Comentario de la
Primera Epístola de San Juan

Por Juan Calvino

CAPÍTULOS 1 y 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5

CAPÍTULO 3

1 Juan 3:1-3
1. Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él.
2. Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es.
3. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro.

1. “Mirad.” El segundo argumento es acerca de la dignidad y la excelencia de nuestro llamamiento; porque no fue un honor común, dice, que el Padre Celestial concedió en nosotros, cuando nos adoptó como sus hijos. Esto es tan grande favor, que el deseo por la pureza debe estar encendido en nosotros, para ser conformados a su imagen; ni, verdaderamente, no puede ser de otro modo, porque el que se reconoce ser uno de los hijos de Dios debe purificarse. Y para hacer esta exhortación más forzosa, él amplía el favor de Dios; porque cuando dice que el amor ha sido dado, significa que es de mera generosidad y la benevolencia de Dios que nos hace sus hijos; porque ¿de dónde viene a nosotros tal dignidad, sino del amor de Dios? El amor, entonces, está declarado aquí, ser gratuito. Hay, verdaderamente, una impropiedad en el idioma; pero el Apóstol prefirió hablar así en lugar de no expresar lo que fue necesario para que se supiera. En resumen,  él da a entender que mientras más abundante que la bondad de Dios ha sido manifestada hacia nosotros, más grandes son nuestras obligaciones hacia Él, según la enseñanza de Pablo, cuando rogó a los romanos que por las misericordias de Dios debían presentarse asimismos como sacrificios puros a Él. (Romanos 12:1.) Somos enseñados al mismo tiempo, como he dicho, que la adopción de todos los piadosos es gratuita, y no depende de ninguna consideración de obras.

Lo que los sofistas dicen acerca de que Dios prevee a los que son dignos de ser adoptados, es negado plenamente por estas palabras, porque de esta manera el regalo no sería gratuito. Nos conviene entender especialmente esta doctrina; porque en cuanto a que la única causa de nuestra salvación es la adopción, y en cuanto a que el Apóstol testifica que esto fluye solamente del mero amor de Dios, no queda nada a nuestro mérito o a los méritos de las obras. ¿Porque por qué somos hijos? Y aún más porque Dios comenzó a amarnos gratuitamente, cuando merecíamos odio en lugar del amor. Y como el Espíritu es una prenda de nuestra adopción, de ahí se sigue, que si hay algo bueno en nosotros, no debe estar establecido en oposición a la gracia de Dios, sino al contrario, estar atribuido a Él.

Cuándo dice que somos llamados, o nombrados, la expresión no es sin su significado; porque es Dios quien, con su propia boca, declara que somos sus hijos, así como dio un nombre a Abraham de acuerdo a lo que fue en su vida.

“Por esto el mundo.” Es una prueba que asalta gravemente a nuestra fe, de que no somos tanto considerados como los hijos de Dios, o que ninguna marca de tan gran excelencia aparece en nosotros, sino al contrario, que casi todo el mundo entero trata de ponernos en ridículo y desprecio. Por eso casi no puede ser inferido de nuestro estado actual que Dios es un Padre para nosotros, porque el diablo inventa todas cosas posibles  para oscurecer este beneficio. Él oscurece esta ofensa en decir que todavía no estamos reconocidos para ser lo que en realidad somos, porque el mundo no conoce a Dios: un ejemplo notable de esta cosa se encuentra en Isaac y Jacob; porque aunque los dos fueron escogidos por Dios, Ismael persiguió lo anterior con risas y provocaciones; y Esaú, el último con amenazas y la espada. Sin embargo, entonces, podemos ser oprimidos por el mundo, pero todavía así, nuestra salvación queda salva y segura.

2. “Ahora somos hijos de Dios.” El viene ahora a lo que cada uno sabe y siente; porque aunque el impío no nos seduce abandonar nuestra esperanza, mas nuestra condición actual es muy destituida al resplandor de los hijos de Dios; porque en lo que respecta a nuestro cuerpo somos polvo y sombra, y la muerte está siempre ante nuestros ojos; y a la misma vez estamos sujetos a mil miserias, y el alma está expuesta  a males innumerables; por eso encontramos siempre como un infierno dentro de nosotros. Lo más necesario es que todos nuestros pensamientos estén retirados de la vista actual de las cosas, para que las miserias en que estamos rodeados por todos lados y casi agobiados, no sacudan nuestra fe de la felicidad que todavía está oculta. Porque lo que el Apóstol da a entender, es que actuamos muy insensatamente en lo que Dios nos ha concedido en nosotros según el estado actual de las cosas, pero lo que debemos hacer es ver con una fe sin dudas lo que todavía no aparece.

“Pero sabemos que cuando él se manifieste.” La partícula condicional debe ser interpretada como un adverbio de tiempo, “cuándo”. Pero el verbo manifestar no significa lo mismo que cuando lo utilizó antes. El Apóstol acaba de decir, “aún no se ha manifestado lo que hemos de ser”, porque el fruto de nuestra adopción está todavía escondido, porque solo en el cielo está nuestra felicidad, y nosotros ahora estamos muy lejos viajando en la tierra; porque esta vida que se desvanece, constantemente  expuesta a cientos de muertes, es muy diferente de la vida eterna que pertenece a los hijos de Dios; porque en estar encerrados como esclavos en la prisión de la carne, estamos muy lejos de la soberanía completa del cielo y de la tierra. Pero el verbo ahora se refiere a Cristo, “cuando él se manifieste”; porque enseña la misma cosa que Pablo, en Colosenses 3:3, 4, donde dice,  “Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria. (Colosenses 3:3, 4)

Porque nuestra fe no puede permanecer de otro modo que mirando a la venida de Cristo. La razón porque Dios retarda la manifestación de nuestra gloria es ésta, porque Cristo todavía no es manifestado en el poder de su reino. Esta, entonces, es la única manera de sostener nuestra fe, para que podamos esperar pacientemente para la vida prometida a nosotros. Tan pronto como alguien  se aleja de Cristo en lo más mínimo, necesariamente va a fallar.

La palabra “saber”, muestra la certeza de la fe, para distinguírla de la opinión. Aquí ni el conocimiento sencillo ni el universal está en vista, sino lo que cada uno debía tener para él mismo, para que pueda sentirse seguro que él será como Cristo, más pronto o más tarde. Aunque, entonces, la manifestación de nuestra gloria está conectada con el advenimiento de Cristo, mas nuestro conocimiento de ésto está bien fundado.

“Seremos semejantes a Él.” El no da a entender que seremos iguales a Él; porque tiene que haber alguna diferencia entre la cabeza y los miembros; pero seremos semejantes a Él, porque hará una transformación de nuestro cuerpo vil conforme a su cuerpo glorioso, como también Pablo nos enseña en Filipenses 3:21, porque el apóstol intentó brevemente mostrar que el fin final de nuestra adopción es, en su debido orden precedido en Cristo, y será completado por fin en nosotros.

La razón que está agregada puede, sin embargo, parecer inapropiada. Porque si se ve que Cristo nos hace como Él, tendremos ésto en común con los malvados, porque también ellos verían su gloria. A ésto contesto que nosotros lo vemos como un amigo, lo cual no será el caso con los malvados, porque ellos temerán su presencia; no, ellos rehuirán la presencia de Dios, y estarán llenos de terror; El resplandor del Señor deslumbrará sus ojos, y serán atontados y confundidos. Porque vemos que Adán, consciente de haber hecho mal, tuvo temor de la presencia de Dios. Y Dios declaró ésto por conducto de Moisés, como una verdad general en cuanto a todos los hombres, “no me verá hombre, y vivirá.”. (Éxodo 33:20.)

Porque cómo puede ser de otro modo ya que la majestad de Dios, como un fuego consumidor, nos consumirá como si fuéramos paja, ya que la debilidad de la carne es grande. Pero como la imagen de Dios es renovada en nosotros, entonces tenemos los ojos preparados para ver a Dios. Y ahora, verdaderamente, Dios comienza a renovar en nosotros su propia imagen, pero ¡en una pequeña medida! A menos entonces que nos despojemos de toda la corrupción de la carne, no podremos ver a Dios cara a cara.

Y esto también está expresado aquí, “tal como él es.” El realmente, no está diciendo que no está mirando a Dios ahora; más como Pablo dice, "Ahora vemos por espejo, oscuramente". (1 Corintios 13:12.)

Pero en otra parte él distingue entre esta manera de vivir, y la forma en que el ojo lo ve. En resumen, Dios ahora se presenta a sí mismo para ser visto por nosotros, no como él es, sino como podemos comprender. Así se cumple lo dicho por Moisés, que vemos solamente como si fuera la espalda, (Éxodo 33:23;) porque hay demasiado resplandor en su rostro.

Tenemos que observar aún más, que la manera en que el apóstol menciona está tomada del efecto, no de la causa; porque no nos enseña  que seremos como él, porque lo veremos; sino que demuestra que seremos participantes de la gloria divina, porque si nuestra naturaleza no fuera espiritual, y dotada con una inmortalidad celestial y bendita, nunca podría venir tan cerca a Dios mas la perfección de gloria no será tan grande en nosotros, que nos permita a comprender todo lo que Dios es; porque la distancia entre nosotros y él será aún entonces muy grande.

Pero cuando el apóstol dice, que nosotros lo veremos como él es,  indica una manera nueva e inefable de verlo, que no disfrutamos ahora; mientras andamos por fe, como Pablo nos enseña, estamos ausentes de él. Y cuando él apareció a los padres, no estuvo en su propia esencia, sino fue visto bajo símbolos. Por eso la majestad de Dios, ahora oculta, será vista, cuando el velo de esta naturaleza mortal y corruptible será quitado.

Paso por alto las cuestiones selectas: porque vemos como Agustín se atormentó a sí mismo con dichas cuestiones sin tener nunca éxito, tanto en sus Epístolas a Paulus y Fortunatus, y en la Ciudad de Dios, (2:2,) y en otros lugares. Lo qué él dice, sin embargo, es digno de ser notado, que la manera en la que vivimos es más útil  en esta investigación que la manera en que hablamos, y que tenemos que ser cuidadosos, por temor a que por reñir en cuanto a la manera en la que Dios puede ser visto, perdemos esa paz y la santidad sin lo cual nadie lo verá.

3. “Y todo aquel que tiene esta esperanza.” El ahora saca esta inferencia, que el deseo por la santidad no se enfríe en nosotros, porque nuestra felicidad todavía no aparezca, porque esa esperanza es suficiente; y sabemos que lo que espera está oculto todavía. El significado entonces es, que aunque no tenemos ahora a Cristo presente ante nuestros ojos, mas si esperamos en él, no puede ser sino que esta esperanza nos anime y nos estimule para seguir la pureza, porque nos dirige directamente a Cristo, de quien sabemos que es un modelo perfecto de la pureza.

1 Juan 3:4-6
4 Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley.
5 Y sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados,  y no hay pecado en él.
6 Todo aquel que permanece en él, no peca; todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido.

4. “Todo aquel que comete”, o hace, pecado. El apóstol ya ha mostrado cuán desagradecidos debemos ser con Dios, si no hacemos caso al honor de la adopción, por medio de lo cual él de su propia buena voluntad lo adelanta a nosotros, y si  no lo hacemos, por lo menos, debemos rendir el amor mutuo. El, al mismo tiempo introdujo esta amonestación, que nuestro amor no debe disminuir, porque la felicidad prometida se tarde. Porque ahora, como humanos estamos acostumbrados a complacernos a nosotros mismos más de lo debido, en lo malo, él reprueba esta satisfacción  perversa, declarando que todos los que pecan son malvados y transgresores de la ley. Porque es probable que hubiera entonces quienes atenuaran sus vicios por esta clase de adulación, "no es extraño si pecamos, porque somos humanos; pero hay una gran diferencia entre pecado e iniquidad".

Esta excusa frívola, el Apóstol ahora disipa, cuando define el pecado de ser una transgresión de la ley divina; porque su objeto fue de producir odio y horror en cuanto al pecado. La palabra “pecado” parece ligera a algunos; pero la iniquidad o la transgresión de la ley no pueden ser perdonadas fácilmente. Pero el Apóstol no considera todos los pecados iguales, en cargar a todos los que pecan con iniquidad; pero él quiere enseñarnos sencillamente, que el pecado surge de un desprecio de Dios, y en pecar, la ley está violada. Entonces esta doctrina de Juan no tiene nada en común con las paradojas delirantes de los estoicos.

Además, “pecar” aquí, no significa ofender en algunos casos; ni tampoco la palabra “pecado” significa cada defecto o error que un hombre puede cometer; pero se llama pecado, cuando los hombres con todo el corazón corran hacia el mal, ni entiende él que los hombres pecan, excepto aquellos que están abandonados al pecado. Porque los fieles, que todavía son tentados por las lujurias de la carne, no son  considerados culpables de iniquidad, aunque no son puros ni libres de pecado, pero que el pecado no reina en ellos, Juan dice que no pecan, como yo pronto explicaré más completamente.

El significado del pasaje es, que la vida perversa de los que consienten a sí mismos en la licencia de pecar, son odiosos a Dios, y no pueden ser soportados por él, porque está al contrario de su Ley. Y de ahí no sigue, ni puede estar inferido, que los fieles son inicuos; porque desean de obedecer Dios, y aborrecer sus propios vicios, y eso en cada instancia; y ellos también forman su propia vida, tanto como depende en ellos, según la ley. ¿Pero cuando hay un propósito deliberado de pecar, o un curso continuado en el pecado, entonces la ley está violada?

5. “Y sabéis que él se manifestó”, o, ha aparecido. El demuestra por otro argumento como el pecado y la fe varían entre sí; porque es el oficio de Cristo de llevar pecados, y para este fin fue enviado por el Padre; y es por fe que participamos en la virtud de Cristo. Entonces él quien cree en Cristo está limpio necesariamente de sus pecados. Pero está dicho en Juan 1:29, que Cristo quita los pecados, porque él los expió por el sacrificio de su muerte, para que no pueden ser imputados a nosotros ante Dios: Juan quiere decir en este lugar que Cristo realmente quita pecados, porque por él, nuestro hombre viejo es crucificado, y su Espíritu, por medio del arrepentimiento, mortifica la carne con todas sus lujurias. Porque el contexto no nos permite explicar esto de la remisión de los pecados; porque, como he dicho, razona así, "Los que no dejan de pecar, dejan en el vacío los beneficios derivados de Cristo, en cuanto a que vino a destruir el poder reinante del pecado". Esto pertenece a la santificación del Espíritu.

“Y no hay pecado en él.” El no habla de Cristo personalmente, sino de su cuerpo entero. Dondequiera Cristo difunde su gracia eficaz, él niega que haya lugar para el pecado. El, por eso, inmediatamente saca la conclusión, que ellos no pecan si permanecen en Cristo. Porque si él habita en nosotros por la fe, realiza su propio trabajo, eso es, nos limpia de los pecados. De aquí parece lo que es el pecar. Porque Cristo por su Espíritu no nos renueva perfecta e  inmediatamente, ni en un instante, sino él continúa nuestra renovación a través de la vida. Entonces no puede ser sino  que los fieles están expuestos siempre al pecado mientras vivan en el mundo; pero entre tanto que el reino de Cristo prevalezca en ellos, el pecado es abolido. Mientras tanto están designados según el principio predominante, eso es, son declarados de ser justos y para vivir justamente, porque aspiran sinceramente a la rectitud.

Ellos son declarados de no pecar, porque no consienten al pecar, aunque trabajan bajo la enfermedad de la carne; pero, al contrario, luchan gimiendo, para que puedan testificar sinceramente con Pablo que hacen el mal que no quieren.

El dice que los fieles permanecen en Cristo, porque por la fe somos unidos a él, y estamos hechos uno con él.

“Todo aquel que peca, no le ha visto.” Según su manera usual él agregó la cláusula opuesta, que podamos saber que esa fe en Cristo y el conocimiento de él están fingidos vanamente a, menos que haya la vida nueva. Porque Cristo nunca está inactivo donde él reina, mas el Espíritu rinde eficaz su poder. Y pueda ser dicho correctamente de él, que pone el pecado al vuelo, o de otro modo como el sol ahuyenta la oscuridad por su propia luminosidad. Pero nos enseñan en este lugar cuán fuerte y eficaz es el conocimiento de Cristo; porque se nos transforma en su imagen. Así que por medio de ver y conocer comprendamos ninguna otra cosa aparte de la fe.

1 Juan 3:7-10
7 Hijitos, nadie os engañe; el que hace justicia es justo, como él es justo.
8 El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo.
9 Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios.
10 En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios.

7. “El que hace justicia. El Apóstol muestra aquí que la vida nueva es testificada por obras rectas; ni tampoco esa semejanza de que él ha hablado, eso es entre Cristo y sus miembros, no viene, salvo por los frutos que ellos dan a la luz; como si dijera, "En cuanto que nos conviene para ser conformados a Cristo, la verdad y la evidencia de esto tiene que estar en nuestra vida". La exhortación es la misma como la de Pablo en Gálatas

“Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu.” (Gálatas 5:25)

Por que muchos se persuadirían asimismos con contentamiento de que ellos tienen esta rectitud en lo profundo de sus corazones, mientras la iniquidad ocupa evidentemente el lugar de los pies, y las manos, y la lengua, y los ojos.

8. “El que practica el pecado.” Esta palabra, “practica”, o para hacer, puede referirse también a obras exteriores, y que el significado es, que no hay vida de Dios y de Cristo, donde los hombres actúan con perversidad y malvadamente, sino que los tales son, al contrario, los esclavos del diablo; y por esta manera de hablar él expone más completamente cómo no son como Cristo. Porque como antes representó a Cristo como la fuente de toda rectitud, así que ahora, por otro lado, menciona al diablo como el principio del pecado. El negó que nadie pertenece a Cristo a menos si es justo y muestra que es así por sus obras; él ahora asigna al diablo todos los otros, y los sujeta a su gobierno, para que podamos saber que no hay condición mediana, sino que Satanás ejercita su tiranía donde la rectitud de Cristo no posee la primacía.

No hay sin embargo dos principios adversos, como los mendelianos se han imaginado; porque sabemos que el diablo no es malvado por la naturaleza ni por creación, sino llegó a ser así por deserción. Sabemos también que no es igual a Dios, para que pueda con el derecho o autoridad igual contender con él, sino que es bajo restricción contra su voluntad, para que no pueda hacer nada sin la aprobación y consentimiento de su Creador. Juan, por último, dice que algunos nacieron de Dios y unos del diablo, no imaginó que ninguna tradición como los mendelianos soñaron; sino que quiere decir que los primeros están gobernados y dirigidos por el Espíritu de Dios, y que los otros están descarriados por Satanás, como Dios otorga a él este poder sobre los incrédulos.

“Porque el diablo peca desde el principio.” Como antes no habló de Cristo personalmente, cuando dijo que él es justo, sino lo mencionó como la fuente y la causa de la rectitud; así ahora, cuando dice que el Diablo peca, incluye su cuerpo entero, aún todo los reprobados; como si hubiera dicho, éstos pertenece al Diablo, para atraer con engaños a los hombres para pecar. Por eso sigue, que sus miembros, y todos los que son gobernados por él, se dejan asimismos cometer pecado. Pero el principio que el Apóstol menciona, no es de la eternidad, como cuando dice que la Palabra es desde el principio, porque hay una diferencia amplia entre Dios y las criaturas. El principio en cuanto a Dios, se refiere a ningún tiempo. Por eso, entonces, la Palabra fue siempre con Dios, no se puede encontrar ningún punto de tiempo en que él comenzó a ser, pero tiene que admitir necesariamente su eternidad. Mas aquí Juan solo quería decir que ninguna otra cosa que lo que el Diablo había sido un apóstata desde la creación del mundo, y que desde ese tiempo nunca había cesado de dispersar su veneno entre los hombres.

“Para esto apareció el Hijo de Dios.” El repite en otras palabras lo que antes dijera, que Cristo vino a llevar los pecados. Por eso se debe llegar a dos conclusiones, que ésos en quienes el pecado reina no pueden ser considerados entre los miembros de Cristo, y que no pueden pertenece en ninguna manera a su cuerpo; porque dondequiera que Cristo extiende su propio poder, pone al Diablo al vuelo así como al pecado. Y esto es lo que Juan agrega inmediatamente; porque la próxima oración, donde dice que los que pecan no nacen de Dios, es una conclusión de lo dicho antes. Es un argumento dibujado de lo que es contradictorio, como yo ya he dicho; porque el reino de Cristo, que trae la rectitud consigo, no puede admitir el pecado. Pero yo ya he dicho lo que quiere decir “no pecar”. El no hace a los hijos de Dios completamente libres de todo pecado; pero niega que cualquiera pueda realmente gloriarse en esta distinción, salvo los que de corazón se esfuerzan para formar su vida en obediencia a Dios.

Los pelagianos, verdaderamente, y los cátaros, anteriormente hicieron un uso equivocado de este pasaje, cuando se imaginaron vanamente que los fieles están en este mundo dotados con la pureza angélica; y en nuestra propia época algunos de los anabautistas han renovado esta debilidad de juicio. Pero todo los que sueñan de una perfección de esta clase, muestran suficientemente qué conciencias estúpidas ellos tienen. Pero las palabras del Apóstol están lejos de aprobar su error, y tiene argumentos suficientes para refutarlo.

El dice que los que son nacidos de Dios no pecan. Ahora, tenemos que considerar si Dios nos regenera enteramente inmediatamente, o si los remanentes del hombre antiguo continúan en nosotros hasta la muerte. Si la regeneración todavía no está plena y completa, no nos exime de la esclavitud de pecado salvo en proporción a su propia extensión. Por eso parece que no puede ser sino que los hijos de Dios no están libres del pecado, y que pecan diariamente, eso es, hasta que tengan todavía algunos restos de su naturaleza antigua. No obstante, lo que el Apóstol contiende sigue inalterable, que el diseño de la regeneración es de destruir pecado, y que todos los que nacen de Dios practican una vida justa y santa, porque el Espíritu de Dios refrena el deseo de hacer el pecado.
The Apostle means the same thing by the seed of God; for God's Spirit so forms the hearts of the godly for holy affections, that the flesh and its lusts do not prevail, but being subdued and put as it were under a yoke, they are checked and restrained. In short, the Apostle ascribes to the Spirit the sovereignty in the elect, who by his power represses sin and suffers it not to rule and reign.
El Apóstol significa la misma cosa por la simiente de Dios; porque el Espíritu de Dios forma los corazones de los santos en tal manera para hacer las afecciones santas, que la carne y sus deseos no prevalezcan, pero de estar dominado y puesto como si fuera bajo una yunta, están detenidos y refrenados. En resumen, el Apóstol atribuye al Espíritu la soberanía en los elegidos, quien por su poder reprime el pecado y no lo deje gobernar y reinar.

“Y no puede pecar.” Aquí el Apóstol sube más alto, porque declara plenamente que los corazones de los santos están tan gobernados eficazmente por el Espíritu de Dios, que por una disposición inflexible siguen su guía. Esto verdaderamente está muy lejos de la doctrina de los Papistas. Los de la Sorbona, es verdad, confiesan que el albedrío del hombre, a menos que están ayudado por Espíritu de Dios, no pueden desear lo que es recto; mas se imaginan tal movimiento del Espíritu como nos dejando a nosotros la elección libre de lo bueno o de lo malo. Por eso sacan méritos, porque obedecemos de buena voluntad la influencia del Espíritu,  la que está en nuestro poder de resistir. En resumen, desean que la gracia del Espíritu sea sólo esto, que con la cual que se nos permita escoger lo bueno si lo queremos. Juan habla aquí de otro modo completamente distinto; porque no solamente muestra que no podemos pecar, mas también que el poder del Espíritu es tan eficaz, que necesariamente nos retiene en obediencia continua a la rectitud. Ni es este el único pasaje de la Escritura que nos enseña que el albedrío es tan formado que no puede ser de otro modo que correcto. Porque Dios testifica que da un corazón nuevo a sus hijos, y promete hacer esto, para que puedan andar en sus mandamientos. Además, Juan no solamente  muestra con que eficacia Dios obra una vez en el hombre, mas declara claramente que el Espíritu continúa su gracia en nosotros hasta lo último, para que la perseverancia inflexible esté  añadida a la novedad de la vida. No nos permitan, entonces, imaginar con los sofistas que es algún movimiento neutral, que deja a los hombres libres o seguir o rechazar; mas conozcamos que nuestros propios corazones están tan gobernados por el Espíritu de Dios, que constantemente se adhieren a la rectitud.

Además,  lo que los sofistas se oponen absurdamente, puede ser negado fácilmente: dicen que así el albedrío está  quitado del hombre; pero dicen así falsamente: porque el albedrío es un poder natural; pero, como la naturaleza está corrompida, sólo tiene inclinaciones depravadas. Por eso es necesario que el Espíritu de Dios lo renueve, para que pueda comenzar a ser bueno. Y, entonces, como los hombres fallarían inmediatamente de lo que es bueno, es necesario que el mismo Espíritu continúe lo que ha empezado, hasta el fin.

En cuanto al mérito, la respuesta es obvia, porque no puede ser considerado extraño que los hombres no merezcan nada; y no obstante que las buenas obras, que fluyen de la gracia del Espíritu, no dejan de ser considerados así, porque son voluntarias. Tienen también una recompensa, porque son por la gracia atribuida a los hombres como si fueron propios de ellos.

Pero aquí surge una pregunta, ¿si el temor y amor de Dios pueden ser extinguidos en cualquiera quién ha sido regenerado por el Espíritu de Dios? Que esto no puede ser, parece ser el significado de las palabras del Apóstol. Los que creen en otra manera se refiere al ejemplo de David, quien por un tiempo obró bajo un estupor tan bestial, que ni una chispa de gracia pareció en él. Además, en el Salmo 51, ora para la restauración del Espíritu. Por eso se sigue que fue privado de él. Yo, sin embargo, no dudo que la simiente, comunicada cuando Dios regenera a sus elegidos, como es incorruptible, retiene su virtud perpetuamente. Yo, verdaderamente, concedo que puede ser suprimida a veces, como en el caso de David; mas todavía, cuando toda religión pareció  estar extinta en él, una chispa viva quedó ocultada bajo las cenizas. Satanás, verdaderamente, trabaja para arrancar a cualquiera que es de Dios entre los elegidos; pero cuando lo máximo es permitido a él, siempre queda una raíz ocultada, que aparece después. Pero Juan no habla de un acto, como dicen, sino del curso continuo de la vida.

Algunos fanáticos sueñan de algo qué yo no sé que es, eso es, de una simiente eterna en los elegidos, que siempre traen desde la matriz de su madre; mas para este fin pervierten muy escandalosamente las palabras de Juan; porque no habla de la elección eterna, sino comienza con regeneración.

Hay también los que son doblemente frenéticos, que creen, que bajo esta pretensión, que todo es lícito para los fieles, eso es, porque Juan dice que no pueden pecar. Entonces mantienen que podemos seguir indiscriminadamente cualquier cosa a la cual que nuestras inclinaciones nos pueden dirigir. Por eso toman la libertad para cometer el adulterio, para robar, y para asesinar, porque no puede ser pecado donde el Espíritu de Dios reina. Mas el significado del apóstol es completamente al contrario; porque niega que los fieles hagan el pecado por esta razón, porque Dios ha grabado su ley en los corazones, según lo que el Profeta dice (Jeremías 31:33.)

1 Juan 3:10-13
10 En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios.
11 Porque este es el mensaje que habéis oído desde el principio: Que nos amemos unos a otros.
12 No como Caín, que era del maligno y mató a su hermano. ¿Y por qué causa le mató? Porque sus obras eran malas, y las de su hermano justas.
13 Hermanos míos, no os extrañéis si el mundo os aborrece.

10. “En esto se manifiestan los hijos de Dios.” A la vez llega a esta conclusión, que los que reclaman en vano un lugar y un nombre entre los hijos de Dios, que no demuestran a sí mismos de ser así por una vida piadosa y santa, desde entonces por esta evidencia que muestran que son diferentes de los hijos del diablo. Pero no quiere decir que son tan manifestados, que pueden estar reconocidos abiertamente por el mundo entero; pero su significado es sólo esto, que el fruto y la adopción siempre aparecen en la vida.

“Todo aquel que no hace justicia.” Para hacer la justicia y para cometer pecado, aquí están puestos en la oposición el uno al otro. Entonces, para hacer la justicia es ninguna otra cosa que temer a Dios de corazón, y para andar en sus mandamientos hasta donde la debilidad humana permita; porque aunque la justicia, en el sentido estricto, es guardar perfectamente la ley, pero los fieles siempre están muy lejos de lograrlo; pero en cuanto que las ofensas y defectos no son imputadas a ellos por Dios, la justicia es la obediencia imperfecta que ellos rinden a Él. Pero Juan declara que todos los que no viven rectamente no son de Dios, porque todos los aquéllos a quienes Dios llama, Él los regenera por medio de su Espíritu. Por eso la novedad de la vida es una evidencia perpetua de adopción divina.

“Y que no ama a su hermano.” El acomoda una doctrina general a su propio propósito. Porque hasta ahora ha estado exhortando a los fieles al amor fraternal; ahora, para el mismo fin, se refiere a la justicia verdadera. Por eso, esta cláusula es agregada en vez de una explicación. Pero yo ya he indicado la razón porque toda la justicia es incluida en el amor fraternal. El amor de Dios tiene, verdaderamente, el primer lugar; pero como el amor hacia los hombres depende en lo anterior, muchas veces, como una parte del total, es comprendida bajo ello, y también el último bajo el anterior. Entonces él declara que cada uno quien es dotado con benevolencia y humanidad, es así justo, y es considerado así, porque el amor es el cumplimiento de la ley. El confirma esta declaración en decir que los fieles habían sido enseñados desde el principio; porque por estas palabras indican que la declaración que hizo no debe haber parecido nueva a ellos.

12. No como Caín. Esta es otra confirmación, tomado de lo que es opuesto; porque en los reprobados y los hijos del diablo el odio reina, y tiene, como si fuera, el lugar principal en su vida; y él trae Caín como un ejemplo. Sirvió, mientras tanto, para dar consuelo, como él concluyó por fin diciendo, “no os extrañéis si el mundo os aborrece.”

Esta explicación debe ser cuidadosamente entendida, porque los hombres siempre cometen un error en cuanto a la manera de vivir, porque hacen consistir la santidad en obras ficticias, y mientras se atormentan a sí mismos con nimiedades, piensan a sí mismos como doblemente aceptables ante Dios, como los monjes, que llaman orgullosamente a su modo de vivir como un estado de perfección; ni hay cualquier otro culto de Dios bajo el Papado sino una masa de supersticiones. Pero el Apóstol testifica que solo esta justicia es aprobada por Dios, eso es, si nos amamos los unos a los otros; y aún más, que el diablo reina donde prevalecen odio, disimulación, envidia, y enemistad. Debemos, sin embargo, al mismo tiempo, tener en cuenta lo que yo ya he tocado, ese amor fraternal, como procede del amor de Dios como un efecto de una causa, no está separado de ello, pero al contrario es encomendado por Juan por esta razón, porque es una evidencia de nuestro amor a Dios.

En decir que Caín fue impulsado para matar a su hermano, porque sus obras fueron malas, indica lo que yo ya he indicado, que cuándo la impiedad reina, el odio ocupa el primer lugar. El se refiere a las obras justas de Abel, que podemos aprender a soportar pacientemente cuando el mundo nos odia gratuitamente, sin cualquier provocación justa.

1 Juan 3:14-18
14 Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida,(A) en que amamos a los hermanos. El que no ama a su hermano, permanece en muerte.
15 Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él.
16 En esto hemos conocido el amor, en que él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos.
17 Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?
18 Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad.

14. “Nosotros sabemos.” El nos encomienda el amor a nosotros por un elogio notable, porque es una evidencia de una transición de la muerte a la vida. Por eso sigue que si amamos a los hermanos somos entonces bendecidos, pero somos miserables si los odiamos. No hay nadie que no desea ser libertado y  salvado de la muerte. Entonces los que abrigan el odio se entregan en su propio albedrío, a sí mismos a la muerte, tienen que ser muy tontos e insensatos.

Pero cuando el Apóstol dice, que es sabido que por el amor hemos pasado a la vida, no quiere decir que el hombre es su propio libertador, como si pudiera, amando a los hermanos, rescatarse a sí mismo, de la muerte, y procurar la vida para él mismo; porque aquí no trata de la causa de salvación, sino como el amor es el fruto especial del Espíritu, es también un símbolo seguro de regeneración. Entonces el Apóstol trae un argumento de la señal, y no de la causa. Porque como nadie ama sinceramente a sus hermanos, a menos esté regenerado por el Espíritu de Dios, entonces concluye correctamente que el Espíritu de Dios, quien es la vida, mora en todos los que aman a los hermanos. Pero sería absurdo inferir de esto, que la vida es obtenida por el amor, en cuanto que el amor es, en el orden del tiempo, posterior a ello.

El argumento sería más plausible, si dijera que el amor nos hace más ciertos de la vida: entonces la seguridad en cuanto a salvación descansaría en las obras. Pero la respuesta a esto es obvia; porque aunque la fe es confirmada por todas las gracias de Dios como ayudas, mas no deja de tener su base solamente en la misericordia de Dios. Cuando por ejemplo disfrutamos la luz, estamos ciertos que el sol brilla; si el sol brilla en el lugar donde estamos, tenemos una vista más clara de ello; pero cuando los rayos visibles no vienen a nosotros, estamos satisfechos que el sol difunde su brillo para nuestro beneficio. Así que cuándo la fe es fundada en Cristo, algunas cosas pueden suceder para ayudarla, pero todavía descansa solamente en la gracia de Cristo.

15. “Es homicida.” Para estimularnos aún más al amor, él muestra cuán detestable ante Dios es el odio. No hay nadie quien no tema a un asesino; no, todos desechamos el mero nombre. Pero el apóstol declara que todos los que odian a sus hermanos son asesinos. El no podría haber dicho nada más atroz; ni es que esté dicho hiperbólicamente, porque deseamos que perezca aquel a quien odiamos. No importa si un hombre mantiene las manos de la maldad; porque el mero deseo de hacer daño, así como la tentativa, es condenado ante Dios: no, cuando nosotros mismos no procuremos hacer un daño, mas si deseamos que lo malo suceda a nuestro hermano o algún otro, somos asesinos.

Entonces el Apóstol define la cosa simplemente como es, cuando él atribuye asesinato al odio. Por eso está demostrado la locura de los hombres, que aunque abominan el nombre, mas no hacen caso del crimen en sí mismo. ¿De dónde es esto? Es porque la cara externa de las cosas absorbe nuestros pensamientos; pero el sentimiento interno viene a una cuenta ante Dios. Por lo tanto que nadie atenúe más un grave tan mal. Permítanos aprender a referir nuestros juicios al tribunal de Dios.

16. “En esto hemos conocido,” o, por esto percibimos. El ahora muestra lo que es el amor verdadero; porque no habría sido suficiente en encomendarlo, a menos que su poder sea comprendido. Como un ejemplo del amor perfecto, él pone ante nosotros lo que hizo Cristo; porque él, al no salvar su propia vida, testificó cuánto nos amó. Esto entonces es la meta a que él los manda avanzar. La suma de lo que está dicho es, que nuestro amor es aprobado, cuando transferimos el amor de nosotros mismos a nuestros hermanos, para que cada uno, de alguna manera olvidándose de sí mismo, busque el bien de los demás.

Es, verdaderamente, cierto, que estamos lejos de ser iguales a Cristo: pero el Apóstol recomienda a nosotros la imitación de él; porque aunque no lo alcanzamos, es todavía apropiado, que sigamos en sus pasos, aunque a distancia. Indudablemente, en cuanto que fue el objeto del Apóstol de abatir la jactancia vana de hipócritas, quiénes se gloriaron en que tuvieron fe en Cristo aunque sin el amor fraternal, él implicó por estas palabras, que a menos que este sentimiento prevalezca en nuestros corazones, no tenemos ninguna conexión con Cristo. Ni todavía, como he dicho, ha puesto ante nosotros el amor de Cristo, para requerirnos ser igual a él; porque ¿qué sería esto sino para llevarnos a desmallar? Sino quiere decir que nuestros sentimientos deben ser formados y regulados, para que podamos desear dedicar nuestra vida y también nuestra muerte, primero a Dios, y entonces a nuestros prójimos.

Hay otra diferencia entre nosotros y Cristo, -- la virtud o el beneficio de nuestra muerte no puede ser lo mismo. Porque la ira de Dios no es pacificado por nuestra sangre, ni es la vida conseguida por nuestra muerte, ni es el castigo debido a otros sufrido por nosotros. Pero el Apóstol, en esta comparación, no tuvo en vista ni el fin ni el efecto de la muerte de Cristo; sino que solamente significó que nuestra vida debe ser formada según su ejemplo.

17. Pero el que tiene bienes de este mundo, o, si alguien tiene el sustento del mundo. El ahora habla de los deberes comunes del amor, que fluyen de ese fundamento principal, eso es, cuando somos preparados para servir a nuestros vecinos hasta la muerte. El, al mismo tiempo, parece razonar de lo más grande a lo menos; porque él que se niega a aliviar con sus bienes la necesidad de su hermano, mientras su vida está a salvo y segura, y no expone su vida por él al peligro. Entonces él niega que haya amor en nosotros, al retener la ayuda de nuestros prójimos. Y recomienda esta bondad externa en tanta forma, que al mismo tiempo expresa apropiadamente la manera correcta de hacer lo bueno, y qué clase de sentimiento debe haber en nosotros.

Que sea, entonces, la primera proposición, que nadie ama sinceramente a sus hermanos, a menos que él realmente lo muestre cada vez que haya ocasión; la segunda, que hasta que alguien tenga los recursos, él está obligado ayudar así a sus hermanos, porque el Señor así nos suministra con la oportunidad de ejercitar el amor; la tercera, que la necesidad de cada uno sea satisfecha, porque como alguien necesita del alimento y bebida u otras cosas de que tenemos abundancia, así que requiere nuestra apoyo; la cuarta, que ningún acto de bondad, a menos esté acompañado con simpatía, complace a Dios. Hay muchos que son aparentemente liberales, que todavía no sienten las miserias de sus hermanos. Pero el Apóstol requiere que nuestros corazones sean abiertos; lo cual es hecho, cuando somos dotados con tal sentimiento para compadecerse de los otros en sus males, como si fueran de nuestros.

“El amor de Dios.” Aquí habla de amar a los hermanos; ¿por qué entonces menciona el amor de Dios? aún porque este principio sea mantenido, que no puede ser sino que el amor de Dios engendrará en nosotros el amor de los hermanos. Y así Dios prueba nuestro amor a él, cuando nos pide que amemos a los hombres de una consideración a él mismo, según lo que es dicho en el Salmo 16:2,
“Oh alma mía, dijiste a Jehová:
   Tú eres mi Señor;
   No hay para mí bien fuera de ti.”

18. “No amemos de palabra.” Hay una concesión en esta primera cláusula; porque no podemos amar solamente con la lengua; pero como muchos fingen falsamente esto, el Apóstol concede, según lo que a menudo es hecho, el nombre de la cosa a su disimulación, aunque, en la segunda cláusula, él reprueba su vanidad, cuando niega que haya la realidad sin el acto. Porque así las palabras sean explicadas, -- No profesemos por la lengua que amamos, sino lo demostramos por el acto; porque esta es la única manera verdadera de mostrar el amor.

1 Juan 3:23-24
23 Y este es su mandamiento: Que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos unos a otros como nos lo ha mandado.
24 Y el que guarda sus mandamientos, permanece en Dios, y Dios en él. Y en esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado.

23. “Y este es su mandamiento.” Otra vez acomoda una verdad general a su propio propósito. El significado es, que tal es la discordia entre nosotros y Dios, que somos mantenidos lejos de un acceso a él, a menos que somos unidos el uno al otro por el amor. Al mismo tiempo aquí no solamente encomienda el amor, como antes, sino lo une como el compañero y asistente de fe.

Los Sofistas por sus explicaciones y comentarios deforman estas palabras, como si la libertad de orar fuera obtenida por nosotros, en parte por la fe y en parte por medio de las obras. Mientras que Juan nos exige a guardar los mandamientos de Dios y que podemos orar bien, y luego nos enseña que este guardar se refiere a la fe y al amor, ellos concluyen, que de estas dos cosas se debe derivar la confianza en la oración. Pero yo ya varias veces les he recordado, que el sujeto aquí no cómo ni por lo que significa que los hombres pueden prepararse a sí mismos para que puedan tener la confianza para orar a Dios, para él habla aquí no de la causa de la maldad ni de algo de ningún mérito. Juan sólo enseña, que Dios no favorece a ninguno con el honor y privilegio de tratar con él excepto sus propios hijos, aquellos que han sido regenerados por su Espíritu. Lo importante, entonces, de los que se ha dicho es, es que donde el temor y el amor a Dios no prevalecen, no pueden ser que Dios oiga la oración.

Pero si es nuestro propósito de obedecer sus mandamientos, veamos lo él que manda. Sin embargo, no separa la fe del amor; mas bien requiere ambas cosas juntas en nosotros. Y ésta es la razón por qué él utiliza la palabra mandamiento en el número singular.

Mas esto es un pasaje notable; porque define brevemente así con claridad, en lo que consiste la perfección entera de una vida santa. No hay entonces razón porque debemos alegar cualquier dificultad, en cuanto que Dios en ninguna manera nos lleva por laberintos largos, mas simplemente y brevemente pone ante nosotros lo que es correcto y lo que él aprueba. Además, en esta brevedad no hay oscuridad, pero nos muestra claramente el principio y el fin de una vida formada en la manera correcta. Mas aquí hay solamente una mención del amor fraternal, mientras el amor de Dios es omitido, la razón es, como hemos dicho en otra parte, que como fluye el amor fraternal del amor de Dios, así que es una evidencia segura y verdadera del mismo.

“En el nombre de su Hijo Jesucristo.” El nombre se refiere a la predicación; y esta conexión merece ser advertida, porque pocos comprenden lo que es de creer en Cristo; mas de este modo de hablar, podemos concluir fácilmente que la única fe correcta es la que abraza a Cristo como él está expuesto en el Evangelio. Por eso también es, que no hay fe sin enseñanza, como Pablo también muestra a nosotros en Romanos 10:14. Tenemos que observar al mismo tiempo, que el Apóstol incluye fe en el conocimiento de Cristo; porque él es la imagen viva del Padre, y en él están guardados todos los tesoros de sabiduría y ciencia. En cuanto, entonces, a que nos apartemos de él, no podemos hacer nada sino vagar en el error.

24. “Y el que guarda sus mandamientos.” El confirma lo que ya he indicado, que la unión que tenemos con Dios es evidente cuando consideremos el amor mutuo: no que nuestra unión empiece así, sino que no puede ser inútil ni sin efecto cuando comience a existir. Y lo demuestra en agregar una razón, porque Dios no permanece en nosotros, a menos su Espíritu habite en nosotros. Pero dondequiera está el Espíritu, manifiesta necesariamente su poder y su eficiencia. Por eso concluimos a la vez, que ninguno permanece en Dios y está unido a él, sino los que se mantienen guardando sus mandamientos.

Cuándo, por lo tanto, dice, “y en esto sabemos”, el copulativo, “y”, como una razón que está dada aquí, debe de ser rendido, "para," o, "porque". Pero el carácter de la razón presente debía ser considerado; porque aunque la oración en palabras concuerda con la de Pablo, cuando dice que el Espíritu testifica a los corazones que somos los hijos de Dios, y que por él clamamos a Dios, Abba, Padre, mas hay alguna diferencia en el sentido; porque Pablo habla de la certeza de adopción gratuita, que el Espíritu de Dios sella en nuestros corazones; pero Juan aquí considera los efectos que el Espíritu produce cuando habita en nosotros, como Pablo también lo hace, cuando dice, que ésos son los hijos de Dios los que son guiados por el Espíritu de Dios; porque también habla de la mortificación de la carne y la novedad de la vida.

La suma de lo que está dicho es, que por eso parece que somos los hijos de Dios, esto es, cuando su Espíritu dirige y gobierna nuestra vida. Juan al mismo tiempo nos enseña que, a pesar de cualquier clase de buenas obras hechas por nosotros, proceden de la gracia del Espíritu, y que el Espíritu no es obtenido por nuestra rectitud, sino es dado gratuitamente a nosotros.

CAPÍTULO 4

1 JUAN 4:1-3

1. Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo.    
2. En esto conoced el Espíritu de Dios: Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios;
3. y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios; y este es el espíritu del anticristo, el cual vosotros habéis oído que viene, y que ahora ya está en el mundo.

El regresa a su doctrina anterior, sobre lo cual había tocado en el segundo capítulo; porque muchos (como es usual en cosas nuevas) abusaron el nombre de Cristo para el propósito de servir sus propios errores. Algunos hicieron una profesión de Cristo a medias; y cuando obtuvieron un lugar entre los amigos de Él, tuvieron más oportunidad de herir la causa de Él. Satanás tomó la ocasión de perturbar la Iglesia, especialmente por lo que respecta a Cristo; porque él es la piedra de toque, en contra de la cual todos necesariamente tropiezan si no mantienen el camino correcto, como es mostrado a nosotros por Dios.

Pero lo que el Apóstol dice consiste en tres partes. Primero muestra un mal que es peligroso a los fieles; y por lo tanto los exhorta que tengan cuidado. Prescribe cómo ellos tuvieran cuidado, eso es, en hacer una distinción entre los espíritus; y esta es la segunda parte. En el tercer lugar, indica un error particular, lo más peligroso a ellos, y por lo tanto les prohíbe oír a los que negaron que el Hijo de Dios se manifestar en carne. Ahora consideraremos cada uno en su orden.

Pero aunque en el pasaje esta razón está agregada, que muchos profetas falsos habían ido por el mundo, mas es conveniente empezar así. El anuncio contiene una amonestación útil; porque si Satanás ya había seducido a muchos, quienes bajo el nombre de Cristo dispersaron sus falsedades, ejemplos semejantes en este día no deben de aterrorizarnos. Porque éste es el caso perpetuamente con el Evangelio, que Satanás procura contaminar y corromper su pureza por una variedad de errores. Esta nuestra época ha dado a luz algunas sectas horribles y monstruosas; y por esta razón muchos están asombrados; y no sabiendo donde ir, desechan cada preocupación para la religión; porque no encuentran una manera más rápida para sacarlos del peligro de errores. Entonces así, verdaderamente, actúan muy insensatamente; porque en rehuir la luz de la verdad, ellos se lanzan a sí mismos en la oscuridad de errores. Dejen entonces, por lo tanto, que este hecho sea fijado en nuestras mentes, que desde el tiempo que empezó a ser predicado el Evangelio, profetas falsos inmediatamente aparecieron; y este hecho nos fortificará contra tales ofensas.

La antigüedad de errores mantiene muchos de ellos, como si estuvieran bien atados, porque no se atreven a salir de ellos. Pero Juan apunta a toda clase de males que estaban en ese entonces dentro de la Iglesia. Ahora, si había impostores mezclados entonces con los apóstoles y otros maestros fieles, ¿qué maravilla es, que la doctrina del Evangelio ha sido refrenada y perturbada hace mucho tiempo, y que muchas corrupciones han prevalecidos en el mundo? No hay, entonces, ninguna razón porque la antigüedad nos deba entorpecer para ejercitar nuestra libertad en distinguir entre la verdad y la mentira.

1. “No creáis a todo espíritu.” Cuándo la Iglesia está perturbada por discordias y contiendas, muchos, como ha sido dicho, con miedo, se apartan del Evangelio. Pero el Espíritu prescribe a nosotros un remedio muy diferente, esto es, que los fieles no reciban ninguna doctrina desconsideradamente y sin discriminación. Debemos entonces, prestar atención y no sentimos ofendidos por la variedad de opiniones y, junto con ellos, a su falsa interpretación de la palabra de Dios. Solo con esta precaución es suficiente, ya que todos no deben estar oídos indiscriminadamente.

Tomo la palabra “espíritu” metonímicamente, como significando él que se jacta que es dotado con el don del Espíritu para realizar su oficio como profeta. Porque no fue permitido a ninguno hablar en su propio nombre, ni fue acreditado a los voceros sino que solamente que fueran los instrumentos del Espíritu Santo, para que los profetas tengan más autoridad, Dios los honró con este nombre, como si él los hubiera separado de la humanidad en general. Ellos, entonces, fueron llamados espíritus, que, dando sólo una voz a los oráculos del Espíritu Santo, en alguna manera lo representaron. No trajeron nada de ellos mismos, ni salieron en su propio nombre. Pero el diseño de este título honorable fue, que la palabra de Dios no debe perder el respeto debido a ella por la condición humilde del ministro. Porque Dios quiere que su palabra siempre sea recibida de la boca de hombre y no de otro modo como si él mismo hubiera aparecido desde los cielos.

Aquí Satanás se interpuso, y habiendo enviado a maestros falsos para adulterar la palabra de Dios, los dio también este nombre, para que pudieran engañar más fácilmente. Por eso los profetas falsos siempre han estado acostumbrados a reclamar brava y arrogantemente para sí mismos cualquier honor que Dios había concedido en sus propios servidores. Pero el Apóstol utilizó de propósito este nombre, por temor a que los que finjan falsamente el nombre de Dios nos engañen por sus disfraces, como vemos en este día; porque muchos están tan deslumbrados por el mero nombre de una Iglesia, que prefieren su ruina eterna, ofender al Papa, que negarle la parte más pequeña de su autoridad.

Por lo tanto, observemos esta concesión: porque el Apóstol pudiera decir que toda clase de hombres no debe de ser creído; mas como los maestros falsos reclamaron el Espíritu, y por eso él los dejó hacerlo así, al mismo tiempo los recordó que su reclamo fue frívolo y vano, a menos que exhibieran realmente lo que profesaron, y que los tales fueron insensatos, en estar asombrados al mero sonido de un nombre tan honorable, y no se atrevieron a hacer ninguna investigación del asunto.

“Probad los espíritus.” Como no todos fueron de verdad profetas, el Apóstol aquí declara que debían haber sido examinados y probados. Y se dirige no sólo la Iglesia entera, sino también a cada uno de los fieles.

Pero se puede hacer la pregunta, ¿de dónde tenemos este discernimiento? Los que contestan, que la palabra de Dios es la regla por medio de la cual todo lo que los hombres traen debía ser probado, dicen algo, pero no el total. Concedo que las doctrinas deben estar probadas por la palabra de Dios; pero a menos que el Espíritu de sabiduría esté presente y, a tener la palabra de Dios en las manos sirva por poco o nada, si su significado no llega a nosotros; como, por ejemplo, el oro es probado por la piedra de toque, pero sólo puede ser hecho por los que comprenden el arte; porque ni la piedra de toque ni el fuego pueden ser útiles para los que no tienen habilidad. Para que entonces podamos ser jueces competentes, tenemos que ser dotados con, y dirigidos por, el Espíritu de discernimiento. Pero en cuanto a que el Apóstol habría ordenado esto en balde, si no estuvieran allí dado el poder de juzgar, podemos concluir con certeza, que los santos nunca serán dejados del Espíritu de sabiduría en cuanto a lo que es necesario, a menos que ellos lo piden del Señor. Pero el Espíritu sólo nos guiará a una discriminación correcta, cuando rindamos todos nuestros pensamientos sujetos a la palabra de Dios; porque es, como ha sido dicho, como la piedra de toque, sí, debía ser creído más necesario a nosotros; porque solo esta es la doctrina de verdad que es traído de ella.

Pero aquí una cuestión difícil surge: Si cada uno tiene el derecho y la libertad para juzgar, nada puede estar asentado como cierto, pero al contrario toda religión será incierta. A esto contesto, que hay una prueba de dos lados de la doctrina, privada y pública. La prueba privada es aquella por la cual cada uno se asienta en su propia fe, cuando él asiente enteramente en esa doctrina que él sabe que ha venido de Dios; porque la conciencia nunca encontrará un puerto seguro y tranquilo de otro modo que en Dios. La prueba pública se refiere al consentimiento y el sistema común del gobierno de la Iglesia; porque como hay peligro a que los fanáticos se levanten, que pueden jactarse con osadía que ellos son dotados con el Espíritu de Dios, es un remedio necesario, que los fieles se reúnan y busquen una manera por lo cual puedan concordar en una manera santa y piadosa. Pero el proverbio antiguo es demasiado verdadero, "tantas cabezas, tantas opiniones," es indudablemente una obra singular de Dios, cuando él domina nuestra terquedad y nos hace pensar la misma cosa, y concordar en la unidad santa de fe.

Pero lo que los Papistas creen bajo esta pretensión es, que cualquier cosa que ha sido decretada en concilios es considerada como oráculos determinados, porque que la Iglesia ha demostrado una vez de ser de Dios, es muy frívolo. Porque aunque es la manera ordinaria de buscar consentimiento, a reunir un concilio santo y piadoso, cuando las controversias pueden estar determinadas según la palabra de Dios; mas Dios nunca se ató a él mismo al decreto de cualquier concilio. Ni sigue necesariamente, que tan pronto como cien obispos o más se reúnan en cualquier lugar, que han visitado debidamente a Dios y preguntado a su boca lo que es verdad; no, nada es más claro que ellos muchas veces se han apartado de la palabra pura de Dios. Entonces en este caso también la prueba que el Apóstol prescribe debe de suceder, para que los espíritus puedan ser probados.

“En esto”, o por medio de esto, “conoced.” El pone una marca especial por la cual se distingan más fácilmente entre profetas verdaderos y falsos. Mas sólo repite aquí lo que hemos encontrado antes, que como Cristo es el objeto a que está dirigida por la fe, así que él es la piedra en que todos los herejes tropiezan. Entonces mientras permanezcamos en Cristo, hay seguridad; pero cuando nos apartamos de él, la fe está perdida, y toda verdad está destruida y vacía.

Pero consideremos lo que esta confesión incluye; porque cuando el Apóstol dice que Cristo “vino”, concluimos así que él estaba antes con el Padre; por lo cual su divinidad eterna es demostrada. En decir que vino “en la carne”, quiere decir que, en la carne, llegó a ser un hombre verdadero, de la misma naturaleza que nosotros, para llegar a ser nuestro hermano, salvo que él fue libre de todo pecado y corrupción. Y al fin, en decir que vino, la causa de su venida tiene que ser advertida, porque no fue enviado por el Padre sin un propósito. Por eso, en esto depende el oficio y los méritos de Cristo.

Como, entonces, los herejes antiguos se apartaron de la fe, en un caso, en negar la divinidad, y en otro negando la naturaleza humana de Cristo; así  hacen los Papistas en este día: aunque ellos confiesan a Cristo de ser Dios y hombre, mas no retienen en ninguna manera la confesión que el Apóstol requiere, porque roban a Cristo de su propio mérito; porque donde el libre albedrio, los méritos de la obras, los modos ficticios de adoración, las satisfacciones, el apoyo de santos, están  establecidos, ¡qué poco se queda para Cristo!

El Apóstol entonces querría decir esto, que en cuanto que el conocimiento de Cristo incluye la suma y la sustancia de la doctrina que respeta a la religión verdadera, los ojos deben estar dirigidos a y puestos en eso, para que no podamos estar engañados. E indudablemente Cristo es el fin de la ley y los profetas; ni aprendemos nada del evangelio sin su poder y su gracia.

3. “Y este es el espíritu del Anticristo.” El Apóstol añadió esto, para hacer ver más odiosas las falsedades que nos llevan lejos de Cristo. Ya hemos dicho que la doctrina con respecto al reino del Anticristo es bien conocida; entonces los fieles habían sido advertidos  en cuanto a la dispersión futura de la Iglesia, para que ejercitaran vigilancia. Con razón entonces temían el nombre como algo perverso y amenazador. El Apóstol dice ahora, que todos los que depreciaron a Cristo fueron miembros de ese reino.

Y él dice que el espíritu del Anticristo viene, y que “ya está” en el mundo, pero en sentido diferente. El quiere decir que ya estaba en el mundo, porque continuó en secreto su iniquidad. Como, sin embargo, la verdad de Dios todavía no había sido trastornada por dogmas falsas y apócrifas, como la superstición falsa todavía no prevaleció en corromper la adoración a Dios, como el mundo todavía no se había desviado pérfidamente de Cristo, como la tiranía, opuesta al reino de Cristo, todavía no se había exaltado abiertamente asimisma, y por lo tanto dice, que “viene”.

1 JUAN 4:4-6

4.  Hijitos, vosotros sois de Dios, y los habéis vencido; porque mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo.
5.  Ellos son del mundo; por eso hablan del mundo, y el mundo los oye.
6.  Nosotros somos de Dios; el que conoce a Dios, nos oye; el que no es de Dios, no nos oye. En esto conocemos el espíritu de verdad y el espíritu de error.

4. “Vosotros sois de Dios.” El había hablado de un anticristo; ahora menciona muchos. Pero los muchos eran los profetas falsos que habían salido antes que apareciera el que los encabezaba. Pero el objeto del Apóstol fue de animar a los fieles, para que pudieran resistir brava y valientemente a los impostores, porque la alegría y felicidad se debilita cuando el concurso queda en duda. Además, quizás había causado que los buenos temieran, cuando vieron que apenas el reino de Cristo había sido establecido, cuando los enemigos ya estaban dispuestos a combatirlo. Aunque todavía tenían que  contenderlo, mas él dice que habían conquistado, porque tendrían un asunto exitoso, como si él hubiera dicho que ellos lo habían logrado ya aún en medio del concurso, más allá de cualquier peligro, porque serían seguramente conquistadores.

Pero esta verdad debía ser extendida más lejos, porque cualquier concurso que podemos tener con el mundo y la carne, una victoria segura sigue. Los conflictos duros y violentos verdaderamente nos esperan, y unos siguen continuamente a otros; pero como por el poder de Cristo luchamos y estamos equipados con los armas de Dios, aún en luchar y esforzar,  llegamos a ser conquistadores. En cuanto al sujeto principal de este pasaje, es un gran consuelo, que en cualquier clase de  engaños con que Satanás nos pueda asaltar, permaneceremos en pie por el poder de Dios.

Pero tenemos que observar la razón que es agregada inmediatamente, “porque mayor”, o más fuerte, es él que está en ustedes que él que está en el mundo. Porque tal es nuestra enfermedad, que sucumbimos antes que batallamos con un enemigo, para somos tan sumergidos en ignorancia que estamos abiertos a todas clases de falacias, y Satanás es maravillosamente artero en engañar. Si resistimos por un día, mas una duda puede arrastrar en nuestras mentes en cuanto a lo que sería el caso mañana; nosotros así estaríamos en un estado de ansiedad perpetua. Por lo tanto el Apóstol nos recuerda que llegamos a ser fuertes, no por nuestro propio poder, sino por el de Dios. Por eso, concluye que no podemos ser conquistados más que por Dios mismo, que nos ha armado con su propio poder hasta el fin del mundo. Pero en esta guerra espiritual entera este pensamiento debe; habitar en nuestros corazones, esto es, que todo estaría terminado si la lucha fuera con nuestra propia fuerza; pero como Dios repele a nuestros enemigos mientras reposamos en Él, la victoria es segura.

5. “Ellos son del mundo.” No es un consuelo pequeño que los que osan asaltar a Dios en nosotros, tienen sólo el mundo para apoyarse y ayudarlos. Y por el mundo el Apóstol quiere decir que esa es la porción de que Satanás es el príncipe. Otro consuelo también es agregado, cuando él dice que el mundo abraza a los profetas falsos a los que reconoce como de su propiedad. Vemos qué gran propensión a la vanidad y la mentira hay en los hombres. Por eso, las doctrinas falsas penetran fácilmente y esparcen por todas partes. El Apóstol indica que no hay ningún motivo por el cual debemos estar perturbados, porque  no es nada nuevo o excepcional que el mundo, que es enteramente falaz, escuche fácilmente a lo que es falso.

6. “Nosotros somos de Dios.” Aunque esto aplica realmente a todos los santos, más se refiere apropiadamente a los ministros fieles del Evangelio; porque el Apóstol, por la confianza impartida por el Espíritu, se goza aquí de que él y sus con-ministros sirvieron a Dios en sinceridad, y derivaron de él todo lo que enseñaron. Sucede que profetas falsos se jactan de la misma cosa, porque es su costumbre engañar bajo la máscara de Dios; pero ministros fieles son muy diferentes de ellos, que no declara nada de sí mismos pero solo lo que manifiestan realmente en su conducta.

Debemos, sin embargo, siempre tener en cuenta el sujeto que aquí maneja; pequeño fue el número de los santos, y la incredulidad prevaleció por casi todas partes; pocos se adhirieron realmente al Evangelio, la gran parte corría sin control, alocadamente en errores. Por eso fue la ocasión de tropezar. Juan, para obviar esto, manda que seamos contentos con el número pequeño de los fieles, porque todos los hijos de Dios lo honraron y sometieron a su doctrina. Porque él pone inmediatamente en oposición a esta una cláusula contraria que aquellos, que ellos que no son de Dios, no oyen la doctrina pura del Evangelio. Por estas palabras indica que la multitud enorme para quienes el Evangelio no es aceptable, no oyen a los a siervos fieles y verdaderos de Dios, porque tienen su mente lejos de Dios mismo. No es entonces una disminución de la autoridad del Evangelio que muchos lo rechazan.

Pero a esta doctrina es agregado una amonestación útil, que por la obediencia de la fe demostramos que somos de Dios. Nada es más fácil que jactarse que somos de Dios; y por eso nada es más común entre hombres, como es el caso en este día con los Papistas, que se jactan orgullosamente que son los devotos de Dios, mas ellos no menos orgullosamente rechazan la palabra de Dios. Porque aunque fingen de creer la palabra de Dios, mas cuando son traídos a la prueba, cierran los oídos y no escucharán, mas reverenciar la palabra de Dios es la única evidencia verdadera que lo tememos. Ni puede la excusa hecho por muchos tener ningún lugar aquí, que rehúyen la doctrina del Evangelio cuando se proclamada a ellos, porque ellos no son aptos para formar un juicio; porque no puede ser sino que cada uno que teme realmente y obedece a Dios, lo conoce en su palabra.

Si alguien se opone y diga que muchos de los elegidos no alcanzan inmediatamente la fe, no, que al principio resisten tercamente; a este contesto, que en aquel momento que no sean considerados, como pienso, como los hijos de Dios; porque es una señal de un hombre reprobado cuando la verdad sea rechazada sin ninguna lógica por él.

Y a propósito, debe ser observado, que el oír mencionada por el Apóstol, debe de ser comprendida del oír interna o verdadera del corazón, que es hecho por fe.

“En esto conocemos.” El antecedente a “en esto”, o, por esto, es incluido en las dos cláusulas anteriores, como si él hubiera dicho, "Por eso la verdad es distinguida de la mentira, porque algunos hablan de Dios, otros del mundo". Pero por “el espíritu de la verdad y el espíritu de error”, algunos piensan que quiere decir oyentes, como si hubiera dicho, que los que se dejan a sí mismos de ser engañados por impostores, nacieron al error, y tuvieron en ellos la semilla de mentira; pero los que obedecen la palabra de Dios muestran a sí mismos por este hecho para ser los hijos de la verdad. Esta perspectiva yo no apruebo. Porque como el Apóstol toma espíritus aquí metonímicamente por maestros o profetas, él significa, pienso, que a ninguna otra cosa que la prueba de doctrina debe estar refiriéndose a estas dos cosas, si es de Dios o del mundo.

Sin embargo, en hablar así no parece decir nada; porque todos están listos para declarar, que no hablan sino de Dios. Así que los Papistas en este día se jactan con la gravedad magistral, que todas sus invenciones son los oráculos del Espíritu. Ni Mahoma afirma que él haya formulado sus ideas equivocadas de sí mismo, sino venidas de lo alto. Los egipcios también, en tiempos anteriores, pretendieron que todas sus locuras absurdas, por las que se encapricharon tanto ellos como otros, habían sido reveladas de arriba. Pero, a todo este contesto, que tenemos la palabra del Señor, que debe ser consultada especialmente. Cuándo, por lo tanto, espíritus falsos usan falsamente el nombre de Dios, tenemos que consultar en las Escrituras si las cosas son así. Si usamos una atención devota es ejercitada, acompañada con  humildad y  mansedumbre, el espíritu de discernimiento nos será dado, que, como un intérprete fiel, abrirá a nosotros el significado de lo que es dicho en la Escritura.

1 JUAN 4:7-10
7. Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios.
8. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor.
9. En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él.
10. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados.

7. “Amados.” El regresa a la exhortación que impone casi a través de toda la Epístola. En verdad, ya hemos dicho, que está llena de la doctrina de fe y d la exhortación al amor. En estos dos puntos medita tanto, que pasa continuamente del uno al otro.

Cuándo exhorta al amor mutuo, no quiere decir que descargamos nuestro deber cuando amemos a nuestros amigos, porque ellos nos aman; pero en cuanto que está dirigiendo sus palabras a todos los fieles en común, no podría haber hablado de otro modo en que debían ejercitar el amor mutuo. El confirma esta frase con una razón que fue aducida muchas veces anteriormente, aún porque nadie puede demostrar ser el hijo de Dios, a menos que él ame a sus prójimos, y porque el conocimiento del verdadero Dios necesariamente produce amor en nosotros.

El también pone en oposición a esto, según su manera usual, la cláusula opuesta, que no hay conocimiento de Dios donde no hay amor. Y él toma como otorgó un principio o una verdad general, que Dios es el amor, eso es, que su naturaleza es de amar a los hombres. Sé que muchos dan una razón más refinada, y que los antiguos han pervertido especialmente este pasaje para demostrar la divinidad del Espíritu. Pero el significado que da el apóstol es simplemente esto, -- que como Dios es la fuente del amor, este efecto fluye de él, y es difundido dondequiera el conocimiento de él viene, como él al principio le llamó  luz, porque no hay nada de oscuridad en él, pero al contrario  ilumina todas las cosas por su propia luminosidad. Aquí entonces no habla de la esencia de Dios, sino sólo muestra lo que él es cuando le encontramos.

Pero dos cosas en las palabras del Apóstol deben ser notadas, -- que el conocimiento verdadero de Dios es lo que nos regenera y renova, para que lleguemos a ser criaturas nuevas; y que por eso no puede ser pero que nos conformemos a la imagen de Dios. Apártense, entonces, con la idea insensata con respeto a la fe no formada. Porque cuando alguien separa la fe del amor, es igual como si procura separar el calor del sol.

9. “En esto se mostró.” O, ha aparecido. Tenemos el amor de Dios hacia nosotros testificado también por muchas otras pruebas. Porque si se pregunta, por qué el mundo ha sido creado, por qué hemos sido puestos para poseer el dominio de la tierra, por qué estamos preservados en la vida para disfrutar bendiciones innumerables, por qué nosotros somos dotados con la luz y la comprensión, ninguna otra razón puede ser aducida, sino  el amor gratuito de Dios. Pero el Apóstol aquí ha escogido la evidencia principal del mismo, y lo que supera mucho todas las otras cosas. Porque no sólo fue un amor inmensurable, que Dios no escatimó ni a su propio Hijo, que por su muerte nos restaura a la vida; pero fue la bondad más maravillosa, que debe llenar nuestras mentes con la maravilla y el asombro más profundos. Cristo, entonces, es una prueba tan ilustre y singular del amor divino hacia nosotros, que siempre cuando miremos a él, él confirma completamente a nosotros la verdad de que Dios es el amor.

Él le llama su hijo unigénito, para ampliar. Porque en éste mostró más claramente con qué singularidad nos amó, porque expuso a su único Hijo a la muerte para nuestro bien. Mientras tanto, él quien es su único Hijo por su naturaleza, hace muchos hijos por gracia y adopción, aún todos los que, por fe, están unidos a su cuerpo. El expresa el propósito para que Cristo haya sido enviado por el Padre, para que podamos vivir por medio de él, porque sin él todos somos muertos, pero por medio de su venida nos trajo la vida a nosotros; y a menos nuestra incredulidad previene el efecto de su gracia, nos sentimos en nosotros mismos.

10. “En esto consiste el amor.” El amplía el amor de Dios por otra razón, que Él nos dio su propio Hijo en el tiempo cuando éramos enemigos, como Pablo nos enseña, en Romanos 5:8; pero él emplea otras palabras, que Dios, inducido por ningún amor humano, libremente nos amó. El intentó por estas palabras de  enseñarnos que el amor de Dios hacia nosotros ha sido gratuito. Pero fue el objeto del Apóstol exponer a Dios como un ejemplo para ser imitado por nosotros; mas la doctrina de fe que él entremezcla, no debe ser dejada a un lado. Dios gratuitamente nos amó, -- ¿cómo es esto? porque él nos amó antes que naciéramos, y también cuando, por la depravación de la naturaleza, tuvimos corazones que se apartaron lejos de él, e influidos por ningún sentimiento recto y piadoso.

Si los parloteos de los Papistas entretuvieron, en el sentido de que cada uno es escogido por Dios como él lo vio anteriormente de ser digno del amor, esta doctrina, que él nos amó primero, no sería razonable; porque entonces nuestro amor a Dios sería primero en orden, aunque es atrás en cuanto a tiempo. Pero el Apóstol asume esto como una verdad evidente, enseñada en la Escritura (de que estos Sofistas profanos son ignorantes,) que somos nacidos tan corruptos y depravados, que no hay en nosotros como un odio innato a Dios, y que nosotros no deseamos nada salvo lo que es desagradable a él, y así todas las pasiones de nuestra carne hacen una guerra continua contra su rectitud.

“Y envió a su Hijo.” Fue entonces solamente de la bondad de Dios, como de una fuente, que Cristo con todas sus bendiciones han venido a nosotros. Y como es necesario  saber, que tenemos salvación en Cristo, porque nuestro Padre celestial nos ha amado gratuitamente; para que cuando una certeza verdadera y llena del amor divino hacia nosotros sea buscada, tenemos que mirar a ninguna otra parte sino a Cristo. Por eso todos los que preguntan, aparte de Cristo, qué está decidido respecto a ellos en el consejo secreto de Dios, están son insensatos a su propia ruina.

Pero aquí surge alguna apariencia de contradicción. Porque si Dios nos amó antes que Cristo se ofreciera a la muerte por nosotros, ¿qué necesidad había para otra reconciliación? Así la muerte de Cristo puede parecer superflua. A este contesto, que cuando Cristo es declarado de haber reconciliado el Padre a nosotros, esto es de ser referido a nuestras aprehensiones; porque en cuanto que somos conscientes de ser culpables, no podemos imaginar a Dios de otro modo que desagradado y enojado con nosotros, hasta que Cristo nos absuelva de culpa. Porque Dios, dondequiera que el pecado aparece, tendría su ira, y el juicio de la muerte eterna le capturará. Por eso sigue, que no podemos ser de otro modo que aterrorizado por la perspectiva presente en cuanto a la muerte, hasta que Cristo por su muerte venga a abolir el pecado, y nos redima por su propia sangre. Aún más, el amor de Dios requiere la rectitud; para que entonces podamos ser persuadidos que somos amados, tenemos que venir necesariamente a Cristo, en quien solamente se encuentra la rectitud.

Ahora vemos que la variedad de expresiones, que ocurre en la Escritura, según aspectos diferentes de cosas, es más apropiada y especialmente útil con respecto a la fe. Dios interpuso a su propio Hijo para reconciliarse a nosotros, porque él nos amó; pero este amor fue ocultado, porque fuimos entretanto enemigos a Dios, continuamente provocando su ira. Además, el temor y el terror de una conciencia mala nos quitaron todo placer de la vida. Por eso en cuanto a la aprensión de nuestra fe, Dios comenzó a amarnos en Cristo. Y aunque el Apóstol aquí habla primero de la reconciliación, ya sabemos que para reconciliarnos con Dios en expiar pecados es un beneficio perpetuo que procede de Cristo.

En esto los Papistas también en parte lo admiten; pero después atenúan y casi aniquilan esta gracia, en introducir sus satisfacciones ficticias. Porque si los hombres se redimen a sí mismos por sus obras, Cristo no puede ser la única propiciación verdadera, como es llamado aquí.

1 JUAN 4:11-16
11. Amados, si Dios nos ha amado así, debemos también nosotros amarnos unos a otros.
12. Nadie ha visto jamás a Dios. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros, y su amor se ha perfeccionado en nosotros.
13. En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros, en que nos ha dado de su Espíritu.
14. Y nosotros hemos visto y testificamos que el Padre ha enviado al Hijo, el Salvador del mundo.
15. Todo aquel que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios.
16. Y nosotros hemos conocido y creído el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él.

11. “Amados.” Ahora el Todopoderoso acomoda a su propio propósito en lo que acaba de enseñarnos con respecto al amor de Dios; porque nos exhorta por el ejemplo de Dios al amor fraternal; como también Pablo pone ante nosotros a Cristo, que se ofreció al Padre como un sacrificio de perfume agradable, que cada uno de nosotros trabaje para beneficiar a sus prójimos. (Efesios 5:2). Y Juan nos recuerda, que nuestro amor no debe ser mercenario, cuando nos manda que amemos a nuestros prójimos como Dios nos ha amado; porque debíamos recordar esto, que hemos sido amados gratuitamente. E indudablemente cuando consideremos nuestra propia ventaja, o regresemos los favores buenos a amigos, es egoísmo, y no amor a otros.

12. “Nadie ha visto jamás a Dios.” Se encuentran las mismas palabras en el primer capítulo de Evangelio de Juan; pero Juan el Bautista no tenía allí exactamente la misma cosa en  vista, porque sólo querría decir que Dios no podría ser conocido de otro modo, más como él se ha revelado a sí mismo en Cristo. El Apóstol aquí extiende la misma verdad más profundamente, que el poder de Dios es comprendido por nosotros por fe y amor, para saber que somos sus hijos y que él habita en nosotros.

El habla primero, sin embargo, del amor, cuando dice que Dios permanece en nosotros, si nos amamos el uno al otro; porque perfeccionado, o mostrado que existe realmente, en nosotros es entonces su amor; como si él hubiera dicho, que Dios se muestra a él mismo de estar presente, cuando por su Espíritu forma nuestros corazones para que reciban el amor fraternal. Porque el mismo propósito que repite lo que ya había dicho, que sabemos por el Espíritu que nos ha dado que él habita en nosotros; porque es una confirmación de la oración anterior, porque el amor es el efecto o el fruto del Espíritu.

La suma, entonces, de lo que está dicho es, que en cuanto que el amor es del Espíritu de Dios, no podemos verdaderamente y con un corazón sincero amar a los hermanos, a menos que el Espíritu extienda su poder. De esta manera testifica que habita en nosotros. Pero Dios por su Espíritu habita en nosotros; entonces, por el amor mostramos que tenemos Dios quien mora en nosotros. Por otro lado, él que se jacta que tiene a Dios, y no ama a los hermanos, su mentira está demostrada por una sola cosa, porque separa a Dios de él mismo.

Cuándo dice, “y su amor se ha perfeccionado”, la conjunción sea tomada como una causativa, para que, o, porque. Y el “amor” aquí puede estar explicado en dos maneras, o lo que Dios muestra a nosotros, o lo que implanta en nosotros. Que Dios nos ha dado su Espíritu a nosotros, o dado de su Espíritu, significa la misma cosa; porque sabemos que el Espíritu en medida es dado a cada individuo.

14. “Y nosotros hemos visto.” Ahora explica la otra parte del conocimiento de Dios, a lo que hemos referido, que se comunica a nosotros en su Hijo, y se ofrece para ser disfrutado en él. Por eso se sigue, que es recibido por fe por nosotros. Porque la idea del Apóstol es mostrar, que Dios está tan unido a nosotros por fe y amor, que habita realmente en nosotros y se convierte en una manera visible por el efecto de su poder, que de otro modo no podría ser visto por nosotros.

Cuándo el Apóstol dice, “hemos visto y testificamos,” se refiere a él mismo y a otros. Y en visto, no quiere decir cualquier manera de verlo, sino lo que pertenece a la fe por la que reconocieron la gloria de Dios en Cristo, según lo que sigue, que fue enviado a ser el “Salvador del mundo”; y este conocimiento viene de la iluminación del Espíritu.

15. “Todo aquel que confiese.” El repite la verdad de que estamos unidos a Dios por Cristo, y que no podemos estar conectados con Cristo a menos que Dios permanezca en nosotros. Fe y confesión están utilizadas indiscriminadamente en el mismo sentido; porque aunque los hipócritas puedan jactarse astutamente de tener fe, mas el Apóstol aquí no reconoce ninguno de los que confiesan comúnmente, sino solo los que sinceramente y del corazón creen. Además, cuando él dice “que Jesús es el Hijo de Dios”, incluye brevemente la suma y la sustancia de fe; porque no hay nada necesario para la salvación más que la fe no se encuentra en Cristo.

Después de hablar en general, que los hombres están tan unidos a Cristo por fe, que Cristo los une a Dios, adjuntó lo que ellos mismos habían visto para que acomodara una verdad general a quien escribía. Entonces sigue la exhortación de amarse el uno al otro como fueron amados por Dios. Entonces el orden y la conexión de su discurso es esto, -- Fe en Cristo, resulta en que Dios habita en los hombres, y somos participantes de esta gracia; pero en cuanto que Dios es el amor, nadie habita en él a menos que él ama a sus hermanos. Entonces el amor debía reinar en nosotros, en cuanto que Dios se une a nosotros.

16. “Y nosotros hemos conocido y creído.” Es lo mismo como si hubiera dicho, "hemos sabido por creer;" porque tal conocimiento no es alcanzado sino por fe. Pero así aprendemos cuán diferente, es una opinión incierta o dudosa de la fe. Además, aunque él significó aquí, como ya he dicho, para acomodar la última oración a sus lectores, mas define fe en varias maneras. El había dicho antes, que es confesar que Jesús es el Hijo de Dios; pero, ahora dice, sabemos por la fe del amor de Dios hacia nosotros. Por eso parece, que el amor paternal de Dios se encuentra en Cristo, y que no hay nada cierto que es conocido de Cristo, excepto por los que saben de sí mismos que son hijos de Dios por su gracia. Porque el Padre pone a su propio Hijo diariamente ante nosotros para este fin, que nos puede adoptar en él.

“Dios es amor.” Esto es como si fuera la proposición secundaria en un argumento; porque de fe a amor razona de esta manera: Por la fe Dios habita en nosotros, y Dios es amor; entonces, dondequiera que Dios mora, el amor debía estar allí. Por eso se sigue que el amor está necesariamente conectado a la fe.

1 JUAN 4:17-18
17.  En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros, para que tengamos confianza en el día del juicio; pues como él es, así somos nosotros en este mundo.
18. En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor.

17.  “En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros.” Hay dos cláusulas en este pasaje, -- que somos entonces participantes de la adopción divina, cuando nos parecemos a Dios como hijos a su padre; y, en segundo lugar, que esta confianza es sin precio, porque sin lo mismo seríamos muy miserables. Entonces en primer lugar, él muestra qué propósito Dios tiene en el amor con que nos abrazó, y cómo disfrutamos de esa gracia manifestada a nosotros en Cristo. Entonces, el amor de Dios a nosotros es lo que debe de ser comprendido aquí. El dice que se ha perfeccionado, porque es derramado abundantemente y dado realmente, para que parezca de ser completo. Pero él afirma que no hay otros que son participantes de esta bendición; salvo los que, por en estar conformados a Dios, demuestra a sí mismos ser sus hijos. Es, entonces, un argumento tomado de lo que es una condición inseparable.

“Para que tengamos confianza.” El ahora empieza a mostrar el fruto del amor divino hacia nosotros, aunque después muestra más claramente el efecto del opuesto. Es sin embargo un beneficio inapreciable, que podemos atrevernos a pararnos valientemente ante de Dios. Por la naturaleza, verdaderamente, tememos la presencia de Dios, y eso justamente; porque, como él es el Juez del mundo, y nuestros pecados nos hacen culpables, la muerte y el infierno tienen que venir a nuestras mentes siempre cuando pensemos en Dios. Por eso así es ese terror que he mencionado, que hace a los hombres rehusar a Dios tanto como pueden. Pero Juan dice que los fieles no temen, cuando mención está hecha a ellos del juicio final, pero al contrario van al tribunal de Dios seguramente y alegremente, porque están asegurados de su amor paternal. Cada uno, entonces, ha hecho tanta competencia en la fe, y así está bien preparado en su mente para esperar el día del juicio.

“Como él es.” Por estas palabras, como ya ha sido dicho, significa que es requerido de nosotros en nuestro turno de imitar la imagen de Dios. Entonces como Dios en el cielo es, así nos manda que seamos en este mundo, para que podamos ser considerados sus hijos; porque la imagen de Dios, cuando aparece en nosotros, es como si fuera el sello de su adopción.

Pero parece así atribuir una parte de nuestra confianza en las obras. Por eso los Papistas levantan sus escudos aquí, como si Juan hubiera negado que nosotros, dependiendo solamente en la gracia de Dios, podemos tener una confianza segura en cuanto a salvación sin la ayuda de las obras. Pero en esto están engañados, porque no consideran que el Apóstol aquí no se refiera a la causa de salvación, sino a lo que es añadido a la misma. Y que nadie es reconciliado a Dios por Cristo, a menos que también es renovado después en la imagen de Dios, y que el uno no puede ser desunido del otro. Ahora mismo entonces es lo que es hecho por el Apóstol, que excluye de la confianza de gracia a todos aquellos en los que no está vista la imagen de Dios; porque es cierto que tales son enteramente extranjeros del Espíritu de Dios y de Cristo. Ni negamos que la novedad de la vida, como es el efecto de adopción divina, sirva para confirmar la confianza, como un accesorio, así que hablar, de la segunda orden; pero mientras tanto debíamos tener nuestra base solamente en la gracia. Ni de verdad  la doctrina de Juan parece de otro modo coherente con sí mismo; porque la experiencia muestra, y aún los Papistas están forzados a confesar, que en cuanto a las obras siempre dan una ocasión para temblar. Por lo tanto nadie puede venir con una mente tranquila al tribunal de Dios, a menos que crea que él es amado gratuitamente.

Pero que ninguna de estas cosas complace a los Papistas, no hay ninguna razón para alguien preguntarse, porque son miserables los que no conocen ninguna fe sino la que es enredada con dudas. Además, la hipocresía trae la oscuridad sobre ellos, para que no consideren gravemente cuán formidable es el juicio de Dios cuando Cristo el Mediador no está presente, y algunos de ellos consideran la resurrección como fabulosa. Pero que podemos ir adelante alegremente y gozosamente para encontrar a Cristo, tenemos que tener nuestra fe puesta solamente en su gracia.

18. “No hay temor.” Él ahora encomienda la excelencia de esta bendición en declarar el efecto opuesto, porque dice que somos atormentados continuamente hasta que Dios nos quita de la miseria y angustia por el remedio de su propio amor hacia nosotros. El significado es, que como no hay nada más miserable que estar acosado por la inquietud continua, obtenemos en saber el amor de Dios hacia nosotros el beneficio de una calma pacífica más allá del alcance del temor. Por eso que singular parece el regalo de Dios  de ser favorecidos con su amor. Además de esta doctrina, actualmente trae una exhortación; pero antes que nos exhorte al deber, nos encomienda este regalo de Dios, que por fe quita nuestro temor.

Este pasaje, yo sé, es explicado de otro modo por muchos; pero considero lo que el Apóstol quiere decir, no lo que otros piensan. Dicen que no hay temor en el amor, porque, cuando amamos voluntariamente a Dios, no somos obligados a la fuerza ni por temor a servirlo. Entonces según ellos, el temor servil aquí está puesto en la oposición a la reverencia voluntaria; y por eso ha surgido la distinción entre el temor servil y el filial. Yo verdaderamente lo acepto que es verdad, que cuando amamos libremente a Dios como un Padre, ya no estamos forzados por el temor de castigo; pero esta doctrina no tiene nada en común con este pasaje, porque el Apóstol solamente nos enseña, que cuando el amor de Dios está visto por nosotros y conocido por la fe, la paz es dada a nuestras conciencias, para que ya no tiemblen y teman.

Se puede preguntar, sin embargo, cuando el amor perfecto expulsa el temor, porque en cuanto que somos dotados con solamente alguna prueba del amor divino hacia nosotros, ¿nunca podemos ser libertados enteramente del temor? A esto contesto, que aunque el temor no es desterrado completamente, mas cuando huimos a Dios en cuanto a un puerto callado, seguro y libre de todo peligro de naufragio y de tempestades, el temor es expulsado realmente, porque toma el camino de la fe. Entonces el temor no es expulsado en sí, sino que asalta nuestras mentes, y es tan expulsado que no nos atormenta ni estorba esa paz que obtenemos por fe.

“El temor lleva en sí castigo.” Aquí el Apóstol amplía aún más la grandeza de esa gracia de que habla; porque como es una condición muy miserable de sufrir tormentos continuos, no hay nada más de ser deseado que presentarnos ante de Dios con una conciencia callada y una mente tranquila. Lo que algunos dicen, que los siervos temen, porque tienen ante sus ojos el castigo y la vara, y que no hacen su deber a menos que sean forzados, no tienen nada que hacer, como ya ha sido indicado, con lo que el Apóstol dice aquí. Por eso en la próxima cláusula, la exposición dada, que el que teme no es perfecto en el amor, porque no se somete de buena y libre voluntad a Dios, sino prefiere de liberarse su servicio, no se comporta en ninguna manera con el contexto. Porque el Apóstol, al contrario, nos recuerda, que se debe a la incredulidad cuando alguien teme, eso es, tiene una mente perturbada; porque el amor de Dios, realmente conocido, tranquiliza el corazón.

1 JUAN 4:19-21
19. Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero.
20. Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?
21. Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano.

19. “Nosotros le amamos a él.” El verbo αγαπωμεν puede ser o el indicativo o el imperativo; pero el anterior es lo más apropiado aquí, porque el Apóstol, como pienso, repite la oración anterior, que como Dios nos ha anticipado por su amor gratuito, debemos regresar a rendir el amor a él, porque él infiere inmediatamente que él debe ser amado por los hombres, o que el amor que tenemos para él debe ser manifestado hacia los hombres. Sin embargo, si el imperativo es preferido, el significado sería casi el mismo, que como Dios nos ha amado, también debemos amarlo ahora.

Pero este amor no puede existir, a menos que engendre el amor fraternal. Por eso dice, que son mentirosos los que se jactan de que aman a Dios, cuando odian a sus hermanos.

Pero la razón que él añade no parece suficientemente válida, porque es una comparación entre lo menos y lo más grande: El dice, si no amamos a nuestros hermanos a quienes vemos, mucho menos amamos a Dios quien es invisible. Hay entonces dos excepciones obvias; porque el amor que Dios tiene hacia a nosotros viene de la fe y no fluye de la vista, como encontramos en 1 Pedro 1:8; y en segundo lugar, muy diferente es el amor de Dios del amor de los hombres; porque mientras Dios dirige a su pueblo a amarle por su bondad infinita, muchas veces los hombres son dignos de odio. A este contesto, que el Apóstol toma aquí como aceptado lo que debe parecer evidente sin duda a nosotros, que Dios se ofrece a nosotros en esos hombres que llevan su imagen, y que requiere los deberes, que él desea, para ser realizados a ellos, según Salmos 16:2, donde leemos,

“No hay para mí bien fuera de ti.
Para los santos que están en la tierra. . .
es toda mi complacencia.”

Y seguramente la participación de la misma naturaleza, la necesidad de tantas cosas, y de trato mutuo, nos debe atraer al amor mutuo, si no somos más duros que el hierro. Pero Juan querría decir otra cosa: él querría decir cuán falaz es la presunción de cada uno que dice que él ama a Dios, mas no ama a la imagen de Dios que está ante sus ojos.

21. “Y este mandamiento.” Esto es un argumento más fuerte, traído de la autoridad y doctrina de Cristo; porque no solamente dio un mandamiento con respeto al amor de Dios, más también nos mandó amaremos a nuestros hermanos. Por lo tanto tenemos que empezar con Dios, para que haya al mismo tiempo un cambio hecho a los hombres.

Traducción por Josué I. Balderas y Esteban Larsón Macías
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