CAPÍTULO XI

ES UNA ABOMINACIÓN ATRIBUIR A DIOS FORMA ALGUNA VISIBLE, Y TODOS CUANTOS ERIGEN IMÁGENES O ÍDOLOS SE APARTAN DEL VERDADERO DIOS

1. Representar a Dios con imágenes es corromper su gloria
    Según el modo vulgar de hablar que emplea la Escritura, acomodándose a la rudeza y debilidad de los hombres, cuando quiere distinguir entre el Dios verdadero y los dioses falsos lo opone principalmente a los ídolos; no porque apruebe lo que enseñaron los filósofos con grande artificio y elegancia, sino para descubrir mejor la locura del mundo, y también para mostrar que todos, al apoyarse en sus especulaciones, caminan fuera de razón. Por tanto, la definición según la cual comúnmente decimos que no hay más que un solo y único Dios, excluye y deshace todo cuanto los hombres por su propio juicio idearon acerca de Dios, porque sólo Dios mismo es testigo suficiente acerca de sí. Mas como quiera que se ha extendido por todo el mundo esta insensata necedad de apetecer imágenes visibles que representen a Dios y por esta causa se han hecho dioses de madera, de piedra, de oro, de plata, y de otras materias corruptibles y perecederas, es menester que tengamos como máxima, y cosa certísima, que cuantas veces Dios es representado en alguna imagen visible su gloria queda menoscaba con grande mentira falsedad. Por eso Dios en su Ley, después de haber declarado que  solo pertenece la honra de ser Dios, queriendo enseñarnos cuál es el culto y manera de servirle que aprueba o rechaza, añade a continuación: "Note harás imagen, ni ninguna semejanza" (Éx. 20,4), con las cuales palabras pone freno a nuestro atrevimiento, para que no intentemos representarlo con imagen alguna visible; y en pocas palabras expone todas las figuras con que la superstición había, ya hacía mucho tiempo, comenzado a falsificar su verdad. Porque bien sabemos que los persas adoraron al sol; y a cuantas estrellas los pobres e infelices gentiles velan en el cielo las tuvieron por dioses. Y apenas hubo animal que los egipcios no tuviesen como imagen de Dios, y hasta las cebollas y los puerros. Los griegos se creyeron mucho más sabios que los demás pueblos, porque adoraban a Dios en figura humano. Pero Dios no coteja ni compara las imágenes entre sí para ver cuál le conviene más, sino que, sin excepción alguna, condena todas las imágenes, estatuas, pinturas y cualquier otra clase de figuras con las cuales los idólatras pensaban que tendrían a Dios más cerca de sí.

2.  Esto se puede entender fácilmente por las razones con que lo prueba
Primeramente dice por Moisés: "Y habló Jehová con vosotros en medio del fuego; oísteis la voz de sus palabras, mas... ninguna figura visteis.. . Guardad, pues mucho vuestras almas..., para que no os corrompáis y hagáis para vosotros escultura, imagen de figura alguna..." (Dt.4, 12.15.16). Vemos cómo opone claramente su voz a todas las figuras, a finde que sepamos que cuando le quieren honrar en forma visible se apartan de Dios. En cuanto a los profetas, bastará con Isaías, el cual mucho más enfáticamente prueba que la majestad de Dios queda vi¡ y hartamente menoscabada cuando El, que es incorpóreo, es asemejado a una cosa corpórea; invisible, a una cosa visible; espíritu, a un ser muerto; infinito, a un pedazo de leña, o de piedra u oro (1s.40,16; 41,7.29;45,9; 46,5).
    Casi de la misma manera razona san Pablo, diciendo: "Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos pensar que la Divinidad sea semejante a oro, o plata, o piedra, escultura de arte y de imaginación de hombres" (Hch. 17,29). Por donde se ve claramente que cuantas estatuas se labran y cuantas imágenes se pintan para representar a Dios, sin excepción alguna, le desagradan, corno cosas con las que se hace grandísima injuria y afrenta a su majestad. Y no es de maravillar que el Espíritu Santo pronuncie desde el cielo tales asertos, pues Él mismo fuerza a los desgraciados y ciegos idólatras a que confiesen esto mismo en este mundo. Bien conocidas son las quejas de Séneca, que san Agustín recoge: "Los dioses", dice, “que son sagrados, inmortales e inviolables, los dedican en materia vilísima y de poco precio, y fórmanlos como a hombres o como a bestias, e incluso algunas veces como a hermafroditas - que reúnen los dos sexos -, y también como a cuerpos que si estuviesen vivos y se nos presentaran delante pensaríamos que eran monstruos”.
    Por lo cual nuevamente se ve claro que los defensores de las imágenes se justifican con vanas excusas diciendo que las imágenes fueron prohibidas a los judíos por ser gente muy dada a la superstición, como si fuera sólo propio de una nación lo que Dios propone de su eterna sabiduría y del orden perpetuo de las cosas. Y lo que es más, san Pablo no hablaba con los judíos, sino con los atenienses, cuando refutaba el error de representar a Dios en imágenes.

3. Signos bajo los cuales Dios ha manifestado su presencia
    Es verdad que Dios se manifestó a veces con ciertas señales, de modo que la Escritura dice que lo vieron cara a cara; pero cuantos signos quiso tomar para manifestarse a los hombres se adaptaban muy bien a su manera de enseñar y a la vez advertían a los hombres sobre lo incomprensible de su esencia. Porque la nube, el humo y la llama (Dt. 4, 11), aunque eran señales de la gloria celestial, no dejaban de ser como un freno para detener al entendimiento y que no intentase subir más alto. Por lo cual ni aun Moisés, con el cual Dios se comunicó mucho más familiarmente que con otro ninguno, pudo lograr, por más que se lo suplicó, ver su rostro; antes bien, le respondió que el hombre mortal no era capaz de resistir tanta claridad (Éx. 33,13-23).
    Se apareció el Espíritu Santo en forma de paloma (Mt.3,16), pero viendo que luego desapareció, ¿quién no cae en la cuenta de que con esta manifestación fugaz se ha advertido a los fieles que debían creer que el Espíritu Santo es invisible, a fin de que descansando en su virtud y en su gracia no buscasen figura externa alguna? En cuanto a que algunas veces apareció Dios en figura de hombre, esto fue como un principio o preparación de la revelación que en la persona de Jesucristo se había de hacer; por lo cual no fue lícito a los judíos, so pretexto de ello, hacer estatuas semejantes a hombres. También el propiciatorio, desde el cual Dios en el tiempo de la Ley mostraba claramente su potencia, estaba hecho de tal manera, que daba a entender que el mejor medio de ver a Dios es levantar el espíritu a lo alto lleno de admiración (Éx. 25,18﷓21). Porque los querubines con sus alas extendidas lo cubrían del todo; el velo lo tapaba; el lugar mismo donde estaba era tan escondido y secreto, que no se podía ver nada. Por tanto, es evidente que los que quieren defender las imágenes de Dios o de los santos con este ejemplo de los querubines son insensatos y carecen de razón. Porque, ¿qué hacían aquellas pequeñas imágenes en aquel lugar, sino dar a entender que no había imagen alguna visible apropiada y capaz de representar los misterios de Dios? Pues con este propósito se hacían de modo que al cubrir con sus alas el propiciatorio, no solamente impidiesen que los ojos viesen a Dios, sino también los demás sentidos; y esto para refrenar nuestra temeridad.
    También está conforme con esto lo que los profetas cuentan, que los serafines que ellos vieron tenían su cara cubierta (ls. 6,2); con lo cual quieren dar a entender que el resplandor de la gloria de Dios es tan grande, que incluso los mismos ángeles no la pueden ver perfectamente, y que los pequeños destellos que en ellos refulgen nosotros no los podemos contemplar con la vista corporal. Aunque, como quiera que los querubines, de los cuales al presente tratamos, según saben muy bien los que tienen alguna idea de ello, pertenecían a la antigua doctrina de la Ley, seda cosa absurda tomados como ejemplo para hacer lo mismo hoy, pues ya pasé el tiempo en el que tales rudimentos se enseñaban; y en esto nos diferencia san Pablo de los judíos.
    Ciertamente es bien vergonzoso que los escritores profanos e infieles hayan interpretado la Ley mucho mejor que los papistas. Juvenal, mofándose de los judíos, les echa en cara que adoran a las puras nubes y a la divinidad del cielo. Es verdad que miente maliciosamente con ello; pero al declarar que entre los judíos no existía imagen alguna, está más conforme con la verdad que los papistas, los cuales quieren hacer creer lo contrario. En cuanto a que este pueblo, luego, sin consideración alguna, se precipitó y se fue tras los ídolos tan prontamente y con tanto ímpetu como lo suelen hacer las aguas cuando en gran abundancia brotan del manantial, precisamente podemos aprender cuán grande es la inclinación que en nosotros existe hacia la idolatría, en vez de atribuir a los judíos un vicio del que todos estamos tocados, a fin de perseverar de este modo en el sueño de los vanos halagos y de la licencia para pecar.

4. Dios no puede ser de materia inanimada
    Lo que dice el Salmista, que los ídolos de los gentiles son plata y oro, obra de manos de hombres, viene a lo mismo (Sal. 115,4). Porque el Profeta muestra por su materialidad que no son dioses, puesto que están representados en oro y plata; y afirma como verdad inconcusa que todo cuanto nos imaginamos de Dios no es otra cosa que desvarío. Y nombra preferentemente el oro y la plata, en vez del barro o la piedra, a fin de que ni su hermosura ni su valor nos induzcan a tenerles alguna estima. Finalmente concluye que no hay cosa que tenga menos apariencia de verdad que hacer dioses de una materia corruptible. Y juntamente con esto insiste muy a propósito en que los hombres se enorgullecen excesivamente dando a los ídolos la honra debida a Dios, ya que ellos mismos con harta dificultad pueden asegurar que vivirán un solo momento. El hombre se ve forzado a confesar que su vida es de un día, y, no obstante, ¿querrá que sea tenido por Dios el metal al cual él mismo colocó en la categoría de Dios? Porque, ¿cuál es el origen de los ídolos, sino la fantasía y el capricho de los hombres? Muy justamente se burla de esto cierto poeta pagano, el cual presenta a un ídolo hablando de esa manera: Yo fui en el tiempo pasado un tronco de higuera, un pedazo de leño inútil, cuando el carpintero, estando en duda de lo que haría conmigo, al fin decidió hacerme Dios". ¿No es maravilla que un pobre hombre formado de la tierra, al que casi a cada momento se le está yendo la vida, presuma de quitar la honra y la gloria a Dios y de atribuírsela a un tronco seco? Pero, puesto que el mencionado poeta era epicúreo y no se le daba nada de ninguna religión, sino que de todas se burlaba, dejando a un lado sus bromas y las de sus semejantes, muévanos, o mejor dicho, lléguenos a lo vivo la reprensión del profeta, que habla de esta manera: “De él (el pino) se sirve luego el hombre para quemar, y tomará de ellos para calentarse; enciende también el horno, y cuece panes; hace además un dios y lo adora; fabrica un ídolo, y se arrodilla delante de él ... No saben ni entienden" (Is. 44,15.18). E igualmente el mismo profeta, en otro lugar, no solamente los condena por la Ley, sino también los reprende por no haber aprendido de los fundamentos de la tierra (Is.2,8; 31,7; 57, 10; Os. 14,4; Miq. 5,13), pues no puede haber cosa más absurda que querer forzar a Dios a que sea de cinco pies, siendo infinito e incomprensible.
    Sin embargo, la experiencia nos enseña que una abominación tan horrenda, la cual claramente repugna al orden natural, es un vicio normal en los hombres. Hemos también de entender que la Escritura, cuando quiere condenar la superstición, usa muchas veces esta manera de hablar, a saber: que son obras de las manos de los hombres, desprovistas de la autoridad de Dios, a fin de que tengamos como regla infalible que todos los servicios divinos que los hombres inventan por sí mismos son abominables. Este pecado es aún más encarecido en el salmo, diciendo que los hombres que precisamente son creados con entendimiento para que sepan que todas las cosas se mueven por la sola potencia divina, se van a pedir ayuda a las cosas muertas, y que no tienen sentido alguno. Pero porque la corrupción de nuestra naturaleza maldita arrastra a casi todo el mundo, tanto en general como en particular, a tan gran desvarío, finalmente el Espíritu Santo fulmina esta horrible maldición: “Semejantes a ellos son los que los hacen, y cualquiera que confía en ellos" (Sal. 115,8).
    Hay que notar también que no prohíbe Dios menos las imágenes pintadas que las de talla. Con lo cual se condena la presunta exención de los griegos, que piensan obrar conforme al mandamiento de Dios, porque no hacen esculturas, aunque pintan cuantas les parece; y realmente en esto aventajan a todos los demás. Pero Dios no solamente prohíbe que se le represente en talla, sino de cualquier otra manera posible, porque todo esto es vano y para gran afrenta de su majestad.

5. Las imágenes son como los libros de los ignorantes
    Conozco muy bien el refrán: las imágenes son los libros de los ignorantes. Así lo dijo san Gregorio; pero otra cosa muy diferente dijo el Espíritu Santo. Y si San Gregorio, en lo que toca a esta materia, hubiera sido enseñado del todo en eso escuela, nunca hubiera dicho tales palabras. Porque cuando Jeremías dice que 'el leño es doctrina de vanidad' (Jer. 10, 3), y Habacuc declara que 'la imagen fundida es doctor de la mentira'(Hab. 2,18), nosotros debemos deducir la doctrina general de que es vanidad y mentira todo cuanto los hombres aprendan de las imágenes referente a Dios. Si alguno objetare que los profetas reprenden a los que hacían mal uso de las imágenes para sus impías supersticiones, estoy de acuerdo con ellos; pero añado también lo que nadie ignora: que con esto los profetas condenan lo que los papistas tienen por máxima infalible: que las imágenes sirven de libros. Porque ellos oponen todos los ídolos al verdadero Dios corno cosas contrarias y que jamás se pueden conciliar.
    Digo, pues, que de los testimonios que acabo de alegar queda bien claro este punto: que como quiera que no hay más que un solo Dios verdadero, al cual los judíos adoraban, todas las figuras inventadas para representar a Dios son falsas y perversas, y cuantos piensan que conocen a Dios de esta manera están grandemente engañados.
    En conclusión, si ello no fuese así - que todo conocimiento de Dios adquirido por las imágenes fuese falso y engañoso -, los profetas no lo condenarían de modo tan general y sin excepción alguna. Yo al menos he sacado esto en conclusión: que cuando decimos que es vanidad y mentira querer representar a Dios en imágenes visibles no hacemos más que repetir palabra por palabra lo que los profetas enseñaron.

6. Testimonios de los Padres
    Además de esto lame lo que sobre esta materia escribieron Lactancio y Eusebio, los cuales no dudan en afirmar como cosa certísima que todos cuantos fueron representados en imágenes fueron mortales. San Agustín es de la misma opinión; afirmando que es cosa abominable, no solamente adorar las imágenes, sino también hacerlas para que representen a Dios. Y con esto no dice nada nuevo, sino lo mismo que quedó determinado muchos años antes en el Concilio de Elvira (en España, junto a Granada, el año 335), cuyo canon 36 dice así: "Determinose que en io templos no haya pinturas, a fin de que lo que se reverencia o adora no se pinte en las paredes".
    Es también digno de perpetua memoria lo que san Agustin cita en otro lugar, de un pagano llamado Varrón, y él mismo aprueba: que los primeros que hicieron imágenes quitaron el temor de Dios de¡ mundo y aumentaron el error. Si solamente Varrón dijera esto pudiera ser que no se le diese gran crédito. Y, sin embargo, gran vergüenza es para nosotros que un gentil, que sin la luz de la fe andaba como a tientas, haya logrado tanta claridad que llegara a decir que las imágenes visiibles con que los hombres han querido representar a Dios no convienen a su majestad, porque disminuyen en ellos su temor y aumentan el error. Ciertamente la realidad misma se demuestra tan verdadera como prudencia hubo al decirla. El mismo san Agustín, tomando esta sentencia de Varrón, la hace suya. En primer lugar prueba que los primeros errores que cometieron los hombres no comenzaron con las imágenes, sino que aumentaron con ellas. Después declara que el temor de Dios sufre menoscabo, y aun M todo desaparece, por los ídolos, porque fácilmente puede ser menospreciada su deidad con una cosa tan vil como son las imágenes. Y pluguiese a Dios que no hubiéramos experimentado tanto cuánta verdad hay en esto último.
    Por tanto, quien desee enterarse bien, aprenda en otra parte y no en las imágenes lo que debe saber de Dios.

7. Los abusos de los papistas
    Si, pues, los papistas tienen alguna honradez, no vuelvan a usar en adelante de este subterfugio, que las imágenes son los libros de los ignorantes, pues claramente lo hemos refutado con numerosos testimonios de la Escritura.
    Pero aunque yo les concediese esto, ni aun así habrían ganado mucho en su propósito, pues todos ven qué disfraz tan mostruoso nos venden como Dios.
    En cuanto a las pinturas o estatuas que dedican a los santos, ¿qué otra cosa son sino dechados de una pompa disoluta, e incluso de infamia, con los cuales, si alguno quisiera conformarse, merecería ser castigado? Porque las mujeres de mala vida se componen mas honestamente y con más modestia en sus mancebías que las imágenes de la Virgen en los templos de los papistas; ni es mucho más decente el atavío de los mártires. Compongan, pues, sus imágenes e ídolos con algo siquiera de honestidad, para que puedan dorar sus mentiras al pretender que son libros de cierta santidad. Pero aun así responderemos que no es ésta la manera de enseñar a los cristianos en los templos, a los cuales quiere el Señor que se les enseñe con una doctrina muy diferente de estas superficialidades. Él mandó que en los templos se propusiese una doctrina común a todos, a saber, la predicación de su Palabra y la administración de los sacramentos. Los que andan mirando de un sitio para otro contemplando las imágenes muestran suficientemente que no les es muy grata esta doctrina.
    Pero veamos a quién llaman los papistas ignorantes, que por ser tan rudos no pueden ser instruidos más que por medio de las imágenes. Sin duda a los que el Señor reconoce por discípulos suyos, a los cuales honra tanto, que les revela los secretos celestiales y manda que les sean comunicados. Confieso, según están las cosas en el día de hoy, que hay muchos que no podrán privarse de tales libros; quiero decir de los ídolos. Pero, pregunto: ¿De dónde procede esa necedad, sino de que son privados de la doctrina, que basta por sí sola para instruirlos? Pues la única causa de que los prelados, que tenían cargo de las almas, encomendaron a los ídolos su oficio de enseñar, fue que ellos eran mudos. Declara san Pablo que por la verdadera predicación del Evangelio Jesucristo nos es pintado al vivo y, en cierta manera, "crucificado ante nuestros ojos" (Gál. 3, 1). ¿De qué, pues, serviría levantar en los templos a cada paso tantas cruces de piedra, de madera, de plata y de oro, si repetidamente se nos enseñara que Cristo murió en la cruz para tomar sobre sí nuestra maldición y limpiar con el sacrificio de su cuerpo nuestros pecados, lavarlos con su sangre y, finalmente, reconciliamos con Dios su Padre? Con esto sólo, podrían los ignorantes aprender mucho más que con mil cruces de madera y de piedra. Porque en cuanto a las de oro y de plata, confieso que los avaros fijarían sus ojos y su entendimiento en ellas mucho más que en palabra alguna de Dios.

8 . El espíritu del hombre es un perpetuo taller para forjar ídolos
    En cuanto al origen y fuente de los ídolos, casi todos convienen en lo que dice el libro de la Sabiduría: que los que quisieron honrar a los muertos que habían amado, fueron los que comenzaron esta superstición, haciendo in honor suyo algunas representaciones, a fin de conservar perpetua memoria de ellos (Sab. 14,15-16).
     Confieso que esta perversa costumbre es muy antigua y no niego que haya sido a modo de antorcha que más encendió el furor de los hombres para darse a la idolatría. Sin embargo, no me parece que haya sido ése el origen de la misma, porque ya en Moisés se ve claramente que hubo ídolos mucho antes de que reinase en el mundo la desatinada ambición de dedicar imágenes a los muertos, como lo mencionan frecuentemente los escritores profanos. Cuando cuenta que Raquel había hurtado los ídolos de su padre, habla de ello como de un vicio común (Gn. 31,19). Por ahí se puede ver que el ingenio del hombre no es otra cosa que un perpetuo taller para fabricar ídolos. Después del diluvio fue remozado el mundo como si otra vez comenzase a ser; pero no pasaron muchos años sin que los hombres forjaran dioses conforme a su fantasía. E incluso es verosímil que aun en vida del santo patriarca sus nietos se entregaran a la idolatría, de suerte que con sus propios ojos viera con gran dolor mancillar la tierra que Dios recientemente había purificado de inmundicias. Porque Taré y Nacor, ya antes de que Abraham hubiese nacido, adoraban falsos dioses, como lo atestiguó Josué (Jos.24,2). Y si la posteridad de Sem degeneró tan pronto, ¿qué hemos de pensar de la raza de Cam, que antes habla sido maldita en su padre?
    El entendimiento humano, como está lleno de soberbia y temeridad, se atreve a imaginar a Dios conforme a su capacidad; pero como es torpe y lleno de ignorancia, en lugar de Dios concibe vanidad y puros fantasmas. Pero a estos males se añade otro nuevo, y es que el hombre procura manifestar exteriormente los desvaríos que se imagina como Dios, y así el entendimiento humano engendra los ídolos y la mano los forma. Ésta es la fuente de la idolatría, a saber: que los hombres no creen en absoluto que Dios está cerca de ellos si no sienten su presencia físicamente, y ello se ve claramente por el ejemplo del pueblo de Israel: "Haznos dioses que vayan delante de nosotros; porque a este Moisés... ... no sabemos qué le haya acontecido" (Éx. 32:1). Bien sabían queera Dios Aquel cuya presencia habían experimentado con tantos milagros; pero no creían que estuviese cerca de ellos, si no veían alguna figura corporal del mismo que les sirviera de testimonio de que Dios Os guiaba. En resumen, querían conocer que Dios era su guía y conductor, por la imagen que iba delante de ellos. Esto mismo nos lo enseña la experiencia de cada día, puesto que la carne está siempre inquieta, hasta que encuentra algún fantasma con el cual vanamente consolarse, como si fuese imagen de Dios. Casi no ha habido siglo desde la creación del mundo, en el cual los hombres, por obedecer a este desatinado apetito, no hayan levantado señales y figuras en las cuales creían que veían a Dios ante sus mismos ojos.

9. De la devoción de las imágenes
    A esa imaginación sigue luego una desenfrenada devoción de adorar las imágenes, porque como los hombres piensan que ven a Dios en las imágenes, lo adoran también en ellas. Y al fin, habiendo fijado sus ojos y sus sentidos en ellas, se embrutecen cada día más y se admiran y maravillan como si estuviese encerrada en ellas alguna divinidad. Es claro, pues, que los hombres no se deciden a adorar las imágenes sin que primero hayan concebido una cierta opinión carnal; no que piensen que las imágenes son dioses, sino que se imaginan que reside en ellas cierta virtud divina. Por tanto tú, cualquier cosa que representes en la imagen, sea Dios o alguna de sus criaturas, desde el momento que la honras, ya estás enredado en la superstición.
    Por esta causa, no solamente prohibió Dios hacer estatuas que lo representasen, sino también consagrar monumentos o piedras que diesen ocasión de ser adorados. Por esta misma causa en el segundo mandamiento de la Ley se manda que las imágenes no sean adoradas. Porque desde el momento que se hace alguna forma visible de Dios, en  seguida se le atribuye su potencia. Tan necios son los hombres, que quieren encerrar a Dios doquiera que lo pintan; y, por tanto, es imposible que no lo adoren allí mismo. Y no importa que adoren al ídolo o a Dios en el ídolo, porque la idolatría consiste precisamente en dar al ídolo la honra que se debe a Dios, sea cual fuere el color con que se presente. Y como Dios no quiere ser honrado supersticiosamente, toda la honra que se da a los ídolos se le quita y roba a Dios.
    Consideren bien esto cuantos andan buscando vanas cavilaciones y pretextos para mantener tan horrenda idolatría, con la cual hace ya tiempo que se ha arruinado y dejado a un lado la verdadera religión. Ellos dicen que las imágenes no son consideradas como dioses. A ello respondo que los judíos no eran tan insensatos que no se acordasen que era Dios quien los había sacado de Egipto antes de que ellos hiciesen el becerro. Y cuando Aarón les decía que aquellos eran los dioses que los habían sacado de la tierra de Egipto, sin dudar lo más mínimo estuvieron de acuerdo con él, dando con ello a entender que de mil amores conservarían al Dios que los había libertado, con tal que lo viesen ir delante de ellos en la figura del becerro. Ni tampoco hemos de creer que los gentiles eran tan necios que pensasen que no había más dios que los leños y las piedras, pues cambiaban sus ídolos según les parecía, pero siempre retenían en su corazón unos mismos dioses. Además, cada dios tenía muchas imágenes y sin embargo no decían que alguno de aquellos dioses estuviese dividido. Consagrábanles también cada día nuevas imágenes, pero no decían que hicieran nuevos dioses. Léanse las excusas que cita san Agustín de los idólatras de su tiempo; cuando se les acusaba de esto, la gente ignorante y del pueblo respondía que ellos no adoraban aquella forma visible, sino la deidad que invisiblemente habitaba en ella. Y los que tenían una noción más pura de la religión, según él mismo dice, respondían que ellos no adoraban al ídolo, ni al espíritu en él representado, sino que bajo aquella figura corpórea ellos velan solamente una señal de lo que debían adorar. No obstante, todos los idólatras, fuesen judíos o gentiles, cometieron el pecado que hemos dicho, a saber: que no contentándose con conocer a Dios espiritualmente, han querido tener un conocimiento más familiar y más cierto, según ellos pensaban, mediante las imágenes visibles. Pero después de desfigurar a Dios no han parado hasta que, engañados cada vez más con nuevas ilusiones, pensaron que Dios mostraba su virtud y su potencia habitando en las imágenes. Mientras los judíos pensaban que adoraban en tales imágenes al Dios eterno, único y verdadero señor del cielo y de la tierra, los gentiles tenían el convencimiento de que adoraban a sus dioses que habitaban en el cielo.

10. Los abusos actuales
   Los que niegan que esto sucediera antiguamente y que hoy mismo sucede, mienten descaradamente. Porque, ¿con qué fin se arrodillan ante ellas? ¿Por qué cuando quieren rezar a Dios se vuelven hacia ellas, como si se acercasen más a Él? Es muy gran verdad lo que dice san Agustín: "Todo el que ora o adora mirando as! a las imágenes piensa o espera que se lo concederá". ¿Por qué existe tanta diferencia entre las imágenes de un mismo dios, que de unas hacen muy poco o ningún caso y a otras las tienen en tanta veneración? El ejemplo lo tenemos en los crucifijos y en las imágenes de su Nuestra Señora. Sus imágenes, unas están en un rincón cubiertas de telarañas o comidas por la carcoma; otras, en cambio, en el altar mayor o en el sagrario, muy limpias y cuidadas, cargadas de oro la de las y rodeadas de lámparas que arden a su alrededor perpetuamente. ¿A qué fin tantas molestias en las peregrinaciones, yendo de acá para allá visitando imágenes, cuando las tienen iguales en sus casas? ¿Por qué combaten con tanta furia por sus ídolos, llevándolo todo a sangre y fuego, de suerte que antes permitirán que les quiten al único y verdadero Dios, que no sus ídolos? Y no cuento los crasos errores del vulgo, infinitos en número, y que incluso dominan entre los que se tienen por sabios; solamente expongo los que ellos mismos confiesan, cuando quieren excusarse de idolatría. No llamamos a las imágenes, dicen, nuestros dioses. Lo mismo respondían antiguamente los judíos y los gentiles; no obstante, los profetas no cesaban de echarles en cara que fornicaban con el leño y con la piedra solamente por las supersticiones que hoy en día se cometen por los que se llaman cristianos, o sea: porque honraban a Dios carnalmente prosternándose ante los ídolos.

11. El culto de dulia y el culto de latría
    No ignoro ni quiero ocultar que ellos establecen una distinción mucho más sutil con la que piensan librarse; de ella trataremos por extenso un poco más abajo.
    Se defienden diciendo que el honor que tributan a las imágenes es "dulía" y no "latría"; como si dijeran que es servicio, y no  honor; y afirman que ese servicio se puede dar a Es estatuas y pinturas sin ofensa a Dios. Así que se tienen por inocentes si solamente sirven a los ídolos y no los honran. ¡Como si el servicio no tuviese más importancia que la reverencia! No advierten que al buscar en la propiedad de las palabras griegas cómo defenderse, se contradicen insensatamente. Porque como quiera que "latreuein" en griego no significa más que honrar, lo que dicen vale tanto como si dijeran que honran a sus imágenes, pero sin honrarlas. Y es inútil que repliquen que quiero sorprenderles astutamente con la fuerza del vocablo griego, pues son ellos los que procuran cegar los ojos de los ignorantes al mismo tiempo que dejan ver su propia ignorancia. Por muy elocuentes que sean, nunca lograrán con su elocuencia probar que una misma cosa es a la vez dos.
    Dejemos, pues, a un lado las palabras. Que nos muestren de hecho en qué y cómo se diferencian de los antiguos idólatras, y así no se les tendrá por tales. Pues así como un adúltero o un homicida no se librará del pecado cometido con poner otro nombre, de la misma manera ellos no podrán justificarse con la invención de un vocablo sutil, si en la realidad de los hechos no se diferencian en nada de los idólatras, a quienes ellos mismos forzosamente tienen que condenar. Y tan lejos está de ser su causa distinta de la de los demás idólatras, que precisamente la fuente de todo el mal estriba en el desordenado deseo que tienen de imitarlos, imaginando en su entendimiento formas y figuras con que representar a Dios y luego fabricarlas con sus manos.

12. Del arte de pintar y de hacer esculturas
    Sin embargo, no llega mi escrúpulo a tanto que opine que no se puede permitir imagen alguna. Mas porque las artes de esculpir y pintar son dones de Dios, pido el uso legitimo y puro de ambas artes, a fin de que lo que Dios ha concedido a los hombres para gloria suya y provecho nuestro, no sólo no sea pervertido y mancillado abusando de ello, sino además para que no se convierta en daño nuestro.
    Nosotros creemos que es grande abominación representar a Dios en forma sensible, y ello porque Dios lo prohibió, y porque no se puede hacer sin que su gloria quede menoscabada. Y para que no piensen que sólo nosotros somos de esa opinión, los que leyeren los libros de los antiguos doctores verán que estamos de acuerdo con ellos, pues condenaron todas las figuras que representaban a Dios. Así pues, si no es lícito representar a Dios en forma visible, mucho menos lo será adorar tal imagen como si fuese Dios o adorar a Dios en ella. Según esto, solamente se puede pintar o esculpir imágenes de aquellas cosas que se pueden ver con los ojos. Por tanto, la majestad de Dios, la cual el entendimiento humano no puede comprender, no sea corrompida con fantasmas que en nada se le parecen.
    En cuanto a las cosas que se pueden pintar o esculpir las hay de dos clases: unas son las historias o cosas que han acontecido; las otras, figuras o representaciones de las personas, animales, ciudades, regiones, etcétera, sin representar los sucesos. Las de la primera clase sirven en cierto modo para enseñar y exhortar; las de la segunda, no comprendo para qué sirven, a no ser de pasatiempo. No obstante, es notable advertir que casi todas las imágenes que había en los templos de los papistas eran de esta clase. Por donde fácilmente se puede ver que fueron puestas allí, no según el juicioso dictado de la razón, sino por un desconsiderado y desatinado apetito.
    Omito aquí considerar cuan mal y deshonestamente las han pintado y formado en su mayoría, y cuánta licencia se han tomado en esto los artistas, como antes comencé a decir. Ahora solamente afirmo que, aunque no hubiese defecto alguno, no valen en absoluto para enseñar.

13. Las imágenes de los templos cristianos
    Dejando a un lado esta distinción, consideremos de paso si es conveniente tener imágenes en los templos cristianos, sean de la primera clase en las que se representa algún acontecimiento, sean de la segunda, en las que sólo hay representación de un hombre, de una mujer, o de otro ser cualquiera.
    Primeramente recordemos, si tiene alguna autoridad para nosotros la Iglesia antigua, que por espacio de quinientos años más o menos, cuando la religión cristiana florecía mucho más que ahora y la doctrina era más pura, los templos cristianos estuvieron exentos de tales impurezas. Y solamente las comenzaron a poner como ornato de los templos, cuando los ministros comenzaron a degenerar, no enseñando al pueblo como debían. No discutiré cuáles fueron las causas que movieron a ello a los primeros autores de esta invención; pero si comparamos una época con la otra, veremos que esos inventores quedaron muy por debajo de la integridad de los que no tuvieron imágenes. ¿Cómo es posible que aquellos bienaventurados Padres antiguos consintieran que la Iglesia careciese durante tanto tiempo de una cosa que ellos creían útil y provechosa? Precisamente, al contrario, porque veían que en ella no había provecho alguno, o muy poco, y sí daño y peligro notables, la rechazaron prudente y juiciosamente, y no por descuido o negligencia. Lo cual con palabras bien claras lo atestigua san Agustín, diciendo: "Cuando las imágenes son colocadas en lugares altos y eminentes para que las vean los que rezan, y ofrezcan sacrificios, impulsan el corazón de los débiles a que por su semejanza piensen que tienen vida y alma". Y en otro lugar: "La figura con miembros humanos que se ve en los ídolos fuerza al entendimiento a imaginar que un cuerpo, mientras más fuere semejante al suyo, más sentirá". Y un poco más abajo: "Las imágenes sirven más para doblegar las pobres almas, por tener boca, ojos, orejas y pies, que para corregirla, por no hablar, ni ver, ni oír, ni andar".
    Esta parece ser, sin duda, la causa por la que san Juan, no solamente exhortó a huir de la idolatría, sino hasta de las mismas imágenes (1 Jn. 5,21). Y nosotros hemos experimentado suficientemente por la espantosa furia que antes de ahora se extendió por todo el mundo con grandísimo daño de la religión cristiana, que apenas se ponen imágenes en los templos es como levantar un pendón para llevar a los hombres a cultivar la idolatría; porque la locura de nuestro entendimiento no es capaz de frenarse, sino que luego se deja llevar, sin oposición alguna, de la idolatría y de los cultos supersticiosos. Y aunque no existiera tanto peligro, cuando me paro a considerar para qué fin se edifican los templos, me parece inconveniente a su santidad que se admita en ellos más imágenes que las que Dios ha consagrado con su Palabra, las cuales tienen impresa a lo vivo su señal; a saber, el Bautismo, y la Cena de¡ Señor, y otras ceremonias, a las cuales nuestros ojos deben estar atentos y nuestros sentidos tan los en ellas, que no son menester otras imágenes inventadas por la fantasía de los hombres. Ved aquí, pues, el bien inestimable de las imágenes, que de manera alguna se puede rehacer ni recompensar, si es verdad lo que los papistas dicen.

14. Refutación de algunas objeciones
    Creo que basada lo que sobre esa materia hemos dicho, si no nos saliera al paso el Concilio Niceno; no aquel celebérrimo que el gran Constantino convocó, sino el que reunió hará unos ochocientos años la emperatriz Irene en tiempo del emperador de occidente Carlomagno. En este Concilio se determinó que no solamente se debía tener imágenes en los templos, sino también que debían ser adoradas. Parece que cuanto yo dijere no debería tener gran peso por haber determinado el Concilio otra cosa. Sin embargo, a decir verdad, no me importa tanto esto, cuanto el que todos entiendan en qué paró el frenesí de los que apetecieron que hubiera más imágenes de las permitidas a los cristianos. Pero en primer lugar consideremos esto.
    Los que hoy en día sostienen que las imágenes son buenas se apoyan en que así lo determinó el Concilio Niceno. Existe un libro de objeciones compuesto bajo el nombre de Carlomagno, el cual, por su estilo, es fácil de probar que fue escrito en otro tiempo. En él se cuentan por menudo los pareceres de los obispos que estuvieron presentes en el mencionado Concilio y las razones en que se fundaban. Juan, embajador de las iglesias orientales, alega el pasaje de Moisés: “Dios creó al hombre a su imagen"; y de aquí concluye: es menester, pues, tener imágenes. Asimismo pensó que venía muy a propósito para confirmar el uso de las imágenes lo que está escrito: “Muéstrame tu cara, porque es hermosa”. Otro, para demostrar que es útil mirar las imágenes, adujo el verso del salmo: "Señalada está, Señor, sobre nosotros la claridad de tu rostro". Otro, para probar que las debían poner en los altares, alegó este testimonio: “Ninguno enciende la candela y la pone debajo del celemín". Otro trajo esta comparación: como los patriarcas usaron los sacrificios de los gentiles, de la misma manera los cristianos deben tener las imágenes de los santos en lugar de los ídolos de los paganos. Y a este fin retorcieron aquella sentencia: "Señor, yo he amado la hermosura de tu casa”. Pero sobre todo, la interpretación que dan sobre el lugar: “según que hemos oído, así de la misma manera hemos visto", es graciosa; a saber: Dios no es solamente conocido por oír su Palabra, sino también por la vista de las imágenes. Otra sutileza semejante es la del obispo Teodoro: Admirable, dice, es Dios en sus santos; y en otro lugar está escrito: a los santos que están en la tierra; esto debe entenderse de las imágenes. En fin, son tan vanas sus razones, que me da reparo citarlas.

15. La adoración de las imágenes
    Cuando llegan a hablar de la adoración alegan que Jacob adoró a Faraón, y José la vara, y que Jacob levantó un monumento para adorarlo. Ahora bien, respecto a lo último, no solamente corrompen el sentido de la Escritura, sino que con falsía citan un texto que no se halla en ella. También les parecen firmes y suficientes y muy a propósito las razones siguientes: "Adorad el escabel de sus pies". Y: "Adorad en su monte santo”. Y: “Todos los ricos del pueblo suplicarán delante de su rostro".
     Si alguno, para reírse o burlarse, quisiese hacer un entremés y presentara los sostenedores del culto de las imágenes, ¿podría hacerlos hablar más desatinada y neciamente que lo hacen éstos? Y para que todo quedase bien claro y no hubiese motivo de duda, Teodosio, obispo de Mira, confirma por los sueños de su Arcediano con tanta seguridad que las imágenes han de ser adoradas, como si el mismo Dios lo hubiese revelado.
    Apóyense, pues, los defensores de las imágenes en el Concilio, y aleguen contra nosotros que así se determinó en él; como si aquellos reverendos Padres no quedaran desprovistos de toda autoridad al tratar tan puerilmente las Escrituras, despedazándolas de manera tan extraña y detestable.

16. Sobre algunos blasfemos
    Veamos ahora las blasfemias que es maravilla que se atrevieran a proferir; y más aún que no hubiera quien les contradijese y les demostrase su impiedad ante sus mismos ojos. Y es conveniente que tal infamia quede al descubierto y sea considerada como se debe, a fin de que, al menos, el pretexto de la antigüedad que los papistas pretenden para mantener sus ídolos, sea desechado
    Teodosio, obispo de Amorium, anatematiza a todos los que no quieren que se adore a las imágenes. Otro atribuye todas las calamidades de Grecia y del Oriente a esta maldad ﷓ como él la llama ﷓ de que no se adore a las imágenes.
    ¿Qué castigo, pues, merecían los profetas, los apóstoles y los mártires, en tiempo de los cuales no hubo imágenes? Otro dice: puesto se queman perfumes ante la imagen del Emperador, con mucha mayor razón se debe hacer esto ante las imágenes de los Santos. Constancio, obispo de Constancia en Chipre, protesta que él abraza las imágenes con toda reverencia, y dice que les da la misma veneración y culto que se debe dar a la Santísima Trinidad; y anatematiza a todo el que rehusare hacer lo mismo; y lo pone como compañero de los maniqueos y de los marcionitas. Y para que no creáis que esto fue la opinión de uno solo, todos los demás responden: Amén. E incluso Juan, embajador de los orientales, encolerizándose más, declara que sería preferible que todas las mancebías del mundo estuviesen en una ciudad, que desechar el culto de las imágenes. Y al fin, por común acuerdo de todos, se decreta que los samaritanos son los, peores herejes que hay, pero que los enemigos de las imágenes son aún peores que los samaritanos.
    Al fin concluye el Concilio con una canción: Regocíjense y se alegren todos aquellos que teniendo la imagen de Cristo le ofrecen sacrificio.
    ¿Dónde está ahora la distinción de "latría" y "dulía" con la que piensan cegar los ojos de Dios y de los hombres? Porque el Concilio, sin excepción alguna, concede la misma honra a las imágenes que al mismo Dios eterno.

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RELIGIÓN CRISTIANA

POR JUAN CALVINO

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