en la misma forma como Wittemberg está conectada con Leipzig -aquélla, ciudad de Sajonia, con ésta ciudad de Meissen-. Por su parte, el eminente erudito Erasmo añade que en el texto griego se halla la siguiente formulación: «Porque Agar es el monte Sinaí en Arabia, etc.», y observa que en este texto, Agar es usado en género neutro, de modo que se refiere al sustantivo ‘monte’, que en griego es un neutro, si bien unos momentos antes, el apóstol había atribuido a ‘Agar’ el género femenino al decir «ésta es Agar».84 El orden sería entonces: «Esta es Agar. Porque aquí Agar es el monte Sinaí en Arabia, etc.». Dice además Erasmo que, según indicaciones de escoliadores griegos,85 en idioma árabe el monte Sinaí es llamado Agar.86 Y quizás el pasaje del apóstol quiera expresar lo mismo al decir: «Agar es el monte Sinaí en Arabia», o sea: «Agar es y se llama en Arabia el monte que entre nosotros es llamado Sinaí», o bien.: «Los árabes dan al monte Sinaí en el idioma de ellos el nombre `Agar’ «: con esta formulación, Pablo estaría indicando el motivo que lo llevó a afirmar que «uno de los dos testamentos proviene del monte Sinaí», y que por lo tanto, «ésta (o: este testamento) es Agar», ya que, según un juego de palabras basado en el árabe, el monte Sinaí es llamado Agar, hecho por el cual, conforme a la disposición de Dios, Agar fue convertida en figura, del monte Sinaí que mediante la ley «da hijos para esclavitud». Ya dijimos, en efecto, que el apóstol no desdeña los juegos con palabras de idiomas extranjeros, pues también había caracterizado a los gálatas como «desviados» mediante una alusión al nombre `gálatas’ como si fuere una palabra tomada de la lengua hebrea,87 así como en el presente pasaje caracteriza a la esclava Agar mediante una alusión a una palabra árabe. Pero también Salomón en sus Cantares (4:8) le da al monte Amana los nombres de ‘Senir’, `Hermón’ y `Líbano’, según los distintos idiomas (véase lo escrito en Deuteronomio 3 [v. 8, 9] : «Hasta el monte de Hermón... al que los sirios llaman Sirión, y los amorreos, Senir»), valiéndose de una alusión y alegoría tomada de un idioma extranjero para entonar un cántico en loor de su desposada. Pues bien: como el apóstol había anticipado ya que se proponía hablar mediante una alegoría (v. 24), era muy oportuno combinar mediante un juego de palabras el nombre de la esclava Agar con el monte Sinaí al comenzar su exposición acerca del testamento simbolizado en Agar. Y esta oportunidad se la brindó la identidad de los nombres. Otro motivo tampoco se le ha de exigir aquí al apóstol, ya que al valerse de una alegoría lo hace en consideración a los débiles.
Pero ¿qué importancia tiene, para la cuestión que se está tratando, la declaración de Pablo de que el
monte Sinaí está conectado con Jerusalén? ¿No bastaba con observar que uno de los dos testamentos era el del Sinaí y de la esclava Agar? No encuentro qué decir, ya que todos los demás comentaristas pasan por alto este detalle. Por lo tanto me veo obligado a adivinar un significado. Parece ser el siguiente: Sabido es que al hablar en lenguaje alegórico, una alegoría suele engendrar otra alegoría. Así ocurre que el apóstol, al
pasar de la esclava Agar al monte Sinaí a causa de la similitud de los nombres, al mismo tiempo pasa
también, incidentalmente y en forma alegórica, de la Jerusalén terrenal a la Jerusalén celestial, motivado
por el mismo factor: un nombre. En efecto: lo que suele traducirse ‘visión de paz’ (Jerusalén) se llama
también, v más correctamente aún, ‘Sinaí’, es decir, ‘tentación’.88 Pero entes de transferir el nombre de la
Jerusalén terrenal a la celestial, el apóstol se conforma con haberlas comparado simplemente a ambas, y
entreteje una buena cantidad de alegorías. ,Je otra manera habría dicho claramente: «Porque Jerusalén es la ciudad en el cielo, que da hijos para libertad»; pues con esta formulación habría eliminado un anacoluto
sumamente oscuro. Siendo así -dice Pablo- que la Jerusalén celestial está i tanta distancia de la terrenal,
poco importa que éste no sea el monte Sinaí sino que esté situada en Judea, país limítrofe de rabia; es lo
mismo como si fuese el Sinaí mismo con el cual imita. La Jerusalén terrenal corresponde a aquel monte por
su frontera común, y también porque ambos participan en el engendramiento de la ley, ya que en ningún
punto (la Jerusalén terrenal) limita con la celestial, ni se extiende hasta ella, sino antes bien hasta Sinaí-Agar con que es contérmina.
Prescindo de mencionar en este contexto unas cuantas maneras de alegorizar, bastante asombrosas
por cierto, insinuadas en las palabras del apóstol, pues no quiero añadir tinieblas aun mayores a lo que ya de por sí es oscuro. Conforme a lo ya dicho, pues, las palabras «la Jerusalén de ahora» deben ser puestas en relación con la Jerusalén venidera, así como `Altar’ se refiere a otra Agar. En consecuencia, `la Jerusalén
de ahora’ significa la Jerusalén que pertenece a esta vida presente y que es colindante con el monte Sinaí
tanto en la realidad como por su valor simbólico (lat. mysterio). Si el apóstol añade a esto además las
palabras «y está en esclavitud junto con sus hijos», lo hace para exceptuar a los que estaban en Jerusalén
pero de hecho pertenecían a la Jerusalén de arriba. «Yo llamo Jerusalén», dice, «a la ciudad que existe ahora y que en lo futuro ya no existirá más; pero no a la ciudad como un todo, sino en cuanto que está en
esclavitud junto con sus hijos; quiere decir, pienso en los habitantes de Jerusalén que son esclavos de la ley de cuyos límites territoriales son vecinos».89 Lo que significa «estar en la esclavitud de la ley» ya se explicó con suficiente claridad, y hasta el cansancio.
Observa también este hebraísmo: a los esclavos de la ley se los designa con el nombre ‘hijos de
Jerusalén’. Por cuanto la ciudad es la madre, los que viven en ella son llamados ‘hijos’, como en el Salmo
147 (v. 12, 13) : «Alaba, oh Jerusalén, al Señor. Bendijo a tus hijos dentro de ti». Expresiones tales, por otra
parte, son comunes y corrientes en los escritos de los profetas.
Veamos ahora también la interpretación alegórica de los nombres, según Jerónimo.90 ‘Sara’ quiere
decir `princesa’ o ‘señora’;91 por ende, los hijos de Sara, los hijos de la señora, los hijos de la princesa, son
llamados con justicia ‘los hijos de la libre’ (v. 22, 23, 30, 31), los hijos de la esclava en cambio son ‘hijos
de la que está en servidumbre’ e ‘hijos de la esclavitud’. Algo muy semejante al nombre ‘Sara’ expresa el
apóstol incluso cuando habla de la ‘libre’; pues a los príncipes la Escritura los llama también NEDABOT,
es decir, libres y voluntariosos. ‘Agar’ empero significa ‘peregrinación’, o ‘advenedizo’, ‘habitante’, ‘morada
transitoria’, lo cual es puesto con toda razón en contraste con los ciudadanos y miembros de la familia
de Dios (Ef. 2:19). «No sois advenedizos ni huéspedes», dice Pablo, lo que es como si dijera: «No pertenecéis a Agar sino a Sara. No sois hijos de la advenediza, sino que sois hijos de la mujer libre, de la señora».«El esclavo no queda en la casa para siempre; el hijo sí queda para siempre» (Jn. 8:35). Y, bien: la justicia basada en la ley es una justicia temporal, mas la justicia otorgada por Cristo permanece por los siglos de los siglos; porque la justicia de la ley hace obra de esclavo por una paga en esta vida presente, la justicia de Cristo en cambio es heredera, por gracia, de la vida futura. ‘Arabia’ es el poniente o la tarde, que desemboca en la noche;92 de la iglesia -en cambio y del evangelio se habla en muchos pasajes, como de ‘la aurora’ y ‘la mañana’,93 Así, la ley y la sinagoga al fin sucumben, mas la gracia reina imperturbable en el mediodía de la eternidad. ¿Y qué si el apóstol quisiera designar con `Arabia’ también un desierto? porque el vocablo `Arabia’ puede tener incluso este significado.94 En efecto: cuando las Sagradas Escrituras hablan de ‘Arabia’, casi siempre se refieren a la Arabia Desértica, mientras que para la Arabia Feliz se emplea el nombre ‘Saba’ y otros nombres que se refieren a alguna de sus partes. A la Arabia Pétrea se la denomina ‘Cedar’, ‘Amón’, Moab’, amén de muchos otros nombres. Parece ser, pues, que ‘Arabia’ se la llama así por ser una región desértica, para simbolizar con ella a la estéril y desolada sinagoga, o la justicia la ley vista con los ojos de Dios, en contraste con la iglesia, que es fecunda ante los ojos de Dios, aunque los hombres la tengan por un desierto. ‘Sinaí’, según San Jerónimo, es ‘tentación’, es decir, el desasosiego y la perturbación de la paz que nos causa la ley; porque «por medio de la ley viene el conocimiento del pecado» (Ro. 3:20), y consecuentemente también la confusión de la conciencia. ‘Jerusalén’ en cambio significa ‘visión de paz’,95 o tranquilidad de la conciencia: pues propiamente el evangelio, predicado en la iglesia, vemos la remisión de los pecados, que es la paz del corazón: ‘Ismael’ quiere decir ‘Dios oye’ o ‘el que oye a Dios’;96 Ismael es el pueblo, precediendo a Cristo, oyó que Cristo vendría después de ellos, pero no lo vieron cara a cara ni en forma manifiesta. Oyeron a los profetas, leyeron a Moisés. Sin embargo, no conocieron a Cristo como al Cristo presente. Siempre lo tenían a sus espaldas, siempre oían de él, pero nunca llegaron a verlo, es todo aquel que quiere obtener la justicia a base de la ley; oye de una justicia de la ley, pero no ve que esta justicia exigida por la ley está en Cristo.97 Dirige su mirada hacia una cosa, y oye otra cosa: mira hacia lo que tiene delante de sí, y hacia sus propias fuerzas; hacia las virtudes de Cristo no mira. Sin embargo, oye continuamente que la ley le obliga a llevar una vida en justicia -una justicia que jamás llega a alcanzar. ‘Isaac’ significa ‘risa’;98 porque la risa es la característica de la gracia «que con su óleo alegra el rostro del hombre » (Sal. 104:15 ). Lo opuesto a esta risa es el llanto, que es característica de la culpa que viene por la ley.Así, pues, todos estos nombres, confrontados con su contraparte, evidencian con notable acierto la diferencia entre ley y evangelio, pecado y gracia, sinagoga e iglesia, carne y espíritu, lo pasado y lo nuevo.

V. 26: Mas la Jerusalén que está arriba, es la libre; y ésta es la madre de todos nosotros.

Pablo debiera haber dicho: «El otro testamento es el que proviene de la Jerusalén que está arriba»;
pero al concentrar entre tanto su atención en la otra Jerusalén, cambió la construcción sintáctica recurriendo nuevamente a un anacoluto,99 salvando sin embargo el sentido, sólo con otras palabras. En efecto: el otro testamento comenzó realmente en Jerusalén, cuando el Espíritu Santo fue enviado desde el cielo al monte de Sión, como se lee en Isaías 2 (v. 3) : «De Sión saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra del Señor», y en el Salmo 109 (110:2) «El Señor enviará desde Sión la vara de tu poder». Pero como la Jerusalén terrenal era, por cierto, la herencia prometida en el Sinaí por medio del testamento anterior, y a nosotros en cambio se nos promete otra herencia en el cielo, tenemos también otra Jerusalén que no es colindante con el monte Sinaí ni relacionada estrechamente con la esclavitud de la ley ni emparentada con ella, por decirlo así. Pero existe también esta otra diferencia: La ley de la letra fue dada desde el monte Sinaí a aquellos a quienes se hicieron promesas referentes a bendiciones temporales; en cambio, la ley del Espíritu fue dada no desde Jerusalén, sino desde el cielo mismo, en el día de Pentecostés; y a esta ley le fueron prometidos bienes celestiales. Por consiguiente: así como Jerusalén es la madre y ciudad capital de todos aquellos que están bajo la ley sinaítica, que son sus hijos y sus ciudadanos, así la Jerusalén de arriba es la madre de todos aquellos que están bajo la ley de la gracia celestial, que son los hijos y los ciudadanos de ella Pues éstos “ponen la mira en las cosas que están arriba, y no en las que están sobre la tierra» (Mt. 16:23), porque ellos tienen como prenda el Espíritu (2 Co. 1:22) y poseen las arras de la promesa; suyas son las primicias de la herencia futura, la ciudad eterna y la nueva Jerusalén.

V. 27: Porque está escrito: Regocíjate, oh estéril, tú que no das a luz; Prorrumpe en júbilo y clama, tú que
no tienes dolores de parto; porque más son los hijos de la desolada, que de la que tiene marido.

Estas palabras están escritas en Isaías 54 (v. 1), y por su extraña formulación antitética y contradictoria constituyen una verdadera paradoja. La mujer estéril y viuda se regocija en los muchos hijos, y por otra parte, la casada y fecunda carece de descendencia. ¿Quién puede entender esto? Pablo habla en terminología alegórica y espiritual, tomando como ejemplo el engendramiento físico que da lugar a la concepción de hijos mediante la fecundación de la mujer por parte del marido, y aquel hombre alegórico, en relación al cual las mujeres son ora casadas, ora viudas, ora estériles, ora fecundas -aquel hombre alegórico, digo-, es la ley. En griego, observa San Agustín,100 el concepto ‘ley’ está expresado en una forma más apropiada, pues allí ‘ley’ nomoV, sustantivo masculino, lo mismo que la palabra ‘muerte’, danatoV, de la cual el apóstol habla igualmente en género masculino llamándola ‘el postrer enemigo’ (1 Co. 15:26). La ley, digo, el marido de la sinagoga o de cualquier pueblo situado al margen de la gracia de Dios, por cierto engendra muchos hijos, pero muy a pesar suyo; mas todos son pecadores, por cuanto confiando en el saber que da la ley y en justicia que se obtiene con obras de la ley, se glorían en esa ley, jactándose de que a base de la ley llegaron a ser lo que son, de que todo el aspecto exterior de su vida refleja la similitud en su padre, o sea, la ley. Y sin embargo, en su interior, en espíritu, no concuerdan en nada con las normas establecidas por la ley, dado que la ley más bien incrementa el pecado, como ya dije. La ley pone de manifiesto el pecado, pero no lo quita, como lo expone el apóstol con mayor amplitud en Romanos (7 (v. 5): «Mientras estábamos en la carne -dice- las pasiones pecaminosas que eran por la ley obraban en nuestros miembros, llevando fruto para muerte».
Pues bien: aquel marido alegórico fecunda a su mujer, es decir, enseña a la sinagoga cosas buenas.
Pero ésta, abandonada (lat. deserta) por el espíritu de la gracia, da a luz únicamente pecadores, que simulan cumplir la ley, pero en realidad son incitados siempre más en contra de ella, como lo fueron los judíos en el desierto en contra de Moisés, quien fue un tipo de la ley y de aquel marido. De este marido, la iglesia (o un pueblo cualquiera) es liberada por medio de la gracia: la gracia hace que la iglesia «muera a la ley»101 en el sentido de que ya no necesita de la ley con sus apremios y exigencias, sino que hace voluntaria y libremente todo lo que corresponde hacer según la ley, y lo hace como si no hubiese ley alguna, puesto que «la ley no fue dada para el justo» (1 Ti 1: 9) . Así sucede que la que antes estaba sujeta a la ley cual mujer fecunda con descendencia pecaminosa, ahora ha quedado viuda, sin ley, abandonada y estéril. Sin embargo, esta viudez y esterilidad es buena y afortunada, pues por medio de ella, la iglesia llega a ser esposa de otro, a saber, de la gracia o de Cristo. Pues la gracia ocupa el lugar de la ley, y Cristo ocupa el lugar de Moisés. Dotada de otra fecundidad por este otro marido, ella pronuncia las conocidas palabras de Isaías 49 (v. 21, 22): «¿Quién me engendró éstos? Porque yo había sido estéril y privada de hijos, peregrina y cautiva; ¿quién, pues, crió éstos? Así dice Dios, el Señor: He aquí, yo tenderé mi mano a las naciones, y a los pueblos levantaré mi bandera: y traerán en brazos a tus hijos, y tus hijas serán traídas en hombros.» Esto se dice por cuanto los hijos de la iglesia reciben su instrucción no por una letra que les imparte enseñanzas, sino por el Espíritu de Dios que los toca, como se declara en Juan 6 (v. 45): «Serán todos enseñados por Dios». En efecto: donde no toca el Espíritu, allí enseña la ley, y la multitud del pueblo da a luz hijos, pero nada más que pecadores,  como ya dije. Lo que allí se lleva a efecto sólo es obra de hombres: la gente que producen es del mismo tipo que ellos mismos; pero ni los unos ni los otros son buenos. Los buenos son producidos sin la ley, por la sola gracia del Espíritu.
Es preciso, empero, que nos familiaricemos con el lenguaje alegórico que Pablo emplea aquí, para
que lo raro e inusitado del sentido no tienda un velo sobre las palabras del apóstol; tanto más preciso es por
cuanto también San Agustín muestra de una manera muy convincente que el concúbito de las hijas de Lot
con su padre (Gn. cap. 19) señala hacia la situación que se plantea en el presente pasaje. Lot es la personificación del nsmoV, o sea, es la Ley, a quien sus hijas emborrachan, quiere decir: hacen mal uso de la ley. Tampoco la entienden correctamente las sinagogas de los pueblos; con el vino de su propia interpretación ‘emborrachan’ la ley al obligarla a ser y aparecer lo que no es. Como paso siguiente, quedan embarazadas por la ley así emborrachada: son enseñadas, conciben, dan su asentimiento, y dan a luz moabitas y amonitas, quiere decir, gente supersticiosa y carente de la gracia del Espíritu, gente que se acta de las obras de la ley, y que por toda la eternidad no ingresará en la iglesia de Dios. De ahí que ‘Moab’ se traduzca correctamente con ‘del padre’,102 y ‘Amón’ con ‘pueblo de la tristeza’,103 porque lo único de que pueden jactarse los confiados de su justicia legalista y los hipócritas es esto: que ellos, ‘provienen de la ley’, que viven en conformidad con la ley, que se arrogan derechos exclusivos a las Escrituras como si ellos fuesen los hijos legítimos de la ley. En esto se basa también Jerónimo al decir que `Moab’ significa `sobremanera orgulloso’. 104 Sin embargo, con todo esto no se dan cuenta de que tienen una conciencia sumamente intranquila, y de que en realidad son un ‘pueblo de la tristeza’, por cuanto sin la gracia que a firmeza al corazón, y confiando en las obras de la ley, no ceden hallar reposo; en vano «soportan la carga y el calor del día» (Mt. 20:12). La mayor de las hijas ciertamente es la más avergonzada. Se gloria de tener un hijo de su padre: «Moab», dice, «de mi padre». Esta hija mayor es la sensualidad y la carne en la que se glorían los que se enorgullecen de su propia justicia diciendo que ellos «provienen de la ley». Pues a los ojos los hombres, las obras de la ley y los que las hacen aparecen rodeados de gran brillo. La hija menor en cambio no se gloría, sino que llama a su hijo un «pueblo infortunado». La hija menor es la conciencia, en la cual la ley y las obras de la ley no engendran tranquilidad sino antes bien desasosiego confusión. Con esto basta. Dice, pues, el apóstol que nuestra madre (la Jerusalén de arriba, v. 26) tiene muchos hijos, a pesar
de que su estado es el de una mujer abandonada, estéril, viuda, sin marido, sin ley, hijos que fueron enseñados y preparados a base de la ley. ti, es precisamente la razón por la cual ella debe regocijarse prorrumpir en júbilo y exclamaciones de gozo por ser estéril este sentido, sin hijos, sin dolores de parto, en tanto que hijos de la ley van disminuyendo y los hijos de la gracia son siempre más numerosos. Esta situación es prefigurada admirablemente por lo que se escribe en 1 Samuel 1 (v. 4-5) acerca de Ana y Penina, máxime si se añade el cántico de Ana (1 S. Cap. 2) . Parecería que la profecía citada aquí (Gá. 4:27) la tomó Isaías de aquel mismo pasaje, y que le asistió y lo iluminó el mismo Espíritu. «Hasta la estéril», dice Ana, «ha dado a luz numerosa descendencia. y la que tenía muchos hijos languidece, porque ningún hombre será fuerte por su propia fuerza» (1 S. 2:5, 9).

V. 28: Así que, hermanos, nosotros, como Isaac, somos hijos de la promesa.

El apóstol hace ahora la aplicación práctica de su alegoría: «Nosotros, como Isaac», es decir: nosotros somos hijos de la mujer libre, de la señora, como lo fue Isaac. Y así como él fue hijo nacido no de la carne sino de la promesa por medio de la carne, así lo somos también nosotros, porque nosotros somos
parte integrante de la descendencia que le fue prometida a Abraham, como se explicó más detalladamente
en párrafos anteriores. Los judíos en cambio son «como Ismael, esto es, son hijos de la esclava; nacieron no según la promesa sino según la carne. Así son también todos los que confían en que pueden llegar a ser
justos a base de la ley y las obras emanadas de ella.

V. 29: Pero como entonces el que había nacido según la carne perseguía al que había nacido según el
Espíritu, así también ahora.

En el capítulo 21 del Génesis no se dice expresamente en qué consistía la persecución a que Ismael
sometió a Isaac, pero es posible deducirlo de las palabras de Sara. Cuando ésta «vio al hijo de Agar la
egipcia jugando con su hijo Isaac» (Gn. 21: 9),105 dijo a Abraham: «Echa a esta esclava y a su hijo, porque
el hijo de esta esclava no ha de heredar con Isaac mi hijo» (v. 10), como queriendo decir: «Veo que éste
quiere apoyarse en que él es el heredero. Desprecia al hijo mío,106 y se olvida de que él es el hijo de la
esclava.» Queda claro, pues, que el ‘juego’ mencionado consistió en que Ismael, engreído a causa de su
primogenitura, y dando muestras de gran alborozo, puso a Isaac en ridículo y le insultó, alegando que él,
Ismael, era el hijo primogénito de Abraham. Pero Sara, al ver esto, se declaró en contra de tal pretensión,
diciendo: «El hijo de la esclava no será heredero», dando a la designación «hijo de la esclava» un raro matiz
degradante. Esta interpretación es favorecida también por el texto hebreo, donde leemos: «Al ver Sara que
el hijo de Agar la egipcia, al cual ésta le había dado a luz a Abraham, se reía o jugaba» (las palabras ‘con su hijo Isaac’ son un agregado de nuestra versión),107 lo cual suena como si Sara subiese querido decir: «Ahí está el motivo por qué se engreía Ismael, y por qué se reía y se mostraba tan exultante frente a Isaac: era porque Agar le había dado a luz a Abraham. Por esta razón, seguro ya de obtener la herencia, Ismael miraba con desdén a Isaac, el heredero legítimo».
Con esto armoniza también el significado simbólico de la figura empleada por el apóstol. «Así, en
efecto, pasa ahora también con los del pueblo de Israel», dice, «quienes en su engreimiento dicen que ellos
solos son los descendientes de Abraham, que no hay más herederos de la promesa que ellos.» Y sin embargo, nadie persiguió a los verdaderos hijos de Abraham con mayor crueldad que precisamente los del pueblo de Israel, como puede leerse en el libro de los Hechos de los Apóstoles, les los judíos son `Ismaeles’; oyen por boca de los profetas que Dios vendrá después de ellos; pero cuando Dios es puesto delante de ellos, no le reconocen (Jn. 1:11). Con esto reflejan nombre y la forma de sentir y obrar de Ismael su padre.
Finalmente, el vocablo «jugando» es el mismo que entra también en la composición del nombre
«Isaac»,108 que se traduce en «risa» o «regocijo».109 Con este juego de palabras tal vez quiera indicarse que Ismael era un joven algo lengüilargo, y que en son de broma hiriente usó el nombre de Isaac para exponer a la burla a su portador, como si en verdad lo considerase un heredero ridículo y un hombre desdeñable. Pues no vano la Escritura hace resaltar tanto lo de «jugar» o «reír», no en vano relata que ese jugar o reír provocó la reacción una mujer tan santa. Lo menciona empero el apóstol para confortar a los gálatas, a fin de que por causa de la persecución de aquellos ismaelitas no desistieran de ser hombres del tipo de Isaac; porque esta persecución tiene que producirse. Pero el resultado final será que a los ismaelitas se los echará fuera, como veremos ahora.

V. 30: Mas ¿qué dice la Escritura? Echa fuera a la esclava y a su hijo, porque no heredará el hijo de la
esclava con mi hijo Isaac.

La Escritura habla en tono enfático, y lo que dice va dirigido directamente en contra de las pretensiones de la esclava y su hijo. «Agar es una esclava», dice, «y presume de ser señora; Ismael es hijo de esclava, y se ríe del hijo de la señora, y lo hace el juguete de sus ironías. Pero esto no quedará así; antes bien, ¡fuera con ellos!» De esto a su vez se puede deducir que la esclava Agar consentía en lo que hacía su hijo, o al menos se lo permitía, cuando éste se burlaba de Isaac, ya que ella abrigaba la misma esperanza que su hijo, a saber, la de verse convertida en dueña de la casa. La Escritura tampoco dice: «Echa fuera a tu hijo», sino «al hijo de ella», con lo que se afirma rotundamente que Ismael no es hijo de Abraham, sino hijo de la esclava. «Así sucede también ahora», recalca Pablo (v. 29). «No los hijos nacidos según la carne son los herederos, sino los hijos nacidos según la promesa. Por consiguiente, si no queréis ser echados fuera con el hijo de la esclava, perseverad en vuestro estado de hijos de la mujer libre. La Escritura no mentirá. Ella declara que el hijo de la esclava debe ser echado fuera, aun contra la voluntad de Abraham, pero sí por la voluntad suprema de Dios».

V. 31: De manera, hermanos, que no somos hijos de la esclava, sino de la libre.

Con esto, Pablo hace la aplicación del hecho histórico y de su interpretación alegórica, y presenta el
resultado final en una breve conclusión, que ahora se entiende plenamente por lo que fue dicho antes. No
cabe duda: «ser hijo de la esclava» es servir a la ley, estar en deuda con la ley, tener la obligación de
cumplirla, ser un pecador, un hijo de ira (Ef 2:3), un hijo de la muerte, un enajenado de Cristo; es estar
separado de la gracia, no tener parte en la herencia futura, quedar desprovisto de la bendición de que habla
la promesa, ser un hijo de la carne, un hipócrita, uno que trabaja por sueldo; es, además, vivir en el espíritu
de esclavitud, en temor (Ro. 8:15), y todo lo demás que el apóstol mencionó aquí y en otras partes. Pues los nombres de este mal son incontables. Nuestro traductor agregó al final de este capítulo las palabras: «en la libertad con que Cristo nos hizo libres”.110 No obstante, seguiremos el texto griego y trataremos este apéndice como comienzo del capítulo quinto.
***
1 Jerónimo, Commentarius, 396.
2 Lat. elementis. Por razones obvias, empleamos también en la traducción al castellano el vocablo «elementos» (como, por
ejemplo, la Biblia de Jerusalén, Nácar_Colunga, Bover_Cantera), y no «rudimentos» (Reina-Valera, Rev. 1960).
3 Véase lo expuesto por Lutero con respecto a los vv. 23_25 del cap. 3.
4 En tiempos de Lutero, la «filosofía» abarcaba también lo que hoy son las Ciencias Naturales.
5 Comp. Diccionario de la Lengua Latina, por L. Macchi: elementum, 3 acepción letras del alfabeto.
6 Agustín, Epist. ad Galatas expositio, Patrol. Ser. Lat. XXXV, 2128_2129.
7 Jerónimo, Commentarius, 397.
8 Para completar la frase habría que agregar: « . . como los hombres señalan un tiempo en que entrará en vigencia el testamento
. . . «.
9 Jerónimo, Commentarius 398.
10 Comp. Job 1:1; 2 R., cap. ~5; 1 R. 17:9. Los tres personajes aquí mencionados, Job, Naamán y la viuda de Sarepta, no eran
israelitas.
11 Comp. Ro. 2:12_16.
12 Agustín, De Trinitate, IV, 3, 5_6. Con esta comparación, bastante deficiente por cierto, S. Agustín quiere decir: para redimirnos
a nosotros, Cristo participa con su cuerpo, en forma «simple», de nuestra doble esencia físico-espiritual, así como en la escala
musical, la nota octava repite la forma simple del tono dominante en el cual ya está contenida y con el cual produce una
consonancia armónica.
13 Manes, fundador, en el siglo III, de la secta de los maniqueos, enseña: por cuanto todo lo carnal pertenece de por sí al reino de
las tinieblas. Cristo pudo tener a lo sumo un cuerpo «putativo», aparente. Su nacimiento, su vida terrenal, su pasión y muerte son
por lo tanto eventos meramente ficticios. Jerónimo, Commentarius, 398. (La cita de Jerónimo menciona no a Manes sino a
Marción, heresiarca del siglo II.)
14 Resumen de la argumentación de Anselmo, Cur deus homo, II 8.
15 Cap. 3: 7-9: 3:26.
16 Comp. pág 43.
17 Comp. Jer. 4:6-10; 5 12-15; 6:13-26; 8:10 sigtes.; 14 13-18.
18 La teología escolástica distinguía tres grados de perfecto amor de Dios: el grado primero y más bajo es el del hombre que vive
en el estado de la gracia y del amor que son infundidos en él mediante el sacramento, que como «hábito» llenan su ser, lo que
incluso puede ocurrir en forma latente», sin que él mismo se dé cuenta de ello. Ésta era la perfección que se atribuía al cristiano
común, con tal que se apoyara plenamente en Dios y al menos no pensara o anhelara nada que estuviese reñido con amor de Dios.
Por lo demás, este hombre no tenía por qué abandonar el estado y profesión civil. El segundo grado, más elevado, es el del
hombre que se consagra por entero al servicio de Dios, también exteriormente, tratando de efectivizar su amor a Dios mediante
un renunciamiento lo más completo posible, monacal, a todo lo mundano. El tercer grado, el máximo, es inalcanzable en esta
vida terrenal. A él se llega sólo en la eternidad donde la meta a que se aspiraba en los otros dos grados es alcanzada en forma real,
interior y exteriormente, y donde ya nada podrá estorbar o interrumpir la pura y permanente entrega del alma amorosa a su
Creador. Comp. la discusión acerca de los «grados del amor» en P. Lombardo. Sententiae, III 29. Patrol. Ser. Lat. CXCII
816-818.
19 Dado que el término hebreo «Abba» significa «mi padre», se tiene la impresión de que aquí hay una repetición, a menos que se
quiera tomar la segunda palabra por una traducción de la primera.
20 Trad. literal del lat. in Deo sumus, movemur et vivimus.
21 Acerca de la «substantia» de la Divinidad, véase Agustín, De Trinitate, VII, 5, 10.
22 No es el hombre el que mediante su fe, como mediante una obra meritoria, obtiene el don del Espíritu, sino que es Dios quien
corona con el don del Espíritu a esa fe que él mismo hizo nacer en el hombre.
23 Comp. Éx. 7:11,12; 8:7; Dt. 13:2,3; Hch. 8:9; Mt. 24:24; 2 Ts. 2:9; Ap. 13:13; 16:14; 19:20.
24 Por lo menos en algunos manuscritos; en la mayoría en cambio se lee dimn, neon, por medio de Dios.
25 La «ignorancia invencible», según los teólogos escolásticos, se debía a que se le presentaban al hombre obstáculos insalvables
que no le permitían conocer el camino de salvación único y verdadero, enseñado por la iglesia de Roma.
26 Quiere decir, el hombre no tiene nada que temer si hizo lo que estaba de su parte. La doctrina de la «ignorancia invencible» lo
seduce por lo tanto a no inquietarse por lo que pueda resultar de sus actos; pues siempre le queda la excusa: «Esto yo no lo sabía».
27 Agustín, Ep’st. ad Galatas erposztzo, Patrol. Ser. Lat. XXXV, 2130-2131.
28 Comp. los párrafos iniciales del cap. 4.
29 Comp. pág. 6, párr. 2.
30 Comp. el comentario que Lutero hace al v. 3 de este mismo capitulo.
31 Jerónimo, Commentarius, 401-402.
32 El nombre gentilicio «caldeo» se usaba también como sinónimo de sacerdote, astrónomo, mago y astrólogo.
33 Agustín, Epist. ad Galatas expositio, Patrol, Ser. Lat. XXXV, 2129.
34 Jerónimo, Commentarius, 403-404.
35 Parasceve viernes, como preparativo del sábado entre los judíos. Por excelencia, el Viernes Santo en que murió Cristo que era
la preparación para la Pascua. Dicc. de la Acad. Española. Ya en tiempos de la iglesia antigua, el miércoles y el viernes eran
observados como días de ayuno.
36 Cita ligeramente alterada de la Vulgata: Erit mensis ex mense, et sabbatum ex sabbato.
37 Expresión frecuente en la iglesia antigua para designar el cristianismo y la era cristiana; alusión a Jn. 13:34.
38 Comp. Lc. 4:16,17; Hch. 13:27; 15:21.
39 La guerra defensiva contra los turcos fue el punto principal en la Dieta de Augsburgo 1518; y el avance de los ejércitos turcos
hacia el sudeste europeo era para los alemanes del tiempo de Lutero motivo de preocupación general.
40 Literalmente: «dormimos con ambas orejas».
41 Referencia a la bula «Apostolici regiminis», promulgada en la posesión del 5º concilio Lateranense (5 de diciembre de 1513),
que fue la primera definición oficial en cuanto a la Inmortalidad del alma humana.
42 «Viejo hombre» en el sentido de Ef. 4:22; Col. 3:9.
43 Lat. timeo vos (ne sine causa in vobis laboraverim). Así traduce la Vulgata el griego jobonmai nmaV. Jerónimo. Commentarius,
405.
44 También esta frase, como el v. 11, comienza en latín con timeo vos: ‘Timeo vos perituros esse in aeternum. El ‘perituros esse’
vendría a ser entonces lo que faltaba para completar la oración.
45 Comp. 2 Co. 6:4 y sigtes.; 11:23 y sigtes.
46 Comp. 1 Co. 3:2; He. 5:12; 1 P. 2:2.
47 342 Lat. infirmiora fidei; literalmente «lo más débil de la fe».
48 Jerónimo, Commentarius, 405.
49 Agustín, Epist. ad Galatas expositio, Patrol. Ser. Lat. XXXV, 2131.
50 Bernardo, doctor de la iglesia (1090-1153), fundador y primer abad del convento de Clairvaux (Claraval). El genio religioso
mas grande del siglo XII, igualmente destacado por el vigor de su personalidad, la pureza de su carácter, su ferviente piedad y su
arrolladora elocuencia (de ahí «doctor mellifluus»).
51 Jerónimo, Commentarius, 406. La formulación propuesta por Jerónimo se halla en la Vers. Reina-Valera, Biblia de Jerusalén,
Nácar-Colunga. En cambio, el original griego, la Vulgata, la Biblia alemana de Lutero, Bover-Cantera y otros tienen: Sed como
yo... Hermanos, os ruego:
ningún agr...
52 Comp. Jn. 2:17.
53 Jerónimo, Commentarius, 407.
54 Comp. Ro. 8:37; 2 Co. 2:14.
55 Lutero emplea aquí el término técnico latae sententiae, que podría traducirse por «sentencia global», los castigos impuestos
por la lata sententia eran aplicados automáticamente, sin pronunciamiento especifico de parte de un juez, en caso de haberse
producido el delito correspondiente. Según la índole de éste, podían consistir en la excomunión, el interdicto (prohibición de la
administración y/o uso de los sacramentos), y suspensión (cesantía de los sacerdotes).
56 Como de costumbre, Lutero se basa en el texto de la Vulgata: Ubi est ergo beatitudo vestra?
57 Lutero estará pensando en pasajes como Mr. 5:34 y Mr. 10:52.
58 Jerónimo, Commentarius, 408.
59 Jerónimo, Comentarius, 409.
60 La Ed. de Weimar tiene: Non accipitis, «no aceptáis»; todas las demás ediciones: non accipitis, «no aceptéis».
61 Lat. sed excludere vos volunt (Vulgata).
62 Comp. pág. 96, nota 171.
63 Lat. aemular:, «emular».
64 Lat. Aemulor enim vos dei aemulatione.
65 Lat. Bonum autem aemulamini in bono semper. No sin razón dice Lutero en su comentario que este texto ‘no resulta nada
claro’, al menos en la traducción de la vulgata...
66 Jerónimo, Commentarius, 409; Comp. también Erasmo, Paraphrasis, opera VII, 958.
67 El infinito ‘ser celoso’ es en latín aemulari, en griego zhlonsqai; el imperativo ‘sed celosos’: lat. aemulamini, que es la forma
que figura en la Vulgata.
68 Comp. 1 Co. 4:15; 1 Ts. 2:11.
69 Jerónimo, Commentarius, 411-4l2.
70 Jerónimo, Commentarius, 413; Epístola LIII, 2.
71 Erasmo, Anotationes ad locum; Jerónimo, Comentarius, 413-414.
72 Agustín, Epístola XCIII, 2, 6.
73 Comp. también la Introducción, pág. 11; además, pág. 112, nota 198.
74 Comp. 1 Co. 3:2.
75 Agustín, De doctrina Christiana, III, 29, 40.
76 Jerónimo, Comentarius, 416.
77 Agustín, Enarrationes in Psalmos, LXX 10, Corpus Christianorum, Ser. Lat. XXXIX, 957.
78 Agustín, De spiritu et litera. 14,24.
79 Comp. lo dicho en la exposición de cap. 3:15, pág. 149.
80 Añádase: a diferencia del mencionado en cap, 3:15.
81 El original griego tiene el verbo snstoicei «corresponde a» (Comp, Reina-Valera y otras vers.). Lutero cita y comenta el texto
de la Vulgata: Sina enim mons est in Arabia, qui coniunctus est ei quae nunc est Hierusalem, et servit cum filfis suis.
82 Jerónimo, Commentarius, 417.
83 J. Lefevre d’Étaples, St. Pauli Epistolae XVI ex vulgata editione, adjecta intelligentia ex Graeco cum commentariis (1512). El
‘término geográfico’ es el verbo pertinet, de pertinere = «extenderse, alargarse de un lugar a otro» (L. Macchi, Dicc. de la
Lengua Latina).
84 Efectivamente, al final de la cita, cap. 4:24 se lee (en la Vulgata): quae est Agar, «la cual es Agar».
85 Escoliador = el que pone escolios (breves observaciones interpretativas o críticas) a una obra o escrito.
86 Erasmo, Paraphrasis, opera VII, 959.
87 Comp. pág. 43, nota 61.
88 En cuanto al significado de los nombres véase el comentario que Lutero hace respecto del v. 26.
89 Anacoluto (o ‘anapodoton’): inconsecuencia en el régimen o en la construcción de una cláusula.
90 Los «límites territoriales de la ley» son, en este caso, los limites de la región del Sinaí, ‘cuna geográfica’ de la ley.
91 Jerónimo, Comentarius. 417.
92 Comp, Gn. 17.15,16.
93 ‘Noche’ en hebreo es EREB.
94 Comp. Isa. 58:8.
95 Hebreo ARABAH, desierto.
96 Del hebreo RA’AH y SHALOM.
97 Del hebreo SHAMA y EL, comp. Gn. 16:11.
98 Es decir: existe en Cristo, se puede obtener solamente por la fe en Cristo.
99 Comp. pág. 211, nota.
100 Agustín, Enarrationes in Psalmos, LIX, 10. Corpus Christianorum, Ser. Lat. XXXIX. 762.
101 Gá. 2:19; comp. Ro. 7:4.
102 Del hebreo MIN y AB.
103 Del hebreo AM y ON; esta última palabra. Reuchlin la interpreta como luctus = llanto, luto.
104 Jerónimo. Liber interpretationis hebraicorum nominum, Corpus Christianorum, Ser. Lat. LXXII, 69.
105 Las versiones difieren en cuanto a la actitud de Ismael. Según unas. Ismael ‘se burlaba de’ Isaac (Reina-Valera, Torres-Amat,
vers. alemana de Lutero; Bover-Cantera: embromaba), según otros ‘jugaba con él’ Vulgata. Biblia de Jerusalén. Nácar-Colunga).
El verbo hebreo es MEZAJEK, de ZAJAK - reír; Pihel jugar cantando y retozando (Dicc. Hebreo de Gesenius). La Versión de
los LXX lo traduce con el participio paixonta, de paixw, saltar como los niños (Dicc. Griego-Lat.-Español de los Padres
Escolapios, Ed. Albatros. Bs As., 1943
106 A pesar de que Lutero cita el texto de Gn. 21:9 según la Vulgata, parece inclinarse a interpretar la rectitud de Ismael como una
burla.
107 La Vulgata.
108 Isaac, en hebreo IZJAK.
109 Véase nota 394, pág. 214.
110 “Nuestro traductor” La Vulgata presenta el versículo final del capítulo 4 en la siguiente forma: Itaque, fratres, non sumus ancillae filii, sed liberae, qua libertate Cristus nos liberavit.
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Comentario sobre la Epístola San Pablo a Tito
por Martín Lutero

Capítulo Cuatro