TEMA: LA  VERDADERA JUSTICIA 
DEL REINO DE DIOS

Texto bíblico: Mateo 5: 1-3

“1Viendo la multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron a él sus discípulos. 2Y abriendo su boca les enseñaba, diciendo: 3Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”

INTRODUCCIÓN AL SERMÓN DEL MONTE

Si se recuerdan aquellas palabras del mismo Señor, cuando dijo “Produzca la tierra hierba verde, hierba que dé semilla; árbol de fruto que dé fruto según su género…, Produjo, pues, la tierra hierba verde, hierba que da semilla según su naturaleza, y árbol que da fruto, cuya semilla está en él, según su género. Y vio Dios que era bueno”.  En ese sentido se quiere llamar la atención en cuanto al sermón del monte. El mensaje de Jesucristo durante su ministerio en Galilea, va dirigido a los ciudadanos de Su reino; el cual describe el carácter del creyente, las bienaventuranzas de éste, y su relación con el mundo. Cabe recordar las palabras del maestro bíblico Juan Calvino. “El reino de los cielos no es un salario de siervos, sino herencia de hijos” con lo cual se quiere advertir que, el contenido de esa predicación debe manifestarse plenamente en cada ciudadano del Reino – hijos adoptados de Dios -. Así como la tierra produce hierba, semilla, según su género. Del mismo modo,  el árbol. El discípulo de Cristo, le corresponde obrar según la gracia que ha recibido como verdadero ciudadano del Reino. Dicho en otras palabras, el sermón del monte no es un código ético para observarlo según la conveniencia del sujeto; es mas bien, lo que cada cristiano debe reflejar y vivir en cada área de su vida. Vida según Dios y para Dios.

ALGUNAS CONSIDERACIONES:

El sermón del monte es para todo el pueblo de Dios. Ninguno puede prescindir de estas verdaderas, ni dejar de vivirlas.
El sermón del monte no cultiva méritos u obras para los creyentes, mas bien, muestra el carácter de cada uno. A través de la vivencia del sermón del monte se conocen los que han nacido de Dios.
Cuanto más se vive y se practica el sermón del monte, mejor se evidencia la gracia salvífica y restauradora de Dios en nuestras vidas.
El sermón del monte no es un decálogo moral para cumplir, sino un deber ser del creyente. En suma, quien es un verdadero discípulo del Señor no busca cumplir las reglas del sermón del monte; antes bien, las expresa como fruto de un corazón limpio, por la sangre del Cordero de Dios. “Es como si Cristo dijera: Por ser lo que sois, así habéis de considerar la ley y vivirla”. (Dr. Martyn Lloyd-Jones)

DESARROLLO

Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
Esta declaración salida de la boca de nuestro Señor Jesucristo, trae consigo una fuerza y riqueza espiritual a los fieles de Él. Para aprovechar ricamente el sentido del pasaje, hemos de dividirlo en tres partes sustanciales.   La primera tiene que ver con la bienaventuranza anticipada, la segunda con el carácter o condición de aquel a quien está dirigida y la tercera con el asiento o razón de esa bendición.

Bienaventurados: Supremamente bendecido. Bien librado. Dichoso. Feliz. Glorioso.

El sermón del monte empieza con bendición espiritual   lo cual nos indica que el propósito del Padre al enviar a su  Hijo, fue bendecir a un pueblo carente de todo bien espiritual.  “A vosotros primeramente, Dios, habiendo levantado a su Hijo, lo envió para que os bendijese, a fin de que cada uno se convierta de su maldad” (Hechos 3:26).  En mis largos años  no he descubierto un mensaje de tanto aliento como este que se encuentra expresado en esta primera bienaventuranza.  En realidad, se observa y se experimenta en este mundo caído; grandes rasgos del sufrimiento, de la tristeza, del desamparo, de pobreza, de enfermedades,   miles y un mal que hemos pasados muchos de nosotros. Pero cuando Cristo inicia la predicación con esa loable palabra  bienaventurado, trae consigo la suma de la esperanza eterna y la respuesta al ser humano desprovisto de toda bendición celestial. En este punto se quiere advertir que, la vida cristiana o todo ciudadano del Reino de Dios, le es dado gratuitamente la bendición de ser militante y triunfante en Cristo de las disposiciones y  beneficios del Reino.  Como lo señalé anteriormente, nunca había encontrado o logrado algo si antes no hubiere obrado; en cambio, la vida en Cristo otorga bienes sin que haya aportado algún mérito. Es por ello que Cristo antepone la bendición o bienaventuranza antes de cumplir cualquier cosa, y la razón es para que ninguno de jacte o atribuya obra a la gracia de entrar al seno del Reino. Amados hermanos, Ustedes y yo debemos dar gracias a Dios por  recibir los bienes espirituales sin cooperar nosotros en nada. “Dios envió al Hijo para que os bendijese”  (Hech. 3:26d)

Pobres en espíritu.

Nuestro Señor Jesucristo ha dicho que son bienaventurados los pobres en espíritu, de donde se sigue que la pobreza que aquí se enuncia no equivale a derrota o pérdida, sino de riqueza espiritual. Ahora bien, qué quiere enseñar nuestro Señor en esta declaración; a saber, que todos aquellos que por la gracia de Dios han reconocido su necesidad de Él, que son conscientes de que no se pueden salvar así mismo y renuncian a todo mérito propio, a éstos y sólo a éstos se les es dado, la bendición o bienaventuranza espiritual. Precisa recordar que, nada hace feliz al ser humano fuera de Dios. “porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee”. (Luc. 12:15) “y los que disfrutan de este mundo, como si no lo disfrutasen; porque la apariencia de este mundo se pasa” (I Cor. 7:31). Estos  pasajes nos recuerdan que lo único rico, perdurable y eterno que enriquece a la criatura es el don de Dios; expresado en Cristo – Jesús.

Se explica que, cuando se dice en esta primera bienaventuranza pobres en espíritu  no se quiere decir que su estado espiritual es ruin, no, lo que se quiere enseñar es que éstos pobres en espíritu, reconocen en todo momento que les urge acudir a Cristo. Véase algunos pasajes. “Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador” (Luc. 18:13). “Mi mano hizo todas estas cosas, y así todas estas cosas fueron, dice Jehová; pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra” (Is. 66:2). ¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? (Rom. 7:24)

De acuerdo a  los pasajes anteriores se entiende objetivamente, que el verdadero hijo adoptado de  Dios, no apela a sus propios recursos para vivir en y para el Rey del Reino; sino que precipitadamente ansía el socorro del Padre; “Sé propicio a mí pecador” porque sabe que nada en él le sirve o le alcanza, para librarse así mismo del pecado. Además, no es arrogante, muestra humildad y reverencia ante los mandatos del Señor y, en última, aun teniendo los bienes de Jesucristo exclama  para sí mismo; miserable de mí, quién podrá librarme de mi vieja naturaleza, ahí entonces es donde se aplica la bienaventuranza que dice que los creyentes en Cristo, son bienaventurados. Dichosos aquellos que son llenos del poder de Dios y cuya iniquidad es cubierta. He aquí una advertencia: “16Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. 17Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo” (Apoc. 3:16-17). Jesucristo se dirige a esta iglesia diciéndole que eran unos desventurados, aunque ellos se creían ricos. Es necesario pedir que el Señor nos ayude a no pensar más allá de lo que está escrito. En contraste, “Yo conozco tus obras, y tu tribulación, y tu pobreza (pero tú eres rico). (Apoc. 2:9). La iglesia en Esmirna padecía grandes tribulaciones lo que puede ser para un impío motivo de tragedia, mientras que para el pueblo de Dios es reflejo de una vida abundante en Cristo.

Porque de ellos es el reino de los cielos.

Para terminar con la tercera parte de la bienaventuranza hemos de decir que, ¿Quiénes son ellos? ¿Qué reino de los cielos? Si bien por lo que se ha advertido previamente, no es necesario aclarar estas preguntas. Pues, se sabe que ninguno puede hacer parte del Reino de los  cielos a menos que sea llamado por el Salvador. En este caso los bienaventurados   o dichosos son los hijos adoptados de Dios. Ellos gozan del Reino desde ya; acepto que aún se manifiestan cosas contrarias y pecaminosas, pero ello no es por causa del Señor del reino, sino por el pecado del pueblo redimido. Es necesario recordar la doctrina del Reino de Cristo:
Es evidente que Cristo comparte, como Hijo de Dios, el reino y dominio del Padre sobre todas las criaturas. (Sal.2:6; 45:6). El Mesías ejerce gobierno sobre Su pueblo. Este reino se establece en los corazones de los creyentes; su propósito final es la salvación de los pecadores. Cristo es el rey de la Iglesia (I Cor. 11: 3; Ef.1:20-22; 5:23). El reino espiritual de Cristo es presente y futuro a la vez. Por un lado, es un reino en desarrollo  en los corazones y vidas de los seres humanos (Mat. 12:28; Lc. 17:21). Pero, por otro lado, es también una esperanza futura. (Mt. 7:21; 19:23; Lc. 22: 29). Cristo reina en Su Iglesia desde que Dios hizo renacer, (Nuevo Nacimiento) al primer escogido para salvación.
En conclusión, cuando se dice que de ellos es el reino de cielos, no se quiere indicar que ellos son dueños y señores del Reino, no, se enseña mas bien que militan ahí, y son gobernados por su Rey, esto es, Cristo cabeza y juez de la iglesia.

CONCLUSIÓN

“Y dejaré en medio de ti un pueblo humilde y pobre, el cual confiará en el nombre de Jehová” (Sofonías 3:12). Cualquiera de estas virtudes que se expresen, no son productos del creyente mismo, sino manifestaciones que el Santo Espíritu produce en la vida de los redimidos.
Todo aquel que pone su mirada en las cosas celestiales gozará del bien del Señor. Mientras que aquellos que son influidos por las cosas pasajeras de este mundo, serán esclavos de las mismas.
Pobre en espíritu son aquellos que aun teniendo bienes materiales en este mundo, no se hacen objeto de ello, sino que en todo momento reconocen que todo viene de lo alto.
Pobres de espíritu son aquellos que no confían en sus propias capacidades, bienes materiales, su trabajo, su familia, sus ahorros en el banco, su conocimiento bíblico, su tiempo de ser cristiano u otras fuentes, sino que descansan en Dios y buscan cada día ser llenos de su Santo Espíritu.
Pobres en espíritu es aquel que ha perdido toda confianza en sí mismo, en su propia justicia y en sus propios recursos; antes bien, reconocen que dependen totalmente del mérito de la obra de Cristo y del poder de su Espíritu.

…Y TODO POR LA GRACIA DE DIOS, A ÉL SEA LA GLORIA POR LOS SIGLOS DE LOS SIGLOS.

Su servidor en Cristo,
Rafael Correa Vargas.
Bogotá, D.C., julio 5 de 2009
iramoryvida.wordpress.com
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