COMENTARIO A LA 
  SEGUNDA EPISTOLA PASTORAL
      DE SAN PABLO A TIMOTEO

              Por Juan Calvino

CAPITULO 1
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No puede afirmarse con absoluta certeza por la historia de Lucas en qué tiempo fue escrita la Primera Epístola. Pero no dudo que, después de ese tiempo, Pablo tuviera comunicación personal con Timoteo; y aun es posible (si ha de aceptarse la opinión general) que Pablo lo tenía como compañero y ayudante en muchos lugares. Mas podría deducirse fácilmente que él estaba en Éfeso cuando esta Epístola le fue escrita; porque, al fin de la misma (2 Tim. 4:19) Pablo "saluda a Priscila y a Aquila, y a la casa de Onesíforo", el último de los cuales era de Éfeso, y Lucas nos informa que los otros dos se quedaron allá cuando Pablo navegó hacia Judea (Hch. 18:18,29).
El objeto principal de la carta es confirmar a Timoteo, tanto en la fe del Evangelio, como en la pura y constante predicación del mismo. Con todo, estas exhortaciones derivan considerable importancia también por el tiempo en que Pablo las escribió. Él tenía presente la muerte que esperaba sufrir por el testimonio del Evangelio. Por consiguiente, todo lo que leemos aquí, tocante al reino de Cristo, a la esperanza de la vida eterna, a la lucha cristiana, a la confianza en confesar a Cristo, y a la certeza de la doctrina, debe ser considerado por nosotros, no como si hubiese sido escrito con tinta, sino con la propia sangre de Pablo; porque nada afirma él sin que ofrezca la prenda de su muerte; por lo tanto, esta epístola puede considerarse como una solemne suscripción y ratificación de la doctrina de Pablo.
Es de importancia recordar, sin embargo, lo que afirmamos en la exposición de la Primera Epístola, que el Apóstol no la escribió meramente por causa de un solo hombre, sino que exhibió, bajo la persona de un hombre, una doctrina general, la cual después sería transmitida de una mano a otra. Y primero, después de haber alabado la fe de Timoteo, en la cual había sido educado desde su niñez, le exhorta a perseverar fielmente en la doctrina que había aprendido, y en el oficio que se le había encomendado; y, al propio tiempo, para que Timoteo no se desanimara por el encarcelamiento de Pablo, o la apostasía de los demás, éste se ufana de su apostolado y de la recompensa que le espera. De igual manera alaba a Onesíforo, para animar a otros mediante su ejemplo; y porque la condición de aquellos que sirven a Cristo es dolorosa y difícil, Pablo saca comparaciones tanto de los agricultores como de los soldados, de los cuales los primeros no vacilan en trabajar mucho en el cultivo de la tierra antes de que puedan ver algún fruto, mientras que los últimos hacen a un lado todos sus cuidados y empleos a fin de dedicarse completamente a la milicia bajo las órdenes de su general.
A continuación, Pablo da un breve sumario de su Evangelio, y ordena a Timoteo entregarlo a otros, y tener cuidado de que sea transmitido a la posteridad. Habiendo aprovechado esta ocasión para mencionar nuevamente su encarcelamiento, se yergue con santa firmeza, con el fin de animar a otros con su noble valor; porque nos invita a todos nosotros a contemplar, juntamente con él, aquella corona que le está reservada en el cielo.
También le ordena que se abstenga de entrar en disputas contenciosas y cuestiones vanas, recomendándole, por otra parte, promover la edificación; y a fin de demostrar más claramente cuan grande mal es éste, Pablo relata que algunos han sido arruinados por dicho mal, y particularmente menciona a dos, Himeneo y Fileto, quienes, habiendo caído en absurda monstruosidad, como para echar abajo la fe de la resurrección, sufrieron el horrible castigo de su arrogancia. Mas como las caídas de esa naturaleza, especialmente de hombres distinguidos y de aquellos que disfrutaban de alguna reputación, regularmente van acompañadas de mucho escándalo, Pablo demuestra que los creyentes no deben perturbarse por ellas, porque no todos los que llevan el nombre de cristianos pertenecen verdaderamente a Cristo, y porque la Iglesia tiene que estar expuesta a la miseria de vivir entre hombres perversos e impíos en este mundo. No obstante, para que esto no asustara indebidamente a las mentes débiles, él lo suaviza prudentemente, afirmando que el Señor preservará a los suyos, a quienes ha elegido, hasta el fin.
De nuevo vuelve a exhortar a Timoteo a perseverar fielmente en el desempeño de su ministerio; y a fin de hacerlo más cuidadoso, predice los tiempos tan peligrosos que esperan a los buenos y a los píos, y también anuncia que se levantarán hombres sumamente destructores; más en oposición a todo esto, Pablo lo confirma con la esperanza de un resultado bueno y próspero. Muy en especial, él le recomienda estar constantemente ocupado en enseñar la sana doctrina, señalando el uso correcto de las Escrituras, para que pueda saber que en ellas encontrará todo aquello que es necesario para la sólida edificación de la Iglesia.
A continuación, Pablo menciona que su muerte está cercana, pero lo hace como un conquistador que se apresura al triunfo glorioso, lo cual es un testimonio claro de una maravillosa confianza. Finalmente, después de haber suplicado a Timoteo que venga tan pronto como le sea posible, señala la necesidad que proviene de su actual condición. Éste es el tema principal en la conclusión de la epístola.

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CAPITULO PRIMERO

1. Pablo, apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, según la promesa de la vida que es en Cristo Jesús,
2. a Timoteo, amado hijo: Gracia, misericordia y paz, de Dios Padre y de Jesucristo nuestro Señor.

1. Pablo, apóstol. Desde el mismo principio podemos darnos cuenta de que Pablo no pensaba sólo en Timoteo al escribir su epístola; de otro modo él no hubiera empleado títulos tan eminentes al afirmar su apostolado; porque ¿qué objeto hubiera tenido emplear estos adornos en el lenguaje al escribir a uno que ya estaba plenamente convencido del hecho? Por tanto, Pablo reclama esa autoridad sobre todos, que pertenecía a su carácter público; y lo hace más diligentemente porque, estando cercano a la muerte, desea asegurar la aprobación del curso total de su ministerio, ("Aunque, en todo lo que Pablo nos ha dejado en forma escrita, debemos considerar que es Dios el que nos habla por la boca de un hombre mortal, y que toda su doctrina debe ser recibida con tal autoridad y reverencia como si Dios visiblemente apareciera desde el cielo, no obstante, hay en esta epístola un asunto especial que tiene que tomarse en consideración: que Pablo, estando preso, y conociendo que su muerte estaba próxima, deseaba ratificar su fe, como si la hubiera sellado con su sangre. Así que, entonces, tan frecuentemente como leamos esta epístola, pensemos siempre en la condición en que se encontraba Pablo en aquella época; es decir, que él no buscaba otra cosa sino morir por el testimonio del Evangelio (lo cual realmente hizo), como su abanderado, para darnos una segundad más firme de su doctrina, y que nos afectara en forma más enérgica. Ciertamente, si leemos esta epístola con más cuidado, descubriremos que el Espíritu de Dios se ha expresado a sí mismo en tal forma, con tal majestad y poder, que no podemos menos que sentirnos cautivados y anonadados. Yo, por mi parte, sé que esta epístola me ha sido de más provecho que cualquier otro libro de la Escritura, y todavía me es provechosa cada día; y si alguno la examina cuidadosamente, no hay duda de que experimentará el mismo resultado. Y si deseamos rener un testimonio de la verdad de Dios, que penetre hasta lo íntimo de nuestro corazón, es mejor que nos concentremos en el estudio de esta epístola; porque uno debe estar en un profundo sueño, y debe ser extraordinariamente estúpido, si Dios no obra en su alma cuando oye la doctrina que de esta carta se desprende." Fr. Ser.), y sellar su doctrina, que tan arduamente se había esforzado por enseñar, para que fuese tenida como sagrada por la posteridad, y para dejar una verdadera imagen de ella en Timoteo.
De Jesucristo por la voluntad de Dios.    Primero,  de acuerdo con esta costumbre, Pablo se llama a sí mismo "apóstol de Cristo". De aquí se concluye, que no habla por su propia iniciativa, y no debe ser escuchado a la ligera; y en cuanto a la forma, ciertamente como hombre, pero como uno que representa a Cristo. Mas por cuanto la dignidad del oficio es demasiado grande para que pertenezca a cualquier hombre, salvo por don especial y elección de Dios, él al propio tiempo hace el elogio de su llamamiento, añadiendo que fue ordenado por la voluntad de Dios. Su apostolado, pues, teniendo a Dios como su autor y defensor, está fuera de toda disputa.
Según la promesa de la vida. Para que su llamamiento quede más asegurado, lo relaciona con las promesas de la vida eterna; y es como si dijera: "Como desde el principio Dios prometió la vida eterna en Cristo, así Él ahora me ha designado para ser el ministro que proclame esa promesa". En esta forma, señala también el propósito de su apostolado, a saber, llevar a los hombres a Cristo, para que en Él ellos encuentren la vida.
Que es en Cristo Jesús. Pablo habla con gran exactitud, cuando menciona que esa "promesa de vida" fue dada, ciertamente, en tiempos antiguos a los padres (Hch. 16:6).
Mas sin embargo, él declara que esta vida está en Cristo, para poder informarnos de que la fe de aquellos que vivieron bajo la Ley, debe, no obstante, haber mirado hacia Cristo.
2. Mi hijo amado. Por esta designación, no sólo testifica de su amor a Timoteo, sino que procura respeto y sumisión para él; porque Pablo desea ser reconocido en él, como uno a quien justamente se le pueda llamar su hijo. La razón para ello, es que lo había engendrado en Cristo; porque, aunque este honor pertenece sólo a Dios, es, sin embargo, transferido a los ministros cuya instrumentalidad emplea para regenerarnos.
Gracia, misericordia. La palabra misericordia, que Pablo emplea aquí, comúnmente la omite en sus salutaciones ordinarias. Pero yo creo que la utiliza cuando quiere derramar sus sentimientos con una vehemencia extraordinaria. Además, parece haber invertido el orden; porque, ya que la misericordia es la causa de la gracia, debió haber aparecido primero en este pasaje. Con todo, no es impropio que la haya puesto después de gracia, a fin de expresar más claramente cual es la naturaleza de esa gracia, y de dónde procede; como si agregase, en forma de una declaración, que la razón por la que somos amados por Dios es porque Él es misericordioso. Sin embargo esto también puede explicarse como relacionándolo a los diarios beneficios de Dios, los cuales son otros tantos testimonios de su "misericordia"; porque siempre que Él nos ayuda, nos libra también de males; siempre que perdona nuestros pecados y soporta nuestras debilidades, lo hace porque tiene compasión de nosotros.

3. Doy gracias a Dios, al cual sirvo desde mis mayores con limpia conciencia, de que sin cesar me acuerdo de ti en mis oraciones noche y día;
4. deseando verte, al acordarme de tus lágrimas, para llenarme de gozo;
5. trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice, v estoy seguro que en ti también.

3. Doy gracias. Ordinariamente el significado que se da a estas palabras es que Pablo "da gracias a Dios", y en seguida señala el motivo o razón de la acción de gracias; es decir, que él está incesantemente preocupado por Timoteo. Mas deseo que mis lectores consideren si la interpretación siguiente no es igualmente apropiada o aún mejor: "Siempre que me acuerdo de ti en mis oraciones (y lo hago continuamente), también doy gracias por ti"; porque la partícula 05 muy frecuentemente tiene ese significado; y, ciertamente, cualquier significado que pueda sacarse de una traducción diferente es excesivamente pobre. De acuerdo con esta explicación, la oración será un signo de diligencia, y la acción de gracias un signo de gozo; es decir, Pablo jamás pensó en Timoteo sin recordar las grandes virtudes que poseía. De aquí parte el motivo para dar gracias; porque el recuerdo de los dones de Dios es siempre grato y delicioso para los creyentes. Ambas cosas son pruebas de una verdadera amistad. Pablo dice que el mencionarlo es incesante (adialeipton), porque él jamás lo olvida en sus oraciones.
Al cual sirvo desde mis mayores. Pablo hizo esta declaración para contrarrestar aquellas bien conocidas calumnias con que los judíos lo calumniaban, como si él hubiese abandonado la religión de su patria, y apostatado de la Ley de Moisés. Mas por el contrarío, declara que adora a Dios, respecto al cual él ha sido enseñado por sus antecesores, y que Éste es el Dios de Abraham que se reveló a sí mismo a los judíos, que entregó su Ley por medio de Moisés; y no algún pretendido dios que él se hubiera forjado para sí.
Mas cabe preguntarse aquí: "¿Puesto que Pablo se gloría de seguir la religión entregada por sus antecesores, es ésta una base suficientemente firme? Porque de aquí se con-cuye que éste será un buen pretexto para excluir todas las supersticiones, y que sería un crimen si alguno se aparta, siquiera un ápice, de las instituciones de sus antepasados, cualesquiera que éstas sean." La respuesta es fácil. Él no fija aquí una regla: que toda persona que siga la religión, que ha recibido de sus padres haya de suponerse que adore a Dios correctamente; y, por otra parte, que aquel que se aparta de las costumbres de sus antecesores haya de culpársele por ello. Porque esta circunstancia debe tomarse siempre en consideración: que Pablo no descendía de idólatras, sino de los hijos de Abraham, que adoraban al verdadero Dios. Sabemos lo que Cristo dice, al desaprobar toda la falsa adoración de los gentiles, y que sólo los judíos mantenían la verdadera forma de adoración. Pablo, pues, no se apoya únicamente en la autoridad de los padres, ni habla indistintamente de todos sus antecesores; sino que hace a un lado la falsa opinión, que se habían formado de él, de que había abandonado al Dios de Israel, forjándose para sí un dios extraño.
Con limpia conciencia. Es cierto que la conciencia de Pablo no siempre fue limpia; porque él reconoce que fue engañado por la hipocresía, mientras que dio rienda suelta a los deseos pecaminosos (Rom. 7:8). ("Cuando él dio rienda suelta a la lujuria, como si no hubiera sido ilícita.")
La excusa que Crisóstomo ofrece por lo que Pablo hizo cuando era fariseo, en razón de que él se oponía al Evangelio, no por malicia, sino por ignorancia, no es una respuesta satisfactoria a la objeción; porque "una limpia conciencia" es una recomendación no común, y no puede separarse del sincero y recto temor de Dios. Yo, pues, la limito al tiempo presente, en esta forma: que Pablo adora al mismo Dios que adoraban sus antecesores, pero ahora lo adora con un limpio afecto de corazón, desde que fue iluminado por el Evangelio.
Esta afirmación tiene el mismo objeto que las numerosas declaraciones de los apóstoles, contenidas en el libro de los Hechos: "Así sirvo al Dios de mis padres, creyendo todas las cosas que en la ley y en los profetas están escritas" (Hch. 24:14). De nuevo: "Y ahora, por la esperanza de la promesa que hizo Dios a nuestros padres soy llamado a juicio; promesa cuyo cumplimiento esperan que han de alcanzar nuestras doce tribus, sirviendo constantemente a Dios de día y de noche" (Hch. 26:6,7). Otra vez: "Porque por la esperanza de Israel estoy sujeto con esta cadena" (Hch. 28:20).
En mis oraciones noche y día. De aquí podemos ver cuan grande fue su constancia en la oración; y sin embargo, él no afirma nada tocante a sí mismo sino lo que Cristo recomienda a todos sus seguidores. Debemos, pues, conmovernos y alentarnos por tales ejemplos para imitarlos, a fin de que, por lo menos, nos ejercitemos en práctica tan necesaria en forma más frecuente. Si alguno entiende esto como significando las oraciones que día y noche Pablo acostumbraba a elevar a determinadas horas, no irá errado en tal apreciación; aunque yo doy una interpretación más sencilla: que no había tiempo en que él no estuviera empleado en la oración.
5. Trayendo a la memoria la fe no fingida. No tanto con el propósito de aplaudir a Timoteo como de exhortarlo, el Apóstol elogia a la vez su propia fe y la fe de su abuela y de su madre; porque, cuando uno ha comenzado bien y valientemente, el progreso que ha hecho debe alentarle para avanzar, y los ejemplos domésticos son poderosos alicientes para empujarlo hacia adelante. Por consiguiente, pone delante de él a su abuela Loida y a, su madre Eunice, por quienes había sido educado desde su infancia en tal forma que, por decirlo así, se nutrió de la piedad al mismo tiempo que de la leche materna. Por esta piadosa educación, pues, Timoteo es amonestado a no degenerar de sí mismo y de sus antecesores.
Es incierto si, por una parte, estas mujeres fueron convertidas a Cristo, y si lo que Pablo encomia aquí fue el comienzo de la fe, o si, por otra parte, la fe es atribuida a ellas separada del cristianismo. Lo último me parece más probable; porque, aun cuando en aquel tiempo abundaban muchas corrupciones y supersticiones, sin embargo Dios siempre tenía su propio pueblo, a quien no dejaba corromperse con la multitud, sino a quien santificaba y separaba para sí, para que siempre pudiera existir entre los judíos una prueba de esta gracia, que Él había prometido a la simiente de Abraham. No hay, pues, nada absurdo en afirmar que ellos vivieron y murieron en la fe del Mediador, aunque Cristo todavía no se les había revelado. Mas yo no aseguro nada, y no podría asegurarlo sin temeridad.
Y estoy seguro que en ti también. Esta cláusula me confirma en la conjetura que justamente acabo de hacer; porque, en mi opinión, Pablo no habla aquí de la fe actual de Timoteo. Se menoscabaría esa segura confianza del elogio anterior, si sólo dijera que él reconocía la fe de Timoteo como parecida a la de su abuela y de su madre. Pero yo entiendo cuál debe ser el significado: que Timoteo, desde su niñez, cuando aún no había adquirido ningún conocimiento del Evangelio, estaba saturado del temor de Dios, y de una fe que daba evidencias de ser semilla viviente que después se manifestaría.

6. Por lo cual te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos.
7. Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio.
8. Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor, ni de mí, preso suyo, sino participa de las aflicciones por el evangelio según el poder de Dios,
9. quien nos salvó y llamó con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos,
10. pero que ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a la luz la vida y la inmortalidad por el Evangelio,
11. del cual yo fui constituido predicador, apóstol y maestro de los gentiles.
12. Por lo cual asimismo padezco esto; pero no me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día.

6. Por lo cual te aconsejo. Cuanto más abundantemente ha recibido Timoteo la gracia de Dios, más debe esforzarse por progresar cada día, insinúa el Apóstol. Es digno de notarse que las palabras "por lo cual" introducen este consejo como una conclusión de lo que ya se ha expresado.
Que avives el fuego del don de Dios. Esta exhortación es sumamente necesaria; porque regularmente ocurre, y puede decirse que es natural, que la excelencia de los dones produce descuido, y éste siempre va acompañado de pereza; y Satanás trabaja continuamente para extinguir todo lo que es de Dios en nosotros. Debemos, pues, por otra parte, esforzarnos por seguir perfeccionando todo lo que es bueno en nosotros, y encender lo que languidece; porque la metáfora que Pablo emplea, está tomada de un fuego que estaba débil, o que estaba a punto de extinguirse gradualmente, si no se le añadía combustible para que aumentara su llama. Recordemos, entonces, que debemos dedicarnos a emplear los dones de Dios, no sea que al no usarlos y estar escondidos se oxiden. Recordemos también que debemos sacarles mucho provecho, para que no se extingan por nuestra pereza.
Que está en ti por la imposición de mis manos. No puede haber duda de que Timoteo haya sido invitado por la voz de la Iglesia, y que no fue elegido por el solo deseo particular de Pablo; mas no es absurdo afirmar, que Pablo se atribuyese la elección a sí mismo en lo personal, porque él fue el instrumento principal en ella. Con todo, habla aquí de ordenación, es decir, del acto solemne por el cual se confiere el oficio del ministerio, y no la elección. Además, no está perfectamente claro de si la costumbre era, cuando algún ministro iba a ser apartado, que todos impusiesen las manos sobre su cabeza, o si uno solo lo hizo, en nombre de todos. Yo me inclino a pensar que era una sola persona la que imponía las manos.
Por lo que respecta a la ceremonia, los apóstoles la tomaron de la antigua costumbre de su nación; o más bien, como resultado de estar en uso, ellos la retuvieron; porque ésta es una parte de aquel procedimiento decente y ordenado que Pablo recomienda en otra parte (1 Cor. 14:40). Con todo, es de dudar si esa "imposición de manos" que ahora se menciona se refiere a la ordenación; porque, en aquel tiempo, las gracias del Espíritu, de las que él habla en el capítulo 12 de la Epístola a los Romanos, y en el capítulo 13 de la Primera Epístola a los Corintios, se otorgaban a muchos que no eran designados como pastores. Mas yo, por mi parte, pienso que fácilmente se puede deducir de la Primera Epístola, que Pablo se refiere aquí al oficio de pastor, porque este pasaje está de acuerdo con aquel que dice: "No descuides el don que hay en ti, que te fue dado mediante profecía con la imposición de las manos del presbiterio" (1 Tim. 4:14).
Una vez resuelto este problema, cabría preguntar: "¿Fue la gracia otorgada mediante una señal externa?" A esto yo respondo, que siempre que se ordenaba a los ministros, éstos eran recomendados a Dios por las oraciones de toda la Iglesia, y en esta forma se obtenía la gracia de Dios para ellos por la oración, y no se les confería por medio de una señal, aunque dicha señal no se empleaba sin provecho ni inútilmente, sino que era una prenda segura de esa gracia que ellos recibían de parte de Dios mismo. Esa ceremonia no era un acto profano, inventado con el solo fin de ganar fama ante los ojos de los hombres, sino una lícita consagración delante de Dios, la cual no se realiza sino con el poder del Espíritu Santo. Además, Pablo acepta la señal por el todo o por la transacción entera; porque él declara que Timoteo fue dotado de gracia, cuando fue ofrecido a Dios como ministro. Entonces, en esta forma de expresión hay una figura de lenguaje, en la cual una parte es tomada por el todo.
Pero de nuevo nos encontramos ante otro problema; porque si fue únicamente en su ordenación que Timoteo obtuvo la gracia necesaria para desempeñar su oficio, ¿de qué naturaleza fue la elección de un hombre no idóneo o calificado aún, y hasta entonces vacío y destituido del don de Dios? Yo respondo, que no le fue dado entonces lo que antes no tenía; porque es cierto que él superaba tanto en doctrina como en otros dones antes que Pablo lo ordenara al ministerio. Pero no hay inconsistencia al afirmar que, cuando Dios quiso echar mano de sus servicios, y en efecto, lo llamó, Él entonces lo hizo idóneo y lo enriqueció todavía más con nuevos dones, o le duplicó aquellos que antes le había otorgado. No debe entenderse, pues, que Timoteo no haya tenido anteriormente ningún don, sino que dichos dones se manifestaron más plenamente cuanto le fue conferido el deber de enseñar.
7. Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía. Ésta es una confirmación de lo que Pablo había afirmado inmediatamente antes; y así continúa apremiando a Timoteo a mostrar el poder de los dones que había recibido. Él se vale de este argumento: que Dios gobierna a sus ministros por el Espíritu de poder, el cual es opuesto a la cobardía. De aquí se concluye, que ellos no deben decaer por la pereza, sino que, sostenidos por la gran confianza y el ánimo, deben manifestar y ostentar, por efectos visibles, ese poder del Espíritu.
El siguiente pasaje se halla en la Epístola a los Romanos: "Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!" (Romanos 8:15). Ese pasaje es, a primera vista, casi semejante a éste; mas sin embargo, el contexto demuestra que el significado es diferente. Allí, trata de la confianza de la adopción que todos los creyentes tienen; mas aquí, habla particularmente acerca de los ministros, y les exhorta, en la persona de Timoteo, a moverse activamente y a hacer obra de valor; porque Dios no quiere que desempeñen su oficio en forma fría y sin vigor, sino que prosigan adelante con toda energía, confiando en la eficacia del Espíritu.
Sino de poder, de amor y de dominio propio. De aquí aprendemos, primero, que ninguno de nosotros posee esa firmeza e inconmovible constancia del Espíritu, la cual es requisito para el cumplimiento de nuestro ministerio, hasta que somos capacitados desde el cielo con un nuevo poder. Y ciertamente, los obstáculos son tantos y tan grandes, que ningún esfuerzo humano será capaz de vencerlos. Es Dios, pues, quien nos capacita con "el espíritu de poder"; porque aquellos que, en otra forma, dan muestras de mucha fortaleza, caen en un momento, cuando no son sostenidos por el poder del Espíritu Divino.
En segundo lugar, de allí inferimos que quienes tienen bajeza servil y cobardía, de modo que no se arriesgan a hacer algo en defensa de la verdad, cuando es necesario, no son gobernados por ese Espíritu que guía a los siervos de Cristo. De esto se concluye, que muy pocos de aquellos que llevan el título de ministros, en la actualidad, llevan la marca de la sinceridad impresa sobre ellos; porque, entre un gran número, ¿dónde encontramos a uno que, confiando en el poder del Espíritu, valientemente desprecie toda la altivez que se exalte contra Cristo? ¿Acaso una gran mayoría no busca sólo su propio interés y holganza? ¿No se quedan mudos y espantados cuando estalla algún ruido? El resultado es, que la majestad de Dios no se manifiesta en su ministerio. La palabra Espíritu se emplea aquí en sentido figurado, como en muchos otros pasajes. ("La palabra Espíritu se entiende aquí por los dones que proceden de Él, de acuerdo con la figura llamada metonimia.")
Mas ¿por qué añadió Pablo inmediatamente amor y dominio propio? En mi opinión, fue con el fin de distinguir ese poder del Espíritu, de la furia y rabia de los fanáticos, quienes, mientras se mueven y apresuran con sus temerarios impulsos, furiosamente se ufanan de tener el Espíritu de Dios. Por esta razón él afirma expresamente que esa poderosa energía es moderada por el amor y el dominio propio, es decir, por un sereno deseo de edificación. Sin embargo, Pablo no niega que los profetas y los maestros estuviesen dotados del mismo Espíritu antes de la promulgación del Evangelio, sino que declara que esta gracia debe ser ahora especialmente poderosa y conspicua bajo el reinado de Cristo.
8. Por tanto, no te avergüences. Pablo dijo esto, porque la confesión del Evangelio era tenida por infamante; y por lo tanto, él prohíbe que bien la ambición o el temor a la desgracia le impidan o coarten la libertad de predicar el Evangelio. E infiere esto de lo que ya se ha dicho; porque aquel que está armado con el poder de Dios jamás temblará ante el ruido que produzca el mundo, sino que reconocerá como honorable que los hombres perversos lo señalen con las marcas de la desgracia.
Y justamente llama al Evangelio el testimonio de nuestro Señor; porque, aunque Él no tiene necesidad de nuestra ayuda, sin embargo nos impone esta obligación, para que demos testimonio de que sostenemos Su gloria. Es un grande y señalado honor el que Él nos confiere, y ciertamente a todos (porque no hay cristiano que no deba considerarse un testigo de Cristo), pero principalmente a pastores y maestros, como Cristo dijo a Sus discípulos: "Me seréis testigos" (Hch. 1:8). Por consiguiente, cuanto más odiosa sea la doctrina del Evangelio para el mundo, más seriamente deben ellos esforzarse por confesarla abiertamente.
Cuando Pablo añade ni de mí, con tal expresión recuerda a Timoteo que no rehúse ser su compañero, en una causa que es común a ambos; porque, cuando comenzamos a apartarnos de la sociedad de aquellos que, por el nombre de Cristo, sufren persecución, ¿qué otra cosa buscamos sino que el Evangelio se vea libre de toda persecución? Ahora bien, aunque no faltaban muchos hombres perversos que ridiculizaban a Timoteo así: "¿No te das cuentas de lo que le ha pasado a tu maestro? ¿No sabes que lo mismo te va a pasar a ti? ¿Por qué nos impones una doctrina que tú ves que es despreciada por todo el mundo?", no obstante, él debió sentirse animado con esta exhortación: "No tienes razón para avergonzarte de mí, en lo que no" es vergonzoso, porque yo soy prisionero de Cristo"; es decir: "No es por un crimen o una mala acción que yo me encuentro preso, sino que por Su nombre estoy encadenado en esta prisión".
Sino participa de las aflicciones por el evangelio. Pablo establece un método por el cual aquello que manda puede ser realizado; es decir, si Timoteo se prepara para soportar las aflicciones que están relacionadas con el Evangelio. Todo aquel que se rebele contra la cruz y trate de eludirla, siempre se avergonzará del Evangelio. No sin una buena razón Pablo, pues, entretanto que lo exhorta a la firmeza de confesión, a fin de que la exhortación no sea inútil le habla también de soportar la cruz. ("Él demuestra, en primer lugar, que el Evangelio no puede separarse de las aflicciones. Ño es que Dios no llame a todos los hombres a la unidad en la fe, puesto que la doctrina del Evangelio tiene el mensaje de reconciliación para todos; sino que, también, existen aquellos que son impulsados por el poder de su Santo Espíritu, mientras que los incrédulos permanecen en su dureza; y por otra parte, allí está el fuego que se enciende, como cuando los truenos estallan en el aire, que causan gran conmoción. Así es cuando el Evangelio se predica. Ahora bien, si el Evangelio trae aflicciones, y si nuestro Señor Jesucristo desea que lo que Él soportó en su persona se cumpla y experimente en sus miembros, y que cada día Él sea como crucificado de nuevo, ¿será lícito que nosotros escapemos de esa condición? Por lo tanto, ya que toda nuestra esperanza está en el Evangelio, y ya que debemos buscar nuestro apoyo en él, reflexionemos en lo que Pablo dice: que debemos sostener a nuestros hermanos, cuando veamos que son perseguidos, escupidos, vejados y maltratados; y escojamos ser sus compañeros para soportar los reproches y la baja conducta del mundo, más bien que recibir honores y tener buena reputación y fama, y no obstante estar alejados de aquellos que sufren por la causa que tenemos en común con ellos." Fr. Ser.)
Y añade: según el poder de Dios; porque si no fuera por esto, y si Él no nos sostuviera, inmediatamente sucumbiríamos bajo el peso de la carga. Y esta cláusula contiene dos cosas: amonestación y consolación. La amonestación es que no se fije en su presente debilidad, y que confiado en la ayuda de Dios se aventure y emprenda lo que está más allá de sus fuerzas. La consolación es, que, si soportamos alguna cosa por causa del Evangelio, Dios saldrá a nuestro encuentro como nuestro libertador, para que, por su poder, podamos alcanzar la victoria.
9. Quien nos salvó. Por la grandeza del beneficio Pablo nos demuestra cuánto debemos a Dios; porque la salvación que Él nos ha otorgado fácilmente absorbe todos los males que han de padecerse en este mundo. La palabra salvó, aunque admite un significado global, aquí se interpreta limitada por el contexto, y denota la salvación eterna. Así, pues, Pablo enseña que aquellos que mediante Cristo han obtenido una salvación no transitoria ni pasajera, sino eterna, si escatiman su vida fugaz y prefieren los honores en vez de reconocer a su Redentor, son excesivamente ingratos.
Y llamó con llamamiento santo. Pablo coloca el sello (la seguridad) de la salvación en el llamamiento; porque, como la salvación de los hombres fue completada en la muerte de Cristo, así Dios, por el Evangelio, nos-hace partícipes de ella. A fin de hacer resaltar más el valor de este "llamamiento'', él lo declara santo. Esto ha de observarse cuidadosamente, porque, así como la salvación no tiene que buscarse en ningún otro sino en Cristo, así también por otra parte, Él habría muerto y resucitado de nuevo sin ventaja práctica alguna, si no nos llamara a participar de esta gracia. Entonces, después de haber alcanzado la salvación para nosotros, una segunda bendición nos será otorgada para que, injertándonos en su cuerpo, Él pueda comunicarnos sus beneficios para que disfrutemos de ellos.
No conforme a nuestras obras, sino según el propósito suyo y la gracia. Pablo describe la causa tanto de nuestro llamamiento como de toda nuestra salvación. Nosotros no teníamos obras por las cuales hubiéramos podido anticiparnos a Dios; mas todo depende de su graciable propósito y elección; porque en las dos palabras propósito y gracia está la figura de lenguaje llamada hipálage, (La hapalague (palabra compuesta de hupo y alasso: "Yo cambio"), es una figura de lenguaje por la cual las partes de una proposición parecen ser intercambiables. (N. del E.), debe tener la fuerza de una objeción, como si dijera: "conforme a su graciable propósito". Aunque Pablo comúnmente emplea la palabra propósito para denotar el oculto decreto de Dios, la causa del cual está en su solo poder, con todo, para mayor explicación, él quiso añadir "gracia", a fin de poder excluir con mayor energía toda referencia a las obras. Y el propio contraste pregona con voz muy alta que no hay lugar para las obras donde la gracia de Dios reina, y por la cual Él estaba de antemano con nosotros, cuando aún no habíamos nacido. Sobre este tema he hablado más ampliamente en mi comentario al primer capítulo de la Carta a los Efesios; y por el momento, no hago otra cosa sino dar un rápido vistazo a aquello que ya traté en forma más amplia. (Véanse   los   Comentarios   de  Calvino   sobre   Calatas  y  Efesios, pp,  197-201.)
Que nos fue dada. Partiendo del orden del tiempo, Pablo razona que la salvación nos fue otorgada por la libre gracia, a pesar de que no la merecíamos; porque si Dios nos escogió antes de la creación del mundo, no pudo haber tomado en cuenta las obras, de las cuales no teníamos nada, ya que entonces no existíamos. En cuanto al pensamiento de los sofistas, de que Dios fue movido por las obras que Él previo, no merece una amplia refutación. ¿Qué clase de obras hubieran sido si Dios nos hubiese pasado por alto, sabiendo que la elección en sí es la causa y el principio de todas las buenas obras?
Este "dar la gracia" que Pablo menciona, no es otra cosa sino la predestinación, por la cual fuimos adoptados para ser hijos de Dios. Sobre este tema quiero que mis lectores recuerden, que con frecuencia se dice que Dios nos "da" su gracia realmente cuando recibimos el efecto de ella. Empero Pablo coloca aquí ante nosotros lo que Dios se propuso hacer consigo mismo desde el principio. Él, por lo tanto, dio aquello que no se produce por ningún mérito. Él designó a aquellos que aún no habían nacido, y los guardó dentro de sus tesoros, hasta que hizo saber por el hecho mismo que Él nada proyecta en vano.
Antes de los tiempos de los siglos. Pablo emplea esta frase con el mismo sentido con que él en otra parte habla de la ininterrumpida sucesión de los años desde la fundación del mundo (Tit. 1:2). Porque ese ingenioso razonamiento que Agustín aduce en muchos pasajes es totalmente diferente del designio de Pablo. El significado es, pues: "Antes de que los tiempos comenzaran a tomar su curso desde todos los siglos pasados." Además, es digno de notarse que él coloca el fundamento de la salvación en Cristo; porque, aparte de Él, no hay adopción ni salvación; como se dijo verdaderamente al explicar el primer capítulo de la Epístola a los Efesios.
10. Pero que ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo. Observad cuan apropiadamente relaciona la fe que tenemos del Evangelio con la elección secreta de Dios, y señala a cada una su propio lugar. Dios nos ha llamado ahora por el Evangelio, no porque repentinamente haya tomado consejo respecto a nuestra salvación, sino porque ya lo había determinado así desde toda la eternidad. Cristo ha "aparecido" ("Tes epifanías. Esto, Teodoreto lo explica bien por enanthro-peseos, que es una expresión usada especialmente por los antiguos escritores, al tratarse de la aparición de los dioses sobre la tierra. Así en Josefo (Ant., xvm, 3, 4) tenemos: ten epifaneían ekdieguetai ton Anoubidos (ahí relata la aparición del dios Anubis). Epifaneía denota aquí la primera aparición de Cristo en la carne, aunque en otras partes el término siempre significa su segunda aparición para juzgar al mundo." Bloomfield.), ahora para nuestra salvación, no porque el poder salvador se le haya otorgado recientemente, sino porque esta gracia fue reservada en Él para nosotros antes de la creación del mundo. El conocimiento de estas cosas nos es revelado a nosotros por fe; y así el Apóstol juiciosamente relaciona el Evangelio con las más antiguas promesas de Dios, para que la novedad no lo haga despreciable.
Pero cabe preguntar: "¿Es que los padres, bajo la Ley, ignoraban esta gracia?"; porque al no ser revelada sino por la venida de Cristo, se concluye que antes de ese tiempo estaba escondida. Yo respondo que Pablo habla de la plena manifestación de la cosa en sí, de la cual dependía también la fe de los padres, de modo que esto no quita nada de ellos. La razón por la que Abel, Noé, Abraham, Moisés, David, y todos los creyentes, obtuvieron la misma fe que nosotros, fue porque ellos pusieron su confianza en esa "aparición". Entonces, cuando Pablo dice que "la gracia nos fue revelada por la aparición de Cristo", no excluye de la comunión con esa gracia a los padres que fueron hechos partícipes con nosotros de esta manifestación por la misma fe. Cristo fue el mismo ayer como lo es hoy (Heb. 13:8); pero Él no se manifestó a nosotros, por su muerte y resurrección, antes del tiempo señalado por el Padre. En esto, como la única prenda y logro de nuestra salvación, tanto nuestra fe como la de los padres están acordes.
El cual quitó la muerte. Cuando Pablo atribuye al Evangelio la manifestación de la vida, no enseña que tenemos que comenzar con la palabra, prescindiendo de la muerte y resurrección de Cristo (porque la palabra, por el contrario, descansa en el asunto de que se trata), sino que únicamente quiere decir que el fruto de esta gracia no viene a los hombres en ninguna otra forma más que por el Evangelio, de acuerdo con lo que dice la Escritura. "Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo, no imputando a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación" (2 Cor. 5:19).
Y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio. Es una grande y extraordinaria recomendación del Evangelio, el que "saque a luz la vida". A vida Pablo añade inmortalidad; como si dijera: "una vida verdadera e inmortal". Mas pudiera pensarse mejor, que por vida nosotros entendemos regeneración, a la que le sigue una bendita inmortalidad, la cual es también el objeto de la esperanza. Y ciertamente ésta es nuestra "vida", no aquella que tenemos en común con los animales, sino esa que consiste en participar de la imagen de Dios. Mas por cuanto en este mundo "no aparece" (1 Jn. 3:2) cuál es la naturaleza, o cuál es el valor de esa "vida", por razón de una expresión más plena Pablo añadió, en la forma más apropiada, "inmortalidad", que es la revelación de esa vida que ahora está oculta.
11. Del cual yo fui constituido. No sin una buena razón encomia tan elevadamente el Evangelio juntamente con su apostolado. Satanás labora, mucho más de lo que nos imaginamos, para desvanecer de nuestro corazón, por todos los métodos posibles, la fe de la sana doctrina; y como no siempre es fácil para él hacer esto si nos ataca en lucha abierta, nos despoja usando métodos secretos e indirectos; porque, a fin de destruir la credibilidad de la doctrina, él levanta sospechas en el llamamiento de los maestros piadosos. Pablo, pues, teniendo la muerte a la vista, y conociendo bien las trampas antiguas y ordinarias de Satanás, se propuso defender no sólo la doctrina del Evangelio en general, sino su propio llamamiento. Ambas cosas eran necesarias; porque, aunque se pronunciaran largos discursos tocantes a la dignidad del Evangelio, no tendrían mucho valor para nosotros, a menos que entendiéramos lo que éste significa. Muchos estarán de acuerdo en cuanto al principio general de la indiscutible autoridad del Evangelio, pero después no tendrán nada seguro sobre qué guiarse. Ésta es la razón por la que Pablo expresamente desea ser reconocido como fiel y leal ministro de esa doctrina vivificadora que él había mencionado.
Predicador, apóstol y maestro de los gentiles. Por las razones ahora expuestas, Pablo se honra a sí mismo con varios títulos, para expresar una sola cosa. Se llama a sí mismo predicador o heraldo, porque la obligación del heraldo es proclamar los mandatos de príncipes y magistrados. La palabra apóstol se emplea aquí en su sentido ordinario y restringido. Además, como existe una relación natural entre un maestro y sus discípulos, se adjudica también este tercer título, para que quienes aprendan de él sepan que tienen un maestro que les ha sido designado por Dios. Y ¿a quiénes declara él que fue designado? A los gentiles; porque el punto principal de la controversia era acerca de ellos, porque los judíos negaban que las promesas de la vida pertenecieran a otros salvo a los hijos carnales de Abraham. Por lo tanto, a fin de que la salvación de los gentiles no se pusiera en tela de juicio, Pablo afirma que a ellos ha sido designado especialmente por Dios.
12. Por lo cual asimismo padezco esto. Es bien sabido que la ira de los judíos se encendió contra Pablo, por la sola razón de haber hecho popular el Evangelio entre los gentiles. Sin embargo, la frase por lo cual asimismo tiene relación con todo el versículo, y, por lo tanto, no debe limitarse a la última cláusula sobre los "gentiles".
Pero no me avergüenzo. Para que la prisión en la que él se encontraba encarcelado no menguara en ninguna forma su autoridad, se defiende valiéndose de dos argumentos. Primero, demuestra que la causa, lejos de ser vergonzosa, era aun honorable para él; porque era un prisionero, no por haber hecho algún mal, sino porque obedeció a Dios, quien lo llamó. Es una consolación inefable la que sentimos cuando somos capaces de presentarnos con una limpia conciencia en oposición a los injustos juicios de los hombres. Segundo, confiado en que todo tendrá una resolución justa, Pablo sostiene que no hay nada vergonzoso en su encarcelación. Aquel que eche mano de esta defensa será capaz de vencer cualquier tentación por grande que sea. Y cuando él dice que "no se avergüenza", con su ejemplo estimula a otros a tener el mismo valor.
Porque yo sé a quien be creído. Éste es el único lugar de refugio, a donde deben acudir todos los creyentes, siempre que el mundo los desprecie y los tenga por condenados y arruinados; es decir, bastará reconocer que Dios les tiende la mano y les da su aprobación; porque, ¿cuál sería el resultado si ellos dependieran de los hombres? Y de aquí debemos inferir cuánto se diferencia la fe de la opinión; porque, cuando Pablo dice: "Yo sé a quien he creído", él enseña que no es bastante que uno crea, a menos que tenga el testimonio de Dios, y a menos que tenga la plena seguridad de ello. La fe, pues, no se apoya en la autoridad de los hombres, ni descansa en Dios en tal forma como para titubear, sino que debe unirse con el conocimiento; de otra manera no será lo suficientemente fuerte contra los innumerables ataques de Satanás. Aquel que juntamente con Pablo se imponga este conocimiento, sabrá por experiencia que, con buen fundamento, nuestra fe es llamada "la victoria que vence al mundo " (1 Jn. 5:4); y que también con motivos bien fundados, Cristo afirmó que "las puertas del infierno no prevalecerán contra ella" (Mt. 16:18). El hombre que tenga la firme convicción de que Dios, "que no puede mentir" (Tit. 1:2) o engañar, ha hablado y realizará lo que ha prometido, disfrutará de una paz imperturbable en medio de las tormentas de la vida. Por otra parte, aquel que no tiene esta verdad en su corazón, será continuamente agitado de una parte a otra como caña movida por el viento.
Este pasaje es altamente digno de atención; porque expresa admirablemente el poder de la fe, cuando demuestra que, aun en casos desesperados, debemos dar a Dios tal gloria como para no dudar de que Él será verdadero y fiel; y cuando también nos demuestra que en la misma forma debemos confiar en la Palabra, tan plenamente como si Dios mismo nos hubiera hablado desde el cielo; porque quien no tiene esta convicción no entiende nada. Recordemos siempre, que Pablo no anda tras de especulaciones filosóficas en la sombra, sino que, teniendo la realidad ante sus ojos, solamente declara cuan valiosísima es la esperanza que está confiada en la vida eterna.
Y estoy seguro que es poderoso. A causa de que el poder y la enormidad de los peligros frecuentemente nos llenan de desaliento, o al menos hacen que nuestro corazón desconfíe, debemos defendernos con el escudo de que hay suficiente protección en el poder de Dios. En igual forma, cuando Cristo mandó que acariciáramos esta confiada esperanza, Él empleó este argumento: "Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre" (Jn. 10:29), lo cual quiere decir que estamos fuera de peligro, sabiendo que el Señor, que nos ha tomado bajo su protección, es abundantemente poderoso para derribar toda oposición. Ciertamente, Satanás no se atreve a sugerir, en forma directa, el pensamiento de que Dios no pueda cumplir lo que promete, o que se vea estorbado para cumplirlo (porque nuestros sentidos se espantarían ante tan burda blasfemia), sino que, preocupando nuestro entendimiento y mente, arrebata de nosotros toda percepción del poder de Dios. El corazón debe estar, pues, bien limpio, a fin de que no sólo experimente ese poder, sino que pueda retener su sabor en medio de toda clase de tentaciones.
Ahora bien, siempre que Pablo habla del poder de Dios, debemos entender por ello lo que puede llamarse Su poder actual o "eficaz" (energoumenen), tal como él lo llama en otro lugar (Col. 1:29). La fe siempre relaciona el poder de Dios con la palabra, la cual no piensa que esté a distancia, mas habiéndola captado interiormente, la posee y la retiene. Así en esta forma se dice de Abraham: "Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios, plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido" (Rom. 4:20,21).
Para guardar mi depósito. Observemos que Pablo emplea esta frase para denotar la vida eterna; porque de aquí concluimos, que nuestra salvación está en las manos de Dios, en la misma forma que están en las manos de un depositario aquellas cosas que le entregamos para que nos guarde, confiando en su fidelidad. Si nuestra salvación dependiera de nosotros, ¿a cuántos peligros estaría expuesta continuamente? Mas ahora, después de haberla entregado a un guardián tan bueno, sabemos que está fuera de todo peligro.

13. Retén la forma de las sanas palabras que de mí oíste, en !a fe y amor que es en Cristo Jesús.
14. Guarda el buen depósito por el Espíritu Santo que mora en nosotros.
15. Ya sabes esto, que me abandonaron todos los que están en Asia, de los cuales son Figelo y Hermógenes.
16. Tenga el Señor misericordia de la casa de Onesíforo, porque muchas veces me confortó, y no se avergonzó de mis cadenas,
17. sino que cuando estuvo en Roma, me buscó solícitamente y me halló.
18. Concédale el Señor que halle misericordia cerca del Señor en aquel día. Y cuánto nos ayudó en Efeso, tú lo sabes mejor.

13. Retén la forma de las sanas palabras. Algunos lo explican así: "Que tu doctrina sea como un modelo para que otros la imiten". Yo no apruebo este punto de vista. Igualmente opuesta al significado de Pablo, está la explicación de Crisóstomo: que Timoteo debe contemplar muy de cerca la imagen de las virtudes esculpidas en su corazón por la doctrina de Pablo. Yo más bien pienso que éste ordena a Timoteo que retenga la doctrina que había aprendido, no sólo en cuanto a la sustancia, sino en cuanto a la misma forma de expresión; porque bupotupossis, la palabra que Pablo emplea en esta ocasión, denota un cuadro vivo de objetos, como si realmente estuviesen colocados ante sus ojos. Pablo sabía cuan dispuestos están los hombres a apartarse o desviarse de la sana doctrina. Por esta razón él encarecidamente previene a Timoteo para que no se aparte de esa forma de enseñanza que había recibido, y a regir su método de enseñanza por la regla que había sido establecida; no es que debamos ser muy escrupulosos acerca de las palabras, sino porque el tergiversar la doctrina, aun en lo más mínimo, es excesivamente perjudicial. ("Él no afirmaría sencillamente las palabras de la Escritura, sino que tendría que retener el sumario, o sistema de verdades que había escuchado de su padre espiritual, y, dependiendo de Cristo en alguna forma, demostraría su fidelidad y amor para su Redentor. Él tendría que guardar este sistema de doctrina como una prenda confiada a su cuidado, con la ayuda del Espíritu Santo. Los ministros tienen que retener toda verdad, pero sobre todo, aquellas verdades particulares que son el blanco peculiar de la oposición diabólica, y reciben un tratamiento duro en los tiempos en que viven; actuando así, ellos cumplen con el mandamiento que su glorioso Maestro impuso al pastor de la iglesia de Filadelfia, y entonces pueden esperar la bendición que Él prometió (Apoc. 3:8,10,11)." Abraham Taylor.)
De aquí vemos qué clase de teología existe en el papado, la cual ha degenerado tanto del modelo que Pablo recomienda, que se parece a los acertijos de los adivinos y no a una doctrina tomada de la Palabra de Dios. ¿Qué clase de sabor paulino, pregunto yo, hay en todos los libros de los escolásticos? Este libertinaje que se han tomado en corromper la doctrina demuestra que hay grandes razones por las que Pablo invita a Timoteo a retener la forma natural y original. Y él contrapone las sanas palabras, no sólo a las doctrinas manifiestamente perversas, sino a las cuestiones necias e inútiles, las cuales, en vez de salud, no traen otra cosa sino enfermedad.
En la fe y amor que es en Cristo Jesús. Estoy enterado de que la preposición en, al estar de acuerdo con la forma idiomática del hebreo (beth), frecuentemente se toma por con; mas aquí, yo pienso que el significado es diferente. Pablo ha añadido esto como una marca de la sana doctrina, a fin de que sepamos lo que contiene, y cuál es el resumen de ella; el todo de la cual, según su costumbre, él incluye bajo "fe y amor". Pablo coloca ambas cosas en Cristo; ya que, ciertamente, el conocimiento de Cristo consiste principalmente en estas dos partes; porque, aunque las palabras que es están en el número singular, concordando con la palabra amor, sin embargo, deben entenderse también como aplicándose a la fe.
Aquellos que lo traducen: "con fe y amor", hacen consistir el significado en que Timoteo agregue a la sana doctrina los afectos de la piedad y el amor. Yo ciertamente reconozco que nadie puede perseverar fielmente en la sana doctrina a menos que esté dotado de verdadera fe, y amor no fingido. Empero la primera exposición, a mi manera de ver es más apropiada, es decir, que Pablo emplea estos términos para describir más ampliamente cuál es la naturaleza de las "sanas palabras", y cuál es el tópico de ellas. Ahora bien, él dice que el resumen consiste en "fe y amor", de los cuales el conocimiento de Cristo es la causa y el principio.
14. Guarda el buen depósito. Esta exhortación es más extensa que la precedente. Pablo exhorta a Timoteo a considerar lo que Dios le ha dado, y a poner cuidado y solicitud en proporción al alto valor de lo que se le ha entregado; porque cuando la cosa es de poco valor, no estamos acostumbrados a pedir a nadie que nos rinda cuentas tan exactas.
Por "aquello que se le ha encomendado", yo entiendo que Pablo quiere decir tanto el honor del ministerio como todos los demás dones conferidos a Timoteo. Algunos lo limitan sólo al ministerio; pero yo pienso que denota principalmente los requisitos para el ministerio, es decir, todos los dones del Espíritu, en que él sobresalía. La palabra "encomendado" se emplea también por otra razón: para recordar a Timoteo que él, un día, debe rendir cuentas; porque debemos administrar fielmente lo que Dios nos ha encomendado.
To kalon ("La palabra griega que Pablo emplea, y que nosotros traducimos bueno".), denota aquello que es de alto o extraordinario valor; y, por lo tanto, Erasmo felizmente la ha traducido egregium, "excelente", con el objeto de hacer notar su raro valor. Yo he seguido esa versión. ¿Mas cuál es el método de guardarlo? Es éste: debemos tener cuidado para que no perdamos, por nuestra indolencia, lo que Dios nos ha conferido, o que nos sea quitado por haber sido ingratos, o por haber abusado de ello; porque hay muchos que rechazan la gracia de Dios, y muchos que, después de haberla recibido, se excluyen de ella absolutamente. Mas como la dificultad de guardarla está más allá de nuestras fuerzas, Pablo añade:
Por el Espíritu Santo. O como si dijera: "Y te pido más de lo que tú puedes, porque lo que tú no tienes de ti mismo, el Espíritu de Dios te lo dará". De esto se concluye que no debemos juzgar la fortaleza de los hombres por los mandamientos de Dios; porque, así como Él manda con palabras, al mismo tiempo graba sus palabras en nuestro corazón y, comunicándonos fortaleza, hace que su mandamiento no sea en vano.
Que mora en nosotros. ("Sabiendo que Dios ha hecho su morada en nosotros, y desea que seamos sus templos, y que mora en esos templos por su Espíritu Santo, ¿tendremos miedo de que Él no nos dé poder para perseverar hasta el fin, y de que Él no nos guarde en posesión cierta de los beneficios que hemos recibido de su mano? Ciertamente, el diablo se esforzará por privarnos de ella; mas como nuestra alma no será su presa, porque nuestro Señor Jesucristo la ha tomado bajo su protección, habiendo sido entregados a Él por Dios el Padre; así, nada que Dios haya designado para nuestra salvación será presa de Sata-más a pesar de todos sus esfuerzos. ¿Y dónde está ese Espíritu? No debemos ir a buscarlo arriba en las nubes. Es cierto que Él llena toda la tierra, y que su majestad mora sobre los cielos; pero si sentimos que Él mora en nosotros, puesto que ha tenido a bien comunicar su poder a criaturas tan miserables como nosotros, sepamos que ese poder será suficiente para defendernos contra los ataques de Satanás; es decir, dando por hecho que nosotros, por nuestra parte, no seamos negligentes. Porque no debemos lisonjear con nuestros pecados, como para ser descuidados, mas debemos orar a Dios, dejándole a Él todo, y esperando que siempre nos fortalecerá más y más. Y porque ha comenzado a hacernos ministros de su gracia, sepamos que Él continuará, y en tal forma que nuestra salvación y la de nuestro prójimo será llevada hasta el fin para Su gloria." Fr. Ser.)
Con esto Pablo indica que el auxilio del Espíritu es real para los creyentes, a condición de que ellos no lo rechacen cuando les es ofrecido.
15. Ya sabes esto, que me abandonaron todos los que están en Asia. Estas apostasías que Pablo menciona pudieron haber inquietado el corazón de muchos, y dado lugar, al mismo tiempo, a muchas sospechas; así como ordinariamente vemos todo con el peor de los pesimismos. Pablo hace frente a los escándalos de esta naturaleza con valor y heroísmo, para que todos los hombres buenos aprendan a aborrecer la perfidia de aquellos que en esta forma han desamparado al siervo de Cristo, cuando él solo, y arriesgando su vida, sostenía la causa común; y para que ellos tampoco retrocedan al saber que Pablo no ha sido dejado del auxilio divino.
De los cuales son Figelo y Hermógenes. Pablo nombra a dos de ellos, quienes probablemente eran más famosos que los demás, para poder cerrar las puertas contra sus calumniadores; porque es costumbre de los rebeldes y desertores de la lucha cristiana, a fin de justificar su propia vileza, forjar tantas acusaciones como pueden contra los buenos y fieles ministros del Evangelio. "Figelo y Hermógenes", sabiendo que su cobardía era justamente tenida por infame por los creyentes, y que ellos eran aun condenados como culpables de vil traición, no hubieran titubeado en llenar a Pablo de acusaciones, y descaradamente atacar su inocencia. Pablo, pues, a fin de exponer sus mentiras y quitarles toda reputación, los marca con el sello que se merecen.
Así también, en la actualidad, hay muchos que, porque no son admitidos aquí en el ministerio, o son despojados de ese honor por su perversidad, ("Porque son depuestos por su perversidad y vida escandalosa".), o porque no nos comprometemos a sostenerlos cuando no hacen nada, o porque han cometido robo o fornicación, se ven obligados a huir, e inmediatamente se van a Francia y andan errantes allá y en otros países, y, arrojando sobre nosotros todas las acusaciones que pueden, ("Todas  las blasfemias  y  acusaciones  que pueden".), se apropian para sí un testimonio de su inocencia. Y algunos hermanos son tan cándidos que nos acusan de crueldad, si nos atrevemos a describir a tales personas con sus verdaderos colores. Mas sería preferible que todos ellos pudieran ser marcados en su frente con un hierro candente, para que fuesen reconocidos a primera vista.
16. Tenga el Señor misericordia. De esta oración inferimos, que los buenos servicios hechos a los santos no son en vano, aunque ellos no puedan recompensarlos; porque, cuando Pablo ora a Dios para que los recompense, esta oración lleva en sí la fuerza de una promesa. Al propio tiempo, Pablo da testimonio de su gratitud, deseando que Dios conceda la remuneración, porque él no puede pagar. ¿Pero que hay si él hubiera tenido los medios suficientes para remunerar? Indudablemente hubiera manifestado que no era ingrato.
De la casa de Onesíforo, porque muchas veces me confortó. Es digno de notarse que, aunque Pablo alaba sólo la bondad de Onesíforo, sin embargo, por causa de él, el Apóstol pide misericordia para toda la familia. De aquí inferimos que "la bendición de Dios descansa, no sólo sobre la cabeza del hombre justo", sino sobre toda su casa. Tan grande es el amor de Dios para Su pueblo, que se extiende sobre todos los que están relacionados con quien lo recibe.
Y no se avergonzó de mis cadenas. Ésta es una prueba, no sólo de su liberalidad, sino también de su celo; sabiendo que gustosamente se expuso al peligro y al reproche de los hombres por auxiliar a Pablo.
18. Concédale el Señor. Algunos lo explican así: "Concédale el Señor que encuentre misericordia con Cristo el Juez." Y ciertamente esto es algo más tolerable que interpretar ese pasaje de los escritos de Moisés: "El Señor hizo llover fuego del Señor" (Gn. 19:24), como significando: "El Padre hizo llover fuego del Hijo". (Véase el comentario de Calvino sobre el Génesis, donde esa extraordinaria expresión es extensamente explicada.)
Sin embargo, es posible que un sentimiento fuerte haya obligado a Pablo, como frecuentemente ocurre, a hacer una repetición superflua.
Concédale el Señor que halle misericordia en aquel día. ("Ningún cristiano puede leer este pasaje sin ser poderosamente afectado por él; porque vemos que Pablo experimentó un arrobamiento, por decirlo así, cuando habló de esa venida de nuestro Señor Jesucristo, y de la resurrección final. Él no dice: "Concédale el Señor que encuentre favor en Su venida, en el día de nuestra redención, cuando Él venga otra vez a. juzgar al mundo". Sino que dice: "En aquel día"; como si nos presentara visiblemente al Señor Jesucristo con sus ángeles. Pablo no habló de estas cosas fríamente, o como hombre, sino que se elevó sobre todos los hombres para poder exclamar: «¡En aquel día, en aquel día!» ¿Y dónde está? Ciertamente, ninguno de aquellos que se esfuerzan por ser sabios de por sí, se toman el trabajo de encontrarlo; porque tiene que cumplirse aquella palabra: «Ni nunca oyeron, ni oídos percibieron, ni ojo ha visto a Dios fuera de ti, que hiciese por el que en él espera" (Is. 64:4). Que los hombres se esfuercen hasta lo máximo para encontrarlo, será para ellos algo misterioso y obscuro, y no podrán entenderlo. Mas cuando acariciemos la promesa que Él nos ha dado, y después de haber conocido a ese Cristo resucitado de entre los muertos, manifestando su poder, no para sí, sino para juntar a todos sus miembros, y para unirlos a Él mismo, entonces verdaderamente podremos decir: Aquel día. Fr. Ser.)
Esta oración nos muestra la recompensa que aguarda a aquellos que, sin esperar un galardón terrenal, realizan servicios generosos a los santos, mucho más rica que si la recibieran inmediatamente de mano de los hombres. ¿Y para qué ora él? Para que el Señor le otorgue misericordia; porque quien ha sido misericordioso para con otros recibirá misericordia del Señor para sí. De aquí se sigue también, que, cuando el Señor nos recompensa, no es por nuestros méritos o por alguna grandeza que haya en nosotros; sino que la mejor y más valiosa recompensa que nos otorga es cuando nos perdona, y demuestra ser, no un Juez severo, sino un Padre bondadoso e indulgente.