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LA RESURRECCION DE JESUCRISTO PRONUNCIADO EL DIA DE PASCUA, EN EL CUAL SE CELEBRA LA SANTA CENA DE NUESTRO SEÑOR

Por Juan Calvino

"Pasado el día de reposo, al amanecer del primer día de la .semana, vinieron María Magdalena y la otra María, a ver el sepulcro. Y hubo un gran terremoto; porque un ángel del Señor, descendiendo del cielo y llegando, removió la piedra, y se sentó sobre ella. Su aspecto era como un relámpago, y su vestido blanco como la nieve. Y de miedo de él los guardas temblaron y se quedaron como muertos. Mas el ángel respondiendo, dijo a las mujeres: No temáis vosotras; porque yo sé que buscáis a Jesús, el que fue crucificado. No está aquí, pues ha resucitado, como dijo. Venid, ved el lugar donde fue puesto el Señor. E id pronto y decid a sus discípulos que ha resucitado de los muertos, y he aquí va delante de vosotros a Galilea; allí le veréis. He aquí, os lo he dicho.
Entonces ellas, .saliendo del sepulcro con temor y gran gozo, fueron corriendo a dar las nuevas a sus discípulos. Y mientras iban a dar las nuevas a los discípulos, he aquí, Jesús les salió al encuentro diciendo: ¡Salve! Y ellas, acercándose, abrazaron sus pies, y le adoraron. Entonces Jesús les dijo: No temáis; id, dad las nuevas a mis hermanos, para que vayan a Galilea, y allí me verán" (Mateo 28:1﷓10).

A primera vista a uno le puede parecer extraño que nuestro Señor Jesús, queriendo dar evidencias de su resurrección, apareció más bien a mujeres que a sus discípulos. Pero en esto tenemos que considerar que él quería demostrar la humildad de nuestra fe. Porque no tenemos que estar basados en la sabiduría humana, sino que tenemos que recibir en absoluta obediencia lo que sabemos, reconociendo que procede de él. Por otra parte, no hay duda de que quiso castigar a sus discípulos, enviándoles mujeres para instruirlos, ya que la instrucción que ellos habían recibido de sus propios labios, llegado el momento de la prueba no les había aprovechado. Porque, vean cómo fueron dispersados. Abandonan a su Maestro; están turbados por el temor. ¿Y qué bien les hizo el haber estado más de tres años en la escuela del Hijo de Dios? Entonces, semejante cobardía merecía un gran castigo, incluso el de ser totalmente privados del conocimiento que habían recibido anteriormente, ya que, por así decirlo, lo habían pisoteado con sus pies y sepultado. Ahora, nuestro Señor Jesús no quiso castigarlos severamente, sino que, para mostrarles su falta mediante una gentil corrección, designó a unas mujeres para que fuesen sus maestros. De antemano habían sido acogidos para publicar el evangelio a todo el mundo (realmente son los primeros maestros de la Iglesia), pero puesto que fueron tan cobardes, al extremo de estar tan atónitos que incluso su fe resultó aplacada, ahora es totalmente correcto que sepan que no son dignos de oír ninguna enseñanza de la boca de nuestro Señor Jesucristo. Noten entonces, por qué son enviados de vuelta a las mujeres, hasta tanto hayan reconocido mejor sus faltas, y Jesucristo los haya restaurado a su posición y privilegio, pero por gracia. Además (como he dicho), en general todos nosotros somos exhortados a recibir el testimonio que nos es enviado por Dios, aun cuando las personas que hablan sean de poca importancia, o carentes de crédito o reputación en los ojos del mundo. Como de hecho ocurre cuando un hombre es elegido o nombrado para ser un notario público, o un empleado público, lo que haga será recibido como auténtico. Nadie diría esto o aquello para contradecirle. Porque el oficio le otorga respeto entre los hombres. Y, acaso tendrá Dios menos preeminencia que los príncipes terrenales cuando solamente ordena a los que él quiere como testigos suyos, de quienes uno recibe, sin contradicción o réplica lo que él quiere decir? Ciertamente, es preciso que sea así a menos que queramos ser rebeldes contra Dios mismo. Esto, entonces, tenemos que recordar en primer lugar.
Además notemos también que si bien nuestro Señor Jesucristo apareció a las mujeres, y estas recibieron el primer grado de honor, él mismo ofreció suficiente testimonio de su resurrección, de manera que si no cerramos nuestros ojos, ni nos tapamos nuestros oídos y por cierta malicia nos endurecemos y volvemos estúpidos, tenemos una certeza abundante de este artículo de la fe, puesto que también es de gran importancia. Porque cuando San Pablo refuta la incredulidad de aquellos que aun dudaban de que Jesús había sido levantado, no sólo menciona a las mujeres, sino que menciona a Pedro y Santiago, luego a los doce apóstoles, luego a más de quinientos discípulos a quienes apareció nuestro Señor Jesús. Cómo, entonces, podríamos excusar nuestra malicia y rebelión si no damos crédito a más de quinientos testigos que fueron escogidos para ese propósito, no de parte del hombre, sino por la soberana majestad de Dios. Y no fue solamente una vez que nuestro Señor Jesús ley, declaró que vivía, sino muchas veces. De esa manera, lo que dudaron los apóstoles y la incredulidad de ellos, debería servirnos como mayor confirmación. Porque si a la primera aparición hubieran creído en la resurrección de nuestro Señor Jesucristo, uno podría argumentar diciendo que fue demasiado simple. Pero ellos son tan lentos que Jesucristo tiene que amonestarlos por ser personas testarudas, carentes de fe, con la mente tan pesada y obesa que no entienden nada. Entonces, cuando los apóstoles demuestran estar tan poco preparados para recibir este artículo de fe, ello debería aumentar tanto más nuestra certeza. Porque el hecho de que este artículo les ha sido impuesto como por la fuerza, es buena razón para que nosotros sigamos ahora. Como dice: "Tomás, tú has visto, y por eso has creído, pero bienaventurados aquellos que creen sin haber visto." Entonces, ahora, cuando dice así que nuestro Señor Jesús apareció a dos mujeres, pensemos también en lo que se dice en los otros pasajes de San Pablo, para saber que no tenemos por qué tropezar ante aquellos que hablan para dar crédito a lo que dicen conforme a la importancia o condición de sus personas; en cambio deberíamos elevar nuestros ojos y nuestros sentidos para sujetarnos a Dios, que bien merece tener completa superioridad sobre nosotros, y para ser cautivos bajo la palabra suya. Porque si no nos dejamos enseñar ciertamente nunca obtendremos provecho de la enseñanza del Evangelio. Y si recibimos lo que Dios declara y nos testifica, no debemos considerarlo como una necedad. Porque cuando por la obediencia hayamos aprendido a aprovechar en su escuela y en la fe, entonces sabremos que la perfección de toda sabiduría es que seamos así, obedientes a él.
Vengamos ahora a esta historia que aquí se nos narra. Dice que "María Magdalena vino con sus compañeras, el primer día de los sábados, al sepulcro," es decir, el primer día de la semana. Porque los judíos guardan el sábado, al que llaman sabath, como día de descanso, puesto que también es eso lo que la palabra significa; luego, a los siguientes días de la semana los llaman primer día después del sabath, segundo día, etc. Ahora bien, puesto que cuentan el comienzo del día partiendo desde la puesta del sol, dice que las Marías compraron ungüentos aromáticos cuando hubo pasado el sabath y que hicieron preparativos para venir al sepulcro el siguiente día. Y no eran solamente dos. Es cierto que San Juan solamente menciona a María Magdalena. San Mateo menciona a dos de ellas, y por San Lucas vemos que allí hubo un grupo numeroso. Pero todo esto concuerda muy bien. Porque María Magdalena era quien guiaba, y la otra María es mencionada explícitamente aquí porque era quien le seguía más de cerca. Mientras tanto, numerosas mujeres vinieron para ungir el cuerpo de nuestro Señor Jesús, y es notable que diga que vinieron para saber si habría acceso y entrada al sepulcro. Es por eso que se identifica particularmente a dos.
San Mateo agrega que el ángel les apareció mientras las dos estaban allí. Pero como solamente una de ellas habló, es que ella es mencionada de manera especial. Finalmente, cuando se alejan, se encuentran con nuestro Señor Jesús quien las envía a sus discípulos para que todos se reúnan en Galilea. Allá quiere mostrarles su resurrección, el motivo es que la ciudad de Jerusalén se ha privado por su maldad de tal testimonio. Es cierto que la Fuente de la vida todavía está allí, porque de ella procedía la ley y la palabra de Dios, pero entre tanto nuestro Señor Jesús no quiso revelarse en esa ciudad a sus discípulos, puesto que la maldad allí todavía era tan reciente. Por otra parte él quería operar conforme a la dureza del corazón de ellos. Porque realmente estaban capturados por el asombro de modo que el sentido de la vista no habría sido suficiente; era preciso tomarlos aparte, y manifestarse a ellos de tal manera que quedase plenamente convencido.
Ahora bien, aquí vemos nuevamente que a las mujeres nombradas todavía no les es permitido adorar a nuestro Señor Jesucristo como a su Maestro, si bien ellas estaban apenadas por su muerte. En consecuencia bien podemos deducir que la palabra de Dios siempre estuvo implantada en sus corazones. Porque si bien su fe era débil, ellas van al sepulcro en busca de nuestro Señor Jesús. También hay en ellas cierta ignorancia que no puede ser excusada. Porque ya tendrían que haber elevado su espíritu, esperando la resurrección que les había sido prometida, y a la que estaba especialmente asignado el tercer día. Entonces, estuvieron tan ocupadas que no entendieron lo principal, es decir, que nuestro Señor Jesús tenía que tener victoria sobre la muerte a efectos de adquirir vida y salvación para nosotros. Digo que eso es lo principal porque sin ello el Evangelio no sería nada como dice San Pablo} y nuestra fe quedaría totalmente destruida. De manera que estas pobres mujeres, por mucho que puedan conocer el evangelio que les ha sido predicado, sabiendo que es la pura verdad, no obstante, están tan apenadas y confundidas que no entienden que él debía resucitar, y por eso vienen al sepulcro con sus ungüentos aromáticos. Allí hay entonces una falla que debe ser condenada. De todos modos su servicio es aceptable a Dios porque hasta tanto él las corrija, excusa su asombro. En esto notemos que cuando nuestro Señor aprueba lo que hacemos, todavía no tenemos que acreditarlo a nosotros mismos, diciendo que lo hemos merecido, cuando, muy por el contrario, es por su gracia abundante que él reconozca aquello que era indigno de ser ofrecido a él. Porque siempre habrá ocasión de condenar nuestras obras cuando Dios las examine estrictamente, ya que siempre estarán contaminadas con alguna mancha. Pero Dios nos protege y no rechaza lo que traemos para ofrecerle, no importa la debilidad o falla que pueda haber, viendo que todo es purificado por la fe y que no es sin causa que seamos aceptables a él en Jesucristo. Esto es entonces, lo que tenemos que observar.
Por otra parte, reconozcamos también que en el sepulcro de nuestro Señor Jesucristo tiene que haber habido otra fragancia, mucho mejor, mucho más intensa, que la de estos ungüentos que se mencionan. Ya hemos dicho que los judíos estaban acostumbrados a ungir el cuerpo a efectos de ser confirmados en la esperanza de la resurrección y de la vida celestial. Era para demostrar que los cuerpos no se descomponen a tal extremo que no puedan ser preservados hasta el día final de manera que Dios pueda restaurarlos. Pero el cuerpo de nuestro Señor Jesucristo tenía que ser exceptuado de toda descomposición. Ahora bien, las especias no podían lograr eso, pero, puesto que se había declarado que Dios no permitiría que su santo y divino viera corrupción, es que por un milagro nuestro Señor Jesús fue preservado de toda descomposición. Además puesto que él fue exceptuado de la corrupción, nosotros ahora estamos ciertos y seguros de la gloria de la resurrección, que ya se nos apareció en su persona. Entonces, ahora vemos que la fragancia del sepulcro y de la resurrección de nuestro Señor .Jesucristo ha llegado incluso hasta nosotros, de manera que podamos ser vivificados por ella. Ahora bien, ¿qué sigue entonces? Pues, que ya no vamos a ver el sepulcro como estas mujeres, por cuya ignorancia y debilidad somos ayudados, sino que nos elevamos, puesto que desde allí nos llama e invita, puesto que nos ha mostrado el camino, y puesto que nos ha declarado haber tomado posesión de su reino celestial para prepararnos un lugar y un sitio cuando por la fe lo hallemos allí.
Pero también tenemos que notar lo que agrega San Mateo: El ángel, dice Mateo, apareció y atemorizó a los guardas de tal manera que se volvieron como hombres muertos. Las mujeres se atemorizaron de la misma manera, pero después de eso el ángel les administró el remedio. "En cuanto a ustedes," dijo, "no teman, porque ustedes buscan a Jesús, el que fue crucificado. Ha resucitado, como lo había dicho." Aquí vemos cómo Dios acepta el afecto y celo de estas mujeres de manera que, no obstante, él corrige aquello que desaprueba. Quiero decir que lo corrige por boca del ángel, el cual está en su nombre. Hemos dicho que es por bondad singular que Dios recibe nuestro servicio siendo este imperfecto, aunque podría aborrecerlo. Entonces él recibe de nosotros aquello que carece de valor, así como un padre recibirá de sus hijos lo que de otra manera sería considerado como desecho y una chanza. He aquí, digo, qué generoso es Dios hacia nosotros. Pero, por otra parte, es cierto que él no quiere que los hombres se alegren o tomen a la ligera sus faltas. Por eso el ángel corrige esta falta de parte de las mujeres. Aunque su intención es buena, todavía son condenadas por su falta particular. Por eso San Lucas informa que fueron amonestadas más severamente. "¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?"
Pero aquí tenemos que observar que los guardas, como hombres incrédulos y malvados, sin temor de Dios ni de la religión, fueron presa del temor, incluso es posible que realmente un espíritu de enajenamiento se haya posesionado de ellos. Las mujeres, ciertamente están atemorizadas, pero inmediatamente reciben consuelo. He aquí entonces, cuán terrible es la majestad de Dios para aquellos a quienes les es manifestada. Es por eso que percibimos nuestra debilidad cuando Dios se declara a nosotros, y porque primero estábamos inflados de presunción y tan osados que ya no creíamos ser hombres mortales; cuando Dios nos da alguna señal de su presencia, necesariamente tenemos que ser abatidos y conocer cuál es nuestra condición, es decir, que solamente somos polvo y ceniza, que todas nuestras virtudes solamente son humo que se vuela y se desvanece. Entonces, esto es común a todos, sean buenos o malos. Además, cuando Dios ha aterrorizado así a los incrédulos, los deja allí como hombres rechazados, porque no son dignos de experimentar de ninguna manera su bondad. Por eso también huyen de su presencia, se enojan y crujen sus dientes y están tan enardecidos que pierden todo sentido y razón, convirtiéndose en personas totalmente embrutecidas. Los fieles, habiendo sido embrutecidos, se levantan y toman coraje, porque Dios los consuela y les da gozo. Entonces, este temor, que los fieles sienten en la presencia de la majestad de Dios no es otra cosa sino el primer paso en humildad a efectos de rendirle el homenaje debido a él, y a efectos de someterse a él, sabiendo que no son nada, a efectos de buscar solamente en él todo su bien.
Es por esto entonces, que el ángel dice: "No temáis." Esta palabra es digna de ser notada. Porque incluso es como si hubiera dicho, "Dejo esta gentuza en su confusión, porque no son dignos de misericordia alguna, pero ahora me dirijo a ustedes y les traigo un mensaje de gozo. Queden entonces, libradas de este temor puesto que buscan a Jesucristo." Puesto que esto es cierto, aprendamos a buscar a nuestro Señor Jesús, no (como he dicho) en una dureza de corazón como la de estas mujeres de las que se habla aquí (puesto que tampoco ya no hay motivos para ir al sepulcro a buscarlo), sino con fe acercándonos directamente a él, sinceramente. Y al hacerlo así tengamos la seguridad de que este mensaje nos pertenece a nosotros y es dirigido a nosotros. Tenemos que venir osadamente y sin temor, pero no en forma irrespetuosa (porque tenemos que ser tocados por el temor a efectos de adorar la majestad de Dios). Pero, de todas maneras, que no estemos atemorizados como vencidos por la desconfianza. Sepamos, entonces, que el hijo de Dios se adaptará a nuestras limitaciones cuando con fe nos acercamos a él, y aun hallaremos motivos en él para nuestra consolación y regocijo, ya que es para provecho y salvación nuestra que él ha adquirido el señorío y dominio sobre la vida celestial.
De todos modos, las mujeres se alejaron con gran gozo y gran temor. Aquí se demuestra otra vez la debilidad de la fe de ellas. He dicho que el propósito al cual aspiraban era bueno, pero no fueron por el buen camino según lo aprendemos de su cobardía, y del hecho de que no podían decidirse a creer o a no creer en la Resurrección. Aunque habían oído hablar muchas veces de ella, con todo, no logran conquistar sus sentimientos para llegar a una conclusión final de que ya no es necesario buscar a nuestro Señor Jesús en el sepulcro. Noten, entonces, el origen de este temor. Así vemos que es un sentimiento equivocado. Es cierto (como ya he sugerido) que debemos temer a Dios para rendirle la reverencia correspondiente a su majestad, y obedecerle y estar totalmente humillados, de manera que él sea exaltado en su gloria; debemos mantener cerrada toda boca, para que solamente él sea reconocido como justo, sabio y todopoderoso. Pero este temor que se menciona aquí, es, en segundo lugar, malo y digno de condenación, porque es causado por la confusión de estas pobres mujeres. Porque, si bien pueden ver y oír hablar al ángel, les parece que casi es como un sueño. Ahora, por medio de esto se nos advierte que Dios obra con tanta frecuencia en nosotros porque no percibimos si hemos aprovechado o no. Porque es tanta la ignorancia que hay en nosotros, que realmente son nubes las que nos impiden venir a la claridad perfecta, en cambio estamos enredados en muchas fantasías. En resumen, pareciera que toda la enseñanza de Dios es prácticamente inútil. Sin embargo, descubrimos que hay cierta aprehensión en ello, que nos hace sentir que Dios ha obrado en nuestro corazón. Aunque solamente tengamos una pequeña chispa de gracia, no nos desanimemos. Oremos más bien que Dios añada a lo pequeño que ha comenzado, y que nos haga roer, y que nos confirme, hasta que seamos traídos a la perfección de la cual aun estamos muy lejos. Si bien el hecho de que las mujeres estaban tan ocupadas por el temor y el gozo, fue condenado como una falta, vemos que Dios siempre las gobernó por medio de su Espíritu Santo, y que este mensaje que les fue fue llevado por el ángel no resultó totalmente inútil.
Ahora tenemos que continuar. Nuestro Señor Jesús les apareció en el camino les dijo: “No temáis, sino id, digan a mis hermanos que se reúnan en Galilea, allí me verán." En este pasaje vemos aun mejor cómo el Hijo de Dios nos atrae gradualmente a sí mismo hasta que somos confirmados totalmente, puesto que esa es nuestra necesidad. Seguramente fue suficiente que las mujeres oyeran el mensaje por boca del ángel puesto que llevaba las marcas de haber sido enviado por Dios. Su rostro era como un relámpago. Es cierto que la blancura de un manto y cosas semejantes no expresan vívidamente la majestad de Dios. Sin embargo, estas mujeres tenían un testimonio muy seguro de que quien les hablaba no era un hombre mortal, sino un ángel celestial. Entonces, este testimonio bien podría haber sido suficiente para ellas, pero de todos modos, la certeza fue tanto mayor cuando vieron a nuestro Señor Jesús, al que primero habían reconocido como el Hijo de Dios y su verdad inmutable. Esto es, entonces, para ratificar más plenamente lo que antes habían oído por boca del ángel. Y es también así cómo nosotros crecemos en la fe. Porque al principio no conocemos ni el poder ni la eficacia que hay en la palabra de Dios. Pero si alguien nos enseña, y nos enseña bien, aprendemos un poco, aunque todavía es prácticamente nada.
Pero poco a poco, por medio del Espíritu Santo la enseñanza hace su impresión sobre nosotros, y al final nos demuestra que es él quien habla. Entonces estamos convencidos de modo que no solamente poseemos cierto conocimiento, sino que estamos de tal manera persuadidos que el diablo, ideando todo lo posible, no puede sacudir nuestra fe, ya que estamos convencidos de esto: que el Hijo de Dios es nuestro Maestro y estamos apoyados en él, sabiendo que tiene total maestría sobre nosotros, y que él merece una autoridad plenamente soberana. Es lo que vemos en estas mujeres. Es cierto que Dios no obra en todos de la misma manera. Algunos desde el mismo comienzo se sentirán tan atraídos que percibirán que Dios ha actuado con poder extraordinario en favor de ellos. Pero muchas veces seremos enseñados de tal modo que se exhibirán claramente nuestra rudeza y debilidad, de modo que por causa de ello seremos amonestados tanto más a glorificar a Dios y a reconocer que todas las cosas nos provienen de él.
Consideremos ahora esta palabra que hemos citado: "Id, y decid a mis hermanos que se reúnan en Galilea." Vemos que aquí el Hijo de Dios apareció a María y a sus compañeras no solamente para revelarse a siete u ocho, sino que quería que este mensaje fuese publicado a los apóstoles, para que ahora nos pueda ser comunicado a nosotros, para que tengamos parte en él. En efecto, sin ello, ¿qué provecho tendría para nosotros esta historia de la Resurrección? Pero cuando dice que el Hijo de Dios se ha manifestado de tal manera a sí mismo, y que quiso que el fruto de ello fuera comunicado a todo el mundo, el propósito es que obtengamos un concepto tanto mejor. De manera que, entonces, estemos seguros que la intención de nuestro Señor Jesús es que pudiéramos tener la certeza de su resurrección, porque en ella descansa toda la esperanza de nuestra salvación, porque en ella descansa toda la esperanza de nuestra salvación y de nuestra justicia, si realmente sabemos que nuestro Señor Jesús se ha levantado. Con su muerte y pasión no solamente nos ha purgado de toda nuestra suciedad, sino que no podía permanecer en ese estado de debilidad. Tenía que demostrar el poder de su Espíritu Santo, y mediante la resurrección de los muertos tenía que ser declarado Hijo de Dios, como también lo dice San Pablo tanto en el primer capítulo de Romanos como en otros pasajes. Así que ahora nosotros tenemos que estar seguros de que nuestro Señor Jesús, habiendo resucitado, quiere que vengamos a él y que el camino puede ser abierto para nosotros. Y él no espera hasta que nosotros le busquemos, sino que ha provisto para que pudiéramos ser llamados por medio de la predicación del evangelio, y para que este mensaje pudiera ser pronunciado por boca de sus heraldos a quienes él ha elegido y escogido. Siendo esto así, reconozcamos que en el día de hoy participamos de la justicia que tenemos en nuestro Señor Jesucristo, para llegar a la gloria celestial, puesto que él no quiere ser separado de nosotros.
Y es por eso que a sus discípulos los llama sus hermanos. Por cierto, este es un título honroso. Y por eso fue reservado para aquellos a quienes nuestro Señor Jesús había comprometido para ser sus siervos. Y no hay duda que utilizó esta palabra para mostrar la relación fraternal que quería mantener hacia ellos. De la misma manera también está unido a nosotros, tal como lo declara mejor San Juan. En efecto, somos conducidos a lo que dice en el Salmo 22, del que proviene este pasaje: Yo declararé tu nombre a mis hermanos, pasaje que el apóstol, refiriéndose a la persona de nuestro Señor Jesucristo, no solamente incluía a los doce apóstoles llamándolos hermanos de Jesucristo, sino que concede el título a todos nosotros era general quienes seguimos al Hijo de Dios; él quiere que nosotros participemos en un honor tan grande. Es por eso también que cuando nuestro Señor Jesús dice: "Voy a mi Dios y a vuestro Dios, a mi Padre y a vuestro Padre," no es algo dicho a un pequeño número de personas, ﷓roo dirigido a toda la multitud de creyentes. Ahora bien, nuestro Señor Jesús, si bien es nuestro Dios eterno, no obstante se humilla en su condición de Mediador para estar cerca de nosotros, y de tener todas las cosas en común con nosotros, esto es, con respecto a su naturaleza humana. Pues, aunque por naturaleza es el Hijo de Dios y nosotros somos solamente adoptados, y esto por gracia, aun así este compañerismo es permanente, y aquel que es el Padre de nuestro Señor Jesucristo, por medio suyo también es nuestro Padre, ciertamente, en diferentes pactos. Porque nosotros no necesitamos ser elevados a la misma altura que nuestra Cabeza. Aquí no debe haber ninguna confusión. Si en un cuerpo imano la cabeza no estuviera encima de todos los miembros, el cuerpo sería una monstruosidad, sería una masa confusa. También es razonable que nuestro Señor Jesús conserve su posición soberana, puesto que él es el único Hijo de Dios, es decir, por naturaleza. Pero esto no impide que nosotros estemos unidos en hermandad, de manera que podamos invocar osadamente a Dios con la plena confianza de recibir respuesta de él, ya que tenemos acceso personal y familiar a él. Entonces vemos lo que significa esta palabra usada por Jesús al amar hermanos a sus discípulos; es decir, los hizo para que hoy tengamos este privilegio con ellos, a decir, por medio de la fe. Y ello no reduce el poder y la Majestad del Hijo de Dios, al unirse con criaturas tan miserables como lo somos nosotros; él realmente está dispuesto a ser clasificado con nosotros. Tanto más debiéramos llenarnos de gozo, viendo la bondad que exhibe, viendo que al resucitar de la muerte él nos ha adquirido la gloria celestial, adquisición para la cual se humilló a sí mismo, sí, dispuesto incluso a ser como nada. Ahora bien, a que nuestro Señor Jesús condesciende a reconocernos como sus hermanos, de lanera que tengamos acceso a Dios, procedamos nosotros a buscarle, y a venir a él en plena confianza, siendo tan cordialmente invitados. Esto significa, como alguien podría llegar a decir, que no solamente usa el lenguaje para atraernos, ¡no que también agrega el sacramento, a efectos de ser guiados conforme a nuestra capacidad de seguir. Y, en efecto, por muy débiles y lentos que seamos, o podemos excusar nuestra pereza si no venimos a nuestro Señor Jesucristo. aquí está la mesa que él ha preparado para nosotros. ¿Y con qué propósito? No es para satisfacer nuestros cuerpos y nuestros vientres, aunque inclusive en eso nos declara tener un cuidado paternal de nosotros, y nuestro Señor Jesucristo demuestra ser realmente la vida del mundo. Si diariamente tenemos nuestro descanso y alimento, aun en ello nos declara nuestro Señor Jesús su bondad. Pero en esta mesa, puesta aquí para nosotros, nos muestra una consideración especial, porque es para mostrarnos que somos hermanos de nuestro Señor Jesucristo, esto significa que así como nos ha unido a sí mismo (como él lo firma en el capítulo 17 de San Juan) así también nos ha unido a Dios su Padre, aclarando plenamente ser nuestra carne y bebida, para que seamos alimentados con su propia sustancia, para tener toda nuestra vida espiritual en él. Y eso es más que si nos llamara cien veces hermanos suyos.
De manera entonces, comprendamos la unidad que tenemos con nuestro Señor Jesucristo, es decir, que él está dispuesto a tener una vida común con nosotros, y que lo suyo pueda ser nuestro, que incluso quiere habitar en nosotros, no imaginariamente, sino de hecho; no en forma terrenal, sino espiritual; y que, en todo caso obra de tal manera por el poder de su Espíritu Santo que somos unidos él más que los miembros de un cuerpo. Y así como la raíz de un árbol envía u sustancia y poder a través de todas las ramas, también nosotros obtenemos la sustancia y vida de nuestro Señor Jesucristo. Y es por eso también que San Pablo dice que nuestro Cordero pascual ha sido crucificado y sacrificado, de manera que ya no queda otra cosa que hacer, sino guardar la fiesta y participar en el sacrificio. Y así como en tiempos antiguos en la Ley ellos comían cuando el sacrificio era ofrecido, ahora también tenemos que venir nosotros y tomar nuestra carne y nuestro alimento espiritual en este Sacrificio que ha sido ofrecido para nuestra redención. Es cierto que no devoramos a Jesucristo en su carne, no entra a nosotros a través de los dientes, como han imaginado los papistas, sino que recibimos pan como muestra segura e infalible de que nuestro Señor Jesús nos alimenta espiritualmente con su cuerpo; recibimos una gota de vino para demostrar que somos sostenidos espiritualmente por medio de la sangre de nuestro Señor Jesucristo. Pero observemos bien lo que agrega San Pablo, que así como bajo las figuras de la ley no estaba permitido comer pan leudado y cuya masa fuese amarga, ahora, que ya no estamos bajo tales sombras, debemos apartar la levadura de malicia, de maldad y de todas nuestras corrupciones, y a tener pan o torta (como dice él) libre de amargura. ¿Y cómo? En pureza y sinceridad. Entonces, cuando nos acercamos a esta santa mesa, mediante la cual el Hijo de Dios nos muestra que él es nuestra carne, y que él se entrega a sí mismo como nuestro alimento pleno y completo, y que desea que ahora participemos en el sacrificio, ofrecido una vez para siempre para nuestra salvación, entonces nosotros tenemos que procurar de no traer a ella nuestras corrupciones y contaminaciones, para que no se mezclen con ella, en cambio debemos renunciar a ellas, anhelando únicamente ser totalmente purificados, de modo que nuestro Señor Jesús pueda poseernos como miembros de su cuerpo, y que de esta manera nosotros también podamos ser participantes de su vida. Es así como en el día de hoy tenemos que hacer uso de esta Santa Cena preparada para nosotros. Es decir, que ella nos guíe a la muerte y pasión de nuestro Señor Jesucristo, y luego a su resurrección, y que estemos tan seguros de la vida y la salvación como que mediante la victoria obtenida al resucitar de los muertos nos es otorgada justicia, y el portal del paraíso ha sido abierto para nosotros, de manera que podamos acercarnos osadamente a Dios, y ofrecernos a él, sabiendo que siempre nos recibirá como hijos suyos.
Ahora inclinémonos en humilde reverencia ante la majestad de nuestro Dios.

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