CAPÍTULO XV

EL BAUTISMO

1. Definición del Bautismo
El Bautismo es una marca de nuestro cristianismo y el signo por el cual somos recibidos en la sociedad de la Iglesia, para que injertados en Cristo seamos contados entre los hijos de Dios. Nos ha sido dado por Dios en primer lugar, para servir a nuestra fe en Él; y en segundo lugar, para confesarla ante los hombres. Trataremos por orden estos dos puntos y las razones de ambos.

1°. El Bautismo atestigua la remisión de los pecados. Lo primero que el Señor nos propone en él es que nos sirva de signo y documento de nuestra purificación; o para explicado mejor, que nos sirva de carta patentada,1 que nos confirme que todos nuestros pecados de tal manera nos son perdonados, deshechos, olvidados y borrados, que jamás podrán presentarse ante su acatamiento, ni nos serán recordados o imputados. Porque Él quiere que todos los que creyeren sean bautizados para la remisión de los pecados, Por eso, los que opinan que el Bautismo no es otra cosa que una señalo marca, con la que confesamos ante los hombres nuestra religión, ni más ni menos que los soldados como emblema de su profesión llevan el distintivo de su capitán, éstos no tienen presente lo principal del Bautismo; es decir, que debemos recibido con la promesa de que todo el que creyere y fuere bautizado, será salvo (Mc. 16, 16).

1 Actos públicos de la autoridad suprema para conferir una cualidad; diploma. Término jurídico.

2. Testimonio de la Escritura
En este sentido hay que tomar lo que escribe san Pablo, que la Iglesia es santificada en el lavamiento del agua por la palabra de vida (Ef. 5,26). Y en otro lugar: "Nos salvó por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo" (Tit. 3, 5). Y lo que dice san Pedro, que el Bautismo nos salva (1 Pe.3,2l). Porque san Pablo no quiere decir que nuestro lavamiento y salvación se verifiquen con agua, y que el agua tenga en sí misma virtud para purificar, regenerar y renovar, ni que en ella resida la causa de la salvación; solamente quiere decir que en este sacramento se recibe el conocimiento y la certidumbre de tales dones, como claramente lo demuestran las palabras mismas. San Pablo, en efecto, une la Palabra de vida con el Bautismo del agua; como si dijese que por el Evangelio se nos da la buena nueva de nuestra purificación y santificación, y que tal nueva es sellada por el Bautismo. y san Pedro dice que este Bautismo no consiste en quitar la suciedad del cuerpo, sino en la buena conciencia delante de Dios, que procede de la fe. Y además, que el Bautismo no nos promete más purificación que la que se hace por el derramamiento de la sangre de Cristo, la cual está figurada en el agua, por la semejanza que tiene con ella de limpiar y lavar. ¿Quién, pues, podrá decir que somos lavados con este agua, la cual evidentemente atestigua que nuestra verdadera y única aspersión es la sangre de Cristo? (1 Pe. 1,2).' Y así, de ninguna otra cosa se puede tomar un argumento mejor y más sólido para refutar la fantasía de esta gente que todo 10 refiere a la virtud del agua, que del significado mismo del Bautismo, el cual nos aparta tanto del elemento visible que contemplamos con nuestros ojos corporales, como de cualquier otro medio de conseguir la salvación, para llevar nuestras almas a Cristo sólo.

3. El Bautismo atestigua la remisión de los pecados pasados y futuros
Tampoco hemos de pensar que el Bautismo sirve únicamente para el pasado; de modo que para las nuevas faltas que después del Bautismo hubiéremos cometido tengamos que buscar en no sé qué otros sacramentos el remedio y modo de expiados, como si el Bautismo no tuviese ya fuerza y virtud. Este error fue la causa de que algunos antiguamente no quisieran bautizarse hasta la hora de la muerte, pensando que de este modo alcanzaban el perdón de todos los pecados cometidos durante la vida; contra lo cual los obispos antiguos hablaron muchas veces en sus escritos.
A este respecto hemos de saber que en cualquier tiempo en que seamos bautizados, somos lavados y purificados de una vez para toda la vida. Por tanto, cuantas veces hubiéremos caído, debemos refrescar de nuevo la memoria del Bautismo, y con este recuerdo se ha de armar el alma, para asegurarse del perdón de sus pecados. Pues aunque parezca que, por haber sido administrado sólo una vez, ya ha pasado, sin embargo no ha perdido su virtud respecto a los pecados que cometemos después de recibirlo. En efecto, en él se nos ofrece la pureza de Cristo, y esta pureza permanece siempre en su integridad, y no hay mancha que la pueda empañar; antes bien ella quita y borra toda nuestra suciedad.
Mas no por eso debemos tomar licencia para pecar después. Ciertamente, con esto no se nos da ocasión para tal atrevimiento; simplemente se nos propone una doctrina según la cual, los que se sienten fatigados y oprimidos por el peso de los pecados, encuentren motivo para levantarse, y se consuelen para no sentirse confundidos y caer en la desesperación. Por esto dice san Pablo, que Cristo ha sido propuesto como propiciación para remisión de los pecados pasados (Rom. 3, 25); con lo cual no quiere decir que no se contenga en Él una perpetua y continua remisión de los pecados hasta la muerte; sino que Cristo ha sido dado por el Padre solamente para los infelices pecadores, que heridos por el cauterio de su conciencia suspiran por el médico. A éstos se les ofrece la misericordia de Dios. Pero los que confiando en la impunidad, se toman motivo y licencia de pecar, no hacen más que provocar contra sí mismos la ira y el juicio de Dios.

4. El Bautismo es un sacramento de penitencia
Sé muy bien qué la opinión común es diferente. Según ella, después del Bautismo alcanzamos el perdón por el beneficio y la virtud de la penitencia y de las llaves, mientras que en la primera regeneración ese perdón lo obtenemos por el solo Bautismo. Pero los que esto se imaginan se engañan no considerando que la virtud de las llaves de que hablan, de tal manera depende del Bautismo, que no se puede separar en modo alguno. El pecador consigue el perdón de sus pecados por el ministerio de la Iglesia; es decir, no sin la predicación del Evangelio. ¿Y qué dice
esta predicación? Que por la sangre de Cristo quedamos limpios de nuestros pecados. ¿Y cuál es la señal y el testimonio de esta purificación, sino el Bautismo? Vemos, pues, que esta absolución se refiere al Bautismo. Este error engendró el imaginario sacramento de la penitencia, sobre el cual ya he tratado y en su lugar añadiré lo que falta.
No hemos de extrañamos de que hombres que, conforme a la vulgaridad de su ingenio, se aferran excesivamente a las cosas exteriores, hayan mostrado también en esto su ignorancia; y que no satisfechos con la pura institución de Dios, introdujesen nuevos remedios, que ellos mismos han forjado; como si el Bautismo no fuese en sí mismo un sacramento de penitencia. Ahora bien, si esta penitencia se nos exige durante toda nuestra vida, la virtud del Bautismo ha de extenderse también a toda ella. Por tanto, no hay duda alguna de que los fieles durante todo el curso de su vida, siempre que los atormenta la conciencia de sus pecados, han de renovar el recuerdo de su Bautismo, para confirmarse de este modo en la confianza de aquel único y perpetuo lavamiento que tenemos en la sangre de Cristo.

5. El Bautismo nos muestra nuestra mortificación y nuestra vida nueva en
Cristo
El segundo provecho que nos aporta también es que nos muestra nuestra mortificación en Cristo y la vida nueva en Él. Porque, como dice san Pablo, "somos sepultados juntamente con él para muerte en el bautismo, para que andemos en vida nueva" (Rom.6,4). Con estas palabras no sólo nos exhorta a que le imitemos - como si dijera que por el Bautismo somos amonestados a que a ejemplo de la muerte de Cristo muramos a nuestra concupiscencia, y a ejemplo de su resurrección nos levantemos para vivir en justicia; sino que cala mucho más hondo y afirma que Cristo por el Bautismo nos ha hecho partícipes de su muerte para ser injertados en ella. Y así como el injerto recibe su sustancia y alimento de la raíz en la que está injertado, así, ni más ni menos, los que reciben el Bautismo con la fe con que debe ser recibido sienten verdaderamente la virtud y eficacia de la muerte de Cristo en la mortificación de su carne, y a la vez, la de la resurrección, en la vivificación del Espíritu. De ahí loma ocasión y materia para exhortamos a que, si somos cristianos, debemos estar muertos al pecado y vivir en justicia. Y el mismo argumento explica en otro lugar, al decir que estamos circuncidados y nos hemos despojado del hombre viejo después de haber sido sepultados por el Bautismo en Cristo (Co1.2, 12). y en el mismo sentido en el lugar antes citado, lo llama lavamiento de regeneración y renovación (Tit. 3, 5). Así que primeramente se nos promete el perdón gratuito de los pecados para aceptamos como justos; y luego, la gracia del Espíritu Santo, para que nos reforme en novedad de vida.

6. El Bautismo atestigua nuestra unión con Cristo
Finalmente, nuestra fe recibe del Bautismo la utilidad de que nos garantiza con toda certidumbre que no solamente somos injertados en la muerte y vida de Cristo, sino que somos unidos a Él de tal manera, que nos hacemos partícipes de todos sus bienes. Porque Él dedicó y santificó el Bautismo en su cuerpo (Mt. 3,13), a fin de que nos sea común con Él, como un vínculo inquebrantable de la unión que ha tenido a
bien establecer con nosotros, hasta el punto de que san Pablo dice que somos hijos de Dios porque por el Bautismo estamos revestidos de Cristo (Gál. 3, 27). Y así vemos que el cumplimiento del Bautismo está en Cristo, al cual por esta causa llamamos objeto del Bautismo.
No hay, pues, motivo para extrañarse cuando oímos que los apóstoles bautizaran en su nombre (Hch. 8,16; 19,5), aunque habían sido enviados a bautizar en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo. Porque todos los dones de Dios que se ofrecen en el Bautismo se encuentran en Cristo solo. Sin embargo es imposible que uno bautice en nombre de Cristo, sin que a la vez invoque el nombre del Padre y del Espíritu Santo (Mt. 28,19). Porque somos purificados con su sangre, pues el Padre misericordioso, queriendo recibimos en su gracia por su incomparable clemencia, puso entre sí mismo y nosotros a este Mediador, para que nos restituya a su gracia. Y de esta manera alcanzamos por su muerte y resurrección la regeneración, si santificados por su Espíritu somos vestidos de una naturaleza nueva y espiritual. Por consiguiente, tanto la causa de nuestra purificación como la de nuestra regeneración, la alcanzamos en el Padre; la materia, en el Hijo; y en el Espíritu Santo, el efecto. Y así san Juan bautizó primeramente, y luego los apóstoles, con el Bautismo de penitencia para remisión de los pecados; entendiendo con el término de penitencia, la regeneración, y con la remisión de los pecados, la ablución (Mt.3, 6-11 ; Lc.3, 16; Jn.3,23; 4,1).

7. Identidad del Bautismo de Juan y del Bautismo cristiano
Por esto es indubitable que el ministerio de Juan fue el mismo absolutamente, que el que después se confió a los apóstoles. Porque las diversas manos con que es administrado el Bautismo no lo hacen diverso; en cambio, la identidad de doctrina demuestra que es uno y el mismo (Hch.2,38-41). San Juan y los apóstoles estaban de acuerdo en la misma doctrina. Tanto él como ellos bautizaron para penitencia; todos ellos bautizaron para la remisión de los pecados todos bautizaron en nombre de Cristo, de quien procedía la penitencia y la remisión de los pecados. San Juan dijo que Cristo era el cordero por el cual se quitaban los pecados del mundo (Jn. 1,28—29); con lo cual lo presenta como sacrificio acepto al Padre, propiciación de justicia y autor de la salvación. ¿Qué podían añadir los apóstoles a esta confesión?
Y que nadie se turbe por el hecho de que los antiguos escritores han establecido diferencia entre un Bautismo y otro; pues no podemos estimar su opinión hasta el punto de que haga vacilar la certeza misma de la Escritura. Porque, ¿quién puede dar más crédito a Crisóstomo,1 cuando niega que la remisión de los pecados estuviera comprendida en el bautismo de Juan, que a san Lucas, que afirma lo contrario: que Juan ha predicado el Bautismo de penitencia en remisión de los pecados? (Lc. 3,3). No se puede admitir tampoco la sutileza de San Agustín, que los pecados fueron perdonados por el Bautismo de Juan en esperanza, mas por Cristo lo fueron en realidad.2 Porque como quiera que el evangelista claramente atestigua que Juan prometió en su Bautismo la remisión de los pecados, no es posible privarle de esta alabanza, ni hay motivo para hacerlo. Si alguno busca en la Palabra de Dios una diferencia entre el Bautismo de uno y el otro, la única que encontrará es que Juan bautizaba en el nombre del que había de venir, y los apóstoles, en el del que había ya venido (Le.3,16; Hch.19,4).

8. En cuanto a que las gracias del Espíritu Santo se han manifestado más plenamente después de la resurrección de Cristo, nada tiene que ver para probar que los Bautismos eran diversos. Porque el Bautismo que los apóstoles administraban en vida de Cristo se llamaba de Cristo; y sin embargo no tenía más dones del Espíritu que el Bautismo de Juan (Hch.8, 14—17). Ni siquiera los samaritanos, aunque habían sido bautizados en nombre de Jesús, recibieron más dones del Espíritu después de la ascensión, que los que normalmente hablan recibido los demás fieles, hasta que les fueron enviados Pedro y Juan, para que les impusieran las manos. En mi opinión, lo que engañó a los antiguos para hacerles pensar que el Bautismo de Juan no era más que una preparación para el otro Bautismo, fue el leer que san Pablo rebautizó a los que ya hablan sido bautizados con el Bautismo de Juan (Hch. 19,3. ss.).3 Pero claramente se vera en el lugar oportuno cuán grandemente se han equivocado.
¿Qué quiso, entonces, decir Juan, al afirmar que él ciertamente bautizaba en agua, pero que luego vendría Cristo, que bautizaría en Espíritu Santo yen fuego? (Mt. 3, 11). En pocas palabras se puede solucionar esta duda diciendo que no pretendió establecer diferencia alguna entre uno y otro Bautismo, sino que compare su persona con la de Cristo, afirmando de si mismo que era ministro del agua, mas que Cristo daba el Espíritu Santo, y que había de manifestar esta virtud con un milagro visible el día que enviara el Espíritu Santo a los apóstoles en forma de lenguas de fuego. ¿Qué más pudieron atribuirse los apóstoles? ¿Qué más pueden atribuirse los que bautizan hoy día? Porque ellos son solamente ministros del signo exterior; pero Cristo es el autor de la gracia interior; como los mismos antiguos enseñan a cada paso, y especialmente san Agustín, quien se apoya contra los donatistas en que, sea quien fuere el que bautiza, sin embargo el que preside es Cristo.4

1 Comentarlo a San Mateo, hom. X, I.
2 Del Bautismo: contra los donatistas, lib. V, cap. x, 12.
3 Los anabaptistas se apoyaban en esta diversidad, pan enseñar la necesidad de un segundo bautismo.
4 Contra las cartas de Petiliano, lib. III, cap. 49, 59.

9. La mortificación y la purificación fueron figuradas en el Antiguo Testamento
Lo que hemos dicho de la mortificación y de la ablución, fue figurado en el pueblo de Israel, del cual por esta causa dice el Apóstol que “todos fueron bautizados en la nube y en el mar” (I Cor. 10,2). La mortificación fue figurada cuando el Señor, librándolos del poder del faraón y de la cruel servidumbre, les abrió camino por el mar Rojo y anegó en él al faraón y a sus enemigos los egipcios, que iban en su persecución y estaban ya para caer sobre ellos (Ex. 14,21—26). Porque también de este modo nos promete en el Bautismo, y nos lo muestra con este signo, que El con su virtud y potencia nos ha sacado y librado de la cautividad de Egipto, que es la servidumbre del pecado; que ha anegado a nuestro faraón, que es el Diablo, aunque sin embargo no cesa de molestarnos e inquietamos. Mas como aquel egipcio no fue arrojado a lo profundo del mar, 5mb derribado en la orilla, y aún seguía espantando a los israelitas con su temible aspecto, si bien no podía dañarlos, así también este nuestro egipcio nos sigue aún amenazando, agita las armas y se hace oír; mas no puede vencer.
En la nube se figuró la purificación. Porque, como entonces los cubrió el Señor con una nube (Nm. 9, 18), refrescándoles, para que con el excesivo calor del sol no desmayaran y se consumieran, así, ni más ni menos, reconocemos que en el Bautismo somos cubiertos y amparados con la sangre de Cristo, para que el rigor de Dios, que es verdaderamente .un fuego intolerable, no caiga sobre nosotros.
Aunque este misterio quedó por entonces oculto y por muy pocos fue entendido; sin embargo, como no hay modo alguno para alcanzar la salvación sin estas dos gracias, no quiso Dios privar del signo de las mismas a los padres antiguos, a quienes había hecho sus herederos.

10. El Bautismo no restaura la justicia p la pureza originales
Ya podemos ver claramente por esto cuán falso es lo que hace ya mucho tiempo enseñaron algunos, en lo que muchos aún persisten: que por el Bautismo somos librados y eximidos del pecado original y de la corrupción que desde Adán se extendió a toda su posteridad, y restituidos en la misma pureza y justicia de naturaleza que Adán hubiera tenido de haber permanecido en la integridad en que fue creado. Esta clase de doctores jamás ha entendido lo que es el pecado original, qué es la justicia original, ni la gracia del Bautismo.
Hemos ya demostrado que el pecado original es una maldad y corrupción de nuestra naturaleza, que primeramente nos hace reos de la cólera de Dios, y además produce en nosotros obras, que la Escritura denomina “obras de la carne” (Gal. 5,19). Por tanto, hay que distinguir perfectamente estas dos cosas: que en todas las partes de nuestro ser y naturaleza estamos manchados y pervertidos, y que por esta sola corrupción estamos justamente condenados y convictos de culpabilidad delante de Dios, al cual no le agrada más que la justicia, la inocencia, y la pureza. Y además, que hasta los niños traen consigo desde el seno de su madre su propia condenación; pues aunque no han producido frutos de iniquidad, sin embargo llevan en si mismos su semilla; más aún, que toda su naturaleza es una cierta semilla de pecado; por lo cual no puede por menos de ser odiosa y abominable a Dios.
A los fieles se les asegura que por el Bautismo se les ha quitado y arrojado esta condenación; puesto que, según lo hemos visto, el Señor pro- mete con esta señal, que se nos concederá plena y sólida remisión de los pecados; tanto de la culpa, que se nos había de imputar, como de la pena, que habíamos de padecer por la culpa. Asimismo obtienen la justicia, pero tal como el pueblo de Dios puede conseguirla en esta vida; es decir, solamente por imputación, en cuanto pie el Señor los tiene por justos e inocentes por su misericordia.

11. Lo segundo es que esta perversidad jamás cesa en nosotros, sino que produce sin cesar nuevos frutos; es decir, aquellas obras de la carne, que hemos mencionado; igual que un horno encendido arroja continuamente llamas y chispas; o como un manantial, que no deja de manar agua. Porque la concupiscencia nunca jamás muere ni se apaga en los hombres por completo hasta que, libres por la muerte del cuerpo de muerte, son totalmente despojados de si mismos.
Es verdad que el Bautismo nos promete que nuestro Faraón está ahogado, y asimismo la mortificación del pecado; sin embargo no de tal manera, que ya no exista ni nos dé que hacer, sino solamente que no nos vencerá. Porque mientras vivamos encerrados en la cárcel de nuestro cuerpo, las reliquias del pecado habitarán en nosotros; mas si tenemos fe en la promesa que se nos ha hecho en el Bautismo, no se enseñoreará ni reinará en nosotros.
Mas que ninguno se engañe ni se lisonjee de su mal, cuando oye que el pecado habita siempre en nosotros. Esto no se dice para que los hombres se duerman tranquilamente en sus pecados, pues ya son demasiado propensos a pecar; solamente se les dice, para que no titubeen ni desmayen los que Se yen tentados y atormentados por su carne; antes bien, consideren que se encuentran en camino, y crean que han aprovechado mucho si experimentan que su concupiscencia va cada día disminuyendo, siquiera un poquito, hasta que, al fin lleguen a donde se dirigen; es decir, a la destrucción final de la carne, que tendrá lugar en la muerte Entretanto, que no dejen de pelear animosamente y de animarse a ganar terreno, incitándose a lograr la victoria. Pues debe animarles ver que después del esfuerzo, aún les quedan grandes dificultades; ya que con ello tienen mayor ocasión de progresar en la virtud.
En conclusión: lo que debemos retener de este tema es que somos bautizados para mortificación de nuestra carne; mortificación que comienza en nosotros desde el Bautismo, y en la que hemos de proseguir cada día; y que será perfecta, cuando pasemos de esta vida al Señor.

12. Testimonio de son Pablo
Lo que aquí exponemos no es más que lo que san Pablo clarísimamente dice en el capitulo sexto a los Romanos. Después de haber disputado de la justicia gratuita, como algunos perversos concluían de ahí que cada uno podía vivir a su albedrío, puesto que no eran gratos a Dios por los méritos de las obras, añade en seguida, que todos aquellos que están vestidos de la justicia de Dios, son a la vez regenerados en el espíritu; y que en el Bautismo tenemos las arras de esta regeneración (Rom. 6,3 ss.). De ahí exhorta a los fieles, que no consientan que el pecado se enseñoree de sus miembros (Ibid. vs. 12). Mas como sabia que siempre existen flaquezas en los fieles, para que no desmayasen a causa de ello, les consuela diciendo que ya no están bajo Ley (Ibid. vs. 14).
Por otra parte, como podría ser que los cristianos se ensoberbecieran por no estar bajo el yugo de la Ley, expone en qué consiste esa abolición, y además cuál es el uso de la misma. Ahora bien, lo que allí expone es en resumen, que somos liberados del rigor de la Ley para unirnos a Cristo, y que el oficio de la Ley es que nosotros, convencidos de nuestra maldad, confesemos nuestra impotencia y miseria.
Además, como la corrupción de la naturaleza no aparece tan fácilmente en un hombre profano, que sin temor alguno va en pos de sus apetitos, se pone como ejemplo a si mismo, en cuanto hombre regenerado por el Espíritu de Dios. Dice que mantiene una lucha perpetua con las reliquias de la carne, y que ligado a una miserable servidumbre, se ye retenido y obstaculizado para no dedicarse y emplearse totalmente en la obediencia de la Ley de Dios, hasta el punto de verse forzado a exclamar: “Miserable de mí, ¿quién me sacará de este cuerpo de muerte?” (Rom.7,24). Si los hijos de Dios son retenidos prisioneros en la cárcel todo el tiempo que viven, necesariamente deben estar acongojados al pensar en el peligro en que se encuentran, si no se les da algún remedio contra ese temor. Por eso añade consolándolos: que ya no hay condenación alguna para los que están en Cristo Jesús (Rom.8, 1); con lo cual enseña, que aquellos que el Señor recibió una vez en su gracia los injerta en la comunión de Cristo, y por el Bautismo los introduce en la compañía de la Iglesia, cuando perseveran en la fe en Cristo, aunque estén cercados por el pecado; y aunque lo lleven en si mismos, sin embargo están libres de la culpa y de la condenación. Si ésta es la verdadera interpretación de san Pablo, nadie debe pensar que enseñamos una doctrina nueva.

13. 2°. El Bautismo sine para nuestra confesión delante de los hombres
De esta manera el Bautismo sirve de confesión delante de los hombres. Porque es una nota con la que públicamente profesamos que queremos ser contados en el número del pueblo de Dios; con lo cual testificamos pie convenimos con todos los cristianos en el culto 4e un solo Dios y en una religión; con la cual, finalmente afirmamos públicamente nuestra fe, de tal manera que no solamente nuestros corazones, sino nuestra lengua y todos los miembros de nuestro cuerpo entonan de todos los modos posibles alabanzas a Dios. De esta manera todo cuanto hiciéremos lo emplearemos como se debe en servir a la gloria de Dios, de la cual todo debe estar lleno; y los demás con su ejemplo se moverán a hacer lo mismo. Esto tenia presente san Pablo cuando pregunta a los corintios si no habían sido bautizados en nombre de Cristo (I Cor. 1,13), dando a entender que por el hecho de ser bautizados en el nombre de Cristo se habían ofrecido a El; que habían jurado en su nombre, y que le habían dado su fe delante de los hombres de tal manera que ya no podían confesar a otro más que a El, si no querían renegar de la confesión que hablan hecho en el Bautismo.

14. Usa del Bautismo en cuanto a la confirmación de nuestra fe
Después de haber demostrado cuál fue la intención del Señor en la institución del Bautismo, es fácil juzgar qué cuidado hemos de poner para usarlo y recibirlo.
En cuanto se nos da para elevar, mantener y confirmar nuestra fe, hemos de recibirlo como si nos fuese administrado por la mano misma del que lo instituyó; y debemos estar ciertos y convencidos que es El quien nos habla por ese signo; quien purifica, limpia y rae el recuerdo de Los pecados; El quien nos hace participes de su muerte; quien quita el reino y el imperio a Satanás; quien deshace las fuerzas de nuestra concupiscencia; más aún, quien se hace una sola cosa con nosotros, para que revestidos de El seamos tenidos y reputados por hijos de Dios. Y debemos estar tan totalmente convencidos de que hace esto interiormente en nuestras almas, como vemos que el cuerpo es lavado, sumergido y rodeado por el agua. Porque esta analogía o semejanza es la regla ciertísima de los sacramentos: ver en las cosas corporales las espirituales, ni más ni menos que si las viéramos con nuestro propios ojos, puesto que el Señor ha tenido a bien representárnoslas con estas figuras. No que las gracias estén ligadas o encerradas en el sacramento para dársenos por la virtud del mismo; sino solamente que el Señor ha querido mediante tales signos darnos una prueba de su buena voluntad; es decir, que quiere darnos todas esas cosas. Y no entretiene nuestros ojos solamente con un espectáculo vacío, sino que nos gula hasta las cosas que realmente se nos presentan; que El figura y a la vez realiza eficazmente.

15. Un ejemplo notable de ello lo tenemos en el centurión Cornelio, quien, después de recibir el perdón de los pecados y las gracias visibles del Espíritu Santo, sin embargo fue luego bautizado (Hch. 10,48); no porque esperara del Bautismo un perdón más amplio de los pecados, sino un juicio más cierto y un aumento de fe por la prenda que en él se le daba.
Alguno puede que objete: ¿por qué, entonces, Ananías decía a Pablo pie lavase sus pecados por el Bautismo (Hch. 9, 17; 22,16), si los pecados no se perdonan por la virtud del mismo? Respondemos que se dice que recibimos, obtenemos y alcanzamos lo que, según el sentir de nuestra fe, el Señor nos ofrece y nos da, sea que él lo atestigüe entonces, o que habiéndolo hecho ya, lo confirme entonces de un modo mucho más completo. Así que lo que quiso decir Ananías es esto: Para que té, Pablo, estés cierto de que tus pecados te son perdonados, bautízate; como el Señor promete en el Bautismo la remisión de los pecados, recíbela y asegúrate de ella.
Mi intención no es rebajar la virtud del Bautismo, diciendo que la cosa significada y la verdad no están unidas con el Bautismo en cuanto Dios obra por medios externos. Sin embargo afirmo que de este sacramento, ni más ni menos que de los otros, no recibimos nada, sino en cuanto lo recibimos por la fe. Si no hay fe, el Señor servirá de testimonio de nuestra ingratitud, con el cual seremos declarados culpables ante el juicio de Dios de haber sido incrédulos a la promesa que en el sacramento se nos hizo. Y en cuanto es un signo y un testimonio de nuestra confesión debemos manifestar que nuestra confianza se apoya en la misericordia de Dios, y nuestra purificación en la remisión de los pecados que hemos alcanzado por Jesucristo; y que entramos en la Iglesia de Dios para vivir unidos con todos los fieles en un mismo sentimiento de fe y caridad. Esto es 10 que quiso significar san Pablo, cuando dice que “por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo” (1 Cor. 12,13).

16. Cualquiera que sea el ministro el Bautismo es válido
Si es verdad lo que decimos, que el sacramento no se debe estimar como silo recibiésemos de mano del que lo administra, sino como silo recibiésemos de la mano del mismo Dios, quien sin duda alguna nos lo da, puede deducirse de aquí que ni se le quita ni se le añade nada al sacramento a causa de la dignidad del que lo administra. Y así como entre los hombres, cuando se envía una carta poco hace al caso quien In trae, con tal que se reconozca la firma, del mismo modo nos debe bastar reconocer la mano y la firma de nuestro Señor en sus sacramentos, sea quienquiera el portador.
El error de los donatistas se pone muy bien de manifiesto con esto, ya que ellos median la virtud y eficacia del sacramento por la dignidad del ministro. Así hacen también actualmente los anabaptistas, quienes niegan que hayamos sido bautizados, porque nos ha bautizado gente impía e idólatra en el reino del Papa. Por ello furiosamente quieren forzarnos a que nos volvamos a bautizar.
Contra tales despropósitos nos sirve de firme argumento considerar, que no somos bautizados en nombre de ningún mortal, sino en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo (Mt. 28, 19); y, por tanto, que e Bautismo no es del hombre, sino de Dios, sea quienquiera el que lo administra. Por más ignorantes e impíos que hayan sido los que nos bautizaron, sin embargo no lo hicieron en la comunión de su ignorancia e impiedad, sino en la fe de Jesucristo. Porque ellos no invocaron su nombre, sino el de Dios, y no nos bautizaron en nombre de ninguno otro. Ahora bien, si el Bautismo era de Dios, tuvo sin duda alguna encerrada en si mismo la promesa de la remisión de los pecados, la mortificación de la carne, la vivificación espiritual y la participación de Cristo. Del mismo modo, en nada perjudicó a los judíos el ser circuncidados por sacerdotes impíos y apóstatas; no por ello el signo de Dios fue dado inútilmente, do manera que fuese necesario reiterarla, sino quo Los bastó volver a su puro origen.
La objeción, quo el Bautismo debe ser administrado en compañía do los fieles, no prueba que lo parcialmente vicioso corrompa toda la virtud del Bautismo. Porque cuando enseñamos lo que debe guardarse para que el Bautismo sea puro y esté limpio y libro do toda suciedad, no destruimos la institución de Dios, aunque los idolatras la corrompan. Y así cuando la circuncisión en tiempos pasados estaba corrompida con numerosas supersticiones, no por eso dejó de ser tenida por señal de la gracia de Dios. Ni tampoco Josías ni Ezequías cuando reunieron a todos los israelitas que so habían apartado de Dios, los hicieron circuncidar de nuevo (2 Re. 23; 2 Cr.29).

17. Los frutos del Bautismo administrado por infieles
En cuanto a la pregunta: qué fe es la que en nosotros ha seguido al Bautismo durante varios años, para de aquí deducir que es vano, pues no nos es santificado, si la Palabra de la promesa no es recibida por la fe: respondemos que ciertamente por largos años hemos estado ciegos, y que no hemos aceptado la promesa que se nos hacia en el Bautismo; pero que la promesa, por haberla hecho Dios, ha permanecido siempre constante, firme y verdadera. Porque aunque todos los hombres sean mentirosos y pérfidos, no por ello deja Dios de ser veraz; y aunque todos estuviesen perdidos y condenados, Jesucristo sigue siendo la salvación. Admitimos, pues, que el Bautismo no nos ha servido de nada durante aquel tiempo, puesto que la promesa que en El se nos hacia, y sin la cual de nada sirve el Bautismo, estaba como arrinconada y no hacíamos caso de ella. Pero ahora, cuando por la misericordia de, Dios comenzamos a volver en nosotros, condenamos nuestra ceguera y dureza de corazón por haber sido durante tanto tiempo ingratos a su gran bondad. Sin embargo, no creemos que la promesa se haya desvanecido; al contrario, nos hacemos esta consideración: Dios promete por el Bautismo la remisión de los pecados; si la ha prometido, sin duda alguna La cumplirá con todos los que creyeren en ella. Esta promesa se nos ha ofrecido en el Bautismo; abracémosla, pues, por la fe. Es cierto que por nuestra infidelidad ha estado por largo tiempo sepultada; recibámosla ahora por la fe. Por esta razón, cuando el Señor convida y exhorta al pueblo judío a la penitencia, no le manda que se circuncide de nuevo; Si bien por haber sido circuncidados por hombres impíos y sacrílegos vivieron algún tiempo en la misma impiedad; únicamente insiste en que se conviertan de corazón. Porque si bien el pacto había sido violado por ellos, el signo del mismo permanecía firme e inviolable para siempre por institución divina. Por eso eran recibidos de nuevo en el pacto que Dios había establecido una vez con ellos en la circuncisión, con la sola condición de arrepentirse; a pesar de que al recibirla de manos de un sacredote sacrílego, la habían falseado, y destruido su virtud y eficacia en cuanto de ellos dependía.

18. Explicación de Hechos 19,3-5.
Pero les parece que no hay manera alguna de solucionar la dificultad que alegan: que san Pablo rebautizo a los que una vez habían sido bautizados con el Bautismo de Juan (Hch.19, 3-5). Porque, Si según nuestra exposición, el Bautismo de Juan fue el mismo en todo que el que hoy en día usamos, así como entonces aquellos mal instruidos, cuando comprendieron bien lo que habían de creer, se bautizaron de nuevo en esta fe, igualmente no se ha de tener en cuenta cualquier bautismo que haya sido administrado sin la verdadera doctrina; y de nuevo debemos bautizarnos en la verdadera religión en que ahora somos instruidos.
Algunos opinan que el que los había bautizado anteriormente era algún malvado imitador de san Juan, y que lo había hecho más bien en vanas supersticiones que en la verdad. Y les parece una buena razón para tal conjetura, que los bautizados confiesan no haber jamás oído hablar del Espíritu Santo, respecto al cual san Juan nunca hubiera dejado en la ignorancia a sus discípulos. Sin embargo, no es verosímil que los judíos, incluso los no bautizados, no tuvieran alguna noticia del Espíritu Santo, cuando en la Escritura se hace mención de El en tantos lugares y con tantos encomios. Por tanto, su respuesta de que no saben que exista el Espíritu ha de entenderse como si dijeran, que no habían oído decir que las gracias del Espíritu, acerca de las que san Pablo les preguntaba, se concediesen a los discípulos de Cristo.
Por mi parte, concedo que hablan sido bautizados con el verdadero Bautismo de Juan, el cual era idéntico al de Cristo; pero niego que hayan sido bautizados de nuevo. ¿Qué quieren, entonces, decir estas palabras; fueron bautizados en el nombre de Jesús? Algunos interpretaban esto diciendo que san Pablo solamente los instruyó en la verdadera doctrina. Yo prefiero entenderlo de una manera más sencilla; es decir, que él habla del Bautismo del Espíritu Santo, y quiere decir que les fueron concedidas las gracias visibles del Espíritu Santo por la imposición de las manes. Estas gracias no raras veces reciben en la Escritura el nombre de bautismo. Así el día de Pentecostés se dice que los apóstoles se acordaron de las palabras del Señor respecto al bautismo de fuego y del Espíritu (Hch. 1,5). Y san Pedro cuenta que las mismas palabras le vinieron a la memoria al ver que aquellas gracias fueron derramadas sobre Cornelio y su familia (Hch. 11, 16). Y no se opone a esto lo que luego sigue: que al imponerles él las manos, descendió el Espíritu sobre ellos. Porque Lucas no refiere dos cosas diversas, sino que prosigue su narración, imitando a los hebreos, quienes suelen proponer al principio todo en resumen, y después exponen el asunto más ampliamente. Así puede verlo todo el mundo por el contexto mismo, donde se dice: oídas estas cosas fueron bautizados en el nombre de Jesús; y cuando san Pablo les impuso las manos, el Espíritu Santo descendió sobre ellos. En esta última expresión se ye claramente qué clase de Bautismo fue aquél.
Además, si el primer Bautismo quedara anulado a causa de la ignorancia, los apóstoles habían de ser los primeros en ser bautizados de nuevo, porque durante tres años enteros después de ser bautizados, apenas habían logrado un mínimo conocimiento de la verdadera doctrina. Y entre nosotros, ¿qué ríos bastarían para lavar tanta ignorancia, cuanta por la misericordia del Señor se corrige cada día?

19. La verdadera ceremonia del Bautismo
La virtud, dignidad, provecho y fin de este sacramento quedan, si no me engaño, suficientemente aclarados.
Por lo que respecta al signo exterior, ojalá que la propia institución de Cristo retuviera el valor que merece, para reprimir el atrevimiento de los hombres. Pues, como si fuera cosa de menos valor y digna de poca estima bautizar con agua, conforme a la institución de Cristo, han inventado una bendición, o mejor dicho, un cierto encantamiento, para profanar la verdadera consagración del agua. Después han añadido el cirio con el crisma; y les ha parecido que soplar para conjurar al Diablo abría la puerta del Bautismo.
No ignoro cuán antiguo es el origen de todas estas corruptelas; sin embargo es lícito y razonable rechazar todo cuanto los hombres se han atrevido a añadir a lo que Cristo instituyó.
Viendo Satanás que sus engaños habían sido desde el principio mismo de la predicación del Evangelio recibidos tan fácilmente y sin oposición alguna por la necia credulidad del mundo, se atrevió a seguir adelante con cosas más graves. De ahí el esputo, la sal y otros semejantes desatinos que con horrible licencia se han empleado en el Bautismo públicamente, para oprobio y menosprecio del sacramento.
Aprendamos con estas experiencias que no hay cosa más santa, mejor, ni más segura que contentarnos con la sola autoridad de Jesucristo. Sería, pues, mucho mejor dejar a un lado estas pompas y farsas que ciegan los ojos de la gente sencilla y entontece sus sentidos; y cuando alguno se ha de bautizar, presentarlo a Dios, siendo toda la Iglesia testigo; y ofrecérselo con las oraciones de los fieles; recitar la confesión de fe en que ha de ser instruido; proponer y declarar las promesas que en el Bautismo se contraen, y que sea bautizado en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo; y, finalmente, despedirlo con oraciones y acción de vacías. De esta manera no se omitiría nada de lo perteneciente al Bautismo, y brillaría claramente la única ceremonia que Dios instituyó, sin que se viera ofuscada con sucias añadiduras.
En cuanto a lo demás, tiene poca importancia si se ha de sumergir totalmente en el agua al bautizado, si se ha de hacer tres veces o una solamente, derramando agua sobre él. Esto debe dejarse a la discreción de la Iglesia, según la diversidad de los países. Porque el signo se representa de cualquiera de estas maneras. Aunque la palabra misma “bautizar” significa sumergir; y consta que la iglesia primitiva usó este rito.

20. Sólo los pastores deben administrar el Bautismo
Es necesario también advertir que está muy mal que una persona particular administre el Bautismo o la Cena. Porque la dispensación de ambos sacramentos forma parte del ministerio público. Que esto es así, se ve claramente porque Jesucristo no mandó a las mujeres ni a los hombres particulares que bautizasen; sino que encomendó este oficio a los que El había ordenado apóstoles. Y cuando ordenó a sus discípulos que al celebrar la Cena hiciesen lo que Él había hecho, sin duda los quiso instruir en que, imitando su ejemplo, hubiese uno que administrase el sacramento a los otros.
En cuanto a que hace ya mucho tiempo, casi desde el principio de la Iglesia, se introdujo la costumbre de que, a falta de ministro, pudiese un particular bautizar a una criatura en peligro de muerte, tal costumbre no se funda en razón alguna. Y los mismos antiguos que usaban esta costumbre o la toleraban, no están ciertos de si obraban bien o mal. Porque san Agustín habla de esto con dudas y no puede determinar si esto se hace sin pecado. Y así dice: “Si un seglar, forzado por la necesidad administra el Bautismo, no sé si alguno puede decir piadosamente que tal Bautismo debe ser reiterado”.1
En cuanto a las mujeres, en el concilio de Cartago, celebrado en tiempo del mismo san Agustín, se ordenó que no bautizasen en modo alguno, bajo pena de excomunión.
Objetan que si una criatura muere sin el Bautismo no sería partícipe de la gracia de la regeneración. A esto respondo que no hay temor de que así suceda. Porque Dios mismo dice que adopta a nuestros hijos y los tiene por suyos antes de que nazcan, al decir que será el Dios de nuestra descendencia después de nosotros (Gn. 17,7). En estas palabras se apoya y queda comprendida la salvación de nuestra descendencia; y se haría gran injuria a Dios, si se negase que su promesa es suficiente para llevar a cabo lo que contiene.
Muy pocos se han dado cuenta del grave daño ocasionado por la mala inteligencia de aquel dogma: el Bautismo es necesario para la salvación. Porque si se admite que nadie que no esté bautizado se puede salvar, nuestra condición sería mucho peor que la del pueblo judío, puesto que la gracia de Dios sería más limitada ahora que lo fue en tiempo de la Ley; y así se podría pensar que Cristo había venido no a cumplir las promesas, sino a destruirlas, ya que la promesa de la salvación tenía fuerza y virtud plenas antes del día octavo, anteriormente al cual nadie se podía circuncidar; y ahora no la tendría sin la ayuda del signo.

1 Contra la carta de Parmenio, lib. II. cap. 13, 19.

21. Cuál fue la costumbre que se observó en la iglesia antes de nacer san Agustín se ve claramente en muchos de los Padres antiguos.
En primer lugar en Tertuliano, cuando dice que no se permite a la mujer hablar en la Iglesia, ni enseñar, ni bautizar, ni ofrecer, a fin de que no usurpe el oficio del hombre, y menos el del sacerdote.1 Tenemos también a Epifanio, testigo muy digno de fe, el cual echa en cara a Marción que permitía a las mujeres bautizar.2
Sé muy bien lo que se objeta a esto: que hay gran diferencia entre el uso común y ordinario, y lo que se hace en fuerza de la necesidad. Mas como Epifanio dice que es una burla permitir que las mujeres bauticen, y no hace excepción alguna, se ve claramente que este abuso lo condena de tal manera, que no admite pretexto que lo puede excusar. E igualmente en el libro tercero dice que ni aun a la Virgen María le fue permitido bautizar; por tanto no hay razón para restringir en modo alguno sus palabras.

1 Del Bautismo, cap. VIII, 4 y 5.
2 Contra las Herejías, cap. 42, 1.

22. Refutación de algunas objeciones
El ejemplo de Séfora es traído fuera de propósito. Dicen que el ángel de Dios se aplacó desde que ella circuncidó a su hijo (Éx. 4,25); de aquí concluyen indebidamente que Dios aprobó lo que ella hizo. Según esta razón hay que decir igualmente que fue acepto a Dios el culto que los asirios establecieron en Samaria, puesto que no fueron ya molestados por las fieras salvajes (2 Re. 17,32).
Pero existen muchas otras y sólidas razones para probar que es un gran desatino proponer como ejemplo que imitar lo que realizó una loca mujer. Si dijese que esto fue un caso particular y excepcional que no se debe imitar; o que como no había en otro tiempo un mandato expreso que ordenase a los sacerdotes circuncidar, existe cierta diversidad entre el Bautismo y la circuncisión, quizás esto bastase para cerrar la boca de los que quieren permitir a las mujeres bautizar. Porque las palabras de Cristo son claras: Id, enseñad a todas las naciones, y bautizadlas (Mt. 28, 19). Y si Él no nombra a otros como ministros para bautizar. sino a los mismos que designó para predicar el Evangelio; y si el apóstol atestigua que ninguno debe usurpar este honor, sino el que fuere llamado, como Aarón (Heb. 5,4), cualquiera que sin vocación legítima bautiza obra muy mal, al ingerirse en la jurisdicción de otro. San Pablo dice claramente que todo cuanto se emprende sin tener certidumbre de fe, aunque se trate de cosas de poca importancia, como es el comer y el beber, es pecado (Rom. 14,23). Por tanto, peca mucho más una mujer cuando bautiza, puesto que manifiestamente traspasa el orden que Cristo ha establecido en su Iglesia; pues bien sabemos cuán grande pecado es separar las cosas que Dios ha juntado (Mt. 19,6).
Pero omito tratar todo esto. Solamente quiero advertir a los lectores que Sófora en nada pensó menos que en hacer un servicio a Dios. Ella, viendo a su hijo en peligro de muerte, se enoja y murmura; y no sin cólera arroja el prepucio al suelo, y riñe con su marido, revolviéndose contra Dios. En resumen, todo lo que hace procede de un furor desordenado, puesto que se enoja y habla contra Dios y contra su marido, porque se ve obligada a derramar la sangre de su hijo. Además, aunque se hubiera conducido bien en todo lo demás, su temeridad al querer circuncidar a su hijo estando presente su marido, tan excelente profeta de Dios, que no hubo otro como él en Israel, es del todo inexcusable. Pues esto no le fue más lícito, que lo sería ahora a una mujer bautizar estando presente el obispo.
Por lo demás, todas estas cuestiones se resolverán fácilmente, si quitamos del entendimiento humano la fantasía de que las criaturas que parten de este mundo sin el Bautismo no tienen parte en el Paraíso. Según lo hemos ya notado, se infiere una grave injuria a la verdad y pacto de Dios, si no confiamos en él, como si él solo no bastara por si mismo para salvarnos; puesto que su efecto no depende ni del Bautismo, ni de ningún otro aditamento cualquiera. El Bautismo se añade después como un sello, no para dar virtud y eficacia a la promesa, como si ella fuese débil por sí misma, sino solamente para ratificarla en nosotros, a fin de que la tengamos por más cierta. De donde se sigue que los hijos de los fieles no son bautizados para que comiencen entonces a ser hijos de Dios, como si antes fueran extraños a la Iglesia; sino para que por esta solemne señal se declare que los reciben en ella como miembros que ya eran de la misma. Porque cuando el Bautismo no se omite ni por desprecio, ni por negligencia, no-hay motivo alguno de temor.
En conclusión; lo mejor es honrar el orden establecido por Dios; es decir, que no recibamos los sacramentos de mano de nadie más que de aquellos a quienes ha confiado tal dispensación. Y cuando no los podemos recibir de esta manera, no pensemos que la gracia de Dios está de tal manera ligada a los sacramentos, que no la podemos conseguir en virtud de la sola Palabra del Señor.
INSTITUCIÓN

DE LA

RELIGIÓN CRISTIANA

POR JUAN CALVINO

LIBRO CUARTO
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