SERMÓN 6
SI DIOS FUERA NUESTRO ADVERSARIO*

"Oh, quién me diese que me escondieses en el Seol, que me encubrieses hasta apaciguarse tu ira, que me pusieses plazo, y de mí te acordaras! Si el hombre muriere, ¿volverá a vivir? Todos los días de mi edad esperaré, hasta que venga mi liberación. Entonces llamarás, y yo te responderé; tendrás afecto a la hechura de tus manos. Pero ahora me cuentas los pasos y no das tregua a mi pecado" (Job 14:13-16).

El profeta Isaías,1 demostrando qué terrible y qué difícil es soportar la ira de Dios, dice que quienes la experimentan se contentarían con ocultarse en las montañas, deseando ciertamente, que éstas cayesen sobre ellos. El Señor Jesucristo afirmó lo mismo.2 Ahora esto es para mostrarnos que no debemos ser tan estúpidos como somos; porque no sabemos lo que es tener a Dios contra nosotros. Es cierto que experimentaremos suficientemente el mal que soportamos cuando nos persigue; pero esto no es todo ni es lo principal. Es preciso pesar exhaustivamente lo que es la ira de Dios. ¿Y por qué? Porque cuando la mano de Dios es entendida por nosotros, pensamos en nuestros pecados; y haciéndolo somos turbados sabiendo que debemos perecer a menos que Dios se apiade de nosotros. Aunque huyamos de esta convicción, el Señor nos ejercita en ella de tal modo que estemos totalmente despiertos cuando él nos quiera mostrar misericordia. Ustedes ven lo que debería ser asimilado por la afirmación de Job cuando dice, "Oh, quién me diese que me escondieses en el Seol." Job prefiere la muerte a la vida; tal era su situación. ¿Y por qué? Porque de esa manera posiblemente escaparía de la mano de Dios. Job sabía bien que es mucho más terrible tener a Dios por Juez que morir cien veces. Y esto debería motivarnos a pensar con más cuidado del que hemos tenido hasta ahora, en nuestros pecados, a efectos de saber que, habiendo soportado todos los males del mundo ello no es nada comparado con presentarse ante el trono del juicio de Dios al llegar el momento de rendir cuentas. Cuando tenemos una leve enfermedad exclamamos "Ay." Cuando tenemos un accidente se nos oye quejarnos; sin embargo, nuestros pecados siguen allí como sepultados, nunca nos acordamos de ellos ni nos vienen a la memoria. Con ello demostramos cuan perversos somos cuando se trata de juzgar a las cosas. Por eso, cada vez que oímos que quienes fueron afligidos por la mano de Dios desearon la muerte y desearon ser ocultados en el sepulcro, sepamos que esto es lo que debemos tener por sobre todas las cosas, es decir, que Dios se declare en nuestro adversario.
Cuando estemos persuadidos de que este es el mayor peligro que le puede ocurrir al hombre, trataremos por todos los medios de volver a él. Cuando nuestros pecados nos vengan a la memoria, diremos, "Ay ¡qué situación es la nuestra! Porque si Dios se declara enemigo nuestro ¿qué nos queda por hacer? Cuál será nuestra condición? Entonces, estemos prevenidos, notemos cuan solícitos debemos ser en buscar a Dios para obtener su gracia, de manera de no descansar hasta que esté reconciliado con nosotros. Ya ven ustedes a qué uso debemos aplicar esta doctrina.
Debemos notar bien lo que dice aquí: Hubiera querido que me escondieras en el sepulcro, y que me hubieras encerrado en él, hasta el momento de ser cortado del mundo." Job demuestra por qué desea la muerte; esto es, porque se encuentra a sí mismo confinado bajo el juicio de Dios, sin encontrar una forma de escapar. Con ello se nos advierte que al final de cuentas nuestros subterfugios no nos ayudarán para nada, y que habiendo corrido mucho de un lado al otro, finalmente hemos de ser confinados. Si retenemos esta lección habremos aprovechado bien el día. ¿Por qué? Aunque Dios nos amenace, se ha visto no obstante, que no nos cuesta nada creer que podemos escapar, según cada uno imagina esto o aquello, de modo que nuestra hipocresía es el motivo por el cual las amenazas de Dios no nos afectan tanto como ciertamente debieran hacerlo. No hay nada que provoque más rápidamente la extrema venganza de Dios que el vernos sin tomar en cuenta su ira; esto es algo que provoca a Dios hasta el límite. Aprendamos entonces, de lo que se dice aquí, que cuando Dios quiere presionarnos premeditadamente, no será cuestión de escapar de una forma u otra, sino de ser confinados. Por otra parte, si Dios nos da algún respiro y especialmente si nos muestra cómo obtener la gracia de su mano, usemos esa oportunidad. Acto seguido dice; "Quién me diese que me escondieses en el Seol." Aquí uno podría preguntar, "¿No es acaso la muerte una señal de la ira de Dios y de su maldición? ¿Acaso la muerte nos ofrece alivio? ¿De qué nos aprovecha?" En efecto, la muerte nos parece ser lo último y que Dios no podría ser más severo con nosotros que llevándonos a ella. Pero aquí Job ha pensado en la muerte sin la aprehensión del caso, cosa que ya hemos declarado antes; y debiéramos recordarlo. En aquel momento Job estaba angustiado porque Dios le hacía experimentar su miseria. Consecuentemente piensa cómo librarse de ella. "Al menos," dice, "yo andaría en tinieblas; pero mientras tenga mi carne (como finalmente lo dice a modo de conclusión), mientras tenga mi alma dentro de mí estoy en angustia, estoy atormentado, no tengo sino dolor. Pero si Dios me quitara de este mundo, tendría un pequeño respiro, sería el fin;" y (como dijo antes) tendría su fin como un jornalero a quien uno ve descansar cuando ha llegado el término de su jornada, y cuando su contrato ha expirado. Aquí ustedes ven por qué desea ser sepultado en la tumba. Además, notemos que sabía muy bien que los hombres no dejan de estar bajo la mano de Dios cuando mueren, y que tienen que ser juzgados por Dios y experimentar su presencia. Job lo sabía perfectamente bien. Pero entre tanto consideraba la miseria que lo oprimía, y se sentía como esclavizado a ella, de modo que no piensa en todo lo demás. Entonces, ya ven ustedes, cuando Dios persigue a un pobre pecador éste no tiene otra alternativa que decir, "Ay, ¿tengo que ser irremediablemente encerrado aquí? ¿Debe crecer mi miseria hasta que finalmente perezca porque Dios me perseguirá siempre?" El pecador no piensa sino en aquello que le resulta tan duro de soportar. Por ese motivo cree que la muerte no es nada para él; cree más bien, que le será una medicina. De esa manera Job habló deseando ser cubierto por su tumba, y quedar como encerrado en ella.
Cuando dice, "hasta que me pusieses plazo, y de mí te acordaras," demuestra cómo aún después de la muerte hay alguna aprehensión, pero él creía que conforme era llevado y violentado tendría alguna tregua a efectos de tomar aliento, de modo que habiendo partido de este mundo no estaría en semejante turbación y la misma no sería tan dura y pesada como la que experimentaba aquí. Pero, como he dicho, Job no podía sino saber que aun después de la muerte tenemos que rendir cuentas. Porque dice, "Esperaré en el sepulcro hasta que me pusieses plazo, y de mí te acordarás." Este acordarse no es sino el llamado de Dios a sus criaturas para presentarse ajuicio. Pero Job estaba tan turbado, y esta pasión lo agitaba tanto que no juzgaba con una mente tranquila como es preciso que lo hagamos. ¿Y por qué? Primero, porque mientras estamos en este mundo, ¿qué más podríamos anhelar sino que Dios se acuerde de nosotros? Porque si nos olvida, ¿qué será de nosotros? Pedro dijo, "Apártate de mí, Señor, porque soy un hombre pecador."3 Efectivamente, pero debemos tomar el lado opuesto y decir, "Señor, acércate a nosotros; porque sin tu gracia nada somos." De modo entonces, es necesario que Dios se acuerde de nosotros. ¿Y por qué? Para sostenernos y preservarnos, a efectos de sustentarnos y de tener piedad de nuestra debilidad y aliviarla, y para que pueda guiarnos con su providencia. Entonces, ustedes ven cuan necesario es que Dios se acuerde de nosotros, de lo contrario nuestra condición es sumamente miserable. Porque no hay nada que el hombre deba temer más que el ser olvidado por Dios. Este es un punto. Nuevamente, aunque Dios pueda sacarnos de este mundo, sin embargo, no nos olvida, aunque pueda parecer que lo haga; porque siempre guarda a los suyos en sus manos y bajo su cuidado. Y en cuanto a los condenados, estos son mantenidos, como encadenados, hasta el día en que se ejecute la sentencia. Entonces ustedes ven que Dios siempre nos recuerda; y cuando las escrituras dicen que nos ha olvidado, es porque en ese momento no experimentamos su ayuda; como aquel pobre hombre que está languideciendo y pidiendo que Dios le ayude, y que, al no sentir su ayuda, cree que Dios no le ha ayudado. Ustedes ven cómo es que se dice que nos ha olvidado, es decir, de acuerdo a lo que percibimos; y, sin embargo, él nos recuerda continuamente. Es decir, Job estaba equivocado al suponer que muerto estaría como olvidado por Dios hasta el día final cuando Dios llame a todas las criaturas a presentarse ante el trono de juicio. Por eso Job no pensó en este cuidado que Dios tiene de nosotros como debía haberlo hecho; pero nosotros podemos verlo siempre y cuando estemos persuadidos de lo que he dicho, es decir, que Dios no deja de pensar en nosotros, aunque nos deje por un breve tiempo, de manera que nuestros cuerpos sean deshechos en la tierra y nuestra alma habite en suspenso esperando el día en que todo el mundo será restaurado.
Más aún, mientras vivamos estemos totalmente persuadidos de que lo mejor que hay es que Dios se acuerde de nosotros. En efecto, aunque fuese para castigarnos. Si Dios se acuerda de nosotros a efectos de hacernos experimentar su favor, 4 en ello está todo nuestro gozo y gloria, según lo dicho en el Salmo 8.5 "¿Qué es el hombre para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre para que lo visites?" Somos tan pequeños como una sombra; no somos absolutamente nada; y sin embargo, Dios está dispuesto a tener cuidado paternal de nuestras vidas. Y, ¿no vamos a reconocerle entonces una bondad maravillosa? De modo entonces que debemos tener en gran estima la misericordia que Dios nos muestra al acordarse de nosotros, incluso cuando nos hace sentir su bondad; pero (como ya dije), aunque nos castigue por nuestros pecados, aun así, tiene gracia hacia nosotros; porque de esa manera demuestra que no quiere que perezcamos, y que nos llama a volver a él cuando nota que estamos en el camino de la perdición. Porque ¿acaso no son todos sus castigos como otras tantas advertencias con las cuales nos llama al arrepentimiento? Entonces pueden ver ustedes cómo debiéramos apreciar más la gracia de Dios al acordarse de nosotros, y que nunca debiéramos desear que nos olvide. En resumen, esto es lo que debemos recordar de este versículo.
Ahora sigue diciendo, "Si el hombre muriese, ¿volverá a vivir todos los días de mi edad, o de mi dolor, esperaré hasta que venga mi liberación." Aquí Job muestra, mejor que antes, cuan atribulada estaba su mente, porque tanta era su angustia que no sabía cual sería el fin de los hombres, si van a vivir o no después de morir. En efecto, a primera vista esto parece extraño; pero debemos notar lo que ya he dicho antes, es decir, que Job habla debido a sus tentaciones anteriores, a las que había resistido. Hay una gran diferencia entre ser completamente abatido por una tentación y experimentarla totalmente, ser sacudido por ella, y sin embargo, resistirla. Qué cantidad de malas opiniones y fantasías vendrán a nuestra mente. Sabemos también que los hombres son engañados de muchas maneras de parte de Satanás. He aquí un pensamiento malvado que penetra nuestra mente es que debiéramos tener una gran desconfianza hacia Dios, como si dijéramos: "¿Cómo sabe si Dios se acuerda de usted o no? ¿Cómo sabe si le ha abandonado o no? ¿Cómo sabe si es condescendiente o no para mirar favorablemente a sus criaturas humanas?" Todos estos son pensamientos que atacan al hombre, y es a efectos de humillarnos. Al ver que estamos llenos de vanidad, necesitamos andar en el temor de Dios diciendo: "Pero, ¿qué es esto? Yo debiera dedicar todo mi conocimiento a glorificar a Dios; y he aquí, parte de mi inteligencia es aplicada a semejantes pensamientos.
Ciertamente blasfemias enormes vienen a nuestra mente." En consecuencia los hombres debieran estar en gran manera disgustados consigo mismos al concebir tales fantasías. Pero los creyentes rechazan inmediatamente esa clase de pensamientos, porque tan pronto viene el diablo para atribularlos de esa manera nos armamos con la palabra de Dios, hacemos un escudo de fe como lo dice la escritura. Aunque, como dice San Pablo, 6 Satanás nos arroje dardos ardientes, sin embargo, estos no entran a nuestra alma para herirnos; sus venenos no nos afectan. Es cierto que Satanás nos atacará poderosamente; sin embargo, ese aguijón suyo no será mortal ni ponzoñoso. Entonces, hemos de rechazar todas estas malvadas fantasías al ser atacados así. Otros en cambio, son totalmente vencidos por ellas, y están tan equivocados que dudan de la providencia de Dios. Otros piensan que Dios los ha rechazado totalmente y que serán derrotados totalmente. Entonces, hay una gran diferencia entre una fantasía fugaz que por un tiempo viene a nuestra mente, y la cual resistimos, y una persuasión que penetra y se radica en nosotros. Es cierto, no dejamos de ser culpables aun cuando hayamos luchado contra todas las tentaciones de Satanás, y cuando las hayamos vencido; no obstante, aun no habremos llegado a un final completo, sino que debemos lamentarnos delante de Dios por no haberle glorificado tan perfectamente como debíamos. Sin embargo, él acepta esa constancia cuando así resistimos al mal. Vean cómo lo hizo Job. Aquí relata todas las tentaciones con que fue atacado, y sin embargo, no fue vencido por ellas. En efecto, hay tres grados que deben ser notados. Porque a veces vienen fantasías a nuestra mente y de inmediato las expulsamos. Algunas veces tendremos dolor y angustia, de modo que, sumidos en grandes problemas diremos," ¿Cómo llegaré al final de esta tentación?" Y, sin embargo, al final, cuando Satanás nos presiona con ella, Dios nos fortalece, El tercer grado es cuando somos totalmente abatidos y vencidos. En cuanto a Job, no solamente llegó al primer grado con el pensamiento errático de preguntar si los hombres vivirían después de la muerte o no, sino que también llegó al segundo grado de la tentación. Porque el verse a sí mismo tan presionado por la miseria, pensó para sus adentros, "¡Ay! ¿Qué pretende hacer Dios conmigo? Aparentemente quiere restregar todo mi cuerpo, y puesto que es mi enemigo, ¿qué será de mí?" Job entonces fue atormentado con dicha tentación (que es mala) por pensar que Dios se había opuesto tanto a él. Sin embargo, no fue vencido. Aunque la batalla le fue dura y difícil de soportar, no obstante fue vencedor.
Ya ven ustedes cómo debemos entender este pasaje. Porque si Job se hubiera mantenido en esa posición, la pregunta "¿Volverá a vivir el hombre o no?" habría sido una malvada blasfemia. Pero, sin lugar a dudas, fue asaltado de tal modo que persistió en la fe que había concebido, y entonces el Espíritu de Dios le dio la victoria. Por eso no debemos culparlo de blasfemia. Ni debemos, por ese motivo, acusarlo de incredulidad. Porque la fe nunca es sin luchas; a la fe le corresponde ser ejercida cabalmente. ¿Y cómo se hace? Cuando el maligno nos propone muchas ocasiones para la incredulidad. Entonces, ustedes ven, cuál es la verdadera prueba de nuestra fe. Por lo tanto no es preciso que Job sea expulsado del número y de la compañía de los creyentes por haber sido atacado de esa manera. También hay que notar que no fue una simple duda, sino que se descarrió siendo presionado por la mano de Dios. Si Job hubiera preguntado, "¿Perecen totalmente los hombres cuando mueren?" habría respondido, "No, porque aunque el cuerpo se descomponga, Dios lo resucitará; y el alma es conservada hasta el día final, y en ese momento seremos totalmente restaurados." Seguramente, si Job hubiera sido examinado en términos generales con respecto a la muerte, habría respondido así. Pero, puesto que tenía el problema particular de ser presionado tan severamente por Dios, no sabía qué sería de él, y aparentemente Dios había determinado confundirlo y destruirlo completamente. Es con ese temor que duda. Notemos entonces que Job consideraba lo que había en su propia persona, es decir, la severidad de Dios, y siendo ésta tan grande, aparentemente no había probabilidad alguna de salir de la miseria en que se encontraba.
Por esa causa dice, "¿Volverá a vivir el hombre que está muerto?" Ciertamente se refiere a ese aspecto de la muerte en el cual Dios exhibe todos sus poderes de modo que el hombre quede reducido a la nada. Y ¿qué es eso? Es como si dijera: "Ciertamente, Señor, pareciera que tu intención es excluirme de la esperanza que nos has dado en cuanto a resucitar. Porque viendo que me tratas con tanta severidad, ¿acaso este extraño trato que usas conmigo no tiende a destruirme completamente? Y cuando me hayas destruido, ¿quién podrá restaurarme?" Entonces Job no supone que Dios lo quiere restaurar al final, sino que quiere raerlo del número de las criaturas. Por eso pregunta, "¿Es posible que una persona viva otra vez después que haya perecido?" Es porque Dios ha obrado en forma tan extraña con él que aparentemente tenía la intención de reducirlo a la nada. Con esto somos amonestados a orar pidiendo que Dios quiera tratarnos con tal moderación que siempre tengamos la esperanza necesaria para estar seguros de que nuestras miserias no durarán para siempre, sino que Dios las va a remediar, y que es tarea suya levantar de sus sepulcros a los que están allí. Porque si no lo creemos caeremos en una horrible desesperación que nos turbará, como vemos que habría ocurrido con Job si Dios no lo hubiera sostenido con mano poderosa. Y ustedes también ven por qué se dice, "Castígame, oh Jehová, mas con juicio."7 No es que alguna vez le falte el juicio a Dios, sino que con la palabra "razón" o "juicio" Jeremías se refiere a una forma moderada, a la medida de nuestra debilidad, de modo que no seamos tentados tan intensamente de no percibir siempre que al final Dios nos habrá tenido piedad, y que habrá remediado nuestras miserias. Ustedes ven entonces como somos amonestados en este texto con la pregunta, "¿Volverá a vivir el hombre cuando haya perecido?"
En cuanto a la declaración que sigue, "Todos los días de mi edad esperaré hasta que venga mi liberación." Algunos la exponen diciendo que si Job pensaba que Dios levantaría los muertos, y que si había alguna esperanza de resurrección y renovación, esperaría hasta ese día. Pero hay que tomarlo en forma más sencilla, es decir, "Señor, consuélame porque estoy turbado, veo que no usas sino fuerza, veo que no ejecutas sino violencia contra mí; de modo que aún debo luchar y esforzarme sin tener otro consuelo que el de esperar el día de mi liberación." Vean entonces, cómo entendió Job esta declaración. Job razona consigo mismo más que con Dios al preguntar si una persona volverá a vivir después de haber muerto. Como si dijera, "Aquí me veo a mí mismo en un estado tan miserable que ciertamente creo que debo seguir turbado y que ya no hay medios para ser restaurado. Porque si Dios está contra mí y quiere destruirme, qué puedo decir al respecto." Sin embargo, enseguida se esfuerza y lucha duramente llegando a la siguiente conclusión, "De todos modos esperaré hasta el día de mi liberación." Por eso, con ello percibimos que Job tuvo la victoria y que ganó aquella batalla.
Porque si bien comenzó a discurrir si habría o no de resucitar, sin embargo, al fin dice, "He aquí, esperaré el día de mi liberación, en efecto, todos los días de mi dolor." Es como si dijera, "Es cierto que mientras dure mi tiempo, quisiera que Dios me mantuviera encerrado en mi sepulcro, que me arrojara a un pozo y que hiciera caer las montañas sobre mí; sin embargo, debo esperar en él, aún en medio de las aflicciones en que me encuentro. Aunque son duras e insoportables, no obstante, puesto que hay una liberación, ese hecho sin duda debe darme algún consuelo, sustentarme en la obediencia a Dios." Ahora vemos el significado de las palabras de Job. Podemos deducir una doctrina buena y útil de este pasaje. En primer lugar, siempre que seamos atacados por Satanás y atormentados por nuestros malos pensamientos y, especialmente, cuando haya alguna desconfianza que nos lleva a la desesperación, no debemos comenzar con estas disputas, sino concluir rápida y brevemente para encontrar nuestra solución en la verdad de Dios. ¿Y cómo? Algunos tienen placer en rodearse de malos pensamientos, entonces les viene alguna opinión a la mente, efectivamente, una opinión malvada, que incluso los pondrá en contra de Dios. Consecuentemente disputan y piensan así, "¿Es posible o no? ¿Por qué es así?" Entonces alimentando y masticando tales fantasías8 con opiniones malas, totalmente contrarias a nuestra fe, es como si hicieran un acuerdo con sus enemigos que vinieron a sitiar su ciudad. Y si los hombres los escuchan y aplauden lo que dicen, ello significa la destrucción de la ciudad entera. Los hombres no les abrirán las puertas, pero es como que lo hicieran. Así es con los que se rodean de sus propias malas opiniones, las que les son propuestas por Satanás; porque si permanecen en ellas el resultado es que serán llevados a la destrucción. ¿Qué hay que hacer entonces? Sigamos la experiencia que aquí se nos muestra por medio de Job. Es cierto, fue peligrosamente atacado al cuestionarse si podría resucitar o no, viendo que Dios lo había abatido tanto. Si hubiera mantenido esa mentalidad hasta el final, ¿cuál habría sido el resultado? Pero después de haber sido atacado así, procedió rápidamente a cortar. "No" dice, "esperaré hasta el día de mi liberación, pase lo que pase." Esto es lo que debemos hacer: es decir, concluir de acuerdo a la verdad de Dios. También, al concebir cualquier fantasía malvada que podría apartarnos de la fe y del camino de la salvación, tenemos que volvernos rápidamente y asirnos a alguna declaración de la escritura; y cuando vemos que somos advertidos por la verdad de Dios, procedamos a concluir que no debemos discutir las cosas pronunciadas por Dios. Aquí ven ustedes el remedio soberano que tenemos para rechazar a Satanás cuando trata de apartarnos de la fe y de la obediencia a la palabra de Dios.
Además, cuando Job dice que esperará hasta el día de su liberación, su declaración merece ser evaluada cabalmente. Ciertamente habla de la resurrección; así como es preciso que seamos totalmente renovados, también la corrupción que hay en nosotros por motivo del pecado de Adán debe ser destruida, y Dios tiene que recibirnos en la inmortalidad de su reino. Esta es la liberación que menciona Job. Y es lo que también nosotros tenemos que mirar. Porque sin la resurrección no podemos consolarnos de ninguna manera; todos los argumentos posibles serán insuficientes para alegrarnos. También vemos que la Sagrada Escritura conduce a los fieles a ese punto cuando quiere satisfacerlos y darles un descanso cierto y firme. Ahora, reconozcamos," dicen los siervos de Dios, "que somos llamados a compartir la gloria celestial que Dios ha prometido a los suyos; por lo tanto, alégrense en ella." Sin embargo, para estar bien seguros de este cambio final, debemos considerar que Dios opera muchos cambios en nosotros por los cuales ahora y nos da indicios de la liberación final. Por ejemplo, estamos en alguna aflicción y es como si estuviéramos confinados a ella. Cuando buscamos el final de la misma no lo encontramos, no hay remedio. Ya estamos más allá de toda posibilidad de restauración, estamos perdidos; y repentinamente Dios tiene tal piedad de nosotros que en un momento somos librados. ¿No ven ustedes una liberación que va mucho más allá? Es para que entendamos que existe una liberación mucho más perfecta que todas estas que ahora percibimos en forma particular. Entonces aprendamos a familiarizarnos bien con las liberaciones diarias de Dios, a efectos de ser elevados en alto y que de esa manera estemos quietos hasta que podamos ser renovados en el reino de los cielos. Aquí ustedes también ven cómo habló David de este asunto.9 Porque cuando habla de las liberaciones de la mano de Dios, sea por rescatar a los hombres de sus problemas o arrojándolos en ellos, ese dicho es de gran peso aunque pueda parecer lo contrario. Porque los hombres siempre tienen esta disparatada opinión en cuanto al futuro, como diciendo, "Vean la desgracia que me ha ocurrido," o, "Vean que buena suerte tuve." ¡No! Estas son liberaciones de la mano de Dios; y es preciso que siempre seamos llevados a ese punto. Pero entre todos los cambios hechos en el mundo, la imagen más viva de la renovación final es cuando Dios nos vivifica con su Espíritu Santo, el alumbrarnos mediante su fe y el hacernos nuevas criaturas en nuestro Señor Jesucristo, como dicen las
Escrituras. Consideremos lo que es el nacimiento de los hombres. Es cierto que al venir a este mundo, traemos con nosotros un remanente de la imagen de Dios a la cual fue creado Adán: pero esta misma imagen está tan desfigurada que estamos llenos de injusticias y en nuestras mentes no hay sino ceguera e ignorancia. Entonces ustedes ven cuál es el estado de los hombres al nacer. Pero Dios nos ilumina por su Santo Espíritu, en efecto, a tal punto que llegamos a poder contemplarlo en la medida en que nuestro ser es transformado en su gloria y reformado por su Espíritu Santo.
Por eso, cuando Dios nos haya cambiado de tal manera que percibamos su morada en nosotros, y de esa manera luchemos contra nuestras pasiones malvadas; mientras que otros hombres tienen deleite en sus vicios y se zambullen en ellos. Cuando buscamos precisamente lo opuesto, de manera que nos disguste todo mal que haya en nosotros, y gemimos por su causa, estamos siguiendo también el bien y deseamos entregarnos totalmente al servicio de Dios. ¿Acaso no es ese un maravilloso cambio? Porque semejantes emociones nunca nacerán de nosotros mismos. Cuando gustamos la bondad de Dios, de manera de estar seguros de su cuidado paternal hacia nosotros, e incluso tenemos la seguridad de nuestra salvación para invocarle como a nuestro Padre. ¿No ven ustedes un cambio capaz de demostrar cuan poderosa es la mano de Dios? Porque por su propia naturaleza los hombres no tienen la capacidad de abrir su boca para invocar verdaderamente a Dios. Es cierto, bien pueden tener algunas ceremonias, y orar como paganos a Dios, como también los papistas que balbucean y hacen oraciones suficientemente largas; pero todo ello de nada vale porque no tienen seguridad en sus oraciones ni están totalmente persuadidos de que Dios sea su Padre. ¿Vemos entonces que Dios está dispuesto a oírnos? ¿Estamos deseosos de servirle y honrarle? Es como si él nos hubiera liberado y puesto en otro molde nuevo, como si nos hubiera hecho criaturas nuevas. En efecto, no es en vano que la escritura nos llama criaturas nuevas en nuestro Señor Jesucristo. En otros pasajes se nos dice que somos hechuras suyas, porque él nos ha creado para buenas obras. San Pablo no quiere decir que Dios nos ha creado para buenas obras. Entonces, si Dios cambia así a sus fieles, ustedes ven la obra suya, una obra especial, una obra en la que exhibe su poder sobre toda la naturaleza. Y aquí ustedes ven porque dije que deben tener en cuenta esos cambios, a efectos de poder tener una esperanza cierta en la resurrección. Si dudamos de que Dios nos renueve en el día final cuando nos presentemos ante él, ¿qué cambio ha operado ya? Ahora ha puesto su gracia en nosotros. ¿Para qué nos habrá dado el valor de servirle y honrarle y, también, para qué nos habrá dado el espíritu de adopción, sino para asegurarnos la esperanza que tenemos de la gloria eterna? Todo esto sería inútil. De modo entonces, el cambio que actualmente percibimos en nosotros mismos es un testimonio infalible de la gloria celestial que todavía no vemos, y que todavía se mantiene oculta de nosotros. Pero Dios nos da una buena garantía de ella, según está dicho de que él es las arras y la promesa de ella.
¿Y por qué? Es por causa de los efectos. Porque el Espíritu Santo no está en vano en nosotros, sino que más bien demuestra abiertamente que mora en nuestro interior a efectos de hacernos hijos de Dios. Y no podemos ser hijos de Dios a menos que inmediatamente estemos preocupados por hacer buenas obras y por cumplir su voluntad. Ya ven entonces como los fieles deberían seguir esta lección.
Job afirma de modo especial que esperará esa liberación todos los días de su vida. Todavía es preciso que notemos bien esta afirmación. Porque si somos agitados por muchas aflicciones no es suficiente que seamos movidos e impulsados a decir, "Ahora debemos confiar en Dios." Porque eso no tiene ningún valor a menos que continuemos realmente en medio de todas nuestras batallas. Por eso, en primer lugar, notemos que la esperanza no es para un día o para un mes, sino que debe continuar hasta el fin. En efecto, cuando nos apoyamos en las promesas de Dios, él nos sostiene con ellas, para que no desmayemos cada día; sino que, habiendo pasado algún tiempo estemos cada vez más plenamente convencidos hasta que Dios haga las cosas que aún siguen postergadas hasta más adelante. Entonces ustedes ven que no aprovecha de nada haber tenido alguna buena emoción, haber esperado en Dios, a menos que haya perseverancia. Job lo expresa de un modo aún más claro utilizando la palabra "lucha" o "batalla." ¿Y por qué? Porque quiere decir que no debemos venir a Dios según nuestra conveniencia, cosa que bien quisiéramos. Sin sufrimientos nos conformaremos incluso a vivir en este mundo, y de duplicar si fuera posible la duración de nuestra vida. Entonces, nuestro deseo es que Dios nos trate sin ninguna tribulación, y que nos agrade en todo sentido, y que nos obedezca en todos nuestros deseos. Vean ustedes qué bien pasaríamos el tiempo si sólo podríamos andar a nuestro propio paso, si pudiéramos estar libres de tentaciones, y si no hubiera tristeza ni nada que temer. Pero se nos dice que debemos esperar todos nuestros días luchando. En las palabras "todos los días" se nos muestra que si el tiempo se detiene y nos parece prolongado no debemos interpretarlo como una excusa para hacer el mal, ni estar apesadumbrados ni renunciar a todo en medio de la travesía; debemos en cambio, continuar hasta el fin. Con la palabra "batalla" se nos expresa la condición de la vida presente, que es la de ser únicamente peregrinos en este mundo; debemos luchar, ser atacados de todas partes, estar en continuo peligro, ser tentados, una vez con cuidados, otra vez mediante algunas aflicciones, otra vez con algún peligro. Entonces, debemos pensar en esto. Sin embargo, entendamos también que debemos luchar contra las pasiones de nuestra propia carne. Y a pesar de todas estas aflicciones debemos esperar nuestra liberación. Ustedes ven lo que debemos retener de este pasaje.
Ahora, para concluir, Job dice, "Entonces llamarás y yo te responderé, tendrás afecto a la hechura de tus manos." Esta es solamente una declaración más amplia de la proposición que sostenemos. Job quiere mostrar cuál es el cambio que ha estado esperando. Es que Dios tenga gracia de la obra de sus propias manos. Es cierto que algunos exponen este pasaje como que Dios aplastaría la obra de sus manos. Es una interpretación forzada. Entonces, solamente quiere indicar que soportará en quietud la demora de Dios hasta que, efectivamente, muestre que lo aceptará como criatura suya. Y es por eso que dice aquí "te responderé cuando me llames." Porque Job afirma que ya no huirá de Dios, ni retrocederá cuando él le llame, sino que estará dispuesto a venir, en efecto, con su disposición pronta. ¿Y por qué? Porque sabe que Dios se revelará con piedad hacia él. En resumen, ustedes ven lo que debemos notar en este pasaje y es que aún en medio de nuestras tribulaciones cuando Dios aparentemente está disgustado con nosotros, y que ya no seremos reconciliados a él, en efecto, cuando aparentemente ya no nos reconocerá entre el número de sus criaturas; cuando todo esto haya ocurrido, entonces habremos de luchar contra semejante desesperación hasta llegar a este punto de esperar la liberación por la cual gemimos. Vean entonces, cómo este pasaje debe incitarnos a ser consolados en nuestras adversidades y a orar pidiendo que Dios nos fortalezca de tal manera por su poder que, aunque sacudidos por muchos torbellinos, no por eso dejemos de seguir nuestro camino a él, y que no encontremos obstáculos para acercarnos a él, pase en el mundo lo que pase. Porque, si bien puede parecer que nos ha desechado y que se ha enojado con nosotros, no obstante, si volvemos a él y le invocamos, él nos responderá y confirmará en la esperanza de nuestra salvación haciéndonos gustar su amor por nosotros, a efectos de que estemos totalmente persuadidos de 61.
Ahora hemos de inclinarnos en humilde reverencia ante el rostro de nuestro Dios.

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NOTAS DELTEXTO
SERMÓN NO. 6

*Sermón   55 en Calvini Opera, Corpus Reformatorum, V. 33, pp. 680-692.
1.Isaías 2:19; compárese con Oseas 10:8.
2.Lucas 23:30.
3.Lucas 5:8.
4.Francés: sa grace.
5.Versículo 4.
6.Efesios 6:16.
7.Jeremías 10:24, "Castígame, oh Jehová, mas con juicio."
8.Como un caballo muerde la boquilla metálica de los frenos.
9.Salmo 78:42.

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Sermones
SERMONES SOBRE JOB
Por Juan Calvino