SERMONES SOBRE JOB
Por Juan Calvino
Sermones
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SERMÓN N° 18
EL PODER DE DIOS ES JUSTO*

"Porque sus ojos están sobre los caminos del hombre, y ve todos sus pasos. No hay tinieblas ni sombra de muerte donde se escondan los que hacen maldad. No carga, pues, él al hombre más de lo justo, para que vaya con Dios ajuicio. El quebrantará a los fuertes sin indagación, y hará estar a otros en su lugar. Por tanto, él hará notorias las obras de ellos, cuando los trastorne en la noche, y sean quebrantados. Como a malos los herirá en lugar donde sean vistos" (Job 34: 21-26).

Ayer hemos visto que si Dios quiere castigar a los hombres, no tiene que hacer grandes preparativos, ni armar a la gente, no tomar fuerzas prestadas de ninguna parte; porque con su sola mirada podría destruir todo. Por eso no tiene necesidad de servirse de la mano del hombre. Es cierto que muchas veces lo hace, pero es para mostrar cómo todas las cosas están sujetas a él, y que no hay criatura que no le esté sujeta a servirle, en efecto, para ejecutar los castigos que él quiere que se realicen. Sin embargo no necesita prepararse de antemano para castigarnos. Con esto se nos advierte a humillarnos bajo su mano poderosa, sabiendo que no tenemos forma en este mundo de estar armados si él está contra nosotros, sino que él puede ejecutar sobre nosotros todo lo que haya determinado en su propio consejo. Entonces, en vano se exaltan los hombres en su orgullo, porque al final sentirán que no está en ellos resistir a Dios.
Ahora, siguiendo la declaración que ya hemos discutido, Eliú agrega que Dios no hace estas cosas con poder absoluto, sino porque conoce todos los caminos del hombre, y considera todos sus pasos. De modo entonces, si ocurren estos grandes castigos, como cuando un pueblo poderoso es vencido en batalla, y un reino es conquistado, sepamos que Dios no exhibe semejante poder sin causa alguna, sino que lo hace en razón de su justicia. Y aunque quizá no percibamos las razones por las cuales Dios usa semejante severidad refiramos a él el conocimiento de todas las cosas puesto que cada cosa le pertenece, y démonos por satisfechos con saber lo que aquí se nos muestra: es decir, que los caminos de los hombres le son conocidos. ¿Por qué es que frecuentemente comenzamos a disputar con respecto a los juicios de Dios y que estos nos parezcan extraños? Es porque nosotros no vemos con tanta claridad como él. Sin embargo, puesto que es oficio suyo juzgar los caminos de los hombres, concordemos con él, y aunque no veamos el por qué de las cosas, sepamos que su caso siempre es bueno y justo, y que no sólo debiera castigar a personas individuales, sino también a pueblos y naciones enteras. La expresión Dios conoce los pasos de los hombres es tomada en dos sentidos en las escrituras. A veces está referida a la providencia de Dios, porque él tiene cuidado de nosotros al gobernarnos. Pero en este texto (como en muchos otros también) se dice que Dios conoce nuestros pasos porque nada es ajeno a su conocimiento, sino que toda nuestra vida le tiene que rendir cuentas.
Entonces, aprendamos a andar como a la vista de Dios, puesto que nos será imposible ocultarnos, como también agrega Eliú, no hay tinieblas ni sombra de muerte donde se escondan los que hacen maldad. Esto no se agrega sin causa. Nosotros vemos que si bien toda persona confiesa que Dios ve todos nuestros trabajos y que necesariamente será nuestro Juez, sin embargo, los hombres hacen la vista gorda y no tienen en cuenta que él los percibe. En efecto, no es en vano que en el Salmo diga que los malvados dan la impresión de que Dios no ve absolutamente sus obras y malicia. ^ También son reprendidos por el profeta Isaías de cavarse cuevas en la tierra para esconderse delante de Dios.2 Puesto entonces, que la hipocresía enceguece de tal manera a los hombres, es necesario notar esta declaración: no hay tinieblas tan espesas que los malvados se puedan ocultar de la vista de Dios. Y para comprender esto mejor, tenemos que recordar primero lo que he discutido antes: es decir que los hombres, aunque convencidos de que algún día tienen que venir ante el trono de juicio de Dios, no dejan de buscar subterfugios, para luego dormirse en sus escondites como que con ello pudieran engañar a Dios. Vean cuál es nuestra hipocresía. Consecuentemente observemos que los hombres están equivocados al estar tan alejados de Dios; cuando ya no se acuerdan de él creen que él también les ha dado las espaldas y olvidado sus malas obras. No nos dejemos atrapar por semejantes fantasías. Porque si bien por algún tiempo quizá disfrace las cosas, al final mostrará que no se ha olvidado de su oficio que es el de juzgar a todo el mundo; y no solamente traerá a luz las obras de todos, sino cada uno de sus pensamientos más profundos, conforme a su derecho de escudriñar el corazón de los hombres; y no es en vano que pretenda este título.
Entonces, hay dos puntos que tenemos que deducir de este pasaje. (1) Uno es que debiéramos considerar el pecado tan profundamente arraigado en nosotros: es decir, no debiéramos pensar que escaparemos de la mano de Dios por medio de nuestros subterfugios; ni que, conforme a nuestra ebriedad en pecados, nos parezca que Dios ha cerrado sus ojos o se los ha vendado, o que tiene una cortina delante suyo, de modo de no percibir lo que estamos escondiendo. (2) Sin embargo, por otra parte, en cuanto al segundo punto, notemos lo que se ha dicho de que toda nuestra tiniebla será expuesta delante de él cuando él quiera; y, consecuentemente, consideremos la advertencia de no creer que hemos hecho mejor negocio meramente porque los hombres no han conocido nuestras iniquidades; porque precisamente la causa por la que muchos van a destrucción, es que los tales pasan por buenas personas, o al menos le pueden tapar la boca a aquellos que podrían conocer su vileza; de esa manera entonces triunfan y se atreven a provocar a Dios mismo. Sepamos que con engañar al mundo no hemos ganado nada; porque no importa cuan hermosa sea la apariencia que presentemos, al final tenemos que presentarnos delante del Juez celestial, y él abrirá los libros que previamente fueron cerrados; él hará venir su gran día para que toda tiniebla que ahora mantienen confusas las cosas, sea traída a luz. Es por eso que las Santas Escrituras lo mencionan tantas veces. No es en un solo sitio, ni una sola vez que se dice que no hay tinieblas delante de Dios. Pero, ¿por qué se repite tantas veces esta afirmación? Es porque no se nos puede persuadir de ella. Porque cuando hemos evitado la vergüenza delante de los hombres ya pensamos que Dios debiera dejar de revolver nuestras inmundicias ni mucho menos descubrirlas; pero sepamos que él las hará conocer inclusive en el cielo. Puesto entonces, que no se nos puede persuadir de ello, no está demás que el Espíritu Santo afirme con tanta frecuencia que Dios juzgará distinto que en la actualidad los hombres. Por eso aquí se dice deliberadamente que los pecadores no se ocultarán; es como si Eliú dijera que todos los días los ojos de los hombres se entenebrecen, que confunden sus vicios con virtudes; en efecto, que son tan maliciosos que les resulta sencillos ser adulados; como también vemos que cuando el mal está de moda los pecados ya no son condenados, sino que cada unos los aprueba. De manera entonces, puede ocurrir (como hemos visto por experiencia) que los pecados prevalezcan, y que habrá tal inundación de iniquidad, que todas las cosas serán sometidas a confusión entre los hombres, y que ya no habrá habilidad de juzgar o discriminar; sin embargo, es preciso que esta circunstancia sea cambiada delante de Dios. De modo entonces, aprendamos a elevar nuestros ojos por encima del mundo, y contemplar en fe el juicio de Dios que actualmente se oculta de nosotros, sabiendo que entonces todas las cosas serán expuestas tal como se dice en Daniel,3 esto es, que los libros serán abiertos, que en ese momento se nos presentarán los registros. ¿Qué clase de registros? No de papel ni pergamino, sino que las conciencias tendrán que responder, de manera que cada uno de ellas traerá su propia acusación, no en forma escrita, sino tan profundamente grabada que ya no habrá posibilidad de disfrazar nada. Entonces allí estará Dios en la persona de su Hijo con tal luz que todas las cosas serán conocidas, incluso las que ahora están en las profundidades. Entonces todas estas cosas serán vistas por los ángeles del paraíso y por todas las criaturas. Recordemos esto para andar con un temor diferente a efectos de librarnos de toda hipocresía; puesto que no podemos aumentar nuestra dignidad adulándonos a nosotros mismos. Finalmente aprendamos a no hacer nuestras cuentas sin nuestro señor,4 sino que cada vez que se trate de examinar nuestra vida cada uno se presente por sí mismo ante el rostro de Dios, reconociendo lo que se dice aquí, que siendo oficio suyo escudriñar el corazón de los hombres, e incluso sus pensamientos más profundos; carece totalmente de sentido que hoy seamos absueltos por el mundo, ya que de esa manera no escaparemos de sus manos.
Aprendamos entonces, a examinarnos de esta manera; además permitamos que nuestra oscuridad sea iluminada por la palabra de Dios, viendo que este oficio también es adecuadamente atribuido a él. En este pasaje se dice que no hay tinieblas de muerte ni oscuridad tan densa que pueda ocultar a aquellos que obran Iniquidad. Por eso el apóstol a los hebreos testifica que así como Dios conoce el corazón de los hombres, así también quiere que su palabra sea como una espada filosa que penetra nuestros pensamientos y sentimientos; en efecto, que entre hasta la médula para exponer lo que se oculta en nosotros.5 Y el apóstol Pablo dice6 que cuando es predicada la palabra de Dios tenemos que ser amonestados, como que todos los cargos se hayan escrito contra nosotros y toda nuestra vida fuese expuesta ante nosotros; tenemos que ser convencidos y derribados totalmente para glorificar a Dios, reconociendo cuan culpables somos delante de él. Por eso, no nos presentemos solamente ante el trono de Dios, para corregir todo engaño, sino que cada vez que su palabra toque nuestras llagas y amoneste nuestros pecados, recibámoslo pacientemente sin la presunción de ser obstinados. Porque, ¿qué ganaremos con ello? En el día de hoy vemos a muchas personas que se enojan y rezongan cuando sus pecados les son mencionados; porque quieren ser eximidos. Es como si quisieran que Dios ya no tenga ninguna autoridad sobre ellas y que ya no sea su Juez. Si considerasen adecuadamente lo que dice aquí ya no serían tan estúpidas de estar siempre preguntando, "¿qué?" cuando una persona les muestra algo que es de conocimiento común se vuelven insolentes en extremo. ¿Y por qué? Porque nunca sintieron el valor de la doctrina que afirma que no hay oscuridad ante los ojos de Dios; en cambio, se engañan a si mismos bajando sus hocios como puercos, estando dormidos al extremo de parecerles que todos sus pecados no son nada, aunque sean tantos que parecieran estar adobados en ellos. Pero no sienten la hediondez de su podredumbre porque están infectados con ella. Por eso les correspondería pensar un poco en esta doctrina. Entonces se callarían un poco más cuando los hombres les muestran sus vicios. Y es asombroso que, aunque la iniquidad de muchos es notoria a todos, y aunque incluso los niñitos pueden ser jueces de ella, sin embargo, se levanten contra Dios y lo desprecian y no soportan ser amonestados. Y ¡qué vergonzoso! No hablo de cosas desconocidas; no se trata aquí de examinar los pensamientos de los hombres o de buscar debajo de la tierra lo que les es desconocido, sino que el desbordante mal consiste en que lamentablemente sea tan notorio. El aire mismo está apestado de él; y sin embargo, estos buenos católicos que quieren ser considerados como buenos cristianos, que siempre tienen el evangelio a flor de labios (en efecto, para morderlo como perros engordados y enloquecidos) quieren que los hombres aun lo disfracen; y creen que se les hace mucho daño al dejar expuesta su lascivia, la cual (a decir verdad) no es expuesta por nosotros, sino solamente mencionada, puesto que todos la conocen.
De todos modos, aquellos que en el día de hoy no pueden soportar que Dios exponga sus corrupciones, para poder avergonzarse de ellas, y arrepentirse, al final sentirán que tienen que venir ante el trono de juicio donde ya no habrá oscuridad ni tinieblas.
De modo entonces, sepamos que nos es en gran manera provechoso que hoy Dios nos mande su palabra para iluminarnos y que así podamos pensar adecuadamente en nuestros pecados. En efecto, si estos por un tiempo nos han sido desconocidos, nos vienen a la memoria y practicamos lo que he mencionado de San Pablo, es decir, de postrarnos y avergonzarnos delante de Dios y de condenarnos, sintiendo nuestra maldad demasiado arraigada en nosotros. Así es entonces, digo como Dios procura nuestra salvación; es cuando sentimos tal poder y tal eficacia en su palabra que nos esforzamos en examinar toda nuestra vida a fondo, para estar disgustados con nosotros mismos. Pero aquellos que son obstinados y desprecian a Dios y vienen como hombres enloquecidos para combatir contra él sin soportar ninguna advertencia, Dios tiene que remitirlos, como a personas carentes de razón, a aquel día del cual habla Eliú, en el cual no habrá oscuridad ni lugar tan tenebroso para ocultarse, en el cual serán expuestas todas las cosas, en efecto, a la vista de todas las criaturas. No soportan que Dios los avergüence para sepultar definitivamente sus pecados; pero aunque crujan los dientes, tanto los ángeles, como los hombres y los diablos tienen que conocer su maldad y que en todas partes tienen que ser difamados por el poder de esta luz que revelará todos los secretos. Es así como debiéramos aplicar este pasaje a nuestra instrucción. Porque, seguramente, cuando el Señor nos amenaza con el gran día, es a efectos de que nos preparemos para él; y de esa manera el remedio estará preparado para nosotros. Dios no espera hasta que aparezcamos ante él para acusarnos, sino que mediante el evangelio ejecuta su jurisdicción todos los días, como también lo dice nuestro Señor Jesucristo: "Cuando venga el Espíritu juzgará a este mundo."^ Por eso, cuando el evangelio es predicado Dios ejecuta jurisdicción soberana no solamente sobre los cuerpos de los hombres tal como se encuentra hoy, sino también sobre sus almas, queriendo que con ello seamos condenados para nuestra salvación. De manera entonces, puesto que Dios nos advierte tantas veces que al final tendremos que presentarnos ante esta gran luz, no cerremos hoy deliberadamente nuestros ojos, no seamos voluntariamente enceguecidos cuando él nos envía su palabra para exponer nuestra inmundicia y hacernos sentir que no podemos ocultarnos en su vista. De manera que, aprovechemos usando los medios que hoy se nos dan. Pero si queremos hacernos las bestias salvajes, y siempre buscar guaridas de zorros, al final sentiremos, sabiéndonos malditos, que no en vano se ha dicho que no hay oscuridad delante de Dios. Porque él hará que contemplemos aquellas cosas en presencia de su rostro y de su gloriosa majestad; las cosas que ahora estamos dispuestos a ver en el espejo de su palabra.
Eliú agrega inmediatamente que: No carga, pues, al hombre más de lo justo, para que vaya con Dios ajuicio. Este pasaje es expuesto de diversas maneras. Algunos lo toman diciendo que Dios no impondrá más cargas al hombre de las que debe, y de las que puede soportar. Pero si el tema principal del texto es adecuadamente considerado encontramos que, siendo que es asunto de los juicios de Dios, Eliú sostiene que él no aflige al hombre al extremo de darle ocasión de disputar con él. Siempre tenemos que considerar la intención de una proposición. Si alguien quiere saber el significado de una declaración, considere de qué trata la misma, considere el tema expuesto, y las implicancias de todo. Luego, si todo ha sido considerado, el tema principal de este pasaje es que, ciertamente, los hombres pueden murmurar contra Dios, pero al final se verán turbados. Y, ¿por qué? Porque si bien hoy Dios aparentemente nos trata con demasiada severidad, no obstante, cuando las cosas sean cabalmente conocidas nos callaremos y Dios será glorificado como lo dice el Salmo 51.8 Notemos bien entonces, que aquí se nos muestra que aunque seamos capaces de hacer mucho pleito a Dios, al final nuestro caso se habrá perdido. Y, ¿por qué? Porque se verá que Dios no nos ha tratado injustamente ni nos ha sometido a una carga demasiado pesada, es decir, no nos ha afligido sin razón. Porque si bien a veces golpea a los hombres con azotes más pesados de los que pueden soportar, sin embargo, nunca es más de lo justo ni más de lo que han merecido. De esta manera somos advertidos en cuanto al orgullo, o más bien, en cuanto a la furia que hay en nosotros, que nos impulsa a murmurar contra Dios. Porque, ¿cómo le hacemos pleito? Nos parece tener algún juez o arbitro por quien él debiera ser juzgado. Si Dios tuviera que rendir cuentas, ¿no seríamos de todos modos, demasiado osados para provocarlo cuando las cosas no son como quisiéramos y cuando no nos trata según nuestro agrado?
Aprendamos entonces, que aquí los hombres son condenados por el diabólico orgullo que los incita a ir contra Dios. Sin embargo, tenemos que considerar bien que Dios no se detendrá a respondernos si lo emplazamos a presentarse ante la ley; siendo así no aparecerá como nuestro contrario. Vendrá, de eso no hay duda. Pero, ¿con qué propósito? Para expresar lo que nos es dicho aquí, esto es, aunque tuviéramos el poder de emplazar a Dios, y él tuviera que responder, de manera de tener que rendir cuentas de todos sus actos, y si pudiéramos abrir nuestras bocas para hablar contra él; aun así no sería ventaja para nosotros; porque al final cuando todas las cosas sean añadidas y puestas en el balance se verá que Dios no nos ha sometido a una carga demasiado pesada o más allá de lo razonable. ¿Y por qué? Porque nuestros pecados le son conocidos, y conocidos de tal manera que él puede decir la medida del castigo que merecemos. Pero nuestro orgullo se debe a que queremos ser nuestros propios jueces a efectos de justificarnos. ¿Y quién nos ha dado tanta autoridad? He aquí, el juicio ha sido dado a nuestro Señor Jesucristo; por eso tenemos que venir delante de él con toda humildad y reverencia para oír y recibir lo que él pronuncie sobre nosotros sin ninguna contradicción. Pero cada uno de nosotros pretende ser creído en su propio cas9; por eso no atribuimos tanto al Dios viviente como a los hombres mortales. Porque en la justicia humana aquel que se sienta en el asiento de justicia no tiene que ser Juez y parte, y sin embargo, frecuentemente dará sentencias injustas, porque los nombres son corruptibles. Pero, aun por todo ello los hombres no cambian en ese respecto referido al orden externo que Dios ha establecido. Y entonces, ¿qué haremos cuando vengamos ante su gloriosa majestad? Vemos pues como los hombres son llevados, más allá de toda razón cuando murmuran contra Dios; y también vemos que la causa de la cual procede esto es lo que he discutido, es decir, estimamos a nuestras obras conforme a nuestra propia fantasía. Sin embargo, ustedes ven aquí, que Dios se reserva el juicio. "Me corresponde a mí," dice Dios, "considerar vuestros pasos. Yo los observo y escudriño, incluso interiormente. No les corresponde entremeterse en este asunto. Porque todo aquel que se toma la libertad de querer juzgar usurpa lo que no le pertenece." ¿Qué hay que hacer entonces? Cuando nuestro Señor nos aflige, refiramos nuestro caso a él, sabiendo que él ve muchos pecados en nosotros que están ocultos ante nuestros ojos. "He aquí Señor, es cierto que no percibo ni siquiera una centésima parte de mis faltas. ¿Por qué es eso? Porque soy ciego, o porque estoy empapado del mal y es como si el mal me hubiera embrujado. Entonces, Señor, que en primer lugar yo sea capaz de percibir mejor las iniquidades que he cometido delante ti, y declararme culpable; luego, puesto que no soy un juez competente para reconocer mis propias faltas, no obstante, ya que tú me has honrado constituyéndote a ti mismo como mi justo Juez, pongo mi caso en tus manos, sabiendo que tú ves lo que a mí me es desconocido." Por eso es que este pasaje dice expresamente, que aunque fuésemos ante la corte con Dios, aun así él no estaría en deuda con nosotros. Guardémonos entonces de la presunción de querer venir en pleito contra él. Porque no importa cuan hermosa sea la pretensión que tengamos ante los hombres, porque cuando vengamos delante de Dios seremos turbados en todo lo que hemos pretendido. Así ustedes ven, en resumen, lo que Eliú quiso decir en este pasaje.
A esto agrega que Dios quebrantará a los fuertes, ciertamente, sin indagación, y pondrá a otros en su lugar. ¿Y por qué? Porque traerá sus obras a la luz y trastornará la noche para quebrantarlos. Cuando Dios dice que quebrantará a los fuertes sin indagarlos es para hacernos sentir mejor la majestad que tan osadamente despreciamos por causa de nuestra estupidez. Es cierto que algunos interpretan la palabra indagación como número; como si se dijera, "aunque los fueres sean infinitos en número, no por eso dejará Dios de quebrantarlos." Pero, palabra por palabra, es así: él quebrantará los poderes o multitud de hombres: porque la palabra implica ambos significados; y entonces, no habrá indagación. Puesto que la palabra "indagación" está allí y realmente significa "escudriñar" o "inquirir," sin duda Eliú quiso decir que Dios no tiene necesidad de inquirir nada como la tienen los jueces de la tierra. Puesto que son criaturas hay ignorancia en ellos; por eso tienen que valerse de esos medios ya que no pueden adivinar las cosas. Puesto que ante Dios todas las cosas están abiertas, él juzgará a los hombres sin ningún procedimiento como los que vemos en la policía de este mundo. Sin embargo, aun hay más al respecto, y es que Eliú quería indicar que Dios no siempre nos dejará saber por qué ejecuta sus juicios, sino que en ese sentido seremos ciegos. Esta indagación entonces, de la que habla, está referida realmente a Dios castigando a los hombres; como diciendo, cuando los jueces pronuncien una sentencia se la discutirá y se observará su forma y estilo, de manera que los hombres conozcan los detalles; luego la sentencia será publicada para que los hombres conozcan los crímenes del malhecho y de qué manera aquel fue condenado. Pero no tenemos que medir el poder y la autoridad de Dios por medio de estas leyes de los hombres. ¿Y por qué? Porque él quebrantará sin indagar, es decir, sin mostrarnos el por qué. No siempre publicará su sentencia; los crímenes de un hombre no siempre serán enumerados como para que descifremos por qué nos castiga; es algo que nos quedará oculto; no obstante, entre tanto, no dejará de ejecutar sus veredictos. Vemos ahora el sentido natural de este pasaje.
Pero, sin embargo, agrega que esto no se hace injustamente, "Porque Dios" dice, "hará notorias sus obras." Aunque, entonces, Dios castiga sin indagación (es decir, sin observar las formalidades que son requeridas por la policía humana) y, sin embargo, hace todas las cosas con razón y rectitud. Y si esto no se percibe el primer día, esperemos hasta que todas las cosas sean descubiertas, y hasta que él traiga a luz lo que ahora está confuso y turbado. Aquí tenemos que exhortarnos a nosotros mismos, de no adularnos como hemos estado acostumbrados a hacerlo. Porque, esta es la causa por la cual, siendo aparentemente protegidos por Dios, siempre seguimos nuestro propio camino, pensando que somos libres para hacer el mal, ya que no somos castigados. Es que cuando Dios comienza a castigarnos de manera común no lo percibimos, sino que nos preocupamos por estupideces y por la seguridad carnal. Y luego, cuando viene con gran rudeza nos atemorizamos tanto que no sabemos adonde estamos; tan pronto como él truena repentinamente, cosa que él hace cuando bien le parece. Porque habiéndose ocultado por mucho tiempo, sólo necesita levantar su mano y los hombres perecerán en un minuto, tal como dice aquí. Por eso, para que cada uno de nosotros sea solícito, tanto a la noche como a la mañana, recordemos este pasaje, en el cual se dice que Dios no conducirá un juicio prolongado para castigarnos, ni que se atará a ley alguna. Consideremos que siempre tenemos que estar dispuestos y preparados; y no esperemos hasta que nos golpee, más bien, anticipemos cuidadosamente sus juicios, como está dicho, "Dichoso el hombre que tiene un corazón cuidadoso."9 Además recordemos también la horrible amenaza, "Cuando los malvados digan, 'paz, todo está bien' la destrucción caerá sobre sus cabezas."10 De manera entonces, entiendan los fieles que cuando a Dios le agrada castigarlos no necesita comenzar en cierto punto para luego proseguir y luego demorar, como hacen los mortales, debido a los impedimentos que tienen. ¿Y por qué? El condenará y ejecutará la sentencia al mismo tiempo; no necesita afligirse por conducir largos juicios contra nosotros; no tendremos tiempo ni aliento para padecer angustiados hasta ser totalmente arruinado por su mano; en cambio, seremos turbados rápidamente, como si el cielo nos cayera en la cabeza. Entonces, si no queremos ser abrumados por la horrible venganza de Dios procedamos a sentir nuestras propias faltas. Además, cuando las sintamos, sepamos que también tenemos con qué consolarnos en él, siempre y cuando estemos apenados por ellos, no tratando de ocultar el mal sino de exponerlo delante de nuestro Dios, y si gemimos para ser recibidos en misericordia. Porque está dicho que él absuelve a los que se condenan y sepulta los pecados de aquellos que los tienen ante sus propios ojos y que no pretenden otra cosa sino confesarlos.*1 Por eso, no dudemos de que Dios borrará todas nuestras faltas si ve que las confesamos voluntariamente. Ciertamente, no obstante, es preciso que también pasemos por este camino; es decir, recordar la declaración, "Dios castiga sin indagar" para que cada uno de nosotros pueda hacer su tarea de entrar a sí mismo y examinar cabalmente su vida, para que seamos avergonzados y nos humillemos.
Ahora dice que Dios habiendo quebrantado así a los grandes y poderosos pone a otros en su lugar. Y nuevamente, por otra parte, dice, él los castiga a la vista de todos y, ciertamente, que los castiga como ofensores. Y he dicho que cuando dice que Dios hace notarías sus obras y que los castiga de esa manera, es para que siempre temamos la justicia de Dios y no vayamos a imaginar que usa alguna tiranía o crueldad. Por eso guardémonos de pensar que Dios exhibirá sin razón semejante poder. Es cierto que la razón que él tiene nos es desconocida, y tenemos que contentarnos con su única y simple voluntad como la única regla de rectitud; y pase lo que pasare, no imaginemos con malicia que Dios anda torcida u oblicuamente o que juzga con algo distinto que la razón; al contrario, estemos totalmente persuadidos de que si bien sus juicios nos parecen extraños, no obstante, están ordenados conforme a la mejor regla posible, es decir, conforme a su voluntad que sobrepasa toda justicia. Esto es lo que Eliú declara en este pasaje. El mismo debe servirnos principalmente a nosotros. Luego, si alguna persona es afligida en su propio cuerpo, siempre debiera considerar que Dios es justo, a efectos de arrepentirse de sus faltas; porque nunca tendremos auténtico arrepentimiento, si no sabemos que Dios nos aflige justamente; tampoco podemos glorificar a Dios ni confesar que él es justo, a menos que nos hayamos condenado nosotros mismos. Ustedes ven entonces, cómo tenemos que aplicar a nosotros mismos esta doctrina, de que Dios expone las obras de los hombres y las trae a luz cuando los castiga. En efecto, aunque no examinemos palabra por palabra, los pecados y ofensas que hemos cometido, no obstante, el castigo que Dios nos manda, debería sernos de provecho como tal.
Por eso dice que Dios los castiga en lugar de los malvados, es decir, de tal manera de indicar con ello que nada podrán ganar con sus réplicas, que no puedan decir que son justos, si no aparecen así incluso ante los nombres. Suficiente para este punto. El otro es que dice, él pone a otros en su lugar. Esto es para que sepamos la causa de los cambios que frecuentemente ocurren en el mundo, como también lo dice el Salmo 107, que nos es una exposición correcta de esta oración. Nos extraviarnos de asombro cuando vemos que una plaga barre la población de un país o si viene el hambre o si la tierra que ha sido fértil se convierte en árida, como si se hubiera sembrado con sal, o si todas las cosas están tan angustiadas por guerras que un país quede despojado, o los príncipes del mismo son cambiados. Cuando vemos cualquiera de estas cosas nos asombramos. ¿Y por qué? Porque no conocemos la providencia de Dios que reina sobre todos los medios del mundo; tampoco pensamos en los hombres. Porque si considerásemos cómo se gobiernan los hombres, no nos parecería extraño que Dios haga cambios y alteraciones.
Así ustedes ven por qué se dice expresamente que Dios pone a otros en su lugar, es decir, al ver que las cosas cambian en el mundo no pensemos que es algo nuevo. ¿Y por qué? Porque de esa manera Dios se revela como Juez. No lo atribuyamos a la fortuna; pero sepamos que nuestro Señor exhibe su brazo, porque los hombres no pueden mantener la posesión de los beneficios que él les ha concedido. En consecuencia, consideremos cuan ingratos somos, a efectos de corregirlo. Porque tan pronto el Señor nos ha engordado y nos ha hecho bien, nos volvemos contra él dando coces como caballos que reciben un trato demasiado bueno. ¿Es de asombrarse que Dios ponga su mano sobre nosotros cuando somos tan orgullosos e ingratos? Notemos cuál es la modestia de los hombres hoy en día. ¿Acaso, cuando Dios les da algún bien, ellos se gobiernan como para poseerlos mucho tiempo? No; al contrario, se indignan con Dios, de modo que él debiera despojarlos inmediatamente. Viendo entonces que el orgullo y la ingratitud son tan villanos no debemos murmurar viendo el cambio de las cosas o en vista del gran número de resoluciones ¿Y por qué? Porque provocamos a Dios a traerlas sobre nosotros. Sin embargo, no es suficiente saber que Dios quita a un pueblo y pone a otro en su lugar y pone habitantes nuevos en un país removiendo así a los hombres. No es suficiente conocer estas cosas, en efecto, y que las hace con justicia; sino que aun estando en las mejores condiciones oremos a él de concedernos la gracia de disfrutar sus beneficios de tal manera que aun podamos poseerlos y ser guiados por ellos a la herencia que nos es preparada en los cielos. Así ustedes ven cómo debemos usar esta frase; y en cuanto al resto, quedará para mañana.
Ahora inclinémonos en humilde reverencia ante el rostro de nuestro Dios.

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NOTAS DELTEXTO
SERMÓN NO. 18

*Sermón 132 en Calvini Opera, Corpus Reformatorum, V.35, pp. 168-179.
1.Salmo 10:11.
2.Isaías 2:19.
3.Daniel 7:10.
4.O terrateniente.
5.Hebreos 4:12.
6.Romanos 10:15,16; 1 Tesalonicenses 2:13.
7.Juan 16:8.
8.Vea también Salmo 63:1, 2,11.
9.Proverbios 28:14. "Bienaventurado el hombre que siempre teme (a Dios); mas el que endurece su corazón caerá en el mal."
10.Jeremías 6:14; 8:11.
11.1 Juan 1:19.