CAPITULO I
V.1.— PABLO, APÓSTOL
En una época como la nuestra en que prácticamente todo el orbe cristiano tiene conocimientos del griego,1 y en que todos poseen y usan las Anotaciones de esta luminaria teológica llamada Erasmo,2 no es necesario explicar el significado del vocablo griego «apóstol», excepto a los lectores no de Erasmo, sino míos. Apóstol, pues, significa lo mismo que «enviado»; y como nos informa San Jerónimo, es un término o concepto de los hebreos que en el idioma de ellos suena SILAS, esto es, un hombre al que se aplica el nombre «ENVIADO», del verbo “enviar”.3 Así se lee también en Juan cap. 9 (v. 7): «Ve y lávate en el estanque de Siloé (que traducido es, Enviado) «; e Isaías, conocedor de este significado oculto, dice en el cap. 7: «Este pueblo desechó las aguas de Siloé, que corren mansamente».4 Pero ya en Génesis 49 (v. 10) leemos: «Hasta que venga Siloh», lo que Jerónimo tradujo con: «El que debe ser enviado». Es al parecer a base de este texto que Pablo llama a Cristo «apóstol», es decir, un Silas, en su carta a los Hebreos (He. 3:1) . También Lucas en el Libro de los Hechos menciona a un Silas.5
Más importancia que esto tiene el hecho de que «apóstol» es un título modesto, pero -cosa que es de
admirar- a la vez también elevado y venerable, un nombre que expresa notable humildad aparejada con
grandeza. La humildad radica en que el apóstol es un enviado, con lo que se pone de manifiesto que está en relación de dependencia, servidumbre y obediencia, y se excluye además que alguien se deje seducir por este nombre como por un título honorífico, para depositar en él su confianza y gloriarse en él. Antes bien, el apóstol, por el mismo nombre de su oficio como «enviado», debe sentirse dirigido inmediatamente hacia el que lo envía y de quien procede la majestad y prominencia del enviado y siervo que hacen que éste sea recibido con reverencia. ¡Cuán distinta es la situación en nuestros días en que los nombres de «apostolado», «episcopado» y otros llegaron a significar paulatinamente no un servicio sino una dignidad y autoridad! A tales personas Cristo les da en Juan 10 (v. 8) el nombre opuesto: en vez de «enviados» los llama «hombres
que vinieron», en otras palabras, más claras aún, «ladrones y salteadores», por cuanto en lugar de traer la
palabra del que los envía con el encargo de apacentar con ella a las ovejas, no buscan sino su propio
beneficio en aras del cual sacrifican a las ovejas. «Todos los que vinieron», dice Cristo, esto es, todos los
que no fueron enviados, «son ladrones y salteadores». Lo mismo expresa el apóstol en Romanos 10 (v. 15):
«¿Cómo predicarán si no fueron enviados?» ¡Oh, que también en el siglo nuestro los pastores y dirigentes
del pueblo cristiano tomaran bien a pechos estas enseñanzas! En efecto: ¿quién puede predicar a menos que
sea un apóstol (un enviado)? ¿Quién empero es un apóstol sino el que trae la palabra de Dios? Y ¿quién
puede traer la palabra de Dios sino aquel que ha prestado oídos a Dios? Pero al que se viene con enseñanzas
de su propia cosecha, o extraídas de leyes y decretos humanos, o basadas en la sabiduría de los filósofos
¿puede llamarse a éste un apóstol? De ninguna manera, sino que es un hombre que viene por cuenta propia,
un ladrón, un salteador, un destructor y asesino de las almas. En Siloé se lava el ciego y recobra la vista (Jn.
9:7); las aguas de Siloé son saludables no las aguas impetuosas y orgullosas del rey de Asiria (Is. 8: 7) . «Él
(es decir, Dios) envió su palabra, y así los sanó» (Sal. 107:20) . En cambio, viene el Hombre con su propia
palabra y hace que el flujo de sangre se agrave.6 Esto significa, para decirlo con toda claridad: cada vez que
se predica la palabra de Dios, ésta produce conciencias alegres, abiertas, tranquilas frente a Dios, porque es
la palabra buena y dulce de la gracia y de la remisión; en cambio, cada vez que se predica la palabra de un
hombre, ésta produce una conciencia triste, cerrada y temerosa frente a sí misma, porque es la palabra de la
ley, de la ira y del pecado, que muestra al hombre todo lo que dejó sin hacer y toda la enormidad de la deuda
que contrajo.
Por esto, desde sus mismos comienzos la Iglesia jamás se halló en una situación tan desafortunada
como ahora, y esta situación empeora día a día. Pues se la tortura con un cúmulo de decretos, leyes, estatutos y un sin fin de tormentos, y se la arruina de una manera mucho más atroz de lo que lo hicieron los
verdugos en tiempos de los mártires. Pero esta destrucción de las almas afecta a los pontífices tan poco, y
tan poco se afligen por el quebrantamiento de José (Am. 6:6), que incluso agregan al dolor de las heridas
nuevos dolores, como si con ello rindieran un servicio a Dios.7
V. 1 - 2: No de parte de hombres ni por medio de un hombre, sino por Jesucristo y por Dios el Padre que
lo resucitó de los muertos, y todos los hermanos que están conmigo.
Ya al comenzar su carta, Pablo lanza una estocada indirecta a los falsos apóstoles de los Gálatas: los
sindica como hombres que no fueron enviados por Jesucristo sino por sí mismos o por otros apóstoles cuya
enseñanza, sin embargo, estaban falsificando.
Éste es un punto que se debe tener muy en cuenta: Cristo no quiso que se hiciera apóstol a nadie por
iniciativa o voluntad de los hombres, sino que el llamado al apostolado debía partir de él, Cristo, exclusivamente. De ahí que los apóstoles no se atrevieran a elegir a Matías, sino que imploraran su designación desde el cielo (Hch. 1:23 y sigtes.). También a Pablo mismo, Cristo lo llamó desde lo alto y lo hizo apóstol (Hch. 9:3 y sigtes.). Pero en particular lo hizo mediante la voz del Espíritu Santo, Hechos 13 (v. 2) :«Apartadme» -dice- «a Pablo y a Bernabé para la obra a que los he llamado». Y así, Pablo mismo se gloria
en Romanos 1 (v. 1) de «haber sido apartado para predicar el evangelio de Dios». Pues mientras los demás
apóstoles fueron enviados a los judíos (lat. `a la circuncisión’), Pablo y Bernabé fueron apartados para
servir entre los incircuncisos y gentiles (Gá. 2: 7, 9) .
Nótese además: Pablo asigna al nombre «apóstol» un carácter tal de oficio y dignidad que lo usa a
modo de participio8 , diciendo: «Apóstol no de parte de hombres», lo que equivale a «enviado no de parte
de hombres», a no ser que la locución aquí empleada tenga sabor a hebraísmo, como el pasaje del Salmo 4
(Sal. 45:8) : «Mirra, áloe y casia de tus vestidos, desde palacios de marfil.9 Todo esto tiene por objeto
hacerte ver cuánto cuidado puso Cristo en instituir su iglesia y en protegerla contra cualquiera que se
arrogue arbitrariamente el derecho de enseñar; pues este derecho lo tiene sólo el que fue enviado por Cristo
mismo o por los que Él envió.10 Pues así como el primero y más grande beneficio para la Iglesia es la
palabra de Dios, así por otra parte no hay perjuicio alguno que resulte más funesto para la Iglesia que la
palabra del hombre y las disposiciones humanas producto de la tradición. «Dios sólo es veraz, y todo
hombre mentiroso» (Ro. 3:4). Resulta, pues, que con la misma solicitud con que David proveyó en su
tiempo todo lo necesario para construir el templo y se lo dejó a Salomón para que éste concretara la obra,
así Cristo dejó el evangelio y los demás escritos sagrados para que con ellos y no por decretos humanos se
edificara la Iglesia. Cuán lamentablemente se descuidó e incluso se invirtió esto durante los últimos trescientos años, lo evidencia claramente el estado actual de la Iglesia en todos sus aspectos.
San Jerónimo11 infiere de este pasaje la existencia de cuatro clases de apóstoles: la primera clase
son los que han sido llamados no de parte de hombres ni por medio de un hombre sino por Jesucristo y por
Dios el Padre, como los profetas de antaño y, todos los apóstoles. La segunda clase son los que también
recibieron su llamado de Dios, pero no en forma directa, sino por medio de un hombre, como los discípulos
de los apóstoles y todos los que hasta el fin del mundo son sucesores legítimos de los apóstoles, vale decir,
los obispos y sacerdotes;12 y esta clase no puede existir sin la primera, a la que se remonta su origen. La
tercera clase comprende a los que han sido llamados por un hombre u hombres, no por Dios, como es el
caso cuando alguien obtiene su cargo por la protección o los manejos de otros, y estos casos los vemos a
diario, ya que los más de los sacerdotes no lo son por voluntad divina, sino porque han comprado el favor
popular. Esto son palabras de Jerónimo. Si este mal ya comenzaba a extenderse en tiempos de Jerónimo,
,qué hay de extraño si hoy reina en todas partes? Pues en esta clase hemos de incluir a todos aquellos que
antes de ser llamados, se ofrecen a sí mismos para el cargo de obispos y sacerdotes, impulsados por la más
baja avidez de llenarse el estómago y escalar posiciones. El provecho que la Iglesia saca de esa gente lo
tenemos a la vista. La cuarta clase se compone de los que no han sido llamados ni por Dios ni por parte de
hombres ni por medio de un hombre sino por sí mismos; son estos falsos profetas y falsos apóstoles de
quienes habla San Pablo como de «falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles
de Cristo» (2 Co. 11:13) y a quienes se refiere el Señor en Juan 10 (v. 8) diciendo: «Todos los que vinieron,
fueron ladrones y salteadores». Jeremías escribe al respecto, cap. 23 (v. 21) : «Yo no envié a aquellos
profetas, pero ellos corrían; yo no les hablé, sin embargo profetizaban». De este mal hay que cuidarse
muchísimo. Es por esto que Cristo no permitió a los demonios que hablaran (Mr. 1:34), aun cuando era
correcto lo que estaban por decir; porque de esta manera, bajo e1 manto de la verdad podría haberse
infiltrado una mortífera mentira. Pues el que habla de suyo, no puede hablar sino mentira, como dice Cristo
en Juan 8 (v. 44). Así, pues, para que los apóstoles no hablaran de suyo, les dio su Espíritu, respecto del cual
afirma: «No sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en vosotros», y «yo os
daré palabra y sabiduría» etc. (Mt. 10:20; Lc. 21:15).
En este contexto no puedo pasar por alto (aunque se trata (le una cosa de poca monta) una queja
levantada por muchas personas, especialmente monjes y sacerdotes, una queja tonta por cierto, pero que no
obstante constituye una tentación bastante fuerte. Se quejan, en efecto, de poseer un talento que Dios les
confirió, y que por tal motivo se ven en la obligación de enseñar, impelidos por el ineludible precepto del
Evangelio. Y así se formó en su conciencia la asombrosamente insensata idea de que si no enseñan, están
escondiendo el dinero de su señor (Mt. 25:18) y se hacen culpables de la condenación. Esto es obra del
diablo, que así trata de hacerlos vacilar en la vocación a la cual fueron llamados.13 ¡Oh buen hermano mío!
con una sola palabra Cristo te libra de esta queja. Fíjate en lo que te dice en el Evangelio: «El hombre llamó
a sus siervos y les entregó sus bienes» (Mt. 25:14) . «Llamó», dice. A ti, ¿quién te llamó? Espera al que te
llama, y entre tanto no te inquietes. Es más: aunque superases en sabiduría al mismo Salomón y a Daniel,
debes huir más que al infierno el emitir una palabra si no tienes un llamado para ello. Si el Señor te necesita,
ya te llamará. Si no te llama, tu sabiduría tampoco te hará reventar. Y además, tu gran saber ni siquiera
existe en realidad, sino sólo en tu imaginación; y tonto como eres, sueñas con los frutos que con él podrías
obtener. Nadie obtiene frutos con su palabra a menos que sea llamado a enseñar, sin su voluntad. Pues «uno
es nuestro Maestro, Jesucristo» (Mt. 23:8). Él sólo enseña y obtiene frutos, y lo hace por medio de sus
siervos por Él llamados. Mas el que enseña sin tener un llamado, inevitablemente causará daño a sí mismo
y a sus oyentes; porque Cristo no está con él.
Por consiguiente: cuando el apóstol dice que él no fue enviado de parte de hombres, se coloca en
contraposición a los apóstoles falsos; y al decir que no fue enviado por medio de un hombre, se coloca en
contraposición también a los fieles que habían sido enviados por los apóstoles, de modo que con este
exordio se contrapone a tres clases de apóstoles.14 Tenemos además el testimonio de Jerónimo de que
algunos judíos creyentes en Cristo penetraron en Galacia y enseñaron allí que también Pedro, Jacobo y
Juan observaban la ley. A esto nos referiremos en otra oportunidad con más detalles.
Sin embargo, insertar en este punto una alusión a la «resurrección de los muertos» podría parecer
superfluo. Pero es una amada costumbre del apóstol recordar la resurrección de Cristo, en especial cuando
se dirige contra los que confían en su propia justicia. De ahí que la mencione también y aún más ampliamente, en la salutación con que comienza la carta a los Romanos, porque también allí sostiene una enérgica polémica contra los que creen que por sus buenas obras serán tenidos por justos delante de Dios. En efecto: los que así opinan, consecuentemente tendrán que negar y hasta ridiculizar la resurrección de Cristo; pues en Romanos 4 (v. 25) se lee que «Cristo fue muerto por nuestros pecados, y resucitó para nuestra justificación ». Por esto, el que presume de poder ser justo por otro medio que no sea la fe en Cristo, rechaza a Cristo y declara superflua su pasión y resurrección. En cambio, el que cree en el Cristo que murió por los pecados, muere al mismo tiempo también personalmente al pecado con Cristo; y el que cree en el Cristo que resucitó y vive, por esta fe resucita y vive también personalmente en Cristo, y Cristo vive en él (Gá. 2:20). Por esto, en la resurrección de Cristo radica nuestra justicia y nuestra vida, no sólo por el ejemplo que constituye, sino también por la virtud que posee. Sin la resurrección de Cristo nadie resucita, por numerosas que hayan sido sus buenas obras; y viceversa, por medio de la resurrección de Cristo cualquiera resucita, por numerosas que hayan sido sus obras malas, como lo detalla más ampliamente la carta a los Romanos (Ro. cap. 6). Tal vez, la resurrección suele rememorarse en la salutación también por el hecho de que mediante la resurrección de Cristo fue dado el Espíritu Santo. Como es sabido, por el Espíritu fueron repartidos los dones
del apostolado y otros, 1 Corintios 12 ( v. 4-11) . De esta manera, Pablo dejaría sentado claramente que él
es apóstol por voluntad divina, mediante el Espíritu cuya presencia en los creyentes es operada por la
resurrección de Jesucristo.
«Y todos los hermanos que están conmigo». «Todos los hermanos» dice Pablo, con lo que nuevamente
parece distanciarse de los apóstoles falsos, los cuales, según referencias de Jerónimo, afirmaban que
también Pablo predicaba en otras partes una doctrina distinta de la que había llevado a los Gálatas.15
Además, esta alusión a los hermanos se hizo por cuanto la opinión unánime de muchos acerca de un mismo
asunto es lo que más puede ayudar a corregir a los que se desviaron de la verdad.

V. 2b: A las iglesias en Galacia.

En otras cartas, Pablo se dirige a la iglesia de una sola ciudad; en ésta en cambio escribe a las iglesias de muchas ciudades; se puede decir, a las de una provincia entera. Aquí merece especial atención la fina
observación de San Jerónimo16 de que los acusados por el apóstol de haberse corrompido por enseñanzas
erróneas, son llamados no obstante «iglesias». De todo esto hemos de aprender, dice Jerónimo, que el
término «iglesia» puede usarse en dos sentidos: para la iglesia «que no tiene mancha ni arruga y que es en
verdad el cuerpo de Cristo» (Ef. 5: 27; 1 Co. 12:27), y también para la iglesia que está siendo congregada
en el nombre de Cristo sin que sus virtudes ya sean completas y perfectas. Análogamente, también la
palabra «sabios» se toma en doble sentido: se aplica a los que poseen la virtud de la sabiduría en una
medida plena y perfecta, y también a los principiantes que progresan en el camino del saber. Respecto de
los perfectos se dice: «Os enviaré sabios»; respecto de los que se inician: «Corrige al sabio, y te amará»
(Mt. 23:34; Pr. 9: 8) . En este sentido deben entenderse también las demás virtudes; quiere decir: «valiente
y prudente, casto, justo, templado» se toman a veces en sentido cabal, otras veces en sentido más bien
limitado. Pero ante todo debe aplicarse este entendimiento a lo que llamamos «perfección». Pues ningún
hombre, ni siquiera un apóstol, alcanza en esta vida una perfección tal que no sea preciso que se perfeccione
aún más. Es como dice el Sabio: «Cuando el hombre haya llegado a la perfección, entonces comience
».17 Así, pues, se puede llamar «perfecto» a unos en comparación con otros; por lo demás, también estos
perfectos comienzan todos los días de nuevo y están en vías de progresar.
Por esto es más acertada la explicación de San Agustín18 quien ubica la «iglesia sin mancha ni
arruga» en la vida venidera donde ya no tendrá que rogar: «Perdónanos nuestras deudas». Y no obstante,
tienen mucha razón Jerónimo y Orígenes19 al afirmar que este pasaje de la carta apostólica presta excelentes
servicios en la lucha contra los herejes. Pues éstos se muestran muy dispuestos a apodar «Babilonia» a
una iglesia que en su medio tiene también algunos elementos malos, para luego arrogarse a sí mismos el
nombre de «iglesia» como si ellos fuesen los verdaderos santos. Es cierto: si en alguna iglesia hay personas
malas, es preciso iniciar sin dilación los pasos pertinentes; conforme al ejemplo dado aquí por Pablo, hay
que elevar la voz de advertencia, exhortar, rogar, orar, intimidar, en fin, intentar todo lo posible para convertir
a los malos en buenos. Pero lo que no hay que hacer es separarse y causar cismas so pretexto de ese
sacrílego «temor de Dios» como gustan llamarlo, y con ese ardor de la conciencia que nada tiene que ver
con piedad. Pues ¿qué clase de amor es aquel que insiste en no soportar a los malos ni ayudarles? No es ni
más ni menos que una violenta ira que de manera totalmente impropia se viste con el nombre de amor.
¿Qué pueden responder a esto? El apóstol se dirige no a un grupo que adolecía de graves defectos morales
(que son lo único que escandaliza a los orgullosos dechados de virtud y los induce a tener a uno por hereje)
sino a gente que se había desviado de la fe y había echado a perder toda la sustancia a base de la cual se les
podría haber aplicado el nombre de iglesia -¡y no obstante, a éstos el apóstol los llama «iglesias»!

V. 3: Gracia sea a vosotros y paz de Dios al Padre y de nuestro Señor Jesucristo.
El apóstol hace una distinción entre esta gracia y paz y aquella otra que el mundo, o también un
hombre, pueden darse a sí mismos. Pues la gracia de Dios Padre y de nuestro Señor Jesucristo quita de en
medio los pecados, puesto que es una gracia espiritual y oculta. Asimismo, la paz de Dios confiere al
corazón humano serenidad, calma y alegría ante Dios en lo oculto, y, como se dice en otra parte: La gracia
hace desaparecer la culpa, la paz hace desaparecer el castigo, de modo que «la justicia y la paz se besan y se encuentran» (Sal. 85:10). Mas cuando esto ocurre, pronto se pierde la gracia y la paz de los hombres, del
mundo y la carne, es decir, la gracia y paz personal y del diablo, y en cambio se suscita la ira y la turbulenta
indignación de todos. Pues el que goza de la gracia de Dios, hace lo que es del agrado de Dios, y por esto no
tarda en desagradar al diablo, al mundo y a su propia carne. Mientras para Dios es un justo, para la carne y
el mundo es un pecador, y así estalla la guerra -guerra por fuera, paz por dentro-. Por dentro, digo, no en una
forma que pueda ser percibida y experimentada en su dulzura por los sentidos, al menos no siempre, sino
invisiblemente y por medio de la fe; porque la paz de Dios sobrepasa todo entendimiento (Fil. 4:7), quiere
decir, sólo está al alcance de la fe.
Lo mismo vale para el caso contrario: el que goza de la gracia del mundo y de la suya propia, el
pagado de sí mismo, no tarda en pecar contra Dios e incurrir en su ira. «Cualquiera, pues», dice Santiago,
«que quiere ser amigo del mundo, se constituye en enemigo de Dios» (Stg. 4: 4) . Consecuentemente,
también en este caso estalla de inmediato la guerra -guerra por dentro con Dios, paz por fuera con el
mundo- porque «no hay paz, dice el Señor, para los impíos» ( Is. 57:21) , y por otra parte, el autor del Salmo
73 (v. 3) «ve la paz de los impíos», y según el Salmo,20 «el pecador prospera en sus caminos»,21 así que
también esta guerra es una guerra oculta y es librada sin que la perciban los sentidos, por lo menos a veces.
Por lo tanto, estos cuatro pares guardan entre sí un equilibrio como pesas iguales en los dos platillos de una
balanza: la gracia de Dios y la indignación del mundo; la paz de Dios y la falta de paz de parte del mundo;
la gracia del mundo y la indignación de Dios; la paz del mundo y la falta de paz ante Dios. Así dice Cristo
en Juan 16 (v. 33): «En el mundo tendréis aflicción, en mí en cambio tendréis paz; pero confiad: yo he
vencido al mundo»; y Pablo afirma en otro pasaje de la presente carta: «Si todavía agradara a los hombres,
no sería siervo de Cristo» es decir, no le agradaría. Así es que en su salutación, Pablo ya destacó, en
resumen, su enseñanza fundamental, a saber: nadie puede ser justo sino por la gracia de Dios; por las
propias obras no lo puede ser de ninguna manera. La turbación de la conciencia puede ser apaciguada
únicamente por la paz de Dios, no por obra alguna a la cual se le atribuya el carácter de virtud o satisfacción.
¿Por qué empero el apóstol no se conformó con decir «de Dios nuestro Padre» sino que añade «y de
nuestro Señor Jesucristo»? Lo hace para diferenciar entre el reino de la gracia y el reino de la gloria. E1
reino de la gracia es el reino de la fe en el cual Cristo gobierna como hombre, «puesto por Dios Padre sobre
todas las cosas» conforme al Salmo 8 (v. 6). En este reino, él recibe de Dios «dones para los hombres»
como lo expresa el Salmo 68 (v. 18), lo que continuará así hasta el juicio postrero. Pues entonces, como
enseña el apóstol en 1 Corintios 15 (v. 24), «entregará el reino al Dios y Padre, y será Dios que todo lo llena en todo (Ef. 1:23) cuando haya suprimido todo dominio y toda potencia». Esto será, pues, el reino de la gloria en el cual Dios mismo reinará personalmente, y ya no lo hará como el Humanado (lat. per humanitatem) para despertar en los hombres la fe. No que se trate de dos reinos diferentes el uno del otro; lo diferente sólo es la forma de reinar: ahora «por fe, oscuramente», por medio de la «humanidad» de Cristo; entonces «por vista», y en la revelación de la naturaleza divina.22 Es por esto que los apóstoles suelen llamar «Señor» a Cristo y «Dios» al Padre, si bien ambos son uno y el mismo Dios; lo hacen empero, como ya dije, a causa de la diferencia en este reino en que estamos integrados nosotros, hombres que somos hechos limpios en la fe, y que seremos salvos en el ver plenamente.

V. 4, 5: EL cual se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente siglo malo, conforme
a la voluntad de nuestro Dios y Padre, al cual sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Cada una de estas palabras tiene una peculiar intensidad y también su propio énfasis; pues con ellas
el apóstol afirma de una manera muy general que la ley y el albedrío humano no son de valor alguno si no
se cree en el Cristo que fue entregado por nuestros pecados.
«El cual se dio», dice, indicando así que se trata de un don gratuito dado a quienes no lo merecían;
no dice «devolvió», como si se tratara de una recompensa para gente que tiene un derecho a ella. Algo
análogo se lee también en Romanos 5 (v. 10): «Siendo aún enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la
muerte de su Hijo». Mas lo que «dio» no fue oro ni plata, pero tampoco un hombre ni todos los ángeles; no:
se dio «a sí mismo», lo más grande que hay y lo más grande que posee. Y un precio de tan inestimable valor
lo dio, digo, por nuestros pecados, algo tan despreciado y digno del más profundo odio. ¡Oh, cómo se
acerca Cristo a nosotros con su gracia, y cuánto nos ama! ¡Y qué palabras más sublimes y adecuadas
escogió Pablo para ensalzar la misericordia de Dios Padre, y para mostrárnosla en toda su dulzura!
¿Dónde están ahora los que tan altaneramente alardean con el libre albedrío? ¿Dónde queda la
erudición de la filosofía moral,23 y qué valor y eficacia tienen las leyes, tanto las espirituales (sacrarum)
como las civiles (profanarum)? Si nuestros pecados son tan enormes que sólo pudieron ser liquidados
mediante la entrega de un precio tan alto, ¿qué podemos lograr nosotros mientras intentemos hacernos
justos a nosotros mismos mediante nuestra voluntad, con leyes y enseñanzas? Lo único que logramos es
encubrir nuestros pecados bajo la engañosa apariencia de justicia y virtud y convertirnos en hipócritas
incurables. ¿De qué sirve la virtud si los pecados persisten? Por lo tanto tenemos que apartar nuestra
esperanza de todo esto; y donde no se enseña a Cristo, tenemos que ver en toda virtud no otra cosa que un
manto para cubrir la maldad y una tapa para toda inmundicia,24 tal como dice Cristo al describir a los
fariseos. Nada son por lo tanto las virtudes de los gentiles, nada sino falacias, a no ser que se quiera tener
por cosa superflua la entrega de Cristo por nuestros pecados. ¡Como si él hubiera querido pagar en vano
semejante precio por algo que nosotros bien podíamos conseguir con nuestras propias fuerzas!
¡Y no me pases por alto el pronombre «nuestros» como si fuera de poco peso! Pues de nada te
servirá creer que Cristo fue entregado ~ por los pecados de otros santos, si al mismo tiempo dudas de que
lo fue también por los tuyos; porque esto lo creen también los impíos y los demonios (Stg. 2:19) . No; a lo
que tú debes aferrarte con una confianza inamovible es al hecho de que esto rige también para los pecados
tuyos, y que tú eres uno de aquellos por cuyos pecados Cristo fue entregado. Esta fe es la que te justifica, y
la que hace que Cristo habite, viva y reine en ti; es «el testimonio que el Espíritu da a nuestro espíritu de que
somos hijos de Dios» (Ro. 8:16). Por esto, si pones atención en ello, te darás cuenta fácilmente de que este
impulso hacia la fe no se halla en ti como producto de tus propios esfuerzos. Es preciso por lo tanto rogar
a Dios que nos lo conceda, con un espíritu humilde que desespera de sus propias facultades.
Por ende, la tesis de que no hay para el hombre una certeza de si se halla en el estado de gracia o no,
es una fábula de los escolásticos,25 más propensos a las opiniones que a las verdades. ¡Cuídate muy bien de
no caer alguna vez en esta incertidumbre! Por una parte, ten la plena certeza de que en lo que de ti depende,
eres un hombre perdido; pero por otra parte empéñate en estar seguro y bien fundado en la fe en el Cristo
entregado por tus pecados. Si esta fe está en ti, ¿cómo puede suceder que no te des cuenta de ella? ¿No dice acaso San Agustín26 que es reconocida con absoluta certeza por quien la posee?
Pues bien, veamos: Pablo no dice «por vuestros pecados», sino «por nuestros», porque Pablo tenía
certeza. Lo mismo ocurre con el «para librarnos»: no dice «para libraros». Con el rayo de esta palabra,
Pablo pulveriza nuevamente la presunción de la voluntad, de la ley, y de las obras que son fruto de nuestra
propia justicia. Nada de todo eso nos libra, dice, pero sí el Cristo entregado, con tal que creas que él te libra.
Mas esta liberación es una liberación espiritual, no corporal, y se produce cuando el alma «muere y es
crucificada» al mundo, esto es, cuando llega a estar muerta para las concupiscencias que habitan en la carne
de todos los seres humanos.27 Esto lo explica Pablo más ampliamente en Tito 2 (v. 12) donde dice: “Renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente”. En este texto hace resaltar las dos cosas: la vida en este mundo o siglo (que en sí no es malo), y los deseos mundanos, por cuanto en este siglo los malos deseos abundan tanto.
Es ésta la razón por qué el apóstol agrega también aquí, al hablar del presente siglo, la palabra
«malo». De otra manera, si quisiera que con el «siglo malo» se entienda el curso del tiempo como tal, de
hecho estaría enseñando que ya ahora mismo debieran ser arrebatados de esta vida todos los que creen en
Cristo. Y que no es esto lo que tiene en mente, él mismo lo aclara en 1 Corintios 5 (v. 10) al decir: «...en tal
caso os sería necesario salir del mundo». En otras palabras: «No quise que huyese de la vida sino de los
vicios y las concupiscencias que hay en el mundo.» El mismo significado tienen las palabras de 2 Pedro
(cap. 1: 4) «... huyendo de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia».
Lo que se quiere decir con esta locución figurativa nos lo claran con habilidad y profusión de
detalles las siguientes palabras de San Jerónimo: «Los desfiladeros que atraviesan selvas oscuras adquieren
mala fama cuando son escenario de frecuentes asaltos; detestamos también la espada por la cual fue
derramada sangre humana, y el cáliz en que se preparó un veneno -no por el mal que hayan cometido la
espada y el cáliz, sino porque son merecedores de odio los hombres que los usa ron para un mal fin. Lo
mismo sucede también con nuestro siglo, en la acepción de `espacio de tiempo’: no es bueno o malo de por
sí, sino que es llamado bueno o malo según la clase de gente que vive en él».28 Análogamente, San Agustín
entiende con “siglo malo” los hombres malos en este Siglo.29 Sin embargo, todo esto debes aceptarlo en el
sentido de que tú también te reconozcas como parte de este mal, porque «todo hombre es mentiroso» y «no
hay justo sobre la tierra», Salmo 14;30 por lo tanto, no te dejes inducir por la soberbia a tratar con desprecio
a los demás. El hecho es, pues, que si Cristo te libra de este siglo (malo), por cierto te libra de ti mismo, ya
que el peor de todos tus enemigos eres precisamente tú mismo, conforme al dicho de Pablo en Romanos 7
(v. 18): «No habita en mí, esto es, en mi carne, nada bueno». Por lo tanto, ineptas son tus fuerzas para
vencer el siglo malo y los vicios tuyos, vanas son tus obras, si no te libra Cristo, y Cristo solo. Ten cuidado,
pues, para que los ayunos, las vigilias, el mucho estudio, la templanza, la sobriedad y otras virtudes no te
conviertan en un hipócrita incorregible.
«Conforme a su voluntad» quiere decir: que nosotros seamos librados, no depende del afanoso
correr de nuestra virtud, sino de la voluntad, llena de misericordia, de Dios (Ro. 9:16) . Esto se desprende
también del Salmo 51 (v. 18) : «Haz bien, oh Señor, con tu buena voluntad, a Sion» y de Lucas 2 (v. 14) : «Y
en la tierra paz a los hombres de buena voluntad» - buena voluntad no de ellos sino de Dios, como lo
atestigua el término griego «eudocia».31 En efecto: así como se habla de «hombres de la misericordia»32 y
«vasos de misericordia» (Ro. 9:23) por cuanto son aceptados no en atención a su propio mérito sino por la
voluntad de Dios, así se habla también de «hombres de buena voluntad» por cuanto son salvados no por sus
propias fuerzas, sino según el beneplácito de la voluntad divina. Pues siempre debe permanecer en pie
aquello de que «a Dios solo sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén», como dice aquí e1 apóstol.
Lógicamente: si nosotros somos capaces de hacer algo, no es más que justo adjudicarlo a la gloria nuestra,
no a la de Dios. Pero esto no cabe aquí de ninguna manera. ¡Cómo podrá tener alabanza y gloria aquel que
es una nada, no más que polvo!
Te habrás dado cuenta ahora de lo recio que es el golpe que el apóstol asesta ya con su solo saludo
a los Gálatas y a quienes los mal enseñaron. ¡En verdad, un prólogo muy adecuado al contenido de la carta!

V. 6, 7: Estoy maravillado de que tan pronto os hayáis dejado desviar del que os llamó a la gracia de
Cristo, hacia otro evangelio, cuando en realidad no hay otro, sino que hay algunos que os perturban y
quieren pervertir el evangelio de Cristo.

San Jerónimo dice que aquí hay un hipérbaton (una alteración en el orden regular de las palabras);
el orden regular, según él, sería el siguiente: Estoy maravillado de que tan pronto os hayáis dejado desviar
de Cristo Jesús, que os llamó a la gracia.33 En el original griego, «de Cristo» está reemplazado por «de
Dios», y este término, como observa Erasmo, puede traducirse al latín tanto con el lenitivo como con el
ablativo.34 Además, la frase «cuando en realidad no hay otro» (quod non est aliud), Erasmo la entiende en
el sentido de «el cual no es nada, o no es ningún evangelio» (quod sit nihil, aut nullum). Si se me permitiera
aportar mi propia conjetura al respecto, yo diría: el apóstol subraya aquí que no hay otro evangelio fuera del
que había predicado él mismo; y si cambiamos la conjunción «sino» (nisi) en «pero» (sed), el sentido se
haría más claro, de modo que el texto (si debo tomarme el atrevimiento) se leería así: «Estoy maravillado
de que tan pronto os hayáis dejado desviar de Dios (que os llamó a la gracia) a otro evangelio, cuando en
realidad no hay otro evangelio. Pero hay algunos ore os perturban y quieren pervertir el evangelio de
Cristo.» Pero tampoco resultaría, inadecuada la lectura si se quiere mantener el hipérbaton; tendríamos
entonces: «del que os llamó mediante la gracia de Dios, o por Dios».
Pablo se expresa aquí en tono cortante, y sin embargo muy moderado. Dice «estar maravillado»,
cuando en lo que sigue no oculta que está indignado y profundamente enardecido. No obstante, procede
con mesura, no dando lugar a la conmoción que se había apoderado de él. Con esto da un buen ejemplo a
todos los dirigentes eclesiásticos, máxime a los que siempre están prontos a lanzar rayos aun por cosas de
ninguna importancia. No dice que los Gálatas están sumidos en el error, y entregados al pecado; antes bien,
dice que por un mal aún mayor han sido desviados del evangelio, ubicados fuera de él, han sido distanciados
de Dios. Pues es más llevadero si un árbol permanece en su sitio, aunque le fueran quebradas
algunas ramas o tenga que sufrir algún otro daño, que si es arrancado de cuajo del lugar donde estaba y
trasladado a otro lugar donde necesariamente tiene que secarse y hacerse infructífero. Tan terrible cosa es
buscar su propia justicia y confiar en las obras que resultan de la observación de la ley y de los esfuerzos de
la voluntad. Pues esto no es otra cosa que negar a Cristo, rechazar la gracia y la verdad, y (como Pablo
mostrará más adelante)35 erigirse a sí mismo en un ídolo. De esto habla Job en el cap. 31 (v. 27, 28): «... si
yo he besado mi mano con mi boca, lo cual es la más grande iniquidad y una negación contra Dios el
Altísimo».36 «Besar la mano con la propia boca» es (así opinan los santos padres37 ) ensalzar el valor de las
propias obras, confiar en la propia justicia; y esta iniquidad conduce a que nos gloriemos no en Dios sino en
nosotros mismos, y le quitemos a Dios su gloria. De tal práctica depravada se los culpa a los adoradores de
Baal; en 1 Reyes 19 (v. 18) se lee: «... los que no doblaron sus rodillas ante Baal, y toda boca que no le adoró
besándole la mano», y en Isaías 2 (v. 8, 9): «Adoraron la obra de sus propias manos, lo que sus dedos
fabricaron». En el Salmo 2 (v. 12) en cambio dice, conforme al original hebreo: «Besad al Hijo» como
equivalente de «aceptad su enseñanza»,38 lo que significa: creed en Cristo con fe no fingida, y a él adorad.
Fe, en efecto, es lo que se debe a la verdad; y verdad no hay más que una: el solo Dios. Por lo tanto, la fe es
el culto realmente verdadero y personal (lat. `interior’) a Dios.
Esto nos ayuda a entender también la aserción que se hace a base de lo escrito por San Agustín 57
de que el mal existe en doble forma: contra la fe, y contra las buenas costumbres. La depravación de la fe
-que bien puede ir acompañada de un excelente comportamiento moral- produce herejes, hombres arrogantes,
cismáticos, a quienes la Escritura llama apropiadamente impíos (en hebreo «reshaím»). La depravación
de las costumbres produce pecadores, con lo que no queda afectada la fe, por lo menos la fe de los demás39 ; quiere decir, estos pecadores no luchan contra la fe, si bien son conscientes de que ;lo la poseen, pero que
la debieran poseer; de ahí que no sea difícil curarlos. Pero donde hay depravación de la fe, pronto e ataca
también y se persigue la fe de los demás para implantar la propia.
Respecto del verbo «pervertir», San Jerónimo observa: «Como traducción del griego “metaseyai”
significa volver lo de adelante atrás y lo de atrás adelante»; pues es un infinitivo de futuro.40 Lo que Pablo
quiere decir es, entonces, lo siguiente: los pervertidores del evangelio intentan volver a dar al evangelio,
que es una doctrina del espíritu y de la gracia, el carácter de letra.41 Pero la letra ya fue dejada atrás hace
mucho tiempo, mientras que por medio del evangelio se logra precisamente un avanzar paso a paso hacia
el espíritu de la libertad. Esto es lo que intentan, digo; pero su intento fallará.
Por cierto, también hoy día el evangelio está pervertido en buena parte de la iglesia, puesto que no
se enseña al pueblo otra cosa que decretos papales y «mandamientos de hombres que se apartan de la
verdad» (Tit. 1:14) , o se trata el evangelio de una manera tal que ya no difiere en nada de leyes y preceptos
morales. El conocimiento de la fe y de la gracia ha caído en descrédito aun entre los mismos teólogos.
San Jerónimo cree además que el verbo «os dejáis desviar» se aplica muy bien a los Gálatas, ya que
en opinión de él, «Galacia» significa en hebreo «desviación»42 ; como si el apóstol tomase el nombre propio
de los destinatarios de la carta como ocasión para este exordio, y les dijese: «Sois en verdad Gálatas,
dispuestos prontamente a dejaros desviar, cosa que concuerda con vuestro nombre», al menos si se hace
alusión al hebreo. En realidad, tales alusiones a idiomas foráneos son a veces bastante oportunas, si es que
vienen al caso. Así podría decirse p. ej. en cuanto a Roma: Verdaderamente, tú eres una «Roma», ya que en
hebreo esta palabra (Ramah) significa «soberbia y altanera». Pues ¿qué hace el apóstol en su carta a los
romanos sino abatir el orgullo y la arrogancia de ellos, de modo que el tema mismo parecería darle ocasión
para aludir al nombre de «romanos»?43

V. 8, 9: Pero aunque nosotros o un ángel del cielo os predicara un evangelio distinto del que (o: fuera del
que) nosotros os hemos predicado, sea anatema; así como hemos dicho antes, vuelvo a decir también
ahora: si alguien os predicare un evangelio distinto del que habéis recibido, sea anatema.

Según afirmaciones de Jerónimo, el vocablo griego “anathema” es propiamente una palabra de los
judíos. En el idioma de ellos es «Horma». En Josué 6 (v. 17) leemos: «Sea esta ciudad anatema junto con
todo lo que hay en ella». El texto hebreo tiene aquí «Herem», lo que equivale a devastación, destrucción,
matanza. Por ser, pues, una palabra que implica males de diversa índole, se la toma como una maldición,
execración e imprecación. En este sentido dice el Salmo 42 (v. 6): «Me acordaré de ti, desde la tierra del
Jordán, y de los hermonitas (Hermonim), desde el monte pequeño», donde el alma angustiada a causa de
sus pecados se consuela acordándose de Cristo que por ella fue crucificado y hecho anatema. Pues también
el «rocío del Hermón», al cual el Salmo 133 (v. 3) describe como «descendiendo sobre el monte de Sion»,
es a todas luces una palabra que se refiere al Hijo de Dios crucificado. Los de habla latina empero se
expresarían así: «(el que os predicare . . . etc) sea un anatematizado», o de un modo más literal aún: «sea
una cosa anatematizada». Entre los hebreos es frecuente el uso de palabras abstractas. Y bien: dejemos para los lingüistas investigar si el griego “anthema” (que indica esos exvotos que se suspenden o deponen en
los templos) cubre enteramente el alcance del término hebreo. A nosotros nos hasta con entender esto: el
apóstol, ardiendo en celo por el evangelio, preferiría que él mismo y los ángeles del cielo, para no hablar de
los demás apóstoles, fuesen desterrados, cubiertos de imprecaciones, execrados, segregados y maldecidos
antes de que corriese peligro la verdad del evangelio. Y para recalcarlo aún más, lo repite; no porque
creyera que los ángeles del cielo, o él mismo, o los apóstoles, predicarían otra cosa, sino porque era preciso
abatir como con una tormenta a los que en el nombre de los apóstoles e invocando su ejemplo44 difundían
una enseñanza legalista; a éstos había que taparles la boca (como Pablo escribe en su carta a Tito [Tit. 1:11
] ), y extirparlos de raíz. Es como si el apóstol quisiera decir a sus lectores: Vosotros me venís con el
nombre la autoridad de los apóstoles; bien, imaginaos además que también yo y los ángeles del cielo
estemos enseñando o podamos enseñar otro evangelio: pues entonces, quisiera que también éstos sean
anatema. ¡Cuánto menos motivo tenéis de dejarlos amedrentar por gente que sólo exhibe el título de apóstoles
sin serlo!
¡Oh, que también en el siglo nuestro surgiesen tales heraldos che Cristo para oponerse a quienes
ejecutan inexorablemente y con prepotencia los decretos y las decretales del papa! Estos señores, escudándose con el nombre de los apóstoles Pedro y Pablo y de la iglesia romana, nos apremian hasta el punto de que se atreven a llamarnos «herejes», con increíble desvergüenza, si no creemos y aceptamos como necesario para la salvación todo lo que en aquellos documentos se dice, se escribe y a veces también se fantasea. Hereje empero es sólo aquel que peca contra la palabra de la fe. Aquellas palabras de hombres en cambio están relacionadas tan exclusivamente con el buen comportamiento humano, y están tan vacías de fe, que no se le puede hacer a la fe un mayor beneficio ni mejor servicio que abrogarlas de una vez completa y radicalmente. ¿Qué crees tú que habría hecho Pablo al ver que en nuestro tiempo, tantas leyes humanas inútiles y hasta perniciosas causan estragos en el orbe entero y hacen desaparecer a Cristo totalmente, -este Pablo que se dirige con tanta vehemencia contra las leyes de Dios que nos fueron entregadas por Moisés y que hicieron desaparecer a Cristo en un solo lugar, precisamente entre los Gálatas? Por lo tanto, digamos confiados con Pablo: «Perezca y sea maldita toda doctrina, provenga del cielo o de la tierra o de donde quiera, que enseña depositar la confianza en otras obras, otra justicia, otros méritos que no sean las obras, la justicia y los méritos de Cristo.» Y con esto no damos expresión a una actitud de rebeldía contra los papas y los
sucesores de los apóstoles, sino a nuestra sincera obediencia a Cristo. Pues a éste hay que ;fiarle la preferencia sobre aquellos; y si no quieren acomodarse a ello, hay que rehuirlos como gente maldita
(«anathemata»).

V. 10a: Pues ¿estoy aconsejando ahora a hombres o a Dios?

Los que leen al apóstol sólo en latín (o mejor dicho: los que sólo leen la versión hecha por un traductor45
entenderán esta pregunta en el sentido de que Pablo esperaba para la primera parte una respuesta afirmativa,
y para la segunda, una respuesta negativa; pues dirán: como nadie puede dar consejos a Dios ante cuyos
ojos no hay nada oculto, sólo queda la alternativa de que Pablo tiene la intención de aconsejar a hombres.
El término «aconsejar» empero es aquí sinónimo de «conducir a la fe», como en Hechos 28 (v. 23): «...
persuadiéndoles acerca de Jesús, tanto por la ley de Moisés como por los profetas». En efecto: a nadie se le
puede impeler a la fuerza a creer, sino que sólo se le puede traer e inducir, como dice en Juan 6 (v. 44):
«Nadie viene a mí si el Padre no le trajere». Sin embargo, en nuestro siglo la curia romana ejerce una
verdadera presión sobre los turcos y aun sobre los cristianos para que abracen la fe, o mejor dicho, para que
odien la fe y se pierdan ellos mismos. Pero si bien esta interpretación del término «aconsejar» es compartida
por Jerónimo, Agustín y Ambrosio, resulta más convincente la opinión de Erasmo46 : él da a esta frase,
que en griego está en caso acusativo,47 el siguiente sentido: «¿Estoy aconsejando ahora ideas humanas o
divinas?», vale decir: la doctrina que yo enseño no es doctrina proveniente de hombres, sino doctrina
proveniente de Dios, como a renglón seguido el mismo Pablo lo explicará más detalladamente al afirmar
que su evangelio no es «según hombre ni de hombre alguno» (Gá. 1:11, 12). Por otra parte, también en latín
se emplea con cierta frecuencia este modismo, p. ej. «leo a Virgilio; comentó a Jerónimo», y en 1 Corintios
1 (v. 23, 24) se lee: «Nosotros predicamos a Cristo, poder de Dios, etc.». Se trata, pues, de una metonimia.48
Entendiéndolo de esta manera, lo precedente da un muy buen sentido; es como si Pablo quisiera decir:
«¿Por qué no habría de desear yo que fueran malditos los que enseñan un evangelio distinto? ¿Acaso yo
enseño doctrinas humanas? Antes bien, ¿no estoy enseñando doctrinas divinas, ante las cuales con razón
debe guardar silencio y ceder el lugar todo lo que hay en los cielos y en la tierra? Y lo que se opone a las
enseñanzas divinas, merece la maldición.» Sin embargo, también la versión tal como la tenemos delante de
nosotros,49 cabe dentro de este marco, si tomamos el verbo «aconsejar» en sentido intransitivo. Análogamente
a Romanos 14 (6): «El que come, para el Señor come», tendríamos entonces aquí el siguiente significado:
Si aconsejo y soy consejero, no lo hago por los hombres o para obtener gloria o gracia de parte de hombres,
sino que al desempeñarme en este oficio, lo hago para Dios y para su gloria. Y este significado está en
perfecta concordancia también con lo que sigue: «Si todavía agradara a los hombres», lo que equivale a
decir: la finalidad de mi aconsejar no fue la de agradar a los hombres, sino a Dios solo.
Además el adverbio «ahora» se refiere al tiempo completo que duró el apostolado de Pablo, no sólo
al lapso en que escribió esta carta. Pues de hecho, la carta no es una instrucción en la gracia de Cristo a
partir de las nociones elementales, sino un llamado a retornar a la gracia dirigido a los que habían caído de
ella, y una confirmación en la gracia a los que ya la conocen. Por esta razón el apóstol usa más adelante
también el lenguaje alegórico (cap. 4: 22 y sigtes.), lo que sería improcedente en el caso de principiantes «a
quienes las lenguas son por señal», como observa en 1 Corintios 14 (v. 22).50 El significado es, por lo tanto:
«Malditos sean los que enseñan otro evangelio; porque yo, desde que he sido convertido y apartado de las
tradiciones de la ley, ya no enseño doctrinas humanas sino divinas.» Y te ruego que observes cuidadosamente
este detalle y no lo olvides: que Pablo se atreve a llamar «doctrinas humanas» a la ley de Moisés, a
pesar de que fue entregada «por medio de los ángeles» (Gá. 3: 19). De esto hablaré más tarde con mayor
amplitud.

V. 10b: ¿O busco agradar a los hombres? Si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo.

Esto lo dice porque los apóstoles falsos, al enseñar una justicia basada en la observancia de la ley,
lo hacían también para evitar que a causa del evangelio tuvieran que padecer persecuciones por parte de los
judíos. Pues éstos, en su lucha en pro de la ley de Moisés y en contra de la palabra de la cruz, atacaban con
furia a todo el mundo, como Pablo lo describe en 1 Tesalonicenses 2 (v. 14 y sigtes.). De este proceder de
los falsos apóstoles habla también en otro pasaje de la presente carta (cap. 6: 12) : «Todos los que quieren
agradar en la carne, éstos os obligan a que os circuncidéis, solamente para que no tengan que padecer
persecución a causa de la cruz de Cristo». Para hacer frente, pues, a un espíritu tan pusilánime, Pablo
enseña que por amor a Cristo se debe desdeñar a los hombres, y no se debe renunciar a la palabra de Dios
por el deseo de granjearse el favor de los hombres.
La palabra «hombres» tiene en este pasaje un énfasis particular; se refiere a los «que son hombres
sólo conforme a su primer nacimiento de Adán, sin contacto con Cristo y la fe en él».51 Pues éstos, apartados como se hallan de la verdad, necesariamente tienen que estar llenos de mentira y de odio hacia la
verdad. Bien se dice (en el Salmo 116:11): «Todo hombre es mentiroso»; y en 1 Corintios 3 (v. 4): «¿No
sois todos hombres?»52 Por cierto, en el uso idiomático de las Escrituras es casi una afrenta ser llamado
“hombre”; porque allí no se lo designa así al ser humano de acuerdo a su sustancia, en un sentido metafísico
(pues en este sentido, los teólogos no ven en el hombre nada que no sea digno de encomio), sino en un
sentido teológico -tal como es ante los ojos de Dios. Los justos en cambio raras veces son llamados “hombres”, sino que hasta se los llama “dioses”, como en el Salmo (Vulg.) 81 (82: 6, 7): “Yo dije: Vosotros sois dioses, y todos sois hijos del Altísimo; pero como hombres moriréis”. Por esto, el Salmo (Vulg.) 52 (53: 5) dice con justa razón: “Dios ha esparcido los huesos de los que agradan a los hombres; han sido avergonzados, porque Dios los desechó”. ¿Por qué? Porque temiendo ser perseguidos, niegan a Dios y su palabra por amor a los hombres. Por otra parte leemos: “El Señor guarda todos sus huesos” (Sal. 34: 20) . ¿Los huesos de quiénes? De los justos. ¿Y quiénes son los justos? Los que desagradan a los hombres; ellos disfrutan de honores porque Dios es su protector. Y en Lucas 16 (v. 15) se afirma: “Lo que los hombres tienen por sublime, es abominación ante Dios”. Mas como también nosotros somos hombres, es preciso que nos
desagrademos a nosotros mismos, conforme a la palabra de Cristo: “El que ama su vida, la perderá” (Jn.
12: 25).
Vean por lo tanto los que comieron del árbol de Porfirio53 y los que aprendieron de las enseñanzas
de Aristóteles54 y otros filósofos a alabar, ensalzar y amar al hombre racional, y en consecuencia a confiar
en sus propias afirmaciones y a justificar sus propias ideas -vean cuán acertada es su opinión si se la
compara con la verdad de la Escritura, la cual cataloga todo :o humano como mentira, vanidad, y cosa
sujeta a la perdición, por esta misma razón, la Escritura nos enseña también que debemos deplorar toda
ocasión en que se nos alabe como hombres, como poseedores de razón y de libre albedrío, en fin, por
;malquiera de nuestras obras, cuando la realidad es, según la usara afirmación de Pablo, que nadie puede
ser siervo de Cristo, es decir, de la verdad, si quiere ser del agrado de sí mismo y de los hombres.
Nótese que el verbo «agradar» se toma aquí («si agradara a los hombres») más bien como definición
de un estado anímico, como «deseo de resultar agradable», puesto que no está en nuestras manos el
disponer a quién agradar y a quién no, como el apóstol mismo lo explica con suficiente claridad. Habiendo
dicho anteriormente: «¿O busco agradar ...?», no vuelve a decir ahora: «Si todavía buscara agradar... «, sino
simplemente: «Si todavía agradara». Así se expresa también en 1 Corintios 10 (v. 33): «Agradad a todos en
todo, como también yo agrado a todos en todas las cosas». ¿De qué manera «agradas a todos»? Las palabras que siguen dan la respuesta: «No procurando mi propio beneficio, sino el de muchos». Así que «agradar» significa «buscar agradar a todos», aunque quizás no se agrade a nadie o sólo a unos pocos. En efecto: en el caso de Cristo y de los suyos, la regla es que causan desagrado a pesar de que buscan agradar, y a pesar de que su actuar es tal que en realidad debiera producir agrado. Vale aquí lo que dicen las Escrituras: «En pago de aquello por lo cual decían haberme amado, me calumniaban» (Sal. 109: 4); «me aborrecieron sin causa» ( Sal. 69: 4 ) ; «me hacían guerra sin causa» (Sal. 120: 7),55 o sea: a pesar de que yo les daba motivo para amarme. En consecuencia, siguiendo el ejemplo de Cristo debemos sacrificar lo que nos beneficia a nosotros para buscar aquello con que podamos agradar a todos. Y de ningún modo debemos buscar aquello que nos hace aparecer agradables a nosotros; antes bien, conforme a lo que Pablo dice en Romanos 15 (v. 2) , «cada uno agrade a su prójimo en lo que es bueno, para edificación», pero no para satisfacer los deseos desordenados y la vanidad del prójimo.

V. 11, 12: Mas os hago saber, hermanos, que el evangelio que os fue anunciado por mí, no es según
hombre; pues yo ni lo recibí ni lo aprendí de hombre, sino por revelación de Jesucristo.

Aquí Pablo demuestra que estaba en lo correcto al anatematizar a aquellos apóstoles falsos. Con
profusión de palabras y argumentos declara que lo que él había enseñado no eran cosas humanas sino
divinas. «En primer término -dice- para que sepáis que mi evangelio es de procedencia divina: yo no lo
recibí de algún hombre ni lo aprendí de mí mismo, sino por revelación de Jesucristo». San Jerónimo distingue
aquí entre «recibir» y «aprender», de la siguiente manera: «Recibe» el evangelio aquel que es llevado a
un primer contacto con él e inducido a creer en él; en cambio, «aprende» el evangelio aquel que llega a
comprender con entera claridad lo que el evangelio presenta figurativamente (en forma de palabras oscuras
y parábolas).56 Esto lo entiendo así: «Recibe» el que comienza a conocer el evangelio, «aprende» el que
avanza en este conocimiento. ¿Y si es intención del apóstol que el sustantivo «de hombre» sirva de complemento al verbo «recibí» solamente, quedando el verbo «aprendí» en una posición aislada? Entonces tendríamos este sentido: «Mi evangelio no lo recibí de un hombre, ni por la instrucción que alguien me haya
impartido, ni me fue trasmitido por alguno. Pero tampoco lo aprendí de mí mismo, ni lo hallé o busqué
mediante mi esfuerzo personal. Antes bien, lo recibí de Dios, sólo por la revelación de Cristo, y lo aprendí
porque él mismo fue mi maestro», lo que en opinión de San Jerónimo ocurrió cuando Pablo oyó la voz de
Cristo en aquel viaje que hizo a Damasco (Hch. 9).
El mismo San Jerónimo observa en conexión con esto que «Cristo fue proclamado por Pablo como
Dios» -porque si Pablo recibió su evangelio «no de un .hombre, sino por Cristo», ello significa que Cristo
es más que un hombre. Además, Jerónimo agrega una muy saludable advertencia en cuanto a lo peligroso
que es hablar en la iglesia sin poseer la revelación de Cristo: donde esto sucede, una interpretación viciada
convierte el evangelio de Cristo en evangelio de hombre. Y en efecto, es esto lo que hoy día está sucediendo
en todos los lugares donde se contamina a la Escritura con opiniones humanas que «se han recibido» o
con comentarios inventados que «se han aprendido» de la propia erudición. Con «hombres» empero, Pablo
entiende aquí no sólo a los malos, sino también a los mismos apóstoles; lo confirma el hecho de que unos
pocos renglones más adelante dirá que no recibió instrucción de ellos ni consultó con ellos en los días que
siguieron a la revelación de Cristo.57 Esto lo hace para corroborar lo que había expresado antes (1:6), a
saber: Aun cuando los apóstoles o él mismo llegaran a enseñar otra cosa (dado que son hombres todos
ellos), no por ello debía abandonarse lo que él había enseñado una vez por todas; porque esto no lo había
obtenido ni de los apóstoles ni de sí mismo. Por esto debía considerarse anatema toda doctrina divergente
que los apóstoles falsos enseñaban invocando el nombre de los apóstoles o también el del propio Pablo:
estos apóstoles falsos no podían tener otra cosa que un evangelio recibido de hombre, o mejor dicho, una
doctrina falsa; él, Pablo, en cambio, tenía la verdad procedente de Cristo.
El evangelio y la ley se diferencian, propia y esencialmente, en esto: La ley anuncia lo que hay que
hacer y dejar de hacer, o más bien, lo que ya se hizo y se dejó de hacer, y lo que es imposible que lo hagamos o dejemos de hacer58 (así que la ley sólo nos suministra el conocimiento del pecado). El evangelio en cambio anuncia que los pecados han sido perdonados, y que todo está cumplido y hecho. En efecto: la ley
dice: «Paga lo que debes» (Mt. 18: 28), el evangelio empero: «Tus pecados te son perdonados». Así, en
Romanos 3 (v. 20) se lee: «Por medio de la ley es el conocimiento del pecado», y en cap. 4 (v. 15): «La ley
produce ira; pero donde no hay ley, tampoco hay trasgresión». Pero acerca del evangelio leemos en el
último capítulo de Lucas (v. 46, 47): «Así fue necesario que el Cristo muriese, y resucitase de los muertos,
y que se predicase en su nombre (fíjate especialmente en esto: en su nombre, no en el ,nuestro) el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas :as naciones.» Ahí tienes: la predicación del perdón de los pecados por el nombre de Cristo -¡esto es el evangelio! Y en Romanos 10 (v. 15) se nos dice además: «¡Cuán
hermosos son los pies de los que predican la paz, de los que anuncian lo bueno!», quiere decir, el perdón de
los pecados y la gracia, el cumplimiento de la ley por Cristo. De ahí que el hombre que la sido hecho justo
mediante la gracia divina, huya de la ley hacia el evangelio y diga: «Perdónanos nuestras deudas» (Mt. 6:2).
¿Cómo es entonces que Cristo nos da en el evangelio tantos preceptos y enseñanzas, cuando en
realidad, esto es la función de la ley? ¿Y por qué también los apóstoles abundan tanto en preceptos, a pesar
de ser predicadores del evangelio? Mi respuesta es: Las enseñanzas de esta índole, que se imparten en
adición a la fe (porque a los que tienen fe, el evangelio les anuncia la salvación y el perdón de los pecados,
como se desprende de Juan 1 (v. 12) : «A todos los que le recibieron, creyendo en su nombre, les dio
potestad de ser hechos hijos de Dios») -tales enseñanzas, digo, son o interpretaciones de la ley mediante las
cuales se quiere promover un conocimiento más claro del pecado, a fin de que el hombre anhele tanto más
ardientemente la gracia cuanto más concreta sea en él la sensación de su pecaminosidad, o son remedios e
indicaciones con que la gracia ya recibida y la fe ya donada son guardadas, nutridas y perfeccionadas, tal
como sucede con un enfermo cuando está en vías de convalecencia.
Por lo tanto, la voz del evangelio es de un tono muy dulce, como dice la novia en el Cantar de los
Cantares: «Suena tu voz en mis oídos, pues tu voz es dulce», y «mejores son tus pechos que el vino, su
fragancia es como la de los más finos ungüentos».59 Esto quiere decir: las palabras de Cristo con que él
apacienta a sus fieles son mejores que las palabras de la ley, porque exhalan la fragancia del ungüento de la
gracia con el cual son curadas las heridas de la naturaleza mediante el perdón de los pecados. Así reza
también en el Salmo (Vulg.) 44 (45:2): «En tus labios fue derramada la gracia» -no el saber ni el conocimiento,
que fueron derramados también en los labios de Moisés.60 sino «la gracia»; esto es: «Deliciosas y
gratas son tus palabras para los pecadores perdidos, porque les anuncian el perdón y la gracia». En esto
piensa también el autor del Salmo 51 al orar (v. 13): «Enseñaré a los transgresores tus caminos, y los impíos
se convertirán a ti». Parece que quisiera decir: «No permitas, te ruego, que yo enseñe caminos de los
hombres y presente doctrinas que ponderan nuestra propia justicia; porque con ello los hombres no serán
convertidos a ti, sino pervertidos aún más». Por favor, «abre mis labios para que mi boca publique más bien
tu alabanza» (Sal. 51: 15) , esto es, la gracia mediante la cual tú perdonas los pecados. Pues el hombre te
alabará, te glorificara y te amará sólo entonces cuando haya experimentado cuán benéfica es tu misericordia,
y cuando haya dejado de cantar loas a su propia justicia. Ciertamente, los que son justos61 no admiten
enseñanza, no se dejan convertir a ti, no te alaban a ti sino a sí mismos: gozan de buena salud, no tienen
necesidad del médico (Lc. 5: 31). Por esto tampoco se les puede «publicar la alabanza de tu gracia». De esta
gente dice el mismo Salmo (v. 14): «Líbrame de la mucha sangre»,62 oh Dios, Dios de mi salvación, y
cantará mi lengua con júbilo tu justicia», no la Justicia de nosotros los hombres, sino la gracia tuya por la
cual nos atribuyes justicia y por medio de la cual eres también el -Dios de nuestra salvación».
Hubo quienes preguntaron qué Evangelio63 predicó Pablo, si fue el de Lucas, el de Mateo, o de otro.
San Jerónimo, basándose en cierta observación de Eusebio64 o de Orígenes, opina que el Evangelio predicado por Pablo es el de Lucas. ¡Como si no hubiera otros Evangelios que estos cuatro de uso común!
Además, ¿acaso no predicaba cada uno de los apóstoles lo mismo que todos los demás? «Evangelio», en
efecto, es la buena nueva, el anuncio de la paz que fue lograda por el Hijo de Dios, quien se hizo carne,
padeció y fue resucitado por el Espíritu Santo para salvación nuestra, como está descrito en Romanos 1 (v.
1 y sigtes.)65 y como dice Zacarías en Lucas 1 (v. 68): «Ha visitado y redimido a su pueblo», agregando (v.
77, 78) «para dar conocimiento de salvación, para perdón de sus pecados, por la entrañable misericordia de
nuestro Dios». Por consiguiente: cuando quiera que se anuncie la gracia de Dios y el perdón de los pecados
operado por Jesucristo, allí en verdad es predicado el evangelio. Así que las cartas de Pablo, de Pedro y de
Juan son real y verdaderamente «Evangelios». Y lo que predicó Pablo no fue el Evangelio de Lucas ni el de
algún otro. A1 contrario; aquí tenemos su declaración expresa de que el evangelio por él predicado no lo
fue revelado por un hombre ni por medio de un hombre, sino sola y exclusivamente por Jesucristo. Y un
poco más adelante afirma que «Dios reveló en él, Pablo, a su Hijo, para que él lo predicase entre los
gentiles» (1:16). Así que queda en claro: el evangelio es la enseñanza acerca de Jesucristo, el Hijo de Dios.

V. 13, 14: Porque ya habéis oído de mi conducta en otro tiempo en el judaísmo, cuando yo perseguía
sobremanera ala iglesia de Dios, y la asolaba; y en el judaísmo aventajaba a muchos de mi edad66 en mi
nación, siendo un seguidor mucho más celoso de las tradiciones de mis padres.

Según el contexto, estas palabras deben entenderse en el sentido de que el apóstol quiere confirmar
con ellas lo que ya había dicho antes, a saber, que su evangelio no es de procedencia humana sino que él
está aconsejando cosas divinas (v. 10); y digo esto aun a sabiendas de que San Jerónimo apunta en otra
dirección y se aparta de la línea de pensamiento aquí indicada. El apóstol quiere decir, por lo tanto: No os
debe caber la menor duda de que mis instrucciones no las recibí de mis mayores ni de los apóstoles ni de
otro hombre alguno, sino de Dios solo. Y esto os es preciso saber para que tengáis la certeza de haber oído
doctrinas divinas, y para que no os dejéis desviar a doctrinas humanas por consideración hacia un nombre
cualquiera, sea el mío o el de un apóstol. Por esta razón os relato y recuerdo una vez más toda mi historia.
“Porque ya habéis oído, etc.”
Admirables empero y muy acertadas son estas palabras, al decir de San Jerónimo, y de mucho peso.
«Conducta», dice Pablo, no «gracia»; «en otro tiempo» y no «ahora»; «en el judaísmo», no «en la fe de
Cristo»; no como los demás perseguidores, sino como un ladrón y salteador devastaba Pablo a «la iglesia
de Dios». No que ya en aquel entonces haya creído que era en realidad «la iglesia de Dios», antes bien, así
la llama ahora, una vez que llegó a reconocerla como tal. Aventajaba -dice además- «en el judaísmo», no
«en la fe del cristianismo»; «a muchos», no «a todos» (en obsequio a la debida modestia); muchos «de mi
edad», no «de los ancianos»; «en mi nación», no «entre los gentiles»: «mi nación» es, en efecto, el término
con que Pablo suele designar al pueblo hebreo, como p. ej. en 2 Corintios 11 (v. 26): «peligros de los de mi
nación, peligros de los gentiles».
No quiero negar, sin embargo, que a su propósito primario de comprobar, con la historia de su vida,
que había enseñado cosas divinas, Pablo quiere unir también un segundo propósito: mediante su ejemplo
personal, apartar a los Gálatas de su confianza en la ley. El oír la historia de Pablo debe servirles de
advertencia y al mismo tiempo de estímulo. Si Pablo, un tan descollante seguidor de la ley, que tenía
muchos más títulos para gloriarse en la ley y hallar aspectos recomendables en su propia persona que
aquellos apóstoles falsos (como lo hace en Corintios 11 y Filipenses 3) -si él no obstante tiene todo esto por
basura67 y lo dejó atrás, ¡cuánto más nosotros, que estamos en la gracia, debemos cuidarnos de no sufrir
una recaída en la ley!
Es de notar que con las «tradiciones de los padres», Jerónimo entiende las enseñanzas farisaicas y
preceptos humanos.68 Pero yo por mi parte me atrevo a creer69 que Pablo piensa en la ley de Moisés en su
totalidad, y para comprobarlo, no recurriré a otra información que a la del apóstol mismo. Éste nos dice en
Filipenses 3 (v. 4 y sigtes.) : «Si alguno piensa que tiene de qué confiar en la carne, yo más: circuncidado al
octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; en
cuanto a celosa emulación, perseguidor de la iglesia de Dios; en cuanto, a la justicia que es en la ley, de una
conducta irreprochable. Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por causa
de Cristo.» Como se ve, también la circuncisión y la irreprochable justicia de la ley las estima como pérdida
por causa de Cristo. Y poco más adelante continúa (v. 9): «para ser hallado en él, no teniendo mi propia
justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo».
Por esto digo que para Pablo, «tradiciones de los padres» es su: sinónimo de «ley»: en esta ley él
había sido instruido por hombres, por sus «padres» y mayores; y a su vez, sus padres habían recibido estas
«tradiciones» de manos de Moisés y las habían «entregado» a sus hijos, conforme al mandamiento mencionado en el Salmo (Vulg.) 77 (78: 5) : «Puso ley en Israel la cual mandó a nuestros padres que la notificasen a sus hijos». Vemos cómo el apóstol lo convierte todo en armas con que polemiza contra los apóstoles falsos, con el propósito de dejar sentado claramente que su evangelio es de Dios, y para obligar así a los Gálatas a atenerse con toda firmeza a esta enseñanza divina. A tal efecto confronta ahora también las
tradiciones paternas con el evangelio, en una forma en cierto modo humillante para aquéllas, para que
todos vean que las enseñanzas del evangelio son tradiciones divinas.
Pero para no causar a nadie un cargo de conciencia, explayémonos en este tema un poco más; así
allanaremos también el camino para lo demás que habrá que decir. La ley, y no sólo las disposiciones
referentes a ceremonias o «ley ceremonial», sino también la ley que rige el comportamiento moral o «ley
moral», e incluso el santísimo Decálogo, los Diez Mandamientos eternos de Dios: todo esto es letra y
tradición literal, que no confiere vida ni justicia, como lo evidencia claramente San Agustín en su «Tratado
acerca del espíritu y la letra»;70 al contrario, mata, y hace que el pecado abunde (2 Co. 3:6; Ro. 5:20). Pues
por más que se enseñe u observe la ley, con ello no queda purificado el corazón mismo. Mas si el corazón
no ha sido purificado, ¿qué son todas las obras consideradas buenas ya sea según la ley ceremonial o la ley
moral? No son más que una piedad aparente, una hipocresía. Tales eran las obras de los fariseos, a los que
Cristo llama «hermosos por fuera, mas por dentro llenos de toda inmundicia» (Mt. 23: 27 ) . De esto resulta
que una persona, aunque no cometa el acto físico del robo o del adulterio, está no obstante inclinada a ello
en sus adentros, o se abstiene de ello sólo por amor a la propia conveniencia o por temor al castigo. Y así no
hace más que vencer un pecado con otro, como dice San Agustín en su escrito «Acerca del matrimonio y
las concupiscencias.71 El amor a la propia conveniencia y el temor al castigo son vicios y una especie de
idolatría, puesto que amor y temor se debe a Dios solo. Por lo tanto, de esta impureza del corazón sólo la fe
puede librarnos, como se afirma en Hechos 15 (v. 9) : « . . . purificando por la fe sus corazones»; así quedará
en pie lo que dice Pallo en Tito 1 (v. 15) : «Todas las cosas son puras para los puros, mas para los impuros
e incrédulos nada es puro». Y lo que dice en Romanos 2 (v. 21) responde a la misma norma: «Tú que
enseñas que no se ha de hurtar, ¿hurlas? etc.», lo que San Agustín interpreta así: Sí, hurtas; no con «1 acto
mismo que según tu enseñanza no debe cometerse, pero con tu voluntad, que se hace culpable.
Por lo tanto, a menos que sea revelada la doctrina de la fe fue hace puro y justo el corazón, toda la
enseñanza de todos ¡os maestros no pasa de ser tradición de letras, tradición de los padres. Pues el mandamiento enseña -lo que hay que hacer. Pero como el hacerlo nos resulta imposible, la doctrina de la fe (esto es, el evangelio) nos enseña de qué modo llega a ser posible: nos enseña a refugiarnos en la gracia de Dios e implorar de Dios mismo como Maestro y Doctor que él inscriba en nuestros corazones con el dedo de su Espíritu sus letras vivas y luminosas y ardientes, para que iluminados y encendidos por ellas exclamemos
«¡Abba, Padre!» (Ro. 8: 15). Esto será entonces no una enseñanza «paterna» sino divina.
Pero pon atención en esto, estimado lector: Si el apóstol condena esa conducta tan excelente que
observó cuando aún era judío, y su justicia conforme a las exigencias de la ley, y. las condena hasta el
extremo de llamarlas basura y pérdida (Fil. 3: 8), ¿qué pretexto esgrimirán los que predican una capacidad
natural del hombre y ponderan las obras morales?72 Si aquel «progresar» del apóstol era condenable, pese
a que contaba con la aprobación de todos los dictámenes de la razón, más aún, con la aprobación de la
misma ley de Dios en cuanto que el «fin»73 (como lo llaman) de su vida, era el celo por Dios y por su ley:
¿qué habrá que decir entonces de las acciones de aquellos que alardean con otro fin o con un fin similar?
Sin duda habrá que decir lo que dijo Jeremías respecto de los profetas che esta 1 aya (Lamentaciones 2: 14
): «Vieron para ti visiones tontas y expulsiones, pero no te revelaron tus pecados para provocarte al arrepentimiento».74 Por esto quitan de encima de los hombres el temor de Dios y los inducen a mecerse en una falsa seguridad con su charlatanería acerca de que sus obras morales son buenas, y lo que se hace conforme a los dictados de la razón no es pecado.

V. 15, 16a: Pero cuando le agradó (a Dios), que me apartó desde el vientre de mi madre, y me llamó por su
gracia, revelar a su Hijo en mí, para que yo le predicase entre los gentiles,

Una cosa es, por lo tanto, tener conocimiento de la ley y haberse destacado mediante obras hechas
conforme a ella, y otra cosa es haber conocido al Hijo de Dios: el conocimiento del Hijo produce salvación,
el conocimiento de la ley produce perdición. Y ¡fíjate en lo agradecida y sincera que es la forma como
Pablo confiesa la gracia divina! «El Hijo de Dios me ha sido revelado» -dice- «no porque yo haya estado tan
adelantado en esa justicia conforme a la ley paterna, ni tampoco por algún mérito que había en mí, sino
porque le agradó a Dios que así ocurriera. Yo mismo habría merecido todo lo contrario. Que Dios obró así
exclusivamente por su beneplácito, sin que contaran para nada los méritos míos, para esto hay pruebas
convincentes: él me apartó para este destino antes de que yo naciera, y me preparó para ello en el vientre de
mi madre; después me llamó también por su gracia. Todo esto lo hizo para que os deis perfecta cuenta de
que la fe y el conocimiento de Cristo no me llegaron de la ley, sino de la gracia de Dios que me predestinó
y me llamó.»
Otros relacionan el verbo «apartó» con lo dicho en Hechos 13 ( v. 2): «Apartadme a Pablo y a
Bernabé para la obra, etc.». Pero esto es una interpretación forzada; pues quienes la defienden, se verán
obligados a dar a la expresión «vientre de mi madre» el significado alegórico de «sinagoga». Paso por alto
el comentario harto meticuloso y arriesgado que San Jerónimo hace acerca de este punto.75 A mi parecer,
Pablo está hablando aquí más que nada de su propia predestinación, aunque en forma breve y velada,
adecuada a la capacidad de comprensión de los Gálatas. Se limita a aseverar en palabras sencillas que su
conocimiento de Jesucristo como Hijo de Dios no surgió de su propia cabeza ni le vino de otros, sino por
revelación de parte del Padre, y así lo enseñó y predicó. De esto los Gálatas debían derivar la certeza de que
lo que habían aprendido de Pablo eran enseñanzas divinas. Y luego continúa, y agrega a su sencilla narración
el dato histórico para demostrar que no fue instruido por hombres ni enseñó doctrinas de hombres.

V. 16b: no di asentimiento de inmediato a carne y sangre.76

Aquí San Jerónimo somete a sorprendentes torturas a sí mismo y también al texto.77 En primer
lugar: para no tener que admitir que a los apóstoles se los llame «carne y sangre», y para no verse obligado
a dar la razón a Porfirio quien en tono blasfemo habla de la «presunción» de Pablo, Jerónimo sostiene que
con «carne y sangre» se debe entender «judíos y pecadores», para lo que se apoya ante todo en la declaración de Pablo de haber consultado posteriormente con los apóstoles; cerca de su evangelio, cosa que aquí niega. Pues el mismo vocablo griego que aquí se traduce con «di mi asentimiento» se traduce luego (cap. 2:2) con «consulté». Pero dejemos esto a un lado; ocúpese en ello quien quiera. Yo entretanto me conformo plenamente con saber que Pablo, en su afán de demostrar que él llevó a los Gálatas enseñanzas basadas en revelaciones de parte de Dios, insiste en que no discutió primeramente su revelación con hombre alguno, sino que una vez recibida la revelación, de inmediato comenzó a predicar a Jesús. Así está documentado también en Hechos 9 (v. 19, 20): «Estuvo Pablo por algunos días con los discípulos que estaban en Damasco, y en seguida, entrando a la sinagoga, predicaba a Jesús»; «en seguida», es decir, sin previa consulta con los apóstoles. Esto crea la impresión de que el apóstol haya omitido algo, y que en su contexto íntegro, el pasaje debiera leerse así: «De inmediato comencé a predicar o a anunciar el evangelio del Hijo de Dios, sin consultar previamente con los hombres». De modo que con el adverbio «de inmediato» se excluye en forma terminante que Pablo haya sido instruido por hombres; antes bien, ocurrió lo contrario: los hombres fueron instruidos de inmediato por él en el evangelio de Cristo. Como ya dije,78 el apóstol adopta aquí un tono
polémico con el propósito de dejar sentado claramente que lo que él predicó eran enseñanzas divinas. Pues
una vez demostrado esto con un argumento que podría llamarse básico, ya no será difícil rebatir todo lo que
se había enseñado a los Gálatas en contra de la doctrina paulina. Ahora bien: como observa Jerónimo, el
verbo «consultar» que en este pasaje se traduce con «di mi asentimiento», está tomado en un sentido distinto
del que nosotros solemos darle. Nosotros “consultamos” con un amigo acerca de un asunto de nuestro
conocimiento y lo depositamos en su corazón y conciencia, por decir así, para ver, luego de una discusión
imparcial, si debe ser aprobado o desaprobado. Pero aunque el traductor79 no haya reproducido exactamente
este matiz del verbo, sin embargo no se desvió del todo de su significado. Pues el que de la manera aquí
descrita «consulta» con sus amigos, ciertamente ya lo hace con el ánimo de Ciarles su asentimiento y de
admitir sus razones. Pablo empero no quiso que se le instruyera ni tuvo jamás en mente entrar en una
discusión acerca de si lo oído de parte de Dios era enteramente correcto o no. Y con muchísima razón;
porque buscar en la consulta con hombres un apoyo para la revelación divina, como si abrigara dudas
respecto de ella -esto habría sido un verdadero acto de impiedad.
Por lo tanto, Porfirio, el detractor de Pablo, no logra nada con acusarlo de soberbia.80 Pues si Pablo
no estuvo dispuesto a consultar, no fue por soberbia sino para darle la gloria a la autoridad divina y a la
indubitable verdad. Más aún, ni siquiera podía consultar sin atentar contra la autoridad divina. Por otra
parte, Porfirio se equivoca también al creer que Pablo se está refiriendo a los apóstoles, cuando en realidad
habla de personas que estaban en Damasco, sean quienes fueran. A los apóstoles los menciona inmediatamente después, diciendo (v. 17) : «Ni fui a los que eran apóstoles antes que yo». Por lo tanto, la expresión «carne y sangre» apunta a otra gente; a mi modo de ver, Pablo alude con ella, en esa forma que es característica de él v del idioma hebreo, al nombre «Damasco», cuyo significado etimológico es «sangre» y «saco»81 y no es raro que en las Escrituras esta palabra lleve el significado oculto de «carne y sangre», de modo que el sentido de la frase bien puede ser: «No consulté con los de Damasco, que son carne y sangre». Con todo, no quiero negar que esta expresión se aplica también a los santos, ni tendré reparos en llamar «carne y sangre» a los mismos apóstoles, e incluso podría apoyarme en la autoridad de Cristo, quien dijo a Pedro: «No te lo reveló carne ni sangre» (Mt. 16: 17), esto es, no lo tienes de ti mismo ni de otros. Y en otra
oportunidad, Jesús observa: «Porque no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre»
(Mt. 10:21). con lo que da a entender claramente que ellos son algo muy distinto del Espíritu y de la
revelación del Espíritu; por cierto, en lo que a su persona se refiere, son verdaderamente carne y sangre. Por
lo tanto, si en vista de la majestad de la revelación divina, el apóstol llama «carne y sangre» aun a los santos
de Dios, para disgusto de los apóstoles falsos, podemos ver en ello una humillación muy oportuna que
merece plena aprobación. Pues si se empieza a hacer alarde con las palabras o los ejemplos de hombres, -y
sean éstos todo lo santos que quieran- en contra de lo que es divino, entonces ha llegado el momento para
que sin temor alguno consideremos todo lo que no es divino como «carne y sangre», más aún, como cosa
que carece totalmente de valor.

V. 17a: ni subí a Jerusalén a los apóstoles que eran mis predecesores,

«No sólo me abstuve de consultar con los de Damasco, sino que tampoco deliberé con los apóstoles
que estaban en el apostolado antes que yo (que es lo que se quiere decir con «mis predecesores»), cosa que
sin embargo habría convenido hacer yo hubiese tenido el deseo de ser instruido mediante un hombre o por
hombres. Me bastó con la revelación segura e infalible del Padre.»
Es digno de atención el «ánimo soberbio» de Pablo, tan necesario en estas circunstancias, o más
exactamente su «ánimo de igualdad». Admite que los demás apóstoles son anteriores a él; no intenta colocarse a sí mismo en un plano superior a ellos, pero tampoco se considera inferior. No titubea, esto sí en
declarar que en cuanto a su persona, él es inferior a todos, es el más pequeño de los apóstoles, es hasta
indigno de ser llamado apóstol (1 Co. 15: 9 ); sin embargo, su oficio y ministerio (por ser de Dios, y no de
él) lo tiene en tan alta estima (Ro. 11:13) que no está dispuesto a ceder a ninguno de los apóstoles. Pues
cualquiera que sea la persona de éstos: su oficio por cierto es el mismo y es igual para todos: predican al
mismo Cristo, tienen la misma potestad, han sido enviados en las mismas condiciones por el mismo Señor.
Y no obstante, Pablo dice en 2 Corintios 11 (v. 5): «Pienso que en nada he sido inferior a aquellos grandes
apóstoles», y en el cap. 12 (v. 11) de la misma carta: «En nada he hecho menos que estos apóstoles sobremanera grandes». Es de admirar, en verdad, cómo da preferencia a los «grandes apóstoles y al mismo
tiempo se pone en un mismo nivel con -ellos. En cuanto a dignidad, humildemente les cede el lugar; pero
en cuanto a oficio y potestad, confiadamente se pone a una misma altura con ellos.

V. 17b: sino que fui a Arabia, y volví de nuevo a Damasco.

En Hechos 9, Lucas no menciona esta partida a Arabia. Solo escribe que Pablo «fue bajado por el
muro» y «llegó a Jerusalén» (v. 25, 26). Esto lo induce a San Jerónimo a ensayar diversas explicaciones».82
La más aceptable me parece ser la segunda, que sugiere lo siguiente: Después de su bautismo, Pablo
permaneció aún algunos días en Damasco, como refiere Lucas (Hch. 9:19, 20) . Durante estos días predicó
a Cristo en la sinagoga. Luego -y de esto Lucas no dice nada -partió para Arabia y volvió de nuevo a
Damasco, según sus propias palabras. Sigue entonces lo que agrega Lucas (Hch. 9:24 y sigtes.), a saber,
que a causa de las acechanzas de sus adversarios, Pablo fue bajado por el muro en una canasta, y llegó a
Jerusalén. Y éste es el problema de San Jerónimo: ¿por qué Pablo cuenta aquí algo que Lucas pasa en
silencio? Me atrevo a ofrecer la siguiente solución: Pablo relata esto, como también todo lo demás, para
evidenciar que él no se dirigió a los apóstoles ni aprendió de ellos, sino que fue a Arabia, confiando
firmemente en la revelación divina, para enseñar allí. Después, una vez vuelto a Damasco, difundió en esta
ciudad la misma enseñanza; tan seguro estaba, como se ve, de la revelación que había recibido acerca de
Cristo. Pues es de suponer que no habría enseñado siempre lo mismo, y en distintas partes por añadidura, si
hubiese juzgado que se trataba de cosas que todavía debían ser discutidas con los apóstoles u otros hombres.
Que San Jerónimo por su parte crea que la estadía de Pablo en Arabia resultó en vano, y que todavía
quedan unos cuantos misterios por aclarar -esto son cosas que no se las podemos prohibir a un hombre tan
grande.

V. 18: Después, pasados tres años, vine a Jerusalén para ver a Pedro, y permanecí con él quince días.

Obsérvese el cuidado con que Pablo agrega «pasados tres años», y no «para oír» sino «para ver» a
Pedro. Pues si declara haber enseñado en Damasco por espacio de tres años (esto es, hasta que se vio
obligado a abandonar la ciudad por sobre el muro), seguramente lo hace para poner de manifiesto que su
labor evangelística no comenzó con el encuentro con Pedro ni por iniciativa de éste, sino ya mucho antes.
Y con esto quiere tapar la boca a los apóstoles falsos, quienes tal vez se valieron de dicho encuentro como
de un argumento para afirmar que Pablo recibió instrucciones de Pedro, cuyo ejemplo habían invocado
para instigar a los Gálatas a que guardaran la ley. San Jerónimo empero habla de un doble sentido que él
encontró en este pasaje: se lo puede entender como afirmación de que Pablo fue instruido por Pedro, y
también como negación de este hecho. En su «Carta a Paulino» sin embargo, se inclina decididamente al
primer sentido, y expresa su opinión de que u1 maestro de los gentiles (para usar sus propias palabras) fue
instruido en el misterio de la ogdoada y la hebdomada.83 Menciono estos detalles para que el avisado lector
entienda a Jerónimo en este sentido, y no lo interprete mal a Pablo, el cual, al dar tan inusitado énfasis a
todo esto, lo hace para demostrar con argumentos irrebatibles que él no aprendió nada de los apóstoles sino
que lo recibió todo de Dios (como ya se repitió un buen número de veces). Pero que San Jerónimo se haya
dado frecuentemente el gusto de jugar con el misterio de los quince días no es de condenar; sólo que es
preciso reconocer que Pablo los menciona aquí no simplemente porque le gustaran las expresiones enigmáticas, sino también horque lo requerían el tema y la historia que estaba relatando. Es posible que Pablo se refiera a estos quince días para hacer ver que el tiempo de su permanencia con Pedro habría sido suficiente si hubiese venido con el propósito de enseñarle algo; o para decirlo de otra manera: que estuvo con
Pedro no con intención de recibir instrucción en él, pues para esto se habría requerido más tiempo, sino en
calidad de huésped, sólo para visitarlo.

V. 19: Pero no vi a ningún otro de los apóstoles, sino a Jacobo, el hermano del Señor.

Esto lo añadió Pablo para que no dijeran: «Si no fue Pedro quien te instruyó, al menos recibiste
instrucción de los demás apóstoles». La razón por qué no vio a ninguno es (al decir de Jerónimo) que
habían sido dispersados por el orbe entero para predicar el evangelio. Si esto es correcto, ¿qué base hay
para aquella fábula acerca de la separación de los apóstoles, en que se nos cuenta que dicha separación se
produjo en el año decimotercero después de la resurrección de Cristo?84 ¡Aquí, Pablo ya los encuentra
dispersos en el año tercero o a lo sumo cuarto después de su conversión! Y esta conversión, como puede
verse (Hch. 9) ocurrió en el mismo año en que Esteban recibió la corona de mártir. Y bien, dejo esto a otras
personas que no tienen nada que hacer.
Fíjate en lo que escribe Lucas en Hechos cap. 9 (v. 26 y sigtes), a saber, que Pablo, debido a que los
discípulos le tenían miedo, fue traído por Bernabé «a los apóstoles», con quienes entraba y salía, etc.; aquí
en cambio, Pablo afirma no haber visto a ninguno de los apóstoles salvo a Pedro y Jacobo. Por consiguiente:
o Lucas designa a Pedro y Jacobo con el plural «los apóstoles», o es exacto lo que dice San Jerónimo:
que el nombre «apóstoles» fue aplicado también a muchos otros, especialmente en las cartas de Pablo.85
Estos serían, entonces, hombres que fueron instalados en su apóstoles que lo fueron desde un principio.86
De este Jacobo, apellidado comúnmente “Jacobo el menor”, dice Eusebio en el libro II de su Historia
Eclesiástica, cap. 1, que se lo llamaba hermano del Señor por ser hijo de José de 0quien se hablaba
como del «padre de Cristo». Este dato lo trae San Jerónimo en su libro de los Varones Ilustres, pero sin
darle crédito, y se expresa como sigue.87 En opinión de algunos, Jacobo fue el hijo que tuvo José con otra
esposa; pero a mi parecer lo fue de María la hermana de la madre del Señor, a la que menciona Juan en su
Evangelio, etc.». En efecto, Juan dice en el cap. 19 (v. 25): «Estaban junto a la cruz de Jesús su madre, y la
hermana de su madre, María mujer de Cleofas, y María Magdalena». Lo mismo dice Marcos, cap. 15 (v.
40): «... entre las cuales estaban María Magdalena, María la madre de Jacobo el menor y de José, y Salomé».
Con él concuerda Mateo, quien escribe en el cap. 27 (v. 56): «... entre las cuales estaban María Magdalena,
María la madre de Jacobo y de José, y la madre de los hijos de Zebedeo». De todos estos pasajes se puede
deducir que la «María de Jacobo» y la «María de Cleofas»88 son una y la misma persona, a saber, la
hermana de la Virgen María. Se la llama «de Cleofas» por el esposo, «de Jacobo» por el hijo, y es además
la madre de Simón y de Judas. Pues en el libro III de su Historia Eclesiástica, también Eusebio dice que
Cleofas era el hermano de José, y que por esto se lo llamaba a Simón «primo del Señor».89 Marcos 6 (v. 3)
parece confirmarlo en forma muy clara: «¿No es éste el carpintero, hijo de María, hermano de Jacobo, de
José, de Judas y de Simón?» Por lo tanto incurrieron en un error manifiesto los que inventaron una tercera
María llamándola «María de Salomé»; pues Salomé es un nombre femenino, y la mujer a quien Marcos
llama «Salomé» aparece en Mateo como «madre de los hijos de Zebedeo». Pero ya no hubo más que dos
Marías, o sea, María Magdalena y María madre de Jacobo, lo prueba con suficiente claridad Mateo quien
habla de María madre de Jacobo casi siempre como de «la otra María».
Pero pongamos fin a esta cuestión tediosa, y quedémonos con que a este Jacobo se le llama «hermano
del Señor», esto es, primo hermano, o más exactamente, su primo hermano su primo hermano de parte
de madre, para diferenciarlo de otras personas del mismo nombre. Pues todos los escritores coinciden en
afirmar que hubo entre los discípulos de Cristo varios Jacobos. Y aunque en su libro Contra Helvidio.90
San Jerónimo diga, refiriéndose a este pasaje, que «Jacobo fue llamado hermano del Señor más bien por
asemejársele en virtud y sabiduría que por ser su hermano carnal», no obstante doy preferencia a la antes
citada opinión extraída de los Varones Ilustres.91

V. 20: Pero en cuanto a lo que os escribo, he aquí delante de Dios que no miento.

En una cuestión al parecer tan insignificante, el apóstol recurre a un juramento, con el propósito
evidente de que los Gálatas de veras creyeran que él había venido a Jerusalén, que no había visto a ninguno
de los apóstoles, y que era cierto también todo lo demás que les había relatado. ¿Qué necesidad tenía de tal
juramento? Está preocupado, y siente que se ejerce presión sobre él con el título y el comportamiento de los
apóstoles, en que los apóstoles falsos tanto se apoyaban. No teniendo, pues, otros comprobantes para su
narración, el apóstol la confirma con un juramento, muy santo y piadoso por cierto. Con esto trata de
impedir que la autoridad de la revelación divina que había enseñado a los Gálatas, sea disminuida por la
engañosa ostentación de una autoridad apostólica y humana, en perjuicio en perjurio de la fe y del evangelio.
Mas el juramento del apóstol abarca no solamente lo ya dicho, sino también lo que habría de decir más
adelante. Así, en efecto, suelen proceder los que se ven sobrecogidos casi en demasía por sus inquietudes:
pronuncian un juramento, en medio de su discurso.

V. 21: Después fui a las regiones de Siria y Cilicia.

Respecto de esto dice Lucas en Hechos 9 (v. 29 y sigtes.): «Pablo hablaba también (i.e. en Jerusalén)
con los gentiles y disputaba con los griegos; pero éstos procuraban matarle. Cuando supieron esto los
hermanos, le llevaron a Cesarea, y le enviaron a Tarso,92 que queda en Cilicia.
Ahí tienes lo que Pablo hizo durante estos quince días que estuvo con Pedro: No recibía enseñanza
sino que la daba, a los gentiles (cuyo apóstol habría de ser, o ya era), y disputaba con los griegos, que sin
duda eran judíos,93 tal como antes de él lo había hecho Esteban, Hechos 6 (v. 9 y sigtes.). ¿Qué necesidad
tenemos entonces de que se nos diga que Pablo fue a Siria y Cilicia? Seguramente ha de tomarse como
prueba de que en ninguna parte tenía a los apóstoles por maestros, sino que por doquier él mismo actuaba
como maestro. Este es su constante propósito, y el blanco al cual apunta el arco de su narración: abatir de
una buena vez, y en la forma más enérgica, a los que con su enseñanza y su pensamiento estaban en
oposición a él; pues él mismo -insiste- enseñaba cosas divinas, y no humanas; aquellos en cambio enseñaban cosas humanas, y no divinas.

V. 22-24: Pero yo no era conocido de vista a las iglesias de Judea, que eran en Cristo Jesús; solamente
oían decir: Aquel que en otro tiempo nos perseguía, ahora predica la fe que en otro tiempo asolaba.
Y glorificaban a Dios en mí.

Está claro que con estas palabras Pablo quiere decir que no sólo no recibió instrucción de Pedro y
los demás apóstoles sino tampoco de otros cristianos que residían en Judea y que practicaban una fe mezclada con observancias de la ley. Muy al contrario -y esto es la mejor recomendación para la doctrina de
Pablo- pese a que estos cristianos no le conocían de vista, le daban no obstante el testimonio de que él
enseñaba la fe; pues implantar la sola fe es la finalidad a que el apóstol tiende en toda su carta. Así, pues, el
testimonio autorizado de todas las iglesias le sirve de prueba de que había enseñado correctamente; en
efecto, aquellas iglesias le alababan como hombre que predicaba la fe, y glorificaban a Dios en él. ¡Y sin
embargo, los apóstoles falsos, invocando el ejemplo de dichas iglesias, intentaban obligar a los Gálatas a
observar las prescripciones de la ley! Con esto Pablo da una prueba contundente (le que el ejemplo y el
testimonio autorizado de las iglesias de Judea habían sido presentados a los Gálatas en una forma Tergiversada. ¡Los mismos que anteriormente se habían quejado de que Pablo asolaba la fe, glorifican a Dios
porque ahora la predica! Respecto de la ley no hallan nada de qué quejarse.94 ¿Cómo es entonces que
aquellos (los apóstoles falsos) tientan a los Gálatas recomendándoles la obtención de la justicia mediante la
observación de la ley, haciendo para ello uso indebido del nombre de los apóstoles? Lo único que cabe
admitir es, por lo tanto, que las iglesias de Judea conservaron ciertos elementos de la ley, no porque los
considerasen imprescindibles para alcanzar la salvación, sino porque impulsados por un amor espontáneo
querían prestar un servicio a la debilidad de otros.95
¡Oh, que también en la iglesia de hoy día nuestras leyes fuesen enseñadas y guardadas con semejante
criterio sano! Ahora empero han alcanzado un predominio tal que el pueblo cree que en ellas reside la
salvación; la fe en cambio está poco menos que extinguida. Pablo hace de la fe la dueña enteramente libre
sobre todas las leyes humanas. Nosotros hacemos de las leyes humanas los tiranos de la fe. Y sin embargo,
a los señores grandes y poderosos no se les da un bledo de ellas.96 Como en un enorme y escandaloso
remolino devoran a la iglesia, y oprimen a los cristianos, como si fuesen simples súbditos suyos, con
muchísimas cargas insoportables, o vuelven a vender su libertad cristiana aprisionada por ellos con cadenas
pecuniarias, mediante ese tan repugnante comercio de dispensas e indulgencias.97
***
1 El nuevo despertar del interés por la antigüedad clásica, desde mediados del siglo xv, dio nuevos impulsos también al estudio y conocimiento del idioma griego en los países europeos.
2 El célebre humanista Erasmo de Roterdam (1466-1536) en un comienzo simpatizante de Lutero y luego uno de los principales adversarios de la Reforma a causa del giro «revolucionario» que ésta tomaba, había editado en 1516 el Nuevo Testamento en griego con anotaciones.
3 Probablemente se piense en «Shiláh», una forma del verbo «Shaláh». Jerónimo, Commentarius in Ep. S. Pauli ad Gálatas, Patrología Series Latina XXVI 355 (obra que en lo sucesivo será citada como `Commentarius’ con un número arábigo indicando la columna en el tomo XXVI de la Patrología). Jerónimo es autor de la traducción de la Biblia al latín conocida como `Vulgata’, además de comentarios sobre algunos libros del AT y NT, de una historia eclesiástica en forma de biografías (De viris illustribus),
de un nutrido epistolario, etc. Sus comentarios se destacan más por su carácter poético que por su claridad. La estima inicial de Lutero hacia Jerónimo se convirtió más tarde en lo contrario.
4 Is. 8 (no 7): 6; hebreo «Shiloah».
5 Hch. 15:22, Estas comparaciones semánticas de Lutero son un tanto cuestionables. Así, la Enciclopedia de la Biblia. Edit. Garriga S-A., Barcelona. vol VI. col. 684. relaciona el nombre del personaje de Hch. 15:22 con el hebreo ‘Saúl’ (“El Deseado”) que habría sido helenizado en Silas y después latinizado en Silvanus.
6 Comp. Mr. 5:25 y sigtes. Lutero compara a los que traen enseñanzas rumanas con los médicos que habían empeorado el mal de la mujer que padecía de flujo de sangre.
7 Jn. 16:2 Lo del «dolor de las heridas» es una cita del Sal. 69:27 según la Vulgata (donde este salmo lleva el número 68).
8 A diferencia del sustantivo que expresa un concepto, el participio como forma verbal comunica la idea de «acción»: el «apóstol » es un «enviado» del verbo «enviar».
9 Lutero cita la Vulgata (y escribe, según la Wa, 4 en lugar de 44): «Myrrha et gutta et casia a vestimentis tuis, a domibus eburneis» (v. 9; comp. Versión Reina-Valera, Sal. 45:8). El hebraísmo consistiría en la omisión del verbo, que debe suplirse del contexto.
10 Referencia a la doctrina católica de la «sucesión apostólica», que Lutero aceptaba aún al publicar este Comentario, pero de la que paulatinamente se iba distanciando. A partir de 1520 se le hace siempre más claro el concepto del «sacerdocio universal» de todos los creyentes. Para hacer las cosas ordenadamente, la iglesia «llama» a determinadas personas para desempeñar el ministerio; estas personas han de ser examinadas, y en un caso dado la iglesia puede destituirlas.
11 Jerónimo, Commentarius, 336.
12 En esta segunda clase tendríamos que ubicar también el llamado por parte de la iglesia o congregación que Lutero consideraba más tarde como lo normal.
13 La «vocación» de los religiosos y sacerdotes mencionados por Lutero realmente no incluía el enseñar o predicar; esta tarea les incumbía, en la Edad Media, especialmente a las órdenes de Predicadores, los dominicos y franciscanos.
14 Comp. págs. 30/31 la clasificación jeronimiana. El «no de parte de hombres» se refiere a la tercera y cuarta clase, el no por medio de un hombre» a la segunda; Pablo mismo pertenece por lo tanto a la primera clase.
15 Jerónimo, Commentarius, 337. La pretendida diversidad de la ende Pablo se relacionaba, al parecer, con la circuncisión y la posición adoptada ante la ley divina. Comp. Gá. 5:11.
16 Jerónimo, Commentarius, 337.
17 «El Sabio» = Jesús hijo de Sirac, libro apócrifo del AT llamado también Eclesiástico; la cita corresponde al cap.
18:6 (Vulg.).
18 Agustín, «De correctione Donatistarum» 9:39. San Agustín (354-430) es uno de los más grandes padres de la iglesia latina, sobre cuya evolución peculiar (por ejemplo, el monasticismo) influyó en forma notable. Por otra parte, ningún teólogo anterior a Lutero escribió con tanta claridad acerca de la gracia de Dios que es obsequiada al pecador
19 Orígenes, nacido en Alejandría 185, muerto en Tiro 254 a causa de las torturas sufridas durante la persecución de los cristianos desatada por Decio. Es el representante más famoso de la teología alejandrina que trataba de armonizar el cristianismo con el pensamiento helenístico. Hombre de vasta erudición y espíritu especulativo y místico. Su teología se vio afectada por su filosofía (negaba la resurrección física, sostenía la preexistencia de las almas y su caída pretemporal, la creación eterna y la restauración final de todos los hombres, incl. los -ángeles caídos). Principales obras: la monumental «Hexapla», primera Biblia políglota; numerosos comentarios bíblicos plagados de alegorías; «De principiis», primera presentación sistemática de la doctrina cristiana; una apología «Contra Celsum»; gran cantidad de tratados, homilías y cartas. Su doctrina fue condenada en el 5° Concilio Ecuménico de Constantinopla 553.
21 Sal. (Vulg.) 72:3 y 36:7 (Vers. Reina-Valera, Sal. 73:3 y 37:7).
22 Comp. 1 Co. 13:12; 2 Co. 5:7.
23 La filosofía moral apela a las fuerzas inherentes en el hombre en la creencia de que la fina erudición conducirá al ennoblecimiento de la humanidad.
24 Comp. 1 P. 2:16; Mt. 23:27.
25 “Escolasticismo: Filosofía de la Edad Media, cristiana, en la que domina la enseñanza de los libros de Aristóteles, que se caracteriza por la estrecha vinculación que establece entre la teología y la filosofía”, Dicc. De la Acad Española. Los teólogos escolásticos fueron quienes elaboraron el cuerpo de doctrinas de la iglesia católica. Paulatinamente, su erudición se tornó más y más sofística, lo que explica las expresiones duras que Lutero vierte en cuanto a los “escolásticos” y “sofistas” de su época.
26 Agustín, De Trinitate, lib. XIV, cap. 3.
27 Comp. Gá. 5:24; 6:14.
28 Jerónimo, Commentarius, 338.
29 Agustín, Epistolae ad Galatas expositio, Patrol. Ser. Lat. XXXV, 2108.
30 Sal. 116:11, 14:3; Ro. 3:10.
31 49 «Otros, dando preferencia a la variante “eudocia” (en lugar del más generalmente aceptado “eudociaz”, traducen ‘favor, complacencia’ y piensan en hombres sobre los cuales descansa el favor divino, uso frecuente también en la Septuaginta» (W. Bauer, Wörterbuch zum Neuen Testament).
32 «Viri misericordiae». Is. 57:1 según la Vulg.; en su traducción de la Biblia al alemán, Lutero tiene «heilige Leute», hombres santos; ReinaValera: los piadosos.
33 Jerónimo. Cmmenentarius, 343.
34 Es decir, «de Dios» (genitivo) o «por Dios» (ablativo).
35 Comp. 1:8 sig.; 3:1, 3; 4:11; 6:17 y otros.
36 Cit. según la Vulgata.
37 Comp. Agustín, Annotationes in Job, 31. Patrol. Ser. Lat. XXXIV, 860.
38 Lutero: «Osculamini filium», Vulgata: «Apprehendite disciplinam»; Reina-Valera: «Honrad al Hijo».
39 “... no queda afectada la fe»: no se tiene la intención de atacar las doctrinas de la fe en sí, exteriormente y en los demás; no hay inconveniente en dejarlas ‘intactas’.
40 Jerónimo, Commentarius, 343. Lo que Lutero define como «infinitivo de “futuro» es en realidad un infinitivo de aoristo (pretérito).
41 Comp. 2 Co. 3:6.
42 Jerónimo, Commentarius, 344. La región de Galacia fue ocupada alrededor de 280 a.C. por los Gálatas, tribus celtas; de ahí el nombre geográfico. La palabra hebrea en que piensa Jerónimo es «galal».
43 Esta sugestión en cuanto a la etimología del nombre «Roma» aparece en Jerónimo, Liber interpretationis hebraicorum nominum», Corpus Christianorum, Ser. Lat. LXXII 159.
44 Véase lo dicho en pág. 23, «El Contenido de la Carta de Pablo a los Gálatas», párr. 1.
45 La carta a los Gálatas, así como todo el NT., fue escrita originalmente en griego. En el siglo II después de Cristo comenzaron a aparecer diversas traducciones al latín, probablemente en el norte de África (Tertuliano de Cartago, 150-220, es el primero en mencionar una versión al latín). El mérito de haber publicado la primera versión latina uniforme, basada en los originales hebreo y griego, de las Sagradas Escrituras, le corresponde a Jerónimo (véase nota 22). Esta grandiosa obra, llamada «Vulgata» (a partir del siglo xiii) fue por largos años el texto bíblico usado por Lutero, también como base para su Comentario sobre Gálatas. De ahí
que sus citas a menudo difieran en algo de nuestras versiones modernas.
46 Jerónimo, Commentarius, 345; Agustín Epist. ad Galatas expositio, Patrol. Ser. Lat. XXXV 2109; Commentaria (atrib. a San Ambrosio, obispo de Milán, m. 397 después de Jesucristo) in XII epistolas beati Pauli, Patrol. Ser. Lat. XVII, 361; Erasmo, Annotationes ad locum.
47 «ÜèñÜùðïvò ðåèù,Þ ôüíèåüí»; lo que en latín vendría a ser «homines suadeo, an deum?» La Vulgata en cambio, a la que sigue Lutero, tiene: hominibus suadeo, an Deo?
48 El modismo empleado aquí consiste en tomar al autor por sus obras.
49 La latina de la Vulgata a la que se atiene Lutero (véase nota 64).
50 Lutero equipara aquí el lenguaje alegórico con el «hablar en lenguas» que permanece ininteligible si no hay quien lo interpreta, razón por la cual Pablo no lo recomienda para el uso en las reuniones de los fieles, 1 Co. 14:2 y sigtes.
51 Comp. Ro. 5:12-21; 1 Co. 15:21, 22, 45.
52 Así en el texto original griego y en la Vulgata.
53 Porfirio Maleo, filósofo neoplatónico y adversario del cristianismo, nació en Tiro 223 y murió en Roma 304. Autor de una tabla de categorías lógicas contenida en su «Introducción a las categorías de Aristóteles». Una traducción al latín de esta obra alcanzó vasta difusión en la Edad Media como libro de enseñanza y consulta en materia de Lógica.
54 Aristóteles, filósofo griego (384-322 a.C.) que ejerció gran influencia la forma y el contenido de la teología medieval; véase también nota 43.
55 Cit. según la Vulgata.
56 Jerónimo, Commentarius, 347. Para dar a la cita de Jerónimo, algo abreviada por Lutero, la debida claridad, la completamos con las palabras entre paréntesis, tomadas literalmente del pasaje en cuestión.
57 Gá, 1:16, 22; 2:2.
58 Imposible porque nos falta la capacidad para ello.
59 Cnt. 2:14 y 1:2 conforme a la Vulgata.
60 «Porque por medio de la ley (de Moisés) es el conocimiento del pecado», Ro. 3:20.
61 i.e. justos en su propio concepto.
62 «Sanguinibus», según Vulg. Sal. 50:16. Plural de «sanguis» -sangre, y también estirpe, parentela. La «Biblia de Jerusalén» (Desclée de Brower. Bruselas 1957) traduce «de la sangre», y comenta: «Lit. ‘de la sangre derramada’. Se trata de una muerte prematura, castigo del pecado según la doctrina tradicional, más que de una alusión al homicidio de Urías (2 S. 12:9. 13) o a crímenes que se temiera perpetrar o padecer».
63 Es común usar Evangelio (con mayúscula) para designar los relatos escritos por Mateo, Marcos, Lucas y Juan, para diferenciarlos del “Evangelio” en su sentido específico de «buena nueva de la salvación de Cristo.
64 Eusebio, obispo de Cesarea, 265-340, es el autor de una célebre Historia Eclesiástica, principal fuente de información acerca de los primeros años de la era cristiana. Esta Historia contiene también datos en cuanto datos en cuanto a la composición. etc., de los escritos que constituyen el NT. Los pasajes Ro. 2:16; 16:25; 2 Ti. 2:8 («mi evangelio») Eusebio los interpreta como referencias al Evangelio según San Lucas. Lo cierto en esta cuestión es que hubo un estrecho contacto entre Lucas y Pablo, comp. Col. 4:14;
Filem. 24;) 2 tim a:11; Hch. 16:10 y sigtes.; 20:5 y sigtes.; 27:1 y sigtes. (Informes en 1ª pers. plural.)
65 Jerónimo. Commentariu.s. 348-349. Lo admirable y acertado de las palabras es la forma como Pablo hace evidente el contraste entre su conducta antes de ser convertido, y después.
66 Lat. «coaetaneos», coetáneos (así Vers. Reina-Valera: contemporáneos) o más estrictamente «de la edad mía». Lutero toma el epción, como lo demuestra al comentar este v.14.
67 Fil. 3:8. El texto latino tiene «velut stercora», por estiércol.
68 Jerónimo, Commentarius, 349. Comp. Mt. 15:9.
69 Giros como éste nos demuestran que pese al gran respeto que Lutero guarda aún a padres y autoridades como Jerónimo (al que todavía llama “beatus” y «divus», cosa que en sus escritos de épocas posteriores ya no ocurre), su obediencia a la verdad de la Palabra cuyo conocimiento abre más y más como un don de lo alto, lo impulsa a seguir su nuevo camino a despecho de opiniones fundadas en la tradición teológica o apoyadas por la autoridad de afamados maestros.
70 Agustín, «De spiritu et litera», 14, 23.
71 Agustín, «De nuptiis et concupiscentiis», I 4-5.
72 La teología medieval atribuía a la razón natural y al libre albedrío una mayor o menor capacidad para «querer lo bueno», error fundamental que Lutero combate en su magna obra «De servo arbitrio» («La Voluntad Determinada”, Obras de Lutero, Edit. Piados Bs. As. Tomo IV).
73 Lat. “finis” de la vida; concepto de la de la teología escolástica con que se indica que el hombre está destinado a hallar a Dios y entrar en la bienaventuranza. En este proceso le corresponde cierta participación también a la razón y la capacidad natural del hombre.
74 Cita no muy literal de la Vulgata, la que a su vez no reproduce con fidelidad el texto original. Sin embargo, las variantes en la traducción no afectan mayormente el sentido.
75 Lat. «satis scrupulose et scopulose” Jerónimo, Commentarius, 349-350.
76 Versión de la Vulgata.
77 Jerónimo, Commentarius. 351.
78 Véase pág. 52, párr. 2.
79 Del original griego al latín.
80 Se dice que en un escrito polémico, «Contra Christianos», Porfirio acusa a Pab1o de ser un hombre insolente, y de tener envidia a Pedro. Véase también nota 72.
81 Esta opinión es compartida también por Jerónimo. «Damasco» sería un nombre compuesto por las palabras hebreas DAM (sangre) y SAC (saco).
82 Jerónimo, Commentarius, 352-353.
83 Jerónimo, Commentarius, 354; Epistolae, LIII 2. El significado de la expresión «mysterium Ogdoadis et Hebdomadis» es bastante oscuro; la Ed. Walch/St. Louis (en alemán) traduce: das Geheimnis der Zahlen Acht und Sieben (el misterio de los números ocho y siete), lo que suena instrucción en ciencias ocultas de tipo pitagórico. El Dicc. Enciclopédico «Hispano-Americano indica para «Hebdómada»: Espacio de siete años; como: Las setenta hebdómadas de Daniel (por ejemplo, Dn. 9:24; Vulgata: septuaginta hebdomades).
84 Jerónimo, Commentarius 356. Hay una tradición según la cual los apóstoles habrían permanecido todos juntos en Jerusalén por espacio de 12 años después de la resurrección de Cristo, separándose sólo en el año decimotercero.
85 Comp. Ro. 16:7; 1 Co. 9: 5 6; 1 Co. 15: 5,7.
86 Los primeros apóstoles, los apóstoles propiamente dichos. Comp. pág. 29. las clases de apóstoles.
87 Eusebio, Historia Eclesiástica, II, 1:2-4; Jerónimo, De viris illustribus, 2.
88 Así se la llama en el texto original griego.
89 Eusebio, Historia Eclesiástica, III, 11:2.
90 Jerónimo, De perpetua virginitate Mariae adversus Helvidiunz, 15. Patrol. Ser. Lat. XXIII, 209. Véase nota 106.
91 Véase nota 106.
92 Cit. según la Vulgata.
93 Lo que la Vulgata traduce con «graecus» es en el idioma original «ÝëëçíéóôÞò» = judío que habla en griego, a diferencia del que conservó su lengua vernácula.
94 En lugar de «quaerentes» en el texto de la Ed. de Weimar (de quaero, buscar, indagar, etc.) será preferible leer «querentes» (Ed. de Basilea) de queror, quejarse, dolerse.
95 Continuando hasta cierto punto en el estilo de vida legalista, tradicional querían allanar a sus connacionales el camino hacia el evangelio.
96 La situación en tiempos de Lutero era que al pueblo se lo agobiaba a innumerables preceptos eclesiásticos, en tanto que los jerarcas de la iglesia mayormente se creían exentos de observarlos.
97 Esta queja de Lutero es reflejo fiel del sentimiento popular de sus días; comp. pág. 20, nota 12. Las sumas cobradas por «dispensas» de leyes canónicas e «indulgencias» de las penas merecidas por los pecados significaban para la iglesia una rica fuente de ingresos.


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Comentario sobre la Epístola San Pablo a Tito
por Martín Lutero

Capítulo Uno