Tercera exposición: El calvinismo y la política

Mi tercera exposición deja atrás el santuario de la religión y entra en el dominio del Estado - la primera transición del círculo sagrado al campo secular de la vida humana. Solo ahora, entonces, procedemos de manera sumaria y principial a combatir la sugerencia no histórica de que el calvinismo represente un movimiento exclusivamente eclesiástico y doctrinal.

El impulso religioso del calvinimo colocó también debajo de la sociedad política un concepto fundamental, suyo propio, porque no solamente cortó las ramas y limpió el tronco, sino alcanzó hasta la misma raíz de nuestra vida humana.

El hecho de que tuvo que ser así se hace evidente para cualquiera que se dé cuenta de que nunca se hizo dominante ningún esquema político que no hubiera sido basado en algún concepto religioso o anti-religioso específico. Y que este fue el caso en el calvinismo, se hace aparente en los cambios políticos que causó en estos tres países históricos de la libertad política, en los Países Bajos, en Inglaterra y en los Estados Unidos.

Todo historiador competente sin excepción confirmará las palabras de Bancroft: "El fanático del calvinismo era un fanático de la libertad; pues en la guerra moral por la libertad, su credo era parte de su ejército, y su aliado más fiel en la batalla." Y Groen van Prinsterer lo expresó así: "En el calvinismo está el origen y la garantía de nuestras libertades constitucionales." - Que el calvinismo llevó las leyes públicas por nuevos caminos, primero en Europa Occidental, después en dos continentes, y hoy más y más entre todas las naciones civilizadas, esto es admitido por todos los científicos, aunque no plenamente por la opinión pública.

Pero para mi propósito, no es suficiente solamente nombrar este hecho importante.

Para que se perciba la influencia del calvinismo en nuestro desarrollo político, tenemos que demostrar cuáles son los conceptos políticos fundamentales para los cuales el calvinismo abrió la puerta, y cómo estos conceptos políticos surgieron de su principio raíz.

Este principio dominante no era, soteriológicamente, la justificación por fe, sino en el sentido cosmológico más amplio, la soberanía del Dios Trino sobre el cosmos entero, en todas sus esferas y reinos, visibles e invisibles. Una soberanía primordial que irradia a la humanidad en una triple soberanía derivada: 1. la soberanía en el Estado, 2. la soberanía en la sociedad, y 3. la soberanía en la iglesia.

Permítanme argumentar sobre este asunto en detalle, señalando cómo esta triple soberanía fue entendida por el calvinismo.


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La soberanía en el Estado

Primero, una soberanía derivada en esta esfera política que definimos como el Estado. Y después admitimos que el impulso para formar estados surge de la naturaleza social del hombre, que ya fue expresada por Aristóteles cuando llamó al hombre un zoon politikon. Dios podría haber creado a los hombres como individuos desconectados, parados lado a lado y sin coherencia genealógica. Así como Adán fue creado de manera individual, Dios podría haber llamado en existencia individualmente al segundo, tercero, y a cada subsiguiente hombre; pero no lo hizo así.

El hombre es creado del hombre, y por su nacimiento es unido orgánicamente con la raza entera. Juntos formamos una sola humanidad, no solamente con los que viven ahora, sino también con todas las generaciones antes de nosotros y con todos aquellos que vendrán después de nosotros. Toda la raza humana es de una sola sangre. El concepto de estados, sin embargo, que subdividen la tierra en continentes, y cada continente en pedazos, no armoniza con esta idea. La unidad orgánica de nuestra raza se realizaría políticamente solamente si un solo Estado podría abarcar todo el mundo, y si la humanidad entera sería asociada en un solo imperio mundial. Si el pecado no hubiera intervenido, sin duda esto hubiera sido así. Si el pecado, como fuerza desintegrante, no hubiera dividido la humanidad en diferentes secciones, nada hubiera perjudicado la unidad orgánica de nuestra raza. Y el error de los Alejandros, y de los Augustos, y de los Napoleones, no fuea el que sintieron el encanto de la idea de un solo imperio mundial; su error fue que se lanzaron a realizar esta idea a pesar de que la fuerza del pecado había disuelta nuestra unidad.

De manera parecida, los esfuerzos internacionales consmopolitas de la democracia social del presente, en su concepto de unión, son un ideal que en este momento nos encanta, pero intentan alcanzar lo inalcanzable porque tratan de realizar este ideal sublime y sagrado ahora, en un mundo de pecado. Sí, e incluso la anarquía, el intento de deshacer todas las conexiones mecánicas entre los hombres y toda la autoridad humana, y de animar el crecimiento de un nuevo lazo orgánico que surja de la misma naturaleza - yo digo, todo esto es solamente el mirar atrás hacia un paraíso perdido.

De hecho, sin el pecado no hubiera habido ni un gobierno ni un orden de estado; sino la vida política entera se hubiera evolucionada de forma patriarcal, desde la vida de la familia. Ni jueces ni policía, ni ejército ni marina, son concebibles en un mundo sin pecado; y por tanto toda regla y ordenanza y ley desaparecería, así como todo control y poder del magistrado, si la vida se desarrollara de manera normal y sin obstáculo desde su impulso orgánico. ¿Quién venda, donde nada es fracturado? ¿Quién usa muletas, cuando sus miembros están sanos?


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Por tanto, toda formación de Estado, todo poder del gobierno, todo medio mecánico de forzar un orden y de garantizar un rumbo sano de la vida es siempre algo poco natural, algo contra lo cual las aspiraciones más profundas de nuestra naturaleza se rebelan; y que en este mismo momento podría convertirse en la fuente de un terrible abuso de poder por parte de aquellos que lo ejercen, y de una revolución continua de parte de las multitudes. Esto originó la batalla de todos los tiempos entre autoridad y libertad, y en esta batalla fue la sed innata por la libertad, dada por Dios mismo, la que frenó la autoridad dondequiera que se convirtió en despotismo. Y así, todo concepto verdadero de la naturaleza del Estado y de la autoridad del gobierno, y todo concepto verdadero del derecho y deber del pueblo a defender la libertad, depende de lo que el calvinismo puso al frente en este asunto, como la verdad primordial - que Dios instituyó el gobierno, por causa del pecado.

En este pensamiento están escondidos tanto el lado luminoso como el lado oscuro de la vida del Estado. El lado oscuro, porque esta multitud de estados no debería existir; debería haber un solo imperio mundial. Estos gobiernos gobiernan mecánicamente y no armonizan con nuestra naturaleza. Y esta autoridad del gobierno se ejerce por hombres pecaminosos, y por tanto es sujeta a todo tipo de ambiciones despóticas. Pero también el lado luminoso, porque una humanidad pecaminosa, sin una división en estados, sin ley y sin gobierno, sería un verdadero infierno en la tierra; o por lo menos una repetición de lo que existía en la tierra cuando Dios hundió la primera raza degenerada en el diluvio. Por tanto, el calvinismo, con su concepto profundo del pecado, descubrió la verdadera raíz de la vida del Estado, y nos enseñó dos cosas: Primero, que recibamos con gratitud, de las manos de Dios, la institución del Estado con su gobierno, como un medio de conservación que por ahora es indispensable. Y por el otro lado también que con nuestro impulso natural, tenemos que vigilar siempre contra el peligro que acecha contra nuestra libertad personal, en el poder del Estado.

Pero el calvinismo hizo más que esto. En la política nos enseñó también que el elemento humano - el pueblo - no debe ser considerado como el objetivo principal, de manera que a Dios solamente se le llama para que ayude a este pueblo en la hora de su necesidad; sino al contrario, que Dios, en Su Majestad, tiene que brillar ante los ojos de toda nación, y que todas las naciones juntas son consideradas por El solo como una gota en el balde o como el polvo en la balanza. Desde los extremos de la tierra, Dios cita a todas las naciones y pueblos ante Su trono de juicio. Dios creó las naciones. Ellas existen para El. Ellas son Su propiedad. Y por tanto, todas estas naciones, y en ellas la humanidad, tienen que existir para Su gloria y consecuentemente según Sus ordenanzas, para que en su prosperidad, cuando ellas caminen según Sus ordenanzas, Su sabiduría divina se haga visible.

Entonces, cuando la humanidad se divide por el pecado, en una multitud de pueblos separados; cuando el pecado, en el seno de estas naciones, separa a los hombres y los aleja uno del otro, y cuando el pecado se revela en todas las maneras de vergüenza e injusticia - la gloria de Dios exige que estos horrores sean frenados, que el orden regrese a este caos, y que una fuerza coactiva desde afuera se establezca para que la sociedad humana sea posible.

Este derecho lo tiene Dios, y El solo. Ningún hombre tiene el derecho de gobernar sobre otro hombre; sino un tal derecho se convirtiría necesariamente e inmediatamente en el derecho del más fuerte. Como el tigre en la jungla se enseñorea del antílope indefenso, así se enseñoreó un faraón de los egipcios al borde del Nilo.

Ni puede un grupo de personas, por medio de un contrato y de su propio derecho, obligarle a Ud. a obedecer a otro hombre. ¿Qué fuerza existiera que me obligara, por el solo hecho de que hace años alguno de mis antecesores hizo un "contrato social" con otros hombres de su tiempo? Como hombre me paro libre y audaz, contra el más poderoso de mis prójimos.

No hablo de la familia, porque allí gobiernan los lazos orgánicos, naturales; pero en la esfera del Estado no me rindo ni me postro ante nadie que es hombre como yo.

La autoridad sobre los hombres no puede surgir de los hombres. Tampoco de una mayoría sobre una minoría, pues la historia demuestra, casi en cada página, que con mucha frecuencia la minoría tenía la razón. Y por tanto, a la primera declaración calvinista de que solo el pecado hizo necesaria la institución de gobiernos, añadimos esta segunda declaración no menos impactante, que toda la autoridad de los gobiernos en la tierra se origina únicamente en la soberanía de Dios. Cuando Dios me dice: "Obedece", entonces yo humildemente inclino mi cabeza, sin comprometer en lo más mínimo mi dignidad personal como hombre. En la misma medida como Ud. se degrada cuando se inclina ante un hijo del hombre, así Ud. se eleva cuando se somete a la autoridad del Señor del cielo y de la tierra.

Así dice la Escritura: "Por mí gobiernan lo reyes"; o como declara el apóstol: "Las autoridades que están, son ordenadas por Dios. Por tanto, el que resiste contra la autoridad, se opone a la ordenanza de Dios." El gobierno es un instrumento de la "gracia común", para contrarrestar todo libertinaje y transgresión, y para proteger al bueno contra el malo. Pero el gobierno es más todavía. Aparte de todo esto, es instituído por Dios como Su siervo, para conservar la obra gloriosa de Dios en la creación de la humanidad, contra la destrucción total. El pecado ataca la obra de Dios, el plan de Dios, la justicia de Dios, la honra de Dios, como el arquitecto y constructor supremo. Así, estableciendo las autoridades que son, para mantener por medio de ellas Su justicia contra los intentos del pecado, Dios dio a los gobiernos el terrible derecho sobre vida y muerte. Por tanto, todas las autoridades que son, sea en imperios o en repúblicas, en ciudades o en estados, gobiernan "por la gracia de Dios". Por la misma razón, la justicia tiene un carácter santo. Y por el mismo motivo, cada ciudadano es obligado a obedecer, no solo por el temor al castigo, sino por causa de la conciencia.

Además. Calvino declaró explícitamente que la autoridad como tal no es afectada de ninguna manera por la forma como un gobierno es instituido y en qué forma se manifiesta. Sabemos que él mismo prefirió una república, y que no tuvo ninguna preferencia para una monarquía como si fuera la forma divina e ideal de un gobierno. Este hubiera sido el caso en un estado sin pecado. Si el pecado no hubiera entrado, Dios hubiera sido el único rey de todos los hombres; y esta condición volverá en la gloria futura, cuando Dios será nuevamente todo y en todo. El gobierno directo de Dios mismo es absolutamente monárquico; ningún monoteísta lo negará. Pero Calvino consideró deseable una cooperación de muchas personas bajo un control mutuo, o sea, una república, ahora que una institución mecánica de un gobierno es necesaria por causa del pecado.

En su sistema, sin embargo, esta diferencia era solamente gradual y no fundamental. El considera una monarquía y una aristocracia, como también una democracia, como formas de gobierno igualmente posibles y practicables; con tal que se mantenga de manera incambiable que nadie en la tierra puede reclamar autoridad sobre sus prójimos, excepto que esta autoridad haya sido puesta sobre él "por la gracia de Dios"; y por tanto, el deber de la obediencia no nos es impuesto por ningún hombre, sino por Dios mismo.

La pregunta cómo se indican aquellas personas que por autoridad divina deben ser investidas con poder, según Calvino, no puede ser respondida para todos los pueblos y todos los tiempos de la misma manera. Sin embargo, él declara que en un sentido ideal, la condición más deseable se encuentra donde el mismo pueblo elige a su propio gobierno. Donde una tal condición existe, él piensa que el pueblo debe reconocer en ello con gratitud un favor de Dios, exactamente como se expresa en el preámbulo de más de una de vuestras constituciones: - "En gratitud al Dios Todopoderoso porque El nos dio el poder de elegir a nuestro propio gobierno." En su comentario sobre Samuel, Calvino advierte a tales naciones: "Y ustedes, oh naciones, a las cuales Dios dio la libertad de elegir a vuestros propios gobiernos, vigilen para que no pierdan este favor al elegir en las posiciones de más alto honor a infames y a enemigos de Dios."

Puedo añadir que la elección del pueblo gana de manera natural donde no existe ninguna otra regla, o donde se deshace la regla existente. Dondequiera que se fundaron nuevos Estados, excepto por conquista o fuerza, el primer gobierno siempre se estableció por elección popular; e igualmente donde la máxima autoridad había caído en desorden, sea por ausencia de una sucesión determinada, o por la violencia de una revolución, siempre era el pueblo el cual a través de sus representantes reclamó el derecho de restaurarla. Pero de la misma manera decidida, Calvino asegura que Dios tiene el poder soberano, en Su providencia, de quitar de un pueblo esta condición más deseable, o de nunca concedérsela, cuando una nación no es apta para ella, o por su pecado dejó de merecer esta bendición.

El desarrollo histórico de una nación muestra en qué otras maneras se concede autoridad. Puede fluir del derecho de herencia, como en una monarquía hereditaria. Puede resultar de una guerra y conquista, como en el caso de Pilato que tuvo poder "dado de lo alto" sobre Jesús. Puede proceder de electores, como en el imperio germano antiguo. Puede descansar sobre los estados del país, como en la antigua república holandesa. En forma resumida, puede asumir una variedad de formas porque hay diferencias interminables en el desarrollo de las naciones. Una forma de gobierno como la vuestra no podría existir ni un solo día en China. Hasta ahora, el pueblo de Rusia no es apto para ninguna forma de gobierno constitucional. Y entre los negros de Sudáfrica, aun un gobierno como el que existe en Rusia sería completamente inconcebible. Todo esto es determinado y señalado por Dios, por medio del consejo secreto de Su providencia.

Todo esto, sin embargo, no es ninguna teocracia. Una teocracia existía solamente en Israel, porque en Israel Dios intervenía inmediatamente. Tanto por los Urim y Tumim como por la profecía, por Sus milagros de protección y por Sus juicios de castigo, El mantuvo en Sus propias manos la jurisdicción y el liderazgo de Su pueblo. Pero la confesión calvinista de la soberanía de Dios se aplica al mundo entero, es verdad para todas las naciones, y vigente en toda autoridad que el hombre ejerce sobre el hombre; incluso en la autoridad que los padres tienen sobre sus hijos. Por tanto, es una fe política que podemos expresar en estas tres declaraciones:

1. Solo Dios - ninguna criatura - tiene derechos soberanos, en el destino de las naciones, porque solo Dios las creó, las mantiene por Su poder, y las gobierna con Sus ordenanzas.

2. El pecado, en el área de la política, quebrantó el gobierno directo de Dios; y por tanto, el ejercicio de autoridad para gobernar fue después puesto sobre hombres, como un remedio mecánico.

3. En cualquier forma que se manifieste esta autoridad, el hombre nunca posee poder sobre su prójimo en alguna otra manera aparte de una autoridad que desciende sobre él desde la majestad de Dios.


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Directamente opuestos a esta confesión calvinista hay dos otras teorías. La teoría de la soberanía popular, como fue proclamada como antitesis en París en 1789, y la teoría de la soberanía del Estado, como fue últimamente desarrollada por la escuela histórica-panteista de Alemania. Ambas teorías son idénticas en el corazón, pero para fines de claridad hay que tratarlas de manera separada.

¿Qué fue lo que impulsó y animó los espíritus de los hombres en la gran Revolución Francesa? ¿La indignación ante los abusos que se habían introducido? ¿El horror ante un despotismo coronado? ¿Una noble defensa de los derechos y libertades del pueblo? Por partes, ciertamente; pero en todo esto hay tan poco de pecado que incluso un calvinista reconoce en estos tres puntos con gratitud el juicio divino que en aquel tiempo fue ejecutado en París.

Pero la fuerza que impulsó la Revolución Francesa no estaba en este odio contra los abusos. Cuando Edmundo Burke compara la "revolución gloriosa" de 1688 con la revolución de 1789, dice: "Nuestra revolución y la de Francia son exactamente lo opuesto una de la otra, en casi cada punto en particular, y en su espíritu entero."

Este mismo Edmundo Burke, un antagonista tan fuerte contra la Revolución Francesa, ha defendido varonilmente vuestra propia rebelión contra Inglaterra, como "surgiendo de un principio de energía que mostró en esta buena gente la principal causa de un espíritu libre, el más adverso contra toda sumisión implícita de la mente y opinión."

Las tres revoluciones en el mundo calvinista dejaron intacta la gloria de Dios; ellas incluso surgieron del reconocimiento de Su majestad. Cada uno admitirá esto de nuestra rebelión contra España, bajo Guillermo el Silencioso. Tampoco se ha dudado de ello en la "revolución gloriosa" que fue coronada con la llegada de Guillermo de Orange III y la caída de los Stuart. Y lo mismo es cierto en vuestra propia revolución. Se expresa en tantas palabras en la Declaración de Independencia, por John Hancock, que los americanos se aseguraron "por la ley de la naturaleza y del Dios de la naturaleza"; que actuaron "como provistos por el Creador con ciertos derechos inajenables"; que apelaron "al Juez Supremo del mundo en cuanto a la rectitud de su intención", y que publicaron su Declaración de Independencia "con una firme confianza en la protección de la Providencia Divina". En los "Artículos de la Confederación" se confiesa en el preámbulo "que plació al gran Gobernador del mundo inclinar los corazones de los legisladores". También se declara en el preámbulo de la constitución de muchos Estados: "En gratitud al Dios Todopoderoso por la libertad civil, política y religiosa que El nos permitió disfrutar por tanto tiempo, y mirando a El, para una bendición sobre nuestros esfuerzos." Dios es honrado allí como "el Gobernador Soberano" y "el Legislador del Universo", y se admite allí específicamente que solo de Dios recibieron los pueblos "el derecho de escoger su propia forma de gobierno". En una de las reuniones de la Convención, Franklin propuso en un momento de ansiedad suprema que buscaran la sabiduría de Dios en oración. Y si alguien sigue teniendo dudas de si la revolución americana era similar a la de París o no, esta duda será completamente tranquilizada por la lucha amarga en 1793 entre Jefferson y Hamilton. Por tanto, permanece lo que expresó el historiador alemán Von Holtz: "Sería locura decir que los escritos de Rousseau hubieran ejercido alguna influencia sobre el desarrollo en América." O como Hamilton mismo lo expresó, que él consideró "la Revolución Francesa no más similar a la Revolución Americana, de lo que la esposa infiel en una novela francesa parece a la matrona puritana en Nueva Inglaterra."

La Revolución Francesa es en su principio distinta de todas estas revoluciones nacionales que fueron emprendidas con los labios en oración y con la confianza en la ayuda de Dios. La Revolución Francesa ignora a Dios. Se opone a Dios. Se niega a reconocer alguna base más profunda para la vida política, de la que se encuentra en la naturaleza, o sea, en el hombre mismo. Por tanto, el primer artículo de la confesión de la infidelidad absoluta es: "Ni Dios ni maestro". El Dios soberano es destronado, y el hombre con su libre albedrio se sienta en el trono vacante. Es la voluntad del hombre que determina todo. Todo poder, toda autoridad se origina en el hombre. Así uno llega desde el hombre individual a los muchos hombres; y en estos muchos hombres comprendidos como "el pueblo", está escondida la fuente más profunda de toda soberanía. No hay ninguna mención, como en vuestra Constitución, de una soberanía derivada de Dios que El, bajo ciertas condiciones, implanta en el pueblo. Aquí se asegura una soberanía propia, que siempre y en todos los estados puede solamente proceder del pueblo mismo, sin ninguna raíz más profunda que en la voluntad humana. Es una soberanía del pueblo que es perfectamente idéntica con el ateismo. En la esfera del calvinismo, como también en vuestra Declaración, las rodillas se doblan ante Dios, mientras las cabezas se levantan orgullosamente frente al hombre. Pero aquí, desde el punto de vista de la soberanía del pueblo, el puño se cierra de manera desafiante contra Dios, mientras el hombre se arrastra ante sus prójimos, adornando su humillación con la ficción de que hace miles de años algunos hombres de los cuales nadie se acuerda, acordaron un contrato político, o como ellos lo llamaron, "contrato social". Ahora, ¿Uds. preguntan por los resultados? Entonces, permitan que la historia les cuente como la rebelión de los Países Bajos, la "revolución gloriosa" de Inglaterra y vuestra propia rebelión contra la corona británica trajeron libertad, y respondan para Uds. mismos a la pregunta: ¿Resultó la Revolución Francesa en algo más que el encadenamiento de la libertad en la omnipotencia del Estado? De hecho, ningún país en nuestro siglo XIX ha tenido una historia más triste que Francia.

No nos sorprende que la Alemania científica haya roto con esta soberanía ficticia del pueblo, desde los días de De Savigny y Niebuhr. La escuela histórica, fundada por estos hombres eminentes, ha denunciado públicamente la ficción de 1789. Cada conocedor de historia ahora la ridiculiza. Solo que aquello que recomiendan en su lugar, no es mejor.

Ahora ya no es la soberanía del pueblo, pero la soberanía del Estado, un producto del panteismo filosófico alemán. Las ideas se encarnan en la realidad, y entre estas, la idea del Estado era la suprema, la más rica, la más perfecta idea de la relación entre el hombre y el hombre. Entonces, el Estado se convirtió en un concepto místico. El Estado fue considerado como un ser misterioso, con un "yo" escondido; con una conciencia de Estado que se desarrolla lentamente; y con una voluntad de Estado que incrementa su fuerza, y que por medio de un proceso lento se esfuerza a alcanzar ciegamente la meta suprema del Estado. El pueblo no se consideraba, como con Rousseau, como la suma total de los individuos. Se entendió correctamente que un pueblo no es un agregado de personas, sino una entidad orgánica. Este organismo necesariamente tiene que tener sus miembros orgánicos. Lentamente, estos órganos llegaron a su desarrollo histórico. Por medio de estos órganos opera la voluntad del Estado, y todo tiene que inclinarse ante esta voluntad. Esta voluntad soberana del Estado puede manifestarse en una república, una monarquía, en un César, un déspota asiático, un tirano como Felipe de España, o un dictador como Napoleón. Todos estos eran solmente formas en las cuales se incorporaba la misma idea del Estado; las etapas del desarrollo como un proceso interminable. Pero en cualquier forma que se revelaba este ser místico del Estado, la idea permanecía suprema: el Estado pronto aseguraba su soberanía, y para cada miembro del Estado la piedra de toque de su sabiduría consistía en dar lugar a esta apoteosis del Estado.

Así se deja de un lado todo derecho transcendente en Dios, hacia el cual el oprimido levanta su rostro. No hay ningún otro derecho sino el derecho inmanente que está escrito en la ley. La ley tiene la razón, no porque su contenido estuviera en armonía con los principios eternos del derecho, sino porque es la ley. Si mañana se legisla exactamente lo contrario, esta ley también debe tener la razón. Y el fruto de esta teoría fatal es naturalmente que la conciencia del derecho es destruida, que toda seguridad del derecho se aparta de nuestras mentes, y que se extingue todo entusiasmo por el derecho. Lo que existe es bueno porque existe; y ya no es la voluntad de Dios, de Aquel que nos creó y nos conoce, sino es la voluntad cambiante del Estado que se convierte en un dios, no teniendo a nadie por encima de sí, y que decide como nuestra vida debe ser.

Y si Uds. consideran además que este Estado místico expresa y afirma su voluntad solamente por medio de hombres, ¿qué otra prueba necesitamos de que esta soberanía del Estado, igual como la soberanía popular, no supera la humillante sujeción del hombre bajo su prójimo, y nunca asciende a un deber de sujeción que encuentra su agente en la conciencia?

Por tanto, en oposición contra la soberanía popular ateísta de los enciclopedistas, y también contra la soberanía del Estado panteísta de los filósofos alemanes, el calvinista mantiene la soberanía de Dios, como la fuente de toda autoridad entre los hombres. El calvinista levanta lo mejor y supremo en nuestras aspiraciones, al colocar a cada hombre y cada pueblo ante el rostro de nuestro Padre en los cielos. El calvinismo señala la diferencia entre la unión natural de nuestra sociedad orgánica, y el lazo mecánica que impone la autoridad del gobierno. Lo hace fácil para nosotros obedecer a la autoridad porque en toda autoridad nos hace honrar la soberanía divina. Nos levanta desde una obediencia nacida del terror ante el brazo fuerte, a una obediencia por causa de la conciencia. Nos enseña a levantar la mirada desde la ley existente hacia la fuente del Derecho eterno en Dios, y crea en nosotros la valentía indomable para protestar incesantemente contra la injusticia de la ley en el nombre de este Derecho supremo. Y no importa cuan poderosamente el Estado se levante para oprimir el desarrollo libre individual, por encima de este Estado poderoso siempre brilla ante el ojo de nuestra alma, infinitamente más poderoso, la majestad del Rey de reyes, cuyo tribunal justo siempre mantiene el derecho de apelación para todos los oprimidos, y al cual la oración del pueblo siempre asciende, para bendecir nuestra nación, y en esta nación, a nosotros y nuestra casa.


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La soberanía en la sociedad

Esto en cuanto a la soberanía del Estado. Llegamos ahora a la soberanía en la esfera de la sociedad.

Con esto entendemos, en un sentido calvinista, que la familia, los negocios, la ciencia, las artes etc. son todas esferas sociales, que no deben su existencia al estado, y que no derivan la ley de su vida de la superioridad del estado, sino que obedecen a una autoridad superior dentro de su propio seno; una autoridad que gobierna, por la gracia de Dios, igual como lo hace la soberanía del estado.

Esto involucra la antítesis entre Estado y sociedad, pero bajo la condición de que no entendemos esta sociedad como un conglomerado sino analizada en sus partes orgánicas, para honrar en cada una de estas partes el carácter independiente que les pertenece.

En este carácter independiente, necesariamente está involucrada una autoridad superior especial, y esta autoridad la llamamos la soberanía en las esferas sociales individuales, para expresar decididamente que estas esferas de la vida social no tienen nada por encima de ellas excepto Dios, y que el Estado no puede intervenir aquí, y no tiene nada que mandar en estos dominios. Como Uds. sienten de una vez, este es el asunto interesante de nuestras libertades civiles.

Aquí es sumamente importante tener en mente la diferencia entre la vida orgánica de la sociedad y el carácter mecánico del gobierno. Cualquier cosa entre los hombres que se origina directamente de la Creación, contiene todos los datos para su desarrollo en la naturaleza humana como tal. Uds. pueden ver esto en la familia y en la conexión de los lazos sanguíneos. De la dualidad de hombre y mujer surge el matrimonio. De la existencia original de un solo hombre y una sola mujer, surge la monogamia. Los niños existen a causa del poder innato de reproducción. Naturalmente, los niños están conectados entre ellos como hermanos y hermanas. Y cuando estos hijos, con el tiempo, se casan también, todas estas conexiones surgen de la relación de sangre y otros lazos que dominan la entera vida familiar. En todo esto no hay nada mecánico. El desarrollo es espontáneo, como el del tronco y las ramas de una planta. Es cierto, el pecado tuvo aquí también una influencia destructora y distorsionó en una maldición mucho de lo que fue creado para ser bendición. Pero este efecto fatal del pecado fue detenido por la gracia común. El "amor libre" y el concubinato pueden tratar de disolver el lazo más sagrado; pero para la gran mayoría de nuestra raza, el matrimonio sigue siendo el fundamento de la sociedad humana, y la familia mantiene su posición como esfera primordial en la sociología.

Lo mismo podemos decir de las otras esferas de la vida.

Aunque la naturaleza que nos rodea haya perdido la gloria del paraíso por causa del pecado, aunque la tierra produzca cardos y espinos para que comamos nuestro pan en el sudor de nuestra frente, sin embargo la meta principal de todo esfuerzo humano permanece lo que era antes de la caída: el dominio sobre la naturaleza. Y este dominio no lo podemos obtener excepto ejerciendo los poderes que están innatos en la misma naturaleza, por las ordenanzas de la Creación.

En consecuencia, toda ciencia es solamente la aplicación al cosmos, de los poderes de la investigación y del pensamiento que Dios creó en nosotros; y las artes no son otra cosa que la productividad natural de las potencias de nuestra imaginación. Cuando admitimos entonces que el pecado, aunque detenido por la "gracia común", ha causado muchas modificaciones de estas distintas expresiones de la vida, modificaciones que se originaron solamente después de que el paraíso fue perdido, y que desaparecerán otra vez con la llegada del Reino de gloria - entonces siempre sostenemos que el carácter fundamental de estas expresiones permanece tal como era originalmente. Todas ellas juntas forman la vida de la creación, en acuerdo con las ordenanzas de la creación, y por tanto se desarrollan orgánicamente.

Pero el caso es completamente diferente con los poderes del gobierno. Aunque podemos admitir que aun sin el pecado, hubiera sido necesario combinar las muchas familias en una unidad superior, esta unidad hubiera sido internamente envuelta en el Reino de Dios, quien hubiera gobernado directa y armoniosamente en los corazones de todos los hombres. Entonces no hubieran existido estados, sino un solo imperio mundial orgánico, con Dios como su Rey; exactamente lo que es profetizado para el futuro que nos espera, cuando todo pecado haya desaparecido.

Pero es exactamente esto lo que el pecado ahora ha eliminado de la vida humana. Esta unidad ya no existe. Este gobierno de Dios ya no prevalece. Un imperio mundial no puede ni debe establecerse. Este mismo deseo contumaz llevó a la construcción de la torre de Babel. Así surgieron pueblos y naciones. Estos pueblos formaron estados. Y sobre estos estados, Dios puso gobiernos. Y así, si me permiten la expresión, no es una cabeza natural que haya crecido orgánicamente desde el cuerpo de los pueblos, sino una cabeza mecánica, que desde afuera fue puesta sobre el tronco de la nación. Solo un remedio para una condición equivocada. Un palo puesto al lado de la planta para mantenerla parada, porque sin este palo caería al suelo por su debilidad.

La característica principal del gobierno es el poder sobre vida y muerte. Según el testimonio apostólico, el gobierno lleva la espada, y esta espada tiene un triple significado.

Es la espada de la justicia, para ejercer el castigo corporal sobre el criminal. Es la espada de la guerra para defender la honra, los derechos y los intereses del estado contra sus enemigos. Y es la espada del orden, para contrarrestar cualquier rebelión. Lutero y sus co-reformadores señalaron correctamente que la institución propia, y la investidura plena del gobierno con poder, surgieron solamente después del diluvio, cuando Dios ordenó que la pena capital caiga sobre aquel que derramase sangre humana. El derecho de quitar una vida pertenece solamente a Aquel que puede dar la vida, o sea, a Dios; y por tanto nadie en la tierra tiene esta autoridad, excepto Dios mismo se la haya dado. En esta perspectiva, el derecho romano que concedió el derecho sobre vida y muerte al padre y al amo de esclavos, está a un nivel mucho inferior a la ley de Moisés, que no conoce la pena capital excepto por orden del gobierno.

El deber supremo del gobierno entonces es la justicia, y en segundo lugar tiene que cuidar al pueblo como una unidad; en el interior, para que esta unidad se refuerce y no sea rota; y en el exterior, para que la existencia nacional no sufra daño. La consecuencia de todo esto es que por un lado, en una nación surge todo tipo de vida orgánica, desde sus esferas sociales; pero que muy por encima de estas, se observa la fuerza mecánica unificadora del gobierno. De allí surge toda fricción y conflicto. Pues el gobierno siempre se inclina a invadir la vida social con su autoridad mecánica, a sojuzgarla y a arreglarla mecánicamente. Pero por el otro lado, la vida social siempre se esfuerza para sacudir la autoridad del gobierno, como al presente donde estos esfuerzos culminan en la democracia social y en el anarquismo, que ambos no son otra cosa que la subversión total de la institución de la autoridad. Pero dejando de lado estos dos extremos, podemos decir que toda vida saludable de pueblos o naciones era siempre la consecuencia histórica de la lucha entre estos dos poderes. Fue el "gobierno constitucional" que intentó más firmemente reglamentar la relación mutua entre los dos. Y en esta lucha, el calvinismo fue el primero al asumir su posición. En la misma medida como honró la autoridad del gobierno, instituido por Dios, exaltó también esta segunda soberanía, que fue implantada por Dios en la esfera social, en acuerdo con las ordenanzas de la creación.

El calvinismo exigió para ambos la independencia en su propia esfera y una reglamentación de la relación entre ambos, no por el ejecutivo, sino bajo la ley. Y con esta exigencia seria, el calvinismo generó la idea fundamental de la ley pública constitucional.

El testimonio histórico es irrefutable, que la ley constitucional no floreció en estados católicos romanos ni en luteranos, sino entre las naciones calvinistas. La idea fundamental es que la soberanía de Dios, al descender sobre los hombres, se separa en dos esferas. Por un lado, la esfera mecánica de la autoridad del Estado, y por el otro lado la esfera orgánica de la autoridad de los círculos sociales. Y en estas ambas esferas, su autoridad inherente es soberana, o sea, no tiene nada encima de sí excepto Dios.


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Ahora, en cuanto a la autoridad del gobierno, no necesitamos más explicación; pero sí en cuanto a la autoridad orgánica social.

En ningún lugar podemos discernir más claramente el carácter dominante de esta autoridad social orgánica, que en las ciencias. En la introducción a una edición de las "Sentencias" de Lombardo y de la "Suma Teológica" de Tomás Aquinas, el tomista erudito escribió: "La obra de Lombardo gobernó ciento cincuenta años y produjo a Tomás, y después de él, la "Suma" de Tomás ha gobernado todo Europa durante cinco siglos y ha generado a todos los teólogos subsecuentes." - Aun admitiendo que este lenguaje es demasiado audaz, la idea que se expresa es correcta. El dominio de hombres como Aristóteles y Platón, Lombardo y Tomás, Lutero y Calvino, Kant y Darwin, se extiende, para cada uno de ellos, sobre épocas. El genio es un poder soberano; forma escuelas; reclama para sí los espíritus de los hombres, con una fuerza irresistible; y ejerce una influencia inmensurable sobre toda la condición de la vida humana. Esta soberanía del genio es un don de Dios que uno puede tener solo por Su gracia. No es sujeto a nadie y es responsable solo ante El mismo.

El mismo fenómeno se observa en la esfera de las artes. Cada maestro es un rey en el Palacio del Arte, no por la ley de la herencia ni por elección, sino solamente por la gracia de Dios. Y estos maestros también imponen autoridad, y no son sujetos a nadie, sino gobiernan sobre todo y al fin reciben homenaje de todos por su superioridad artística.

Y lo mismo podemos decir del poder soberano de la personalidad. No hay igualdad de personas. Hay personas débiles, con la mente estrecha, cuya envergadura no es mayor que la de un gorrión común; pero hay también carácteres amplios, imponentes, que vuelan como águilas. Ellos gobiernan en su propia esfera, no importa si la gente se aleja de ellos o los sabotea, al contrario, crecen más grandes por más oposición que tienen. Y este proceso se lleva a cabo en todas las esferas de la vida. En el trabajo del mecánico, en la tienda, en el comercio, en alta mar, en la esfera de caridad y filantropía. En todo lugar, uno es más poderoso que el otro, por su personalidad, su talento y las circunstancias. En todo lugar se ejerce dominio; pero es un dominio que trabaja orgánicamente, no por investidura del Estado, sino por la soberanía de la vida misma.

En relación con ello, y sobre el mismo fundamento como la superioridad orgánica, existe también la soberanía de la esfera. La universidad ejerce un dominio científico; la academia de bellas artes tiene poder sobre las artes; las corporaciones ejercen dominio técnico; las empresas gobiernan sobre el trabajo - y cada una de estas esferas es consciente del poder de juicio independiente exclusivo, y de acción autoritativa, dentro de su propia esfera de operación. Detrás de estas esferas orgánicas, con soberanía intelectual, estética y técnica, se abre la esfera de la familia, con su derecho del matrimonio, paz doméstica, educación y posesión; y también en esta esfera la cabeza natural es consciente de que ejerce una autoridad inherente - no porque el gobierno lo permite, sino porque Dios lo impuso. La autoridad paternal está arraigada en la misma sangre de la vida, y es proclamada en el quinto Mandamiento. Y finalmente podemos comentar también que la vida social de ciudades y pueblos forma una esfera de existencia que surge de las mismas necesidades de la vida, y que por tanto tiene que ser autónoma.

En muchas diferentes direcciones vemos entonces que la soberanía en la propia esfera de uno, se afirma 1. en la esfera social, por superioridad personal, 2. en la esfera corporativa de universidades, asociaciones, etc. 3. en la esfera doméstica de la familia y vida marital, y 4. en la autonomía comunal.

En todas estas cuatro esferas, el gobierno del Estado no puede imponer sus leyes, sino tiene que reverenciar la ley innata de la vida. Dios gobierna en estas esferas, por sus "virtuosos" escogidos, tan supremo y soberano como Él ejerce dominio en la esfera del Estado por sus magistrados escogidos.

Obligado por su propio mandato, entonces, el gobierno no debe ignorar ni modificar ni irrumpir en el mandato divino bajo el cual están las esferas sociales. La soberanía del gobierno, dada por la gracia de Dios, es aquí puesta de un lado y limitada, por causa de Dios, por otra soberanía que es igualmente divina en su origen. Ni la vida de la ciencia ni de las artes, ni de la agricultura, ni de la industria, ni del comercio, ni de la navegación, ni de la familia, ni de las relaciones humanas, deben ser forzadas a acomodarse a la gracia del gobierno. El Estado no debe nunca convertirse en un pulpo que ahoga la vida entera. El Estado tiene que ocupar su propio lugar, sobre su propia raíz, entre todos los otros árboles del bosque, y así tiene que honrar y mantener toda forma de vida que crece independientemente en su propia autonomía sagrada.

¿Significa esto que el Estado no tiene ningún derecho en absoluto de interferir en estas esferas autónomas de la vida? - De ninguna manera.

El Estado tiene el triple derecho y deber: 1. donde diferentes esferas entran en conflicto, de obligarlas a respetar mutuamente sus límites; 2. de defender a los individuos y a los más débiles, en estas esferas, contra el abuso de poder de los demás, y 3. de obligar a todos a llevar cargas personales y financieras para el mantenimiento de la unidad natural del Estado.

Sin embargo, en estos casos, la decisión no puede tomarla unilateralmente el gobierno. La Ley tiene que indicar los derechos de cada uno; y el derecho de los ciudadanos sobre sus propios bolsillos tiene que permanecer como fortaleza invencible contra el abuso de poder de parte del gobierno.

Y exactamente aquí está el punto de partida para esta cooperación de la soberanía del gobierno con la soberanía de la esfera social, que es reglamentada en la Constitución. Según el orden de las cosas en su tiempo, esto era para Calvino la doctrina de los "magistrados inferiores". La institución de la caballería, los derechos de la ciudad, los derechos de las corporaciones y mucho más, llevó al establecimiento de "estados" sociales, con su propia autoridad civil. Por eso, Calvino deseaba que la ley sea elaborada en cooperación entre estos y los magistrados superiores.

Desde aquel tiempo, estas relaciones medievales se han vuelto totalmente anticuadas. Estas corporaciones u órdenes sociales ya no tienen el poder de gobernar. Su lugar ha sido tomado por el parlamento o una institución parecida de representantes. Ahora es el deber de estas asambleas, de mantener los derechos y libertades populares, de todos y en el nombre de todos, con el gobierno y si es necesario en contra del gobierno. El parlamento debe ser una defensa unida, mejor que la resistencia individual, para simplificar la construcción y operación de las instituciones del Estado y para acelerar sus funciones.

Pero en cualquier modificación, es esencialmente el antiguo plan calvinista, asegurar que el pueblo tenga en todas sus clases y órdenes, en todos sus círculos y esferas, en todas sus instituciones corporativas e independientes, una influencia legal y ordenada en la elaboración de la ley y en el rumbo del gobierno, en un sentido democrático saludable. Y la única diferencia de opinión consiste en la pregunta importante si debemos continuar con la solución presente de los derechos especiales de estas esferas sociales en el derecho de voto individual, o si se debe poner a su lado un derecho de voto corporativo, que permitiría a los diferentes círculos presentar una defensa separada. En el presente, surge una nueva tendencia de organización en las esferas de comercio e industria, y también en el trabajo, y aun desde Francia se escuchan voces que claman por conceder un derecho al voto a estas organizaciones.

Personalmente estaría a favor de un tal cambio, con tal que su aplicación no sea parcial ni mucho menos exclusiva; pero no quiero perderme en estos asuntos marginales. Que sea suficiente haber demostrado que el calvinismo protesta contra la omnipotencia del Estado; contra el concepto horrible de que no existe ningún derecho por encima y más allá de la ley existente; y contra el orgullo del absolutismo que no reconoce ningún derecho constitucional excepto por un favor del príncipe.

Estos tres conceptos, que encuentran tanto suelo fértil en la ascendencia del panteísmo, son la muerte para nuestras libertades civiles. Y es el mérito del calvinismo haber levantado un dique contra este río absolutista, no apelando a la fuerza popular, ni a la alucinación de la grandeza humana, sino deduciendo estos derechos y estas libertades de la vida social desde la misma fuente de donde fluye la autoridad del gobierno: de la soberanía absoluta de Dios. Desde esta única fuente, en Dios, se deriva la soberanía en la esfera individual, en la familia y en todo círculo social, tan directamente como se deriva de ella la autoridad del Estado. Entonces, estos dos tienen que llegar a una comprensión, y ambos tienen la misma obligación sagrada de mantener su autoridad soberana dada por Dios y servir con ella a la majestad de Dios.

Por tanto, una nación que entrega a la soberanía del Estado los derechos sobre la familia, o una universidad que le entrega los derechos sobre la ciencia, es igualmente culpable ante Dios como una nación que se levanta contra la autoridad del gobierno. Y por tanto, la lucha por la libertad no solo es permisible, sino es incluso un deber para cada individuo en su propia esfera. Y esto no de la manera como se hizo en la Revolución Francesa, donde se puso a Dios de un lado y se puso al hombre sobre el trono de la omnipotencia de Dios; sino al contrario, haciendo que todos los hombres, incluido los gobernantes, se inclinen en la humildad más profunda ante la majestad del Dios Todopoderoso.


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La soberanía en la iglesia

Como tercera y última parte de esta exposición, nos queda discutir una pregunta aun más difícil que la anterior: cómo debemos entender la soberanía de la Iglesia en el Estado.

Lo llamo un problema difícil, no porque estuviera en duda acerca de las conclusiones, ni porque dudaría de vuestro consentimiento con estas conclusiones. Porque en cuanto a la vida americana (en Estados Unidos), toda incertidumbre se acaba con lo que vuestra Constitución declaró originalmente - y que más adelante fue modificado en vuestras Confesiones acerca de la libertad del culto y la coordinación de Iglesia y Estado. Y en cuanto a mi persona, hace más de cuarto siglo escribí sobre mi revista semanal el lema: "Una iglesia libre en un Estado libre". En una lucha dura, siempre he puesto en alto este lema, y nuestras iglesias holandeses también están reconsiderando el artículo de nuestra Constitución que trata de esta materia.

La dificultad de este problema está en otro lado. La dificultad está en la hoguera de Serveto. Está en la actitud de los presbiterianos contra los independientes. Está en las restricciones de la libertad del culto y en las "incapacidades civiles" bajo las cuales aun en Holanda sufrieron los católicos romanos. La dificultad está en que un artículo de nuestra antigua Declaración de Fe calvinista encarga al gobierno con la tarea "de defender en contra de, y de extirpar, toda forma de idolatría y de religión falsa, y de proteger el servicio sagrado de la Iglesia." La dificultad está en el consejo unánime y uniforme de Calvino y de sus seguidores, que exigieron la intervención del gobierno en los asuntos de la religión.

Entonces, sería natural acusarnos de que al defender la libertad religiosa, no nos estamos poniendo del lado del calvinismo, sino que lo oponemos directamente. Para protegerme contra esta sospecha, voy a adelantar la regla de que un sistema no se distingue por lo que tiene en común con los sistemas precedentes; sino que se distingue por aquello en que difiere de estos sistemas precedentes.

El deber del gobierno de extirpar toda forma de religión falsa e idolatría, no es un hallazgo del calvinismo, sino data desde Constantino, y fue la reacción contra las persecuciones horribles de sus antecesores paganos contra los cristianos. Desde aquel día, este sistema fue defendido por todos los teólogos romanos y fue aplicado por todos los príncipes cristianos. En los tiempos de Lutero y Calvino, fue una convicción universal de que este sistema era el verdadero. Todos los teólogos famosos de aquel período, Melanchthon como primero, aprobaron la muerte de Serveto; y el patíbulo que fue erigido por los luteranos en Léipzig para Krell, el calvinista convencido, era mucho más repudiable desde un punto de vista protestante.

Pero mientras los calvinistas, en la época de la Reforma, fueron víctimas, por decenas de miles, de sus perseguidores (las víctimas de los luteranos y de los católicos romanos ni valen la pena contarlas), la historia fue culpable de esta injusticia de echarles siempre en su cara esta única ejecución por fuego de Serveto, como un crimen nefandum.

Con todo esto, yo desapruebo completamente aquella ejecución, pero no como si fuera una expresión de una característica especial del calvinismo, sino al contrario, como el efecto tardío de un sistema antiguo que existía antes del calvinismo, bajo el cual había crecido el calvinismo, y del cual todavía no se había liberado completamente.

Si yo quiero saber qué conclusiones sacar al respecto desde los principios específicos del calvinismo, entonces tengo que hacer una pregunta muy diferente. Entonces tenemos que ver y reconocer que este sistema de traer diferencias religiosas bajo la jurisdicción criminal del Estado, resultaba directamente de la convicción de que la Iglesia de Cristo en la tierra podía expresarse en una sola forma y bajo una sola institución. Esta única iglesia, en la Edad Media, era considerada la Iglesia de Cristo, y todo lo que se veía diferente, fue considerado enemigo de esta única iglesia. El gobierno, por tanto, no fue llamado a juzgar o decidir por sí mismo. Había una sola Iglesia de Cristo en la tierra, y era la tarea del gobierno proteger esta Iglesia de las divisiones, herejías y sectas.

Pero rompamos esta Iglesia en fragmentos, admitamos que la Iglesia de Cristo puede manifestarse en muchas formas, en diferentes países; incluso dentro del mismo país en una multiplicidad de instituciones; e inmediatamente desaparece de la vista todo lo que fue deducido de aquella unidad de la iglesia visible. Y por tanto, si no podemos negar que el mismo calvinismo ha roto la unidad de la Iglesia, y que en los países calvinistas se manifestó una amplia variedad de todos tipos de iglesias, entonces concluimos que no debemos buscar la verdadera característica calvinista en lo que retuvo, por un tiempo, del sistema antiguo, sino en lo que salió, nuevo y fresco, de su propia raíz.

Los resultados demostraron que aun después de tres siglos, en todos los países distintivamente católicos, aun en las repúblicas sudamericanas, la iglesia católica romana es y permanece la Iglesia Estatal; igualmente como lo es la iglesia luterana en países luteranos. Y las iglesias libres florecieron exclusivamente en aquellos países que recibieron el aliento del calvinismo, o sea, en Suiza, Holanda, Inglaterra, Escocia, y los Estados Unidos.

En los países católicos romanos, se sigue manteniendo la identificación de la iglesia invisible y visible, bajo la unidad papal. En los países luteranos, con la ayuda del "cuius regio eius religio", la confesión del gobierno ha sido impuesta monstruosamente sobre el pueblo como la confesión del país; allí se trató duramente a los calvinistas, fueron exiliados y perseguidos como enemigos de Cristo. En la Holanda calvinista, al contrario, todos los que fueron perseguidos por causas religiosas encontraron refugio. Los judíos fueron recibidos amablemente; los luteranos eran honrados; los menonitas florecieron; y aun a los arminianos y a los católicos romanos se les permitía el libre ejercicio de su religión en casa y en iglesias apartadas. Los independientes, cuando fueron expulsados de Inglaterra, encontraron descanso en la Holanda calvinista; y desde este mismo país, la "Mayflower" viajó con los Padres Peregrinos a su nueva tierra.

Entonces, no estoy buscando subterfugios, sino estoy apelando a hechos históricos. Y repito, la característica básica del calvinismo no debemos buscar en lo que adoptó del pasado, sino en lo nuevo que creó. Es notable, en este respecto, que desde el mismo inicio, nuestros teólogos y abogados calvinistas defendieron la libertad de la conciencia contra la inquisición. Roma percibió muy claramente como la libertad de la conciencia iba a sacudir los fundamentos de la unidad de la iglesia visible, y por tanto se opuso a ella. Pero por el otro lado, tenemos que admitir que al exaltar a voz alta la libertad de la conciencia, el calvinismo abandonó por principio toda característica absoluta de la iglesia visible.

Tan pronto como dentro de un mismo pueblo, la conciencia de una mitad testificó contra la otra mitad, se hizo una brecha. Tan temprano como en 1649, se declaró que la persecución por causas de la fe era "un asesinato espiritual, un asesinato del alma, una rabia contra Dios mismo, el más horrible de los pecados." Y es evidente que Calvino mismo escribió las premisas de la conclusión correcta cuando reconoció que contra los ateos, incluso los católicos son nuestros aliados; cuando reconoció abiertamente la iglesia luterana; y todavía más enfáticamente en su declaración: "Scimus tres esse errorum gradus, et quibusdam fatemur dandam esse veniam, aliis modicam castigationem sufficere, ut tantum manifesta impietas capitali supplitio plectatur." (Existen tres grados de desviaciones de la verdad cristiana: una leve, que debemos dejar sola; una moderada, que es restaurada por un castigo moderado; y solo la impiedad manifiesta debe recibir la pena capital.) Admito que esta es una decisión severa; pero sin embargo una decisión donde se abandonó el principio de la unidad visible; y donde esta unidad es quebrantada, la libertad amanecerá en el curso natural de los eventos. Es que aquí está la solución: En Roma, el sistema de persecución surgió de la identificación de la iglesia visible con la iglesia invisible. De esta línea peligrosa, Calvino se apartó. Pero él todavía defendía la identificación de su Confesión de la verdad con la Verdad absoluta; y solo con más experiencia salió a la luz que también esta proposición (tan verdadera como sea en nuestra convicción personal) nunca se debe imponer a la fuerza sobre otras personas.


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Hasta aquí los hechos. Ahora probaremos nuestra teoría y examinaremos sucesivamente los deberos de los gobernantes en asuntos espirituales: 1. hacia Dios, 2. hacia la iglesia, y 3. hacia las personas individuales.

En cuanto al primer punto, los gobernantes son y permanecen "los siervos de Dios". Ellos tienen que reconocer a Dios como el gobernante supremo, del cual ellos derivan su poder. Ellos tienen que servir a Dios, gobernando al pueblo según Sus ordenanzas. Ellos tienen que restringir la blasfemia donde adquiere directamente el carácter de una afrenta contra la Majestad Divina. Y se debe reconocer la soberanía de Dios al confesar Su nombre en la Constitución como fuente de todo poder político, al mantener el día de reposo, al proclamar días de oración y de acción de gracias, y al invocar Su bendición divina.

Por tanto, para que gobiernen según Sus ordenanzas santas, cada gobernante es obligado a investigar las leyes de Dios, tanto en la vida natural como en Su Palabra. No para sujetarse a alguna iglesia, sino para que él mismo, como gobernante, reciba la luz que necesita para conocer la voluntad de Dios. Y en cuanto a la blasfemia, el derecho del gobierno para restringirla descansa sobre la conciencia de Dios que es innata en cada hombre; y el deber de ejercer este derecho fluye del hecho de que Dios es el gobernador supremo y soberano sobre todo estado y toda nación. Pero por esta razón, el hecho de blasfemia se establece solamente cuando la intención es aparente, de afrentar esta majestad de Dios como gobernante supremo del Estado. Entonces, lo que se castiga no es la ofensa religiosa, ni el sentimiento impío, sino el ataque contra el fundamento de la ley pública, sobre el cual descansan el Estado y su gobierno.

En este respecto existe una diferencia notable entre estados que son gobernados por un monarca, y estados que son gobernados de manera constitucional, y más todavía repúblicas que son gobernadas por una asamblea extensa.

En el monarca absoluto, la conciencia y la voluntad personal son una, y por tanto, esta única persona es llamada a gobernar su pueblo según su propio concepto personal de las ordenanzas de Dios. Cuando, al contrario, operan la conciencia y la voluntad de muchos, se pierde esta unidad, y el concepto subjetivo de las ordenanzas de Dios, en estos muchos, se puede aplicar solo indirectamente. Pero sea que se trate de la voluntad de una sola persona, o de la voluntad de muchos que llegan a una decisión por votación, el gobierno debe siempre juzgar y decidir de manera independiente. No como un apéndice de la iglesia, ni como su alumno. La esfera del Estado está directamente bajo la majestad del Señor. Entonces, en esta esfera se mantiene una responsabilidad hacia Dios independiente. La esfera del estado no es "profana". Pero ambos, la iglesia y el estado, tienen que obedecer a Dios y servir Su honor, cada uno en su propia esfera. Y para este fin, en cada esfera tiene que gobernar la Palabra de Dios, pero en la esfera del Estado solamente por medio de la conciencia de las personas en autoridad. Lo primero es que todas las naciones deben ser gobernadas de una manera cristiana; o sea, de acuerdo con los principios que fluyen desde Cristo para toda política. Pero esto se puede realizar solamente por medio de las convicciones subjetivas de aquellos en autoridad, según sus percepciones personales de las exigencias de este principio cristiano en cuanto al servicio público.


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El segundo asunto es muy diferente, la relación entre el gobierno y la iglesia visible. Si hubiera sido la voluntad de Dios mantener la unidad formal de la iglesia visible, entonces tendríamos que dar una respuesta muy diferente de lo que es ahora el caso. Es natural que al principio se buscaba esta unidad. La unidad religiosa tiene gran valor para la vida de un pueblo y es atractiva. También se puede entender que al inicio se establecía esta unidad. Lo más bajo que una nación se encuentra en la escala del desarrollo, menos diferencias de opinión se manifiestan. Por tanto, vemos que casi todas las naciones empiezan con una unidad religiosa. Pero es igualmente natural que esta unidad se divide donde la vida individual, en el proceso del desarrollo, gana fuerza, y donde la multiformidad se hace necesaria para un desarrollo más avanzado. Entonces nos enfrentamos al hecho de que la iglesia visible es dividida, y que en ningún país se puede seguir manteniendo la unidad absoluta de la iglesia visible.

¿Cuál es entonces el deber del gobierno?

¿Tiene que hacer un juicio individual, para determinar cuál de las muchas iglesias es la verdadera? ¿Y tiene que mantener a ésta en contra de las demás? ¿O es el deber del gobierno suspender su juicio propio y considerar que el complejo multiforme de todas estas denominaciones es la totalidad de la manifestación de la Iglesia de Cristo en la tierra?

Desde un punto de vista calvinista, tenemos que decidir en favor de la última sugerencia. No por una falsa idea de neutralidad, ni como si el calvinismo tuviera que ser indiferente en cuanto a lo que es verdadero y lo que es falso; pero porque el gobierno no tiene los datos para un tal juicio, y porque todo juicio gubernamental aquí infringe la soberanía de la iglesia. De otra manera, si el gobierno fuera una monarquía absoluta, tendríamos el "cuius regio eius religio" de los príncipes luteranos. O si el gobierno descansa en una pluralidad de personas, la iglesia que ayer fue considerada la falsa, hoy se considera la verdadera, según la decisión por voto; y así se pierde la continuidad de la administración del estado y de la posición de la iglesia.

Por tanto, los calvinistas han siempre luchado tan orgullosa y valientemente por la libertad, o sea, por la soberanía, de la iglesia dentro de su propia esfera; en distinción contra los teólogos luteranos. En Cristo, dijeron ellos, la Iglesia tiene su propio Rey. Su posición en el estado no es asignada por el gobierno, sino iure divino. La iglesia tiene su propia organización. Tiene sus propios oficiales. Y tiene sus propios dones para distinguir la verdad. Por tanto, es su privilegio, y no del estado, determinar sus propias características como iglesia verdadera, y proclamar su propia confesión como la confesión de la verdad.

Si en esta posición se le oponen otras iglesias, entonces luchará contra ellas su batalla espiritual, con armas espirituales y sociales; pero niega el derecho de cualquiera, incluso del gobierno, de sentarse como un poder por encima de estas diferentes instituciones y de forzar una decisión entre ella y sus iglesias hermanas. El gobierno lleva la espada con heridas; no la espada del Espíritu que decide en asuntos espirituales. Y por esta razón, los calvinistas siempre han rehusado asignar al estado una patria potestad. Por cierto, un padre gobierna en su familia sobre la religión de su familia. Pero cuando se organizó el gobierno, la familia no fue puesta a un lado; y el gobierno recibió solamente una tarea limitada, que es definida por la soberanía en la esfera individual, y por la soberanía de Cristo en Su Iglesia.

Solo cuidémonos aquí contra un puritanismo exagerado y no rehusemos, por lo menos en Europa, reconocer los efectos de las condiciones históricas. Es algo muy diferente si alguien levanta un edificio nuevo sobre un terreno vacío, o si uno tiene que restaurar una casa que ya existe.

Pero esto no puede quebrantar la regla fundamental de que el gobierno tiene que honrar el complejo de iglesias cristianas como la manifestación multiforme de la Iglesia de Cristo en la tierra. Que el gobierno tiene que respetar la libertad, o sea, la soberanía, de la Iglesia de Cristo en la esfera individual de estas iglesias. Que las iglesias florecen más cuando el gobierno les permite vivir en sus propias fuerzas por el principio de voluntarios. Y que por tanto ni el cesaropapismo del Zar de Rusia, ni la sujeción del Estado bajo la Iglesia que enseña Roma, ni el "cuius regio eius religio" de los abogados luteranos, ni el punto de vista neutral irreligioso de la Revolución Francesa, pero solo el sistema de una iglesia libre en un estado libre, puede ser honrado desde un punto de vista calvinista.

La soberanía del estado y la soberanía de la iglesia existen lado a lado, y se limitan mutuamente.


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De una naturaleza muy diferente es la última pregunta que mencioné, el deber del gobierno en cuanto a la soberanía de la persona individual.

En la segunda parte de esta exposición, ya indiqué que el hombre desarrollado posee también una esfera individual de vida, con una soberanía en su propio círculo. Aquí no me refiero a la familia, pues este es un lazo social entre varios individuos. Me refiero a lo que expresa el profesor Weitbrecht: "Por medio de su conciencia, cada uno es un rey, un soberano, por encima de toda responsabilidad." O lo que Held formuló de esta manera: "De cierta manera, cada hombre es un soberano, pues cada uno debe tener y tiene una esfera propia, en la cual él es superior."

Con esto no quiero sobreestimar la conciencia, pues a cada uno que quiere liberar la conciencia aun de Dios y de Su Palabra, yo me le opondré. Pero aun así mantengo la soberanía de la conciencia como fortaleza de toda libertad personal, en este sentido: que la conciencia nunca es sujeta a un hombre, sino siempre y solamente al Dios Todopoderoso.

Esta necesidad de la libertad de la conciencia, sin embargo, no se manifiesta inmediatamente. No se expresa con énfasis en un niño, sino solamente en un hombre maduro; y de la misma manera, está dormitada en pueblos no desarrollados, y es irresistible solo entre naciones muy desarrolladas. Un hombre maduro en su desarrollo preferirá ir al exilio, sufrir el encarcelamiento, incluso sacrificar su vida, a tolerar restricciones en cuanto a su conciencia. Y la repugnancia contra la inquisición, que duró tres largos siglos, vino de la convicción de que sus prácticas violaban y asaltaban la vida humana en le hombre. Esto impone al gobierno una doble obligación. En primer lugar, tiene que hacer que la iglesia respete esta libertad de la conciencia, y en segundo lugar, el mismo gobierno tiene que dar lugar a la conciencia soberana.

En cuanto a lo primero, la soberanía de la iglesia encuentra su límite natural en la soberanía de la persona libre. Soberana dentro de su propio dominio, no tiene poder sobre aquellos que viven afuera de esta esfera. Y dondequiera que ocurriera una transgresión de su poder, en violación de este principio, el gobierno tiene que proteger a cada ciudadano. La iglesia no puede ser obligada a tolerar entre sus miembros a alguien a quien se siente obligada expulsarlo; pero por el otro lado, ningún ciudadano del estado puede ser obligado a permanecer en una iglesia la cual su conciencia le obliga abandonar.

Lo que el gobierno exige de parte de las iglesias en este respecto, lo tiene que practicar él mismo, dando a cada ciudadano la libertad de conciencia, como el primer e inajenable derecho de todos los hombres.

Ha costado una lucha heroica, arrancar esta libertad humana más grande de las manos del despotismo; y ríos de sangre humana han sido derramados antes que la meta fue alcanzada. Pero por esta misma razón, cada hijo de la Reforma pisotea la honra de sus padres, si no defiende diligentemente y sin retractarse esta fortaleza de nuestras libertades. Para poder gobernar a hombres, el gobierno tiene que respetar este poder ético más profundo de nuestra existencia humana. Una nación que consiste en ciudadanos con una conciencia quebrantada, es ella misma quebrantada en su fuerza nacional.

Y aun si estoy obligado a admitir que nuestros padres, en la teoría, no tenían la valentía de llegar a las conclusiones que siguen de esta libertad de la conciencia: la libertad de la expresión, y la libertad del culto; aun si estoy consciente de que ellos hicieron un esfuerzo desesperado para impedir la propagación de literatura que no les gustaba - todo esto no anula el hecho de que la libre expresión del pensamiento, por la palabra hablada y escrita, alcanzó su victoria por primera vez en la Holanda calvinista. Cualquiera que estaba restringido en otro lugar, pudo por primera vez disfrutar de la libertad de las ideas y de la prensa en suelo calvinista. Entonces, el desarrollo lógico de lo que contiene la libertad de la conciencia, y esta misma libertad, bendijeron al mundo por primera vez desde el lado del calvinismo.

Es cierto que en los países católicos, el despotismo espiritual y político ha sido vencido finalmente por la Revolución Francesa, y que esta revolución también empezó promoviendo la causa de la libertad. Pero si nos enteramos de la historia de que la guillotina, en toda Francia, por años y años no pudo parar de ejecutar a aquellos que tenían una mente diferente; si nos recordamos cuan cruelmente se mató al clero católico romano porque rehusaron violar su conciencia con un juramento impío; y si conocemos, como yo mismo por una triste experiencia, la tiranía espiritual que el liberalismo y el conservadurismo han aplicado en el continente europeo, y siguen aplicando - entonces tenemos que admitir que la libertad en el calvinismo y la libertad en la Revolución Francesa son dos cosas muy diferentes.

En la Revolución Francesa es una libertad civil para cada cristiano estar de acuerdo con la mayoría incrédula; en el calvinismo, una libertad de la conciencia, que permite a cada hombre servir a Dios de acuerdo con su propia convicción y el dictado de su propio corazón.


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"Exposiciones sobre el calvinismo"
por Abraham Kuyper
Biblioteca
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