¿Estamos bien enfocados? 

por D. Martyn Lloyd-Jones

Habacuc 1.12–17 (especialmente versos 12 y 13)


Es importante que el cristiano no sólo lea los periódicos y entienda algo de lo que está aconteciendo en el mundo, sino también que comprenda el significado de los eventos. Existen en nuestro tiempo graves peligros que amenazan a la Iglesia. Y, a no ser que tenga cuidado, corre el peligro, como Israel en el pasado, de entrar en alianzas políticas con el fin de impedir lo que Dios ha ordenado. Es esencial que la Iglesia no analice los problemas con un ojo político, sino que aprenda a interpretarlos espiritualmente, y entenderlos a la luz de las instrucciones que Dios le ha dado. Lo que al hombre natural le resulta aborrecible y aun desastroso, puede ser precisamente el medio que Dios está utilizando para castigarnos y restaurarnos a una correcta relación con él. De modo que no debemos apresurarnos para arribar a conclusiones que no sean las precisas.


La importancia de los métodos de enfoque


La mayoría de los problemas y perplejidades de la vida cristiana se originan por la falta de un adecuado método de enfoque. Es mucho más importante conocer la forma de enfocar los problemas, que tener una respuesta inmediata para cada dificultad en particular. Los hombres habitualmente quieren una respuesta clara para cada asunto específico, pero la Biblia no siempre nos da lo que queremos en este sentido. Sin embargo, nos enseña un método. Somos muy propensos a dejar cundir el pánico y a buscar conclusiones rápidas cuando ocurre lo inesperado y cuando Dios procede con nosotros de una manera inusual. En el Salmo 73 se nos señala el peligro de hablar inadvertidamente con nuestros labios. Al ver ciertos males el salmista exclamó: «Verdaderamente en vano he limpiado mi corazón, y lavado mis manos en inocencia» (Sal 73.13). ¿Había entonces algún beneficio en comportarse en forma piadosa? Repentinamente recapacitó y dijo: «Si dijera yo: Hablaré como ellos…» así reconoció que había hablado desacertadamente con sus labios. Había comenzado a hablar sin antes pensar.


En esta situación debemos buscar la manera correcta de actuar. El problema puede presentarse en el área personal, o bien puede ser de alcance nacional, o también, como ciudadanos de este mundo, en la esfera más amplia de los acontecimientos históricos. De manera que vamos a analizar cuidadosamente este perfecto ejemplo de método de enfoque que encontramos, entre tantos otros, en la Biblia.


La descripción del método


Tiempo para pensar


La primera regla consiste en pensar en lugar de hablar. «Todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse» (Stg 1.19). Nuestra dificultad está en que somos prontos para hablar, prontos para airarnos y tardos para pensar. Sin embargo, según este profeta, lo primero que debemos hacer es examinar. Antes de expresar nuestras reacciones debemos disciplinarnos para pensar. Quizá es bastante aparente el énfasis que damos a esto, pero bien sabemos todos que es precisamente aquí donde nos descarrilamos.


Establecer principios básicos


La regla siguiente es que cuando comenzamos a pensar, no debemos encarar el problema inmediato. Debemos volver hacia atrás y aplicar la estrategia del enfoque indirecto. Este es un principio muy conocido en la estrategia militar. En la Segunda Guerra Mundial el enemigo común era Alemania, pero los países aliados comenzaron a derrotar a Alemania en África del Norte. Utilizaron la estrategia de aproximación indirecta. Este método de acercamiento es de vital importancia en la vida espiritual, sobre todo cuando nos enfrentamos con un problema como el que tenemos delante nuestro. Necesitamos comenzar pensando más atrás, y aproximarnos al problema en forma indirecta.


Debemos traer a nuestra memoria aquello de lo que estamos absolutamente seguros, que está fuera de toda duda o disputa. A veces ayuda si nos sentamos y escribimos para nuestro propio provecho algo semejante a lo siguiente: «En esta terrible y perpleja situación en la que ahora me encuentro, sé, que por lo menos en un aspecto, estoy pisando en tierra firme». Cuando trepamos montañas, a veces nos encontramos con piedras sueltas o tierra movediza y la única forma de seguir adelante es buscando un punto donde podamos afirmar nuestros pies con seguridad. La única forma de avanzar es buscando bases firmes donde apoyarnos. De igual manera, ante problemas espirituales, debemos retornar a los principios absolutos y eternos. La psicología de esto es evidente, pues tan pronto volvamos a principios básicos, comenzaremos a perder el sentido de pánico y desesperación. Es grandioso poder reconfortar nuestras almas con aquellas verdades que están fuera de toda disputa.


Aplicar los principios al problema


Después de haber hecho esto, podemos tomar el paso siguiente y colocar el problema particular dentro del contexto de aquellos firmes principios que nunca hemos puesto en duda. Es un hecho indiscutible que sólo se puede encontrar una solución a los problemas si se ubican dentro del contexto correcto. La manera de interpretar un pasaje difícil de las Escrituras, es considerarlo dentro de su contexto.


Con frecuencia confundimos el significado de una frase porque la sacamos de su contexto, pero cuando la analizamos en forma correcta, generalmente descubrimos que el contexto interpreta al texto acertadamente. Lo mismo es aplicable al problema particular que puede estar causando ansiedad o preocupación.


Si persisten las dudas, encomendar el problema a Dios con fe


Esto nos conduce al último paso del método. Si todavía persistimos en la incertidumbre y no tenemos una respuesta clara, debemos llevarlo sencillamente a Dios en oración y dejarlo allí, con él. Esto es lo que el profeta hizo, según 1.13. En el verso 12 y la primera parte del 13, encontramos que el profeta continuaba en la perplejidad y en consecuencia llevó el problema a Dios, y allí lo dejó.


Una vez que establecemos el método correcto, lo podemos aplicar a cualquier problema, ya sea a los tratos de Dios con una nación, a los problemas mundiales o a dificultades personales. Sea cual fuere el problema, debemos detenernos para pensar, establecer cuáles son los principios básicos, e introducir el problema dentro de ese contexto. Si todavía persiste la dificultad, llevarlo a Dios en oración y dejarlo allí.


Tomado y adaptado del libro Del temor a la fe, D. Martyn Lloyd-Jones, Editorial DCI- Hebrón.

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